Читать книгу El Misterioso Tesoro De Roma - Juan Moisés De La Serna - Страница 5
CAPÍTULO 1. EL DESEADO VIAJE
ОглавлениеSi me lo hubiesen contado no lo habría creído, ¿quién me lo iba a decir, que un viaje de carrera se podría convertir en mi mayor aventura y que gracias a ello pude salvar la vida de la persona que luego sería mi esposa por treinta felices años?, mi memoria a veces me juega malas pasadas y me es difícil recordar lugares o fechas, para eso voy a relatar los hechos lo más fidedignos posible de forma que este texto me sirva de diario.
En la vida, como supongo que en la de todos, he tenido muchos momentos buenos y felices y también difíciles y tristes, pero ninguno tan destacado como lo que me aconteció aquella semana que tanto me marcó mi forma de pensar y mi futuro.
Un amigo hace tiempo me convenció de dejar mis memorias por escrito, pero no es hasta estos últimos días en que me he decidido a ello, quizás no lo hay hecho antes por pereza o porque creía que todavía me quedaban muchos años por delante, pero ahora es diferente…
Nadie me ha dicho cómo hacerlo y no estoy seguro de que todo salga bien, quizás omita muchos detalles, puede que hasta confunda los nombres, pero mi mente está clara en cuanto a los acontecimientos que me ocurrieron.
Con mis ochenta años recién cumplidos me doy cuenta de que mucha de la emoción vivida en esa fecha fue fruto más de mi inexperiencia y desconocimiento en mucho, que poco a poco he ido aprendiendo y comprendiendo en mis posteriores averiguaciones y viajes.
Mi habitación llena de fotos y recuerdos como estatuas y monumentos en miniatura, alfombras bordadas con temáticas locales, me devuelve a alguno de mis muchos lugares donde he vivido.
Si me preguntasen de dónde soy, no podría responder con rotundidad, sé el lugar y el día en que vi la luz por primera vez tal y como se recoge en mi pasaporte, pero luego… he vivido en tantos lugares y continentes, a veces con estancias de tres meses, otros de años y en todas he tratado de ayudar y colaborar en lo que he podido.
Por ello a lo largo del tiempo he sido merecedor de algunas medallas y otros reconocimientos, aunque para mí el mejor agradecimiento a mi labor lo veía día a día en la cara de mis alumnos, en la felicidad de sus rostros que reflejaban por igual ilusión, deseo y esperanza.
¡Mis queridos alumnos…!, han sido siempre mi gran fuente de inspiración, aunque en varias ocasiones se lo he comentado creo que nunca me han llegado a creer del todo, pero he aprendido más de ellos de lo que hayan podido sacar de mí.
Bueno que me pierdo, cada cosa a su tiempo, pues no pretendo contar mi vida entera, sino únicamente dejar constancia, casi a modo de manifiesto, sobre lo que fue sin duda la época más intensa e importante de todos mis años vividos.
Era de madrugada, de un día de verano…, ¡no, de primavera!, ahora recuerdo que alguno de mis compañeros de viaje todavía estaba afectado por no decir intoxicados por la recién celebración que sería ahora denominada la fiesta de la primavera que congregó en el campus a tantos jóvenes.
Aunque no todos éramos estudiantes, sí sabíamos disfrutar de la fiesta por igual, con música y bailes, compartiendo y conviviendo con los amigos, un momento de esparcimiento alejado de la presión de los estudios y de las restrictivas clases.
Incluso hubo quien se había traído algo para picar, que le había preparado su madre, ¡afortunado él!, que todavía podía disfrutar de los manjares de la cocina familiar y no como la mayoría recluidos en el campus comiendo aquellos insípidos platos que sabían a comida de hospital.
Ésta a pesar de estar bien cocinada o guisada, era insípida y todos los días sabía igual, aunque nos cambiaban el menú para que nos alimentásemos bien, con un equilibrio nutricional adecuado a nuestra constante actividad física e intelectual, pero por mucha variedad que hubiese, estaba hecho sin esa pizca de amor y cariño que añaden nuestras madres, cual condimentos secretos de los grandes cocineros.
Pero no todos se divirtieron igual, los más insensatos vaciaron las cervezas, como si fuese agua de la fuente, que habían traído en aquellos barriles, aun a sabiendas que estaban prohibidos.
El resto que éramos un poco más conscientes de que teníamos clases por la tarde nos limitamos a disfrutar del momento, sin buscar los excesos.
Al final me tocó llevar a uno de esos compañeros que bebió a su cuarto, con un intenso olor a cerveza que tiraba de espaldas, ya que por él era incapaz de llegar pues sus piernas no aguantaban ni su propio peso.
Y cuando intentaban andar solos, lo hacían tambaleando durante unos breves pasos hasta que se caían de repente, sentándose en el suelo, como si de bebés aprendiendo a andar se tratasen, sin apenas haber avanzado más de dos metros.
