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El estrago en la relación madre-hija y en la relación con un hombre (1)

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LUZ CASENAVE: Quisiera ante todo agradecerles la tolerancia por la hora de comienzo, que no depende de nosotros sino del tiempo, un inmanejable, por lo menos para algunas situaciones.

Me parece oportuno, antes de darle la palabra a Juan Carlos Indart, hacer algunas referencias sobre nuestro camino recorrido, para llegar a este punto de la invitación a una persona tan prestigiosa, de quien además tengo el honor de ser su colega y amiga. Hace más o menos unos diez años empezamos a trabajar acá en San Luis, nos organizamos en pequeños grupos de estudio sobre Freud con los avances dados por Lacan, siguiendo la propuesta lacaniana del retorno a Freud.

Todo ese camino de trabajo de seminarios en grupos culminó en la formación de un curso de postgrado, que era en realidad el primer curso de postgrado en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis que hemos ofrecido, y diría que marcó el punto inicial del camino que se iba a recorrer hacia la formación de la Biblioteca de Psicoanálisis Eugenia Sokolnicka. En este camino escuchamos y nos nutrimos de la transmisión de otros colegas, y entre ellos quiero nombrar a Roberto Mazzuca, Jorge Bekerman, Mabel Grosso, Liliana Cazenave, que nos ayudaron a profundizar y alentaron nuestra adhesión al pensamiento y a las problemáticas del psicoanálisis.

Juan Carlos Indart sostiene muchos seminarios en Buenos Aires, es autor de muchas publicaciones, es un trabajador tenaz, de deseo decidido por el psicoanálisis de la orientación lacaniana, es un amigo, y es alguien que nos alienta en el trabajo siempre. Es AME (Analista Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana); incluso participó, por supuesto, de su fundación; en este momento es presidente del Comité Consultivo de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), y presidente de la Fundación de la Casa del Campo freudiano.

Creo que aquel inicio que tuvimos en el seminario de 1992 y la fundación de la Biblioteca en 1993 culmina hoy con la posibilidad de invitar a alguien que seguramente nos va a enriquecer, y al que yo, como presidenta de la institución, quiero agradecer personalmente en nombre de todos los miembros por su respuesta a nuestra convocatoria.

JUAN CARLOS INDART: Agradezco las palabras de Luz Casenave, y a través de ella también a los colegas residentes aquí en San Luis, que han posibilitado este encuentro para hablar de cuestiones del psicoanálisis.

En efecto, la idea surgió en Mendoza el año pasado, en ocasión de las Jornadas de la Asociación Cuyana de Estudios Psicoanalíticos (ACEP); allí fue la primera vez que conocí a colegas de San Luis, quienes me ofrecieron la posibilidad de venir a trabajar con ellos. No pudo ser durante el año pasado, y por fin, esta vez sí, aunque con problemas técnicos en el avión por suerte descubiertos unos segundos antes de despegar, así que disculpen todos, pero efectivamente les agradezco que no se hayan ido directamente a la media hora como hubiese correspondido.

Ya en esa ocasión, el año pasado, la gente de San Luis me propuso el tema de esta conferencia. No sé ahora exactamente cómo ha sido anunciada, pero es algo así como el estrago de la relación madre-hija, eso habíamos quedado el año pasado, y me han agregado…

LUZ CASENAVE: Y la relación con un hombre.

JUAN CARLOS INDAT: Un problema más, así que es el estrago de la relación madre-hija y en la relación con el hombre, así que, para las mujeres presentes en la sala, prepárense un poco porque en verdad ya sería bastante hablar del estrago de su relación con la madre, pero además con los hombres ya no sé qué queda…

Me asombró un poco la elección del tema, y me hizo reflexionar una vez más acerca de cómo en la enseñanza de Lacan –una enseñanza proseguida tantos años, que ha dado lugar a nivel de la edición paulatina de una serie de más de veinte volúmenes, de un Seminario que él daba año por año, más sus Escritos, difíciles de leer, que son setecientas páginas, y donde se desarrollan tantos temas– es un hecho en la comunidad analítica que de pronto pequeñas frases, muy pequeñas frases, tienen una resonancia que hacen que los psicoanalistas se interesen, les resuene, las comenten, busquen explicaciones. Y es el caso de este tema, porque no es un tema que Lacan haya desarrollado de una manera sistemática, o con el que contemos con desarrollos de más de una lección, como hay respecto de otros.

Son dos pequeñas frases que vamos a leer y situar, porque todo empieza con eso. Una, la primera, se la ubica en un texto, en un escrito de Lacan que tiene traducción al castellano; en francés es un invento de Lacan el título, una palabra inventada, un juego de palabras: “L’étourdit”, y ha sido traducido como: “El atolondradicho”. Es un momento que vamos a tratar de situar, pero por ahora me referiré estrictamente a esa frase:

[…] la elucubración freudiana del complejo de Edipo, que hace de la mujer pez en el agua, por ser la castración en ella inicial (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el hecho del estrago que, en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar como mujer más sustancia que de su padre –lo que no va con su ser segundo en este estrago”. (2)

Esa es la pequeña frase de un texto lleno de problemas y desarrollos, y que da motivo central a esta charla.

La otra cita es posterior, y corresponde a un momento aún más difícil en la enseñanza de Lacan, sobre el que recién en estos últimos dos o tres años comienza a haber una tarea de comentario y de entendimiento paulatino y provisorio. La primera cita que he leído, que se refiere al estrago en la relación madre-hija, tampoco es una enseñanza inicial de Lacan; está ubicada en un texto en donde él resume un poco sus ya muchos años de enseñanza, un texto extremadamente difícil del año 1972.

A la otra cita se la encuentra en un Seminario que no está aún establecido; tenemos de él las desgrabaciones y una primera presentación que salió, vez por vez, en París, en una revista llamada Ornicar?, en la que Jacques-Alain Miller sacaba en cada número una lección del Seminario que en ese momento dictaba Lacan. Éste corresponde al Seminario que se llama El sinthome. Tenemos un problema aquí, porque a su vez Lacan escribe esta palabra de una manera especial, pero digamos por el momento que es el Seminario sobre la noción de síntoma.

En ese Seminario Lacan dijo una frase dos o tres veces, y es una frase que ha retumbado. Son de esas frases que primero retumban bajo la forma de un chiste. Las repetimos haciendo ji, ji, ji: el estrago de la relación madre-hija, ¡uh! ¡qué curioso!, ¿no?

Freud nos enseña que es poco dogmático y no tiene excesivas consecuencias extrañas el paso del Edipo en la mujer, a diferencia de las grandes conmociones en el varoncito. Es más, dice Freud: ella una vez instalada en el Edipo se la pasa muy bien ahí toda la vida. Eso quiere decir que está ahí como pez en el agua, ella no hereda una batalla de amor y de rivalidad contra el padre, de ganas de asesinarlo por no poder conquistar sus emblemas, ser aplastado por él, quejarse de su despotismo, no atreverse a enfrentarlo, etcétera, todo lo que retumba en los varones y se escucha en los análisis. Ellas, como pez en el agua y sin esa problemática que Freud acentuó tanto, la intervención castradora del padre. Pero ese pez en el agua –dice Lacan– se compensa por otro dato, y por algo él en su experiencia clínica lo señala y se atreve a decir que es así en la mayoría –no dice que lo sea para todas las mujeres, pero su experiencia ya desde psiquiatra y como analista, y con muchos años de trabajo al momento que escribe eso, me parece que le permite por una autoridad de experiencia personal, no porque tengamos estadísticas– que hay algo en la relación de la mujer con su madre, de la hija con la madre que tiene una característica de estrago.

