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PRÓLOGO

Comencé la redacción de este libro en enero de 2020 y lo finalicé un año y medio después, es decir que fue escrito durante la pandemia. Sin duda, fue el momento de una experiencia inusitada porque la vida transcurrió entre la atmósfera paralizante de una cuarentena impuesta por razones de salud y los más insólitos temores provocados por la difusión pública de variadísimos relatos científicos y muchos otros de veracidad sospechosa pero no menos inquietantes. El juicio racional y meditado fue quebrado por el enojo de gran parte de la sociedad argentina por querer comprender el tiempo de esa extraña experiencia sin poder encontrar culpables ni explicaciones convincentes. Lo cierto es que desde aquella circunstancia, en que el virus obligó a limitar la libertad de movimientos en gran parte del planeta y en casi todos los niveles sociales, nunca más podremos volver a imaginar la vida con la cándida serenidad de un futuro cuyo progreso creíamos asegurado.

Pero lo más insólito es que esta experiencia haya sucedido en momentos en que tiene lugar en el mundo, a nivel planetario, una mutación que transformará vastos sectores de la vida social, la tecnología y la cultura.

La naturaleza del trabajo que inicio ahora es muy distinta de la que me permitió escribir mis anteriores libros de historia o política internacional, donde los contenidos estaban sustentados en documentos, artículos o biografías, tradiciones orales y testimonios que me sirvieron para relatar una historia de la realidad pasada e inamovible. Fueron libros de historia o interpretación literaria, salvo el Saber ser (2018), donde realicé un recorrido por la sabiduría universal alrededor del tema de la formación del ser humano.

En este prólogo me estoy refiriendo a un libro que describe una interpretación de la realidad del mundo actual y de la evolución de acontecimientos políticos, científicos y aun psicológicos, cuya dinámica de cambio es incesante. No pretendo tener la única hipótesis de verdad, pero me he apoyado, desde la soledad de mi biblioteca –donde permanecí rodeado de libros–, en la consulta de una extensa y actualizada bibliografía, en las opiniones de especialistas, en los informes de institutos de investigación, y en el acceso facilitado por las nuevas tecnologías a otras fuentes de información. Mis conocimientos e intuiciones personales completaron la información a la que accedí para describir la realidad.

El mundo que abarqué también incluye opiniones sobre la Argentina, aunque estas sean limitadas y fragmentarias, pues mis opiniones superan esa realidad.

Si bien mis fuentes informativas de hechos políticos y sociales, datos científicos y construcciones intelectuales son contemporáneas o actuales, no he podido abstraerme de la matriz cultural que alimentó mi formación profesional y mis preferencias por las creaciones literarias y filosóficas que jalonan la historia universal o la epopeya argentina. Tuve en cuenta las enseñanzas y experiencias tanto de Tucídides en la Antigua Grecia como la propuesta de Giovanni Pico della Mirandola, el florentino que en 1486, a los 23 años, publicó Conclusiones filosóficas, cabalísticas y teológicas, más conocido como “Las 900 tesis”, que tenía como prólogo una obra maestra, el famoso “Discurso sobre la dignidad del hombre”. Abrevé también en el Sermón de la Montaña del Nuevo Testamento y en algunas de las cartas, donadas a la Universidad Hebrea, que escribió Albert Einstein a su adorada hija.

Este libro no está enfocado específicamente en la Argentina, aunque no he podido olvidar muchos testimonios liminares sobre nuestra experiencia nacional. Recordaré la confesión del general José de San Martín que consta en una carta que le escribió a su amigo el general Tomás Guido, fechada en Montevideo en febrero de 1829: “[…] siento los males de nuestra patria estoica […]”. También la carta que Juan Manuel de Rosas le escribió al general Facundo Quiroga el 20 de diciembre de 1834, que se llamó posteriormente de la Hacienda de Figueroa, donde aquel le explica al caudillo riojano su visión de la situación política de la Confederación Argentina; o el magnífico libro El juicio del siglo, de Joaquín V. González, donde afirma que la ley histórica de la Argentina “es la discordia” y que el pueblo argentino es víctima de esa “hidra feroz”. Tampoco puedo dejar de admirar el júbilo con que Rubén Darío nos saludó, al celebrarse el Centenario, en su Canto a la Argentina: “Salud patria que eres también mía, porque eres de la humanidad”.

