Читать книгу El triángulo de invierno - Julia Deck - Страница 5

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Bérénice Beaurivage. Le doy vueltas y más vueltas y no le veo nada que me haga dudar. Sí, este nombre me calzaría a la perfección, piensa ella girando hacia la ventana que enmarca una calle lúgubre. Rectángulo en el que, si se insiste un poco, se distingue el borde de la vereda plantado con postecitos terminados en esferas, un paralelogramo de calzada desierta y la fachada amarillenta del edificio de enfrente. Y luego la mirada descansa obstinadamente en el zócalo.

–Señorita, deje de contemplar el tomacorriente.

Bérénice Beaurivage, basta con pronunciar ese nombre y enseguida se abre la perspectiva, se ensancha el horizonte.

–Señorita, abra los ojos. Parece dormida.

Voy a elegir este nombre. Lo voy a adoptar, me lo voy a apropiar, lo voy a lucir bajo todas sus letras, me voy a transformar por completo en la mujer que sugieren esos sonidos.

–Señorita, le estoy hablando.

Aflora una pequeña molestia. Porque ese nombre no lo inventé, le pertenece a otra, aunque por así decirlo, a medias. Mi nombre lo usa una actriz de una película de Éric Rohmer, Arielle Dombasle, que interpreta el papel de la novelista Bérénice Beaurivage.

–Mire, señorita, hace tres meses que viene para una entrevista individual. Al principio fui comprensiva, porque su última experiencia laboral no fue muy buena, luego le encontré unos avisos, propuestas de formación, y usted se hizo la difícil. Pero va a tener que poner algo de su parte, mostrar más creatividad, capacidad de adaptación, porque sin título, ni cualificación, no crea que va a llegar a ministra.

Novelista. Una actividad atractiva. Mucho más que los puestos que propone la consejera laboral.

–Muy bien, señorita, hice todo lo que pude. Como no quiere saber nada, voy a llamar a mi superior. Monsieur Geulincx, ¡venga, por favor!

A las novelistas las vi en las revistas que hay en las salas de espera, en las páginas de Madame Figaro. Se las ve abriendo las puertas de sus salas de estar en París, posando en sus escritorios, delante de la biblioteca, en el fondo de sus bañeras de esquina, donde chapotean para encontrar inspiración.

–Sí, Solange, ¿qué puedo hacer por usted?

Las novelistas no saben lo que es madrugar para viajar en horrorosos transportes públicos. Se levantan a la hora que quieren, se pasean bajo las volutas de largos cigarrillos en busca de la palabra perfecta, de la mejor frase, y así transcriben lo que se les ocurre en bellas libretas encuadernadas en cuero.

–Se trata de la señorita, monsieur Geulincx. Ya la citamos la semana pasada.

–Sí, lo recuerdo. Un caso difícil con el agregado de la falta de motivación.

Ser novelista no puede ser tan complicado cuando una ejerció, como yo, muchos oficios con creatividad y capacidad de adaptación.

–Exacto, monsieur Geulincx, ya intenté todo con ella, el acompañamiento personalizado, talleres, prácticas de inserción. Ya me esforcé lo suficiente.

Con los oficios, ya intenté lo suficiente,

–Señorita, es necesario que se ubique o tendremos que cortarle el estipendio y va a terminar cobrando el supuesto subsidio extraordinario por desempleo, en realidad va a terminar en la calle, sí, señorita.

en oficinas, en tiendas, para vivir una vez más en una nueva piel.

–Realmente no se puede sacar nada de ella. Pero Solange, la verdad es que lo que más me preocupa es ese asunto del acoso.

–Absolutamente, monsieur Geulincx. ¡Amenazar al jefe de sección con un utensilio y la probabilidad de que vuelva a encontrar un empleo en el rubro después de eso!

Basta con tener algunas características similares a las de la actriz Arielle Dombasle,

–Tiene razón. Con esos antecedentes, sería mejor que se fuera de Normandía.

estar segura de mí misma en cualquier circunstancia, y también un cuerpo grácil, una larga cabellera rubia,

–Bueno, no hay nada que hacer, cierre la ventanilla. Y a usted, señorita, no la quiero ver más en esta oficina, usted no tiene remedio.

lo que es un hecho.

El triángulo de invierno

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