En el Seminario El sinthome, la frase que retumbó, resonó, es una frase en la que Lacan dice de pronto: “Una mujer es un sinthome para todo hombre”. (3)

Son frases para el que está realmente en el tema. La idea de Lacan es decir que así es, ya se trate de la esposa, una novia, una amiguita, una amiguita con compromiso, una amante, lo que quieran. Vamos a simplificar: una esposa legítima, vengo con ella, se las presento y tengo que decirles: “mi sinthome. Les presento a mi sinthome”. Encantados, tienen que decir ustedes. La idea fuerte de Lacan da a pensar que uno podría decir: si la conocen a ella, van a ir sabiendo todo de mí, porque representa mi determinismo inconsciente, lo que en mí es sinthome. Es difícil entender eso y no está claro todavía, porque Lacan decía a veces cosas que eran como unas boutades, frases que son chistes pero que también sirven para conmover un tema, para producir al calor de una enseñanza un efecto de verdad, que después hay que matizarlas y ver qué quieren decir.

Comentando esto Lacan señala, a partir de sus demostraciones cada vez más concretas de la no relación sexual, de la no equivalencia entre los sexos, de la asimetría radical que hay entre la posición masculina y la femenina, que no se puede decir lo simétrico inverso. Si mi mujer viene no podría decirles al presentarme: les presento a mi sinthome. No es así, dice Lacan, no es lo mismo al revés.

En esa lección de febrero del ‘75, del Seminario El sinthome dice que una mujer es para todo hombre un sinthome. Es ahí donde dice:

Si una mujer es un sinthome para todo hombre, es completamente claro que hay necesidad de encontrar otro nombre para lo que es el hombre para una mujer, puesto que el sinthome se caracteriza justamente por la no equivalencia.

Puede decirse que el hombre es para la mujer todo lo que les guste, a saber, una aflicción peor que un sinthome. Pueden articularlo como les convenga. Incluso es un estrago. (4)

Aquí tenemos entonces la segunda cita que no entendemos muy bien, ni en París, ni en Barcelona, ni en Buenos Aires, ni en Caracas, ni en Río de Janeiro, pero que en San Luis ya ha llegado. La resonancia de este tema ha llegado aquí y el punto común de las dos citas es lo que se puede traducir con el término estrago. Si no fuese por ese término uno no articularía dos frases tan distintas, porque una es una referencia a la relación madre-hija, y la otra es una elucubración sobre la diferencia de los sexos y la posición asimétrica de ella y él en sus relaciones, y nadie hubiese juntado nunca esas dos citas. No sé si se pueden juntar o si tienen algo en común, si tocan algún tema parecido o no, pero si hay algún nexo es el empleo de ese término, el único término común a las dos frases.

El término en francés es ravage, y en principio estrago es una buena traducción. Si uno busca sus acepciones en un diccionario se refiere a una acción de destrucción extensa, intencional o no, porque puede ser producida o por un movimiento de saqueo y de guerra, o también por fenómenos meteorológicos. En francés se puede decir que una granizada ha causado un ravage en una cosecha, pero nosotros también tenemos ese empleo del término estrago, y el granizo puede haber causado un estrago –espero que no– en Mendoza, en la producción vitivinícola.

Nos va a servir como tema buscar un poco más en la etimología del término ravage. Es algo que ha hecho muy recientemente Jacques-Alain Miller en el anteúltimo de sus cursos, que se llama justamente El partenaire síntoma, (5) que fue un curso dedicado a seguir la idea de qué quiere decir que para un hombre su compañera, su partenaire, es su sinthome. Eso lo llevó seguramente al comentario de este mismo párrafo que les he dicho, en el que la cosa no es simétrica, y repasa que acá hay un término evidentemente elegido por Lacan, elegido para indicar algo diferente, y su origen latino que es el término rapire, y de ahí se transforma en francés y da lugar por un lado a ravage, al que traducimos por estrago, y por otro también evoluciona hacia la palabra rapto, que es originalmente capturar algo con violencia. Esa captura violenta, el rapto, era también una expresión para indicar una suerte de éxtasis o de estado subjetivo muy especial. Un místico podría tener un rapto, algo lo capturaba como violentamente, pero para llevarlo –como dice Miller en el comentario– a un paraíso, a los cielos. Y un hombre puede causarle a una mujer un rapto.

Entonces la oscilación de las dos acepciones es importante, porque esto puede ir en la dirección en la cual hay algo ahí que puede ser un rapto –en el sentido descriptivo de un goce muy especial, extático, un deslumbramiento, una captura, enamorada, que no se sabe qué le pasó–, y eso mismo es por otro lado un estrago.

La otra traducción posible que se está generalizando ahora, a partir de este comentario de Miller, es el término devastación. Por supuesto devastación tampoco nos da la equivocidad de lo que quiere decir también del lado ravage hacia el rapto, la captura como les decía, el transporte, el ser repentinamente ella transportada.

La ventaja del término devastación es que incluye cierta lógica, más allá de los distintos sentidos de las palabras. Hay que entender por estrago, por esa acción de devastación, algo que no tiene límites.

Si se pierde ese matiz de sentido se pierde el porqué Lacan buscó este término para referirse a dos problemas de la mujer: con la madre, con los hombres.

Digamos que, si ustedes tienen un territorio bien definido, no importa la extensión que tenga, pero saben la frontera que tiene, y se dedican a una acción de destrucción de todo lo que hay en ese sector, pero sabemos que no se pasa de la frontera, no sería estrictamente el sentido de devastación o de estrago que le interesa a Lacan. En cambio, si no se sabe si eso se puede extender, y extender, y extender, entonces tendríamos el sentido fuerte de una devastación. El punto clave es la ausencia de límites.

Por eso Lacan dice bien cuando piensa qué puede llegar a ser un hombre para una mujer, que él no puede ser un

sinthome, porque sinthome es algo bien acotado. Si dice un sufrimiento –su peor es nada, si lo tomamos en esos términos–, o estrago, quiere decir que es un sufrimiento que no tiene límites. Es en eso que se inicia esa acción devastadora.

La característica es la ausencia de límites en una u otra dirección, independientemente de que se subjetiviza positivamente como un goce muy especial, o que eso mismo sea vivido en un sufrimiento muy especial.

Volveremos a comentar este matiz que es simplemente una articulación de la doctrina de Lacan sobre la feminidad. Lo que está detrás de esa palabra ravage o estrago es una manera de articular algo que no tiene nombre, porque cuando las cosas tienen un nombre ya tienen un límite, que lo ubicamos hipotéticamente en psicoanálisis como la cuestión del goce femenino, que en una ocasión así la mejor manera de presentarlo es al modo en que lo presenta Lacan en el Seminario Aún (6), que es justamente de una manera hipotética. No sabemos si eso existe, pero si existiese sería una cosa diferente a los goces pulsionales, a los goces fálicos que el psicoanálisis estudia. Su diferencia crucial es que todo el goce que el psicoanálisis puede estudiar, encontrar su lógica, y ver su papel en el síntoma, es un goce para el que existe límite. Y si es que hay otra cosa que se ubica con el nombre de feminidad, de goce femenino, tiene que ver con la ausencia de límites, con la lógica del no-todo.

Entonces distingamos eso que no está en el término estrago y en su uso coloquial, ni tampoco exactamente en devastación. Si ella tiene un límite, no está en juego su feminidad, y dice: “Realmente este tipo me ha hecho un estrago porque me vendió el departamento que le puse, me dejó sin un centavo, se llevó todos los muebles, se llevó los niños, y además habló mal de mí y he perdido el trabajo. Me ha devastado”. Pero si eso está limitado de todos modos, bien, “¿que más me puede hacer? Ya me las hizo todas”, así que se traza un límite, “más no me puede hacer”. No es un caso de estrago en el sentido de Lacan, sí en un sentido de diccionario.

