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CAPÍTULO 2. LA PRIMERA SORPRESA

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Anduvimos recorriendo aquellas antiguas calles, muchas de ellas adoquinadas, en busca de lo que se suponía sería una corta visita, pero eran interminables e innumerables los lugares de interés turístico, por lo menos así se lo parecía al resto de los miembros del grupo, que se emocionaban cada vez que torcíamos una esquina descubriendo una destacada y antigua edificación.

A mí tantas visitas a edificios históricos se me hacían eternas, por lo que iba un poco fatigado y cansado, quizás por haber estado toda la mañana andando de un lugar para otro, puede que se debiese al calor reinante y por el evidente cambio de horario, que hacía que todavía fuese noche cerrada en mi país cuando aquí apenas era medio día o también podía ser por haber trasnochado, en nuestra fallida exploración por la vida nocturna de la ciudad, o una conjunción de lo anterior.

Además, todo esto ha permanecido aquí inmóvil durante cientos de años y creo que continuará así durante otros tantos más.

No entiendo la necesidad del resto de recorrer cada uno de los lugares que les parecía llamativo, documentándolo con fotografías o en sus cuadernos como si fuesen ellos los descubridores de unas ruinas antiquísimas.

Me senté junto a una fuente de piedra, en mitad de una plaza, a la espera de que saliesen los compañeros de una iglesia. Estaba distraído, mirando hacia el fondo del estanque que se formaba con el agua de la fuente al caer, cuando se me acercó una niña.

No creo que tuviese más de seis o siete años por su estatura, llevaba un vestido blanco y un pañuelo amarillo sobre la cabeza y con una amplia sonrisa me ofreció una flor de grandes pétalos blancos.

Tras recoger tan preciosa y delicada presencia entre mis manos y sin saber el motivo de aquel regalo, la quise pagar sacando para ello unas monedas de mi cartera y enseñándoselas para que ella pusiese sus manos para dárselas, pero ella negó con la cabeza, diciéndome algo que no entendí y levantando su mano derecha a la altura de su cabeza en ademán de despedida, se giró y se fue corriendo.

No sabía qué hacer con aquella pequeña maravilla y me la puse en la solapa, en otras circunstancias no lo hubiese hecho, pues conocía que se usa este tipo de adorno tan florido en las bodas y algunos eventos sociales, aunque son empleados más bien como complemento por parte de las mujeres.

Cuando levanté la vista, tras colocármela, vi que la niña se alejaba por entre uno de los muchos callejones, que conducían hasta ésta plaza, sinceramente estaba algo desorientado con esta distribución urbanística bastante caótica, acostumbrado a las grandes ciudades en donde de las calles principales, de mayor tamaño, partía el resto de las secundarias más pequeñas, pero aquí el tamaño de la vía no era indicativo de nada, de cualquiera de ellas surgía otra y más adelante otra de distinto tamaño y de éstas otras nuevas avenidas y vías.

Además, las pocas indicaciones que enunciaban el nombre del lugar donde nos encontrábamos estaban escritas en aquel extraño lenguaje, que a pesar de compartir un alfabeto similar era bastante enigmático para mí.

Quizás si hubiese prestado algo más de atención en las clases de lenguas antiguas, en las que tanto esfuerzo malgastaron mis profesores intentando inculcarme el amor por la cultura clásica, pero como esa asignatura no contaba demasiado para la nota final, no la estudié con mucho interés, lo que ahora me impedía que pudiese sacar mayor provecho de éste viaje, no sólo porque la ciudad estaba llena de inscripciones en puertas y dinteles y en otros restos arqueológicos, en el antiguo y ya en desuso idioma del latín, sino porque el lenguaje que hablaban los ciudadanos aquí, los italianos, era una derivación o evolución del mismo.

Además, él guía que teníamos asignado por la embajada, nos había hecho de traductor, hablando con los mercaderes y comerciantes que se acercaban al grupo para tratar de vendernos algún que otro objeto o cuando queríamos entrar en algún edificio privado para contemplar los restos arquitectónicos o históricos en dichas villas.

Al respecto todavía no me quedaba demasiado claro el tipo de relación que tenía el arte en aquella ciudad, parecía que los antiguos benefactores, los mecenas de la época, pagaban generosamente a los artistas para que dejasen plasmados sus obras, con lo que habían hecho de aquella capital un centro cultural de referencia.

