Читать книгу Gramática pura - Juan Fernando Hincapié - Страница 5
ОглавлениеEl pretérito casi nunca es perfecto, pero a veces…
¿Por qué, entonces, evité sus llamadas? ¿Por qué nunca pasé al teléfono? ¿Por qué aquella vez que atendí fingí número equivocado? («Güera, güerita, ¡soy yo!», se desgañitaba el pobre.) ¿Por qué no respondí sus cartas? ¿Por qué no me manifesté con respecto a su deseo de conocer el sur de América?
¿Fue una vileza? ¿Recibiré castigo?
Mala la hora en que le di mi teléfono de Bogotá. Desde que lo conocí, siempre supe que en algún momento lo pediría (y lo peor: que habría de llamar), de la misma forma que yo lo escamotearía valiéndome de una eficaz y soterrada técnica dilatoria, algo en lo que las bogotanas nacemos expertas. Con Kirsten, por poner un ejemplo, con el argentino, hasta con Limones nunca me hubiera planteado un dilema semejante: tenía claro que nunca se les ocurriría hablarme por teléfono. De pronto a Limones sí, si la situación entre nosotros hubiera tomado otro cariz. Pero el argentino y la gringa no son así. Ni entre ellos se telefonearían, estoy segura, si alguno de los dos abandonara ya no el país sino la ciudad, el código postal. Son muy cool para hacerlo, o creen serlo, lo que viene a ser lo mismo. De todos modos, yendo en contra de mis principios, terminé dándole a Faustino mi número telefónico. Fue culpa, sin duda, del estado de nervios de mis últimos días en esas tierras.
Fue raro, del tipo Holden-Caulfield-raro. Pocos días antes de abordar el avión, una tarde que me encontraba sola en casa, decidí salir a caminar. No era algo que una hiciera con regularidad en la ciudad de Oklahoma, mas sentí arrestos de llevarlo a cabo toda vez que la geografía del vecindario era clara para mí. Me arreglé un poco, guardé las llaves de casa en el bolsillo, cerré la puerta y comencé mi caminata. A los pocos minutos llegué a la frontera del suburbio. No me devolví, que era lo que originalmente tenía pensado. Esperé el cambio de semáforo y crucé la calle. Caminé en dirección a la autopista, al freeway, distante un par de millas. Al otro lado de la gran autopista se alcanzaba a divisar a lo lejos un Taco Bell. Pensé que podía llegar hasta allí y tomar un bocado. Me dispuse a hacerlo. Mientras cruzaba la autopista por el puente, un coche se detuvo a pocos metros de mi posición. Sentí algo extraño pero no me detuve. Era una señora con sus dos pequeños, me preguntó si todo estaba bien. «Everything is fine», la tranquilicé y pude notar un gesto reprobatorio en su mirada. Pensé que me haría otra advertencia, pero continuó su marcha.