Читать книгу Vivir para Cristo Eucaristía - José Rivera Ramírez - Страница 3
ОглавлениеPRÓLOGO
El Venerable don José Rivera (1925-1991), sacerdote diocesano de Toledo, vivió toda su vida y ministerio sacerdotal especialmente marcado por el trato personal, por la búsqueda de la persona, por el encuentro personal. Además de las dotes personales para esta actitud, bebió y alimentó este sentido personal sobre todo en la liturgia, que él entendía siempre como encuentro personal con las personas divinas. Y salirse de eso es sacrilegio.
Por ello aprendió a elevarse por encima de las ataduras de instituciones y planes, porque se sabía fuertemente empujado por la llamada a la santidad personal que Dios ofrece a cada uno de nosotros y que, consecuentemente, hay que ofrecer también personalmente a los demás. Él decía: «El testimonio lo da la persona; lo demás son artefactos».
Nos ha dejado multitud de ejemplos en su empeño por la santidad de todos, incluida la suya. Uno de los ejemplos más fecundos y determinantes de toda su vida es su vivencia personalísima de la Eucaristía —en la adoración, en la celebración, en la devoción, en el estudio y meditación de la Misa— como centro y fuente de todo su vivir y obrar.
De hecho, es preciso dejar constancia de cómo don José Rivera, ya a los diecinueve o veinte años, a raíz de su conversión, pide muchas veces a don Anastasio Granados, su director espiritual entonces, celebrar —u ofrecer— misas con la intención de pedir para él la gracia del martirio por la Eucaristía.
No murió mártir de la Eucaristía, pero ciertamente nos ha dejado un ejemplo profundo y aleccionador de la vivencia de este misterio. Yo diría que don José vivió arrobado por la presencia eucarística que adoró tantas y tantas noches, que buscaba insaciablemente en la celebración y en el sagrario y que entendía como el misterio central al que mira todo. En algún momento comenta: «Toda mi tarea de dirección espiritual consiste en ayudar a los dirigidos a vivir bien la Misa».
Su largo deambular de retiro en retiro, de charla en charla, de encuentro en encuentro, de pueblo en pueblo, nos ha regalado una estela preciosa de su andar espiritual tras la gracia martirial de la Eucaristía. Y en ese andar va creciendo el aprecio y la vivencia de la Misa —hasta en detalles humanísimos— al compás de la experiencia de que Cristo se cuida de él y de su ministerio, especialmente desde la Eucaristía.
De sus escritos conservados son muy abundantes las reflexiones y meditaciones sobre el Ordinario de la Misa. En su Diario, vuelve una y otra vez sobre la vivencia de la Eucaristía en la celebración de los tiempos litúrgicos, en el estudio del Ordinario de la Misa desde distintas perspectivas: la santidad en el Ordinario de la Misa; la cristología en el Ordinario de la Misa; la presencia de la Virgen en la Misa…
Abunda en esos mismos escritos el estudio orante y minucioso de la liturgia, desde la constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, con abundantes lecturas de todo tipo de autores sobre la materia.
El texto que presentamos tiene su origen en unas charlas o meditaciones sobre el Ordinario de la Misa a un grupo de seminaristas en el Curso de Espiritualidad del año 1986-1987. Esto explica las múltiples alusiones a los seminaristas en las charlas. Pero sus enseñanzas y su valor sirven a todo creyente llamado a vivir de la Eucaristía, como centro de toda su vida.
Con la libertad que caracteriza siempre su predicar, don José va iluminando los textos y las rúbricas en su verdadero sentido y valor. Y siempre en clave muy personal: «Cristo me habla en estos textos a mí». Y en clave ministerial: pedir e interceder para alcanzar estos dones para muchos.
Así puede destacar que la realidad principal en la liturgia es la presencia activa y amorosa de las personas divinas, que obran en el cristiano la santificación y salvación:
«A lo largo de la Misa y, después, del día entero, las personas divinas quieren tener la iniciativa, movernos, y dar valor divino a nuestras acciones. De modo que, si no resistimos a sus impulsos, quedaremos levantados a este nivel» (Notas personales sobre el Ordinario de la Misa).
Todo brota de aquí, y por eso la principal actitud en la vivencia de la liturgia será siempre una fe viva y personal que nos haga suficientemente conscientes y hambrientos de esta obra de la Trinidad santa en nosotros, en toda la Iglesia y en toda la humanidad. Si algo aprieta y conviene es no achicar nunca el valor universal de la Misa por falta de fe o de esperanza.
