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Introducción: un llamamiento a las armas criptográficas

Este libro no es un manifiesto. No hay tiempo para eso. Este libro es una advertencia.

El mundo no está descendiendo sino que está cayendo hacia una nueva distopía transnacional. Este cambio de ritmo no ha sido debidamente reconocido por fuera del ámbito de la seguridad nacional, sino que ha estado oculto a raíz de su confidencialidad, complejidad y envergadura. Internet, nuestro mayor instrumento de emancipación, ha sido transformado en la más peligrosa herramienta del totalitarismo que hayamos visto. Internet es una amenaza para la civilización humana.

Estas transformaciones se han dado en silencio porque los que saben lo que está ocurriendo trabajan en la industria de la vigilancia mundial y no se sienten incentivados a alzar la voz. De seguir su propio curso, en pocos años, la civilización global pasará a ser una distopía posmoderna de vigilancia, de la cual solo los más dotados individuos podrán escapar. De hecho, es posible que ese momento haya llegado.

Si bien muchos escritores han ponderado el significado de internet para la civilización global, están equivocados. Están equivocados porque no tienen el sentido de la perspectiva que ofrece la experiencia directa. Están equivocados porque no han conocido al enemigo.

No hay descripción del mundo que sobreviva al primer contacto con el enemigo.

Nosotros hemos conocido al enemigo.

En los últimos seis años, WikiLeaks ha tenido conflictos con casi todos los Estados poderosos. Conocemos por adentro al nuevo estado de vigilancia porque hemos sondeado sus secretos. Lo conocemos desde el lugar de un combatiente porque hemos tenido que proteger a nuestra gente, nuestras finanzas y nuestras fuentes de información de él. Lo conocemos desde una perspectiva global porque tenemos personas, recursos e información en casi todos los países del mundo. Lo conocemos desde el punto de vista del tiempo porque hemos estado combatiendo este fenómeno durante años y lo hemos visto duplicarse y diseminarse, una y otra vez. Es un parásito invasivo, que engorda a costa de las sociedades que entran en contacto con internet. Está extendiéndose por todo el planeta, infectando a todos los Estados y pueblos a su paso.

¿Qué hay que hacer?

Hubo un tiempo, en un lugar que no era este ni aquel, en el que nosotros —los arquitectos y ciudadanos de la joven internet— hablábamos sobre el futuro de nuestro nuevo mundo.

Veíamos que las relaciones entre todas las personas estarían mediadas por nuestro nuevo mundo, y que la naturaleza de los Estados, definida por la forma en que la gente intercambia información, valores y fuerzas, cambiaría también.

Vimos que la fusión entre las estructuras estatales existentes e internet creaba la posibilidad de cambiar la naturaleza de los Estados.

Primero, recordemos que los Estados son sistemas a través de los cuales fluyen fuerzas coercitivas. Es posible que dentro de un Estado haya facciones que compitan por el apoyo ciudadano, lo que conduce al fenómeno de la superficie democrática, pero los fundamentos del Estado son aplicar y evitar, de modo sistemático, la violencia. La propiedad de la tierra, los bienes, la renta, los dividendos, los impuestos, las multas, la censura, los derechos de autor y las marcas registradas se hacen respetar todas so pena de la aplicación de violencia estatal.

La mayor parte del tiempo no somos conscientes siquiera de lo cerca que estamos de la violencia, porque todos hacemos concesiones para evitarla. Tal como marinero que huele la brisa, rara vez nos detenemos a contemplar las tinieblas que apuntalan la superficie de nuestro mundo.

¿Cuál sería el mediador de la fuerza coercitiva en el nuevo espacio que genera internet?

¿Tiene sentido acaso formular esta pregunta? En este espacio etéreo, este espacio aparentemente platónico de flujo de ideas e información, ¿podría existir la noción de fuerza coercitiva? ¿Una fuerza capaz de modificar registros históricos, intervenir teléfonos, separar pueblos, convertir la complejidad en escombros y levantar murallas cual ejército de ocupación?

La naturaleza platónica de internet, los flujos de ideas e información, está envilecida por sus orígenes físicos. Sus pilares son cables de fibra óptica que se extienden a lo largo del suelo oceánico, satélites que giran sobre nuestras cabezas, servidores informáticos alojados en edificios de ciudades, de Nueva York a Nairobi. Así como el soldado que dio muerte a Arquímedes con una mera espada, un grupo armado también podría tomar el control del máximo desarrollo de la civilización occidental, nuestro espacio platónico.