Mientras balbuceaban repitiendo una y otra vez que tenían que regresar a su cuarto, como si la culpa se hubiese apoderado de su mente y no viesen que no podían llegar más allá, siendo imposible hacerles razonar para qué permaneciesen quietos y sentados en el lugar hasta que se le hubiese pasado el mareo y con ello poder emprender aquella estoica misión casi imposible de realizar como era volver a sus aposentos.
Una visión deplorable de unos grandes deportistas como era alguno de ellos y ahora en cambio eran incapaces de mantenerse en pie más de unos minutos.
Alguno de nosotros tuvimos que intervenir llevándolos a sus dormitorios a que descansasen lo que restaba de noche, sabiendo que al día siguiente se iban a encontrar indispuestos y con grandes dolores de cabeza, pero era lo que les correspondía por sus excesos.
La mañana había amanecido radiante, no recuerdo una tan soleada y eso que apenas eran las seis, pero estaba tan emocionado que necesitaba levantarme y ponerme a hacer algo, pero ya lo tenía todo preparado.
Los muchos años de disciplina en esta academia me habían convertido en un hombre de provecho, recto en sus pensamientos, ordenado y previsor, tanto que hacía casi una semana que había preparado mi maleta de viaje.
Sobre la ropa que iba a llevar, algunos chicos habían propuesto que todos fuésemos vestidos de forma similar, quizás un mismo tipo de prenda o portando algo de un color, pero la idea fue descartada por la mayoría ya cansada de llevar uniforme de diario como para vestir otro parecido en el viaje.
Únicamente me llevé un par de pantalones, varias camisas, un chaleco, calcetines y ropa interior, lo que ocupaba la mayor parte de la maleta junto con la guía de viaje del país y un cuaderno para tomar notas de los más importantes acontecimientos de cada día.
Es precisamente éste el que estoy consultando para recordar los datos más sobresalientes del viaje pues de mi memoria hace tiempo que dejé de fiarme, desde que un día me encontré en mitad de la calle, andando tranquilamente y me detuve, y me quedé quieto durante un momento con la mente en blanco.
Estaba tratando de recordar a dónde me dirigía, qué es lo que iba a hacer y lo más preocupante no sabía de dónde venía ni siquiera en dónde vivía, todo a mi alrededor me parecía extraño y novedoso, y si había pasado anteriormente por esa calle no me sonaba de nada.
Me puse muy nervioso mirando por todo el lugar, veía a las personas pasar despreocupadamente como una madre con un hijo corriendo al lado del carrito que empujaba, en cuyo interior descansaba plácidamente un bebé vestido de rosa, con un lazo alrededor de la cabeza del mismo color.
Luego pasó un señor que llevaba con una cadena a un perro y bajo el brazo portaba un periódico enrollado, ¡quizás a eso había salido!, a comprar el periódico, pero ¿dónde estaría la tienda?, ¿y cuál sería el diario que normalmente leía?
Mi respiración se aceleraba a medida que pasaba el tiempo sin respuesta, mirando a todos lados, tratando de parar a las personas que pasaban tranquilamente, para preguntarles si me conocían de algo y si me podían ayudar a volver a casa.
Los coches iban y venían en la carretera próxima hasta que uno de ellos se detuvo y sin salir del mismo el copiloto me preguntó con tono afable,
―¿Tiene usted algún problema?
No sabía qué responder, ni siquiera sabía por qué habían parado, era posible que me conociesen de algo, quizás fuesen vecinos, amigos o familiares… puede que hasta mis propios hijos y no era capaz de acordarme.
Giré para darle la espalda, avergonzado por mi situación, me sentía tan inútil y desconcertado que empecé a temblar de la desesperación, mirando a todos lados, sabiendo que me habían preguntado directamente, pero no conocía la respuesta, no sabía… ni cómo me llamaba.
―¡No se preocupe señor!, ¡déjenos ayudarle!, lo primero que debemos de saber es su nombre y si vive por aquí cerca ―insistió el hombre mientras bajaba del coche y se dirigía a mí, dejándose ver una oronda silueta, revestida de una llamativa camisa azul y pantalón del mismo color.
Seguía desconfiando de aquel que, aunque usaba un tono tranquilizador, se acercaba a mí con demasiadas confianzas y eso que no le recordaba de nada, para mí es como si fuese la primera vez que le hubiese visto y eso que me esforzaba por recordar, pero… sin éxito.
―No se preocupe soy policía ―afirmó mientras se ponía sobre la cabeza aquel peculiar sombrero que rápidamente reconocí―, ¿no tiene ninguna identificación?, ¡quizás en su cartera!
A pesar de que me hizo ilusión haber reconocido su profesión, era incapaz de pronunciar ningún sonido, pues mi boca estaba como estropajosa, con una gran sensación de sequedad y no conseguía balbucear palabra alguna.
