Читать книгу El amor de sus sueños - Julie Cohen - Страница 7
Capítulo 2
Оглавление–¿Kitty Giroux? –le preguntó Jack tragando saliva.
–Ahora me llamo Katherine Clifford –lo corrigió ella mirándolo de arriba abajo–. Vaya. Parece que era verdad que ha estado en un agujero.
Jack se miró. Su ropa estaba cubierta de polvo y sus vaqueros estaban rotos en una de las rodilleras. Se pasó las manos por la camisa y una nube de polvo se formó delante de él. No pudo evitar toser. Tragó saliva, la miró e intentó recuperar algo de su habitual encanto.
–Sí, me gusta hacer entradas dramáticas.
–Ya veo –contestó ella.
Parecía haberle cambiado la voz. Había perdido el tono dulce y meloso con el que había estado hablando hasta hacía un segundo con Oz. Sus palabras eran ahora cortantes y secas.
–Bueno, señor Taylor. Le he traído algunas muestras de mi trabajo que supongo que querrá ver antes de que hablemos de lo que este proyecto necesita.
Se fijó por primera vez en su atuendo. Llevaba un elegante traje color crema y portaba una gran cartera de cuero.
–Jack. Llámame Jack, por favor. Al fin y al cabo fuimos juntos al instituto, ¿te acuerdas? –dijo mientras le ofrecía su mano.
Ella lo saludó con brevedad. Su mano estaba helada.
–Lo recuerdo. ¿Tiene una mesa o un escritorio donde pueda dejar mi portafolios?
La mujer que tenía delante no se parecía en nada a la que había estado hablando con Oz. Mucho se temía que después de once meses, ocho horas y veinte minutos, Jack Taylor estaba perdiendo su magia con las mujeres, estaba claro que ya no caían rendidas a sus pies. O se trataba de eso o quizá ella aún estuviera enfadada con él por lo que pasó en el instituto. Pero no le parecía posible, al fin y al cabo, el baile de fin de curso había sido diez años atrás.
–Bueno, creo que será mejor que antes te muestre el sitio –le dijo–. El cine necesita un montón de reparaciones antes de empezar a pensar en la decoración. Pero quería que un diseñador se implicara cuanto antes en el proyecto para ver qué podemos conservar de los elementos de época. Si no sales corriendo, deduciré que quieres el trabajo.
Hasta la más leve de las sonrisas lo dejó temblando. Quizá fuera porque llevaba casi un año sin tocar a una mujer, pero el caso era que aquélla le pareció la más bella que había visto nunca… Al menos en la realidad.
Para empezar, su pelo era más vívido de lo que recordaba. Su color era cálido y parecía estar lleno de vida. Algunos mechones se habían escapado de las horquillas y se enroscaban alrededor de su cara y su blanco cuello.
En cuanto a su cuerpo… Recordaba que en el instituto era mona pero estaba claro que se había desarrollado desde entonces. Iba vestida de forma seria, pero el traje no escondía sus curvas. Sus hombros eran delicados y entre las solapas de las chaquetas asomaban delicadas clavículas cubiertas de pecas. Tenía un escote generoso, cintura estrecha y unas caderas por las que cualquier hombre perdería el sentido. Sus piernas eran largas y terminaban en zapatos color crema de tacón alto.
Pensó que se parecía a Nicole Kidman y en peinarlo con los dedos, hundir en él la cara e inhalar su perfume. Olería a vainilla y canela. Se lo imaginó sobre su pecho desnudo, esparcido sobre su piel, con cada tirabuzón acariciándolo…
–Esa cartera parece pesada. Deja que lo lleve yo, Kitty –se ofreció Oz devolviendo a Jack a la tierra.
Éste lo miró fastidiado. Acababa de aconsejar a su amigo que se buscara una novia y parecía estar siguiendo su consejo. Oz, su atractivo, soltero y considerado amigo Oz, estaba adelantándose a él. Parecía que el encanto de Jack estaba más que oxidado.
–Gracias –contestó ella sonriéndole.
–Bueno –comenzó con voz temblorosa Jack aclarándose la garganta y mostrándole la habitación a Kitty.
–Bueno –lo intentó de nuevo–. El cine Delphi. Fue construido en 1926, en principio como sala de conciertos. Pasó a ser sala de proyecciones en los años treinta y estuvo mostrando películas hasta que cerró en 1996. Desde 1999 se convirtió en el cine X más grande de Portland. He dado vueltas por todo el edificio buscando reliquias de esos años pero no he encontrado nada aún.
