Читать книгу El tambor africano - José Montero - Страница 7
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El libro se llamaba, sencillamente, El tambor africano, y Palo empezó a leerlo con entusiasmo, convencido de que accedería a algunos secretos acerca del instrumento que tanto le gustaba.
Sin embargo, pronto se decepcionó. El libro era aburridísimo. Un auténtico bodrio. Básicamente, recopilaba textos de viajeros europeos que recorrieron el África negra a lo largo de los siglos.
Tenía descripciones técnicas y dibujos en blanco y negro de cientos de tambores. A decir verdad, había apenas un puñado de modelos básicos, pero el libro se detenía en explicar los pequeños detalles (a veces insignificantes) que diferenciaban el instrumento de una comarca a la otra.
Entre tantas ilustraciones, a Palo le llamó la atención un tipo de tambor al que llamaban jembé, que se destacaba por su forma de copa o de reloj de arena y estaba presente en numerosas tribus.
Por un momento le pareció que los tambores que había visto en el galpón, al fondo de la casa de Ciro, pertenecían a la categoría del jembé, pero no podía asegurarlo porque los había divisado de lejos.
El descubrimiento de esta coincidencia no sirvió para mejorar la lectura. El libro seguía siendo tedioso y Palo tuvo que hacer un gran esfuerzo para terminar las doscientas páginas. Estaba tan determinado a obtener algún dato útil que revisó hasta la última hoja, y así encontró un aviso del editor que anticipaba la próxima salida del tomo dos de la obra, con un temario que incluía “rituales con tambores”, “tambores que se alimentan de sangre”, “tambores de piel humana” y “tambores fabricados con calaveras”.
Palo abrió grandes los ojos y su aburrimiento se transformó en desesperación por leer la continuación del libro.
Lo primero que hizo Palo, cuando llegó a la siguiente clase con Ciro, fue devolverle el libro y preguntarle si podía prestarle el segundo tomo.
Ante este pedido, Ciro mantuvo silencio e hizo una seña para que Palo lo siguiera.
El alumno obedeció y se encontró, de pronto, adentrándose más y más en los sectores restringidos de la casa, hasta llegar al último patio, donde había una fogata.
Cuando pudo sacar los ojos del fuego –que lo atraía con su magia–, Palo miró hacia el galpón donde, intuía, estaban los tambores africanos que Ciro negaba poseer.
La puerta del galpón estaba cerrada con un candado antiguo, negro, y la única ventana tenía una cortina, de modo que no podía verse nada del interior.
—Siempre te hablo de cómo templar los tambores –dijo de repente el maestro–, pero nunca lo hacemos por falta de tiempo. Hoy vamos a templarlos.
Ciro fue acercando la boca de algunos tambores a la fogata, para que el calor penetrara en su interior. Palo lo imitó e hizo lo propio con otros instrumentos.
Minutos después, Ciro invirtió los tambores y colocó los parches más cerca del fuego. Palo comprendió que el calor secaba la madera y hacía que los cueros se tensaran más.
Luego, a medida que las llamas se fueron extinguiendo, maestro y alumno tocaron los diferentes tambores y comprobaron cómo los sonidos habían cambiado sutilmente a raíz del templado.
Se concentraron tanto en la música que se quedaron tocando después de hora. Ciro le dijo a Palo que ya era tarde, que por esta vez no hacía falta que se quedara a limpiar.
El poder del fuego y el retumbar de los tambores, sumados a la alegría de no tener que trabajar, hicieron que Palo casi se olvidara de lo que, para él, era lo más importante. Pero al final, ya en la puerta de calle, se acordó.
—El tomo dos del libro, ¿me lo prestás? –preguntó.
—No lo tengo. Nunca pude conseguirlo –fue la respuesta de Ciro.