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CRITERIOS DE EDICIÓN
ОглавлениеESTA ES LA PRIMERA antología de artículos domenchinianos que ve la luz desde 1946, cuando se dieron a la estampa en México las Crónicas de «Gerardo Rivera». Es también la primera que atiende a la trayectoria completa del autor y con un criterio independiente del suyo o de los azares de una guerra. De los más de cuatrocientos que hemos podido allegar en nuestra pesquisa hemerográfica, ofrecemos aquí noventa. Los omitidos lo son por razones de economía, no de calidad: no hay caídas notables en el Domenchina articulista, uniformidad tanto más meritoria en una labor dictada por las premuras del género. No tiene, pues, el lector en sus manos al mejor Domenchina, ni tampoco al peor, aunque sí a un Domenchina reducido aproximadamente a un quinto de su verdadero tamaño. Conviene recordarlo a la hora de comparar magnitudes y establecer jerarquías: no era posible en este caso la selección sin menoscabo. En los excluidos no hay página que, por un motivo u otro, no fuera acreedora a hallarse entre estas con pleno derecho.
Todos son artículos de crítica literaria; el comentarista político que ocasionalmente fue Domenchina no está aquí representado («Demolición de ruinas», aunque publicado en Política, es una reflexión sobre la novela). El primero, «Poesía residuaria», de 1931, para cuya lectura se requiere «un diccionario de fisiología e higiene» —en palabras de Juan Ramón transmitidas por Guerrero Ruiz—, es también el más temprano que conocemos. Entre él y el último, fechado poco antes de morir (1959), median veintiocho años y las vicisitudes referidas. Los textos se disponen en orden cronológico —quizá el que a menos incongruencias se presta—, y cubren cuatro áreas de desigual amplitud en el espectro de intereses del autor: la primera es la especulación teórica, a la que Domenchina tiende de modo intermitente, especie de ideario asistemático del oficio cuyos principios se aplican en las otras tres. Estas abarcan los tres ámbitos geográficos que, a vista de pájaro, podemos trazar en sus inquietudes literarias: letras españolas —y en particular, aunque no sólo, poesía española contemporánea—; literaturas europeas —con la previsible hegemonía francesa—, y literatura hispanoamericana, por decirlo con un hiperónimo forzado por escasas excepciones (Rómulo Gallegos, el Rubén Darío de Arturo Marasso, la Vida de Martín Fierro de José María Salaverría), pero que con mayor justicia habría que denominar mexicana. Puestos a hacer bloques, mientras que la reseña dedicada a Salaverría —vasco que escribe sobre literatura argentina— puede englobarse en este último, al español corresponderán seguramente las crónicas acerca de la Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932) de Federico de Onís —casi toda versa sobre el núcleo ibérico—, la de Gil Vicente, ceñida a sus poesías castellanas, e incluso la de la cosmopolita y políglota Elisabeth Mulder, que escribe en español. Aun sin contar tales casos fronterizos, la visible desproporción numérica entre los trabajos dedicados a la literatura española y el resto se agrandaría aún más si consideráramos la totalidad y no sólo los aquí reunidos.
