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El pulso del mar.

Nuestra tierra no es solitaria, según hace notar Juan Reynaud en el precioso artículo de la Enciclopedia. La complicadísima curva que describe expresa las fuerzas, las influencias diversas que sobre ella obran, atestiguando sus relaciones y comunicación con el gran pueblo de los cielos.

Sus relaciones jerárquicas son particularmente visibles con su jefe, el sol, y con la luna, que, como su servidora, tiene por esto más poderío sobre ella. Así como las flores de la tierra miran al sol, míralo la misma tierra que las sostiene, y aspira hacia él. En aquello que tiene de más movible, su masa flúida se levanta é indica que siente su atracción. Desbórdase y sube (como puede) y, fija su mirada hacia los astros amigos, dos veces al día hincha su seno, dedicándoles á lo menos un suspiro.

¿Acaso no siente la atracción de los otros globos? ¿Sus mareas sólo están regidas por la luna y el sol? Todos los sabios así lo decían, esto es lo que creían todos los marinos. Se estaba atenido á los incompletísimos resultados de La Place. De ahí errores terribles que se trocaban en naufragios. Con respecto á los peligrosos escollos de Saint-Malo había una equivocación de dieciocho pies. Sólo en 1839 fué cuando Chazallon, que estuvo á punto de perecer á consecuencia de tales errores, comenzó á descubrir y calcular las ondulaciones secundarias, pero de gran consideración, que modifican la marea general bajo influencias diversas. No cabe duda, que astros menos dominantes que el sol y la luna influyen asimismo en el vaivén de las aguas terrestres.

Empero, ¿bajo qué ley? Chazallon lo dice: «La ondulación de la marea en un puerto sigue la ley de las cuerdas vibrantes.» Sentencia grave y de gran alcance, que nos da á entender que las relaciones de los astros entre sí, son las relaciones matemáticas de la música celestial, según afirmara la antigüedad.

La tierra, por medio de su gran marea y de las mareas parciales, habla á los planetas sus hermanos. ¿Contestan éstos? Debemos pensar que sí. Con sus elementos flúidos deben asimismo levantarse, sensibles al esfuerzo de la tierra. La atracción mutua, la tendencia de cada astro á sacudir su egoísmo, debe crear á través de los cielos diálogos sublimes. Por desdicha, los humanos oídos sólo perciben una mínima parte de este coloquio.

Otro punto debemos considerar. El mar no afloja precisamente en el momento del paso del astro influyente: no tiene oficiosidad de una obediencia servil. Necesita tiempo para sentir y seguir la sacudida; es preciso que llame en su auxilio las aguas perezosas, que venza su fuerza de inercia, que atraiga, que arrastre las más lejanas. La rotación de la tierra, tan terriblemente rápida, muda de continuo los puntos sometidos á la atracción. Añadid que el ejército de las olas, en su movimiento simultáneo, tiene que sufrir todas las contrariedades de los obstáculos naturales, islas, cabos, estrechos, direcciones tan variadas de las orillas, y los obstáculos no menos resistentes de los vientos y corrientes, las rivalidades de los ríos de la tierra, que, bajando de los montes, arrastrados por sus rápidas pendientes, según los derretimientos de nieve y cien accidentes imprevistos, atraviésanse unos á otros y cambian el movimiento regular, iniciando luchas terribles. El Océano se mantiene firme. Las fuerzas de que hacen alarde los ríos más caudalosos, no bastan á intimidarle. Las aguas que hacia él se empujan no las rechaza: recógelas, las hace rodar cual montañas hasta Ruán y Burdeos, con tal violencia, que diríase intenta lanzarlas al otro lado de las montañas verdaderas.

Tan diversos obstáculos crean á las mareas irregularidades aparentes que embargan y conmueven el ánimo. Nada más sorprendente que la contradicción de horas que ofrecen en dos puertos muy inmediatos. Una marea del Havre, por ejemplo, vale por dos de Dieppe (Chazallon, Baude, etc.) ¡Qué gloria para el humano linaje haber sometido al cálculo fenómenos tan complejos!

