Читать книгу Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953 - Juan Guillermo Gómez García - Страница 13

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Capítulo 1

¿Qué es una biografía intelectual?

No se trata de una entidad, sino de una relación.

Alfonso Reyes

Tentativa con Malraux y Racine. Dos biografías ejemplares de la tradición francesa

La tradición sociológica durkheimiana, su heredera la Escuela de los Annales y el estructuralismo han negado a la biografía un campo autónomo o tan siquiera digno de las ciencias sociales. El extremo de todo ello lo protagonizó Barthes en sus estudios Sobre Racine. El libro, publicado en 1963, es el abierto desafío de una crítica radical en la que se sustituye al creador literario por el laberinto de los métodos lingüísticos, psicoanalíticos y antropológicos: “Si se quiere hacer historia literaria, se debe renunciar al individuo Racine”.1 Son los nuevos métodos de enfoque, no el creador, lo que en un extremismo desindividualizador interesa a la nova scientia barthesiana; el tipo de biografía heroica de Jean Lacouture es su opuesto. Lacouture cultiva una especie de “neozweignismo” desembozado mediante su deificación entusiasta y sin par de santos patronos. Sobresale André Malraux. Una vida en el siglo, 1901-1976, la cual publica en 1973 y por la cual recibe el Premio Aujourd’hui. Esta cautivante biografía lleva la apasionada vida del autor de La condición humana y La esperanza a una nota muy alta, renovando el mito de una existencia exquisita, llena de grandes sucesos, nimbada por el aura mágica del último escritor romántico de la tradición francesa.2

El propósito de esa biografía es, en una palabra, deslumbrar, y Lacouture lo consigue de sobra con los recursos que solo un maestro del género puede alcanzar. Pero estos recursos combinan la audacia expresiva, la artesanía narrativa y una cultura literaria vasta que subyuga y deja al lector como hipnotizado en la vida del héroe Malraux. El mismo Malraux queda velado en sus profundas contradicciones, de las cuales sale impune, como amparado por una condescendiente hada madrina: esta siempre justifica los caprichos de su predilecto, por virtud del genio literario y la valentía personal, y este se salva de cualquier reproche o juzgamiento serio de sus acciones públicas e inconsecuencias. Las virtudes expresivas y la documentación profusa asfixian el examen crítico, no propiamente de la calidad de la obra, sino de las actuaciones indudablemente condenables, como el robo fallido de las esculturas del templo budista Banteay Srei en Camboya, un verdadero intento de expoliación cultural de la antigua colonia francesa.

Malraux, en esta biografía relumbrante, se justifica como héroe de la cultura literaria francesa por su exquisita cultura, por su dandismo atrevido, por su sentido de aventura extrema (un D’Annunzio, un Lawrence, un Jünger) en torno de un yo arrogante que tira de los hilos de la existencia y en torno del cual parece bailar, como danzantes fantasmagóricos, sus contemporáneos ilustres y su tiempo. Todo contado como ocasión de ese ser inconfundible. Exceptuado Lacouture de cualquier reflexión histórico-sociológica, pese a que era demandada de suyo por presentar a Malraux como un autor lleno de conciencia histórica, el yo malrauxiano es alfa y omega de una constelación privilegiada. Todo parece menor o subalterno al lado de Malraux, no solo escritores como Gide, sino el mismo Trotski, Göring, Largo Caballero, De Gaulle (bueno, con este último, no tanto, para gloria de Francia). Es la autoproyección del héroe hiperbólico de Malraux, que en Hong Kong se alza como revolucionario y once años después lo repite en España en contra del pronunciamiento de Franco: desde su escuadra aérea lanzaba bombas a las tropas franquistas, en calidad de “coronel” Malraux, mientras en las tardes se reunía en un elegante hotel madrileño para departir con Ehrenburg, Neruda, Dos Passos y Alberti. El episodio de su salvamento de las garras de la Gestapo en Toulouse parece arrancado del guion de Indiana Jones.

El clímax de la vida de Malraux no fue, en la biografía de Lacouture, la publicación de La condición humana o La esperanza, sino el nombramiento de ministro de Información por el triunfador sobre Hitler, De Gaulle, quien había dicho adiós a las veleidades francesas de revolución. Ante él Malraux justificó su existencia plena: era la hora de la fusión de hombre de letras y de poder, de modo que De Gaulle era el Malraux del poder y Malraux el De Gaulle de las letras (¡Cómo añoraría Ortega y Gasset haber tenido este rol en la España de Franco! Pero este no era el caso, pues Franco entraba a la Guerra Fría por una vergonzosa puerta trasera y Ortega debía ocupar un muy discreto lugar en la dictadura franquista posbélica, como veremos). Malraux se erigió tras la Segunda Guerra Mundial, por amor patriótico, en el anticomunista estratégico, en el anti-Sartre de Les temps modernes.

¡Toda una leyenda viva del siglo! Es demasiada la prosa que se precisa para hacer inflar el globo de la gloria literaria de Malraux, para confundir en la mente del lector el mito fabuloso del escritor con el personaje biografiado. Biografiado, biógrafo y lector participan en el encanto entretenido de esa aventura sin fin. Malraux lleva así una vida excepcional y fabulosa, es la conclusión poco difícil de extraer del Malraux de Lacouture, pero no considero este atributo la función más aguda de una biografía intelectual.

En las antípodas metodológicas de esta rutilante biografía, no es una gran dificultad, pues, poner los ensayos sobre Racine de Barthes.3 En este prisma, no es el yo andante, sino la estructura abstracta lo que hace del autor un cuasicero a la izquierda. El gesto estructuralista también es heroico, una lucha contra lo convencional y la cómoda coincidencia cómplice de proyección tras lo absoluto humano, como un insecto biológicamente condicionado por el candil de la llama. La seducción por la “personalidad total”, la cual tuvo el mismo Malraux por el general De Gaulle en la primera entrevista, era la cabeza de turco de la modernidad que había que conducir a la guillotina del examen estructuralista. Nada como la estructura trágica de los héroes de Racine para el experimento de Barthes. Aquí campea un análisis interno exhaustivo de la estructura dramática y, a manera de complemento, un examen de obras dramáticas particulares: la Tebaida, Alejandro, Berenice, Fedra, etc. El acápite “La estructura” es clásico a este respecto, pues, en realidad, abstrae los elementos histórico-sociales para internarse en el corazón desnudo de la tragedia raciniana. Racine prácticamente es un pretexto de este examen barthesiano; es el extremo a-biográfico del “arte de la biografía”, para decirlo con Dosse.

¿Qué es la estructura de la tragedia raciniana? O ¿cómo Barthes nos presenta esa estructura? El apartado “La estructura” contiene una aguda pero también abstracta caracterización de los dramas de Racine, dividida así: “La cámara”; “Los tres espacios exteriores: la muerte, la huida, el acontecimiento”; “La horda”; “Los dos eros”; “La turbación”; “La ‘escena’ erótica”; “Lo tenebroso raciniano”; “La relación fundamental”, “Técnicas de agresión”; “Se”; “La división”; “El padre”; “El cambio brusco”; “La falta”; “El ‘dogmatismo’ del héroe raciniano”; “Esbozos de solución”; “El confidente”; “El miedo a los signos”, y “Logos y praxis”. La primera impresión, solo al leer los componentes de la estructura dramática, es simple: rompe con la convencional manera de describir la estructura de la obra literaria, obra que enriquece y modifica de modo innovador. La segunda impresión es que Barthes opera con gran sagacidad, no carente de un espíritu de aventura, que a veces roza con la carencia de escrúpulos; es decir, se aventura a abstracciones y generalizaciones audaces y no siempre con piso en la misma obra. La tercera es que el nivel de exigencia terminológica, sin llegar a la manía críptica de un Adorno, compite con ella. No cabe aquí aludir a cada una de las partes de este exigente capítulo, quizá de una manera modélica de esta forma de diseccionar la obra literaria, en la que el ingenio del intérprete asfixia la creación literaria y deja al margen de toda discusión de fondo al autor creativo.

El aparataje estructural podría ser válido para toda obra, en cualquier espacio y lugar, abusando de una a-historicidad ejemplar; dicho de otro modo, por pugnar contra el historicismo vacío de los estudios literarios, Barthes se lanza a un abismo especulativo, sintomático y a medias aceptable. Miremos, casi al azar, un pasaje de “La falta”:

Es pues necesario que el hombre obtenga su falta como un bien precioso. ¿Y qué medio más seguro para ser culpable que hacerse responsable de lo que está fuera de él, ante él? Dios, la Sangre, el Padre, la Ley, en síntesis, la Anterioridad se hace acusadora por esencia. Esta forma de culpabilidad absoluta no deja de recordar lo que en la política totalitaria se llama la culpabilidad objetiva: el mundo es un tribunal, si el acusado es inocente, el juez es culpable; así pues, el acusado carga con la falta del juez.4

¿Qué sobresale de esta o similares consideraciones? Simplemente que ellas se pueden y se deben aplicar a todas las obras con gran indistinción, que son válidas como un deber ser pre-, a- o anti-histórico, que son, en una palabra, estructuras intemporales de la obra literaria per se.

En el apartado “III. ¿Historia o literatura?”, Barthes explicita sus polémicas intenciones metodológicas, las extrema y pregunta con soberbia si es posible una historia literaria o si hay un modo de articular historia y literatura. La pregunta no la hace con desgano, sino con la intención de despejar equívocos tras equívocos en los estudios literarios. Tras esa arrogancia se esconden notas de gran interés metodológico, si no para llegar a un definitivo acuerdo de quién es histórica y sociológicamente Racine, al menos sí para saber qué no se acepta de los juicios ligeros de los historiadores de la literatura sobre el gran dramaturgo, quienes no son historiadores. A diferencia de Lacouture, que no se plantea problemas de esta índole tan intrincada, pues su labor de biógrafo se contrae a engrandecer lo grande e iluminar la luz, Barthes remueve las aguas estancadas de la comodidad disciplinar literaria. Se pregunta si es posible la relación entre historia y literatura, la cual respecto de Racine, en concreto, debe establecer con tres medios: Port Royal, la corte, el teatro.5 La pregunta es, pues, ¿qué era el público en la época de Racine?, ¿por qué la gente lloraba ante el drama Berenice? Barthes sugiere entonces tanto “una historia de las lágrimas” como una de “la enseñanza francesa”6 del siglo XVII o la de “la retórica clásica”, lo cual implica un cambio de enfoque metodológico: no que el autor genio esté en el centro de la historia, que así se hace a los objetos históricos nebulosos y lejanos, sino que lo esté la historia, con toda su riqueza y en torno de Racine. Todo ello conduce a la pregunta indiscreta que formula Barthes: “¿qué es la literatura?” o, mejor, “¿qué es la literatura […] para Racine y sus contemporáneos?”, que ya es una pregunta más bien sociológica. Sin embargo, la respuesta queda en promesa; el estudio de Racine, como biografía intelectual, en pañales.

Al margen de este artificio ingenioso de Barthes sobre la estructura de la tragedia raciniana, vale solo indicar que se encuentra una más luminosa explicación del resorte de la íntima interdependencia entre genio trágico y clasicismo normativo en el capítulo “Los ‘Trois discours’ de Corneille”, perteneciente al libro Lessing y Aristóteles. Investigaciones acerca de la teoría de la tragedia, del tempranamente desaparecido Max Kommerell. Allí aparece subsumida la aparente contradicción entre la voluntad de lenguaje sublime de Corneille, modelo de trágico francés y genuino heredero de la tradición de Sófocles y Séneca, y la exigencia de Richelieu de autoridad estatal, de buenas costumbres cortesanas y urbanidad amable, lo cual suplanta la idea de grandeza en favor de la verosimilitud convencional que pende de un hilo.7 Se aprende en Kommerell de la tragedia clásica francesa, en dos palabras, mucho más.

Postulados y praxis intelectuales

En la taxonomía minuciosa de biografías que estudia con puntualidad profesional Dosse (la hagiografía, la biografía heroica, la biografía existencial, la biografía colectiva, el biografema, etc.), cabe a la biografía intelectual un último capítulo por completo aparte. Ante el subgénero, la pregunta resalta casi como reproche: “Pero ¿qué puede retener el biógrafo de un filósofo o de un intelectual que no esté ya ahí, en su obra?”.8 El intelectual vive en sus obras y los pormenores anecdóticos aparecen como lo exterior o incluso insustancial. Esto lo resumía Heidegger, con tono sarcástico propio de sus irritaciones antiintelectualistas, al sostener que todo lo que cabe decir de la biografía de Aristóteles es que “nació, escribió y murió”.9 Parangonando sus palabras, podríamos asegurar, para colmar todas las expectativas investigativas, que este también es el caso de un estudiante suyo, Rafael Gutiérrez Girardot: nació en Sogamoso en 1928, escribió mucho sobre muchas cosas y murió en Bonn en 2005. En adelante, la tarea apropiada sería leer aquello que Gutiérrez Girardot escribió.

Con todo, desde hace décadas el mercado del libro ha visto emerger biografías sobre eminentes e indispensables hombres de pensamiento, como las de Chauviré sobre Wittgenstein, Young-Bruehl sobre Arendt, Azouvi sobre Descartes, Starobinski sobre Rousseau y Montaigne, Cohen-Solal sobre Sartre, Bertholet sobre Lévi-Strauss,10 Moulier-Boutang sobre Louis Althusser, etc. El mismo Dosse apela a su experiencia como biógrafo de Ricœur y De Certeau para delinear los retos historiográficos del biógrafo, bajo el presupuesto psicoanalítico de que una vida es inacabable y compleja, y de que cabe siempre en ella una nueva interpretación según el enfoque problemático, incluso con las mismas fuentes consabidas. Aquí también el lugar común emerge al declarar la empatía propulsora del proyecto y la intención de traducir la riqueza de pensamientos, de la unidad pensamiento-vida, sin haberlas reducido del todo. En el siglo XX, más que en ninguna otra época, para bien o para mal, “obra y vida se cruzan en filosofía, más íntimamente que en cualquier vida privada, pero también más públicamente que en cualquier vida pública”.11

La biografía intelectual, en relativa consonancia con lo formulado por Dosse, sería más bien un estudio detallado de las relaciones entre los postulados intelectuales o la trayectoria de pensamiento y la praxis intelectual. Esta praxis se refiere a medios, instituciones y sociabilidades de las esferas de lo público y lo privado; su presencia en los procesos de producción debe contribuir a explicar, amplificar e interrogar los mismos postulados intelectuales. Dicho de otra forma, el acento en la praxis ofrece un amplio margen de acción a la biografía intelectual, al tratar no solo de explicar los contenidos del pensamiento, ya que se puede decir que ellos deben explicarse y explicitarse por sí mismos, sino también al tratar de mostrar el dinamismo concreto de las mediaciones sociales, políticas y culturales, con sus diversos grados de institucionalización formal (cátedra universitaria) o informal (amistad epistolar). En estas mediaciones, los postulados o la masa crítica de pensamiento nacieron, se desarrollaron y se fijaron. Además, solo se pueden comprender estos contenidos en los medios propios, no tanto en el sentido de la estilística o retórica argumentativa como en el de los formatos en que fueron publicados o conservados inéditos (artículos, reseñas, ensayos, traducciones, lecciones magistrales, entrevistas, conferencias o emisiones radiofónicas).

Por ejemplo, Modernismo. Supuestos históricos y culturales es en sí mismo un proceso histórico cultural. Su lectura es volver a empezar a repensar, en una determinada situación, aquello que Gutiérrez Girardot escribió bajo el título de Modernismo, libro publicado en la editorial catalana Montesinos por su amigo colombiano Rafael Humberto Moreno-Durán, a quien conoció a principios de la década de 1970 y con quien sostuvo una vivaz correspondencia. Además, en este libro, ya icónico en la crítica literaria continental, Gutiérrez Girardot ofrece una especie de síntesis de sus Vorlesungen, es decir, de las lecciones magistrales que dictó, al menos, en sus últimas décadas de docencia en la Universidad de Bonn. De modo que Modernismo es el resultado de una cadena que bien se puede y se debe lograr explicar: la tarea del intelectual, profesor y apasionado amigo epistolar Rafael Gutiérrez Girardot.