La devastación es tremenda porque es que ella sabe que, a pesar de todo eso, es más, y más, y más lo que le puede seguir haciendo, porque no tiene límites. Y es un problema en análisis, y para los familiares, para las amigas, donde todos le pueden decir: “Ponete un límite, basta”. Ella dice: “Sí, sí, sí”, y lo ve en la esquina, y la devastación continúa. Es decir que no hay palabra que logre detener ese estado amoroso que la transporta, que la rapta, que la rapta de sí misma, porque en el sí misma desde el punto de vista de sus ideales, de la parte de cordura, etcétera, si uno la sugestiona un poco reconoce todo a nivel de los límites, puede reconocer que mucho antes ella tendría que haberle puesto un límite. Bueno, todo eso muy bien, y ella lo cree, se lo aprende de memoria, lo repite y dice: “Voy a hacer así”. De pronto, otra vez sucede el rapto, la captura que la transporta. Otra vez comienza ese campo en el cual la característica es lo que no va a tener límite, lo ilimitado, lo que nunca es definible con una frontera como un todo, como un conjunto cerrado.

Otra manera lógica de decirlo es que es algo a ubicar siempre en un conjunto abierto. En un conjunto abierto la devastación no tiene límites.

He empezado por la segunda frase para indicar que no debe ser entendida desde el punto de vista del sujeto histérico. Es una frase de Lacan que indica el sentido fuerte del enigma de una mujer en cuanto a su feminidad. Así que escapa a todo lo que podemos situar a partir de Freud y Lacan en la mujer, de lo que en ella entra en la medida fálica, en el Edipo, en la castración, en sus rivalidades de tener o no tener, en su posición de representar la mascarada fálica. Todo eso tiene una problemática perfectamente ubicable en análisis, con sus síntomas. Desde ese punto de vista sí se podría decir que también un hombre puede ser síntoma para ella, pero en la parte que ubicamos freudianamente, como ella en tanto sujeto de deseo, coordinada al significante fundamental del deseo que es el falo.

Les advierto esto porque, si no, se confunde la frase. Esta es una frase donde Lacan lleva al máximo la oposición entre la posición masculina y la femenina propiamente dicha. No lo que ella tiene también y exactamente igual que los hombres en cuanto a su deseo fálico. Sólo en ese extremo tiene sentido decir que en la condición lógica masculina no hay nunca conjunto abierto e ilimitado, la condición de su goce tiene otras características perfectamente localizadas.

¿Y qué es ella para él? Ya lo sabíamos en Lacan, por ejemplo, cuando lo habíamos estudiado a nivel de fantasma. Ella para él es un fantasma, es decir, cosas muy precisas y acotadas según los rasgos que le resulten atractivos, su amor no lleva a ninguna devastación. Si ella pierde sus atractivos él ya se busca otra, ningún rapto lo lleva a él a ningún transporte de nada. Su excitación, su deseo, su pasión amorosa y sexual va a una cosa perfectamente localizada. Siempre se da en los ejemplos que puede ser un lunarcito, ese lunar tan bello que tiene –se ha cantado una canción así–, así que él va a eso. No es que por eso él no pueda perder sus bienes también, y hay tantas historias de amor donde él por ese lunar va dejando la familia, se va corrompiendo, tantos tangos que cuentan la devastación masculina por causa de una mujer. Pero no lo vamos a explicar con el término ravage como lo entiende Lacan, porque es siempre una devastación limitada.

Es muy complicado retroceder ahora, porque en realidad la cita vinculada a la relación madre-hija es anterior y en un contexto muy distinto en la enseñanza de Lacan. La segunda cita que he comentado hasta ahora está en el contexto de un Lacan que ha dejado por detrás las explicaciones edípicas en psicoanálisis, por no encontrar una explicación suficientemente satisfactoria.

En el Seminario El sinthome (7) está inventando una cosa que es la estructura del nudo borromeo, y con eso está pensando de una manera completamente nueva la noción de síntoma. Así que es en un contexto teórico muy nuevo, con una noción de síntoma totalmente nueva, que Lacan menciona esta diferencia en la que surge la devastación o estrago que un hombre puede ser para una mujer, para lo femenino como tal.

Mientras que en el texto “El atolondradicho”, (8) hay todavía en cambio mucha referencia a los postfreudianos, mucha referencia al retorno a Freud, y en qué se podía desviar el psicoanálisis si no se volvía a ciertos principios, a entender bien respecto de lo que había sido el planteo de Freud.

Si recuerdan que les leí la frase, es una referencia al complejo de Edipo según Freud, y a un detalle bien freudiano y bien precisado, que indica que tenemos que estar a nivel de la descripción de los tiempos del Edipo, de la función del padre en los tiempos del Edipo, y de cómo funciona eso para ella. El tema, presentado como con cierta paradoja, era esa suerte de diferencia que Freud encuentra para una estructura que piensa para ambos sexos. Ambos deben pasar por el nudo de la castración a través del complejo de Edipo.

Esa sutil diferencia ya encontrada por Freud es que no hay en ella algo realmente para castrar, tema que encontraba Freud como nudo bien dramático del Edipo.

El niño se instalaba en el Edipo, pero iba a tener en algún tiempo que confrontarse con la amenaza de castración, con todos sus efectos en cuanto a la represión, la formación sintomática, etcétera. Una castración cuyo agente era el padre. Saliendo de la constitución de esa castración, que posibilita al niño varón asumir a su vez el ideal paterno, y postergarse para más tarde dedicarse a lo pulsional, eso le daba una salida del Edipo. Nunca anduvo con claridad esta explicación para el caso de ellas, en las cuales se hace más complicada porque hay que invitarlas al Edipo, pero como no tienen qué para presentarse –el Edipo es una historia de quién la tiene, quién no la tiene, te la corto, no te la corto–, ella dice: “es una fiesta que no me corresponde”. Ellas no deberían tener Edipo, entonces es complicado, hay que suponer que ellas se imaginan teniéndolo, entonces con ese disfraz son invitadas a la fiesta del Edipo, y después pueden hacer: “¡Ay! No la tengo”, y experimentar la castración.

Siempre quedó una parte un poco difícil de explicar acerca de cómo podía tener un alcance real la castración en ella, o cómo podía operar una especie de angustia de castración, porque no da con claridad lo mismo que para el caso del varón.

Es por ello que Freud dice que no hay salida del Edipo para ella. Puede permanecer identificada a ese agente de la castración toda la vida, al padre, cosa que se verifica clínicamente. No tiene que pasar por esa metaforización de batalla, él o yo –con el padre– para poder ella advenir a no sé qué posición. Queda tranquila una vez que está ubicada en referencia a un significante, ella no piensa competir con ese significante, se articula en relación; lo que puede hacer es pedirle a ese significante todos los días, quejarse, molestarlo, pero no le interesa asumirlo, sino que esté ahí, en el padre, en el novio, en el marido, en un sacerdote, en el analista, donde sea.

Freud ya nos dice que –siendo en ella su castración edípica algo que no se entiende con mucha claridad más que con una especie de simulacro–, ella permanece ahí como pez en el agua. Lacan en eso sigue a Freud, pero por otro lado indica que hay algo que aparece en cambio con una especificidad clínica propia de ella, y que no es así en el caso del varón.

Ahí tenemos ubicado el tema, que es como decir: no es tan pez en el agua. Es pez en el agua en esa referencia paterna, pero no parece ser tan pez en el agua cuando se trata del vínculo de ella con su madre. Ahí tenemos esa frase y otra vez aquí el término ravage.

Por eso en L’étourdit, la frase termina diciendo:

[…] contrasta dolorosamente con el hecho del estrago que, en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar, como mujer, más substancia que de su padre –lo que no va con su ser segundo en este estrago. (9)

Esta cita nos parece indicar como una mala orientación buscar en la madre resolver la condición del estrago, porque ésta es a su vez otra persona estragada. Ese es el primer sentido de esa frase.