Empero bajo ese movimiento externo, el mar oculta otros internos, los de las corrientes que le atraviesan á tal ó cual profundidad. Sobrepuestas á diferentes alturas, ó vertiéndose lateralmente en opuestas direcciones, corrientes cálidas, contracorrientes frías, ejecutan entre sí la circulación del mar, el cambio de las aguas dulces y saladas, la pulsación alternativa que es su resultado. Lo cálido bate de la Línea al polo, lo frío del polo al Ecuador.

¿Hay exactitud en comparar estrictamente esas corrientes, como se ha hecho á veces, corrientes asaz distintas y no muy mezcladas, á los vasos, venas y arterias de los animales superiores? Rigurosamente hablando, no. Empero tienen cierta semejanza con la circulación menos determinada que los naturalistas han descubierto recientemente en algunos seres inferiores, moluscos y anélidos. Suplida esa circulación lagunar prepara la vascular, la sangre se desparrama en corrientes antes de formarse canales determinados.

Así es el mar: parécese á un gran animal detenido en ese primer grado de organización.

¿Quién reveló las corrientes, esas fluctuaciones regulares del abismo al cual jamás descendemos? ¿Quién nos enseñó la geografía de las aguas tenebrosas? Los que viven en ellas ó flotan en su superficie, á saber: los animales y los vegetales.

Vamos á ver cómo la ballena, cómo los átomos conchíferos (foraminíferos), cómo las maderas de las selvas americanas, transportadas hasta la Islandia, han concurrido á revelar el río de aguas calientes que de las Antillas se encamina á Europa, y la contracorriente fría que se le une en Terranova, pasando al lado ó por debajo, y convirtiendo sus hielos en espesa niebla.

Una nube roja de animálculos, trasladada por un vendaval del Orinoco á Francia, ha dado la explicación de la gran corriente aérea del Suroeste que refresca nuestra Europa con las lluvias de las cordilleras.

Sin el continuado cambio de las aguas que se efectúa por medio de las corrientes en las profundidades del mar, en muchos sitios cubriríase de sales y de detritus. Sucedería como en el mar Muerto, que, careciendo de desagüe y de movimiento, ve sus orillas cubiertas de sal y sus plantas incrustadas de cristalizaciones. Sólo con navegar por sus aguas los vientos truécanse en abrasadores, áridos, acarreando el hambre y la muerte.

Tantas observaciones dispersas sobre las corrientes del aire, de las aguas, las estaciones, los vientos, las tempestades, quedaban como una tradición en la memoria de los pescadores y los marineros, perdiéndose las más de las veces, bajando á la tumba con ellos.

La guía del navegante, la meteorología descentralizada, parecía vana, y acabó por ser negada. El ilustre M. Biot pidióla estrecha cuenta de lo poco que hasta entonces había adelantado. No obstante, en ambas playas, europea y americana, hombres perseverantes fundaban esa negada ciencia sobre la base de la observación.

El último y más célebre de todos, el norteamericano Maury, emprendió valerosamente lo que hubiera hecho retroceder á cualquier Gobierno, el examen y clasificación de innumerables cuadernos de bitácora, de esos informes documentos, á menudo truncados, que llevan los capitanes. Tales extractos, redactados, en tablas donde resaltan los hechos concordantes, dieron por resultado algunas reglas y generalidades. Un congreso de marinos, reunido en Bruselas, resolvió que las observaciones, á partir de aquel momento anotadas cuidadosamente, serían centralizadas en un mismo depósito, el Observatorio de Wáshington.

Noble homenaje de la Europa á la joven América, al pacienzudo é ingenioso Maury, sabio poeta de los mares que ha resumido sus leyes, y hecho un servicio mayor todavía, pues por el impulso del corazón y el amor á la Naturaleza, al mismo tiempo que por lo positivo de sus resultados, logró transportar el Universo. Sus cartas y la primera obra que escribió, cuya tirada fué de ciento cincuenta mil ejemplares, se regalan liberalmente por los Estados Unidos á los marineros de todas las naciones del orbe. Muchos hombres eminentes, así en Francia como en Holanda, Jansen, Tricaut, Julien, Margollé, Zurcher y otros, hanse convertido en intérpretes, en elocuentes misioneros de aquel apóstol de los mares.