Es cierto que en mi país tenemos algunos mecenas que donan parte de su riqueza a los jóvenes talentos, pero su generosidad no llega a tanto como para que sus beneficios queden recogidos década tras década como acicate a las nuevas generaciones.

Además, el propio gobierno aporta a través de varios mecanismos, ayudas directas o de manutención a aquellos que destacan sobre los demás, pero estas ayudas no se centran en los artistas exclusivamente, sino que intentan premiar a los que mejor realicen una determinada labor, para que puedan seguir formándose y desarrollándose.

Así a jóvenes promesas de la ciencia, la investigación, las artes e incluso los deportes se les premian con ayudas para que puedan dedicar a ello su vida sin estarse preocupando de buscarse un trabajo para poderse pagar los estudios.

Por suerte para mí, me encontraba entre aquellos jóvenes afortunados, becados por el gobierno, de los cuales dependía el progreso y el futuro de nuestro país. Ésta beca estatal me permitía estudiar en el mismo centro que otros, sin necesidad de tener un padre con un alto cargo político o con una gran fortuna, como algunos de mis compañeros de viaje, o sin tener una notable y destacada carrera deportiva como tenían otros.

Mi especialidad por la que me había decantado dentro de las ciencias era por las matemáticas, pues desde pequeño me había gustado descubrir la relación que tenían los elementos en la naturaleza, adivinar los acontecimientos antes de que estos sucediesen, predecir el comportamiento de los animales y las personas.

De todo esto no tenía idea, pero cuando empecé a estudiar las matemáticas entendí que éste era el lenguaje del futuro ya que con él podía teorizar sobre los acontecimientos presentes y venideros, podía comprender las asociaciones de conjuntos y su comportamiento y aplicarlo a la vida corriente.

Quizás era algo pretencioso tal y como me había planteado algún profesor, el tratar de dar cierta lógica al mundo que nos rodea, sin tener en cuenta el comportamiento instintivo. Igualmente, alguno de mis compañeros de estudio me criticaba como presuntuoso ya que preferían confiar en algo tan intangible como era la buena o la mala suerte, pero estaba seguro que detrás de cada hecho y de cada comportamiento existía una fórmula que lo explicaba.

Así me había especializado en las teorías económicas, con las cuales era capaz de predecir el comportamiento de los gobiernos con respecto al comercio interior y exterior.

La principal teoría que había defendido es que los pueblos se expandían o contraían en función de la disponibilidad de alimentos, donde no se trataba tanto de que tuviesen una buena o mala temporada en los cultivos, sino de la facilidad o dificultad del intercambio a través del comercio.

Así había releído la historia a través de esta hipótesis y pude reseñar cómo determinados pueblos estaban abocados a su desaparición por no tener una materia prima que ofrecer a los pueblos vecinos y por tanto no poder comerciar con nada que los otros necesitasen.

Algunos de mis profesores cuando tuve que defender mi tesis, me acusaban de forzar la realidad para ajustarla al modelo matemático, pero estaba seguro de que aquello era un recelo por su parte.

Si conociese todas las variables económicas de un determinado pueblo, o al menos las más importantes, podría predecir sin demasiados errores, cuántos años de subsistencia tendría y si este pueblo se convertiría en dominante o dominado.

Así si aquellos pueblos que cultivaban y generaban materias primas, no tenían a su alrededor otros que los trasformaban y manufacturaban, quedaban sin posibilidades de crecimiento. Era una simbiosis perfecta, beneficiosa para ambos, en la que él productor sobrevivía gracias a la manufacturación de las materias primas.

Es cierto que ello provocaba una diferencia económica bastante importante ya que el pueblo productor necesitaba pagar hasta diez veces más por el mismo producto que ellos habían sacado de la tierra cuando éstos estaban elaborados, pero si se habla exclusivamente de supervivencia, ambos pueblos conseguían subsistir.

Quizás mis teorías habían impresionado a unos pocos, pero lo más destacable era cuando se utilizaban en otros ámbitos, algunos me habían propuesto que realizase una variación de aquello para tratar de adivinar cómo funcionarían los pueblos armamentísticamente hablando.