Posible factor de distorsión es haber tenido que sacrificar en aras de la variedad algunos espléndidos acerca de figuras como Unamuno, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Azaña o Gabriel Miró, que merecieron la atención constante de Domenchina. Otras exclusiones notables obedecen a causas distintas: ningún ensayo específico se recoge por ejemplo acerca de Antonio Machado, uno de los dii maiores de Domenchina, pues todos los hemos reunido recientemente en el volumen Semblanzas machadianas (Santander, Colección 22 de Febrero, 2009). Prescindimos además de aquellos que, a pesar de su carácter periodístico, sobrepasan en extensión el promedio: es el caso de las series dedicadas a personalidades no menos relevantes que Machado en su vida y obra, como Juan Ramón Jiménez o el propio Azaña, según vimos. Lo mismo sucede con su mencionado estudio de la poesía española peninsular de posguerra, publicado por entregas en un diario mexicano a principios de los años cincuenta, y que constituye por sí solo un opúsculo. Tampoco tienen cabida en esta selección trabajos cuya autoría no consta de modo explícito por haber salido anónimos en revistas codirigidas temporalmente por Domenchina, como las mexicanas Romance o Tiempo, salvo aquellos en que disponemos del «original» mecanografiado («Cinco poetas» y «T. S. Eliot y “Mr. Eliot”», ms. 22.263/1 Biblioteca Nacional de Madrid), de una copia con variantes autógrafas («El poeta y el hombre», ms. 22.266/6 BNM) o de un testimonio epistolar que avala la atribución («¿Se puede pecar de verídico?», ms. 22.269/91 BNM; «Es un poeta janicéfalo», ms. 22.269/103 BNM). En el resto, aun cuando poseamos firmes indicios estilísticos de su autenticidad, hemos preferido actuar con cautela. La cifra de escritos que se encuentran en esa situación sobrepasa el centenar, y podría aumentarse todavía.
El nuestro es un texto crítico en sentido estricto: hemos colacionado todos los testimonios a nuestro alcance y reconstruido a partir de ellos el más cercano —hipotéticamente— a los designios del autor. Sentimos no apoyar cada decisión con la prueba fehaciente y obligar al lector a continuos actos de fe, pero la inclusión del aparato de variantes resultado del cotejo hubiera supuesto reducir el número de ensayos reunidos. Las fuentes disponibles son de seis tipos, en orden decreciente de abundancia: 1) publicación periódica: existe en ochenta y nueve de los noventa trabajos y, a falta de autógrafos, constituye la princeps; 2) versión impresa en las Crónicas o las Nuevas crónicas de «Gerardo Rivera», con retoques de autor o componedores, sobre todo de puntuación: atañe a cuarenta y dos de los textos; en términos generales, puede considerarse preferible, con distinto grado de certeza dependiendo de la edición —recuérdese la precariedad de las Nuevas crónicas a causa de la guerra: por ejemplo, en «Antología de León Felipe» empeoran la versión de La Voz, y en «Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932)» también en buena medida, por lo que las hemos relegado salvo para alguna lección adiáfora—; 3) recorte de prensa con correcciones autógrafas: son pocos los conservados —«Un monólogo dialogado» (ms. 22.266/2 BNM), «Grandeza y servidumbre del oficio literario» (ms. 22.268/4 BNM), «Poesía española contemporánea» (ms. 22.268/suelto y 22.268/4 BNM), «T. S. Eliot y “Mr. Eliot”» (ms. 22.266/6 BNM), el susodicho «El poeta y el hombre» (ibid.)—, pero valiosísimos para la enmienda de erratas no detectables por otros medios, así como para la posible adopción de cambios domenchinianos de última hora (en el primero, nos ha permitido incluso rectificar el título, con artículo determinado en La Voz; en «El poeta y el hombre», sustituir todo un párrafo impreso: «En ocasiones, y no a merced de la rima, pero sí estimulado por tal o cual consonancia, el poeta, que mide tan bien sus versos, desmesuradamente se traza a sí mismo, prorrumpiendo en exclamaciones que muchos tildarían de blasfemias»); 4) original autógrafo (aparte de los dos arriba mencionados, se conserva un mecanoscrito de «Apostillas —con motivo del cuarto centenario de don Miguel de Cervantes Saavedra—», ms. 22.263/1 BNM, con