Así, deseamos apenas insinuar que una obra son sus lectores, quienes también son sus editores, quienes a la vez son estudiantes universitarios del autor, quienes, además, son sus grades amigos y quienes perpetúan la vida intelectual de inusitadas maneras. La relación entre contenidos y praxis de pensamiento se hace así más viva, y casi se podría afirmar que las líneas divisorias entre biografía e intelecto se diluyen o, mejor, se explican y enriquecen mutuamente. La biografía intelectual, antes que una exaltación heroica de un modo de producción o una compulsión afirmativa de unidad entre vida y obra (con los detalles curiosos, enaltecedores o vergonzosos de cualquier vida humana), es un ejercicio que busca enlazar pensamiento y vida, forma de pensar y praxis de producción. De esto se trata, metodológicamente, la biografía intelectual.

El hábito de Rafael Gutiérrez Girardot de llevar corbatín y fumar habanos no solo significa así una manera de proyección social desde una vestimenta elegante y distintiva, ni tampoco solo un placer hedónico, sino que implica una relación de praxis y postulado intelectuales: elegancia y hedonismo fueron resaltados como atributos del pensar, en forma propositiva y programática, por el mismo Gutiérrez Girardot. Es decir, eran formas de su propia producción de pensamiento, de su manera de comprender las tareas y las funciones del pensar, afines de algún modo al dandismo, que no era solo pose, sino desafío, proyecto existencial y programa intelectual. También conviene representar a Gutiérrez Girardot anclado en la cotidianidad, con su gestualidad y vivo tono de voz, pues ello también es combustible de interpretación. Al escuchar sus grabaciones sonoras, palpamos como ejemplo vivo la significación profunda de su pensar y de su manera distintiva de argumentar. Lo aparentemente anecdótico se proyecta sobre el conjunto de su pensamiento, de modo que es una forma restituida de lo textual e, incluso, símbolo secreto del mismo cuerpo de pensamiento; la evocación de la intrincada dimensión biográfica es auxilio para comprender su pensar complejo.

Para llegar a ello, he tenido que familiarizarme con los contextos políticos e intelectuales de su trayectoria. Su primera infancia en Boyacá como hijo de un parlamentario conservador tempranamente asesinado; su militancia falangista, con sus vínculos tempranos con el Colegio del Rosario y el círculo de poetas alrededor de Rafael Maya; su beca en el colegio guadalupano en Madrid, con su asistencia a los seminarios de Xavier Zubiri y su distanciamiento crítico de Ortega y Gasset; sus estudios en la Universidad de Friburgo, con Heidegger y Hugo Friedrich; su breve beca en el Instituto Iberoamericano de Gotemburgo; su trayectoria como diplomático durante quince años en Colonia y Bonn, con su retorno traumático a Bogotá y su regreso a Alemania a mediados de la década de 1960; su profesorado como hispanista en la Universidad de Bonn; su red epistolar con españoles, alemanes y latinoamericanos, entre los que destacan Alfonso Reyes, Martin Heidegger, Hugo Friedrich y Pepe Valente, o su amistad con Eduardo Mallea, José Luis Romero, Augusto Roa Bastos o Ángel Rama; su obra compuesta de ensayos, libros, traducciones, lecciones magistrales, etc. Todo lo que compone la participación en una “multiplicidad de círculos concéntricos”, para tomar la expresión sociológica de Georg Simmel.12

Diferenciación social

Sobre la diferenciación social es un texto temprano, relativamente olvidado, de Simmel. Fue escrito en 1890, tres años antes del muy famoso y siempre estudiado La división social del trabajo, de Émile Durkheim. Los dos textos clásicos pretenden responder al problema de la especificidad del mundo burgués moderno y el nuevo sujeto capitalista que de él emerge. Durkheim presenta un cuadro relativamente transparente que delinea el mundo moderno a partir del carácter profesional del individuo y la resolución de conflictos mediante una justicia retributiva orgánica, a diferencia del mundo primitivo, donde el individuo se ve inexorablemente atado a un régimen comunitario-tribal, cuya justicia se mueve por los canales de la solidaridad mecánica. En cambio, Simmel no establece una transición tajante entre dos estadios, pues en el presente se entreveran simultáneamente rasgos valorativos del pasado. Esto hace que la “división social del trabajo” como rasgo diferenciador de lo moderno no recaiga para Simmel en la profesión y la competencia profesional, sino en una multiplicidad de círculos concéntricos que diferencian al individuo.

Esta discusión de los padres de la sociología se convierte en un obligado punto de discusión para la historia intelectual y contribuye a definir, con rasgos metodológicos más precisos, la biografía intelectual de Gutiérrez Girardot. La sociología del siglo XX le ha atribuido al intelectual una posición muy ambigua a través de pensadores como Karl Mannheim, quien, luego de una reconstrucción ejemplar de sus exponentes e instituciones desde la Edad Media hasta el mismo siglo XX, lo ha llamado “inteligencia libremente vacilante”.13 Sin embargo, todavía cabe recurrir al olvidado texto simmeliano para destacar un rasgo particular que enriquece la imagen del intelectual y que estimamos, no por capricho, adecuado para resaltar la iridiscencia de la producción intelectual del ensayista colombiano.

En el capítulo seis de Sociología. Estudios sobre las formas de socialización, llamado “El cruce de los círculos sociales”, Simmel condensa su idea original de Sobre la diferenciación social. Allí parte del presupuesto de que la diferencia entre el individuo de pensamiento cultivado y el lego se marca por la posibilidad de que el primero amplíe y diversifique sus círculos sociales de contacto, mientras que el segundo queda contraído, en general, a asociaciones y representaciones más homogéneas y simples. Las asociaciones de origen, como la familia, se van ampliando y diversificando por los contactos, los estudios, las oportunidades, y surgen así “nuevos círculos de contacto, que se cruzan en los más diversos ángulos con los antiguos, relativamente más naturales y constituidos con base en relaciones más materiales”.14

Esta primaria implicación sociológica, con la que Simmel apunta a procesos de mayor heterogeneidad y complejidad, conlleva un aumento de la libertad, de la posibilidad de elección del grupo al que se desea estar sujeto. El más notable ejemplo de una “superconstrucción de círculos” por fuera del condicionamiento “orgánico inmediato” lo proporciona “la república de los sabios”: “unión semi ideal, semi real, de todas las personalidades que coinciden en un fin tan general como el conocimiento y que pertenecen a los más diversos grupos, por lo que se refiere a la nacionalidad, intereses personales y especiales, posición social, etc.”.15

Ya desde el Renacimiento se puede constatar “la fuerza del interés espiritual y cultural, que logró unir en una comunidad nueva los diferentes elementos pertenecientes a los más diversos círculos”.16 Esto produjo acercamientos de nacionalidades, clases y profesiones diversas; abrió expectativas de participación común, activa y pasiva, en los pensamientos, los conocimientos y las actividades, de variadas formas y clasificaciones inéditas hasta el momento. Reinó la idea de que ciertas personalidades distinguidas pertenecían a la mencionada comunidad ideal, idea que fundamentó una nueva jerarquía acatada por los hombres de poder, por “un nuevo análisis y síntesis de los círculos, por decirlo así”.17 Todo ello señaló un espíritu independiente, de orgullo y cosmopolitismo: “el criterio de la intelectualidad pudo funcionar como base para la diferenciación y formación de círculos nuevos”.18

Las agudas observaciones de Simmel sobre el estrato intersticial de los intelectuales en la Europa moderna, cuyos rasgos no se han borrado del todo en el siglo XX, nos vienen como anillo al dedo para tratar de brindar explicación a la vida intelectual de Gutiérrez Girardot. La complejidad de contactos con círculos académicos, intelectuales y estéticos, con selectos miembros de la filosofía, academia y artes literarias, procedentes de diversos contextos nacionales, se efectuó no solo por su peculiar genio o mal genio, sino porque justamente esos contactos liberaron su personalidad tanto a afinidades íntimas como a rechazos vehementes, no menos extendidos y complejos. Esto determina en Gutiérrez Girardot, para volver al análisis clásico de Simmel, una “subjetividad nueva y más alta”.19 En efecto, esta complejidad de factores convergentes en una misma personalidad la afectan con cualidades como la mayor desenvoltura, pero igualmente con vacilaciones que multiplican los conflictos y crean un dualismo desgarrado. Sin embargo, ello también es efecto y parte de una personalidad singular, con las pugnas negativas, pero con los horizontes multiplicados y enriquecidos por estos debates interiores y exteriores.

Moda biográfica y filosofía ilustrada de la historia

“El biógrafo cae en la mentira, en el encubrimiento, en la hipocresía, en la ocultación e incluso en el disimulo de su propia falta de comprensión, pues la verdad biográfica no puede alcanzarse, y si pudiese alcanzarse, sería inservible”, escribe el implacable Freud sobre un género histórico del que desconfiaba profundamente.20 De este modo, la biografía era un documento mendaz, uno que develaba la impotencia del biógrafo y que no diría ni podría aclarar, en suma, nada del biografiado. Nada más alentador que estas palabras lapidarias del padre del psicoanálisis para desenredar la trama metodológica que pueda justificar una empresa a la que hacemos cara, pese a la incomprensión y oposición generalizadas.

Freud se refería a un modelo de práctica historiográfica que llamó en su momento el sociólogo de la literatura Leo Löwenthal “moda biográfica”. Un género que se hizo muy popular en los años de la República de Weimar y que catapultó la fama de autores como Stefan Zweig y Emil Ludwig. La biografía exaltaba la genialidad de su héroe y hacía de él un modelo de virtudes sobrehumanas que iluminaban toda una época y daban consuelo en aquellos años tenebrosos y sombríos. Estos eran los años devastadores de profunda crisis, en los que la masa de nuevos lectores, sin un gran bagaje cultural, se volcaba ávida al consumo de una literatura histórica que el mismo Löwenthal comparaba con un bazar oriental: venta de pócimas de grandeza, genialidad y superheroísmo en dosis impúdicamente baratas. Estas baratijas biográficas hicieron época.21

Tras la biografía, como género en auge en la época de entreguerras, se escondía algo más que la voluntad de trivialidad que hizo tan abrumador el éxito de autores como Zweig. Ella ocultaba las sombras del presente con el luminoso ascenso histórico de la burguesía, al menos desde el Renacimiento. Con este género y estos magníficos ejemplares del pasado (Da Vinci, Lincoln, Hölderlin, entre otros), se caía en la tentación de denunciar la decadencia del presente. El mundo histórico de la burguesía caía despedazado por la Primera Guerra Mundial, el “mundo de ayer” se derruía abruptamente, y la biografía del genio o del artista genial complacía a lectores poco exigentes que consumían literatura de entretenimiento con el ánimo de escaparse de las consecuencias negativas de esos años sombríos, hambrientos, inflacionarios, revolucionarios e inciertos. El genio salvaba a las masas de su sórdida existencia, hacía que el anónimo súbdito, que se sentía como el ratón Jerry permanentemente en fuga ante la persecución del gato malvado Tom (la serie fue creada justamente en el incierto año 1940), tuviese la proyección fantástica de su yo, concluía Fromm.22 La biografía del genio, que encubría y disimulaba la incomprensión, como resaltaba Freud, fue una típica factura de la cultura de masas, un género histórico fácil, cómodo y complaciente.

Lo que no cabía en la cabeza de Zweig, y por ello se convierte en un oportunista ideólogo del pasado burgués, es que, si el presente era una ruina, era porque el pasado lo había generado así. En realidad, nada de ese pasado valía la pena salvar como firme valor o consuelo. La miseria del presente era la del pasado; “todo documento de la cultura —escribía Benjamin— es un documento de la barbarie”.23 Y una fuente histórica también lo es. La discontinuidad, que fervorosamente alentaba Zweig con sus biografías de ventas elevadas cual pirámide hasta el cielo, constituía una trampa astuta.

La biografía quiso salvaguardar los valores en ruinas de la burguesía en la época de entreguerras; sus autores volvieron la vista con el deleite falsificador de un pasado feliz, orgulloso y espléndido, que servía de telón retrospectivo de una clase burguesa en ascenso. Esta, junto con la modernidad, iba de la mano de los grandes hombres. De ahí que el biógrafo se convirtiera en un versátil notario de ese esplendor del pasado y de la miseria del presente, y de ahí que viera la necesidad de hacer coincidir la genialidad artística, el producto exquisito artístico, con la grandeza incondicional del personaje biografiado. Ese modelo era especular, una ilusión histórica inalcanzable, un pozo de consuelo y, finalmente, una invitación soslayada de inacción política.

En el clima enrarecido del siglo XX, la disonancia entre autor, obra y nación no es solo exigida, sino un presupuesto, pues este siglo ya no cuenta con una filosofía de la historia; es decir, en un siglo en que el “progreso indefinido de la humanidad” fue burlado, tratar de ensamblar las fichas de obra, vida e historia nacional en un brillante complejo armónico resulta una mala jugada epistemológica.24 El autor se juzga no por su curva satisfactoria entre nacer, crecer, desarrollarse, madurar y morir, sino más bien por la permanente bifurcación de caminos, bifurcación que al paso crean las tradiciones culturales en disolución y mutación violenta, las instituciones no siempre estables ni venerables, las sociabilidades frágiles y emergentes, las situaciones extremas y volátiles, y las periodizaciones líquidas y advenedizas. El siglo XX, al destruir el principio de esperanza, o al reconfigurarlo de un modo tan equívoco y condicionado, hace de la biografía, por un lado, una tentación fácil y consoladora, como en el caso del rutilante y trivial Zweig; por otro, hace una forzada caricatura del individuo biografiado, de su época y del tour de force de la narración. En otras palabras, una triple falsificación de época. La intrincada narrativa que tiende a esta armonización de individuoobra-historia resulta menos que un puzzle para armar y desarmar constantemente.

La filosofía de la historia de cuño ilustrado, la del “progreso indefinido de la humanidad”, y su consiguiente la filosofía hegeliana de la historia, tocaban su fin, y con ello también el fin de la concepción de las grandes individualidades, encarnada para la burguesía alemana, tipológicamente, en el ya mencionado autor del Fausto. El resultado fue el nazismo; la cereza del pastel envenenado, los campos de concentración. Es en este sentido que Adorno, quien tuvo que padecer el exilio en los Estados Unidos, como muchos de los intelectuales judíos, escribió: “La identidad del hombre, que el análisis afirma como principio central del individuo, no existe en absoluto en la situación actual”.25

“Todo documento de cultura es un documento de barbarie” proviene del famoso escrito “Sobre la historia”, de Benjamin, en el que había ideado una metodología adecuada para el nihilismo del siglo XX. Se trata de los fragmentos que Benjamin redactó antes de que se suicidara, o de que lo asesinaran, según Jünger, en los que decía que todas las anteriores concepciones proyectivas y utópicas de la historia habían muerto. Benjamin suponía la muerte de la historia, atrapada en el utopismo programado que ella contemplaba; de ahí su idea de la irrupción del instante kairós. No conozco un consecuente continuador de todo ello entre nosotros, ni le atribuyo mis miles de líneas, más bien tributarias del método más groseramente positivista. Con todo, las notas furtivas de una filosofía benjaminiana de la historia deben seguir escribiéndose.

A Benjamin no le tocó la tragedia de los campos hitlerianos de concentración, pero la previó. Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración escribieron la siguiente frase en contra del desencantamiento de la racionalidad ilustrada, la cual aspiraba a distinguirse como pensamiento “en constante progreso”: “la Ilustración es totalitaria como ningún otro sistema”.26 La filosofía de la historia del progreso continuo de Condorcet, la cual heredaron Comte y los utopistas como Saint-Simon, Fourier y Cabet, o Bakunin y Marx, sucumbió al horror previo de la hecatombe de la República de Weimar, al preludio sinfónico de Hitler. La decadencia de Occidente, del maldadoso Spengler, hizo su miserable labor de zapa: fue una verdadera Circe de la filosofía de la historia. Parece poco andar más. Las ciencias del espíritu deben resistir a su matematización. Por eso, hacer historia de resistencia después de Hitler no es solo un deber político, sino un reto enorme a la imaginación incómoda: no sucumbir al menester truculento del documento llano, sino reaccionar a él a tiempo, de modo que cada palabra sea su contraria, una contrapalabra. Dicho de otra forma, escribir un libro es siempre escribir su contrario; al menos, pedir su complemento. Hay desamor trágico porque hubo un previo amor encendido; un odio encendido. Pero las consecuencias radicales de todo esto escapan a estas débiles fuerzas argumentativas.