Pero, aunque no hubiese tenido estas dificultades para expresarme no sabría qué decir pues no conseguía concentrarme, mientras mi respiración se aceleraba por la confusión del momento. Apenas sí podía oír lo que sucedía a mí alrededor, escuchándolo como si estuviese muy lejos, como si no fuese conmigo.
―Mire en su bolsillo trasero ―insistió con tono casi paternal aquel pequeño hombre, del que apenas se distinguía el cuello que debía separar la cabeza del resto del cuerpo, mientras me ponía una mano sobre el hombro.
―¿Detrás? ―respondí entre dientes casi de forma imperceptible mientras me recuperaba gracias a aquel pequeño toque que me había hecho sobre el hombro el cual lo había sentido como una gran muestra de cariño, tal y como solía experimentar cuando me abrazaban mis hijos al principio y mis nietos después.
Inspirando profundamente algo acongojado por la situación, eché la mano aún temblorosa hacia atrás y para mi sorpresa toqué algo duro en el bolsillo, lo saqué y allí estaba lo que decía el policía, una cartera con la foto de identificación de alguien, que supuse sería mía y por eso lo llevaba.
Esos fueron unos días duros para mí, los médicos me mandaron reposo y que comiese muchos frutos secos, unos cien gramos de nueces al día, pero siempre que podía, los cambiaba por avellanas que me gusta más. Menos mal que los enfermeros me atendieron diariamente hasta que pude valerme de nuevo por mí mismo, aunque nunca volvió a ser como antes.
Ahora llevaba siempre en casa y en la calle un colgante que tenía un botón, que apretaba cuando me encontraba en alguna dificultad, o cuando no sabía dónde estaba o cómo volver a mi casa. Tras pulsarlo, estando en la calle, sólo debía de esperar unos minutos para que alguien se acercase a ayudarme.
Si estaba en casa se encendía la televisión y una amable jovencita me preguntaba sobre lo que necesitaba. Aunque aquellos cuidados me parecían excesivos, bien es cierto que me habían sacado de más de un apuro.
A diferencia de como sentía cuando era más joven, el despertar cada día era motivo de alegría, sabiendo que todavía podía hacer algo por los demás, pues, aunque hace tiempo que me jubilé, no por ello he dejado de hacer aquello para lo que creo que nací, hacer el bien a los demás.
Ya cumplí con mis sueños de ambición en busca de una posición social, el respeto de los demás y disfrutar de suficiente dinero como para tener una holgada vejez, pero ahora todo aquello me quedaba como un vago y banal recuerdo.
Tanto tiempo desperdiciado en estas minucias, tanta vida sin vivir preocupándome y preparándome para el futuro y cuando todo eso llega se queda sin sentido. Una existencia vacía que conseguía rellenar poco a poco gracias a la que fue mi gran amor que empecé en la adolescencia y que tuve hasta que se fue. Si me hubiese dedicado al negocio inmobiliario, ahora tendría muchas posesiones, si a ser banquero, mucho dinero, pero a pesar de que sólo me dedicaba a ayudar a otros… me sentía tremendamente afortunado por ello.
Bueno sigo mi narración…, a ver…, estaba con lo de la fiesta de primavera…, no, eso ya lo conté, era… el día siguiente.
A eso de las siete bajamos todos a desayunar, bueno todos los que conseguimos despertarnos pues había quien todavía dormía la borrachera.
A las diez estábamos subidos en el autobús en dirección al aeropuerto, éramos cerca de cuarenta de todas las facultades los que nos habíamos decidido a ir a este viaje.
Para ello tuvimos que recaudar el dinero necesario, vendiendo blusas o periódicos y todo tipo de postres para acompañar la comida y por supuesto realizamos la fiesta de imitadores, en la que todos los que íbamos de viaje tuvimos que actuar imitando a un cantante diferente del momento, bien de forma individual o en grupo.
La idea no era hacerlo perfecto, únicamente entretener y divertir a un público entregado, que coreaba todas las canciones, lo que hacía más fácil la actuación.
La indumentaria no estaba demasiado conseguida, pues tampoco nos dedicamos mucho tiempo a prepararlo, ya que teníamos los exámenes cerca, pero eso no quitó que por un par de horas todos los asistentes se lo pasaran muy bien. Incluso entre el público hubo algún esporádico que subió al escenario en el intermedio entre actuaciones para improvisar su canción con igual éxito que el resto.
Aquel día no se hablaba de otra cosa en la facultad, nos felicitaban por los pasillos, como si fuéramos héroes encaminándose a una gloriosa epopeya que quedaría en los anales de la historia.
Algunos bromeaban sobre nuestra temeridad, por irnos antes de los exámenes finales, sin saber siquiera si terminábamos la carrera ese año o no, pero a ninguno nos importaba, expectantes de lo que esperábamos fuese una memorable aventura, como al final ocurrió por lo menos para mí.
