Читать книгу "Una carcajada en un velorio" - Juan Carlos Herrera Correa - Страница 10
ОглавлениеRicardo Rendón o el espíritu enigmático y callado
Rendón estaba llegando en ese tiempo a una de las etapas más agudas y atormentadoras del alcoholismo, y comprendía, y temía que lo que había hecho su vida y su gloria, la claridad y firmeza de su línea, la inspiración mordaz, el ingenio servido físicamente por una maestría insuperable, estaba llegando poco a poco a su término. Es cierto también que debió parecerle, en medio de su temblorosa visión del futuro cercano, que la cantera de donde extraía la inspiración para sus dibujos, estaba a punto de cerrarse. Y decidió romperse la cabeza en un momento de terrible desfallecimiento y de supremo valor.2
¿¡A quién no impresiona Rendón!? Todo de negro, del ancho sombrero a los zapatos largos que me los imagino, como un gitano de taberna en taberna en la Bogotá aquella de su tiempo; presente en todo y ausente con todos. Disfrutando de la calle de esa pequeña Bogotá que era la de su tiempo, y que solo en un recorrido breve daba para toparse con Alberto Lleras, con León de Greiff, con Luis Tejada y con José Mar, y con toda esa muchachada que a poco andar sería la clase literaria y política de Colombia.
El joven historiador Juan Carlos Herrera dialoga con todos los implicados en adivinar y suponer lo que fue vida y muerte de Ricardo Rendón. En realidad, nadie ha podido saber qué fue lo uno y lo otro. Aproximaciones a un hombre que dejó para que lo juzgaran no su vida íntima, sino su gráfica. Fue hijo de Ricardo Rendón y Julia Bravo, estudió en el taller del maestro Francisco Antonio Cano y en el Instituto de Bellas Artes, dirigido por José Antonio Gaviria, en Medellín. Sus primeros dibujos aparecieron en Panida, revista de un juvenil grupo que capitaneaba León de Greiff. Frisaba apenas los diecinueve años. Escribió versos y su primera caricatura fue publicada en Avanti, que dirigía Samuel Delgado. Fue colaborador de La Semana, un suplemento literario de El Espectador.
Rendón, junto con De Greiff y junto con muchos otros, había subido de la remota Antioquia a la húmeda e insalubre pero culta Bogotá de entonces. No era cosa de un mercado nacional que ponía a un colombiano en conocimiento de otro, sino la cultura, el arte, la literatura que todo junto constituía la política de entonces. Bogotá, esa rara capital de la república, encumbrada, gélida, eternamente con gripa y con lluvia, alejada del mar, tenía una inexplicable atracción que ninguno de los llegados de las montañas de occidente u oriente explicó, pero que sabían que solo aquí los intelectuales podían verse e interactuar y, sobre todo, trabajar y producir arte a la vez, ¡quién sabe!
Era Rendón, desde siempre, arte y parte de la Bogotá que para esa época podía expresarse por tener el vehículo para hacerlo. Su talento, su competencia artística que había demostrado en sus trabajos en Medellín, le abrió las puertas en Bogotá en el diario La República, cuyo dueño era don Alfonso Villegas, el mismo que lo fuera de El Tiempo, el viejo e inquieto republicano antioqueño, suegro generoso de don Eduardo Santos. Pertenecía Rendón a esa sensibilidad, que fue también la de Villegas, Santos, Carlos E. Restrepo, militantes duros del republicanismo y adversarios altivos de la Hegemonía Conservadora. Corrían los últimos años de la década de 1910 cuando arribó a la capital; tenía veinticuatro años, y cuando empezó a caminar parriba y pabajo a lo largo de la carrera séptima hasta alcanzar las sedes de Bogotá Cómico, Cromos, El Espectador, El Gráfico, Universidad y El Tiempo, donde trabajó.
Vivió 37 años. Los últimos trece los pasó en Bogotá. Pocos, en verdad, pero vividos con inaudita intensidad. Fueron trece años de vida productiva. Se sabe poco de su pensamiento expresado verbalmente. Se pronunciaba por el transcurso de sus trazos. Sus líneas agudas y rápidas retrataban lo que de sus objetos de trabajo pensaba, y lo que pensaba era por lo mucho que oía en una Bogotá de intelectuales que no tenían para dónde pegar, distinto de recorrer las pocas calles y refugiarse en los mentideros políticos de entonces, que no eran bastantes.
Nada escapaba de la política, y todo era tan pequeño que Rendón, taciturno y expectante, lograba manifestarlo en rasgos. Por la edad en que estaba, se movía entre la generación de Los Nuevos, lo que quería decir que tenía por encomienda contribuir a la caída de la Hegemonía Conservadora. Así lo entendió y así lo practicó.
Que estaba con Los Nuevos lo demostró al convertirse en el ilustrador de la revista Universidad, que dirigió Germán Arciniegas a partir de 1921, época en que los estudiantes aparecían como parte de la clase política. Su trabajo en la primera época de Universidad consistió en dibujar para la portada los rostros de los dirigentes estudiantiles. Más adelante, los estudiantes son remplazados por curiosas estampas de niños. En la segunda etapa de la revista, el país ve complicarse el dibujo de Rendón, conforme se complicaba la vida política del país. En Universidad, Rendón coincide con lo más granado del arte colombiano de entonces: su maestro Francisco Antonio Cano y los pintores Ricardo Gómez Campuzano, Lois Barbe, Adolfo Samper, Fernando Caro, León Cano, Rinaldo Scandroglio; con los escultores Marco Tobón Mejía y Gustavo Arcila, y con el caricaturista Lisandro Serrano. Selecto el campo artístico de entonces que, aunque quisiera, no pudo liberarse del campo político; arte y política caminaban de la mano. Los artistas con sus obras, lo más que hicieron fue darle un poco de estética al ácido transcurrir de la política cotidiana que lo era todo.
Rendón se dedicó a demoler con la fuerza de su lápiz. De los retratos del físico de los protagonistas, del proceso histórico con el que ilustraban los periódicos noticias y acontecimientos fue pasando al retrato crudo de la represión. La fotografía apenas despegaba; sorprenderá en el lente de Jorge Obando, que lograba capturar el espectáculo de las masas despiertas, pero era la fotografía gráfica de Rendón la que demolía. Se fue ganando poco a poco la primera página de El Tiempo, toda la parte superior. Su sorprendente dibujo lo fue todo para el periódico: mensaje y editorial.
Inmensa fue la obra desarrollada por Rendón en una vida tan corta. No tenemos una obra de conjunto. Apenas esbozos. Juan Carlos Herrera aborda en su libro la última etapa de la vida de Rendón. Se aproxima a ella con detalles que permitirán hacerse a una idea del proceso último de su muerte. Sus puntos de vista son los de la sensibilidad de gente muy joven que se interesa por descubrir aspectos interesantes del fenómeno Rendón.
César Augusto Ayala Diago
Departamento de Historia Universidad Nacional de Colombia