La biografía, concebida como la brillante y tenaz continuidad de una vida ilustre, como reflejo o eco sinfónico del medio, con voz propia y partitura auto-genética, refrena la crítica negativa de la posibilidad, todavía abierta, del silencio rebelde. La biografía clásica del genio es el mundo al revés: el esfuerzo por darle coherencia al individuo biografiado, al medio y al lector, y así satisfacer la incertidumbre del público con la radiante perspectiva de una vida llena de sentido, valor y plenitud. Este es el riesgo más que frecuente de identificación entre autor, obra y medio que satisfacía a la conciencia burguesa alemana, como fue el caso de la identificación entre la genialidad de la obra inmensa de Goethe (son más de cien volúmenes en la edición de Cotta) y el real Júpiter de Weimar durante el siglo XIX. Este riesgo, que, además, es síntoma de todo un mundo cultural, no solo debe ser eludido, sino que en el contexto actual colombiano resulta evitable porque esta presión ideológica de la tradición cultural burguesa no gravita casi en ninguna medida entre nosotros. La misma formación de la nacionalidad colombiana, por lo demás tan contrahecha, no estimula esta falsa exaltación de tono imperialista. Lo que subyace en la tendencia biográfica denunciada con tanto énfasis por Adorno corresponde a una identidad no solo del sujeto y la obra, sino de ambos con la nación en irreversible ascenso. Esta es una conciencia falsificada de su desarrollo positivo hacia un clímax y paroxismo burgués-patriótico. En Alemania, de nuevo, se llama Goethezeit, y se puso en tela de juicio en esa nación solo tras la derrota de la Primera Guerra Mundial, la huida de Guillermo II, el Tratado de Versalles, el ascenso de Hitler y, por supuesto, los campos de concentración nazi. Este no es nuestro caso colombiano.

Vida intelectual

¿Dónde acaba lo intelectual y dónde empieza lo que no lo es? ¿Quién y cómo traza la raya entre una biografía y una biografía intelectual? ¿Qué habilita esa separación que se puede tomar como un capricho de moda, una arbitrariedad insostenible? ¿No es el hombre una unidad de cabeza a pies, señalada por la línea descendente del corazón? ¿Cómo cercenar los sentimientos, la vida amorosa, pasional, afectiva y moral del hombre de su naturaleza intelectiva, de su ser intelectual? ¿Es posible, pues, la historia intelectual y, si es así, en qué podría consistir?

La historia intelectual no traza una línea imaginaria y absurda entre las neuronas como generadoras de ideas, discursos y representaciones, y los otros aspectos de la vida que sentimentalmente se llaman humanos. Entre la proyección autoconsciente del biografiado que se considera intelectual, que escribe, piensa y organiza su vida como intelectual, y las otras funciones, desde las biológicas hasta las sexuales, que pueden hacerlo indiferenciado sociológicamente del resto de sus congéneres y contemporáneos, este tipo de historia privilegia lo primero a manera de corte analítico (por carnicera que sea la metáfora). La oración “este hombre produce un ensayo”, con su connotación múltiple, no es indiferente culturalmente a decir “este hombre está enamorado”. La vida intelectual se construye a partir de una decisión en gran medida consciente, compromete la intimidad subjetiva racional y se despliega en un hilo de tiempo que suele coincidir con la vida del biografiado, aun en el caso de que este, por razones también sociológicamente verificables, como el ascenso de clase abortado, decida odiar su talante intelectual y se declare un antiintelectual, que es, en esencia, un intelectual antiintelectual.

La actividad intelectual es una vieja práctica, o una tan antigua como la condición humana. Es decir, la activación de la masa cerebral para descifrar simbólicamente el mundo, la naturaleza y el hombre (en Grecia nace con los presocráticos, como hito inaugural de la filosofía occidental) puede diferenciarse históricamente de la vida intelectual como fenómeno de la tardía modernidad europea (el científico y profesorado universitario, par excellence). Cuando la inteligencia socialmente selectiva restringió su saber, en virtud de exigencias científicas, sociales e institucionales, y en favor de su propia protección y sus privilegios; cuando traicionó los postulados, en principio ilímites, de la vocación intelectual, al mismo tiempo se condenó a que otras capas y sectores sociales, hasta entonces por fuera de la producción intelectual públicamente activa, disputaran con propiedad las formas y los medios de producción de representaciones intelectivas. Esto se hizo posible y universalmente visible a partir del afamado caso Dreyfus en Francia, al declinar el siglo XIX.27

El intelectual, pues, nace en medio de una opinión pública ensordecida y polarizada, y pone en práctica un activismo grupal que decide sobre una masa de lectores a la que no le es indiferente la sustancia del debate político que allí se pone en juego. El intelectual, identificado con el activismo vindicativo de Zola, y luego con el del Sartre de ¿Qué es la literatura?, emerge en esa batalla de ideas, construye sus argumentos, hace del ensayismo un arma cortopunzante suficientemente aguda, mordaz y mortal, y se postula como paradigma de la dignidad nacional. El eco de esa protesta, del “yo acuso” en contra de la corrupción nacional que destituye y encarcela al capitán judío Dreyfus, obra de modo inmediato y hondo, como si no hubiera resquicios para mantener los hombros en alto y decir: “todo ello me importa un carajo”. Este compromiso de la opinión pública, aunque siempre hay una ausencia de opinión pública que también labra su contraparte, es un síntoma de politización de las masas, donde se encuentran profesionales desempleados e inconformes dispuestos a vengar las injusticias, a identificarse con el valiente credo de los intelectuales.28

El intelectual zoliano crea también el intelectualismo antiintelectual (Barrés, Maurras y la ultraderechista Acción Francesa), que se postula a sí mismo como defensor de la patria y los valores de la tradición nacional. La vieja lucha del siglo XIX entre jacobinos y ultramontanos, que podría tener su mismo origen en la Revolución Francesa, se reedita en un contexto de sociedad de masas. Para el caso de las masas del siglo XX, estas no solo han profundizado la crisis del parlamentarismo burgués por participar de la vida electoral eligiendo a sus representantes no burgueses, sino que se han alfabetizado casi universalmente y de un modo peligroso: se han vuelto politizadas y alfabetizadas, han creado al intelectual proletario. De este modo, han adquirido un nivel de conciencia de representación política y cultura intelectual antes a ellas negado, y propenden a una representación inédita, no meramente nominal. Como lo estudia Sorel en Reflexiones sobre la violencia, son masas que hacen del activismo protestatario de calle un mito auto-gestativo de su nueva identidad de clase.

La historia del intelectual en el siglo XX es increíblemente rica, variada y confusa. La Primera Guerra Mundial, como vimos, abrió un foso en la confianza hacia la razón, la ciencia y la universidad para gobernar el mundo. No solo el proletariado activo y los múltiples movimientos sociales de mujeres, jóvenes y antiimperialistas, etc., profundizaron esa zanja. Las élites intelectuales de derechas, por ejemplo, responsables de la llamada revolución conservadora en la Alemania posguillermina, descreyeron de esas bases constitutivas de la razón occidental. Allí hubo de todo, desde la exaltación del heroísmo guerrero en Jünger hasta el budismo extático de Hesse. La crisis del derrumbe de la racionalidad del capitalismo, el ascenso del fascismo y las fugas hacia la intimidad encontraron sus primeros analistas en autores como Max Weber, Antonio Gramsci, Karl Mannheim y Julien Benda. A ellos siguieron sociólogos como Robert King Merton, Edward A. Schils y Richard Hofstadter, y de un modo nada pueril, aunque con temas cada vez más amplios o inabarcables, hoy siguen hablando de intelectuales autores como Herbert Lottman, J. G. A. Pocock, Dominick LaCapra, Roger Chartier o Edward Said.

A propósito del intelectual palestino (autor de una obra tan sugerente como cuestionable, Orientalismo), deseo recoger algunas líneas que pueden ser directrices de esta discusión, originalmente emitidas en sus Conferencias del Reith por la BBC de Londres en 1993:

La amenaza particular que hoy pesa sobre el intelectual, tanto en Occidente como en el resto del mundo, no es la academia, ni las afueras de la gran ciudad, ni el aterrador mercantilismo de periodistas y editoriales, sino más bien una actitud que yo definiría con gusto como profesionalismo. Por profesionalismo entiendo yo el hecho de que, como intelectual, concibas tu trabajo como algo que haces para ganar la vida, entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, con un ojo en el reloj y el otro vuelto a lo que se considera debe ser la conducta adecuada, profesional: no causando problemas, no transgrediendo los paradigmas y límites aceptados, haciéndote a ti mismo vendible en el mercado y sobre todo presentable, es decir, no polémico, apolítico y objetivo.29

¿Cómo hice mi archivo de Rafael Gutiérrez Girardot?

La base documental de esta investigación sobre Gutiérrez Girardot parte de su archivo personal, el cual reposa en la Biblioteca Gabriel García Márquez de la Universidad Nacional de Colombia. Su acceso y disposición me ha sido posible en virtud del asesoramiento que ofrecí en el momento en que este llegó a la hemeroteca de la Universidad, remitido hacia el año 2007 por Bettina Gutiérrez-Girardot como anexo a la venta del fondo bibliográfico en lengua alemana del profesor colombiano. Este archivo sobrepasa los diez mil folios originales y comprende: a) los ensayos de filosofía y crítica literaria (sobre Colombia, España y Alemania), b) las llamadas Vorlesungen o lecciones magistrales dictadas en alemán en la Universidad de Bonn entre 1970 y 1992 (todas inéditas entonces) y c) la rica correspondencia, principalmente con colombianos, españoles y alemanes. Hay que agregar que durante los primeros años de su custodia estuvo clausurada su consulta para el público en general; hoy reposa en una especie de búnker de difícil acceso. Además, de manos de Bettina he recibido cartas, separatas y, sobre todo, lo que es talismán inolvidable, su pluma fuente Parker de su época de diplomático.30

He venido ampliando este fondo archivístico desde hace más de una década, mediante viajes a diversos países, como México, Argentina, España y Alemania, en busca de cartas, fotografías, casetes o ensayos en revistas refundidas, y más simple o cómodamente mediante insistentes correos electrónicos. He adquirido, pues, algunas joyas muy raras, que no posee otra entidad o persona. Así, me precio de haber obtenido la correspondencia completa con Eduardo Mallea, luego de dos idas en vano a Buenos Aires para tratar de entrar en contacto con el sobrino homónimo del gran novelista. La tercera fue la vencida. También obtuve la correspondencia con Alfonso Reyes, al visitar la Casa Alfonsina, y contar con la generosidad de su nieta, Alicia Reyes, que me permitió tomar copia de los originales. También debo agregar que la correspondencia con Ángel Rama la obtuve gracias al viaje de Anita Jaramillo a Montevideo, quien la recibió de Amparo Rama, no sin antes haberse frustrado un viaje de Diego Zuluaga con la misma misión. Diego Zuluaga fue a su vez el encargado de conseguir la correspondencia del gran poeta español José Pepe Valente, en pesquisa de los archivos de la Cátedra Valente de la Universidad de Santiago de Compostela. Las cartas con Juan Gustavo Cobo Borda y con Sergio Pitol, custodiadas en la Universidad de Princeton, las obtuve también por intermedia persona, ahora mi estudiante Diego Posada, quien viajó expresamente para ello. La Universidad de Barcelona me facilitó parte de la correspondencia con José Agustín Goytisolo.

También obtuve por correo electrónico la maravillosa correspondencia con Nils Hedberg, legendario director del Instituto Latinoamericano de Gotemburgo (Suecia), gracias a la amable voluntad de la bibliotecaria Anna Svensson. Me complace tener la correspondencia con Hans Paeschke y Hans Schwab-Felisch, directores de la revista Merkur, por el envío directo de esta desde el Archivo Literario Alemán, en Marbach, institución teutona a la que uno escribe haciendo la solicitud del material y a la semana, por tarde, la obtiene por correo postal, en copias impecables y de modo gratuito. En Berlín, he podido consultar por días enteros la Ibero-Amerikanische Bibliothek por virtud del hospedaje cariñoso que he recibido del poeta, hispanista y periodista Rodrigo Zuleta: su prodigiosa memoria rehace mil detalles que, de otro modo, quedarían en el agujero negro de esta historia. Debo resaltar la indispensable colaboración, sin la que esta investigación sería aún más escuálida, de la directora de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (Aecid): ella puso a mi disposición las fuentes que me permitieron escribir la petite histoire del colegio guadalupano.

Mi estancia en Santander en la primavera de 2014, como profesor invitado en la Universidad de Cantabria, gracias a la invitación de los profesores y amigos Manuel Suárez Cortina y Ángeles Barrio, me facilitó la indagación de los archivos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de la que pude recabar los folletos de los cursos de verano de 1949 a 1953. Tal vez la odisea más laberíntica de este trabajo de “heurística”, en términos de Droysen, o de recolección y hallazgo de fuentes, fue consultar en Santander el inapreciable fondo de libros en español de Gutiérrez Girardot, comprado por la Fundación Barcenillas antes que la Universidad Nacional lo hiciera con la biblioteca en lengua alemana. Fue odisea genuina porque la Fundación Barcenillas queda en el corazón más perdido de la península, a dos horas de la capital de Cantabria en tren de cercanías, en medio de un hermoso paisaje donde uno ve caminar a José María de Pereda resucitado; es decir, queda en la literal mierda. Fue odisea, lo es por la lejanía, porque los más de cuatro mil libros están allí tan conservados como enterrados; en 2013, antes del cierre general al público, solo se podían consultar en horarios restringidos, puesto que las cartas se podían leer de manera condicionada, sin tomar copias, sin tan siquiera transcribir. Pero a cambio quedé con una serie de libros rubricados por sus autores al crítico colombiano, desde Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, hasta Pepe Valente y Gonzalo Sobejano. No debo dejar de decir que conté con la ayuda de la amable bibliotecaria Paz Delgado, y que todo lo compensaba el almuerzo deliciosamente campesino, con vino inigualable a precios para sudacas.

También, disculpen la reduplicación del “también”, tuve ocasión de obtener en Bogotá un valioso material del Archivo General de la Nación, en particular la documentación del servicio diplomático en Colonia-Bonn, con el cual pude captar el ambiente de la diplomacia colombo-germana de la década de 1960. Maravillosa, aunque a medias por el corto tiempo disponible, fue la visita a la elegante sede de la Fundación Xavier Zubiri en el barrio Salamanca de Madrid: implicó respirar una atmósfera de genuino culto a la figura del gran filósofo español, tan admirado por Gutiérrez Girardot, y donde tuve ocasión de obtener datos y documentos por la deferencia de los directivos. La larga y afable entrevista que realicé en la Fundación Santillana de Madrid al vicepresidente de esa casa matriz librera, Emilio Martínez, tres días luego del acabose de plebiscito contra los acuerdos de paz, el 5 de octubre de 2016, me hizo desistir de la decisión de abortar este episodio de Gutiérrez Girardot y España.

Frustrante, hasta lo cervantino, fue la visita al Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, pues la documentación de la diplomacia entre España y Colombia se corta hacia mediados de la década de 1940. Frustrantísimo ha sido no poder obtener la documentación de Gutiérrez Girardot del archivo de la Universidad de Friburgo: por ejemplo, su llamado Studienbuch, o libro de estudios, y los Gutachten, o conceptos de su tesis doctoral sobre Antonio Machado. Solo logran salvar la situación las preciosas cartas con el eminente romanista Hugo Friedrich. El hilo de la correspondencia con los responsables del archivo de la Universidad de Friburgo (enero-febrero de 2011), se resumió en la imposibilidad de obtener, por ahora, estos indispensables documentos.31 De la Universidad de Bonn he logrado documentar fotografías, hablar con amigos y conocidos, recrear algunos pasajes de su vida, pues, también como Lektor que fui allí durante cuatro años (1989-1992), tengo mis selectos Erinnerungen. Siempre que paso por Bonn, y van ya cuatro veces en esta década, Angela Baron, propietaria de la Librería, un imponente depósito de más de cincuenta mil libros selectos en español, me regala dos o tres títulos de Gutiérrez Girardot, a manera de tributo a su maestro y apoyo a mi labor.