Ya en el autobús comentábamos lo que creíamos que íbamos a encontrar, se hablaba desde el punto de vista más cultural e histórico, pasando a relatar los lugares que únicamente tenían interés turístico, hasta llegar a lo más superficial que se convirtió en el tema central del resto del camino al aeropuerto, las chicas.
Todos teníamos una imagen idealizada de aquellas preciosas criaturas, pero la opinión de uno difería con la de otro, había tantas opiniones al respecto como personas en aquel vehículo, incluso si le hubiésemos preguntado al conductor nos hubiese ilustrado con otra totalmente nueva.
El único que parecía tener una idea exacta de la realidad de nuestro destino era el jefe de la organización del viaje, ya que estuvo viviendo varios veranos en el país, aunque en el sur, en las playas y ahora lo hacíamos al centro. A pesar de que en aquel alargado país había numerosos lugares que visitar, que destacaban por una u otra característica.
Desde los viñedos del sur, junto con sus playas y esa humeante montaña siempre a punto de estallar, hasta la ciudad de la moda del norte y que tiene uno de los equipos de fútbol más reconocidos del mundo, pasando por multitud de pueblos y ciudades con tradiciones centenarias, algunos en donde se marcó el curso de la historia del país, otros que encierran una arquitectura propia o una excepcional belleza del paisaje.
Roma, nuestro destino final, descartando para ello París, Ámsterdam o Madrid como ciudades candidatas que destacaban por reunir alguna de las siguientes dos características, que tuviese cierta tradición y cultura destacada y en donde existiese un ambiente amable y juvenil.
Aunque podían haber incluido muchos otros lugares en esta lista, la verdad que sólo fueron estas cuatro posibilidades y de entre ellas quedó elegida Roma, pues ninguno menos uno lo conocíamos, mientras que el resto eran varios los que habían estado en uno u otro lugar.
Por aquel entonces no sabíamos muy bien a lo que nos íbamos a enfrentar, todo estaba concertado como viaje de grupo, los traslados, la estancia e incluso la comida y tan sólo debíamos de llevarnos unas cuantas liras, la moneda local, para comprar algún que otro recuerdo.
Para ellos, varios de nosotros cambiamos en el banco una pequeña cantidad antes de salir, aunque había quien prefería hacerlo en el aeropuerto de llegada pues esperaba que el cambio de divisas le fuese más favorable en el país de destino.
Era de esas cosas que teníamos los jóvenes que creíamos que, haciendo un poco de dinero, ahorrando al máximo en algunas pequeñas cosas, podríamos fundar el día de mañana una gran compañía.
Ahora que recuerdo varios de mis compañeros de promoción han sido altos ejecutivos de importantes empresas, incluso uno de ellos fue director del F.M.I. (Fondo Monetario Internacional), puesto al que ninguno ni soñábamos llegar a pesar de la influencia, el poder y el dinero de alguno de nuestros padres, pero de aquellos impetuosos y ambiciosos jóvenes, ¿qué queda ahora?
De vez en cuando nos reuníamos algunos de la promoción para celebrar el transcurso de las décadas desde que nos graduamos, pero de ésos, que es con quien tenía más contacto, no queda nadie.
Los años han podido con todos a pesar de las grandes fortunas que alguno llegó a acumular o de las muchas operaciones a las que se sometió más de uno, para cambiarse un bazo, hígado o incluso el corazón, tratando de remediar los excesos de su juventud, buscando engañar a la muerte, pero tarde o temprano ésta nos llega a todos, no sé por qué no me ha llegado a mí, quizás tenga todavía algo que hacer pero no sabría qué.
Bueno ahora que recuerdo, conozco a un amigo que tras gastarse su fortuna en donaciones para centros de investigación para que le buscasen una cura, para esa terrible enfermedad que es la vejez, lo único que consiguió es un solitario y frío ataúd, de un metro ochenta de largo por setenta de ancho, en un centro experimental donde conservan su cuerpo criogenizado.
Allí permanece inerte como si estuviese en un profundo sueño, en espera de que, transcurridos unos años, quizás unas décadas, la tecnología avance tanto que le consigan reanimar para concederle su tan ansiada larga vida.
Personalmente y tras haber sobrevivido a tantos y tantos, entiendo que con unos pocos años habría sido suficientes… si me hubiese percatado de lo que realmente es importante.
Tanto tiempo desperdiciado buscando y deseando, sin saber el verdadero valor de cada instante. Muchas veces he pensado en que, si tuviese una segunda oportunidad, cambiaría mucho de lo que he hecho. No es que me arrepienta pues tengo la conciencia tranquila, pero lo haría de otra forma e incluso en otro orden.
Tantos recuerdos, tantas vivencias y ahora sólo son fotos en un álbum antiguo acumulados en algún cajón, o algunas enmarcadas y colgadas en la pared a la espera de que alguien venga y me pregunte por ello.