Oz rió su comentario pero Kitty se quedó callada. Jack siguió hablando, sintiéndose algo estúpido.
–Éste es el vestíbulo. Aún puedes ver detalles de la decoración art decó en las paredes y en el techo. Me han dicho que las manchas negras son de un pequeño fuego que hubo el año pasado. Algunos chicos celebraron aquí una fiesta y se les fue la mano. Tendrías que haber visto las bolsas y bolsas de latas de cerveza que Oz y yo sacamos de este sitio en cuanto lo compré.
Jack cruzó la espaciosa sala mientras señalaba los distintos aspectos. Kitty lo seguía.
–Ésta es la taquilla y ahí está la tienda de palomitas y refrescos. El alicatado original está casi intacto aunque en algunos sitios tendrá que ser reemplazado –dijo pasando su mano por los azulejos azules del mostrador de la tienda–. Allí está el lavabo de hombres y al otro lado el de mujeres. Y en el centro del vestíbulo está la trampilla rota que da al sótano. Que he estado examinando muy de cerca, como ya sabes.
Jack la miró a la cara, pero seguía sin expresar nada y sin mirarlo a los ojos. Reanudó la marcha y llegó hasta unas puertas de madera. Las abrió. Daban a un corto y oscuro pasillo al final del cual había otras puertas.
–Esto se llama una trampa de luz. Es para que la luz no entre en la sala donde se está proyectando la película cada vez que pasa un cliente. Las puertas principales del cine tienen vestíbulos como éste pero creo que es para que no entre el frío en invierno.
Abrió las otras puertas para que pasaran Kitty y Oz.
–Y éste es el verdadero corazón del Delphi –dijo.
El orgullo, la ilusión y la expectación hicieron que sonriera mientras encendía las luces. Puede que Kitty Giroux no se dejara impresionar por él, pero ese sitio seguro que la dejaba sin palabras.
Y así fue.
Las filas de butacas creaban un complicado diseño, como las escamas de un pez de terciopelo rojo. Bajaron por el pasillo hacia el escenario, donde una gran pantalla blanca estaba flanqueada por enormes pilares de oro. Hojas doradas, frutas doradas, flores doradas y llamas doradas adornaban las paredes allá donde miraba, trepando por los paneles de caoba hasta un techo pintado en azul y con miles de estrellas plateadas.
Era el templo de ilusiones. Un palacio de visiones. El mejor sitio del mundo.
–Es precioso –murmuró ella, de nuevo con dulzura en su voz.
Jack la miró a la cara, buscando asombro en su expresión. Y allí estaba. Tenía la boca ligeramente abierta, los ojos enormes, sin querer perderse un detalle. Dio un paso adelante y acarició el terciopelo de una de las butacas, después hizo lo propio con la siguiente.
Viéndola, Jack no pudo evitar fijarse en la sensualidad de sus caricias, en cómo sus dedos tocaban el suave tejido, el sitio donde cientos de cabezas habían descansado, perdiéndose en las fantasías que ofrecía la pantalla un sábado por la tarde.
Podía imaginarse cómo sería tener esos dedos sobre la piel, cómo recorrerían su cara y después su cuerpo.
No pudo evitarlo y le tocó el brazo, justo por encima del codo, hablándole muy cerca del oído.
–Este sitio hace que sientas que tus sueños pueden hacerse realidad, ¿verdad? –le susurró.
Kitty se contrajo al instante. Se movió para zafarse de su mano.
–Así es –repuso ella con la misma dureza del principio–. Pero necesita mucho trabajo.
Esas palabras hicieron que la ilusión se desvaneciera en el aire y Jack pudo ver de nuevo los desgarros en el terciopelo rojo, las sospechosas manchas, la raja en la pantalla y las pintadas de graffiti en una de las paredes. El aire olía a moho y humedad y probablemente hubiera ratones.
Sabía que Kitty también veía todo eso o incluso más.
Llenó sus pulmones de aire y lo soltó poco a poco. De repente se sintió muy cansado. Ese sitio no era una película, era la pura y dura realidad. Tenía mucho trabajo. Iba a tener que invertir mucho dinero en ese proyecto y probablemente dejarse la piel en él.
Y aunque Kitty Giroux era preciosa y despampanante, había estado equivocado. No era la mujer de sus sueños, sólo era una antigua amiga del instituto, con la que ni siquiera se había llevado bien antes de graduarse.
Lo único que le pasaba era que llevaba demasiado tiempo sin estar con nadie. Era frustración sexual. Pensó que tendría que darle la razón a Oz.
