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PRÓLOGO

RECUERDO, COMO SI FUERA AYER, el día que atendía la llamada de la Guardia Civil de Tráfico comunicándome el accidente en el que perdió la vida Juan Antonio Pérez López, profesor y director general de IESE Business School. Se cumplen ya 25 años de su fallecimiento y se edita este libro con motivo del congreso internacional, de marzo del 2022, sobre “El futuro de la dirección de empresas: Personas, decisiones y aprendizajes” en memoria del profesor.

He tenido permanentemente en mi despacho un ejemplar de la primera edición de Teoría de la acción humana en las organizaciones. La acción personal (1991) llena de anotaciones que recogían, en muchos casos, afirmaciones que quería debatir con Juan Antonio. Y, sí, algunas las pude debatir; otras, simplemente, las discutí… porque se hacía imposible no saltar a la discusión. Quien haya tratado al profesor sabrá de su rapidez, profundidad, claridad de visión y su vitalidad y, entenderá esta imposibilidad de delimitar, con precisión, la frontera entre debate y discusión.

Cuando conocí a Juan Antonio Pérez López yo había terminado mi doctorado en Ingeniería Civil y mi vida profesional estaba circunscrita a ese ámbito. Nunca pensé que acabaría trabajando en el IESE… y menos aún que tendría el honor de prologar una edición de este libro. Tampoco podía prever que ese torrente de pensamiento acabaría truncado por un desafortunado accidente de circulación, ni que sería yo quien recibiera la llamada aquel fatídico 2 de junio de 1996.

Para quien haya leído este libro y, en especial, para quien haya conocido al autor, sabrá que es imposible resumir la teoría del profesor Pérez López. Sin embargo, el mismo autor, en la penúltima página de aquella primera edición escribe: «El resumen de todo ello podemos expresarlo en una sencilla fórmula que sintetiza toda nuestra investigación y constituye nuestro Tercer Teorema: …».

No me atrevo a recoger la redacción del teorema, porque darle un marco requeriría escribir desde la página 1 hasta la 299, en la que se plasma la formulación. Además, rompería el encanto de todo el tratado, algo parecido a contar el final de una novela a quien la acaba de tomar en sus manos. Sí me atrevo a recoger las últimas dos frases del teorema, algo parecido a un corolario: «En el límite, la unidad entre motivación espontánea y potencial es completa. El impulso espontáneo es máximo para la acción óptima».

Poniéndolo en contexto: dado un cierto proceso de aprendizaje, la acción a la que conduce la espontaneidad del directivo coincide con la acción óptima.

Pero siguiendo a un clásico: «Todo paraíso tiene su serpiente», el aprendizaje positivo se opone al aprendizaje negativo. Ambos extremos son posibles. Es posible tender hacia lo óptimo, cada vez con mayor acierto y menor esfuerzo (hacer el mayor bien, mejor), o, derivar hacia lo pésimo, igualmente con mayor acierto y menor esfuerzo (hacer el máximo mal, mejor). Estamos hablando de la virtud y del vicio, respectivamente. Hábitos operativos que se conforman mediante la repetición de actos.

¿Cómo hacer el bien, bien? ¿Cómo no hacer el mal, bien? ¿Cuál es la naturaleza de la acción personal capaz de conducirnos a esos dos extremos? El autor lo explica en este libro.

Sin embargo, sería un error adjetivar de pensador sesudo al autor; eso solo podría ocurrir tras la lectura frívola del que se quiere demostrar capaz de acometer esa travesía. Este mismo autor era el que disfrutaba intensamente de la conversación con un amigo, con un alumno o participante, se emocionaba cuando le regalaban un puro Cohiba Lancero o un queso Flor de Esgueva, se enfurecía cuando le obsequiaban con un libro de vinos en vez de con un buen vino, y esperaba, cada año, la olla de fabes con marisco que le preparaba un gran amigo —realmente, dos ollas: una muy picante y otra más suave, para quienes no le pudieran seguir—.

Juan Antonio recordaba que, cuando dejó el hogar familiar para ir a la universidad, su padre le aconsejó que solo bebiese vino bueno. Y contaba que la intención de su padre era que, siendo caro el vino, aquel hijo suyo bebiese menos.

Estamos ahora en condiciones de asegurar que Juan Antonio, entre otras facetas, tenía la de ser un optimista “esférico” —como diría él—, o lo que es lo mismo, desde cualquier punto de vista. Su Tercer Teorema, en esencia, nos dice que lo importante de la toma de decisiones, más allá de la eficacia y la eficiencia, es asegurar el aprendizaje positivo. En su modelo, importa menos el estado actual que el afianzar la mejora. Dicho de otro modo, importa menos la velocidad que la aceleración porque asegurando la aceleración es cuestión de tiempo llegar a una alta velocidad. Por eso, el profesor Pérez López bromeaba diciéndonos que, si le queríamos encontrar en el cielo, lo buscásemos pilotando una nave intergaláctica. Lo decía con esa agudeza suya porque donde lo hallaríamos sería adentrándose en el conocimiento de la Santísima Trinidad. De hecho, en la primera edición, acababa el texto en la página 300 y murió el día de la Fiesta de la Santísima Trinidad.

Sorprendentemente, creo que se utiliza en el aula solo una pequeña parte del conocimiento del profesor. Con mencionar la motivación intrínseca, extrínseca y trascendente; los conceptos de eficacia, eficiencia y consistencia, hay quien se considera experto conocedor de su teoría. Pero hay mucho más. Para descubrirlo, corresponderá al lector “interiorizar” este libro.

Existe otro ámbito de contribución de Juan Antonio: el de saber cuál es la misión de cualquier escuela de dirección de empresas que busque obrar legítimamente, llegando incluso hasta el estudio de la metodología docente y del perfil del profesorado. Es justo ahí donde se descubre el sentido más profundo del método del caso, algo que también investigó y transmitió el profesor. Así, con igual pasión incursionó en otros ámbitos del saber que no corresponde tratar aquí.

Juan Antonio estaba enamorado del IESE, pero también de todas sus escuelas asociadas. ¡Con qué ilusión viajaba por todo el mundo para colaborar con ellas! Así como, ¡con qué pasión contribuía a la formación de sus profesores!

Espero que este congreso suponga un hito en la profundización y propagación del conocimiento de Juan Antonio Pérez López, y que provoque asimismo una reunión entrañable de todas las escuelas asociadas al IESE.

Aquí termino este prólogo, deseando al lector una buena singladura y compartiendo un nuevo corolario que evidencia el sentido del humor y la sabiduría práctica de dos titanes. El profesor Pérez López sucedió al profesor Fernando Pereira como director general del IESE. Y, contra lo que dicen los manuales, mantuvo a Fernando en el Consejo de Dirección de la escuela. Contaba Fernando que, al preguntar a Juan Antonio por qué actuaba en contra de las recomendaciones, este le contestó: «Porque eres un predictor inverso y una figura así tiene un valor incalculable para el gobierno de una institución». Dejo al lector la tarea de entender todos los matices que se desprenden de este diálogo entre un Actuario de Seguros y un Ingeniero de Caminos.

JAUME ARMENGOU

Secretario General del IESE, University of Navarra

Teoría de la acción humana en las organizaciones

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