Estoy convencido de que no es posible emitir un juicio sobre la actualidad, en el vacío de todo valor moral.

Este libro trata de abrir un juico sobre cambios políticos, tecnológicos y culturales que están llevándose a cabo en este comienzo del siglo XXI a nivel mundial pero, sobre todo, intento interpretar su sentido y señalar sus consecuencias sobre la vida del ser humano. Como afirmaba el filósofo español José Ortega y Gasset, es un privilegio estar viviendo en un momento en que ocurre “un recodo de la historia”.

Una nueva revolución tecnológica se ha instalado en el corazón de la vida social de casi todos los países, provocando en la conciencia de los pueblos un profundo asombro que por momentos se transforma en incertidumbre y, a veces, en temor ante transformaciones cuya sucesión es difícil de prever.

Como nunca antes en la historia, la revolución tecnológica ha adquirido una dimensión invasiva sobre aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos e intelectuales del ser humano.

Las aptitudes de la inteligencia cognitiva serán un patrón de medida para la selección de dirigentes en muchas actividades que no dejarán de ampliarse tanto en el mundo desarrollado como en los países en vías de desarrollo (PED). Sin embargo, es necesario evitar la tentación de querer someter a las sociedades al imperio de la tecnología y de la inteligencia cognitiva, porque ello sería discriminatorio para los que no tienen esas habilidades. A mi juicio, no debemos encandilarnos con la inteligencia y la tecnología al punto de socavar las bases de igualdad que fundamentan la sociedad democrática, sin privilegios de clase ni de nacimiento. Todos deben participar en una sociedad democrática según sus capacidades y esfuerzos.

El futuro cercano nos permitirá evaluar la profundidad de los efectos de la revolución tecnológica sobre la vida humana. No vale la pena establecer hipótesis sobre lo que podría avizorarse en un futuro próximo. Este libro plantea en parte esas conjeturas.

Al mismo tiempo, en muchos lugares del planeta puede percibirse que está emergiendo una nueva conciencia social en grupos humanos que plantean con insistencia un pleno reconocimiento de su dignidad, como si hubiera llegado el mítico momento de completar una larga maduración de la humanidad.

A través de una participación que supera los canales de la democracia liberal tal como se ha practicado tradicionalmente, es posible percibir en el aspecto político una creciente resistencia a las arcaicas prácticas de gestión pública en manos de elites sin convicciones morales ni preparación profesional. Es como si se tratara de responder a las expectativas de un proceso de maduración de la humanidad. El bien común debe imponerse a los intereses individuales y satisfacer nuevas expectativas, como ser la mejor calidad de gestión de recursos y bienes públicos, la defensa de políticas gubernamentales que respeten la preservación del medio ambiente, la promoción de la justicia social y una más equitativa distribución del ingreso, y el pleno respeto de los derechos humanos. Se trata, de algún modo, de restablecer las utopías colectivas que plantearon poetas, intelectuales y místicos sobre la justicia, el bienestar y la libertad de los individuos y sus familias, en un contexto nuevo de pluralismo sin discriminación ni marginación social.

Sucede que ambas mutaciones, la tecnológica y la social, enfrentan la misma paradoja. Se plantean como una tensión de caminos posiblemente alternativos: facilitar la felicidad humana, la libertad y, en general, el bienestar a todos los niveles en la sociedad democrática, o utilizar la dinámica de cambio a favor de estructuras de poder –o concentración de autoridad– que representan intereses ideológicos, políticos o económicos u objetivos de control y dominación de unos grupos sociales sobre otros.