Nunca he sido muy bueno contando historias, pues mis prisas siempre me aconsejaban que fuese al grano, omitiendo los detalles, pero ahora, aunque quisiera esos detalles ya no existen, sólo las fotos y algunas anotaciones, el resto queda como si estuviese tras en una espesa bruma de la mañana, que oculta el paisaje.
Lo que me da una extraña sensación, a veces de admiración y otras de impotencia, sabiendo que hay tesoros tras la bruma, tienes la certeza de que están ahí, pero son inaccesibles para mí.
Mi mujer, ella sí que era excepcional para recordar hasta los más pequeños detalles de cualquier viaje, reunión o conversación, era increíble la claridad con la que los narraba, era como si los tuviese delante y pudiese describirlo.
Todavía no dejo de asombrarme cuando recuerdo cómo era capaz de reconocer a personas que no había visto desde hace años y simplemente con verla sabía perfectamente quién era y de lo que había estado hablando la última vez.
Una memoria prodigiosa que la permitía aprender sobre cualquier asunto prácticamente con verlo una sola vez.
Ella me mencionaba que eso se debía a que tenía una memoria fotográfica, pero me reía diciendo que no había ninguna cámara ni incluso de las modernas que puedan grabar tantas imágenes como ella.
¡Ah, mi mujer!, no creo que hubiese sobre la tierra ser tan especial como ella, es una pena que se tuviese que ir tan pronto, con tanto como nos quedaba por compartir, tantos viajes por hacer… parece que fue ayer cuando me la encontré por primera vez y en cambio ahora…
¡Qué extraña es la memoria!, que para lo que quiere se acuerda de todo y al instante siguiente sólo queda el vacío, ¡si tan sólo pudiese mantener mis recuerdos durante un momento…!, ¿de qué me sirve todo lo vivido si no puedo recordarlo?, menos mal que mi legado quedará en mis alumnos.
Gracias a ellos y a los hijos de éstos, todo cuanto supe, quedará para las generaciones futuras. En verdad me siento satisfecho con que uno sólo de ellos pudiera aplicar en algo lo impartido y que con ello mejorase su vida.
Bueno que me vuelvo a ir por las ramas…, menos mal que tengo aquí delante abierto mi diario de viaje para recordarme por donde iba, a ver, ¿qué tengo apuntado de aquel entonces en mi diario?
“A 23 de abril de 1953. Hoy salimos a las diez y fuimos a París para cambiar de avión hasta Roma. A la llegada nos recogió un autobús hasta el hotel. Un pintoresco establecimiento de cuartos pequeños y camas algo duras, pero de unas increíbles vistas y una excepcional situación en la zona turística. Primer día de la aventura, compartiendo cuarto con Arthur, quien ronca tanto que no me dejó dormir”
Eso es lo que había anotado junto con un símbolo de había en la puerta del hotel, el escudo de la familia del dueño del establecimiento.
Bueno no recuerdo demasiado bien lo que sucedió, pero lo que está claro es que ninguno nos quedamos a pasar la noche en el hotel, sino que queríamos aprovecharla para recorrer la ciudad y conocer lo que no venía en los libros.
Al final nos tuvimos que volver al hotel desanimados y con el cuerpo cansado por una exhausta e infructuosa noche, después de mucho andar, callejeando por aquellas oscuras y poco iluminadas vías, con una penumbra constante rota exclusivamente por algún que otro farolillo cual llama exhausta a punto de extinguirse.
Y todo ese caminar para nada, pues no conseguimos lograr llegar a nuestro punto de destino, donde nos habían asegurado que podríamos encontrar un ambiente festivo en cualquier momento del año.
Quizás fue una calle mal tomada, una esquina equivocada, una plaza que giramos en sentido contrario, lo que nos desvió de nuestro objetivo, fuese lo que fuese, ninguno nos disgustamos pues fue toda una experiencia poder ver la ciudad con otros colores, auspiciados por una hermosa y luminosa luna llena que reflejaba en las paredes sinuosas sombras de las estatuas y adornos de las casas de la época medieval.
Nuestros sueños rotos de esa noche no nos desanimaron para la mañana siguiente recorrer buena parte del centro, para ello contamos con la ayuda de una persona que nos había proporcionado la embajada.
Era un hombre mayor, de complexión fuerte y con cierto aire bohemio, por su forma de comportarse y de llevar ese llamativo pañuelo en el cuello, doblado hacia fuera.
Que recuerde era la primera vez que veía a un hombre usando un pañuelo como prenda de vestir, más allá del que las chicas solían utilizar para taparse la cabeza cuando hacía mucho aire evitando que se les alborotase el pelo.
Este señor nos servía tanto como guía turístico como para controlar nuestras acciones, pues le habían encargado que nos cuidase, para que no nos metiésemos en demasiados altercados mientras permaneciésemos en la ciudad.