una redacción discrepante en el párrafo que empieza «Como revés de esta tesitura…»: «Como revés de esta tesitura, se dice que el precavido Panza[,] ya escaldado, huye del agua fría, porque es hombre de memoria o de experiencia, y el escarmiento no resbala por él como por sobre la superficie impenetrable de su señor. Pero esa filosofía rústica del cazurro cauto, que se solapa en el regazamiento de la sorna, esto es, en la virtud dilatoria y suspicaz del espíritu remolón[,] no llega a ser escepticismo ni sentido común, sino pusilánime desconfianza. Y conste que si a Sancho le lle… [se interrumpe aquí]»); 5) otros impresos como testimonio único: es el caso del retrato de la condesa de Pardo Bazán, sólo aparecido en el Almanaque literario 1935 editado por Plutarco; 6) noticia puntual de una intervención ajena: en una carta remitida a Domenchina el mismo día de la publicación de «En torno a La Revolución que nos contaron y a La novela de la Revolución mexicana», Martín Luis Guzmán, director de Tiempo, afirma haber modificado la redacción original del inciso «(Urge notar, entre paréntesis, que meticuloso no significa minucioso, o amigo de menudencias o pequeñeces, sino que vale tanto como medroso o pusilánime)» (ms. 22.269/155 BNM). Fuera de estos apoyos, nos queda la conjetura ope ingenii, a la que también ha habido que acudir, tanto para salvar posibles erratas como para completar pasajes estragados: ejemplo —menor— de lo último es en la «Epístola miscelánea» el demostrativo «esta» («No desaproveche esta coyuntura»), borroso en los dos ejemplares que hemos consultado, los de la Biblioteca Nacional y Hemeroteca Municipal de Madrid. La naturaleza básicamente periodística de las fuentes primarias hace que los textos sean frágiles en extremo desde el punto de vista ecdótico, lo que —unido a los problemas de atribución que acabamos de mencionar— convierte a este corpus en un estimulante repertorio para la reflexión filológica.
Como norma general, no se advierten lugares conjeturales, restituciones de palabras, letras o signos de puntuación ni seclusiones; se suprimen y añaden las comas preceptivas; se regulariza la arbitraria distribución de cursivas y comillas de los originales; también, en la forma dominante, la doble ortografía del topónimo «México», así como su gentilicio. La anarquía de aquellos en la transcripción de compuestos se resuelve en aglutinación en palabras como «quintaesencia», «bienhallado» o «sobremanera», y en tmesis en «bien venido», «mal traer» o «raja tabla». No se unifica el criterio en la simplificación o mantenimiento de los grupos consonánticos cultos («consustancial» / «consubstancial», «trasparente» / «transparente», «seudocientífico» / «pseudoequivalencias»), ni en las alternancias de hiato y diptongo («dionisíaco» / «dionisiaco», «elegíaco» / «elegiacos»; «período» aparece siempre con acentuación etimológica). «Jeremíada» se normaliza en «jeremiada», «trasvestir» en «travestir»; «indescernible» en «indiscernible», «nonnatos» en «nonatos»; se mantienen, por el contrario, «orballo», «acicatada», «impeorables» y «exigüedad», el primero documentado también en Gerardo Diego. Conservamos igualmente el italianismo semiaclimatado «maquetta», el femenino «la magma», y los Cuentos sacroprofundos —por sacroprofanos— de la Pardo Bazán, para no estropear el posterior juego de palabras. El desusado «paragón» convive con la forma habitual; «retrueque», con «retruque».
Los textos se reproducen íntegros, salvo dos: «A propósito de Enrique González Martínez» sale sin las cuatro composiciones del jaliciense que lo encabezan, pertenecientes a Bajo el signo mortal («Ante la jaula de cristal de olvido», «Nací mártir de amor, y no podría», «¡Oh, vida que te obstinas y te alargas…!», «¿Qué mejor fuga que morir, si el viento…?»); en «El poeta y el hombre», dedicado a Salvador Díaz Mirón, omitimos el largo «Idilio» final de Lascas. Todos son poemas conocidos de fácil acceso en ediciones solventes.
A Lola Martínez de Albornoz, alma en la sombra de la Colección Obra Fundamental, debe este volumen una cuidadosísima revisión. Sin su generosidad y competencia el libro hubiera sido sin duda peor de lo que es.
A. P.