Quizá sean los cambios políticos o sociales los que se presentan con mayor incertidumbre. El deterioro de las democracias, comprobado en varios países, la crisis de la representación y las oposiciones entre concepciones diferentes en materia de políticas públicas, nos enfrenta a un proceso no carente de tensiones y quizá de violencia en muchas partes del mundo. La resolución de conflictos sociales no ha sido fácil de encontrar, y los años que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial, con sus numerosas crisis, enfrentamientos y violencia en muchas partes del mundo, son prueba de ello. Estos antecedentes no auguran un porvenir muy pacífico, si las elites que conducen el mundo no se avienen a satisfacer estas expectativas.

La democracia es celebrada como virtud y defendida con pasión como un mantra frente al autoritarismo. No obstante, es atacada por quienes la consideran un instrumento al servicio de las oligarquías y, desde las trincheras liberales, porque ven en ella un peligro populista acicateado además por la demagogia.

La democracia, como sistema de gobierno, experimenta actualmente tensiones con los grandes grupos de poder que responden a intereses globales no territoriales. Esta tirantez se manifiesta sobre todo a nivel económico entre el bien común de un Estado de bienestar y los intereses de un enfoque más individualista; en cierta forma, el poder que se manifiesta a nivel global se separa cada vez más de la política que es territorial.

Observamos con inquietud que grupos autoritarios, encubiertos con una falsa legitimidad, utilizan las nuevas tecnologías para el control y la vigilancia de las poblaciones más vulnerables y sumisas. Con mecanismos oscuros y ocultos, controlan la opinión, condicionan la libertad de consumo y el voto en las elecciones, y hasta ejercen censuras en espacios donde el libre albedrío debería estar garantizado por las libertades constitucionales. Algunos sistemas políticos sin eficientes resguardos para defender las libertades, expuestos al encantamiento del dinero, o sumisos al espejismo del poder, permiten a elites sin prejuicios, arrogantes y ambiciosas utilizar nuevas técnicas para manipular en su beneficio la evolución biológica y cultural de vastos sectores de la población.

La era digital a la que hemos ingresado ha desarrollado una adicción a la acumulación de datos, que los Estados o los privados utilizan en su beneficio, invadiendo la vida de individuos o familias. He inventado un vocablo para designar esta avidez: “dataísmo”.

Una malla de informaciones, administrada por el Estado o entidades privadas, intenta controlar y vigilar a los ciudadanos condicionando su libertad o manipulando su libre elección como consumidores, actores políticos o emprendedores culturales, imponiendo límites a su accionar o sometiéndolos al imperio de poderes cuyas intenciones se desconocen.

La ecología del planeta Tierra, el Estado, la economía y el orden internacional son las principales plataformas de una disidencia que aún no ha sido conciliada por una concertación política, sin duda necesaria luego de tantos conflictos y violencias.

En este libro se sostiene el criterio de una visión integrada a la globalidad de la salud del planeta Tierra. El papa Francisco ha planteado la urgencia en salvar la “casa de todos” frente a un deterioro que ya amenaza la vida humana. Hace más de ochocientos años, desde su humilde sabiduría, San Francisco de Asís, en el Cántico de las criaturas, nos dejó las más sublimes alabanzas hacia las creaciones de este mundo; hacia el “hermano viento”, hacia la “hermana madre Tierra”.

Somos parte de la naturaleza –un axioma evidente pero con frecuencia olvidado– y, por lo tanto, la salud humana y el clima están íntimamente conectados. Tres cuartas partes de los patógenos humanos provienen de los animales, por eso la preservación de la salud humana no puede hacerse sin incorporar la integralidad de la Tierra. La Tierra grita. ¡Y la salud padece! Debemos responder al desafío de la salud partiendo de la unidad biológica de nuestro planeta.