–Sí –repuso él por fin–. Necesita mucho trabajo. ¿Sigues interesada, Kitty?
–Ahora prefiero que me llamen Katherine –dijo ella saliendo de nuevo al vestíbulo–. Entonces, quiere restaurarlo y dejarlo más o menos como estaba, ¿no? Quiere que compre los muebles y accesorios que faltan, ¿verdad?
Jack asintió. Aún estaba recuperándose de su contestación. No sabía por qué le importaba tanto. Si no era la mujer de sus sueños, no iba a tener nada con ella, por mucho que lo atrajese.
–Quiero que este sitio vuelva a tener su gloria y brillo original, pero con la tecnología y comodidad de hoy en día –le dijo él.
–Exacto. Tendré que hacer un trabajo de investigación además de diseño. Y me imagino que habrá muchas cosas que habrá que encargar para que nos hagan a la medida. Será todo un reto pero creo que los resultados serán espectaculares. Si es que está de verdad comprometido con la idea, claro. Y dispuesto a gastarse el dinero.
–Estoy más que comprometido y tengo el dinero necesario para este proyecto –repuso Jack.
Ella sonrió de nuevo, esa vez con más dulzura.
–Muy bien, señor Taylor. Entonces, estaré encantada en aceptar su proyecto.
–¡Genial! –contestó él con una sonrisa de oreja a oreja.
Se sentía defraudado porque ella no fuera la mujer que estaba buscando pero, aun así, y aunque ella pareciera despreciarlo, le gustaba que viera las posibilidades que había en el Delphi. Sabía que ella lo ayudaría a conseguir su sueño de recuperar el esplendor del cine. Y podrían volver a ser amigos de nuevo.
Le extendió la mano.
–Estoy deseando trabajar contigo. Y, por favor, llámame Jack.
Ella se la estrechó y esa vez sus dedos estaban algo más cálidos. Jack los rodeó con la mano, saboreando la sensación de sentir su piel contra la suya, incluso llegó a tirar de ella, acercándola más a él. No iba a tener nada con aquella mujer pero, aun así, estaba empeñado en que su relación laboral fuera por buen camino.
Entonces, Kitty, aún sonriéndole, lo miró por primera vez a los ojos. Jack se quedó helado, fulminado por algo tan fuerte como un rayo. Sus sentidos desaparecieron, igual que el suelo bajo sus pies. Y todo él se quedó ensimismado observando los ojos que lo miraban.
Sus ojos eran verdes. De un verde primaveral. De un verde que invitaba a la vida y a las promesas eternas.
Era ella.
Fue una conmoción, un sobresalto. Se quedó sin aliento y se le erizó cada vello del cuerpo.
–Jack.
Su rico tono de voz dotaba de sonoridad a su nombre. También había sido así en su sueño. Al oírla, la electricidad que lo había sacudido con la fuerza de un rayo se volvió puro fuego.
La deseaba. Era más que eso. La necesitaba. Con una urgencia que nunca antes había sentido, después de toda una vida jugando.
Inspiró profundamente y cada átomo de ese aire iba cargado de su esencia. Su entrepierna respondió al instante, endureciéndose y latiendo.
Su boca ansiaba devorar la de Kitty. Su piel anhelaba sentir la de ella contra la suya, deslizándose a la vez, lustrosa por el sudor y el calor. Sintió cómo su mano temblaba, aunque quizá fuera la del propio Jack. No estaba seguro de nada, sólo de que la deseaba.
No dejó de mirarla ni un segundo, pero sus ojos parecieron transformarse. Vio cómo sus pupilas se dilataban y sus ojos se agrandaban.
Ella también lo deseaba.
Jack se acercó un poco más. Sólo estaba a unos pocos y tentadores centímetros de su cuerpo. Inclinó su cabeza hacia Kitty. Sólo pensaba en besarla, abrazarla y rodearla con su cuerpo. Quería saborearla en todas partes y por todas partes. Ella separó los labios y suspiró. Otro segundo más, otro movimiento y Jack estaría en el cielo.
Pero el momento pasó.
Kitty quitó la mano y se echó hacia atrás.
–Ehhh… –farfulló ella intentando recuperarse–. Tengo que irme.
–¿Irte?
–Sí. Tengo… Tengo otras cosas que hacer –añadió mordiéndose el labio inferior para tormento de Jack–. Vamos que… Que tengo una reunión. De trabajo, ya sabes… Pero estoy muy contenta de hacer este proyecto. Este edificio es absolutamente increíble. Será…
Hablaba con rapidez, parecía que le faltaba el aliento. Hasta que se detuvo y frunció el ceño para pensar en el adjetivo apropiado.
