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Capítulo 1. Tristeza

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Uno de los problemas que con mayor asiduidad se puede ver en consulta es en relación con las emociones, ya sean por sobre activación, en el caso del estrés y la ansiedad o por su inhibición, en el caso de la tristeza y la depresión.

Pero no se trata únicamente de que las personas estén más sensibles hacia estos problemas, y por ello acudan con mayor frecuencia a consulta psicológica, sino que también son los problemas más comunes que se sufren, mucho más que cualquier otro trastorno del ámbito de la salud mental.

La tristeza es un estado por el cual la persona deja de sentirse “plena” o al menos “normal”, considerada como una de las emociones básicas, junto con la felicidad o el miedo.

Son muchos los motivos que pueden generar tristeza, desde la pérdida de un ser querido, hasta el no haber logrado una meta ansiada, pero quizás el más grave es por la presencia de una enfermedad, sobre todo si esta es incurable o crónica.

La relación entre la salud física y la mental hace tiempo que dejó de estar en discusión. Cuando alguien sufre un mal físico, esto va a tener un efecto directo sobre su estado de ánimo, y este sobre el resto de los ámbitos de la persona, incluida su forma de relacionarse consigo mismo y con los demás.

Cuando uno se siente mal, por ejemplo, por sufrir una enfermedad crónica, esto puede alterar de forma significativa su estado de ánimo incluso pudiendo llevar al paciente a tener una depresión

Pero cuando aparecen los síntomas de la depresión la situación empeora, ya que los efectos que estos tienen sobre la salud son importantes, al reducir la calidad de vida de la persona, con una mengua del estado de ánimo, pero también del sistema inmunitario, lo que permite entrar al paciente en un círculo vicioso.

Cuanto peor está físicamente, peor se siente psicológicamente, y cuantos más síntomas depresivos sufra, su cuerpo va a responder peor y por tanto en vez de facilitar la recuperación va a perjudicarla.

Las consecuencias de este círculo vicioso es un agravamiento de la sintomatología, empeorando la calidad de vida del paciente, haciendo que sea menos tolerante a lo que le sucede y con ello que tenga un peor pronóstico, en comparación con otro que no tenga asociado estos síntomas depresivos.

De ahí la importancia de detectar los primeros síntomas de la depresión, para poder tratarlos cuanto antes para que no avance y perjudique más a la salud del paciente. Una de las dificultades al respecto es precisamente en el tratamiento, ya que en ocasiones el farmacológico es incompatible con la enfermedad crónica, por lo que habrá que centrarse exclusivamente en el psicológico, pero ¿Cuántas personas que sufren una enfermedad crónica tienen depresión?

Esto es precisamente lo que tratar de dar respuesta con una investigación el Departamento de Enfermería de Salud Comunitaria, Colegio Universitario Al Farabi; la Facultad de Enfermería, la Universidad de Jordania; la Faculta de Enfermería, Universidad del Rey Saud y el Centro de Cáncer del Rey Hussein (Jordania) recientemente publicado en el 2014 en la revista científica Psychology.

En el mismo participaron ochocientos seis pacientes, de los cuales el 45% eran mujeres. Todos ellos venían padeciendo una enfermedad crónica como mínimo desde los seis últimos meses, ya fuese esta una diabetes tipo II, artritis reumatoide, enfermedades cardiovasculares, cáncer o enfermedades pulmonares.

Se excluyeron del estudio quienes ya tenían historial de problemas de salud mental previos.

Se emplearon seis cuestionarios traducidos al árabe, el Multidimensional Scale of Perceived Social Support para analizar la percepción de apoyo social de los pacientes, el Beck Depression Inventory-II (B.D.I-II) para evaluar la presencia de síntomas depresivos, el Psychological Stress Measure (P.S.M.) para evaluar los niveles de ansiedad, el C.O.P.E. Inventory para evaluar el manejo del estrés, el Life Orientation Test (L.O.T.-R.) para los niveles de optimismo y el Satisfaction with Life Scale para los niveles de satisfacción con su vida.

Los resultados indican que la mitad de los pacientes con enfermedades crónicas muestran síntomas depresivos, de ellos el 27% son leves y el 31% moderados.

Igualmente, estos pacientes muestran bajos niveles de optimismo en la mitad de los casos, con una habilidad moderada para el manejo del estrés, a pesar de lo cual cuentan con niveles elevados de satisfacción con su vida, niveles moderados de estrés, y bajos niveles de percepción de apoyo social.

Hay que recordar que estos resultados han sido obtenidos mediante cuestionarios contestados por los propios pacientes, de ahí que algunos resultados sean mejores de lo que cabría esperar como con la satisfacción de la vida o los niveles de estrés.

