Читать книгу La Lista De Los Perfiles Psicológicos - Juan Moisés De La Serna, Dr. Juan Moisés De La Serna, Paul Valent - Страница 6
CAPÍTULO 2. ELLA
ОглавлениеEl día había iniciado, como si se tratase de cualquier mañana. Apenas recordaba los detalles del ajetreado día anterior, aunque cuando me fui a echar mano a la cartera me di cuenta de que me faltaba mi identificación y rememoré lo sucedido la noche antes.
A decir verdad, no conseguía acordarme de los detalles sobre esos agentes que habían entrado con sus armas, y que lo único que me habían hecho era amenazar y decir que me iban a meter en la cárcel. Ninguno de sus argumentos estaba justificado, y sus modales no me parecieron demasiado profesionales.
En cualquier país civilizado que se precie, se necesita una orden judicial para irrumpir en una casa, y ¿a qué venían tantas armas?
Cerré mi cartera y me terminé de vestir cuando salí al pequeño hall de mi cuarto, donde aún quedaba algún objeto por el suelo, roto por aquellos agentes, de los cuales no recordaba bien a qué rama del gobierno habían dicho que pertenecían.
Recogí un maletín que utilizaba para llevar algunos libros, y miré la hora del reloj, “si me doy prisa todavía puedo coger el tren de las 7.00 a.m.”.
Dicho esto, salí de mi habitación de hotel de forma acelerada, cuando de repente, observé apoyada en una de las paredes próximas al ascensor a una mujer vestida de chaqueta negra y falda plisada roja.
–Buenos días ―la dije entendiendo que era una cliente más del hotel.
–¿Buenos días?, ¿es así como trata a sus clientes? ―respondió con tono de desdén.
–¿Cliente?, debe ser un error. Nunca he atendido a nadie aquí. Si tiene una cita haga como el resto, vaya a mi consulta, de hecho, estoy saliendo para allá.
–¿Una cita?, no necesito citas ―volvió a contestar con ese tono medio desafiante.
–Pues, entonces otro día será, tengo clientes que sí me están esperando. Buenos días ―contesté dirigiéndome al ascensor.
–¿Dónde cree que va? ―repuso ella poniéndose delante mía de espaldas al ascensor.
–Se lo acabo de decir ―contesté mientras apretaba el botón de llamada―. Y si no le importa me gustaría que se echase a un lado.
–No ―dijo categóricamente.
–¿No? ―pregunté asombrado por aquella actitud.
–Veo que no se acuerda de mí ―mencionó la mujer.