Aunque no creo que fuese necesario pues todos éramos conscientes de la situación política del momento, de lo delicado de nuestra presencia por las implicaciones internacionales que aquello suponía, por lo que procurábamos ceñirnos a lo que había sido el plan aprobado, pero todo se salió de control cuando tuvimos el primer accidente grave del viaje.
A pesar de las muchas advertencias sobre que nuestra presencia en aquel lugar podría levantar recelos y suspicacias entre sus habitantes no habíamos visto ni un solo mal gesto. Además, no esperábamos que aquello nos afectase en demasía pues veníamos con escasos días para poderlo ver todo e íbamos sobre el plan, pero un incidente con uno de los compañeros, al cual le robaron el poco dinero que llevaba encima, hizo que el grupo se deshiciese y se disgregase.
Algunos compañeros incluido el afectado por el hurto, iniciaron la persecución tras aquel malhechor, guiados más por la indignación que les había provocado y que éste se hubiese vuelto y reído a los pocos metros de haberle robado, mostrando con burla su botín, que, por la cuantía económica del mismo, pero todo intento por hallarle fue en vano.
No es que corriese demasiado, pero se conocía cada uno de los rincones y entresijos de aquellos callejones, además sin saber de dónde, salieron un par de compañeros de éste, que les dificultaban la carrera, interponiéndose en el camino, desbaratando así las posibilidades de que diesen alcance al delincuente.
Aunque los que habían ya salido en su persecución, no creo que tuviesen muy claro lo que harían cuando diesen con él y recuperasen el dinero, sólo reaccionaban de forma instintiva como perros de presa en busca de su trofeo.
Aquello provocó una sensación desagradable en el grupo, rompiendo la armonía que hasta ese momento llevábamos.
Algunos decidieron volverse al hotel, para llamar a la embajada y ponerles en aviso de las circunstancias acontecidas y pedir nuevas instrucciones sobre lo que hacer. Unos pocos presionaban a nuestro guía para qué hiciese intervenir a la policía, los carabinieri, pero él negaba con la cabeza pues según parecía aquello era más normal de lo que nos habían comentado.
Los menos que quedábamos ajenos a la situación, preferimos seguir con la excursión, sabiendo que no teníamos demasiados días antes de terminar la estancia ya que la pérdida provocada, afectaba más que nada al orgullo de aquel joven que había sido violentado en su intimidad con aquel hurto, por ello no creíamos que tuviésemos que parar nuestras actividades culturales recorriendo los lugares más interesantes de la ciudad.
El guía viendo este desorden nos indicó a los pocos que queríamos seguir la visita por dónde debíamos dirigirnos y a qué hora debíamos de regresar para comer, pues él al final había decidido volver al hotel con los compañeros que querían dar aviso a la embajada.
Algunos, cambiando de opinión, se quedaron bastante molestos por qué no hizo intervenir a las autoridades locales y continuaron con nosotros la excursión.
No éramos ni la mitad del grupo, alguno se quedó en el sitio esperando a que los que habían salido corriendo detrás del malhechor volviesen para así poderles indicar dónde nos encontramos el resto y con ello reunirnos antes de volver a comer.
Ahora sí que era una aventura aquello, en un país del cual ignorábamos el idioma, y que allá dónde mirábamos nos era totalmente desconocida la cultura local.
Ya habíamos recorrido con el guía los monumentos más importantes, el Coliseo y el Foro, por lo que ahora nos dirigíamos a conocer alguna de las muchas iglesias que están distribuidas por el centro sin ningún tipo de orden ni concierto, como gotas de rocío en el campo, esperando a ser descubiertas por el visitante.
Aquellas visitas de contenido religioso no tenían demasiado sentido para mí, pues hace tiempo que había abandonado mis creencias, por lo que no le encontraba ningún significado estar entrando en cada iglesia para contemplar unos retablos pintados hace siglos o para admirar una estatua o icono por muy destacable, antigua y bien realizada que estuviese.
Pero para mi sorpresa las iglesias no sólo contenían arquitectura y restos de temática religiosa, sino que eran refugio de muchos otros elementos, restos arqueológicos o pertenecientes a la cultura popular independientes de su procedencia, pues se habían convertido en sitios de refugio de piezas artísticas, sin necesidad de que la temática fuese exclusivamente religiosa.
Un ejemplo de ellos fue la visita que realizamos a la iglesia de Santa María de Cosmedin, en cuyo exterior está ese resto arqueológico de una gran rueda labrada con la imagen de una persona mayor con los pelos revueltos y las barbas enmarañadas, con una mirada fija e inquietante y con la boca abierta.
Al principio nos quedamos algo extrañados, de los que íbamos delante de la fila y ante nuestra perplejidad uno de nosotros se atrevió a meter la mano allí y nada sucedió, tras esto todos la metimos con igual resultado, sin entender del todo el significado de aquello ni para lo que servía.