Una de las limitaciones del estudio es precisamente la población objeto de análisis, es decir, únicamente se tuvieron en cuenta los pacientes de una población muy concreta como eran los habitantes de Jordania, un pueblo con una cultura, religión e idiosincrasia muy particular, lo que hace que se precise de nueva investigación al respecto para poder comprobar si los resultados se mantienen en otras poblaciones.

Igualmente, el haber reunido dentro del grupo de estudio a pacientes con diagnósticos de enfermedades graves tan dispares, y con tan diverso pronóstico, como el de diabetes junto con el de cáncer, puede haber afectado a los resultados.

Sería mejor escoger un único grupo de enfermos crónicos y observar el número de ellos que padecen síntomas depresivos, ya que la información obtenida al respecto tendría mayor validez ecológica.

Otra de las limitaciones del estudio provendría de la exclusión de los pacientes con enfermedades crónicas que además padecen alguna psicopatología, lo que agravaría aún más el pronóstico.

A pesar de las limitaciones comentadas el estudio muestran un índice elevado de pacientes crónicos con sintomatología depresiva, en ocasiones no diagnosticada ni tratada, lo que va en detrimento de la calidad de vida del paciente.

Dada la importancia de la depresión en la salud, ya sea al sufrir o no una enfermedad crónica, pues afecta al desempeño en todo lo que hacemos, desde las ciencias médicas se ha investigado sobre los factores que podrían estar favoreciendo o protegiendo a la persona de sufrir una depresión, y en caso de padecerlo, que ayuden a superarlo.

La red social de apoyo ha sido una de las estimadas como fundamentales tanto a nivel preventivo como para favorecer su recuperación, en caso de caer en depresión.

Igualmente se conoce que existen otras circunstancias que pueden favorecer la depresión, como es la ruina económica, una pérdida afectiva e incluso del trabajo, etc.

Estos desencadenantes pueden generar un período razonable de “duelo”, o cronificarse y convertirse en una verdadera depresión mayor.

Hay que tener en cuenta que la depresión cuenta con tres componentes, el afectivo, el comportamental y el cognitivo, factores que están estrechamente interrelacionados de forma que se llega a autoalimentar formando un círculo vicioso difícil de romper sin ayuda terapéutica especializada.

En cuanto al caso de este tercero, los pensamientos se vuelven catastróficos, pesimistas y sin solución a la situación actual.

Pero cuando una persona está expuesta a una realidad desfavorable, los pensamientos catastróficos coinciden con su realidad, por lo que sale reforzado sus pensamientos y con ello favorecerá la aparición de la depresión, entonces ¿Existe relación entre la depresión y el nivel económico?

Eso es precisamente lo que se puede responder gracias a un informe publicado por el departamento de Salud del gobierno de Puerto Rico (EE. UU.), desarrollado durante el 2013.

En el mismo se analizan distintos factores que pueden estar influyendo en la presencia de la depresión, el cual ha sido realizado dentro de un proyecto más amplio para detectar conductas de riesgo entre la población según el programa The Behavioral Risk Factor Surveillance System (B.R.F.S.S.).

Para ello se realizó una encuesta telefónica a una muestra de seis mil habitantes que representa el 0,21% de la población total, todos ellos mayores de 18 años, mayoritariamente hispana (98,5%), siendo el 64% mujeres.

Igualmente se recogieron datos por tramos de edad, el nivel educativo de los participantes y sus ingresos económicos.

Los resultados muestran que las personas en el tramo de los 45 a 54; y los 55 a 64 años, son los que más sufren depresiones, llegando a niveles del 25.7% y 30.7% respectivamente, muy por encima de los niveles de los más jóvenes entre 18 a 24 años, del 5.9%.

Igualmente muestran que las personas que tienen menos estudios (sin escolaridad terminada) presentan mayores niveles de depresión, frente a los que finalizaron los estudios universitarios, obteniendo porcentajes del 21.3% frente al 14,4% respectivamente.

El informe además separa a los encuestados en seis tramos en función de sus ingresos, lo que permite observar la relación entre los aspectos económicos y la presencia de depresión, siendo los que más lo sufren los que obtienen ingresos inferiores a 15000 dólares, con un 23,2%, frente a los que tienen ingresos mayores a 75000 dólares, con un 9,2%.

Una de las limitaciones de este estudio, y característico de la forma de recoger datos a través del teléfono, es que quedan excluidas ciertas poblaciones que por un motivo u otro no disponen de línea telefónica, y por tanto queda sesgado el estudio, al dejar una parte de la población sin investigar, probablemente con bajos recursos económicos.

Otra limitación es que los resultados no distinguen entre el tipo de depresión que padece, ya sea depresión mayor o distimia, además los datos tal y como están presentados no permiten realizar comparaciones entre grupos, que posibiliten profundizar más en las diferencias encontradas entre los grupos en función de las variables analizadas.

A pesar de las limitaciones anteriores, hay que destacar la importancia de los resultados al mostrar el perfil de aquellas personas que están más expuestas a sufrir depresión, el bajo nivel educativo, una edad entre los 45 a 64 años y unos escasos ingresos económicos.