El leviatán, que fue el monstruo bíblico con el que Thomas Hobbes representó al Estado, es el centro de un debate central en la lucha de poder entre quienes, con teorías del neoliberalismo, pretenden reducirlo, y los que le asignan un rol importante para compensar y equilibrar las distintas fuerzas económicas y de poder que se manifiestan en las sociedades.

El Estado garante de las libertadas ha sido desacreditado por la corrupción en muchos países. En la Argentina, el Estado se ha transformado en el “botín de guerra” de las luchas políticas que intentan dominar a la sociedad.

Esta discusión va en paralelo con las doctrinas económicas que asignan al individualismo el papel de distribuir recursos e ingresos en las sociedades, y las que creen en un Estado que debe enfocarse en las soluciones económicas desde la centralidad del concepto de bien común y articular desde allí políticas que promuevan el bienestar por encima de la simple eficiencia o rentabilidad del funcionamiento de la economía.

Desde que Adam Smith publicó en 1776 Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones se ha venido discutiendo, sin lograr coincidencias, sobre la mayor o menor libertad para los actores económicos, el papel que debe jugar el Estado y, en general, la forma de distribuir las riquezas y/o la producción.

La pobreza y las megarriquezas constituyen, junto con el deterioro ecológico, uno de los grandes desafíos del mundo en la actualidad. En este libro destaco que esa desigualdad no es el fruto de la falta de capacidad de los rezagados, como si tuvieran la carga de padecer una “molicie cultural”, sino la consecuencia de políticas nacionales e internacionales que la han provocado.

También sostengo que la mutación que experimenta el mundo es un momento propicio para pensar e imaginar el camino de un desarrollo con un objetivo que considero central para la dignidad humana: el bienestar.

En el capítulo V, “El mito de la abundancia”, propongo una revisión del enfoque económico. Creo que el mundo está en tránsito hacia un tiempo de compasión, imaginando el camino hacia un desarrollo humanista; expreso textualmente lo siguiente: “Así como las ideologías han mutilado la fluida emoción de la aventura de vivir, las doctrinas económicas han cercenado el enfoque de las políticas gubernamentales que de la gobernanza de seres humanos han pasado a ocuparse principalmente de la administración de las cosas”.

En cuando al orden internacional establecido al finalizar la Segunda Guerra Mundial a partir de la Carta de San Francisco y los acuerdos de Bretton Woods y posteriores, analizo el funcionamiento del sistema de seguridad colectiva, la quimera de un orden monetario que no fue y los intentos por instituir un sistema de intercambios más favorable para el desarrollo de todos los países, grandes y pequeños.

La conclusión es que las reglas políticas y económicas no fueron respetadas ni antes ni después del fin de la Guerra Fría. A casi treinta años de su creación, la Organización Mundial del Comercio (OMC) se ve cuestionada por los grandes países –los subsidios agrícolas que distorsionan los intercambios ascenderán este año a más de 700 mil millones de dólares en los Estados Unidos y la Unión Europea– y la sempiterna confrontación entre sociedades ricas y comunidades en vías de desarrollo ha vuelvo a resucitar.

Los arsenales atómicos que durante tantos años se intentaron reducir yacen en la serena seguridad de sus depósitos subterráneos. Son más de 14 mil vectores, de los cuales 1800 están en estado de alerta. Y Gran Bretaña, en medio de la pandemia, acaba de decidir un aumento del 40% de su arsenal atómico. Jamás los ejércitos tuvieron tantos efectivos como en la actualidad. A este armamentismo mundial deben sumarse los ciberataques perpetrados por grupos delictivos privados y por hackers al servicio de algunos Estados, que han generado una permanente tensión entre gobiernos e inquietante inseguridad a nivel de las empresas privadas. Una agencia especializada en ciberseguridad afirma haber detectado más de 65 mil ataques cibernéticos durante el año 2020.

El orden mundial creado a partir de la Carta de San Francisco está esperando que aparezca una nueva utopía de paz y seguridad en un mundo que quizá navegue a la deriva.