Mi última estancia en Alemania, todo el otoño de 2018 para dictar un seminario sobre la ensayística latinoamericana, me confirmó la necesidad de sacar adelante esta biografía y darle este perfil algo minucioso, pues, pese a que en la biblioteca de la Universidad de Erlangen-Núremberg constataba la existencia de sus libros y algunas tesis doctorales por él dirigidas, también en la patria de Goethe sufren de la peste del olvido. No obtuve respuesta de mucha gente a la que escribí, pero qué l’iace, como decía mi abuela materna. Otro material valioso ya me está comprometido.32 Me gustaría dejar, como asunto post mortem, eso sí, el anecdotario de la pesquisa de material epistolar en nuestra Colombia, tierra querida. Solo resalto, como feliz excepción, al “gabólogo” y gran amigo Gustavo Adolfo Ramírez Ariza, no solo porque hicimos en conjunto una exposición en el Archivo de Bogotá sobre el ensayista en 2015, sino porque me ha donado libros inconseguibles y me referenció una entrevista sepultada en la HJCK, de 1981, con el tema “En el bicentenario de Andrés Bello”.33

Debo resaltar que los libros de autoría de Gutiérrez Girardot han tenido, para mi acervo, una suerte no siempre adecuada. Muchos he regalado, otros desaparecen misteriosamente de mis estanterías, para readquirirlos en los agáchese o por obsequio espontáneo, como los referidos. Los libros de Gutiérrez Girardot solo muy de vez en cuando se encuentran bajo las piedras, como me sucedió recientemente con su traducción de Carta sobre el humanismo de Taurus. Cuento, como pocos, con una treintena de títulos originales de la Colección Estudios Alemanes, publicados por las editoriales Sur y Alfa, porque me fueron enviados a finales de la década de 1980 directamente por Inter-Nationen (Berlín) a indicación de Gutiérrez Girardot. Pero también porque en Buenos Aires pude adquirir algunos ejemplares, pues allí no son, según entiendo, muy apetecidos. Pese a esfuerzos y diligencias, no he podido adquirir las veinticinco tesis de doctorado que dirigió Gutiérrez Girardot, conforme las he identificado, publicadas en la colección Spanische Studien de Peter Lang Verlag, pero por el momento las que tengo me son suficientes.

Anotemos que la compra de la biblioteca en lengua alemana y, por añadidura, del archivo personal de Gutiérrez Girardot por parte de la Universidad Nacional, se produjo tras un intento frustrado para que lo hiciera la Universidad de Antioquia, con final cómico por parte del entonces rector, Alberto Uribe Correa. El memorable episodio se presentó hacia el año 2007, en una audiencia en el despacho rectoral a la que acudimos el director del Instituto de Filosofía, Carlos Vásquez Tamayo; el decano de la Facultad de Comunicaciones, Édison Neira Palacio, y yo, coordinador del pregrado Letras: Filología Hispánica. La escena transcurrió del siguiente y desenvuelto modo. Expusimos los pormenores y la importancia de la biblioteca, Édison Neira apeló, incluso, a la autoridad de Belisario Betancur, quien en esos días había donado su biblioteca personal a la Universidad Pontificia Bolivariana y le había manifestado al rector Uribe Correa la singularidad del legado bibliográfico alemán de Gutiérrez Girardot. Uribe Correa nos escuchó atento entre dos tintos, y con el desparpajo arriero que nunca lo abandonó, tomó el auricular telefónico, se comunicó con la directora de la biblioteca central de la Universidad, pidió algún dato pertinente y colgó luego de segundos clave de espera. Nos miró y sin más nos dijo: “¡Ven, el alemán es una lengua muerta!”. No le sobraba razón burocrática y administrativa. No se compró la biblioteca de Gutiérrez Girardot porque prácticamente nadie consulta libros en esa lengua en nuestra universidad.

He logrado obtener de los sitios web una enorme información en volumen, pero que no ha sido de mucha utilidad temática para esta monografía, “Rafael Gutiérrez Girardot y España”, pues se trata, en su mayoría de los debates muy puntuales de asuntos colombianos que tanto llamaron, en su momento, la atención local. Son, sobre todo, material en red relativo a las polémicas en torno a los nadaístas Fernando González, Estanislao Zuleta.

En fin… Mientras culminaba la fase de corrección de esta investigación, llegó el 1 de marzo de 2021 de Alemania una caja de 25 kilogramos del legado de Gutiérrez Girardot, enviada a este, como sorpresa inusitada, por su hija Bettina. Pues la novedad consiste en que por fin tenemos una imagen más completa, si no decisiva, de su extensa obra crítica, que, entre otras cosas, podría ser de unos 45 tomos. Ahora tenemos a la mano su correspondencia con Martin Heidegger, con Golo Mann y alguna pieza de más con Hugo Friedrich. Tenemos, pues, ahora, en este envío, otras 2500 quinientas piezas epistolares, por ejemplo, las largas y jugosas cartas con el crítico uruguayo Ángel Rama, que componen más de 60 cartas, en la época más importante, como director de Biblioteca Ayacucho. Así que ya podemos saber en detalle cuál fue el proyecto de entre ambos, qué plan maestro se idearon para llegar a cabo la más imponente realización editorial de nuestro continente. Esto tiene un valor inestimable. También, y esto quizá con anécdota o valor simbólico para muchos, tenemos la última carta de Jorge Gaitán Durán, que escribe solo tres días antes de su fallecimiento, en accidente aéreo, del 19 de junio de 1962. Tiene al margen a su amigo fallecido, la nota a lápiz: “última carta. El 21-22 murió en accidente”. También hay una extensa carta de 1960 a Jaime Vélez Correa, S. J., que brinda datos inéditos hasta ahora de su biografía intelectual. Gracias a esta documentación adicional, de última hora, se lograron completar las piezas epistolares con la intelectualidad española, de que aquí se trató de sacar el mejor provecho.

Ahora podemos entablar no solo una red de intelectuales, una compleja y detallada vida intelectual, sus relaciones estrechas e, incluso, íntimas con Eduardo Mallea, Gonzalo Sobejano, Pepe Valente, los hermanos Goytisolo, R. H. Moreno-Durán, Ángel Rama, José Luis Romero, Hugo Friedrich, Alfonso Reyes, Nils Hedberg, Rubén Jaramillo Vélez, Fernando Charry Lara, Pedro Gómez Valderrama, hombres muy representativos de su cultura filosófica, literaria e histórica de sus países. Este cosmopolitismo intelectual que también se desplegó en otras múltiples realizaciones, en diversos espacios de la actividad intelectual, en universidades, congresos, foros, prensa, revistas, editoriales. El intelectual vive de estas relaciones, de este complejo y diverso y rico universo, que, en el caso de Gutiérrez Girardot, se despliega con un vigor inusitado, con una irreverencia, pero, sobre todo, con una pasión por América Latina. Por una devoción por la inteligencia que siempre hizo presente en el caso suyo por Heidegger, Zubiri y Reyes, quienes fueron sus maestros.

¿Qué significa que venga este legado al país, que se añade al ya existente en la Universidad Nacional? Mucho. Una lección de patriotismo y generosidad para un país que lo saquean por todas partes. Solo basta pensar en la familia de García Márquez que negoció sus papeles por millones de dólares a la Austin Texas University. Una vergüenza insólita. Es increíble que nadie, ni académicos, ni los profesores o ministros de cultura o educación, no hayan pegado el grito en el cielo. Ni los que proclaman que García Márquez es de nuestras entrañas culturales, como creo lo fue su contemporáneo Gutiérrez Girardot. La fama no es la única medida de la importancia cultural. El legado de Gutiérrez Girardot, y no hago un distingo de escalas de éxito comercial o bulla mediática, es de gran importancia, una pieza central de la vida cultural de nuestra nación. No diferente es el asunto con los herederos de Tomás Carrasquilla, con los de León de Greiff, que acaparan hasta el abuso los escritos de sus ascendientes, de los ilustres literatos que se deben sacudir en su tumba por el atropello a su memoria.

Riesgos con las fuentes, nota autobiográfica

El investigador social, el historiador y el filólogo viven en un continuo naufragio: el del océano de documentos, opiniones, criterios y demandantes estados de la cuestión, los cuales son inabarcables por su naturaleza. Todos parecen o no tener la razón. Cada cual dice una cosa y otro la contradice del mismo modo persuasivo. El náufrago estudiante se convierte rápidamente en un autista de su propia desesperación. Todo da vueltas en la cabeza, todo gira en un cosmos de fuentes que marea. Navega por un océano de incertidumbres y las olas incesantes lo tiran de aquí para allá. Pero hay que reaccionar, con decisión tan autoritaria como modesta. Simplemente no sucumbir es una simple cuestión de carácter.

Podríamos resumir que la biografía intelectual consiste en dar pautas siempre posibles, en trazar las líneas básicas y comprensivas de una trayectoria hipotética e hirsuta, que está entrecruzada de datos positivamente documentados y conceptos que proceden de los datos, y en seguirlas hasta agotar la veta, como en un socavón de mina profunda. Pero adentrarse en este, palpar las vetas fecundas y examinar las rocas inertes es una aventura intelectual por sí misma, un juego de fantasía, desgaste, resistencia e imaginación. Sumergirse en la vida de otro, en este caso, de un “ilustre muerto desconocido”, como decía de sus indagaciones de la literatura colonial Juan María Gutiérrez,34 descifrar las líneas evidentes y las escritas en tinta invisible, es un desafío abismal, casi un desafuero cognitivo.

¿Qué podríamos saber a ciencia cierta del otro, del muerto, del fantasma titilante que se nos presenta y se nos escapa a cada instante, que juega con nosotros, huye y vuelve a emerger cuando estamos al borde de desistir de perseguir la sombra? ¿Creen acaso que los documentos no hablan y al tiempo enmudecen, que se leen en el día y no resurgen en los sueños en la noche, en medio de pesadillas, o que son papel húmedo, muerto, unidireccional? ¿Acaso no es posible que esa familiaridad de lo mismo con lo mismo no desemboque en una esterilidad deprimente? ¿A partir de qué punto emerge la pregunta, el problema que guía la investigación? Sabemos, pretendemos y afirmamos un asunto. La pregunta, que es el punto de partida de toda investigación histórica, y por tanto la biografía intelectual es, en principio, una ciencia empírica, surge del reconocimiento de lo que se sabe y de lo que se desea saber y está en la oscuridad. Cada descubrimiento invita a indagar más lo conocido, en una dirección hasta ahora no cuestionada. Un “círculo de niebla”, como dice Droysen en su afamada Histórica,35 rodea nuestras representaciones del mundo del pasado, pero es cuestionado en el momento singular en que lo recibido no satisface nuestra curiosidad, en que ella reacciona contra lo ingenuamente recibido. Esa reacción recibe el nombre de duda, busca examinar lo recibido como fe para ser reaprendido.

Todos podemos afirmar que la vida histórica está en nosotros, que somos simple memoria ardiente. Parcial y subjetivamente, esto es una realidad. Nuestra existencia es una proyección de nuestros deseos y frustraciones, y hacemos de la escritura histórica reclamo y reivindicación, es decir, justicia y medio falsas demandas, presentándonos en el colmo del púlpito de la época como árbitros imparciales del pasado. Acumulamos, ordenamos, seleccionamos y analizamos las fuentes; decidimos qué decir, omitir o velar, por mérito, audacia, pereza, poder o maldad de clase, género, raza y partido (este es el quid de la historia oficial; entre nosotros, desde Henao y Arrubla, hasta… ¿quién?). Es un problema determinar el relieve, y por ello se puede llegar a preguntar si esto al fin es novela o ciencia, pues una novela contiene elementos incontrolables que desacreditan la postulación científica del trabajo, pero la técnica narrativa, en caso de dominarse, también contribuye a precisar el objeto científico. En cualquier caso, hay que ordenar discursivamente las fuentes, darles forma y cuerpo, como hace todo paciente y soberbio historiador, que ante ellas se emociona de modo onanista. De ahí que toda genuina historia es una potencial novela, una de non-ficiton, y no hay poder para dirimir el deslinde entre lo objetivo y lo caprichoso, entre lo épico y lo cómico, aunque siempre tengamos un manual metodológico para evitar esta grotesca contrariedad. En suma, hay que construir, reconstruir y destruir en un ciclo continuo de indecisiones.

¿Qué se construye, reconstruye y destruye? Se debe dejar que los otros hablen, que los restos existentes, al decir de Droysen, o las fuentes (ensayos, entrevistas, cartas, fotografías, etc.) hablen por nosotros y nos entreguen ese otro: el pasado en su desnuda mudez, lo que no somos y lo que somos ahora. Porque esas fuentes nos hablan y nos interrogan, nos ocultan y sugieren, en forma necesariamente fragmentaria y discontinua; porque el pasado no es el presente, aunque vive en él. Un juego de la máquina incontrolable del tiempo, que debe pasar por el telos de una comunidad ideal. Porque hay una angustia existencial y casi una falta de consideración y respeto en la tarea investigativa de hacer surgir de los documentos muertos y mudos a un ser con vida propia. Por supuesto, todo investigador social podrá argüir esto o algo semejante en sus trabajos. ¿Cómo darle vida a un sindicato, un movimiento social, una región, un partido político, una corriente literaria, una nación o un continente? ¿Cómo operan los que hoy se atreven a hacer historia universal, en contra de todo pronóstico y con un éxito comercial que apabulla? Todos estos, al fin y al cabo, son sujetos históricos que se deben individualizar, caracterizar y tipificar en el curso de un lapso determinado, en una cronología y periodización adecuada. Sin embargo, la biografía intelectual corre el riesgo más agudo de la sobreidentificación con su objeto de estudio por el carácter personal, individual y aparentemente más concreto que se estudia. Endiosar o heroizar al biografiado es una tentación que parte del ego del mismo investigador: queremos ser o al menos sentimos que somos aquel individuo sobre quien escribimos, nos proyectamos en él y deseamos darle un perfil idealizado, como compensando nuestras deficiencias y frustraciones proyectivas en el otro ideal. Queremos y deseamos, pues, darle un carácter abstracto unitario: un dios terrenal. Una labor que tiene que ver más con la exaltación teológica que con la ciencia social moderna.

Pero invoquemos una nota autobiográfica para eludir de una vez el riesgo de identificación entre biógrafo y biografiado, entre biografía y autobiografía del supuesto biógrafo. Gutiérrez Girardot nos invadió en nuestra juventud, se metió en cada una de nuestras neuronas de estudiantes de Filosofía en la sede bogotana de la Universidad Nacional, acaparó y monopolizó cada una de nuestras apasionadas discusiones durante semestres y años en que formamos una secta de cuasifanáticos, de iluminados provocadores y de marginados a nuestro placer. Hicimos de la irreverencia una profesión cercana a la pedantería. Esto era algo natural, casi lógico, en un país atroz donde la desesperanza y las malas pasadas eran el pan amargo de cada día. Un país que odiábamos a fondo, por su orquestada capacidad de humillación y desamparo a que somete a su mayoría desde que Colón pisó por primera vez una playa americana. El rencor personal era un trasunto del rencor y la desesperanza de todo un continente, de cinco siglos de horror, violencia e injusticias sin par. Nadie esperaba nada de nadie, aparte de la puñalada en el riñón. Esta era la razón de una sobreidentificación con el monstruo Gutiérrez Girardot, que iluminó y dio calor vital a nuestra existencia de pobres estudiantes en la edad más febril.