Don José repetirá con frecuencia en su predicación que en la Eucaristía, en la comunión y en la liturgia en general, recibimos en la medida de esta fe viva y personal con la que entramos en las celebraciones litúrgicas.
Y es que, como ya hemos visto, las personas divinas quieren tener siempre la iniciativa en nuestras vidas y movernos en todo nuestro obrar, dando así valor divino a todas nuestras acciones, desde las más interiores hasta las obras más naturales. Y eso desde la Eucaristía, que viene a ser el centro de la vida del creyente y la fuente de esta divinización o santificación.
¿Cómo, si no, se santificará el cristiano en el trabajo o en el estudio? ¿De dónde sacará virtud el creyente para unirse a la cruz de Cristo en sus sufrimientos y cruces de la vida? ¿Cómo santificar el matrimonio y elevar ese amor humano tan necesitado de elevación?
Las personas divinas quieren obrar así y de manera permanente en nosotros. Y esas gracias permanentes son las que especialmente hay que buscar y recibir en la Eucaristía. ¡La obra principal del día, principio de todas las demás, para no trabajar en vano!
Los capítulos del libro quedan distribuidos, al hilo de la predicación de don José, según las partes fundamentales de la Misa que todos conocemos. Y, por supuesto, las otras divisiones y subrayados son nuestros, para mejor captar y recibir el rico pensamiento de don José.
A estos contenidos hemos añadido citas del Diario de don José, que pueden enriquecer el texto y darle más hondura y fuerza teológica; sobre todo, nos pueden ayudar a saber beber en la Eucaristía tanta riqueza como esconde. Y a eso responden también los apéndices finales, que han sido extraídos del mismo Diario y que explican la normalidad y frecuencia con que don José meditaba constantemente el Ordinario de la Misa para vivificar su vida y ministerio sacerdotal.
Lo hacía diariamente y buscando sacar toda su riqueza. Así meditaba sobre la cristología en el Ordinario, sobre la santidad de Dios y su respeto en el Ordinario, sobre la presencia de la Virgen en el mismo Ordinario, o sobre diversos temas:
«En torno a la Misa debo centrar mi conocimiento del Espíritu Santo, de la Virgen Madre, de los hombres, del sentido de los menesteres pastorales.
Se me ahonda, como inmediatamente aplicable a todo, la conciencia de que es Cristo mismo quien comunica el Espíritu y, por tanto, la Sabiduría; que la obediencia, las humillaciones, la oración —sobre todo la litúrgica— son más ilustrativas que todos los estudios. Y ello es particularmente oportuno en esta época mía en la cual, ignoro por qué, se me despierta voracidad intelectual respecto de libros, estudios, temas…» (Diario, 1439).
No es fácil subrayar en don José acento alguno, porque todo lo señala desde la suma importancia; todo parece, situado en el misterio, tener la misma importancia.
Pero puestos a distinguir señalemos, además de la fe viva en la presencia operante de las personas divinas que aludíamos antes, estos dos acentos.
En primer lugar, la conciencia de indignidad frente al misterio del don inestimable de la Eucaristía. Nos hace falta siempre mucha humildad, profunda humildad. Y así subraya en todos sus repasos del Ordinario las muchas veces que nos invita, es decir, que Dios quiere darnos la actitud de indignidad, la conciencia del amor inmerecido de Dios:
«Una actitud necesaria para vivir cristianamente es la humildad. El reconocimiento doloroso de que somos pecadores y de que, de hecho, pecamos. Pero tal reconocimiento es ya una gracia de Dios, que nos ilumina nuestra condición, ciertamente triste, para levantarnos por el perdón, más cierto y poderoso todavía» (Notas personales sobre el Ordinario de la Misa).
Y, en segundo lugar, confianza absoluta en el amor de Cristo. Es necesario partir en la celebración de la certeza de que Cristo desea la intimidad plena conmigo. Intimidad perfecta y transformadora.
Pues en la Eucaristía se encuentra el bien mayor de la Iglesia y del mundo. Y también nuestro. Insiste:
«Partir de la conciencia de que mi bien mayor posible es la unión con Cristo, en el cual, con el cual, por el cual y desde el cual, quedo unido al Espíritu Santo y, consiguientemente, al Padre y a cada uno de todos los hombres, en la medida en que ellos se dejen o se hayan dejado unir a Cristo» (Notas personales sobre el Ordinario de la Misa).
Por eso todo alejamiento de la Eucaristía es literalmente desvivirse.
José Luis Pérez de la Roza