Hace muchos años utilicé mucho esta cita, fui un poco pionero, porque las utilizaciones de ésta vinieron un poco después, y con más vuelo y con más sentido del que yo había podido darle al principio.

Ocurrió que llevaba por años –lo sigo haciendo– un grupo de discusión clínica con colegas, y por el año ´90, discutimos dos o tres veces por semana el mismo caso; cuando más o menos lo agotábamos un poco, alguien presentaba otro caso. Es una práctica que continúo, porque es de mucho provecho la discusión de casos clínicos en veinte minutos, una hora, cada vez, dejar pasar unos días, volver a discutir el mismo caso, dejar pasar una semanita y volver a discutirlo. Así se consigue de a poco encontrar cosas más paradigmáticas y ordenar los distintos niveles, porque la clínica se puede discutir bien, pero desde distintos puntos de vista. Los psicoanalistas están todos con distintos puntos de vista, enfatizan más unas cosas que otras. Por esa discusión clínica, al terminar ese año de trabajo, descubrí que, si habíamos discutido diez o doce casos en el año, seis o siete eran redundantes, porque planteaban una misma cuestión que a los analistas los dejaba sin recursos.

Era fácil observar que, cuando el análisis lo pide, una muchacha entre quince y treinta –podemos retroceder más si quieren, de los once–, anda por sobre ruedas el despliegue del mismo, donde se va situando su cuestión en relación al padre, y del padre a sus sustitutos, con un efecto que lleva una cierta elaboración de separación de la madre. Y es muy frecuente en los casos que se da, en los cuales puede haber toda una serie de inhibiciones, de dificultades para hacer pareja, de inestabilidad, siempre muy vinculadas a una mujer que está todavía muy presa, vive en la casa con la mamá, piensa demasiado en la mamá, está dejando pasar los novios un poco por la mamá. El análisis, en la medida que la sitúa en el Edipo, en lo que Freud ya había dicho que era el paso de la subjetivización importante para la mujer en el orden fálico, la conducía a preferir al padre a cierta altura y no a la madre, ubicando dónde está el falo –en el sentido de quien lo tiene–, y siendo a través de la relación con un hombre, a partir del padre, en el que puede empezar a jugar un destino de mujer. Allí elaboraba lo que es ser deseada, lo que se dice ser un objeto de deseo de los hombres, y también por esa vía encontraba una forma sustitutiva de ese falo bajo la ecuación pene-niño y su ubicación como madre.

En una ciudad con tanto análisis como Buenos Aires, y un poco en toda la Argentina, es un resultado terapéutico muy frecuente en el análisis de mujeres, el que efectivamente se quitan un poco las ñañas, ciertas histerias, soportan un poco más a los hombres, se ubican y despegan. Hasta había llegado a ser un poco burdamente una especie de estandarización. Ya en el psicoanálisis anterior a Lacan era una cuestión de presionarlas a que dejasen la casa materna, que empezasen a salir de ahí y a vivir o con una amiga, o solas, y rápidamente ubicar un hombre, casarse, tener los niños, etcétera. No me burlo tampoco de eso, porque es como un poco más allá de la orientación que uno tenga, ella habla, y por el solo hecho de que habla se va ubicando en sus temas, esta es una de las salidas muy frecuentes.

El tema clínico que había aparecido ese año en bastantes casos es cuando nos retorna ella a los cuarenta y pico, solamente que separada, tal vez por segunda o tercera vez, con una seguidilla de experiencias con los hombres tan dolorosas y catastróficas que hay un: basta. Aunque quede un lugar de ilusión que, de golpe, como la lotería, le hiciese pasar a no sé quién, tal vez, pero ella ya no va a hacer nada por buscarlo. Y nos encontramos que, con la separación, y las dificultades económicas, y ninguna perspectiva de rehacer su vida en relación a un hombre, muchas veces porque los años han pasado y el padre además ha muerto, retorna muy fuertemente al vínculo con la madre. Que ya puede empezar a valer mucho, en el sentido de que, por lo menos, le atiende los chicos un tiempo, mejor o peor, incluso todo el nivel del manejo del dinero ya empieza a ser sólo de ella o con los consejos de la madre. Y una clínica donde empieza una circularidad de odio y de amor, de queja y de sostén, que tiene la peculiaridad de no saber encontrarse dónde eso realmente pueda separarse, porque los mismos accesos de odio y de furia que mínimamente deberían llevar a una persona a no querer verla más –eso ocurre en la pelea del viernes a las ocho de la noche– es cerrado a la mañana siguiente tomando unos matecitos que sólo se toman con mamá, y conversando, conversando, y conversando para llegar a las once de la mañana a una pelea con insultos y angustias tales, que es la madre la que parece que se tira por el balcón pero ella la agarra, pero entonces la hija dice: “No puedo vivir más con vos, sólo me queda el suicidio”, y la madre le dice: “Hija, te acordarás de mí cuando me muera, porque vos me vas a matar”, y una cosa infernal y que se describe como tal, y que al mismo tiempo no se puede salir de eso.

Para el analista, él o ella como analista, la posición del analista, todo el truco que había funcionado tan bien en la primera fase del análisis ya no funciona, más cuando esto se ve en un re-análisis. En el re-análisis ya es el colmo, porque cuando vuelve a análisis a los cuarenta con esta decepción y en este estado, ¿uno que le va a decir? “Usted tiene que irse de la casa de su madre, está muy pegoteada con su madre”, y ella dice: “Mire doctor, eso ya me lo dijeron a los dieciocho y lo hice, ¿pero qué solución hubo?”

Ella, como mujer en la vía freudiana de articularse al deseo del hombre, empieza a no tener salida. Tampoco le vamos a sugerir que qué bien le haría la ecuación pene-niño, porque ya arrastra tres que no sabe si dejárselos a la madre, si los cría la madre “porque me los está robando y yo me doy cuenta”.

Entonces esa era la dificultad, y es en esa dificultad que lo asocié en aquella época con esta frase de L´étourdit (10) y los puse a trabajar sus casos, y a revisar las distintas doctrinas de Freud, de Melanie Klein, y otras posiciones más contemporáneas hasta Lacan. Y bien, trabajaron e hicieron un librillo que se llama Un estrago. La relación madre-hija. (11) Al redactar las cosas en equipo, se tomaron su tiempo, pero lo hicieron, así que salió editado en el ´93, ya van a hacer siete años.

El enfoque que yo les sugerí, que me parece clínicamente importante, era ir a los casos más paradigmáticos, y no ponía tan en juego la cuestión de la feminidad como tal.

En el caso que veíamos como más paradigmático, hay un pacto común entre la madre y la hija. Es un pacto desolador, porque es un pacto de entenderse como nadie, una y la otra, en el desprecio, la decepción por los hombres.

Por supuesto uno ve en la clínica cómo ella, aunque haya hecho algunos pasos y después le fracasan, todos estos retornos hacen revivir cosas que ya estaban en la relación con la madre desde su infancia, pero hay situaciones en las cuales hay un guiño fatal de madre-hija. ¿Por qué digo fatal? Porque es un guiño imposible de prohibir, desde cierto punto de vista tiene una verdad completa. No tenemos hombres de una eficacia tal, que no se vaya a dar en la pregunta decisiva de la hija acerca de qué es una mujer, dirigida a esa que debe saber algo, porque es mi mamá, ese guiño: “Hija, tu padre es un imbécil. Lo fue siempre y todos los hombres son iguales, y te lo digo yo”. Hay un mensaje de muchas madres a sus niñas ya pequeñas –en esas preguntas–, que es ya ese mensaje como diciendo: “Hacé lo que quieras, pero si vos me preguntaste yo te digo la verdad, nuestro destino es un estrago, es una catástrofe, no hay salida”. Con variantes en el estilo: “Aguantá”, o con más cinismo: “Sacale plata, no hagas como yo que fui una boba de entrada, no te dejes engañar en esto, defendete”.