Por el contrario, las personas que parecen estar más protegidas de sufrir depresión son los jóvenes entre los 18 a 24 años, los que tienen estudios universitarios, y los que ganan entre 35000 a 49999 dólares, y más de 75000 dólares.

Por tanto, y respondiendo a la cuestión inicial, parece que sí existe relación entre la depresión y el nivel económico, pero esta no es una relación directa, de a más dinero menos depresión, tal y como se comprueba entre los que ganan entre los 50000 a 74999 dólares que sufren un porcentaje de depresión similar al de niveles anteriores, en concreto asemejándose a los que cobran entre 25000 a 34999 dólares.

Aunque el estudio no entra en valoraciones teóricas sobre las explicaciones al respecto, parece lógico pensar que la preocupación por la carencia de dinero puede ser determinante, así como el acceso a una mayor y mejor cantidad de recursos que podrían prevenir y paliar la aparición de los primeros síntomas de la depresión antes de que esta se cronifique.

Cuando uno piensa en dinero y la depresión no suele hacerlo en el coste para la sociedad en la que vive, sino más bien en la persona que lo sufre, pero no es ese el planteamiento que se hacen desde las administraciones públicas que buscan optimizar sus recursos priorizando sobre dónde van destinados el dinero entre los distintos servicios y departamentos que se encuentran a su cargo, ya sea en inversión de materiales como de personal para poder dispensar con mayor eficacia sus servicios.

El trastorno de depresión mayor afecta principalmente a la salud psicológica del paciente, pero también al resto de sus actividades diarias, la gana de comer, o la capacidad de tener un sueño reparador, pero sus efectos se extienden también a sus familiares, compañeros y amigos.

Lo normal es observar una disminución en el rendimiento académico o laboral, que en el caso de una mayor severidad de este trastorno puede llevar a la persona a perder su puesto de trabajo, sus amigos e incluso su pareja.

Actualmente existen diversos métodos de intervención terapéutica desde la psicoterapia, hasta la farmacológica pasando por la terapia electro convulsiva, cuando no responde adecuadamente a la farmacológica.

Cada una de estas intervenciones requiere de un personal especializado, el desarrollo de una tecnología y un centro donde se administra, lo que va sumando "gastos" para la administración, pero ¿Cuál es el coste de la depresión en el primer mundo?

Esto es precisamente lo que ha tratado de averiguar desde la Escuela de Medicina de Hannover, junto con la Universidad Goethe de Frankfurt y la Universidad Jena Friedrich-Schiller (Alemania) cuyos resultados han sido publicados en el 2014 en la revista científica Depression Research and Treatment.

En el estudio intervinieron setenta médicos de la red sanitaria alemana, los cuales realizaron una reevaluación de sus pacientes diagnosticados con depresión, a la vez que les informaban del estudio y recogían su consentimiento para participar, al final fueron seiscientos veintiséis pacientes, siendo el 75,7% mujeres, a los que se les tomó medidas en tres momentos, en el momento de preguntar sobre su participación, a los 6 meses y al año.

De cada participante se recogieron cinco datos, la medicación que recibían, las visitas al médico general, las visitas al especialista, la psicoterapia que recibían y el número de hospitalizaciones, siendo su coste extraído de unas tablas estandarizadas estimadas por la Oficina de Estadística Federal de Alemania.

Los resultados muestran que el coste medio por paciente con depresión mayor durante un año es de 3813€, no existiendo diferencias significativas en el coste entre hombres y mujeres.

Lo que en cifras macroeconómicas supone un gasto anual en Alemania en pacientes con depresión mayor de 15.6 billones de euros.

Cantidad que a los autores les parece excesiva, a pesar de ser el trastorno psicológico más frecuente entre los pacientes que acuden a consulta. De ahí que los autores del estudio sugieran realizar mayores intervenciones tanto en la detección temprana de la enfermedad como de búsqueda de nuevas y mejores técnicas y terapias con los que reducir el número de consultas, y sobre todo el coste total de la atención recibida por los pacientes con depresión mayor.

Aunque los resultados son reveladores, no informan sobre si son más o menos costosos que otras enfermedades mentales, e incluso que otras afecciones físicas que se atienden, con lo que no se puede estimar si se trata de un gasto excesivo o no para las administraciones, ni si se tiene que priorizar sobre otras enfermedades debido a su elevado gasto.

Todo lo anterior muestra cómo no se trata de un problema menor, por sus implicaciones tanto en lo que respecta al paciente, y su salud, como en el aspecto económico.

Pero para poder establecer un diagnóstico y su posterior tratamiento, lo primero que hay que hacer es distinguirlo de otros fenómenos emocionales en donde existe una tristeza, pero que no llega a desencadenar la Depresión Mayor.

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