¿Por qué la América se nos ha adelantado en este caso? La América representa el deseo. Es joven y se muere por estar en relaciones con el resto del globo. Sobre su espléndido continente y en medio de tantos Estados, créese, sin embargo, solitaria. Tan alejada de su madre la Europa, tiene su mirada fija hacia este centro de la civilización, como la tierra hacia el sol, y todo lo que la acerca á esta gran luminaria hácela palpitar. Puede juzgarse de ello por la embriaguez, por los conmovedores festejos á que se entregaron en aquella tierra con ocasión de inaugurarse el telégrafo submarino que enlaza ambas playas, prometiendo el diálogo y la réplica en algunos minutos, de suerte que los dos mundos no tengan más que un solo pensamiento.

Maury ha demostrado con verdadero genio la armonía del aire y del agua. A tal Océano marítimo tal Océano aéreo. Sus movimientos alternados, el trueque de sus elementos son enteramente análogos. El distribuye el calor por el orbe, produce las sequías ó la humedad. Esta la toma de los mares, del infinito del Océano central, sobre todo en los trópicos, en los grandes hervideros de la caldera universal. Conviértese en seco, al contrario, cuando pasa por los tostados desiertos, los grandes continentes, los ventisqueros (verdaderos polos intermedios del globo), que le chupan hasta su última gota. El calentamiento del Ecuador y el enfriamiento del polo, alternando la densidad y sutileza de los vapores, le hacen viajar en forma de corrientes y contracorrientes horizontales, que se cambian. Bajo la Línea, el calor que aligera los vapores y los hace subir, crea corrientes de abajo arriba. Antes de distribuirse se ciernen sobre ese sombrío receptáculo que (lo hemos dicho) forma alrededor del globo como un anillo de nubes.

He aquí, pues, otras pulsaciones marítimas y aéreas independientemente del pulso de la marea. Este era externo, impreso por otros astros al nuestro; mas el pulso de las corrientes diversas es intrínseco á la tierra, constituye su propia vida.

En el libro de Maury, el rasgo de ingenio, en mi opinión, es haber dicho: «El agente más aparente de la circulación marítima, el calor, no sería bastante. Hay otro no menos importante ó más que aquél: la sal.»

Esta abunda de tal suerte en el mar, que si toda la que contiene se aglomerara en América, la cubriría por entero formando una montaña de 4,500 pies de altura.

La salobridad del mar, sin variar gran cosa, sin embargo, aumenta ó disminuye según las localidades, las corrientes, la proximidad del Ecuador ó de los polos. Desalado ó saladísimo, por esta misma causa ofrécese el mar pesado ó ligero, más ó menos movible. Esa mezcla continua, con sus variaciones, hace correr el agua con más ó menos rapidez, es decir, produce corrientes—corrientes horizontales en el seno del mar—y corrientes verticales del mar de las aguas al mar aéreo.

El francés M. Lartigue ha puesto en evidencia ingeniosamente varios lunares é inexactitudes que presenta la geografía de Maury. (Anales marítimos). Empero el autor americano, precavido en esto, no trata de ocultar lo que piensa respecto á lo incompleto de su ciencia, declarando que en ciertos puntos no le ha sido dado valerse más que de hipótesis. Otras veces parece que titubea, preséntase soñador, inquieto. Su libro, escrito lealmente y de buena fe, deja vislumbrar fácilmente el combate interior á que se entregan dos espíritus: el literalismo bíblico, que hace del mar una cosa, creada por Dios de una sola vez, una máquina que se mueve al impulso de su mano,—y el sentimiento moderno, la simpatía de la Naturaleza, para quien el mar es un ser animado, una fuerza vital y casi persona, donde el alma amante del Universo crea de continuo.

El Mar

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