Ese pacto es muy difícil de deshacer, porque toca un punto de connivencia y de complicidad muy enigmático. Cuando está dada esa condición –observábamos en la clínica buscando las cosas en términos edípicos esa suerte de rechazo, de desafío al deseo masculino–, tenemos la formación a partir de ese pacto de realmente un dúo que podemos llamar madre-hija. No es una forclusión, no estamos hablando de psicosis, pero hay una forma de rechazar al hombre –al significante fálico encarnado en el hombre, al deseo del hombre–, que no es una psicosis pero que es muy sutil del lado de las mujeres, porque tiene –se lo sepa o no– como soporte, como verdad, que efectivamente ningún hombre, ningún falo puede articular lo femenino. Entonces, si el rechazo viene desde ese lugar, tiene consecuencias muy especiales, porque no es ni siquiera un rechazo que podamos llamar de represión, porque eso es de histérica, tiene un síntoma, una represión que supone haber reprimido un elemento fálico, el síntoma se analiza. No es una represión, no tiene mucho nombre clínico, hay que inventar un poco, es ese pacto, una hostilidad muy fuerte de fondo.

Si no se vuelve a despertar un poco el rapto, si no se permiten y no quieren saber nada, si no se permiten algún efecto de renovación de amor vinculado a los hombres, no sé si tiene cura, en el sentido de que no varía con el análisis, porque todo lo que va saliendo del análisis no hace al sujeto más que confirmarle la posición fantasmática que tiene con su madre. Así que lee todas las significaciones de lo que va surgiendo en esa dirección, especialmente cuando ya han pasado sus decepciones.

La primera vez se consiguen cosas cuando surge el material: “Bueno, tu madre también siempre pone esa significación, esa es la de tu madre, ¿vos qué pensás?”, y se empieza a producir una chance. Pero acá se produce un retorno, una vuelta, y es como si dijera: “Mamá tenía razón”, y eso hace una posición muy refractaria, reabrir el camino. Así lo enfrentamos, como un problema difícil en la cura.

Un enfoque que le dimos, que me parece importante clínicamente –y que por ejemplo se puede extraer del Lacan del Seminario 10, (12) cuando él analiza justamente la clínica de angustia que surge cuando hay una caducidad del funcionamiento fálico, la falta fálica, de lo que él llama en su letra menos phi (-φ), y cuando no hay esa falta, cuando falta la falta–, la condición constante de angustia y la exacerbación de un fantasma para defenderse de esa angustia, el retorno de esa angustia y otra vez apelar al fantasma. Esa es una característica importante clínicamente para ver ese problema de la relación madre-hija. Es decir que cada una colma la falta de la otra, y no puede no ser así, en la medida que han ausentado del campo la falta fálica como tal. Y como Lacan dice: no hay solo la castración que anima el deseo, la falta menos phi (-φ), hay además el objeto. Y son las descripciones más vívidas del lado de la hija, de llegar a estar casi teledirigida como objeto por la madre, como si volviese a ser ese cachorrito recién nacido que la madre colocaba así, asá, era la que sabía todo, y ella sigue siendo ese objeto, y dice: “Mamá sabe todo, yo no sé nada”.

Cuando se estudia los circuitos entre madre-hija, se observa perfectamente la posibilidad de la inversión de la situación. Es decir que el tiempo pasa en esa clínica, ya la madre está más viejita, se está quedando sola, tiene sus angustias, se desmorona, ahora ella se cae como objeto. Entonces es la hija la que toma el lugar de sostén de esa madre, si no la sostiene ella sería un desecho y un objeto angustiante máximo. A los diez minutos la madre ya se recuperó y esto gira, y es la hija la que vuelve a ser ese objeto que cae. Lacan, en el Seminario 10, (13) en una frase trató de hacer entender esto, evocando ese paradigma que es “el tubo” que se lleva de la mano, que no siempre es madre-hija, porque puede ser marido-mujer, entre hermanas, pero cuya estampa es que uno sostiene de la mano al otro, y si la llega a abrir, la condición absoluta es que el otro cae en la nada, habría la culpa más espantosa, imposible en ese compromiso hacer eso. Sólo tienen que agregarle que en esa mano, uno sostiene, el otro es el sostenido, y después puede ser al revés. Lacan analizaba esto diciendo que se trata sin duda de las situaciones más incómodas. En el tubo que se lleva de la mano, uno encarna el objeto, lo que se llama el objeto a, pero el que sostiene encarna el superyó, es decir, la serie de premisas, frases, saberes, enunciados que se dirigen al otro como mero objeto, y que retumban entonces del modo más oracular.

Esa clínica había surgido en todos esos casos con esa intensidad de presentación, como una hija en una especie de estado un poco alucinado sin ser de ninguna manera una psicosis, en el sentido de la presencia para ella de las voces, de las órdenes más o menos insensatas de la madre. Todo esto no quiere decir –estoy en los extremos– que al mismo tiempo se agrave el problema, porque se la pasan muy bien las dos, en una manera de disfrutar de ese mismo fantasma. Aunque, ante la ausencia del efecto castración, está siempre amenazado de la angustia, del pasaje al acto, del acting out, y de esa demanda absoluta e incondicional y sin sentido.

Nosotros habíamos encontrado una descripción patética de una analista mujer –que como más de una, prefirió buscar también una subsistencia con las mujeres, que es seguir lidiando contra ese bruto Lacan, padre de la horda primitiva, y que las maltrataba y no sé qué, por la misma decepción se peleó mucho con Lacan, se abrió–, que escribió un texto que se llama “Y una no se mueve sin la otra”, (14) en el cual se encuentran algunos párrafos con las descripciones más patéticas que yo haya leído de lo que quiere decir eso: la una no se mueve sin la otra. Y en ese fantasma va produciéndose la visión más descarnada de una para con la otra, es decir, ya no hay brillo fálico en ninguno, donde va quedando para cada una lo real del cuerpo sin ya brillo fálico alguno.

[PREGUNTA DEL PÚBLICO]

Luce Irigaray, psicoanalista francesa que brilló en aquellos tiempos por ese texto y por una polémica famosa que tuvo con Lacan, pero luego de lo cual digamos que se abrió, se fue de la escuela de Lacan. Ese texto, si lo consiguen, se los recomiendo para ver la descripción –que creo que no la ha hecho solamente por haber visto casos, la ha hecho viviéndola del modo más intenso–, en la que llega al extremo cuasi melancólico de una pérdida de pudor, en la que cada una ya no tiene interés de presentarse con la mascarada fálica, donde ya se mezcla todo en una especie de desinterés completo por acicalarse, arreglarse, y van quedando en ese fondo de pura angustia, y es el precio final de ese rechazo –por más razones que tenga– de elegir la vía de amar a algún hombre.

Creo que la idea de Lacan –y en eso es una idea que nos da porque está aludido, nos da para tomar distancia de toda una otra manera de pensar la cuestión en psicoanálisis–, es que hay ahí un error. Yo lo llamé el error de deseo –porque no hay una represión–, el error de deseo de dirigir la pregunta de la feminidad a la madre.

Llevaría mucho tiempo justificar por qué Lacan dice eso, por qué uno podría incluso tratar de contradecirlo desde la clínica y decirle: ¿qué querés? ¿Otra vez hay que articularla a ella en relación al hombre? Si ella ya ha tenido la experiencia de que tampoco consigue demasiada subsistencia para su feminidad del lado de los hombres. Y Lacan diría: sí, pero es un error completo que se dirija a este pacto y a esta búsqueda de ser sostenida como mujer en esa relación con la madre, de la cual se ven los estragos –que yo traté de comentar clínicamente–, si es llevar una pregunta a nivel de estrago a otra persona igualmente víctima de ese estrago.