Más tarde en el hotel nos explicaría el guía que se trata de la Boca de la Verdad, en la cual, al introducir la mano derecha en la abertura, si la persona que lo hacía no decía la verdad, perdía ésta.
Tras esto seguimos deambulando por la ciudad, asombrados por la cantidad de restos artísticos y culturales que habían sobrevivido al transcurrir de los años.
Había escuchado de los castillos del Medievo, aquellas suntuosas y grandiosas construcciones, fortificaciones erigidas para salvar las pertenencias de los reyes y señores feudales del lugar, junto con los habitantes de los pueblos colindantes, pero estar allí era como vivir en una ciudad medieval donde se mantenía todavía la misma arquitectura en sus calles, fuentes y plazas.
Mirásemos por donde mirásemos, ya fuese un balcón o el dintel de una puerta, nos impresionaba la majestuosidad de los detalles labrados, esculpidos o pintados, recuerdos de una gloriosa época artística anterior. Además, según nos enteramos después, el cultivo de las distintas artes era algo que se mantenía vivo en las escuelas, consideradas como de las más prestigiosas del mundo, un buen lugar para vivir si eres amante de la historia.
Pero yo era más pragmático, prefería lo que llevase algo de tecnología y todas las ventajas que ello implicaba. Las avenidas extensas y lisas, a donde te podías trasladar con tu vehículo de un lugar a otro en poco tiempo, sin tener que estar subiendo y bajando empedradas calles.
Una forma diferente de ver y considerar la vida, prefería las grandes urbes, donde era fácil acceder a todos los servicios en minutos. Nunca me había planteado que alguien pudiese vivir en un sitio tan particular.
Levantarme por la mañana y ver todo aquello me parecía bastante inaudito y desconcertante, no me imagino vivir desde pequeño allí, sería como estar permanentemente en un museo, sabiendo que todo lo que tocase tenía cientos de años.
Aunque en cuanto a las personas, las diferencias con nosotros no eran tantas, sin embargo, algunos nos miraban con cara de extrañeza, como de desconfianza, lo que nos hacía sentirnos extranjeros allí, casi como una fuerza de ocupación.
Quizás era sólo una percepción, puede que fuese debido a que utilizábamos prendas de vestir diferentes a los que estábamos acostumbrados a ver por allí.
Sea por lo que sea, con el disgusto del hurto que habíamos sufrido durante la mañana, andábamos con cuidado de que no se produjese ningún otro altercado o problema parecido, sabiendo que ahora éramos menos.
Quizás nuestro viaje había sido demasiado precipitado por las circunstancias socio-políticas del momento, pero era una señal de buena voluntad por parte de nuestra academia, una muestra de cooperación e intercambio.
No sé si algún grupo de estudiantes italianos iban a visitar nuestro país, supongo que sería lo que correspondiese, pero mi información no llegaba a tanto.
Puede que fuese parte de una política aperturista con el resto del mundo, no lo sé, lo que estaba claro es que nunca había visitado el país y que era una gran oportunidad para hacerlo, por lo que no quería que nada ni nadie me lo entorpeciese.
Si el compañero al que le habían robado la cartera me hubiese dicho la cantidad que le faltaba yo mismo se lo hubiese desembolsado para así poder continuar con tranquilidad con aquella excursión.
No me imagino qué otro elemento de valor podría tener en la misma, pues toda la documentación la teníamos depositada en la embajada. Aquí para movernos en la ciudad nos habían facilitado una ficha en la que ponía nuestros datos, las señas del hotel donde nos alojábamos y el teléfono de la embajada. A pesar de estar en plena primavera recién estrenada, hacía bastante calor y no estábamos acostumbrados a unas temperaturas tan elevadas en esta época del año y nos resultaba difícil encontrar fuentes para beber.
De las que había no estábamos seguros de que fuesen potable, a pesar de que las personas de allí la bebían sin ninguna preocupación, pero nosotros por prudencia, preferimos únicamente refrescarnos las manos y la cabeza, pues una fuente que lleva funcionando tantos cientos de años, no puede estar tan limpia como deseábamos.
Quizás era el contraste, pero aquellas personas nos parecían bastante inocentes, alejados de las grandes urbes llenas del humo de las fábricas próximas, a lo cual estábamos acostumbrados, pero algo así debían de pensar de nosotros, cuando nos asombramos de los detalles que ellos contemplaban todos los días.
Tanto nos gustaba lo que veíamos, que algunos de mis compañeros para no olvidarlo se dedicaban a recogerlo en sus cuadernos de dibujos, rellenándolos de siluetas más o menos conseguidas de los edificios más significativos e importantes. Otros por el contrario parece que se les daba mejor la escritura y se detenían en cada calle intentando relatar en unos pocos párrafos aquella maravilla que percibíamos. Únicamente había un par de compañeros que habían conseguido traerse unas cámaras de fotos.
