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Prólogo
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¿Cómo establecer la culpabilidad o inocencia de quien, desde el principio de los tiempos, estaba condenado a ser culpable, en el marco de las Sagradas Escrituras que dieron a luz a la religión cristiana, una de las más antiguas y perdurables de las religiones, aquella en la que nos hemos educado y que nos ha gobernado durante siglos?
Lo primero que debería destacarse es la ausencia de datos o puntos de información sobre Judas Iscariote, el discípulo maldito de Jesús, en el NuevoTestamento y en la generalidad de los textos «oficiales» de la Iglesia, con excepción de los Hechos de los Apóstoles.
Judas, para la Iglesia, es la encarnación de un sentimiento repulsivo, designado por su nombre para castigar durante siglos al pueblo judío y necesario para que recaigan sobre él, cual «chivo expiatorio», toda la ignominia e iniquidad de su traición y de la muerte de Jesucristo.
La ausencia de información para el gran público ha dejado en manos de los estudiosos todo lo relacionado con Judas Iscariote y su papel en la historia del Cristianismo. Como dice HenryWansbrough, Judas ha sido durante dos milenios el centro antisemita cristiano, el epítome de la traición y la delación. No obstante, durante el siglo xx ha comenzado a reivindicarse la figura de este discípulo, que habiendo sido uno de los últimos en incorporarse al grupo, y el único que no era de Galilea, fue uno de los predilectos de Jesús, a quien éste le encargó, incluso, la tesorería de la organización.
A pesar de intentos como el de Bill Klassen que afirman y demuestran que en el evangelio mas antiguo (el de Marcos) no se identifica a Judas como traidor ni como ladrón (como lo hace Juan), lo cierto es que para la tradición cristiana, basándose en los evangelios posteriores y en la tendencia antisemita de los intérpretes, Judas es el prototipo universal de la traición. A lo largo de la historia, toda la iconografía cristiana ha representado a Judas de la misma forma, sin hacer reflexión alguna de lo que pudo suceder y sin conceder a aquél posibilidad alguna de «salvación», aunque fuera limitada. «Ser un Judas» o dar «el beso de Judas», durante siglos y hasta nuestros días, es el sinónimo de todo acto de apuñalamiento por la espalda, abusando de la confianza de la víctima.
Judas, el doblemente elegido por Jesús, como discípulo y como ejecutor de su identificación para el prendimiento, enjuiciamiento, ejecución, resurrección y ascensión a los cielos, es el más desconocido de los discípulos, y las versiones que se han hecho de él no le son favorables, hasta la aparición reciente del Evangelio de Judas que, por otra parte, no incide en los aspectos que ahora estamos tratando. Este documento, oculto durante siglos, y del que faltan importantes partes, es el primero que presenta a Judas con una perspectiva totalmente diferente y como un eslabón fundamental hacia la perfección divina.
Sólo Juan, «el más querido» de Jesús, se ocupa con especial detenimiento, pero también con inquina y animadversión, de Judas. No sólo lo tilda de traidor, sino también de ladrón; pero si éste era un ladrón, como afirma Juan, ¿cómo es posible que Jesús, el Maestro, le mantuviera al frente de la administración de las finanzas del grupo, a pesar, sin duda, de las denuncias que al respecto debió hacer Juan? Es llamativo que, durante la vida de Judas, estas acusaciones no existieran y que sea después de su muerte cuando comenzaron los ataques. ¿Por qué no se le expulsó del grupo si era un ladrón o un mal administrador? La respuesta es obvia: no era cierta la acusación de Juan, o al menos no estaba probada, y seguramente se debió más a cuestiones personales que a una realidad fáctica contrastada. Es decir, tal acusación parece más una construcción posterior hecha a la medida del resultado ya conocido, la participación de Judas en la identificación y delación de Jesús a las autoridades judías, para dar más sentido a la personalidad maligna del autor. Pero, obviamente, esto casa muy mal con el hecho de ser apóstol, elegido por Jesús, cuya pureza de alma se le debe presumir. O ¿acaso no le vamos a reconocer a Jesús, Hijo de Dios, el buen juicio para elegir a los que le acompañaban y que tendrían que ser los que propagaran su mensaje y sus doctrinas? En ningún momento Jesús excluyó a ninguno, antes bien, cuando pronunciaba sus discursos y hacía sus admoniciones a los doce apóstoles nunca insinuó ante ellos que quien le traicionaría no podría continuar entre el grupo de los elegidos enseñando su doctrina.