Bueno, ¿en qué quedamos? Por un lado, podríamos decir que hay el retorno a Freud, por una insistencia que, a nivel inconsciente, y más del lado del síntoma, el deseo inscripto en ella también, es un deseo que se articula a nivel del significante paterno, y sus sustitutos. Cualquier movilización de deseo sólo puede ocurrir en esa dirección, que lo otro sólo va a ser ese dúo fantasmático con la condición del objeto a constante, y que igual habría que encontrarle la manera de interpretarlo o articular la relación de su deseo con significantes de la línea padre-marido-hermano, más allá de la dificultad que plantee esto en la clínica.

Pero si es un Lacan que en cierto modo vuelve a Freud

–porque Freud fue el que tenía realmente una orientación muy precisa, dada por los elementos de lo inconsciente, de que el deseo de la mujer era y se constituía en el Edipo, pasando por el hombre, y aun cuando Freud, y por supuesto, Lacan lo sigue–, rápidamente se da cuenta de que es por esa vía que ella plantea la cuestión de la feminidad en relación a otra mujer, y tenemos el fundamento de la constitución del posicionamiento histérico en el deseo. Para sostener ese posicionamiento histérico, que da lugar, sin solución definitiva, a una variación de respuestas sobre qué es una mujer, es necesario reconocer la articulación con el deseo del hombre. Porque no se puede plantear a nivel de qué es una mujer, qué es la otra, sino es que es una otra porque es deseada por un hombre. Y si con la otra, originariamente la madre, el pacto es: “Vamos a ser nosotras, hija, más allá del deseo de los hombres”, observamos esa dimensión estragante, y lo verificamos clínicamente.

Así que podríamos decir que Lacan, en esa frase, insiste en ser freudiano en cuanto a la interpretación del deseo inconsciente. Y eso tendría un valor respecto a la historia del psicoanálisis en la medida en que el fracaso de los analistas para lograr analizar la histeria, el límite que encontraron en la práctica, respecto de qué resuelve ella en su articulación al deseo de los hombres, fue dando cada vez más importancia al análisis posible de una fase preedípica madre-hija, y eso tomó su despliegue máximo –y su efecto en la Argentina–, desde el kleinismo.

Y el kleinismo produjo en sus análisis, vía análisis de mujeres –lo he observado, mucho, por años–, un punto de hostilidad respecto de los hombres. Claro, cuando yo digo un punto de hostilidad se puede oír a coro, perfectamente, que sí, no es ese el tema. Y que favoreció posiciones muy obsesionadas, y búsquedas en las mujeres de resolver las cosas con más distancia, evitar esos estragos con los hombres, –no querrían saber nada de la segunda frase de Lacan, la del síntoma–, y el comienzo de dúos de mujeres, del estilo madre-hija, con todas estas otras características que hemos descripto. Además de todos los enormes problemas doctrinarios que por eso se producen, suponiendo la existencia de una fase preedípica madre-hija.

Para resumir, la frase que he comentado de la relación madre-hija, vinculándola con la segunda, el término ravage, ya ahí también habría que hacerlo resonar en la problemática de lo ilimitado, y del problema de lo que entre madre-hija toca esa dimensión en la cual algo hay de falta de límite. Y por eso es también que muchas veces esas situaciones mejoran por el solo hecho de que alguien introduzca el límite, y que no sea la madre la que tenga que usurpar supuestamente ese lugar. Se hacen insensatos los límites de la madre porque es una mujer, porque ya ha sido ser en ese estrago. Y entonces siempre hay una manera caprichosa e insensata de establecer todos los principios y las reglas con las cuales la hija se podría conducir.

Muchas de esas situaciones se alivian si un tío, el abuelo, le dicen: “Búscate hija un novio, alguien que te ponga límite, déjame en paz a mí”. A veces las dos se dan cuenta de qué es lo que falla ahí.

Uno podría decir ¿por qué? Porque si se ponen en feministas hostiles no tiene salida la cuestión, trato de ir a otro punto. ¿Por qué vemos clínicamente, que una ley sostenida por un idiota es mil veces más eficaz que la que quiere sostener esa astutísima madre? Porque la ventaja del idiota es que –aparte de que no la pone muy bien a la ley, o se olvida, está un poco ausente, pero no importa, con que diga algo está bien, es otra la cosa–, viene esa ley de alguien que es sexualmente y en su goce un limitado, y permite la identificación de ella a algo acotado, a un conjunto cerrado.

Y es en eso que para ella es la referencia a esa identificación en un hombre, le es algo de enorme estabilización respecto de una angustia, angustia que excede la teoría de la angustia como objeto a, porque es la angustia de un cuerpo que funciona fuera de límite. Y no es que ellas vayan a adorar a ese hombre que sostiene una ley, ni nada por el estilo, pero hay que preguntarse el porqué de ese referente. Y por qué el mismo referente es superyoico e insensato sostenido por una mujer.

Es un dato que les doy, cuando se dice: bien, la mujer también puede reemplazar al padre y sostener la ley. Sí, por supuesto, pero a la larga se va a encontrar este problema, porque para ella la cuestión de la feminidad no puede sino planteársele, y en formas más o menos sintomáticas aparece en la madre, indefectiblemente, que ella también es mujer, y que ella también es una ilimitada.

Creo que hay que ir más allá, no es un problema ni de machismo, ni de paternalismo, ni de negar las lacras concretas de los hombres, y de su manera un poco bruta de relacionarse con las mujeres –no vamos a hacer ningún panegírico, ni elogio de nada–, hay que ir a algo más estructural. Y creo que Lacan ya en L’étourdit (15) tenía la idea de que es agotando, y articulando, pero llevando hasta el final para ella la referencia al significante del hombre, como podría ubicar un más allá de su feminidad, para alguna chance que no fuese de estrago.

Para terminar, diría que Lacan veía para ella –es un tema de fin de análisis–, alguna ubicación respecto de su feminidad en lo que podríamos decir un paso más que el Edipo. Pero no buscando a la mamá originaria mucho más acá del Edipo. No es que a Lacan no le interesó cómo resolver que ella encuentre algo más de sustancia en la cuestión de su cuerpo abierto e ilimitado y la cuestión de su feminidad, pero en Lacan ese tema fue siempre sobre la base de un recorrido de toda la lógica del falo como tal. Y es, al fin de cuentas, por una lógica de no-todo respecto del falo que va a ubicar la feminidad –es decir que en su definición se necesita del falo para ubicarse en eso como no-todo–, y no por la decepción, el rechazo a jugarse a la aventura de volver a amar a algún hombre que se pueda resolver la feminidad, salvo bajo las formas fantasmáticas, superyoicas, y de estrago en el sentido fuerte que hemos comentado.

Esa me parece la orientación lacaniana en el tema, pero es un comentario, porque como les digo, son frases muy complejas que están siendo trabajadas.

Bien, estoy abierto a las preguntas. Voy a esperar tranquilo hasta que aparezca alguna, no puede ser que vayan después todos a preguntarle a la mamá de cada uno de ustedes algo.

(PREGUNTA DEL PÚBLICO)

Sabemos de los límites que tiene para una mujer el análisis, en tanto culminan en un deseo del falo. El falo, no eso que ellos tienen entre las piernas –ellas saben de su fracaso– sino como dice Lacan en el Seminario 10, (16) el que podría articular la feminidad como tal. En esto se estanca la solución edípica.

De todos los significantes-amo, los significantes-padre, inscriptos en una cadena inconsciente, todos darán como respuesta, siempre, la ubicación del deseo, el deseo del falo. En ese sentido es, yendo un poquito más de su propio inconsciente, por eso es una temática difícil vinculada al fin de análisis y a cierta separación de ese mismo determinismo inconsciente, que Lacan plantea la ubicación de ella, la revelación para ella de la condición de esa lógica de no ser toda para el falo. De averiguar en qué –como dice Lacan–, es medio loca, pero no por una razón moral, consciente, un cuerpo medio loco, fuera de lenguaje, y que se presta al paraíso como a la devastación.