No sé cómo la habrían pasado por la aduana, pues nos habían dado instrucciones concretas antes de salir sobre que no podíamos sacar nada de tecnología de nuestro país, pero supongo que el apellido de los padres de aquellos compañeros pesaba más que cualquier otra norma escrita.
De vez en cuando nos pedían que nos detuviésemos para hacernos algunas fotos en las que apareciésemos todo el grupo y en la parte posterior el edificio en cuestión.
Quizás en esto de viajar había sido más inexperto que el resto, ya que únicamente me había traído un pequeño cuaderno de anotaciones, en el que pretendía recoger cada día lo que era más destacable sin tratar de plasmar en aquellas pocas líneas la admiración que despertaba en mí aquella ciudad a cada paso.
Uno de los aspectos que me parecieron más curiosos por el contraste con lo que conocía, se refería a la forma de vestir de las féminas. Las mujeres mayores, solían llevar sobre su cabeza un pañuelo de color negro y vestían del mismo tono. Las jóvenes lo hacían con colores discretos y pañuelos muy llamativos.
Acostumbrado a ver a las de mi país maquilladas, con grandes faldas de vuelo, con mangas cortas en donde se las veía los brazos y llevando únicamente algunas el pañuelo como un detalle decorativo.
Además parecía que existía una clara diferenciación entre sexos en cuanto a lo que se podía o no hacer, así los hombres se iban pavoneando por la calle con sus trajes que parecían las mejores galas donde la mayoría cuando no estaba en el trabajo empleaba una simple camisa debido al calor reinante, pero era una actitud algo rara para nosotros, los hombres parecían ser los que mandaban en la sociedad, mientras que las mujeres recatadas procuraban pasar totalmente desapercibidas, como si no tuviesen nada que demostrar ni aportar.
Aquello me parecía bastante sorprendente, es como si todos se hubiesen quedado estancados en el tiempo, en cuanto a cómo se visten me refiero, pues no creo que sea algo religioso, como sucede con los cuákeros, una comunidad que se había aislado del mundo, manteniendo su cultura sin querer progresar, muestra de ello era la vestimenta que utilizaban que no distaba tanto de la que veíamos ahora.
Bueno esas eran mis impresiones en ese momento, con el tiempo llegaría a comprender la cultura que estaba viendo, y todo era fruto de mi inexperiencia, pues según me indicaron los compañeros que habían viajado por Europa en otros momentos, según a qué país se fuese existían unas costumbres y formas de vestir totalmente diferentes.
Incluso el trato entre los hombres y las mujeres era bastante diferente según el país en donde se encontrase, así me contaron de la exuberancia de la mujer francesa que exhibía sus cualidades sin decoro, así no esperaba a que fuese el hombre quien fuese en su búsqueda, sino que era ella quien escogía a aquel que le parecía más galante.
Incluso con otros lugares en que compartíamos una cultura e idioma común, parecían todavía mantener tradiciones bastante particulares, así diferencia de lo que sucedía en nuestro país desde hacía tiempo, las mujeres todavía no habían conseguido tener un nivel de independencia económica y política suficiente, y eso que era en Inglaterra, donde se produjeron los primeros movimientos para obtener el sufragio universal, es decir, que la mujer pudiese votar a la hora de elegir a sus representantes legales y con ello se las reconociese una serie de derechos que le equiparaban al hombre, pero quitando el aspecto político, todavía había muchas que no trabajaban más allá que en los sectores minoritarios y en sus casas.
Aquellas comparativas no me dejaban de asombrar, sería que esta parte del mundo iba evolucionando más lentamente de lo que creía.
Por lo menos en mi país se había hecho un esfuerzo importante por compartir su cultura con el resto, a la vez que había integrado dentro de la sociedad a todos los emigrantes que en las últimas décadas habían llegado provenientes de todos los países de Europa, refugiados políticos, acogidos o simplemente familiares, que de esta forma se reencontraban.
Bastantes habían venido huyendo de un sistema político que no les convencía, otros buscando mejores condiciones de vida y oportunidades de trabajo y a todos se les había acogido sin diferencia de sexo, raza o religión.
En poco tiempo habían asimilado la cultura del país sin perder la suya propia así por la calle era difícil distinguirlos, ni en las escuelas ni en los trabajos.
Quizás lo que más resaltaba era el color de su piel o algunas acepciones de la cara, pero como ya existían tantos que llevaban en este país generaciones y generaciones, que no era indicativo de nada.
Lo que sí que mantenían como señal de identidad eran sus ritos y ceremonias, a la hora de casarse o para despedirse de sus seres queridos cuando estos morían a alguno de los cuales había asistido en más de una ocasión, las primeras veces por curiosidad y las demás por amistad.