En algunos países de Occidente o tributarios de una cultura de tradición occidental, grupos importantes de la población están “deconstruyendo” los valores, el Estado de derecho y los principios, así como las costumbres que rigen la vida social que son un sedimento heredado de generaciones anteriores. Como señalo en el libro, esta dinámica de cambio está proponiendo posturas multiculturales, que relativizan los valores y las creencias, interpretando bien lo que el filósofo polaco Zygmunt Bauman ha denominado la “sociedad líquida”, donde todo flota, nada es estable y se propugna un Estado que rompa con la adhesión a una ética pretérita. El impulso central de esta tendencia avanza hacia la deconstrucción de conceptos de verdad sobre los que se basaba todo razonamiento. De imponerse, ello tendrá un enorme impacto en la educación y en la cultura que se transmite a los jóvenes.

Muchos han olvidado que “toda vida verdadera es un encuentro”, como decía Martin Buber. En las culturas actuales estamos en presencia de un narcisismo ególatra generalizado, que se observa muy bien en política y en el mundo del entretenimiento.

La creaciones estéticas, filosóficas y religiosas brindaron al ser humano un inmenso vergel de riquezas para su enseñanza y solaz. Un pueblo sin historia, sin símbolos, amnésico, está totalmente condenado a su atonía.

Una sociedad dominada mediáticamente por un espíritu liviano y jocoso, donde los mayores parecen adolescentes, ha erigido en dioses a personajes de ficción que, como juguetes de un shopping, se han transformado en héroes de historieta. A veces parecería que en algunos medios todo se toma a “la chacota”.

Sin dejar de respetar las posturas que tienen un evidente valor en muchos ámbitos, quiero destacar que el imaginario del rico patrimonio de nuestra cultura no es una creación artificial y caprichosa, sino que responde a las profundas raíces que ha desarrollado el ser humano a lo largo de su existencia en la Tierra en busca del logro de su felicidad, de su completitud, que no es jugar a la mancha o resolver acertijos.

En este libro se valora la cultura del arraigo, posición que es sostenida por muchos pensadores de todos los continentes y épocas. El ser humano debe evolucionar a partir de lo logrado o emprender una aventura que no se sabe adónde va. Las fábulas, la sabiduría popular, las canciones folclóricas que se transmiten desde los tiempos antiguos, los valores, revisados y cambiados, estatuidos como el Código de Babilonia, de Egipto, el Antiguo Testamento, o el Ramayana y la épica de las cosmogonías de Oriente, como Las mil y una noches, o la poesía del Renacimiento europeo y tantas otras tradiciones populares, forman parte de ese patrimonio que alimenta la conciencia colectiva. En la Argentina, los estribillos patrióticos, la poesía gauchesca y la gran literatura han inculcado conductas y universos estéticos que enriquecen la vida humana.

Todos los fenómenos comentados y otros, como el avance de China, civilización que ocupará el eje central que tuvo Europa desde el siglo XIV, se potencian en el escenario de la globalización a partir de la cual lo que se piensa sucede y se proyecta en el espacio transnacional, es transmitido desde cada rincón del planeta para enriquecer nuestra capacidad de comprender, conocer y aprender.

En este trabajo esbozo algunas conclusiones que pretenden romper la incertidumbre que plantea el presente. El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que seamos capaces de soñar y hacer hoy. Al final del libro invoco esa ambición sagrada a la que se refirió Pico della Mirandola al principio del Renacimiento, y que consiste en que la suerte invada nuestro espíritu y nos vuelva “insatisfechos de la mediocridad”, insatisfechos de ser sumisos frente a los que quieran dominarnos, que no nos sometamos al determinismo de las cosas.

Al final, lo digo con convicción: nada podrá llevar al ser humano a renunciar a la completitud de su condición esencial, a su deseo de superación moral, a su necesidad espiritual. La excelencia humana prevalecerá.

JUAN ARCHIBALDO LANÚS

Buenos Aires, julio de 2021

Libertad o sumisión

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