Abstraído del viejo mundo de átomos en bruto, el nuevo universo de internet anhelaba independizarse, pero los Estados y sus secuaces pasaron a dominar nuestro nuevo mundo —mediante el control de sus fundamentos físicos—. El Estado, cual ejército en torno a un pozo petrolero, o un agente aduanero exigiendo sobornos en la frontera, pronto aprendería a apuntalar su dominio del espacio físico para conseguir el control de nuestro espacio platónico. Este impediría la independencia que habíamos soñado, y luego, ocupando líneas de fibra óptica y los alrededores de estaciones satelitales en tierra, pasaría a interceptar en masa el flujo de información de nuestro nuevo mundo —su esencia misma— incluso cuando toda relación humana, económica y política se sumaba a él. El Estado como sangüijuela en las venas y arterias de nuestras nuevas sociedades devoraría toda relación expresada o comunicada, cada sitio Web visitado, cada mensaje enviado y cada idea googleada, para luego almacenar este conocimiento, miles de millones de interceptaciones al día —un poder inimaginable— en amplios depósitos ultrasecretos, para siempre. Luego pasaría a socavar una y otra vez este tesoro, el producto intelectual colectivo y privado de la humanidad, con algoritmos de búsqueda y detección de patrones cada vez más sofisticados, abultando el tesoro y maximizando el desequilibrio de poder entre los que interceptan y los interceptados. Y luego, el Estado plasmaría lo aprendido en el mundo físico, cómo comenzar guerras, perpetrar ataques con drones*, manipular comités de la ONU y acuerdos de comercio y hacer favores a su vasta red de industrias, infiltrados y cómplices.

Pero descubrimos algo. Nuestra única esperanza contra la dominación total. Una esperanza que —con coraje, perspicacia y solidaridad— podríamos usar para resistir. Una propiedad extraña del universo físico en el que vivimos.

La codificación es parte del universo.

Es más fácil encriptar información que desencriptarla.

Vimos que podíamos usar esta extraña propiedad para diseñar las leyes de un nuevo mundo: abstraer nuestro espacio platónico de sus fundamentos básicos de satélites, cables submarinos y quienes los controlan. Fortalecer nuestro espacio detrás de un velo criptográfico. Crear nuevos territorios a los que no puedan acceder aquellos que controlan la realidad física, porque seguirnos en dichos espacios requeriría de recursos infinitos.

Y de esta manera, declarar nuestra independencia.

Los científicos del Proyecto Manhattan descubrieron que el universo posibilitaba la construcción de una bomba nuclear. Esta no era una conclusión obvia. Quizá las armas nucleares no estuviesen dentro de las leyes de la física. No obstante, las bombas atómicas y los reactores nucleares son parte del universo. Son fenómenos que el universo bendice, como la sal, el mar o las estrellas.

De manera similar, el universo, nuestro universo físico, cuenta con la propiedad que le permite a un individuo, o un grupo de individuos, de manera confiable, automática e incluso sin saberlo, cifrar algo de modo tal que ni todos los recursos ni toda la voluntad política de la mayor superpotencia sobre la Tierra puedan descifrarlo. Y los senderos de la codificación entre las personas pueden entramarse para crear regiones libres de la fuerza coercitiva del Estado exterior, libres de la interceptación en masa, libres del control estatal.

De esta manera, las personas pueden enfrentar su voluntad a la de una superpotencia totalmente movilizada y ganar. La criptografía es la materialización de las leyes de la física, y no sabe de las bravuconerías de los Estados, ni de las distopías de la vigilancia transnacional.

No es obvio que el mundo tuviera que transitar este camino. Pero el universo de algún modo consagra la codificación.

La criptografía es la forma más acabada de acción directa no violenta.

Si bien los Estados con armas de destrucción masiva pueden ejercer una violencia ilimitada sobre millones de individuos, una sólida criptografía hace que ningún Estado, por más que ejerza una violencia ilimitada, pueda violar el propósito de mantener secretos a resguardo.

Una criptografía sólida puede resistir la aplicación de violencia ilimitada. No hay cantidad de fuerza coercitiva que pueda resolver un problema matemático.

Pero, ¿podríamos tomar este extraño dato sobre el mundo y desarrollarlo para que constituya un pilar emancipador básico de la humanidad en el espacio platónico de internet? Y a medida que las sociedades se fusionan con internet, ¿se podría proyectar esa libertad en la realidad física para promover una redefinición del Estado?

Recordemos que los Estados son los sistemas que determinan dónde y cómo se aplica consistentemente la fuerza coercitiva.

La pregunta de cuánta fuerza coercitiva puede filtrarse al espacio platónico de internet desde el mundo físico queda respondida por los ideales de la criptografía y los criptopunks.

A medida que los Estados se fusionan con internet y el futuro de nuestra civilización deviene en el futuro de internet, estamos obligados a redefinir las relaciones de fuerza.

Si no lo hacemos, la universalidad de internet convertirá a la humanidad en una enorme red de vigilancia y control en masa.

Debemos dar la voz de alarma. Este libro es como un grito del centinela en la noche.

El 20 de marzo de 2012, estando bajo arresto domiciliario en el Reino Unido a la espera de ser extraditado, me reuní con tres amigos y compañeros de equipo con la idea de que quizás nuestras voces al unísono pudieran despertar la aldea. Debemos comunicar lo que hemos aprendido mientras todavía haya una posibilidad para que usted, el lector, entienda y actúe a partir de lo que está ocurriendo.

Es hora de tomar las armas de nuestro nuevo mundo, de luchar por nosotros y por nuestros seres queridos.

Nuestro deber es resguardar la autodeterminación donde podamos, contener la inminente distopía donde no podemos, y, si todo el resto fracasa, acelerar su autodestrucción.

Julian Assange

Londres, octubre de 2012

Criptopunks

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