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III

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Los años trascurrieron así, con sus épocas clásicas, en la vida del niño. Los exámenes; los premios; el paso á estudios superiores; el del vestido infantil al traje viril; la primera comunion.....

¡Qué ceremonia, á la vez tan imponente y tierna!

Cumplido en él, el divino misterio, de rodillas ante el altar, el niño tiende la mano sobre el Sagrado Libro y jura ser virtuoso y bueno.

El celebrante lo bendice y coloca en su pecho una reliquia.

La voz del órgano derrama gozosas notas; nubes de incienso se elevan á lo alto de la bóveda; y en la nave central, las madres aguardan con el llanto en los ojos, en el lábio la sonrisa.

Mauricio vió á sus compañeros ir hácia ellas y caer en sus brazos.

¡Ay! ¡él estaba solo!

Ni padre ni madre que lo aguardaran; solo en esa hora solemne de la vida.

¿Solo?

No: ahí estaba Mr. Blain que le sonreia; ahí estaba la buena Colombe que le tiende los brazos y lo contempla enternecida.

—Ama—díjole Mauricio—¿Quieres que te dé mi reliquia? Mírala: es muy linda: Notre Dame du bon Secour.

—No, hijo mio—respondió la vieja sirvienta, volviendo la reliquia al pecho del niño.—Este recuerdo le es debido á mamá. Envíaselo dentro de tu primera carta.—

La hora, el lugar, la escena imponente en que acababa de actuar; la voz del órgano; el humo del incienso; las sagradas preces; todo esto despertó en el alma del niño una emocion profunda, al oir las palabras de la vieja Colombe. La luz de un lejano recuerdo brilló en su mente, mostrándole allá, como entre las nieblas de un ensueño, la figura angelical de una mujer que lo miraba sonriendo.

Sonrióle él tambien, y dos lágrimas se desprendieron de sus ojos.

Colombe las comprendió. Besó la santa imágen; guardóla en su seno; y en la noche, á la hora de acostarse, Mauricio la encontró á la cabecera de su cama.

Oasis en la vida

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