En una expresión, fuimos como una secta saint-simoniana minúscula, que, antes de haber leído a Saint-Simon o a Cabet, conspiraba para cambiar el mundo. Unos utopistas tardíos. Nuestro père era José Hernán Castilla, pero nunca logramos, en el curso de las décadas, tener a nuestra mère. No salimos como los extraviados hijos del gran Saint-Simon al Medio Oriente en busca del ideal femenino, no tuvimos la suerte de ser leídos por Goethe, Balzac o Heine, ni fuimos los banqueros de Napoleón III; pero sí adoptamos, como toda secta, costumbres y lenguaje típico que nos aislaron del entorno, nos dejaron como parias en el mundo social. Como tales afirmamos, en forma cada vez más extravagante, los ademanes sectarios, las formas de una colectividad pequeñísima que se siente y se sabe dueña de la verdad, el camino y la vida. No éramos tan ingenuos para creer que sin partido radical, sindicato revolucionario o movimiento de masas podríamos hacer la revolución, pero confiábamos imperativamente en que solo de este modo nos liberábamos de lo más absurdo. Éramos semidioses truncados, de derrota en derrota. Si viviéramos otra vez, repetiríamos nuestra manera extraña de ser, en el encantamiento de esa soberanía cognitiva que, como a cierto personaje de Cien años de soledad, nos hacía levitar ante el altar.

Algo todavía queda de esa semilla que nos hacía creer muy especiales e imbatibles. Sin esa convicción de fondo, esta biografía de Gutiérrez Girardot sería un trámite nada más que burocrático, una rendición pasiva al mundo de nuestra vida universitaria, en uno de sus sórdidos aspectos. La devoción, que por definición implica vasallaje, era para nosotros la forma alegre y ágil de nuestra libertad de saltar a los matones de nuestra diaria realidad. Así descargábamos toda nuestra furia moral en el escupidero sin fondo de la vida nacional. O lo presuponíamos… La actitud teorética que implica retar el mundo y negarlo era la típica actitud cognitiva de valor absoluto sobre todas las cosas, la cual se traducía en un ajuste de cuentas diario contra todo y contra todos. Borrosa quedó la pregunta sobre el riesgo del escepticismo estéril de esa actitud y sus posibilidades de automutilación intelectiva. Esta vida afectada no era, sin embargo, un juego irónico, sino una descarga incondicional con visos de autodestrucción a flor de piel. Nadie, pues, nos entendía, y en ello consistía en términos cotidianos ser gutierrista.

Los artículos que Gutiérrez Girardot nos enviaba para publicar en Colombia, especialmente los periodísticos, dirigidos a El Espectador de los Cano o La Prensa de los Pastrana, o las cartas dirigidas a José Hernán Castilla y a mí, eran textos venerables que no hacían sino enardecer el pathos desencadenado. Estos textos eran bendecidos una y otra vez con la lectura, la exégesis, la relectura y la divulgación, actos reiterativos en los que confiábamos para mejorar el mundo, para redimir de la postración al país. Adoptamos los ademanes lingüísticos, el estilo; hicimos propia la jerga como grito de combate. Nos figurábamos que él había hecho su sello irreconocible de “Mi defensa” de Domingo Faustino Sarmiento: “Yo he excitado siempre grandes animadversiones y profundas simpatías. He vivido en un mundo de amigos y enemigos, aplaudido y vituperado al mismo tiempo”. Eran y siguen siendo sus juicios fulminantes, su capacidad de herir a fondo con el bisturí de su ensayística, sus intensas imprecaciones y diatribas lo que más nos cautivaba; por supuesto, esto no es lo único ni lo más fundamental de su personalidad intelectual, pero sí algo imprescindible e indisociable.

Toda esta pasión se tradujo en Hispanoamérica. Imágenes y perspectivas de 1989, hasta ahora la mejor antología de Gutiérrez Girardot, según especialistas como Carlos Rivas Polo. Editada por José Hernán Castilla, pudimos publicarla gracias al decidido apoyo del doctor Jorge Guerrero, propietario de la editorial Temis. Gustavo Zalamea Traba, diseñador en esa época de La Prensa, distinguió la portada con una litografía (expresaba así su gratitud por la amistad que unió al antologado con la connotada crítica de arte Marta Traba, trágicamente desaparecida en 1983). Durante los dos años de elaboración del librajo, cada martes Jorge Guerrero nos invitaba a José Hernán y a mí a almorzar en el Restaurante Internacional, sito a espaldas de la Universidad del Rosario. Como estudiantes al garete, los tres platos nunca nos defraudaron. Estas invitaciones semanales eran más bien un festejo, una dichosa manera de enterarse, por boca del agudo jurista, de los más picantes chismes de la Bogotá del presente y del pasado (son inolvidables sus recuerdos de Gaitán, de Osorio Lizarazo, de Sanín Cano y de la mezquindad de Eduardo Santos).

La antología era el empecinado esfuerzo de José Hernán Castilla para darle al ensayista el puesto merecido, pero regateado en la parroquia colombiana. La concepción tan elaborada del libro, la disposición y la selección de los ensayos, la escrupulosa y detectivesca bibliografía, desde las primeras contribuciones en prensa, hacen del libro un clásico de las antologías de la crítica literaria colombiana. Un raro y bello ejemplar bibliográfico, no fácil de adquirir hoy. Muchos años después, en la noche del 8 de abril de 2010, y con las intervenciones de Carlos Gaviria Díaz, Fabián Sanabria y Luca D’Ascia, se presentó en el Auditorio del Centro Cultural García Márquez el homenaje de la revista Anthropos, “Rafael Gutiérrez Girardot. Un intelectual crítico y creativo de las tradiciones hispanoamericanas”.36 No le faltó razón al amigo tolimense al decirme entonces, en la mesa y en voz baja: “Yo fui el descubridor de Gutiérrez Girardot”.

Fuimos, pues, los abanderados oficiosos, los agitadores de esquina, los perros falderos de Gutiérrez Girardot, como nos encantaba que nos dijeran. No nos frustraba que la literatura crítica que llegaba a nuestras manos se contrajera a un impacto tan difuso y de menor escala; por lo contrario, como nacidos para el apostolado utópico guterriano en la deshecha Colombia, aquello nos producía el efecto inverso: magnificábamos y asíamos semejantes páginas por ese carácter reverencial y salvador, por la calidad incanjeable que les atribuíamos y que de algún modo no hemos dejado de atribuir en el curso de las cuatro últimas décadas. Con los años, la pasión y el fervor no tienen por qué haber disminuido y, más aún, se acrecientan también a placer. Tratar ahora de hacer el falso ejercicio de distanciarse, de objetivar y neutralizar al monstruo, no es matar al padre, sino un intento absurdo de autonegación. No hay necesidad de hacer una enmienda tras décadas de supuestos extravíos, porque al menos deseábamos acertar y vincular ese acierto con una redención colectiva que todavía no se ha producido. Esa espera está siempre allí, inconfundible, inextinguible. Hay, sí, una distancia entre el hoy y la pasión y fervor juvenil, pero tratar de enmendarse de un vicio tan consustancial, como la dependencia a la heroína, es una falta de respeto consigo mismo y un proceso kafkiano en que uno es a la vez víctima, demandado, juez, fiscal y segunda instancia.

¿Es la biografía una autobiografía “de sustitución, un juego de papeles disfrazados”, como afirma el prolífico Lacouture?37 Parcialmente, no. El rasgo de empatía con Gutiérrez Girardot se cuenta entre los resortes últimos de motivación de su biografía intelectual, como queda dicho, pero no determina ni asfixia la distancia crítica, la modelación proyectiva final del trabajo. Su biografía intelectual no parte de la fascinación por buscar a un héroe padre, un esfuerzo psicológico personalizado por rendir homenaje póstumo a un mártir postergado de nuestra república de las letras. La empatía se encauza más bien en un amplio propósito académicouniversitario por restituir en el flujo dinámico de nuestra historia intelectual latinoamericana y colombiana a uno de sus personajes más representativos del siglo XX, quien justamente desarrolló su amplia labor para proporcionar un sólido piso histórico-social a nuestras letras continentales, desde la Colonia hasta el presente. El “juego de papeles disfrazados” que puede haber en ello significa solo que hay una tradición universitaria propia que debe ser potenciada y que en él puede encontrar un buen comienzo. Es esto lo que nos precave o nos debe precaver de hacer de Gutiérrez Girardot y de todo intelectual una biografía de arrebato. El biografiado representa y debe significar, para este caso, un tipo histórico-sociológico muy diferenciado.

Careció Gutiérrez Girardot de la mano caritativamente oportuna de un colega e íntimo amigo que preservara su memoria, como sí la tuvo en su instante el legendario Lessing en el filósofo Mendelssohn: este concibió el propósito de trazar un cuadro biográfico que lo resaltara entre sus contemporáneos, según indica Dilthey. Todas las líneas que tenemos de los amigos contemporáneos de Gutiérrez Girardot son de ocasión, episódicas, incursiones incipientes y parciales. Así que partimos solo de modestos despliegues que, con todo, son estímulos de una camaradería condicionada entre los discípulos de Gutiérrez Girardot: los trabajos pioneros de José Hernán Castilla, Carlos Sánchez, Edison Neira, Juan Carlos Celis, Selnich Vivas, Rodrigo Zuleta, o los más recientes de Carlos Rivas, Diego Zuluaga, Ana Jaramillo, Andrés Quintero, Andrés Arango, es decir, aquellos inquietos que asumieron una tarea medio despreciada, medio incomprendida, pero decisivamente provocativa. Dicho de otra forma, esta reflexión metodológica es también un lugar de reencuentro entre el biógrafo y sus amigos, condiscípulos y alumnos, a todos los cuales debe tanto y en cuyo círculo eventual de discusiones, y malentendidos, todos tratamos de aprender de todos. Para quien conoce la naturaleza humana, no parece necesario agregar que algunos hemos dejado de hablarnos, que ya no queremos saber unos de los otros, mientras que otros, por supuesto, consolidamos a diario el increíble sueño humano de una amistad inalterable.

Sobre la recepción en Colombia

Ha habido grandes altibajos en la recepción de Rafael Gutiérrez Girardot en Colombia. Carlos Gaviria Díaz, con ocasión de la presentación del homenaje de Anthropos, recordaba que el artículo de Borges publicado en Mito en 1962 lo leyó entonces en su despacho de juez de provincia; siguió la antología El fin de la filosofía y otros ensayos de 1968, la primera en su larga trayectoria, preparada por Darío Ruiz Gómez y publicada en Ediciones Papel Sobrante de Medellín, cuyo director era Óscar Hernández M.; luego hubo algunas publicaciones menores en El Tiempo a mediados de la década de 1960, como sus ensayos sobre la universidad y sobre Lukács. Picos estimulantes en la década de 1970 fueron dos ediciones de Juan Gustavo Cobo Borda, en su momento director editorial de Colcultura: Horas de estudio de 1976 y una versión muy suya de “La literatura colombiana en el siglo XX”, publicada en el tomo III del Manual de historia de Colombia de 1979.38 Esta labor continuó en Procultura, bajo la dirección de Santiago Mutis, con el adusto Aproximaciones de 1986.39 Las entrevistas publicadas en Lecturas Dominicales de El Espectador,40 impulsadas por José Hernán Castilla y mi persona, y por las que agradecemos la complacencia de Ana María Cano, fueron como un boom incidental para una bienvenida condicionada al profesor ensayista radicado en Bonn.41

Un colectivo de estudiantes de la Universidad de Caldas, agrupado en Piedra de Sol, trajo en 1988 a Horst Rogmann, profesor asistente de Gutiérrez Girardot, para dictar un seminario de literatura latinoamericana. La editorial Cave Canem, de Mario Jursich, Óscar Torres Duque, Darío Jaramillo Agudelo y Diego Amaral, publicó en 1989 un ciclo de conferencias del pensador boyacense en la sede bogotana de la Universidad Nacional, a la que llegó invitado por Lisímaco Parra París: Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana constituye todavía hoy un título de gran relevancia crítica. En Manizales, la revista Aleph de Carlos Enrique Ruiz estuvo permanentemente dispuesta a resaltar la obra del maestro: el número 134 de 2005 prueba esa fidelidad. Tampoco pueden pasarse por alto las entradas “Rafael Gutiérrez Girardot” y “El ensayo filosófico”, de Óscar Torres Duque, en la Gran Enciclopedia de Colombia.42 Las entrevistas del periodista Fernando Garavito en Guión y La Prensa aportaron sus dos granos de arena al relieve.43 Durante toda esa década de 1980, Gustavo Bustamante, desde su “antro” del Goce Pagano, hizo su labor nocturnal.44 También continuaron esta labor de divulgación algunos estudiantes de Sociología de la Universidad de Antioquia, por ejemplo, Edison Neira, Juan Carlos Celis y Rafael Rubiano en la revista Crítica. La crítica para responder a la crisis de 1992, inspirada por el ideario guterriano.45

Sin duda, las ediciones de Rafael Humberto Moreno-Durán en la editorial Montesinos tienen un lugar privilegiado. La primera edición de Modernismo en 1983 marca un antes y un después en la divulgación de Gutiérrez Girardot como crítico literario en lengua española: este es su libro símbolo, punto de llegada de una larga labor crítica y punto de partida para futuros ensayos, los cuales desembocan en otro libro que editó el mismo Moreno-Durán: Pensamiento hispanoamericano,46 publicado tras el fallecimiento del ensayista y de su antólogo editor. Siguió la no menos estimulante edición de Lenz, de Georg Büchner, una de las figuras posgoethianas a las que más admiraba Gutiérrez Girardot, quien nos ofrece en el volumen un extenso y brillante prólogo, y una intachable traducción. De comparable factura fueron Moriré callando. Tres poetisas judías. Gertrud Kolmar, Else Lasker-Schüller, Nelly Sachs de 1996. La mano editora de Moreno-Durán también está detrás de Provocaciones e Insistencias, publicadas por la editorial Ariel de Bogotá, así como la mano editora de Alfonso Carvajal está detrás de Jorge Luis Borges. El gusto de ser modesto, César Vallejo y la muerte de Dios y El anticristiano, de Nietzsche, en editorial Panamericana; detrás de Jorge Luis Borges. Ensayo de interpretación en Ediciones B.

Luego de su muerte, han venido creciendo en Colombia, aunque con cierta lentitud, el interés y el estudio por su obra y figura intelectual. Hay en su nativo Sogamoso una institución educativa de primaria y secundaria que lleva su nombre (kilómetro 6, vía Sogamoso-Aquitania). Ha habido una atención especial por parte del investigador y profesor Damián Pachón Soto, reflejada en ponencias, ediciones y artículos académicos sobre el significado de su labor filosófica, en particular sobre sus análisis del nihilismo.47 La revista Pensamiento y Acción48 publicó un dosier con contribuciones de Eleázar Plata, Darío Fernando Rodríguez, Miyer Fernando Pineda y Clara María Parra. El interés en la universidad se ha visto reflejado en la edición de La encrucijada universitaria de 2011, publicado por Asoprudea en la Universidad de Antioquia con la participación de Selnich Vivas, Diego Zuluaga, Carlos Rivas y Diego Contreras (hay en curso una reedición ampliada, por parte de Luis Quiroz y Juan Camilo Dávila).49 En la Universidad del Tolima, los números 8 y 28 de la revista Aquelarre, dirigida por Julio César Carrión, contaron con la selección de José Hernán Castilla, complementando Hispanoamérica. Imágenes y perspectivas. La publicación de los dos volúmenes de Ensayos de literatura colombiana por Jairo Osorio en el Fondo Editorial de la Universidad Autónoma Latinoamericana, los cuales cuentan ya con tres reimpresiones, es un hito en este impulso. Las tesis de pregrado, maestría y doctorado realizadas sobre el crítico boyacense de Selnich Vivas, Ana María Jaramillo, Diego Zuluaga, Andrés Arango, Carlos Rivas, Andrés Quintero, Juan Carlos Herrera, Jhonathan Tapias y Leonardo Morroy garantizan la continuidad de la discusión inter pares. La traducción reciente de la lección magistral El problema del modernismo, realizada por Andrés Quintero para la Editorial Universidad de Antioquia, estimula el retorno crítico a Modernismo… Hay otros asuntos que se me escapan, pero omitir no es ofender.

