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PRESENTACIÓN

TIENES EN TUS MANOS, LECTOR, un libro sobre la santa Misa escrito en el siglo XVII, que conserva la fuerza del amor y la piedad que le hicieron nacer.

Su autor, el cardenal Juan Bona, teólogo y escritor ascético, nace en Mondovix, en el Piamonte, el 12 de octubre de 1609. A los 16 años ingresa en la Congregación de Feuillants, reforma dentro del Cister iniciada en la abadía de ese nombre. Estudia Filosofía y S. Teología en Roma; y de tal manera se distingue por su ciencia y su piedad, que su Orden le confía por tres veces la carga de Superior General, y el papa Clemente IX le honra con la púrpura cardenalicia. Muere santamente en Roma el 28 de octubre de 1674.

Fue hombre de mucha humildad, manifestada en todos sus escritos. A una felicitación recibida con motivo de la publicación de su obra Manuductio ad coelum, el cardenal responde: «No me reconozco en el retrato que habéis hecho de mi persona. Si me juzgáis por mi Manuductio ad coelum, me siento en la obligación de desengañaros: si en mi libro yo he pintado a un hombre admirable, el pintor no es más que un pobre hombre».

Su vida y su obra son luz clara en medio de la oscuridad producida por el quietismo en muchos espíritus de la época, antes de que la Iglesia hubiese condenado los errores de Molinos.

La espiritualidad de Bona es litúrgica, ascética y mística. Entiende claramente el papel central de los oficios litúrgicos en la vida espiritual. De esta manera, él quiso enseñar a todos los sacerdotes la excelencia de la recitación del Oficio divino y de la celebración de la Misa, y proporcionarles una serie de reglas prácticas para ejercerlos santamente.

Otra característica de la espiritualidad de Bona —y sus escritos los dirige a todos los fieles, «a todos los elegidos de Dios en el mundo entero»— es la importancia que da en la vida espiritual a las aspiraciones, oraciones vocales muy cortas, jaculatorias, por las cuales el hombre se eleva hasta Dios en cualquier momento. Estas oraciones son como alas que pueden elevar al alma a las más altas cimas de la unión con Dios.

Entre sus obras de espiritualidad destaca este Tractatus asceticus de Sacrificio Missae, que la colección Neblí edita en castellano[1].

El autor justifica ampliamente su intención al escribir el libro en la Advertencia que le sirve de preámbulo. No es un tratado acerca de la teología o la liturgia de la Misa, sino un conjunto de consideraciones nacidas de su estudio y de su experiencia ascética, y dirigidas a fomentar la rectitud, la atención y la devoción del sacerdote y de los fieles al acercarse cada día al altar de Dios. En el pequeño libro se incluyen muchos ejercicios salidos de la abundancia del corazón para encender la devoción personal, con la esperanza de que el Espíritu Santo enseñará otros medios más sublimes.

Porque la santa Misa es el acto central de la vida de un cristiano. Quizá no hemos comprendido la exactitud y la profundidad de la definición vulgar que se da del cristiano cuando se dice: «Es un hombre que va a Misa»; o del sacerdote: «Es un hombre que ofrece el Santo Sacrificio».

La Misa, Sacrificio y Sacramento, es el centro de atracción y de eficacia de la Iglesia y de nuestra vida personal.

Como Sacrificio, sustancialmente el mismo que el del Calvario, requiere la incorporación de toda la Iglesia y, por tanto, de cada uno de nosotros a Jesucristo como Sacerdote y como Víctima: ofrecer a Cristo y ofrecerse con Cristo. Decía san Agustín que el sacerdote —y podríamos añadir que todos los fieles— es a la vez oferente y cosa ofrecida. Todos los actos de nuestra vida, los grandes y los más pequeños en apariencia, deben integrarse en la santa Misa como se funden con el vino esas gotas de agua que el sacerdote echa en el cáliz para convertirse luego en la Sangre de Cristo. Todos nuestros días quedan así incorporados en la Misa cuando los colocamos en la patena junto a la hostia que ha de ser consagrada.

En este sentido, el santo Padre Pío XI escribía en la Encíclica Miserentissimus Redemptor estas palabras: «Con este augustísimo Sacramento debe unirse la inmolación del ministro y de los demás fieles, para que también se ofrezcan como hostias vivas, santas y agradables a Dios. Así, no duda en afirmar san Cipriano que el sacrificio del Señor no se celebra con la santificación debida si no se une a la Pasión nuestra personal oblación y sacrificio».

Inmolación de toda la Iglesia unida a la de Cristo e inmolación nuestra por la que todos nuestros actos son promovidos a la dignidad del sacrificio de Cristo, se incluyen en el plan de la Redención. La santa Misa es el sacrificio de toda la Iglesia unida a su Cabeza por la salvación del mundo.

La vida de Jesús fue un caminar hacia el Calvario. La cruz aparece en la vida de Cristo como la meta de toda su actividad. Si leemos de corrido el evangelio de san Lucas nos daremos cuenta de que el evangelista describe el ministerio del Señor como un lento viaje, un ininterrumpido caminar hacia Jerusalén para allí ofrecerse como victima por todos los hombres.

Así la vida de la Iglesia y la de todos los cristianos está orientada hacia la Misa como a su centro.

Y después de nuestra entrega con Cristo a Dios Padre en el Sacrificio, la entrega de Cristo a nosotros en el Sacramento. Dios vivo se nos da con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. «Quien come mi Carne vivirá por mí», «el Pan que yo daré es mi Carne para la vida del mundo». El mundo necesita a los cristianos, y los necesita ofrecidos y generosamente entregados y distribuidos con Cristo.

Nuestra vida así tendrá forma de Misa, y en ella podremos tener eficazmente «los mismos sentimientos que tenía Cristo»: la gloria de Dios y la santificación y salvación de los hombres.

Que, como pide el autor de este pequeño gran libro, la gracia se vuelque sobre los que quieran aprovechar sus experiencias vividas para encenderse en el amor de Cristo al pie del altar de ese Dios Padre nuestro, que llena de alegría nuestra juventud, una juventud siempre esperanzada y estrenada cada día ante la grandeza del Sacrificio Santo.

JOSÉ LUIS JIMÉNEZ

[1] La traducción ha sido hecha sobre el texto original latino del cardenal Bona, inserto en el volumen 23 de Theologiae Cursus Completus, de varios autores, edición de París 1840 dirigida por J. P. M. (sic) pp. 1302-1366.

El sacrificio de la misa

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