Siempre me ha atraído la figura de Judas Iscariote, el «Gran Culpable», aquel que sin juicio –aunque injusto, Cristo tuvo el suyo, en el que renunció a su derecho a defenderse– estaba ya condenado desde antes de que intuyera que iba a delatar a su Maestro. Su suicidio (no se sabe si por ahorcamiento –evangelio deMateo– o de otra forma: «se reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas» –Hechos de los Apóstoles–) evitó cualquier posibilidad de juicio. Judas, en definitiva, no pudo defenderse. Ninguna defensa consta que se produjera, ninguna justificación lógica para ese acto, en cuya categoría no parece creíble que quepa la del interés económico o de su carácter avaro que muchos le imputan. Más bien, esta versión oficial parece algo simbólico para armar aquella teoría. Por tanto, sólo tenemos como acta de acusación la «firmada» por sus colegas y condiscípulos, con los que, evidentemente en el caso de Juan, no se llevaba muy bien.
Si tuviéramos que juzgar en estos momentos a Judas Iscariote, con todas las garantías procesales, muy probablemente la sentencia sería absolutoria por falta de pruebas o insuficiencia de las mismas. En efecto, partamos de que en aquella época su acción de delación era un acto legal, por cuanto los «nazarenos » o seguidores de Jesús integraban una secta dentro del judaísmo oficial y por ende estaban proscritos, aunque las enseñanzas de Jesús estuvieron consentidas durante casi tres años. Judas, por tanto, fue un colaborador de la Justicia. Pero más allá de la justicia romana o judía, lo que queda claro es que Judas, o no pudo soportar el peso de la culpa de su delación, o fue su arrepentimiento lo que le llevó a poner fin a sus días, sin haber renunciado a las propias doctrinas de Jesús. No existe ningún texto que así lo diga, salvo el recientemente descubierto Evangelio de Judas (editado por Rodolphe Passer, Marvin Meyer y GregorWurst) que avala todo lo contrario al poner de manifiesto y resaltar el papel de Judas entre los discípulos, dada su proximidad a Jesús.
Todo lo anterior me ha llevado a leer con atención el libro de Juan Bosch. Su defensa objetiva de la figura del «apóstol maldito», de su presunción de inocencia (dentro del más lógico esquema democrático de este gran líder político dominicano), es digna de elogio. Su aproximación al análisis científico jurídico de los Evangelios y los Hechos de los apóstoles, nos muestra un espíritu investigativo y reparador, del que ha estado privada la Iglesia Católica desde el mismo momento de su existencia en relación con la figura de Judas Iscariote.
El autor consigue con esta obra, tras una seria investigación, aproximarse a unos hechos ocurridos hace dos mil años, acerca de los cuales es capaz de emitir un juicio acertado, aunque «políticamente incorrecto», lo que avala la seriedad y la consistencia del intento.
En esta obra, Juan Bosch, ofrece un rostro diferente de Judas y sobre todo da un sentido a su existencia, sujetándose para ello al único límite de la lógica y la racionalidad que se desprenden de los elementos disponibles, desnudándolos de todos aquellos aditamentos que la doctrina oficial ha ido colocando para frustrar cualquier otra interpretación. Así, no dudará en poner de manifiesto las contradicciones y demostrar las «falsedades» u «olvidos» en los propios textos cristianos oficiales.
El «gran condenado» ad æternum,social, política y religiosamente y sin posibilidad de redención alguna, se merece un Juicio Justo. Y, la obra de Bosch, evidencia esa necesidad.
II
La acusación es deTraición. Cuando se trata de investigar unos hechos, lo primero que se debe hacer al preguntarse por el autor de esos hechos es determinar el móvil que le condujo a ejecutarlos. Así, surgen inmediatamente una serie de preguntas que exigen una respuesta. ¿Quién planeó la muerte de Jesús y por qué? ¿Quién decidió que aquélla se produjera? ¿A quién le interesaba? ¿Quiénes ejecutaron la detención, tortura y muerte de Jesús? Desde luego, Judas no fue. Ahora bien: ¿quién facilitó la información para que su detención tuviera lugar? Aparentemente lo hizo Judas. Por tanto, esa es la acusación que deberá acreditarse mediante las pruebas correspondientes. Y es esta acusación la que puede quedar en entredicho si aplicamos a ella las garantías de cualquier proceso judicial.