Nunca hizo Lacan de esto una cosa enteramente por fuera de la lógica fálica. Le encontró una vuelta que no podemos elaborar acá, pero digamos, toda la fuerza de sus fórmulas de la sexuación es haber encontrado una manera de entender ese ilimitado femenino, sin embargo, en un modo que se puede articular la función fálica. Eso era lo que decía que se podía tener en cuenta también en la frase que dice en L´étourdit, (17) donde expresa que es un error ir a buscar esa solución del lado de la madre. Por supuesto que, mientras permanezca en una posición histérica, habrá para ella toda la dinámica, la dialéctica y todas las transformaciones de su deseo, no una relación superyoica, pero habrá siempre insatisfacción, porque todas las formas fálicas que los hombres articulan para su identificación son para los hombres fantasmas, lunares, y haciéndose lunar no es como una mujer consigue el rapto.

Hay más ideas en el último Lacan. Ahora ha salido un texto, un pequeño seminario que dio Jacques-Alain Miller en Brasil, que es como un resumen de sus desarrollos más recientes, y donde encontrarán esta lectura de la cuestión de la devastación o del estrago, que ha sido publicada en castellano con el título de El hueso de un análisis. (18) Ahí tienen bien articulado –bien articulado quiere decir: ¡reconocido por fin! por una persona importante del psicoanálisis, el mejor comentarista de la obra de Jacques Lacan–, cuál es el papel estructural como modo de goce que juega el amor en la mujer. Me atrevo a haber sido un poquito pionero en eso, porque escribí un libro que se llama Problemas sobre el amor y el deseo del analista, (19) que los analistas dejaron caer en un tacho de basura, porque la teoría del amor era que el amor era una trampa narcisista, sostenido siempre por la idealización, y que había que atravesar eso. No había otra teoría.

Lo que me pasó es que, a mí, en mis discusiones con las alumnas de tantos cursos, las mujeres jamás me lo creyeron. Yo notaba que explicaba la teoría del narcisismo y los límites del amor, y ellas me miraban como diciendo: “eso ya lo sé, pero el amor es otra cosa”.

Así que lo revisé en Lacan todo lo que pude, y ahora está perfectamente dicho, bien fundamentado, que no es una coquetería, no es un alma femenina, no es un no sé qué de las mujeres en un sentido culturoso, tierno, romántico. Es que hay una razón por la cual el amor es el único modo de acceso al goce femenino. Se lo puede entender como un operador. Con mucha frialdad, si quieren, se puede decir: es que ellas suelen ser tan enamoradas, llegan a tal sin límites en el amor. Bueno, pero no lo veamos desde los hombres sino sobre nosotros; nunca vamos a responder con una cosa tan así, salvo algunos muchachos muy dotados, pero hay que ir a San Juan de la Cruz. Estamos empezando a entender que –no hagamos eso en términos de pullas de un sexo con el otro, de que sean más nobles en el amor y nosotros unos brutos, etcétera– en el exilio de los sexos hasta qué punto están determinadas, podríamos decir, cómo les conviene la locura del amor, porque es el único modo de acceso a ese otro goce.

Y eso nunca se decía con claridad, y si no se dice con claridad se empuja a las mujeres al goce pulsional, al desengaño, a engañar a todos y a sí misma, pensando que por puro sexo se la pasa fenómeno, y que se puede vivir sin pasar por los riesgos de la devastación. Acomodarse al día de hoy y decir: “Bueno, él se bajó tres, yo me bajé cuatro” –dicen ellas-. Salir con un chabón, con otro y con otro, pum, tum, en un clima general de gran dificultad de retomar la cuestión del amor.

En realidad, estamos en un momento bastante desengañado, terminaremos todos con mamá, pero es muy importante que por fin hay una teoría que empiece a dar cuenta de que hay un real de goce en juego en eso. Que no es sólo un tema de querer fundirse con el otro, y que ese carácter insaciable de la demanda de amor de una mujer, no podemos adjudicarlo ya en análisis siempre a la insatisfacción histérica. De querer curarse de la histeria, quitándole, al mismo tiempo, algo en lo que siempre reclama en el amor algo más, pero que en ese algo más se lo puede ver desde un punto de vista distinto que solamente la falta fálica, que nos hace creer que lo que ella quiere es más falo, y entonces es una quejosa. Pero es que habita en esa demanda ilimitada en la mujer algo que no se soluciona por la histeria, sino que hay que entender que es exactamente el modo en que se articula su goce.

Y no cuesta tanto eso cuanto se entiende bien la relación que tiene el amor con ese no-todo. Por eso hay ese carácter ilimitado femenino en la cuestión del amor, tanto en el pedido de amor como en el amor que es capaz de dar, que son locas de amor, como dice Miller: la mujer ama de una manera erotómana, (20) pero es que en eso está el único modo que conocemos de posible acceso a ese goce. No tenemos un modo que decís: bueno, si los hombres se ponen un lunarcito, ellas llegan al goce femenino. No, no, ni con fantasma, ni con esto, ni con todo lo que conocemos para gozar, no es el modo de ese otro goce, y el único del que hay ciertos testimonios, también en los místicos; es por coraje, o por una posibilidad más allá de la angustia de aguantarse un amor sin límites. Eso, dice Lacan, que puede ser para una mujer un hombre. La excusa para dar lugar a ese goce en ella.

(PREGUNTA DEL PÚBLICO)

No se sabe bien qué pierde una mujer cuando pierde un amor, y ni la teoría del duelo, que es una cosa extraordinariamente difícil. Ayuda en esto, porque cuando decimos decepción es una decepción de devastación, no es la decepción de perder un objeto, que puede ser muy fuerte, pero que es un objeto bien enmarcado en un fantasma ilimitado. Entonces es difícil eso, y se ve mucho cuando vos decís: bueno, ¿por qué no quiere intentarlo de nuevo? Conozco mujeres que, por ejemplo, respecto de las maldades mayores que le puede hacer un hombre –vamos a la más simple de todas, que no la quiera más y se fue con otra–, cuando ella había abierto ese amor a la dimensión sin límites, ese agravio no tiene solución. Una mujer puede decir, tres, cinco años después: “Estoy nerviosa porque tengo que ir a una reunión donde va a estar él”.

Hay un chiste muy lindo que salió ayer u hoy en La Nación, de Maitena, que se llama “Superadas” (21) –es muy chistosa en cosas de mujeres–, donde una amiga le dice a la otra así: “pero escuchame, estás loca, si te largó hace cinco años, vos ya te casaste con otro, y has tenido hijos con otro, y ahora porque te enteraste que él tiene una novia estás con un ataque de celos, ¿qué celos son esos?” Y ella dice: “Unos celos residuales”.

Después uno ve distintos acomodos posibles, puede haber hasta el temor. Una mujer desde el lado de la feminidad hace cosas que no se entienden, que siempre se entendían como histeria, y es porque sólo ella tiene en su angustia dimensión de lo que es si le agarra eso. Y puede decir: “no voy a ir, no quiero verlo, única defensa que tengo, porque si lo veo, en un instante, todo lo que he pensado racionalmente de este desgraciado, bum”. Y te dicen que es por una cosita que sienten acá, qué sé yo.

Hay toda una clínica nueva posible, en la que la palabra puede ubicarla dándole un lugar a eso, porque ¿quién puede conseguir una solución acerca de cómo manejarse sino ellas? Le daría mucho valor, ya que muy fácilmente, en nuestra cultura, ellos están absolutamente en el lado del consumo fantasmático, con todo un proceso de caducidad de la familia, separación, y ellas también parecen estar destinadas a una solución del estilo masculino, por decir así. “No te metás más en eso porque perdés”, ese es el mensaje fuerte, “no se enamoren porque acá el que se enamoró perdió”. O libros como pueden ser “el problema de las mujeres que aman demasiado”, como si pudieras tener una terapéutica para decir: amá menos.

