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INTRODUCCIÓN

El objeto de estas charlas1 es que saquéis el mayor provecho posible de la Misa de cada día —no por lo que voy a decir aquí, que por supuesto se dice para que aproveche—, y ayudaros un poco para que estos días, o inmediatamente después de Pentecostés, meditéis sobre el Ordinario mismo y podáis pensar o contemplar en un sentido más alto, accesible a cada uno, el misterio de la celebración eucarística, que repite todos los días —o en que se repite todos los días— la obra entera de la redención. De manera que todo lo que estamos viviendo durante estos ciclos litúrgicos, de Adviento a Epifanía, de Miércoles de Ceniza a Pentecostés, y luego las fiestas que van saliendo durante el tiempo ordinario, está presente cada día, en cada celebración y, por consiguiente, en cada momento para nosotros, porque en cada celebración estamos ofreciéndonos con Cristo y recibiendo la acción de Cristo, que se ofrece con todo su cuerpo místico2.

Un modo de reflexión, partiendo del Misal, puede ser ir viendo cómo en esta acción litúrgica principal se manifiestan actuando el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y el católico —como miembro de la Iglesia— y, por tanto, la Iglesia entera. No es más que ir viendo cómo se manifiesta esto en los mismos textos. Incluso en la cantidad de signos que hacemos. Por ejemplo, el simple hecho de una serie de inclinaciones o genuflexiones tienen su significado, no son solo palabras, sino signos, que son también signos de actos nuestros.

Otro modo sería recoger lo que es la sustancia del sacrificio sacramental partiendo de la Revelación y de la teología y ver cómo se expresa en el Ordinario de la Misa.

Pero lo que voy a hacer es más modesto. Es, simplemente, seguir los textos y hacer unas cuantas observaciones parándome y extendiéndome en alguna frase para profundizar más. Porque si entendemos lo que la Iglesia quiere decir en los textos, cuando los escuchemos en la celebración los viviremos personalmente, y nuestra participación será fructuosa. Precisamente esta es la intención de la Iglesia hoy —a partir del Concilio— poniéndolos en los idiomas accesibles al público, para que los asistentes puedan participar también conscientemente no solo en la sustancia del misterio, sino en lo que están diciendo y en lo que se está haciendo. La prueba está en que han quedado menos oraciones en silencio y que, cuando interviene el pueblo de una manera expresa y externa, lo hace para manifestar que está en conformidad, que está incorporado a lo que está haciendo el sacerdote y lo está haciendo con él, a su nivel. Pero es necesario que se dé cuenta. Recuerdo siempre que en la constitución sobre la liturgia (Sacrosanctum Concilium), de cuatro veces que se califica la actitud del que participa, tres se dice la palabra «consciente». Démonos cuenta de lo que decimos.

Tengamos en cuenta además una práctica muy recomendada en la historia de la espiritualidad. Se trata de las jaculatorias, es decir, de las oraciones vocales breves, pero reiteradas a lo largo del día. Porque si uno coge la bendita costumbre de tomar alguna de las frases del Ordinario y usarla como jaculatoria, entonces obtendrá dos beneficios por lo menos.

Primero, al iluminar esas jaculatorias algún momento de su vida, las habrá hecho vida en él, y así, cuando llegue a la celebración, simplemente al enunciarlo, le estará haciendo revivir actitudes vitales de momentos importantes de su vida, porque haya evitado una tentación o porque haya estado más fervoroso.

Y, en segundo lugar, al revés: cuando llegue cualquier momento, si realmente dice esas palabras como algo suyo —pero algo que es muy suyo, porque es de la Iglesia—, precisamente está haciéndose consciente más fácilmente de que en ese momento él mismo está participando realmente de la Eucaristía que se está celebrando donde sea, probablemente en muchos sitios a la vez. Supuesto esto, vamos con los textos3.

1 Charlas dadas por el Venerable José Rivera, en el Curso de Espiritualidad 1986-1987, en Toledo.

2 Don José vivió con muy especial estima la Misa a lo largo de toda su vida. Escribe: «Particularmente estimar la Misa y la bendición: mis dos encuentros diarios con Cristo» (Diario, 3, año 1961).

3 Don José meditaba con frecuencia el Ordinario de la Misa como alimento de su vivir diario. Y lo hacía como veremos en algunos ejemplos, desde diversas perspectivas según el tiempo litúrgico o el punto de meditación del momento. Eso mismo aconsejaba a los dirigidos, como también aparece en sus cartas. Por eso, a lo largo del texto de estas charlas, vamos a añadir otros textos de su Diario que iluminan admirablemente este tema, como el siguiente:

«Como no estoy en disposición de contemplaciones hondas, he aprovechado para repasar el Ordinario de la Misa fijándome en las alusiones a la santidad, a la elevación al nivel sobrenatural. Anoto las más explícitas, con formulaciones diversas.

En el nombre del Padre […]. Es ya una indicación de destino. Vamos hacia las personas divinas, inaccesibles en el nivel natural humano, impulsados por ellas mismas.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo. Equivalente al venga a nosotros tu Reino.

Dios todopoderoso […] nos lleve a la vida eterna. Todas las invocaciones en que llamamos al Padre santo o celestial.

Y lo mismo a Cristo en el Gloria: tú solo santo.

Credo: la Iglesia santa; creemos la resurrección de la carne y la vida eterna. Pan de vida; bebida de salvación. […] eius efficiamur divinitatis consortes (haz que compartamos la divinidad). Santa Iglesia (respuesta al Orad hermanos). Venga a nosotros tu Reino. Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. Haec commixtio et consecratio […] fiat accipientibus nobis in vitam aeternam (esta mezcla y consagración […] nos aproveche para la vida eterna). Corpus, Sanguis […] in vitam aeternam (el Cuerpo, la Sangre […] para la vida eterna). Remedium sempiternum (Para la vida eterna).

Del “Canon III”: das vida y santificas todo. Santifica estos dones. Sacrificio santo. Gozar de tu heredad. Tu Iglesia, peregrina en la tierra […].

Así cada Misa, según los textos que la Iglesia nos ofrece, está cuajada de alusiones a ese otro nivel y, consiguientemente, debe levantarnos a él; ¿cómo, entonces, celebrando cotidianamente, puedo yo proseguir caminando tan bajo?» (Diario, 269).

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