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Omes, aves, animalias, toda bestia de cueva.

como sigue explicando el bueno de arcipreste; pero es desatino poner en el hambre y en la lujuria el origen de ideas, de sentimientos y de pasiones de superior elevación.

Sin duda que el arcipreste no escasea merecidas alabanzas al amor, encareciendo sus benéficos milagros: al hombre rudo le vuelve sotil, al cobarde valiente, al perezoso listo, y al mudo fablador lozano; pero si dejamos á un lado agudezas y discreciones ingeniosas, y consideramos el asunto con juicio recto, jamás sacaremos del afán de mantenencia y de ayuntamiento nada que nos distinga mucho de las animalias y de las bestias de cueva. Nuestro altruísmo se quedará en raíz, en su embrión inicial y bestial, y no logrará elevarse sobre la tierra, transfigurado gloriosamente en amor de la patria, en amor de la humanidad toda, y hasta en amor de Dios, pues aunque para los positivistas no haya Dios, los positivistas no pueden negar que el amor de lo sobrenatural y divino se da en el alma humana, aunque carezca de objeto.

El gorrión y el mico tienen más altruísmo inicial ó radical que nosotros y, sin embargo, no salen místicos, ni patriotas, ni mártires, entre los micos y entre los gorriones; y en punto á progreso y mejoras siguen estacionarios.

Aun cuando concediésemos que el altruísmo no es más que el instinto sexual trasformado en devoción, todavía no explica esto la idea de la justicia. Al decir Littré que la justicia es el equilibrio entre el altruísmo y el egoísmo, pone sin caer en cuenta algo que no es altruísmo ni egoísmo: la causa de ese equilibrio, la virtud que tiene en su fiel la balanza, la justicia misma, que es la moderadora de ambas tendencias, en vez de nacer de ellas.

Otro no menos sofístico origen empírico de la justicia imagina Littré: la idea de indemnización. Causamos un daño y es menester subsanarle, á fin de que el perjudicado no cause otro mayor mal.

Para evitar que nadie se indemnice ó se vengue por su mano, se funda la autoridad pública. Y el castigo, además de ser como venganza, es como freno, es como escarmiento saludable.

Littré queda satisfecho con su explicación; pero yo creo que nada ha explicado. Aun retrocediendo con la imaginación á siglos remotos y sociedades bárbaras, todavía no es la justicia ni venganza, ni indemnización, ni medio de conservar el orden por temor del castigo, sino la virtud que regula y ejerce la indemnización, el castigo y aun la venganza, á fin de que indemnización, venganza y castigo sean justos.

Vuelvo, después de lo dicho, á mi primera afirmación: la moral de usted es muy buena, pero carece de base.

La moral no puede fundarse empíricamente; tiene que fundarse en una metafísica ó en una teología, y sus maestros de usted, Comte y Littré, arrojan del reino del espíritu á la teología y á la metafísica.

La teología fué primero. Por ella se empezó á educar la humanidad, pasando sucesivamente por el fetichismo, el politeísmo y el monoteísmo.

De la teología, que se fundaba en autoridad, se pasó á la metafísica, que quiso fundar en raciocinio el conocimiento de lo trascendental y absoluto. Pero según los maestros de usted, pasó la metafísica como la teología había pasado.

Para ellos, en la historia de la civilización hay tres grandes períodos: el teológico, el metafísico y el positivo. Ahora estamos ya en el tercer período. El rasgo esencial que le caracteriza es el extrañamiento de la metafísica: su exclusión de la enciclopedia, de toda la ciencia, del cuadro de los conocimientos humanos. Este cuadro se compone de matemáticas, astronomía, física, química, biología y ciencia social.

Littré se desata en alabanzas de tan rara y fecunda invención de su maestro, y la encuentra llena de armonía.

No ve ó no quiere ver una gravísima discordancia que lo invalida todo. El método de la ciencia primera, de las matemáticas, es distinto del método de las otras ciencias y hace de las matemáticas como órgano ó instrumento que habilita á la mente humana para adquirir la verdad.

Las matemáticas parten de principios inconcusos y proceden por deducción. Las otras ciencias parten de la observación de los hechos y se elevan á las leyes generales. Resulta de aquí que para que la observación y la experiencia sean fecundas y no erróneas, tenemos en las matemáticas guía infalible, pero sólo en lo que se refiere á la cantidad, al más y al menos. Y como por desgracia no hay matemáticas de la calidad (sobre todo para los que niegan la metafísica), la experiencia y la observación dan mezquinísimos ó erróneos resultados en cuanto á la cantidad no se refiere.

Esta carencia de guía en lo que no es meramente cantidad se nota cada vez más mientras más complicada va siendo la ciencia. En la astronomía apenas se nota, porque apenas se emplea la astronomía sino en medir y en pesar ó en evaluar masas, tamaños, fuerzas y movimientos. En física y en química, ya la carencia de matemáticas de calidad se advierte bastante más. En biología la dificultad crece, y por último en la ciencia social (moral y política) llega la dificultad á su colmo.

Y sin embargo, á mi ver, el recto juicio, la elevación de miras y la serena imparcialidad en la contemplación y estudio de los sucesos humanos, se sobreponen en Comte, en Littré y en usted, á esa ciega negación de la metafísica y hacen que, sin querer, empleen ustedes á veces la mejor metafísica á par que la niegan, y que digan y sostengan cosas que á mí me parecen razonables y justísimas, por más que no vea yo, ni nadie, cómo las infieren sólo de la observación, de la experiencia y de las matemáticas. Que hay un orden y un plan en la historia cuya ley es el progreso; que Europa está predestinada y cumple esta ley desde hace cerca de tres mil años; que las naciones que en la antigüedad hicieron más por este progreso fueron Grecia y Roma; que en los tiempos modernos ni los adelantos en las ciencias, ni la perfección de las bellas artes, ni el brillo de la literatura, ni el desarrollo de la industria se explicarían, como dice Littré, si se suprimiese uno solo de los grandes órganos del espíritu de la humanidad: Italia, España, Francia, Inglaterra y Alemania. Todo esto me parece muy atinado. Yo voy casi hasta á dar la razón á Littré cuando afirma que los tres tiranos más retrógrados, los que más se han opuesto á la ley del progreso, han sido Juliano el Apóstata, Felipe II y Napoleón I.

Lo que me aflige y lo que me llevaría á perdonar á Juliano el Apóstata, á Felipe II y á Napoleón I el haber sido tan retrógrados, es la idea de usted de que el término de tanto progreso será convertir á la Santísima Trinidad en Humanidad, Tierra y Espacio, tres personas, una de las cuales, la Humanidad, es además la Virgen Madre á quien, según usted asegura, hubiera adorado Fray Luis de Granada si hubiera vivido en nuestros días.

Siento extenderme demasiado, pero yo deseo rebatir ciertas ideas de usted y de sus dos maestros, y demostrar que con Santísima Trinidad por el estilo y Virgen Madre tan rara, no son posibles moral, política y ciencia social con lógicos y sólidos fundamentos.

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