Aunque mi idea económica inicial era más predecible, pues los pueblos ya no se rigen únicamente por la cantidad de armamento que tengan, sino por la calidad y la capacidad logística de los mismos, elementos que en mis ecuaciones son difíciles de valorar y evaluar.

Estando abstraído absorto en estos pensamientos de repente escuché a alguien gritar, provenía de aquel lugar por el que se había ido la pequeña que me había dado la flor.

Miré a todos lados y nadie parecía inmutarse por aquel chillido, fue durante unos breves segundos y luego se disipó en el bullicioso devenir de los viandantes.

Quedé quieto durante un momento y un extraño pensamiento me vino, quizás aquella niña estuviese en peligro. Me recorrió un escalofrió que me subía por toda la médula espinal hasta el cuello y de repente salí corriendo en dirección a donde había visto por última vez a aquella pequeña, de la cual parecía que nadie más se hubiese percatado de su llamada de auxilio.

Allí dejé a mis compañeros de viaje sin siquiera decirles nada, ya que no conocía todavía a dónde me dirigía. Recorrí aceleradamente unos cien metros casi sin respirar hasta que me frené en seco cuando finalizó la calle, la cual se bifurcaba en dos.

Miré ansioso y extrañado para todos lados pues no hacía tanto que había escuchado a aquella pequeña y no la vi por ninguna parte. Ella no podría haber corrido tanto en tan poco tiempo tal como lo había hecho yo, por lo que ya la tendría que estar viendo, aunque a diferencia de la concurrida plaza que acababa de abandonar aquí no pude ver a nadie.

Hubiese resultado de mucha utilidad el preguntar a cualquier viandante por si había visto una niña pequeña pasar por ahí, pero al no encontrarme a nadie, no sabía qué hacer, podía dirigirme por una u otra calle, pero ¿hasta dónde?, ¿por cuánto tiempo mantendría mi búsqueda?

Aunque no conocía de nada a aquella pequeña el pensar que pudiese estar en peligro me resultaba cuanto menos preocupante y no quería volverme, pero era inútil seguir corriendo indefinidamente por estas calles.

Únicamente podría haber desaparecido si a la niña la llevasen en brazos, pues no veía ninguna otra posibilidad ya que por su propio pie no habría llegado tan lejos tan rápidamente.

Volví bastante abatido y preocupado sobre mis pasos, desilusionado por no haberla podido ayudar, con la respiración entrecortada por el esfuerzo realizado y vi que a mitad de la calle hacia la derecha había una pequeña puerta de la cual no me había percatado al pasar corriendo.

Recorrí nervioso de nuevo la calle desde el principio para ver si había más aperturas y no encontré ninguna otra, “¿es posible que se la hayan llevado por aquí?”, me preguntaba delante de la pequeña puerta que me llegaba un poco más arriba del pecho.

Puse mis manos sobre aquel antiguo portón de madera, hinchada por la humedad y empujé para ver si cedía, pues no tenía ningún tipo de llamador o cerrojo. Tras varios intentos, esta cedió hacia dentro y se abrió realizando un escandaloso chirrido, como las viejas y desengrasadas bicicletas cuando pasan un tiempo sin usarse.

Me detuve delante de aquella oquedad oscura decidiendo si iba a entrar o no, pues era seguro que se trataba de una propiedad privada a la que nadie me había invitado a pasar, además era poco probable que aquella pequeña hubiese entrado por allí pues en ese caso tendría que haber escuchado ese peculiar sonido, a no ser…, que la puerta ya estuviese abierta antes de que la cogiesen.

Metí la cabeza para ver lo que había tras esta hinchada portezuela de madera vieja y lo único que acerté a ver fue una profunda e inmensa oscuridad, acompañada de un intenso olor a humedad, más propio de los lugares próximos al mar, en el que la humedad reinante en el ambiente se impregna en las paredes, corroyéndolas y formando salitre que las desconcha y agrieta.

Permanecí ahí aguantando el olor fuerte, a la espera de que se me acostumbrase la vista a la oscuridad para tratar de localizar algún objeto en su interior, mientras intentaba escuchar algún ruido por insignificante que fuese, pero todo aquello fue en balde, no se produjo ningún sonido allí dentro pues lo único que oía era mi respiración acelerada y no vi nada que no fuese la más absoluta obscuridad, con lo que concluí que aquella puerta debía de conducir a una habitación cerrada, fría y húmeda.

