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Agradecimientos

Una de las partes más difíciles de toda obra, tenga carácter literario y de ficción o ensayístico, es el apartado de agradecimientos. Forman siempre un gran número, en su generosidad, las personas que contribuyen al resultado final. Unas salen del ámbito más íntimo y privado, familiar; en otros casos se trata de profesionales de los más diversos ámbitos que te acompañan y llevan en volandas en el camino de acercarte a la línea de tu objetivo.

Limitado por unas mínimas normas de extensión, y espero que, sin descuido alguno, he de ponderar, por encima de todo, que El abogado líder es un trabajo alumbrado, esencialmente, por el contacto con los compañeros y compañeras con los que diariamente comparto los avatares de la profesión.

Es de justicia recordar a quien fue uno de mis primeros jefes en Martínez-Echeverría. Santiago De la Cruz es y será recordado para mí como la figura clásica que representa la auctoritas en una organización. Respetado no por su poder formal sino por ser una institución que me dio la oportunidad de formar parte de un gran equipo profesional, el suyo.

No puedo olvidarme del fiscal Ignacio Gordillo, quien fue para mí maestro indiscutible en el Derecho Penal. Con él aprendí la oratoria en sala, la empatía con los clientes, el respeto con el contrario y la preparación concienzuda de los casos. Por todo eso, y alguna cosa más, lo considero como mentor en mi especialidad.

Y qué puedo escribir de Rafael Martínez Echevarría, verdadero artífice y responsable de que este autor pudiera desarrollarse en su despacho. De él me quedó hace ya años la esencia de la Abogacía: captación, sólido estudio jurídico de cada dossier y búsqueda de la excelencia jesuita.

No cabe duda de que El abogado líder lleva inserta la huella de lo que han sido mis años en la política gremial. Primero, como presidente de la Asociación Jóvenes Abogados en Movimiento, y luego de la Agrupación de Jóvenes Abogados de Madrid. Gracias a todos los que han estado al lado en ese impulso colectivo, a todos esos jóvenes que, con ilusión, con valores y sin esperar nada a cambio se sienten orgullosos de ser letrados. Todos estamos igualados en la pelea diaria, en la búsqueda de la plenitud en el ejercicio profesional y en la persecución con fortaleza de nuestros derechos más preciados: la defensa del derecho de defensa, y nuestra libertad.

En esos dos movimientos, muy vivos en su naturaleza y muy constructivos en sus planteamientos, les debo demasiado: a mis compañeros de junta directiva, a los miembros de los comités de dirección, a los voluntarios. No quiero dejar de anotar dos nombres especiales. El primero el de una amiga de mi infancia, Paloma Díaz. Fue fundadora de un sentimiento de cambio de la Abogacía, y con verdaderos momentos de determinación mantuvo el proyecto a flote. Y qué decir del responsable de la comunicación y la construcción pausada de nuestras acciones de gobierno, hoy presidente de AJA: Alberto Cabello, con el que me propuse hacer algo grande por esta profesión, que hemos ido desarrollando con constancia, con críticas constructivas, y con los pies en el suelo siempre.

Lo más difícil de concretar, por paradójico que resulte, tiene que ver con la familia. Por mi familia. Nunca les agradeceré con la suficiente fuerza su incondicional lealtad. A ellos, que, en almuerzos, una y otra vez, tenían que padecer mis alegatos que posteriormente serían dichos en sala. A ellos, a quienes animaba a asistir a aquellos actos en los que reivindicábamos mejoras para la Abogacía.

A mis dos hermanas. Catalina, gracias por la corrección de tantos y tantos escritos. Ana Isabel, gracias por tu paciencia cuando escuchabas lo que serían mis discursos. Jorge, gracias por tu obligada presencia. Madre, te debo tu ilusión contagiosa, tu alegría incontenible, tu vitalidad para seguir adelante, tu curiosidad en lo que he hecho, que tanto me ha animado; y, sobre todo, te debo el instinto básico por la búsqueda de lo justo.

Y no hay mejor complemento al plano emocional que el racional. Mi padre, Javier, es la verdadera guía de este libro. De él aprendo cada día el análisis objetivo y mesurado de cada situación: la organización en el despacho, la corrección con los clientes... la ruptura con el «círculo de confort». Fue él quien al terminar la carrera de Derecho me presentaba a todo el mundo como el «gran abogado»; el experto en marketing que allí donde íbamos me hacía entregar la tarjeta de visita: al camarero, al director de banco, al repartidor de correos... despertó y forjó la que hoy es mi personalidad. Molesto ante las injusticias, fiel defensor de los derechos humanos y crítico con el sistema cuando veía en él alguna desigualdad, siempre ha estado intelectualmente ahí. Sin él, jamás habría sido abogado, gracias.

Estas palabras quedarían huérfanas y sin alma sin la mención a mi abuelo Mariano Ospina. Falleció hace meses, le recordamos en un acto multitudinario en Casa América, y la parte del liderazgo que está intrínsecamente vinculada a la ética se la debo a su legado, a su vida, a su ejemplo. «Dura lex, sed lex». El énfasis en el bien y en la búsqueda de lo justo se deben a su concepción férrea de la presencia imprescindible de la moral en la vida pública.

Por último, pero no por ello menos importante sino todo lo contrario, a quien es el pilar de mi vida, mi esposa Blanca. Hace ya trece años que coincidimos en el colegio, y lo que comenzó siendo un noviazgo terminó en un matrimonio, que pronto espera traer a una niña al mundo. Ella ha sido y es, paciencia y virtud. Me comprende y me acompaña como nadie a lo largo de todos estos años. Se ha sacrificado para entenderme, también en mis ausencias, fruto de una vida volcada por intentar dar lo mejor de mí a los demás. Su apoyo fue decisivo en los inicios. Nunca ha tenido una palabra de desaliento. Es la mejor amiga, la mejor consejera. Le debo demasiadas cosas, demasiado importantes y como no, el que hoy esta obra sea realidad.

El abogado líder

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