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PRÓLOGO

UNA MIRADA RETROSPECTIVA a los acontecimientos históricos de nuestro siglo permite reconocer tres hechos de enorme importancia que, en primer término y de forma directa, conciernen al contexto europeo, aunque han tenido y siguen teniendo una fuerte repercusión en la historia mundial.

En primer lugar, se deben mencionar los cambios tanto internos como internacionales del mapa europeo, consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Esta causó el derrumbamiento de las monarquías en Europa Central, el fin de la Rusia zarista y la reorganización de todo el continente según el principio de los Estados Nacionales, principio que, sin embargo, ante un examen detenido, se muestra obsoleto y esencialmente inadecuado para fundamentar el nuevo orden mundial de la paz. A la Segunda Guerra Mundial siguió la división de Europa y del mundo en dos bloques de potencias contrapuestas entre sí: el marxista y el capitalista liberal. Ahora que el siglo llega a su fin, hemos sido testigos de la descomposición de la ideología marxista y de la estructura de poder creada por ella.

La peculiaridad de este tercer cambio reside en el hecho de haberse realizado pacíficamente y casi sin derramamiento de sangre, solo bajo la acción de la descomposición interna de un sistema y de sus presupuestos culturales, en virtud de la fuerza del espíritu y no por medio de la violencia política o militar. En esto se fundan tanto la esperanza como la peculiar responsabilidad que acompañan tales hechos, cuyo reto está lejos de haberse extinguido.

Liberalismo y marxismo coincidían en negar a la religión tanto el derecho como la capacidad de plasmar la respublica y el futuro común de la humanidad. En el transcurso, rico en agitaciones, de la segunda mitad del siglo, la religión ha sido redescubierta como una fuerza inalienable de la vida individual y social, y se ha puesto en evidencia que el futuro del género humano no puede ser planeado ni construido a espaldas de ella.

Este proceso resulta alentador para la fe, pero no es posible ignorar los peligros que le son inherentes, entre los cuales se destaca el intento de involucrar a la religión en las contiendas políticas y en las discusiones ideológicas. En esta situación existe un deber ineludible, tanto para el teólogo como para el pastor de la Iglesia: entrar en el debate sobre la auténtica comprensión del presente y del camino hacia el futuro, para ilustrar lo que pertenece al ámbito específico de la fe y, al mismo tiempo, a su obligación de orientar la vida política en todo aquello que le incumbe.

En los últimos años he recibido numerosas invitaciones para intervenir en debates sobre el tema de la relación entre la Iglesia y el mundo. En la mayor parte de los casos, los temas eran formulados por los anfitriones y giraban en torno a problemas que, en cada situación concreta, parecían particularmente acuciantes. Este volumen recoge los trabajos más importantes surgidos de estos encuentros. Al considerar la enorme resonancia que estos han hallado entre quienes los han escuchado en los sitios más diversos, me atrevo a esperar que estos breves ensayos consigan decir algo al creyente y a aquellos que dudan, y puedan responder a los desafíos que plantea nuestro difícil presente histórico.

Joseph Ratzinger

Una mirada a Europa

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