Frente a las acusaciones, los argumentos de la defensa no son escasos y además son convincentes:
1. De la muerte de Cristo, él mismo habló en numerosas ocasiones, y desde el principio estaba decidida, como base de su resurrección y ascensión a los cielos. Ésta fue la única forma de poder desarrollar una base sólida para la doctrina cristiana que evitara cualquier otra posible línea divergente, base inicialmente de tradición oral y que tras varias decenas de años comenzó a tener forma escrita. Sin embargo, el dogmatismo dominante durante siglos ha sido puesto en tela de juicio a lo largo del siglo xx. En la segunda mitad de este siglo (desde 1945, documentos de Nag Hammadi en el Alto Egipto) se ha avanzado más en el conocimiento de aquella época que durante casi dos mil años. Los manuscritos de Qumran o «Rollos del mar muerto», El Evangelio deTomás, considerado por muchos expertos como el «Quinto Evangelio» y que sería incluso más antiguo que el de Marcos, el Evangelio de Judas, antes citado, escrito en lengua copta, hecho público en 2006, demuestran que todavía no está todo dicho sobre los orígenes de la religión cristiana y que la Iglesia no debe cerrar ninguna posibilidad de legitimación a la evolución de las posturas que se han mantenido en otros contextos históricos, como desgraciadamente hizo durante siglos al considerar cualquier cambio como una herejía (ver Adversus Haereses, escrita por el Obispo de Lyon en el año 180 d.C., respecto del último evangelio citado).
Sin pretender reiniciar la discusión milenaria del determinismo que se puede postular de la acción de Judas al delatar a Jesús, sí es conveniente tener presente que su posible acción era conocida y fue anunciada por el propio Jesús cuando dijo «uno de vosotros me traicionará…». Si esto era así y el señalado era Judas, ¿acaso existía un plan alternativo para el supuesto de que Judas hubiera renunciado al papel que se le tenía asignado? La realidad es que esa alternativa no se podía producir, ni nadie pensó en ella y mucho menos Jesús, que condujo los acontecimientos hasta el extremo de provocar su propia detención, para conseguir con ello, a través de su transición humana a la divinidad, la realización de su cometido en la tierra, el nacimiento y desarrollo de un movimiento religioso que convulsionaría al mundo, y sin el cual hubiera sido imposible consolidarlo. En este sentido, Judas fue un instrumento necesario, y de no haber sido él hubiera sido otro. Pero, ¿le explicó Jesús lo que esta delación significaba? ¿Le advirtió de lo que su futura acción supondría para la propia salvación de su alma? ¿Acogió Jesús a Judas en su seno, a pesar de su delación?
Si atendemos a las últimas palabras que Jesús pronuncia en la cruz: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen», tendríamos que concluir, en una interpretación lógica, que Cristo con este perdón no se refería sólo a los que en ese momento le estaban crucificando, sino además y principalmente, a los inductores y por supuesto al «delator», es decir, a Judas. Y, si en este desarrollo lógico de los hechos Judas fue perdonado, no tendría justificación la actitud que sus seguidores adoptaron respecto de él, tras la muerte del Maestro, como no fuera la del argumento para defenderse de las acciones de los que inicialmente les perseguían y después para justificar las que la propia Iglesia realizó contra el pueblo judío como «responsable» de todos los males que, como poder terrenal, afectaban a la Iglesia.
No debe olvidarse, en este punto, que la Iglesia católica, durante siglos, estuvo al lado del poder, no sólo divino sino terrenal y, en función de ello, desencadenó las más atroces persecuciones de los discrepantes, y en especial contra los judíos, aplicando en forma generalizada la tortura por medio de la Inquisición que, en nombre de Dios, infligió los más crueles tormentos a las personas.
La Iglesia no perdonó a Judas, a pesar de que la acción de éste se desarrollo en el más estricto marco legal de la época.
Si a la falta de respuestas se añade la posible instrumentación de la figura de Judas para la producción de la transición del Jesús humano al Jesús divino, ¿que se puede objetar a aquél por su acción? ¿Por qué Pedro es perdonado y se convierte en Padre de la Iglesia, a pesar de que negó por tres veces a Jesús cuando estaba detenido? ¿Acaso esta acción, de la que ya le había advertido Jesús, fue menos grave que la de Judas?
La acción de Judas al delatar a Jesús no puede desmarcarse del contexto en el que se produce y de las consecuencias que se derivaron de la misma. Así la pregunta que debería plantearse es si esa acción (la delación) era trascendente y necesaria para que el resultado (la detención de Jesús) se produjera, o, por el contrario, era absolutamente inocua. En este sentido, si la acción de Judas no hubiera existido, el resultado habría sido el mismo. Una decisión anterior, la de Jesús, había sido tomada en forma definitiva e irreversible.