Por todo ello, cuando la profesora Carmen Elisa Acosta me insiste, con ese énfasis seriote que la distingue, que yo exagero al quejarme por la escasa difusión o atención de Gutiérrez Girardot, acaso le asiste justa razón. Para añadirle quizá otro argumento, transcribo el correo electrónico del pasado 17 de marzo de 2020 de Jorge Iván Gómez, testimonio procedente de Manizales que ofrece una viva muestra de la presencia y vigencia del pensamiento de Gutiérrez Girardot y que fue escrito a instancias de esta investigación:

Para algunos ciudadanos interesados en el mundo de los libros, la lectura y apropiación social de las ideas el nombre de Rafael Gutiérrez Girardot empezó a circular en Caldas gracias al Manual de historia de Colombia, al Magazín Dominical de El Espectador, a la revista Argumentos, y a la revista Aleph, gracias a su director el intelectual e ingeniero Carlos Enrique Ruiz.

En mi caso personal se inició con la lectura del Manual de historia de Colombia, y del artículo “Universidad y Sociedad”, que la revista Argumentos cedió al Magazín Dominical de El Espectador. Después vino la lectura completa del número de Argumentos sobre Universidad y Sociedad, editado entre Rubén Jaramillo Vélez, usted, Carlos Sánchez Lozano, y en el cual se hizo un homenaje a la tradición de pensadores de América Latina desde Andrés Bello, hasta llegar al mundo contemporáneo.

Después de esta publicación vino la lectura del libro Horas de estudio, la edición de libro de Procultura, las visitas de Rafael Gutiérrez a la ciudad para los seminarios en los cuales presentó sus textos sobre temas y problemas de una historia social de la literatura latinoamericana, y en los cuales nos orientaba a todos a leer lo más representativo de la literatura y el pensamiento latinoamericano y reconocernos en esa tradición, que a la vez es un llamado de atención a la tradición europea emancipadora y liberadora.

Luego vinieron las invitaciones de Gutiérrez a Bogotá para seminarios en la Biblioteca Luis Ángel Arango, donde se plantearon diversidad de hipótesis sobre el tránsito en Europa de una concepción liberal del Estado a una concepción autoritaria, lo que dio alas al trabajo que usted realizó sobre la República Liberal, Gaitán y Laureano Gómez y la concepción autoritaria del Estado que usted vino a exponer a Manizales en el año de 1989.

Siguieron los trabajos conjuntos entre Argumentos y la revista Investigar, en la que se publicaron aproximaciones al nadaísmo hechas por Carlos Sánchez Lozano, el trabajo sobre el proceso de la codificación del derecho civil en Colombia hecha por Óscar Julián Guerrero, que me estimuló a mí a hacer un trabajo sobre el proceso codificador del derecho civil y la importancia de Andrés Bello, tesis con la que recibí mi título de Abogado en el año de 1993.

Recuerdo la visita de Gutiérrez organizada por la revista Aleph, gracias al intelectual e ingeniero Carlos Enrique Ruiz, en la que Gutiérrez vino a Manizales a presentar su libro sobre la formación del intelectual latinoamericano en el siglo XIX.

Del año 1993 en adelante estuve cerca de Rubén Jaramillo por temporadas y perdí conexiones con el mundo intelectual de Rafael Gutiérrez por mi concentración en sacar adelante mi ejercicio profesional de abogado, de asesor de autoridades públicas como mi trabajo con el senador de la República Luis Alfonso Hoyos Aristizábal, de esposo y padre de familia, roles que asumí desde el año de 1994.

Ahora que estoy retomando mis nexos y responsabilidades me doy cuenta de que varios han seguido aportando y estimulando para la consolidación de una vida política y cultural en el país más activa y deliberante. A Rafael Gutiérrez le debemos la invitación a ser cada día más responsables, rigurosos, exigentes, metódicos. Él nos garantizó que el camino del conocimiento conlleva a la emancipación. Ahí lo seguimos demostrando.

También por expresa solicitud para esta extensa (e inabarcable) biografía intelectual, y como parte del trabajo en colectivo que en ella hemos aplicado, el filólogo y traductor Andrés Felipe Quintero Atehortúa reseñó la tesis doctoral del arquitecto y también filólogo Carlos Rivas Polo. La investigación del profesor Rivas Polo mereció, es inadmisible silenciarlo, mención honorífica a tesis de doctorado en el concurso organizado por el III Congreso de Historia Intelectual en 2016 del Colegio de México.

La tesis doctoral del profesor Carlos Rivas Polo, Rafael Gutiérrez Girardot. Los años de formación en Colombia y España (1928-1953), constituye el primer aporte significativo en la construcción del itinerario intelectual del crítico colombiano Rafael Gutiérrez Girardot en Colombia. Sus 531 páginas comprueban la seriedad y el arduo trabajo investigativo que llevó a cabo Rivas Polo durante su estancia en España, el país que proporcionó a Gutiérrez sus bases conceptuales para explicar el entramado del pensamiento latinoamericano y que será clave para definir los horizontes interpretativos sobre la literatura en lengua española.

Podríamos afirmar que esta tesis es pionera en los estudios disponibles sobre Gutiérrez Girardot, pues aborda las influencias más determinantes en la conformación del crítico colombiano. Para descifrar los entresijos de la vida de un intelectual, Rivas nos describe los años universitarios del autor, sus estudios de Derecho en el Colegio Mayor Nuestra Sra. del Rosario y los estudios de Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá. Para tal efecto, se hace indispensable rastrear las raíces de la hispanidad, así como su filiación con el Instituto de Cultura Hispánica.

En esta dialéctica que Gutiérrez plantea sobre el mundo hispánico con todas sus limitaciones y alcances, resulta necesario poner de relieve la figura sacralizada de Ortega y Gasset, objeto de disputa y lucha verbal continua con la que Gutiérrez logra establecer los vínculos de la España profunda y los países iberoamericanos que siguen bebiendo de la fuente primaria que es la madre patria, y de la cual, por mucho tiempo, fue difícil cortar el cordón umbilical para adquirir una personalidad, un sello propio. En este caso, si España era un modelo para Latinoamérica, cabía preguntarse por su actualidad y el devenir histórico que significaba aferrarse a este pasado. ¿Qué puede rescatarse de estas relaciones tan ambivalentes y contradictorias entre “el país de los conejos” (España) y sus excolonias?

Precisamente es este el argumento de fondo que le sirve a Rivas Polo para trazar los caminos intrincados que le permitieron a Gutiérrez comprender la complejidad metodológica que suponía Latinoamérica. De esta manera, Rivas Polo dedica una tercera parte de su tesis a la relación intelectual tan profunda que cultivó Gutiérrez con su maestro Alfonso Reyes, de quien afirmará: “Yo fui uno de esos que no saben que existe América”. Gracias a Reyes, Gutiérrez pudo sopesar el conocimiento adquirido sobre el devenir de Latinoamérica, cómo se fue articulando en medio de tantas privaciones y carencias.

El investigador que se centra en un autor de talla internacional debe buscar en la correspondencia, diarios, conversaciones y entrevistas otras pruebas contundentes sobre las afinidades electivas de una figura intelectual. Rivas Polo pone de manifiesto que el carácter de un autor se ve cifrado en sus amores y odios académicos. El tono acre, incisivo y corrosivo que Gutiérrez emplea al referirse a España, esa gran rezagada del desarrollo europeo, no es una simple diatriba o un pasatiempo neurótico. Muy por el contrario, es un método que nos recuerda el estilo de las Catilinarias de Cicerón o las intempestivas de Nietzsche: si España es el problema intrínseco que los latinoamericanos han tenido que confrontar a diario para afianzar su independencia, Gutiérrez no tiene más que poner en tela de juicio al acusado para cuestionarle sus errores, matizándolos también mediante los aportes que nos trajo España. Mal que bien, Gutiérrez pudo empezar a vislumbrar algo de la cultura europea alemana gracias a Ortega y Gasset. Al viajar a España, pudo comprobar con fuentes de primera mano los baches y vacíos que quedaron en su formación académica.

Rivas Polo sabe entrelazar con suma habilidad las búsquedas personales del joven Gutiérrez. Tal como lo esboza Umberto Eco en El nombre de la rosa, se precisa de un maestro, de un guía intelectual, espiritual, un modelo a seguir para no perderse en el marasmo de modas y autores. En otras palabras, Gutiérrez supo ver en Zubiri un padre adoptivo que le amplió sus horizontes y le mostró una pauta de aprendizaje. Sin esta admiración, sin este acto de humildad hacia su maestro, tal vez Gutiérrez no habría podido avanzar en sus aspiraciones filosóficas.

Para el estudioso que desee acercarse a la imagen y representación del crítico de Sogamoso, resulta necesario considerar el punto de partida de Rivas Polo: “La presente investigación… constituye una inédita perspectiva de estudio. Dirigida al ámbito de su formación en lengua española, acomete un juicioso acercamiento a las experiencias vitales e intelectuales de los años transcurridos en Colombia y posteriormente en España, hasta su salida para Alemania a finales de 1953. Periodo caracterizado por las tensiones generadas entre su constitutivo arraigo a la tradición hispana y sus esfuerzos de apropiación del pensamiento moderno, su breve pero intenso transcurso se encuentra estrechamente vinculado al consenso de afirmación americanista transcurrido entre las décadas del 20 al 50, telón de fondo sobre el que se perfila el acontecimiento capital de sus años estudiantiles: ‘el descubrimiento’ —en España—de su propia tradición hispanoamericana”.

Nota bene

Esta biografía intelectual de Gutiérrez Girardot se distancia metodológicamente de modelos como la biografía de García Márquez por Gerald Martin o la biografía colectiva del boom por Xavi Ayén.50 Estas sucumben al indiscreto encanto de sus héroes, magnifican sus proezas y cultivan la devoción espectacular de cada uno de sus actos, los escenarios mágicos en que se mueven, las inolvidables obras que escribieron, sus éxitos mercantiles y la novedad de la literatura publicitada como bebida refrescante, etc. Así la literatura “degenera en mercancía y el lenguaje en elogio de esta”, para expresarlo con Horkheimer y Adorno. Identificaban Martin y Ayén, en forma depravada y más bien periodística, triunfo comercial con verdad estética. Deprecian el valor crítico de las obras que exaltan al rendir cortesía a la maquinaria empresarial y sus innumerables oportunistas con un lenguaje desgastado y conformista. Hiperbolizan en cada línea, en cada página, no sin reportar una inmensa masa documental y una apreciable habilidad comunicativa. Empero, la carencia de distancia, esto es, de una distancia histórico-crítica de sus biografiados, hace interesantes estos trabajos para no buscar imitarlos. Solo por esta virtud, a su modo inestimable, se hace digno señalar su discutible importancia.

Con todo, el libro de Ayén, ciñéndonos a una evaluación metodológica de la historia intelectual, ofrece un rico aunque disperso material sobre la actividad editora catalana, como la figura de la marchand Carmen Balcells, y datos invaluables como el informe de censura franquista sobre Cien años de soledad o el incendio de la librería independiente La Cinc d’Oros por los Guerrilleros de Cristo Rey en 1972, a causa de la exhibición en vitrina de libros de los “tres Pablitos” (Neruda, Casals, Picasso). La dinámica ciudad editora del boom, Barcelona, vio emerger de la noche a la mañana nuevas editoriales como Lumen, Tusquets, Anagrama, Ediciones 62, La Gaya Ciencia, que se combinaban con viejas editoriales como Seix Barral, Bruguera y Salvat. Todas contribuyeron a catapultar a los emergentes novelistas latinoamericanos.51

Pero este trasfondo tiene un especial interés para la biografía de Gutiérrez Girardot, quien encontró en esos años del ápice del boom un resquicio para las más mordaces críticas, por marginales que se juzgaran, en otro editor catalán, Miguel Riera y sus revistas Viejo Topo y Quimera, y su editorial Montesinos, de donde salió Modernismo. Gutiérrez Girardot, pues, aprovecha el espacio catalán para poner de presente la temprana fetichización de la empresa comercial del “realismo mágico”, el dañino exotismo europeo y la pretensión por parte de esta mercantilización de sofocar hondas raíces literarias como el ensayismo de Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento y Manuel González Prada; el modernismo de Rubén Darío y José Asunción Silva, o la poética de Jorge Luis Borges y César Vallejo. Estas son tradiciones y corrientes literarias que preceden, condicionan y explican el boom novelístico, expuesto de forma cómoda y a-histórica como generación espontánea.

Por su naturaleza, podemos decir así que esta biografía de Gutiérrez Girardot combina varios elementos: los rasgos propios de una biografía convencional, tras los datos puntuales del autor investigado; los acentos indispensables de la historia de las ideas, con las obras capitales que definen los perfiles de una época, y las exigencias más contemporáneas de la biografía intelectual, ubicando al autor en sus contextos institucionales dinámicos. Esto hace de esta biografía un complejo compuesto que a veces se parece a un puzzle. No debe extrañar, sino que es de su esencia transgénero, que aventure diversos excursos, los cuales aparentan distanciar al lector de su objeto, a saber, Rafael Gutiérrez Girardot y España (1950-1953).

No debe extrañar, sino lo contrario: es de la esencia y propósito expreso del investigador taladrar sobre aspectos, personas, libros, sucesos o instituciones que están destinados a dar luz o relieve al personaje, su obra y su época. Como vimos, por la complejidad y la desarticulación tan profunda del mundo en la segunda mitad del siglo XX, hoy no es posible hacer una biografía complaciente, de fácil lectura o, incluso, de entretenimiento para el lector. Un biografiado es a la vez él y múltiples cosas más; es él y no él, en sentido dialéctico. Pero esta dialéctica del biografiado debe extremarse hasta el punto de que en largos apartados se pierde de vista al biografiado y se lo recupera del modo más inesperado páginas después. Ciertos pasajes parecerán, o serán, de otro libro, pero confío en que son, en realidad, de uno solo, en correspondencia con la demanda de un autor que se exigió vivir entre yuxtapuestas realidades; que él mismo intentó muchas veces no parecerse a sí mismo. Así, con esta narrativa o tópica “exótica”, creo rendir tributo al biografiado en su múltiple dimensión compleja de intelectual del siglo XX.

Esta investigación toma la extraña figura de ensayos zurcidos, los cuales, episódicamente, desvanecen el asunto central, hasta tender al carácter fantasmagórico del aforismo. El entrecruce de las lindes entre el pensar analítico, propio de las ciencias, y el figurativo, propio de la poesía, se debe a la disgregación espacio-temporal de la maciza filosofía de la historia, tras la gran hecatombe europea de 1918. Tampoco el individuo pudo permanecer impávido en su yo firme decimonónico: es el caso de tratar de depurar, por medio de fragmentos ensayísticos, la supuesta dignidad de la unidad temática del sujeto biografiado y la coherencia espléndida del entorno que lo acompasaba. En nuestro entender, el último que intentó, y con éxito de encrucijada, armonizar época, individuo y obra fue Dilthey en Vida y poesía de 1905, al tratar sus genios del Sturm und Drang.

Pero en nuestro Rafael Gutiérrez Girardot y España subyace una fuerza que tiende a expresar, como exigencia epistemológica, la desesperación de la época, el arrojo mismo del biografiado para replantear, permanentemente, las bases de nuevos orígenes, pues los ya dados son hechizos y carcomidos por la mentira filosófica, la desidia intelectual y la injusticia generalizada. Ya el hombre, como en épocas del pasado inmediato, no se eleva sobre su propia autodiagnosis y domina su futuro de modo planificado. Ahora no solo se ha perdido la fe en su proyecto de humanidad ascensional, sino que todo acto habría que cribarlo sobre ese nihilismo abarcante. En este sentido, fue Gutiérrez Girardot un heideggeriano raizal. Para una biografía intelectual como la que tenemos en estudio, se trata de desordenar el pasado petrificado y arrumar esto y aquello de un modo inesperado, aun a costa de la paciencia cómoda del lector. No es esto precisamente una deconstrucción picassiana de la ciencia histórica, pero sería una noble aspiración. Mucho más modestamente, se trata, pues, de darle un aire de época en ebullición, un aire de periferia.

Hoy, antes de culminar este capítulo metodológico tan abstruso, salí a tomar unos tragos a un bar cercano, Centro Agencia. Medio ebrio escuché “El cóndor herido” del ídolo vallenato Diomedes Díaz: “Mejor me voy (bis) / como hace el cóndor herido / ¡Ay! mejor me voy, mejor me voy como hace el cóndor herido”.