Pero ¿qué podría ser aquello?, quizás un antiguo almacén de comida o la guardilla abandonada de alguna casa.

Con mucho cuidado y avisando de mi presencia por si había alguien dentro de aquel siniestro lugar, me decidí a entrar.

Para evitar chocarme con algún objeto dejé la puerta abierta, pero no sirvió de mucho pues aquella negra oscuridad se transformó únicamente en espesa penumbra en donde mi sombra se proyectaba cual sinuosa y fantasmagórica silueta en la pared del fondo.

Tras casi caerme pues a la entrada había tres escalones descendentes de los cuales no me había apercibido, me repuse y estuve tanteando tratando de no chocar con nada, andando muy lentamente hasta que me topé con una pared.

No habría ni dos metros de distancia desde la puerta hasta el fondo de la lúgubre habitación y no parecía tener ningún otro acceso, un callejón sin salida.

De ninguna forma podría haber entrado la niña allí y de haberlo hecho no habría sido voluntariamente, pero ¿dónde podría estar?, se me acababan las ideas, por lo que seguí con lo que estaba haciendo explorando aquel pequeño cuarto, como si me agarrase a un clavo ardiendo.

Con mis manos continué palpando cada centímetro de aquella estancia hasta que di con una hendidura en la pared, se trataba del marco de otra puerta, la cual toqué a continuación.

Su tacto áspero y húmedo, era muy parecido a la que había tenido que empujar para poder acceder a éste sombrío cuarto.

Deslicé mi mano por su frontal intentando palpar el pomo para abrirlo, pero no lo encontraba, únicamente hallé un agujero a la altura de mi ombligo, que supongo sería el ojo de la cerradura.

Empujé con fuerza como había hecho con la puerta de acceso, pero no se movió. Como no cedía, pensé que a lo mejor se abría hacia mí, por lo que traté de tirar de la misma, metiendo los dedos como pude en aquella minúscula oquedad de la cerradura, pero todo mi esfuerzo fue en balde pues tampoco en esta dirección cedió.

Me agaché hasta la altura de aquella apertura en la puerta, para ver si al menos podría ver algo a través suyo y lo único que alcancé a ver, de forma bastante parcial, fue un patio cuadrado, similar a un claustro, circundado de columnas erigidas cual barrotes de la cárcel.

Éstas parecían custodiar y proteger los numerosos cuadros de grandes dimensiones colgados en las paredes adyacentes. Nada que me ayudase a identificar el lugar, pues casas señoriales así, ya las había visto en varias ocasiones a lo largo de la mañana, pero no vi ni a la niña ni a cualquier otra persona a la que le pudiese pedir ayuda para mover aquella pesada puerta y me tuve que resignar ante mi estrepitoso fracaso. Sabiendo que ya no podría hacer más por aquella pequeña y que mis compañeros, una vez terminada su visita a la iglesia donde les dejé, me estarían buscando, por lo que me volví a la plaza con la fuente en el centro de donde salí.

Todavía me quedaba la inquietud por la pequeña que hace sólo un momento antes de desaparecer me había dado aquella delicada flor, pero ni si quiera tenía la certeza de que la hubiese pasado algo.

Volví a donde se encontraban ya mis compañeros esperándome, buscándome por los alrededores. Después de tranquilizarles y preguntarles sobre cómo había sido su visita, proseguimos a otra nueva calle y delante nuestra volvió a surgir un antiguo monumento a conocer.

De nuevo me quedé fuera, pero esta vez refugiado bajo la sombra de un balcón para que no me diese tanto sol.

Estando allí, algo más calmado, habiéndome recuperado de las emociones sufridas minutos antes, me acordé de haber vivido algo similar con anterioridad, una situación muy comprometedora de mi pasado, que creía olvidado, diluido por el paso de los años, pero lo recordé en mi mente como si lo estuviese volviendo a vivir en ese preciso momento.

En esta ocasión tuve que intervenir y no lo hice por miedo o cobardía, no lo sé bien, pero si hubiese sido por mí se hubiese salvado.

Me refiero a mi hermana, allá cuando éramos pequeños, no tendría ni los siete años y ella tan sólo unos cinco.

Ocurrió un día caluroso como hoy, en la piscina de la base, a la que pertenecíamos pues nuestro padre era militar. Nos habíamos salido los dos a medio día, cuando sabíamos que no habría nadie allí, pues los adultos a esas horas estaban durmiendo y aprovechamos para bañarnos.