–Será genial. Bueno, hasta luego –añadió girándose y yendo hacia la puerta de repente.
Jack la observó. Sin saber si era su cabeza lo que giraba o el edificio a su alrededor.
–¡Kitty! ¡Se te ha olvidado la cartera!
Se sobresaltó al oír la voz de su amigo. Se había olvidado de Oz y de que éste hubiera estado a su lado todo el tiempo.
–¡Gracias! –repuso ella tomándola.
Después miró de nuevo a Jack, que seguía clavado en el sitio.
–Te llamaré mañana, Ja… –tartamudeó ella por un momento–. Jack. Hasta mañana. ¡Adiós!
Cerró la puerta tras ella.
Él pudo por fin moverse, corrió a la puerta, la abrió de golpe y la vio doblar la esquina.
–¿Qué demonios acaba de pasar aquí? –le preguntó Oz.
Jack se apoyó en el umbral. Era muy buena pregunta. Se sentía como si acabara de correr una maratón, cuesta arriba y con una gran erección.
–Pasan dos cosas, Oz. La primera es que acabo de conocer a la mujer de mi sueño –dijo mientras se limpiaba el sudor de la cara y se ajustaba los vaqueros–. Y la segunda es que he demostrado de una vez por todas que no le pasa nada a mi miembro.
–¿Kitty es la mujer de tu sueño? Excelente.
–Sí… Excelente.
Oz lo miró con suspicacia.
–No pareces tan entusiasmado como deberías estar.
–Porque hay un problema. Le rompí el corazón hace diez años, ¿te acuerdas?
–Soy una profesional, soy una profesional, soy una… ¡Ahhh!
Kitty se estremeció de dolor cuando se torció el tobillo en el aparcamiento. Se tambaleó hasta el Mercedes como pudo y se apoyó en él en cuanto llegó.
Se miró en la ventana. Parecía muy pálida.
Había estado orgullosa de sí misma. Se había convencido de que podría con lo que el destino le pusiera delante. Cuando entró en el Delphi, sólo vio al hombre alto y rubio, que la recibió con una enorme sonrisa. Había suspirado aliviada. Jack era moreno.
Pero cuando le dijo cómo se llamaba el estómago le dio un vuelco. Oscar Strummer había sido el mejor amigo de Jack en el instituto. Entonces se dio cuenta de con quién se iba a enfrentar.
Intentó mantenerse calmada, convencerse de que era una adulta, que tenía mucho que ganar con ese contrato y que ya no importaba lo que había pasado años atrás en el instituto.
Pero había estado equivocada. La voz de Jack casi acaba con ella. Sintió como si su cuerpo se cerrara. Le había costado muchísimo trabajo girarse para mirarlo y mucho más, después de verlo, no deshacerse en un charco a sus pies.
Tenía un aspecto fantástico. A pesar de estar cubierto de polvo y suciedad y de su ropa de trabajo, estaba guapísimo. El chico más apuesto del instituto se había convertido en un hombre de lo más atractivo.
Los mismos ojos marrones, el mismo pelo negro peinado hacia atrás, la misma piel fresca… Pero su rostro era más fuerte, igual que su cuerpo. Sin dejar de ser esbelto pero ahora también era musculoso. Y más alto.
Habían pasado diez años y lo que no había cambiado para nada era su energía. Se movía con rapidez y fluidez. Sus ojos y su boca estaban en constante movimiento. Era tan fascinante como recordaba. O más. Cuando le dio la mano había levantado una ceja en una expresión que era a la vez infantil y sexy. Era un hombre encantador.
Pero había conseguido sobrevivir. Se había mantenido fría. Y creía que lo había hecho tan bien que estaba orgullosa de sí misma. Cuando le ofreció el contrato, Kitty supo que había ganado.
Pero después tuvo que mirarlo a los ojos y echarlo todo a perder.
–¡Dios mío! –exclamó golpeando la cubierta de su coche–. ¿En qué lío me he metido?
En cuanto lo miró, se sintió paralizada, igual que en el instituto. Le bastaba una mirada de esos ojos marrones para que se derritiera, se quedara congelada y sintiera un millón de cosas más. Su corazón dejó de latir, ella dejó de respirar. Le pareció que se le hacía un nudo en la garganta y no podía hablar. Sólo podía pronunciar la única sílaba que tenía sentido para ella entonces.
Jack.
Era como si volviera a tener catorce años, atrapada por esos ojos marrones en el pasillo del instituto cuando él se dignaba a mirarla. Y ella sentía entonces que le temblaban las rodillas, le sudaban las manos y el estómago se le encogía.