De modo que a quien se resistió a entender le otorgo como colofón estas coplas populares que resumen y condensan una vida académica a contracorriente.

Un curriculum vitae

En una carta fechada en Bonn el 3 de mayo de 1992 a su amigo Bernardo Hoyos, periodista cultural que lo promocionaba para un premio de talentos colombianos (premio que por supuesto no le fue concedido), Gutiérrez Girardot le adjuntó un curriculum vitae, no sin antes advertirle: “mi país me trató a patadas”.52 El currículum, al escribirlo, le resulta magro, pese a que desde hacía más de cuatro décadas había escrito una cantidad significativa de reseñas y ensayos, el primero de los cuales “estuvo dirigido contra lo que había dicho sobre nuestra literatura el entonces embajador Guillermo León Valencia”.53 Luego, le sale una especie de manifiesto espontáneo que autorretrata su combativa vida intelectual:

Como colombiano radical, antipatriotero, sanamente anárquico (“digan, digan pa’ contradecir” es muy nuestro), nunca he buscado ingresar a ninguna Academia ni a ninguna asociación, cosa muy buscada por los intelectuales de todas partes del mundo, y, en especial, en Alemania. En una tertulia me siento como un pez en el agua. Pero ante un Decano o Presidente con orden del día y demás, me siento irritado y como en una cárcel. Detesto la solemnidad. Cuando diplomáticos latinoamericanos me preguntan ¿qué hace Usted? Les respondo: trabajo en la universidad. No les digo que soy profesor para evitar que me digan que ellos son también profesores. En general, he “ofendido” a todos los “solemnes” no solo por solemnes sino porque toda solemnidad está acompañada necesariamente de simulación.54

El curriculum vitae dice:

RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT

Nació en Sogamoso (Boyacá) el 5 de mayo de 1928.

Terminó el Bachillerato en el Instituto de La Salle de Bogotá en 1946. Estudios de Derecho en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario y de Filosofía en el Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional entre 1947 y 1950. Con beca del Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid, estudió Filosofía en los cursos privados de Xavier Zubiri, Ciencias Políticas en el Instituto de Estudios Políticos de Madrid y un curso de Doctorado de Derecho en la Universidad Central de Madrid.

Comisionado por el Director del Anuario de Filosofía del Derecho, Profesor Enrique Gómez Arboleya, para escribir un trabajo sobre filosofía fenomenológica del derecho, viajó a Friburgo de Brisgovia, en 1953. En la Universidad de Friburgo estudió filosofía con Eugen Fink, filosofía del derecho con Erik Wolf, sociología con Arnold Bergstresser y romanística con Hugo Friedrich. Asistió a los seminarios privados de Martin Heidegger.

En octubre de 1955 obtuvo una beca de la Fundación Alejandro de Humboldt, solicitada por Hugo Friedrich y que no pudo aceptar por razones personales. En ese mismo mes viajó a Gotemburgo, Suecia, donde fue docente del Instituto Iberoamericano de la Escuela Superior de Comercio de esa ciudad.

En enero de 1956 fue nombrado Canciller de la Embajada de Colombia en Bonn. Ocupó los cargos de Agregado cultural y de prensa, Jefe de la sección consular y Encargado de negocios a. i.

En abril de 1966 fue trasladado al Ministerio de Relaciones Exteriores.

Fue profesor de medio tiempo de Filosofía del derecho en el Externado de Colombia, y dirigió Seminarios en el Instituto Caro y Cuervo, en la Universidad de los Andes (ciencia política) y en la Universidad la Gran Colombia (filosofía).

En octubre de 1967 fue nombrado colaborador del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Münster en Dortmund. Fue encargado del curso de sociología en la Universidad de Münster. Profesor invitado de sociología en la Universidad de Bochum y de Hispanística en la Universidad de Bonn.

En octubre de 1969 fue nombrado profesor invitado de Hispanística en el Barnard College de la Universidad de Columbia en Nueva York.

Desde abril de 1970 es profesor ordinario (catedrático titular) de Hispanística en la Universidad de Bonn, que inauguró esa cátedra por primera vez en Alemania.

Como Agregado Cultural organizó en colaboración con el agregado cultural argentino y el Departamento de Prensa del Gobierno alemán los primeros coloquios germano-iberoamericanos de literatura (1962, 1964) y sociología (1965). Fue encargado de la cátedra de historia de la cultura hispanoamericana en la Escuela de Periodismo de Madrid (1952-53).

Ha colaborado en la Revista Mexicana de Literatura y Texto crítico de México; Revista Nacional de Cultura, Escritura, Zona Franca de Caracas; Revista de las Indias, Bolívar, Mito, Eco, etc., de Bogotá; Sur, de Buenos Aires; Cuadernos Hispanoamericanos, Índice, Ínsula, Cuadernos para el diálogo, Anuario de filosofía del derecho, Arbor, Revista de Occidente de Madrid; Camp de l’arpa, El viejo topo, Quimera de Barcelona; Casa de las Américas, La Habana; Merkur de Múnich; Cuadernos, de París; en los semanarios Die Zeit de Hamburgo; Marcha, de Montevideo, y en revistas especializadas (filología, sociología, filosofía del derecho, literatura comparada) alemanas.

Libros: La imagen de América en Alfonso Reyes, Ínsula, Madrid, 1956 (2.ª ed. como prólogo a la Antología de Alfonso Reyes. Vocación de América, Fondo de Cultura Económica, México, 1989); Jorge Luis Borges. Ensayo de interpretación, Ínsula, Madrid, 1959; En torno a la literatura alemana contemporánea, Taurus, Madrid, 1959; Nietzsche y la filología clásica, Eudeba, Buenos Aires, 1966; El fin de la filosofía y otros ensayos, Editorial Papel sobrante, Medellín, 1966; Poesía y prosa en Antonio Machado, Guadarrama, Madrid, 1969; Horas de estudio, Colcultura, Bogotá, 1976; Modernismo, Editorial Montesinos,

Barcelona, 1983 (2.ª ed., Fondo de Cultura Económica, Bogotá y México, 1988); Aproximaciones, Procultura, Bogotá, 1986; Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana, Cave Canem, Bogotá, 1989; Hispanoamérica: imágenes y perspectivas (comp. de Juan Guillermo Gómez y José Hernán Castilla), Temis, Bogotá, 1989; La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX, Latin American Studies Center Series, Maryland, 1991; Estudios sobre César Vallejo, Mills Batres, Lima (en prensa).

Artículos en Homenajes a Georg Lukács, Harri Meier, Hugo Friedrich, José Luis Romero, Jorge Luis Borges.

Traducciones al castellano de Hölderlin, Gottfried, Peter Huchel, Paul Celan y de Martin Heidegger, Hans Albert, Theodor Schieder, Hilde Domin.

Fundó la editorial Taurus de Madrid. Fundó y codirigió la colección “Estudios alemanes”, publicada primeramente en Sur de Buenos Aires y en Alfa ibérica de Barcelona. Dirige la colección “Hispanistische Studien” de la editorial Lang de Fráncfort/Meno, Berna, Nueva York, Las Vegas.

Fue nombrado Rockefeller Humanities Resident Fellow de la Universidad de Maryland (1990).

Ha dictado conferencias y cursos en Universidades alemanas y españolas, norteamericanas y latinoamericanas, belgas, suizas y francesas.55

Este curriculum vitae tiene la virtud de resumir toda una trayectoria académica e intelectual que resulta desconcertante por la variedad, amplitud y, sobre todo, la heterogeneidad de las disciplinas, autores y temas tratados por el crítico colombiano. Es una plena certificación de la múltiple pertenencia a “los más diversos círculos” de la vida intelectual, para retomar la categoría simmeliana.

La peculiaridad de esa laberíntica trayectoria resulta hoy difícil de reconstruir en la trama interior, es decir, en las motivaciones institucionales, vocacionales y emocionales que la determinaron y condicionaron. Esa trama interior es, por principio, evasiva y precisa de ciertas y muy complejas perífrasis, si se nos admite la anotación metodológica, para reconstituirla en sus múltiples significaciones. En esta investigación, solo nos aventuramos por los entresijos de un episodio corto o breve de su trayectoria, su estancia en Madrid como becario del colegio guadalupano, pero que resulta sustancial a la hora de hacer el primer balance para la historia de este joven intelectual de derechas, en una Colombia tan profundamente polarizada por las violentas confrontaciones políticas, tras el asesinato del líder liberal José Eliécer Gaitán.

Si la llegada de Gutiérrez Girardot a Madrid en 1950 tiene una prehistoria en un conservadurismo criollo muy arraigado y su admiración al líder monárquico José Calvo Sotelo (asesinado al iniciarse el levantamiento de los generales antirrepublicanos el 13 de julio de 1936), deseamos, no obstante, hacer un recorrido por los fundamentos de la hispanidad, entendidos como la columna vertebral del conservadurismo nacional-franquista que respiraron a pleno pulmón todos los jóvenes becarios del colegio guadalupano.

Los años de Gutiérrez Girardot en España fueron años de juventud entusiasta, de los que nunca renegó o se arrepintió. Por el contrario, independiente de su contenido emotivo, fueron años de formación decisivos. En ellos se descubrieron temas y contratemas dominantes, amigos entrañables, relaciones institucionales determinantes y experiencias estudiantiles imborrables. En Madrid, Gutiérrez Girardot conoció y participó en los seminarios privados de Xavier Zubiri; se distanció de la figura de Ortega y Gasset, y apreció a la de Luis Rosales, Gómez Arboleya y Laín Entralgo; hizo amigos entrañables como Gonzalo Sobejano, José Ángel Valente, José Agustín y Juan Goytisolo, o el librero hispano-argentino Francisco “Pancho” Pérez González, quien testimonia: “Nos hicimos tan amigos que decidimos crear juntos una editorial dedicada a libros de pensamiento. Así nació Taurus”.56

El ambiente activo del colegio guadalupano, cuyas entrañas institucionales están por estudiar, será aquí esbozado, complementariamente, como paso de la vida de un estudiante colombiano. Es parte de una experiencia personal, nada traumática, por cierto. Este contacto y experiencia de la España franquista fueron decisivos en la formación del joven Gutiérrez Girardot. El becario del colegio guadalupano, que huía de una estremecedora realidad política en Colombia (después del asesinato de Gaitán), encontró en el ambiente madrileño de esos años estímulos indelebles de su posterior personalidad como diplomático, traductor, ensayista, crítico literario, polemista y profesor universitario. En España, se forjó una personalidad inconfundible, absorbió un modelo de vida académica, una postura ante el mundo circundante, como miembro de una élite intelectual, con una sensibilidad aguzada y un horizonte cultural que le fue no solo propio, sino singularmente característico, vale decir, descubrió la España intelectual y al tiempo el universo ignoto de las letras y las figuras más representativas de la América Latina. El ambiente oficial español impregnado de tradicionalismo hispánico en cada uno de los poros surtió un repertorio temático y, sobre todo, un motivo central, que luego fue objeto de su perspectiva crítica, es decir, que revirtió los términos de esa temprana experiencia, llamada para servir a la causa cultural del Caudillo de España, a una crítica fundada y renovadora de la discusión de la España eterna como parte de la vida de la cultura de Nuestra América.

Hemos explorado, tentativamente, solo algunos pozos de la cultura política e intelectual española que, creemos, incidieron en la vida y la obra crítica de Gutiérrez Girardot, que sirvieron de estímulo a algunas reiteradas controversias sobre el problema español y que contribuyeron a definir su amplio horizonte de la cultura de España y, por consecuencia, de América Latina. Sin esa experiencia madrileña de la década de 1950 sería inexplicable, en realidad, la obra del crítico colombiano. Los breves pero decisivos años en la España franquista perfilaron así una imagen de la historia cultural del mundo hispánico, de un lazo común español-latinoamericano acuñado por la Contrarreforma (elemento estructural del mundo hispánico que contribuyó al ocaso del Imperio español). En la España franquista, pudo Gutiérrez Girardot compenetrarse con el peso enorme de la Iglesia católica, con el dogmatismo religioso que seguía íntimamente imbricado en la vida pública y que había retrasado la secularización y la modernización de nuestras naciones, con el autoritarismo político y la violencia asociada a un mundo de tensiones irresueltas en la sociedad de masas y, finalmente, con las notas dominantes de la intelectualidad española: su gestualidad irresponsable, su aventurerismo arrogante, sus temas obsesionantes y en últimas estériles (el tema de la identidad). Las glorias de la España del Siglo de Oro, sus hazañas colonizadoras y su fe católica inquebrantable constituían y asfixiaban, en forma obsesiva, la vida intelectual, artística y académica de la España del franquismo.

Deseamos en las páginas siguientes reconstruir el debate de la hispanidad, eslabón genético de las tareas intelectuales del becario colombiano en el colegio guadalupano. Del forzoso recorrido de las líneas dominantes de la espesa discusión intelectual española, que bien puede incluirse en la no menos espesa especie de “la revolución conservadora” del siglo XX (sus máximos exponentes son los alemanes Carl Schmitt, Oswald Spengler, Thomas Mann, Ernst Jünger, Hans Freyer),57 se infiere la decisiva importancia para el becario colombiano que, como ya dijimos, se vio envuelto en esta atmósfera altamente enriquecedora.

Notas

1México, Siglo XXI, 1992, p. 123.

2Cfr. Jean Lacouture, André Malruax. Una vida en el siglo, 1901-1976, Valencia, Alfons el Magnànim, 1992.

3Cfr. Roland Barthes, Sobre Racine, México, Siglo XXI, 1992.

4Ibid., p. 87.

5Esta pregunta sobre los escenarios intelectuales y medios sociales en que se movía Racine está precedida por la siguiente consideración contra la historia anecdótica de la literatura: “Pero si se concibe el medio de un escritor de una manera más orgánica, más anónima, como ámbito de las costumbres de pensamiento, de los tabúes implícitos, de los valores ‘naturales’, de los intereses materiales de un grupo de hombres asociados realmente por funciones iguales o complementarias, en resumen como porción de una clase social, los estudios son mucho más raros”. Ibid., p. 177.

6Ibid., p. 179.

7Max Kommerell, Lessing y Aristóteles. Investigación acerca de la teoría de la tragedia, Madrid, La Balsa de la Medusa, 1990, pp. 51-62.

8François Dosse, El arte de la biografía. Entre historia y ficción, México, Universidad Iberoamericana, 2007, p. 377.

9Walter Biemel, Martin Heidegger in Selbstzeugnissen und Bilddokumenten, Hamburgo, Rowohlt, 1973, p. 20.

10El maestro del estructuralismo Claude Lévi-Strauss, por tanto, profundamente antihistoricista, “revisó el manuscrito [de la biografía] e hizo anotaciones. Le escribió [al biógrafo, que no antropólogo] una carta magnífica diciéndole que rechaza casi todos sus análisis, pero que no puede decirse que no haya comprendido su razonamiento”. Nada mejor puede esperar un biógrafo de su biografiado. Anthony Rowley en Dosse, El arte de la biografía, p. 413.

11Frédéric Worms sobre Bergson. Dosse, El arte de la biografía, p. 398.

12Georg Simmel, Sociología. Estudios sobre las formas de socialización, México, Fondo de Cultura Económica, 2014. Selnich Vivas, en un ensayo inédito titulado “La obra filosófica de Rafael Gutiérrez Girardot. Su debate aplazado” (ca. 1998), emplea diestramente una cita del personaje Hans Castorp de Thomas Mann para dilucidar esta misma perspectiva simmeliana: “El hombre no vive únicamente su vida personal como individuo, sino que también, consciente o inconscientemente, participa de su época y la de sus contemporáneos”, excepto que esta participación de “su época y sus contemporáneos” no se hace de manera simétrica e indiferenciada para todos, como veremos a continuación.

13Karl Mannheim, Ensayos de sociología de la cultura (trad. Manuel Suárez), Madrid, Aguilar, 1963.

14Georg Simmel, Sociología. Estudios sobre las formas de socialización (trad. José Pérez Bances), México, Fondo de Cultura Económica, 2014, p. 245.

15Ibid., p. 429.

16Simmel, Sociología, p. 429.

17Ibid., p. 430.

18Loc. cit.

19Ibid., p. 433.