Nuestros padres, habían salido a realizar una de esas visitas a las que nos tenían tan acostumbrados, debido a la constante actividad social de nuestra madre, a veces incompatible con la estricta y estructurada vida de nuestro padre, pero así es como ella había superado sus constantes ausencias, cuando le destinaban a distintas campañas durante meses.

Había empezado como forma de entretenimiento y poco a poco la había ido ocupando más y más tiempo, hasta convertirse en una parte importante de su vida.

Al principio era sólo una forma de distraerse así inició acudiendo una vez a la semana a un inofensivo curso de pintura, luego empezó a ir dos, luego… hasta que preparó uno de los cuartos como su estudio de trabajo y de ahí a ser profesional sólo era cuestión de tiempo y de mucha práctica, pues lo esencial lo tenía, una gran destreza con el pincel y un buen ojo para los detalles.

Sus profesores orgullosos de su trabajo fueron los que la animaron para que empezase a realizar exposiciones para el resto del personal de la base, pero aquello fue poco a poco a más.

Tras ello inició un recorrido por las distintas bases militares próximas, las cuales la invitaban sabiendo de su talento y destreza con los pinceles y luego pasó a su vida pública por así llamarlo en el que desde distintas ciudades la invitaban a participar en exposiciones colectivas o individuales para presentar sus avances.

Además, el ejército la apoyaba, pues mejoraba la imagen del cuerpo entre los civiles, mostrando que la vida dentro de una base no tiene porqué ser aburrida y monótona y que las mujeres de los militares no tenían porqué renunciar a sus expectativas y a su vida, pudiendo desarrollarse igual que el resto.

En poco tiempo, aquella familia cambió de identidad, pasó de ser la familia de mi padre, como el reconocido capitán, condecorado en diversas contiendas y respetado por todos los que habían servido a sus órdenes, a ser la familia de mi madre, conocida por todo el país, por ser la pionera y en muchos casos el ejemplo de superación para las mujeres dentro y fuera del ejército, tal es así que hasta la llamaron a alguno de esos programas de prime time (máxima audiencia).

Aquello que al principio fue una alegría para todos, pues veíamos a nuestra madre feliz, luego resultó ser algo problemático por el tema de la economía.

Mi madre empezó a tener su tan ansiada independencia económica, con sus propios ingresos, lo que la permitió comprar una serie de objetos y vehículos no propios del personal militar ni de sus familias.

Mi padre, la insistía que debía de reservarse, que aquello que cobrase lo podría dedicar a cualquier otro asunto, pero que no destacase por sus gastos económicos dentro de la base, pero mi madre no le hacía caso, cansada, según ella, de vivir como el resto pudiendo tener mayores comodidades.

Además, empezó a realizar continuos viajes, de varios días, a museos y exposiciones, o a presentar sus obras incluso estaba preparando el participar en la creación de una fundación para jóvenes artistas, para lo que se dedicó varios meses recorriendo distintas instituciones financieras, para que apoyasen con becas a los que ingresasen en la fundación.

Todo ello hacía que en varias ocasiones tuviésemos que quedarnos solos en casa, atendido por la madre de un amigo, pero no era lo mismo que tener la propia familia.

Nadie parecía estar dispuesto a dejar parte de su vida para dedicarnos más tiempo, por lo que me tuve que hacer un poco el responsable de mi hermana, a la cual acompañaba de ida y de vuelta a la escuela de la base.

Aunque claro, aquella actividad no era demasiado difícil, pues teníamos el trasporte desde la casa a la escuela en el autobús de la base, pero aquella tarde no había llegado todavía la madre de mi amigo, no sé por qué pues no había llamado ni nada.

Volvimos del colegio y comimos los dos solos y después de hacerlo y aprovechando que era un día de tórrido calor decidimos ir a la piscina.

Ésta estaba situada cerca de donde vivíamos por lo que únicamente debimos de atravesar el patio de un par de casas y allí estaba.

Cuando llegamos allí enfrente, no sabía qué hacer ya que normalmente había un socorrista y unos salvavidas en los laterales, por si sucedía algo, pero ahora estaba todo desierto.

El Misterioso Tesoro De Roma

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