Él había tomado toda su profesionalidad, todo su control y hecho que desaparecieran con sólo una mirada.
–¿Por qué no se ha puesto gordo o calvo? –protestó Kitty en voz alta.
Pero no, estaba mejor que nunca. Y había algo más, algo que no podía olvidar, algo que aún hacía que sus rodillas temblaran, algo que había pasado entre ellos y que iba mucho más allá que una simple mirada en el pasillo del instituto. Porque ahora los dos eran adultos y las señales que se habían cruzado eran señales de adultos.
Puramente sexuales.
A pesar de lo claro que era el traje que llevaba, se apoyó en un viejo coche y una ola de calor la invadió de nuevo. Cuando Jack la miró a los ojos sintió mucho más que atracción. Incluso más que simple lujuria.
Era como si hubieran hecho el amor allí mismo, en medio del vestíbulo del viejo cine. Incluso había sentido las manos de Jack en su cuerpo, acariciándola y haciendo que alcanzara cotas de placer que nunca antes había sentido. Había sentido su cálida y húmeda boca recorriendo su piel. Hasta lo había podido imaginar dentro de ella, llenándola de vida y pasión.
Y aún podía sentirlo. Kitty cerró los ojos e inclinó hacia atrás la cabeza. Era una sensación poderosa y demoledora. Y muy excitante. Sentía su propia ropa acariciándola de una forma de la que antes no había sido consciente. Todo su cuerpo era una zona erógena esperando ser satisfecha.
Kitty se acarició el cuello y pensó en cómo sería si Jack la tocara así. No pudo evitar pensar en lo que habría hecho si él se hubiera acercado un poco más y la hubiera besado.
Pero sabía que tenía que escapar. Tenía mala suerte pero no era tonta. No iba a caer rendida a sus pies. Era el chico que le había roto el corazón en el instituto y el hombre que podía levantar o hundir su carrera con sólo tomar una decisión.
Era la persona que representaba todo lo que ella temía.
Kitty abrió lo ojos de golpe y toda la sensualidad que la había embargado se esfumó, dejándola avergonzada. Recordó que algunas de las expresiones que había usado con Jack habían sido propias de una colegiala, de alguien de quince años. Le habían bastado diez minutos con él para perder la compostura.
Pero no tenía alternativa, no podía permitirse renunciar a ese proyecto. Lo necesitaba y estaba claro que no iba a poder evitar a Jack. Así que iba a tener que intentar ser lo más profesional posible y no dejar que Jack la convirtiera en una adolescente nerviosa y hormonal.
–No dejaré que Jack Taylor me convierta en una adolescente nerviosa y hormonal –prometió en voz alta–. Soy una mujer adulta de veintisiete años. Los chicos ya no me afectan así –añadió enderezándose y retirándose el pelo de la cara.
Pero después se agachó detrás del Volkswagen en el que estaba apoyada porque Jack Taylor acababa de doblar la esquina frente a ella.
Había estado corriendo y lo hacía con la misma agilidad que hacía todo. Era perfecto. Todo menos su personalidad. Y ahí estaba ella, odiándose por estar escondida tras un coche, con su traje más caro, tacones altos y rezando para que no la hubiese visto.
Decidió arriesgarse y mirar. Jack estaba en la acera. Mirando hacia el aparcamiento con su mano sobre la frente a modo de visera.
Comenzó a andar encorvada. Se sentía ridícula, quería salir de allí pero no sabía cómo. No podía llegar hasta su Mercedes sin ser vista o sin que su traje sufriera las consecuencias de arrastrarse por el suelo. Era un traje muy caro.
Miró de nuevo y tuvo suerte. Jack había echado a correr en dirección contraria y aprovechó para ir hacia su coche deprisa. Se metió en él sin perder un segundo y salió pitando del aparcamiento, dejando dos marcas en el pavimento al salir marcha atrás a toda prisa.
Fue en dirección contraria a su casa durante unas cuantas manzanas, pero lo prefería antes que arriesgarse a pasar al lado de Jack. Cuando paró en el primer semáforo en rojo se echó un vistazo. Sus medias tenían varios agujeros que se había hecho al arrodillarse en el suelo. La falda estaba muy sucia y uno de los zapatos tenía una marca marrón.
Todo aquello era ridículo, pero no pudo evitar sonreír.
–Estás muy equivocada Kitty –se dijo en voz alta–. No eres ninguna adulta y aún no sabes cómo tratar con chicos.