2. El tiempo en el que sucede la acción se desarrolla durante la plena dominación del Imperio Romano sobre todo el mundo civilizado, y parece evidente que aquél disponía de unos mecanismos de inteligencia e información inigualables, y en una Judea en la que dominaba el poder religioso del Sanedrín, que también contaba con su red de espías que seguían a Jesús y sus discípulos a todas partes. Frente a ellos, una organización o secta minoritaria, pacifista, en la que no había mecanismos de protección diferentes a los que los propios componentes se podían otorgar a sí mismos, ni afán de ocultamiento (entrada triunfal de Jesús, pocos días antes en Jerusalén, entre ramos de palmas y olivos) además de que su líder era consciente de que su detención se produciría en forma inminente. Si esto es así, parece evidente que aquellos servicios de inteligencia se bastaban a sí mismos para practicar la detención en una ciudad, Jerusalén, que ofrecía en los días de Pascua un especial despliegue policial en torno al templo para que la muchedumbre reunida no produjera sediciones (Flavio Josefo, Guerras Judías, II, 224). Por ende, los perseguidos contaban con pocas posibilidades de pasar desapercibidos a la autoridad, ocultamiento que era aun más difícil en los alrededores de Jerusalén. El Huerto de los Olivos, cuyos contornos entonces y ahora no podían producir demasiadas dificultades de localización, ofrecía una fácil captura de la persona perseguida. No se trataba de una zona boscosa o inaccesible por la sencilla razón de que el olivar, por sus propias características, es una plantación limpia de malezas, para poder facilitar su explotación, y ni el clima ni el árido terreno que rodea Jerusalén favorecían zonas boscosas o de difícil acceso en las que la vegetación impidiera la búsqueda de una docena de personas. No obstante, parece que, en cualquier caso, esos servicios policiales no renunciaron a la colaboración de Judas.
3. El precio de la delación es otro de los aspectos que carece de la suficiente prueba para demostrar que Judas fue guiado por la ambición. La cantidad ofrecida (treinta monedas de plata) es una suma ínfima para motivar la voluntad de alguien que quiere cobrar su delación con ánimo de lucro, ánimo que, en todo caso, desapareció cuando, después, el delator arrojó las monedas al templo. Por ello, quizá esta teoría no tenga otro sentido que llenar el vacío producido por la ausencia de otras más comprometidas, que llevarían a unas interpretaciones más coherentes con la acción desplegada.
4. La posible parcialidad de los testigos es otra cuestión que debe ser tenida en cuenta. Sólo dos testigos coetáneos hablan de este episodio, los demás son de referencia. Uno, Mateo, lo hace con carácter más genérico; otro, Juan, se convierte en el gran acusador, tachando a Judas no sólo de traidor, sino también de ladrón. Sin embargo, tales acusaciones no se basan o sustentan en ninguna prueba objetiva; dada la manifiesta parcialidad del testigo-acusador, su testimonio sería seriamente cuestionable por su parcialidad, al ser parte interesada e incluso de negativa valoración en ese hipotético juicio propuesto.
III
Si pusiéramos en el fiel de la balanza de la Justicia todos estos argumentos y todos los que magistralmente resalta Juan Bosch en el libro, la sentencia que decidiría la suerte de Judas Iscariote no sería necesariamente condenatoria para él. Probablemente, la carencia de pruebas sólidas llevaría a su absolución.
Quizá por esto, es tiempo de que la Iglesia católica, cuyas estructuras de poder tantas veces han quebrantado la propia esencia de la doctrina cristiana, haga una reflexión y abra la posibilidad de un juicio equitativo y reparador hacia Judas Iscariote, acogiéndole en el seno de la Comunidad Cristiana a cuya formación contribuyó de forma decisiva. Una revisión de aquella postura oficial, dos mil años después y a la luz de los descubrimientos producidos, sería acorde con la doctrina del perdón que la misma proclama.
Juan Bosch hace, en este libro, un original y excepcional trabajo poniendo en entredicho la historia oficial, acción por la cual todos debemos estarle agradecidos.
Me hubiera encantado que Juan Bosch, ahora, después de los últimos hallazgos, pudiera retomar sus investigaciones sobre Judas Iscariote, pero como dice el acerbo popular, «los muertos están en cautiverio y no los dejan salir del cementerio». Sin embargo, Juan Bosch está entre nosotros más que nunca, preside desde lugar privilegiado la historia de su República Dominicana por la que tanto luchó y sigue luchando, para que, a través de sus ideas y sus libros, la democracia se asiente definitivamente en este país hermano.
Uno de los homenajes más hermosos que le podemos ofrecer es leer este libro y acercarnos al pensamiento de este visionario que hizo de la crítica y de la duda racional un instrumento indispensable para la acción científica y de gobierno. La sensación de que nada es inalterable y de que todo puede y debe cuestionarse, mucho más cuando de la construcción de la Historia se trata, es algo que da fundamento a nuestras vidas, aunque la discusión que se proponga se refiera a unos hechos ocurridos hace dos mil años, pero cuyas consecuencias todavía rigen muchos caminos y proyectos. «Judas Iscariote, el Calumniado» es un buen inicio para esta reflexión.
Baltasar Garzón
Madrid, julio de 2009