Pero es que a veces espontáneamente a uno le puede salir eso en un análisis también, “no te lo tomés tan así”. Pero una mujer enamorada está fuera del planeta en eso, es inútil que diga: “Sí, no me lo voy a tomar tan así”. ¿Y qué pasó? “Esperé en un insomnio catorce horas el llamado telefónico de él, y yo me doy cuenta que soy loca porque no tiene sentido, porque incluso él me dijo: no sé si voy a poder llamarte”, y nada del discurso sirve, y están desbordadas, raptadas en ese estado de devastación.

No sabemos mucho, pero se empieza a reconocer el tema, y que no se soluciona tampoco diciendo: “Teléfono… dígame qué asocia con teléfono”, tele-fono, su mamá, qué sé yo, debe ser un ritual de la voz de la madre, porque es un punto en el cual todo un inconsciente está en suspenso, y se trata de ver cómo articular ese plus corporal y de goce a algo.

Me alejé un poco, pero contestaba en el sentido de que no me extraña, no me parece tan raro, que después de algunas decepciones, pueda crecer este punto de defensa hostil y de decir: “Me cansé, me cansé”.

(PREGUNTA DEL PÚBLICO)

Se ve bien eso en la clínica, cuando hay por detrás una especie de reproche de mujer a mujer. Está carcomiendo lo que podría ser la relación de una madre con su hija, de una hija con su madre. Por eso hay que buscar más datos clínicos para ver si es realmente una situación estragante.

No estoy tampoco diciendo que ella puede contar: “Sí, mi marido se queja porque tal día me gusta ir a almorzar con mamá”, o “le dije a mamá que venga a casa” y como él piensa “la suegra” –les estoy haciendo la novela, medio machista, de que las mujeres tienen que despreciar a sus madres o cosa por el estilo–.

Hay que precisar el asunto, y el dato que indica que se van a pasar la cuenta estragante de un reproche de mujer –por detrás de la relación madre-hija–, es lo que les digo de un pacto mutuo de hostilidad y rechazo del deseo masculino. Ahí es cuando ves que, estamos juntas porque somos dos fracasos como mujeres, por esos mierdas de hombres, pero la sociedad en comandita que queda ya toma una dimensión estragante.

¿Está claro eso? Puede haber perfectamente vínculos de hija – madre donde no se plantean, no se articula eso, y que pueden ser con todas las peripecias comunes de un vínculo, y sin este matiz tan especial.

Así que, ojo, hay que comentar muy bien la frase, porque Lacan lo dice muy bien, en qué la relación es un estrago. Lo dice en la medida en que se instala entre ellas una pregunta sin salida.

LUZ CASENAVE: Las observaciones, sobre lo que se puede ver, en algunos tratamientos de antigua data, sobre las posibilidades de salida del estrago de la madre, de la fortaleza, de la imposibilidad de manejar la situación, es la negación de la feminidad, es decir, masculinización, y uno ha visto mucha gente, muchas mujeres como masculinizadas después de un análisis. Es decir, muy puestas en posición de desprecio hacia lo femenino. ¿Qué pensás vos?

J. C. INDART: Lo que pienso hoy en día es que no se llega tan lejos en ese tema si definimos lo menos masculino, lo supuestamente más femenino, simplemente en el sentido de ser el falo, asumir todos los emblemas de una mascarada femenina.

Con eso digo que no se llega muy lejos, porque para la cuestión femenina el tema de fondo es el amor, y no este lío de cómo se posicionan en términos de aparentemente más viriles o aparentemente más coquetas, frágiles, histéricas, porque hay reinas de ser el falo que no quieren saber de amor.

Estamos hablando de cómo en las mujeres es un tema importantísimo, pero están las que solamente, si el deseo del analista apunta a eso en un análisis, puede esbozarse un poco.

Hay casos en que eso se presenta con más claridad, pero hay casos de mujeres –no importa la posición a nivel del tener-ser el falo, no son ni las conveniencias, ni resolver exactamente los problemas de la vida, ni conseguirse un amigo, ni tener hijos, todo eso puede ir ocurriendo–, en que si se busca un fin de análisis, no lo hay sino sobre la base de en vivo, no recordando sino volviendo a articular algo, ella encuentra un saber hacer algo con eso. Pero para eso necesitamos una práctica analítica y una oreja que dé más lugar, más lugar a los modos en que se presenta lo femenino, y no solamente el modo en que en ella se presenta su falicidad y su histeria.

Hay muchísimos casos en que todas esas manifestaciones son vividas por una mujer como una vergüenza, como su parte tonta, y puede el análisis avivarla, por decir así, en la dirección en la cual no va a ser más tonta, pero al mismo tiempo se sofoca ese tema. Esas son las contradicciones en que estamos.

Para la vida práctica, seguramente una mujer que se endurece más, se arma mejor conjuntos cerrados, para su cuerpo, y para su carrera profesional, puede estar aparentemente mejor.

Hay una cuestión ética en análisis: si vale la pena conducir solamente en esa dirección un análisis. Si retomamos la pregunta de Freud: ¿qué quiere una mujer? Amar y ser amada. Eso quiere una mujer, en un sentido nuevo que hay que darle a esos términos.

Después quiere muchísimas otras cosas, quieren dinero, quieren eso, quieren prestigio, pero eso no es lo femenino de lo que quieren. Eso lo conocemos, pero ahí estamos sin diferencias de sexo, eso es común, nadie está en contra de eso.

Pero si se va a llegar a la pregunta freudiana de fondo, el modo que hay que reelaborar es ése, y no por una ideología valorativa del amor. He insistido en que se trata de poder tomarlo del modo más materialista si quieren, que es un modo de acceder a un goce. Y como todo goce, tiene sus riesgos.

Siendo la una y cuarto, podemos dejar aquí.

1- La conferencia fue dictada en la ciudad de San Luis el 24 de abril de 1999.

2- Lacan, J., “El Atolondradicho”, en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p.489. En el momento en que J.C. Indart dictó esta conferencia aún no se había publicado la versión castellana de L”etourdit. En este libro hemos decidido establecer las citas con la versión publicada en castellano de Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012 [N. de E.].

3- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 99.

Al momento en que dicta esta conferencia J.C. Indart, no se encontraba establecida ni la versión francesa ni la castellana del Seminario 23. Hemos decidido precisar las citas siguiendo la versión establecida en castellano. [N. de E.].

4- Ibíd.

5- Miller, J.-A., EL partenaire-síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2008, pp. 277-301.

6- Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aún, Paidós, Buenos Aires, 1998.

7- Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, op. cit.

8- Lacan, J., “El atolondradicho”, op. cit

9- Ibíd., p. 4.

10- Ibíd.

11- Indart, J.-C., y otros., Un estrago. La relación madre-hija, Grama ediciones, Buenos Aires, 2014.

12- Lacan, J., El Seminario, Libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006, pp. 53-56 y 296-300.

13- Ibíd., pp. 335-349.

14- Irigaray, I., “Y una no se mueve sin la otra”, DUODA Revista d’Estudis Feministes n° 6, 1994.

15- Lacan, J., “El atolondradicho”, op. cit .

16- Lacan, J.,El Seminario, libro 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires, 2006.

17- Lacan, J., “El atolondradicho”, op. cit.

18- Miller, J.-A., El hueso de un análisis, Tres Haches, Buenos Aires, 1998, pp. 81-84.

19- Indart, J. C., Problemas sobre el amor y el deseo del analista, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1989.

20- Miller, J-A., EL partenaire-síntoma, op.cit., pp.303-318.

21- Maitena, Superadas, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2003.

El padre en cuestión

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