20Citado por Detlev Claussen, Thedor W. Adorno. Uno de los últimos genios (trad. Vicente Gómez Ibáñez), Barcelona, Universidad de Valencia, 2006, p. 19.

21Leo Löwenthal, “Die biographische Mode”, en Literatur und Massenkultur, Fráncfort, Suhrkamp Verlag, 1990, pp. 231 y ss.

22Fromm decía así: “El grado en que el hombre común norteamericano se siente invadido por este sentimiento de miedo y de insignificancia parece expresarse de una manera eficaz en el fenómeno de la popularidad del Ratón Mickey. En esos films el tema único —y sus infinitas variaciones— es siempre este: algo pequeño es perseguido y puesto en peligro por algo que posee una fuerza abrumadora, que amenaza matarlo o devorarlo; la cosa pequeña se escapa y, más tarde, logra salvarse y aun castigar a su enemigo. La gente no se hallaría tan dispuesta a asistir continuamente a las muchas variaciones de este único tema si no se tratara de algo que toca muy de cerca su vida emocional”. Erich Fromm, “Los dos aspectos de la libertad para el hombre moderno”, en El miedo a la libertad (trad. Gino Germani), Buenos Aires, Paidós, 2008, pp. 165-206.

23“Es ist niemals ein Dokument der Kultur, ohne zugleich ein solches der Barbarei zu sein”. Walter Benjamin, “Über den Begriff der Geschichte”, en Gesammelte Schriften, vol. I-2, Fráncfort, Suhrkamp, 1991, p. 296. La primera traducción de este texto, titulada “Tesis de la filosofía de la historia”, apareció en Ensayos escogidos (trad. Héctor A. Murena), Buenos Aires, Sur, 1969. El volumen forma parte de la Colección de Estudios Alemanes, dirigida por Victoria Ocampo, Ernesto Garzón Valdés y Rafael Gutiérrez Girardot.

24La filosofía de la historia es, como asegura Reinhart Koselleck, la joya de la corona de la filosofía de la Ilustración, tanto por su autoconciencia del devenir histórico cifrado en la voluntad utópica como por ser el explosivo racional contra el absolutismo monárquico. Reinhart Koselleck, Crítica y crisis, Madrid, Trotta, 2007. Pero esta autoconciencia de la fuerza modeladora del hombre de su propio destino secular y joya de la corona antiabsolutista, si nos atenemos a Hannah Arendt, resultó siendo más bien un premio cognitivo de consolación ante el reconocimiento de la imposibilidad del hombre del siglo XVIII de conocer con exactitud las leyes de la naturaleza. Hannah Arendt, La condición humana, Barcelona, Paidós, 2016. El concepto de progreso indefinido de la humanidad procede de Nicolas de Condorcet, Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, Madrid, Editora Nacional, 1980, p. 225.

25Citado por Claussen, Theodor W. Adorno, p. 272.

26Horkheimer, Max y Theodor Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Madrid, Trotta, 1964, p. 79. Las cursivas son mías.

27El argentino Carlos Altamirano hace una amena ambientación del caso Dreyfus, muy aprovechable para nuestro medio. Carlos Altamirano, Intelectuales. Notas de una investigación, Bogotá, Norma, 2006.

28Así lo estudia Christophe Charle, Los intelectuales del siglo XIX. Precursores del pensamiento moderno, Madrid, Siglo XXI, 2000.

29Cfr. Edward W. Said, Representaciones del intelectual, Bogotá, Paidós, 2007.

30Mi asesoramiento quedó registrado el 20 de diciembre de 2010 en constancia de la División de Bibliotecas de la Universidad Nacional de Colombia. Luego del primer envío del archivo desde Bonn, en el embalaje de los libros, una cincuentena de cajas enormes, Bettina hizo llegar a Leonor Gutiérrez de Happel en Bogotá un paquete considerable de correspondencia aparte, el cual entregamos al entonces vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la sede de Bogotá, Jorge Enrique Rojas. Hay que decir que dicho fondo bibliográfico en lengua alemana, depositado en principio en los sótanos de la Biblioteca de Posgrados de Ciencias Humanas, fue afectado por una inundación, lo cual motivó el traslado a la Hemeroteca Nacional Universitaria Carlos Lleras Restrepo, contigua al Centro Administrativo Nacional (CAN). Allí se clasificaron y se reenviaron los libros a la Biblioteca de Posgrados y el material de archivo personal a la Biblioteca García Márquez, donde actualmente se encuentra bajo apropiada custodia. En el hallazgo de esta primicia documental, conté con la colaboración cómplice de José Hernán Castilla, Anita Jaramillo y Diego Zuluaga.

31A principios de enero de 2011, escribí al profesor Frank-Rutger Hausmann de la Universidad de Friburgo. Me informó que para el envío de las cartas se precisaba de la autorización de la viuda del profesor Hugo Fridrich, quien se encontraba muy enferma. Me informó que no tenía estas cartas, pero había publicado la correspondencia de Heidegger con Friedrich. Luego, me hizo saber que el actual custodio de este legado estaba en poder del profesor Gottfried Schramm. Días después me informa que el profesor Gelz había sido el último asistente de Friedrich y que conocía muy bien su archivo. Me aconsejó que me remitiera al señor Alexander Zahoransky, para lo cual me dio su dirección electrónica. Al final, y pese a la gentil diligencia, no logré ningún material.

32Un muestra esperanzadora. El historiador argentino Luis Alberto Romero, hijo de José Luis Romero, en correo electrónico del 14 de noviembre de 2019 me escribe: “Empezando a ordenar la correspondencia de mi padre, encuentro varias cartas de Gutiérrez G. Una de ellas, particularmente conmovedora, escrita un día antes de la muerte de mi padre; acababa de leer Latinoamérica. Las ciudades y las ideas y le transmitía sus primeras impresiones. En un futuro cercano habré ordenado la correspondencia e incorporaré algunas al sitio www.jlromero.com.ar. A propósito, ya casi completé la obra de mi padre, y me dedicaré a incluir los trabajos sobre él, y entre ellos los de Gutiérrez y el/los tuyos. Un abrazo, Luis Alberto”.

33HJCK. Cronología de la cultura, 1950-1990, Bogotá, Villegas, 1991, pp. 335 y 436. La semblanza de Gutiérrez Girardot en esa edición conmemorativa de la emisora cultural de Álvaro Castaño Castillo reza: “Sogamoso, Colombia, 1928. Catedrático, crítico y ensayista. Estudió con el filósofo existencialista Martin Heidegger y con el notable teórico de la lírica moderna Hugo Friedrich. Hace cerca de treinta años reside en Alemania y en la Universidad de Bonn regenta la cátedra de hispanística”. La exposición en el Archivo de Bogotá se prolongó de octubre de 2015 a marzo de 2016. El catálogo Exposición homenaje a Rafael Gutiérrez Girardot, diagramado por Susana Medina, fue descolgado de impresión por la directora del archivo de la Administración distrital de Enrique Peñalosa.

34Cfr. Juan Guillermo Gómez García, Crítica e historiografía literaria en Juan María Gutiérrez, Medellín, Universidad de Antioquia, 1999.

35Johann Gustav Droysen, Histórica (trads. Ernesto Garzón Valdés y Rafael Gutiérrez Girardot), Barcelona, Alfa, 1983.

36Barcelona, n.º 226 (2010). En esa ocasión, por coincidir con la presentación de su Nueva historia económica de Colombia, se excusó de asistir Salomón Kalmanovitz.

37Citado por Dosse, El arte de la biografía, p. 95.

38Horas de estudio, hasta donde he investigado, contó con dos reseñas: María Mercedes Carranza, “Horas de estudio, de Rafael Gutiérrez Girardot”, Nueva Frontera, n.º 106 (1976), p. 23; y Jaime Mejía Duque, “Ensayos de Gutiérrez Girardot”, Consigna, n.º 69 (1977), p. 19. El texto canónico de “La literatura colombiana en el siglo XX” ha sido editado, con los criterios filológicos de rigor, en Ensayos de literatura colombiana i, Medellín, Universidad Autónoma Latinoamericana, 2011. Para esta edición, siempre se ha contado con el apoyo incondicional del editor y fotógrafo Jairo Osorio.

39Este libro contó con una reseña de Susana Zanetti, Escritos de filosofía, Buenos Aires, Academia Nacional de Ciencias, Centro de Estudios Filosóficos, 1986.

40Lecturas Dominicales, n.º 131, El Espectador, Colombia, 29 de septiembre de 1985.

41El primer contacto con Lecturas Dominicales de El Espectador fue con el poeta Juan Manuel Roca y gracias a la mediación de Rubén Jaramillo Vélez, quien en ese momento editaba Argumentos. De esa relación nacieron las entrevistas con Gutiérrez Girardot de 1985 y 1987.

42La primera se encuentra en la entrada “El grupo de Mito”; la segunda, en “Ensayistas y pensadores”. Gran enciclopedia de Colombia (tomos IV y V), Bogotá, Círculo de Lectores, 1992-1996.

43Fernando Garavito me envió, desde su exilio en París, un correo electrónico del 10 de julio de 2010: “Resulta que me invitaron con otras personas provenientes de distintos países de América Latina a hacer una gira por Alemania. Llegamos y comenzamos a desarrollar las pesadas tareas que tienen esas ‘generosidades burocráticas’. Hasta que un día, después de visitar dos o tres ciudades (no recuerdo cuántas), llegamos a Bonn. Nos bajaron del avión (en esos viajes uno es lo más parecido a una maleta), y nos subieron a un bus con guía turística en español. Recuerdo que era una muchacha muy bonita. Bueno, avanzaba el vehículo en medio de las informaciones más sosas, ‘eso que ven allá es tal cosa’, ‘aquellas son las ruinas de tal otra’, hasta que la muchacha interrumpió su cuento y dijo por el altavoz: ‘veo acá que tenemos entre nosotros a un colombiano’. Me sorprendí: ¿qué promesas encerrarían esas palabras de una muchacha tan bonita? Levanté la mano: ‘Yo soy el colombiano’. Y la muchacha, mirándome de arriba abajo, me espetó: ‘Pues usted no se parece en nada al profesor Gutiérrez Girardot. Él es mi maestro y es un genio’. No supe qué contestarle. Tenía toda la razón. Ella siguió contándonos del entorno, y yo me senté con el rabo entre las piernas. Era bastante genial, Gutiérrez Girardot. Tal vez por eso mi relación con él no fue tan cercana como yo hubiera querido”. Fernando Garavito, París, 10 de julio de 2010. Correo electrónico.

44Existe una fotografía de Gutiérrez Girardot, en su cenit docente, a la salida del seminario sobre “La Introducción de la Fenomenología del espíritu de Hegel”, dictado en la Universidad Nacional de Colombia en 1987. En ella aparece con Gustavo Bustamante y José Hernán Castilla, en una especie de escena de los “tres alegres compadres”. La invitación a este seminario procedió del director del Departamento de Filosofía de ese entonces, Lisímaco Parra París, quien “deseaba invitar a alguien con indiscutible peso académico, pero además polémico”. Recibió apoyo de Rubén Sierra Mejía y del rector Marco Palacios. Lisímaco Parra, Bogotá, 15 de marzo de 2020. Correo electrónico.

45Algunos miembros de este colectivo de estudiantes han proseguido hasta hoy la labor crítica de Gutiérrez Girardot, desarrollando una actividad académica de impulso e investigación de la vida intelectual de pensadores latinoamericanos y en el activismo político de izquierda. La revista estaba antecedida por la traducción del poema de Georg Trakl “Grodek” (ciudad de Galizien, donde se suicidó el poeta el 3 de noviembre de 1914) por Rubén Jaramillo Vélez (antes había publicado su ensayo “La circunstancia del expresionismo”, en Argumentos, n.os 14-17, 1986), tuvo como diagramador a Juan José Hoyos y contaba con fotografías de Jesús Abad Colorado. Contó con colaboradores a Gutiérrez Girardot, Jaramillo Vélez, Ómar Urán, Víctor Bustamante, Jorge Andrés Hernández, Argiro Villa, Marina Valencia, Mónica Zuleta, Marta Martínez, Viviana Rivera, Gloria Patricia Lopera, William Zuleta, Elio Correa, Sergio Guzmán. Su iluminada “Presentación” es un manifiesto de juventud en resistencia que no ha perdido vigencia.

46México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2006.

47Destaco Rafael Gutiérrez Girardot, En torno a El anticristiano de Nietzsche de Rafael Gutiérrez Girardot, Bogotá, Desde Abajo, 2014. También el artículo de Alejandro Sánchez Lopera, “El Nietzsche de Rafael Gutiérrez-Girardot”, en Ideas y Valores, vol. 67, n.º 167 (2018), pp. 149-176. Hay otra nueva promoción de estudiantes que se vienen acercando a su obra crítica como Fernando Urueta Gutiérrez, Juan Manuel Mogollón Zapata, Rubén Antonio Sánchez Godoy, Iván Daniel Valenzuela, Claudia Supelano-Gross, Alberto Antonio Verón Ospina, Guillermo Linero Montes, Diego Felipe Paredes, Juan Zapata y Andrés Lema Hincapié.

48Pensamiento y Acción, n.º 14 (2007).

49El título de la compilación se toma del ensayo publicado por Alejandro Aponte en la revista El Anillo de Giges (1986).

50Gerald Martin, Gabriel García Márquez. Una vida, Bogotá, Penguin, 2009; Xavi Ayén, Aquellos años del boom. García Márquez, Vargas Llosa y el grupo de amigos que lo cambiaron todo, Barcelona, RBA, 2014.

51Ayén, ofrece un valioso panorama de la historia de la figura del editor y la edición catalanas en las décadas de 1960 y 1970. Resulta también de interés la reseña que se hace de los editores catalanes Antoni López Llausás y Francisco Porrúa, este último fundador y director de la editorial Sudamericana de Buenos Aires. Cfr. Ayén, Aquellos años del boom, pp. 313-325.

52Sobre dicho premio, no he logrado localizar el ejemplar de la revista Diners. Al cerrar la edición de esta investigación, el siguiente correo de José Hernán Castilla, a quien había recurrido para recabar la información precisa: “Excuse mi contestación tardía: promediando o a finales de los 90 metieron a GG entre los diez personajes destacados por sus méritos en el extranjero. Ya habían sido destacados también ocho o diez sabios que redactaron sendos documentos sobre ideales educativos, cívicos y culturales revisados por García Márquez, que hizo parte del selecto grupo; no recuerdo si había en esa selección una encumbrada dama. Estas listas son reconocimientos que nunca inciden en las políticas nacionales, que no sirven para nada, pero que toda la intelectualidad quiere lucir. Lamento decirle que no tengo ni aproximadamente la fecha que registró Diners y sería irse a Bogotá por ese dato que con gusto le conseguiría si es que llegan a suspender las clases después de Semana Santa. A no ser que tenga algún conocido que se ponga rápidamente en esas”.

53Mientras Gutiérrez Girardot llegaba a Madrid como becario del colegio guadalupano, Guillermo León Valencia fue nombrado embajador de Colombia, cargo que ocupó entre 1950 y 1953. En su oportunidad, comentaremos detalles de esta misión diplomática.

54Carta en Archivo Personal de Rafael Gutiérrez Girardot, en la Biblioteca Gabriel García Márquez de la Universidad Nacional de Colombia.

55Archivo Personal de Rafael Gutiérrez Girardot. Reproducido en Carlos Rivas Polo, Rafael Gutiérrez Girardot. Los años de formación en Colombia y España (1928-1953) (tesis doctoral), Salamanca, Universidad de Salamanca, 2015, pp. 25-26. Consultado en https://gredos.usal.es/handle/10366/128264.

56Pancho Pérez González, Madrid, Fundación Santillana-Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, 2011, p. 22.

57Cfr. Armin Mohler, Die konservative Revolution in Deutschland, 1918-1932, Darmstad, Wissenschafliche Buchsgesellschaft, 1989, y Rolf Peter Sieferle, Die Konservative Revolution. Fünf biographishe Skizzen, Fráncfort, Fischer Verlag, 1995. Sieferle es la figura profesoral más destacada del creciente nacionalismo de la ultraderecha alemana actual.

Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953

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