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Un pingüino en el Sahara
ОглавлениеEl programa comenzó a calcular usando toda la potencia de los ordenadores de la universidad. Ahora, solo era necesario esperar unos segundos. El trabajo intenso e inmenso se había completado antes, cuando una a una se habían introducido todas las carreras del calendario mundial en una labor que, finalmente, incluso la propia Unión Ciclista Internacional tuvo que tomar prestada para arreglar los errores cometidos en Suiza dentro de un cálculo más propio de alquimistas que de otros profesionales. Tras los cómputos precisos, el listado de equipos quedó ordenado de mayor a menor por el número de puntos sumados con los 12 mejores corredores de cada formación, incluidos los fichajes para la siguiente temporada. Los números de cara a la temporada 2013 no eran malos. Eran dramáticos. La conclusión resultaba obvia: no había fórmula alguna para que Euskaltel-Euskadi pudiera entrar en el grupo de equipos que iban a formar parte del UCI WorldTour. Y mucho menos en una época donde la lógica hacía tiempo que había desaparecido de la faz de la tierra.
Solo así puede entenderse que un corredor como el lituano Gediminas Bagdonas firmase un día un contrato por el equipo holandés Vacansoleil y, poco después, firmase otro contrato por el equipo francés Ag2r. En la Unión Ciclista Internacional aún están frotándose los ojos ante el desparpajo de firmar dos contratos diferentes con dos equipos distintos y todo ello sin despeinarse. Y ojo, porque Bagdonas no era mal ciclista. Se había curtido en el An Post Sean Kelly y luego acabaría formando parte del Ag2r durante otra media docena de años, así que no hablamos de un ciclista del montón.
En el caso de Bagdonas, el único problema es que la caza de los ciclistas con puntos estaba llegando a un nivel que jamás se había podido imaginar, con conjuntos dispuestos a firmar por más dinero del que valían los ciclistas y con ciclistas dispuestos a firmar dos contratos diferentes pensando que no iba a pasarles nada malo. Lo importante para ellos en ese proceso es que el sueldo había crecido de forma más que considerable. Luego, por supuesto, llegaría el turno de los abogados y de las negociaciones para que Ag2r compensara a Vacansoleil. Pero, ¿cuál era el mérito de Bagdonas? Pues ganar un par de etapas en la An Post Ras, tres etapas y la general del Baltic Chain y la clásica Ronde van Noord-Holland, todos ellos triunfos menores en prestigio pero mayores en la suma de puntos. Eso sí, como decimos, Bagdonas es de los que supo aprovechar su oportunidad y acabó viéndose beneficiado por la fiebre del punto, una enfermedad que como la fiebre del oro convirtió en loca la vida de personas cuerdas.
La de Bagdonas, por tanto, no fue la mayor sorpresa en el mundo del ciclismo. El propio Ag2r había firmado a Amir Zargari, un ciclista de Irán cuyo mejor resultado en territorio europeo acabaría siendo el puesto 94º en la Route Adelie de Vitre. Lo peor de todo es que a pesar de ese referente, un año más tarde había otro nombre iraní de muchos puntos. Y muchos equipos interesados en echarle el lazo. El más rápido fue Lotto-Belisol, conjunto que empleó los contactos de Ridley en Irán para birlarle en el último segundo el fichaje de Mehdi Sohrabi a uno de los rivales en la pelea por esa última plaza dentro del WorldTour.
En el seno de Lotto-Belisol, un equipo serio y profesional como pocos, nadie conocía a Sohrabi. Solo habían visto sus puntos y los cálculos que les dejaban fuera de la élite mundial por falta de resultados en 2012. Así que movieron los hilos y fueron más convincentes que sus rivales firmando a un corredor que no sabían si era alto o bajo, esprínter o escalador, pero que tenía puntos, muchos puntos. El día que lo ficharon y se garantizaron seguir en la élite mundial, todos los jefes brindaron con champán. El día que Mehdi Sohrabi se desvinculaba de Lotto-Belisol tras un año más que discreto no hubo celebraciones, pero tampoco lloros. Solo un inmenso suspiro de alivio.
Y en medio de esa crisis generalizada por la guerra de los puntos estaba la Unión Ciclista Internacional y su polémica política de globalización del ciclismo, con unas reglas que favorecían a tres tipos de corredores: esprínteres, clasicómanos y ciclistas de calendarios de segundo nivel, es decir, de hombres con brillantes resultados en África o Asia. En otras palabras, las reglas que había inventado la UCI eran las peores del mundo para una plantilla como la de Euskaltel-Euskadi, que solo había sumado ocho victorias en 2012 y que centraba su interés en la disputa de las generales de las grandes carreras en Europa, es decir, justo donde menos puntos podían ser sumados.
Estos son los hechos de un tiempo convulso. A partir de ahí, comienza la ensoñación. Los recuerdos son difusos por el tiempo pasado y uno no acierta a saber qué es fruto de la imaginación y qué fue lo realmente sucedido desde aquel otoño de 2012. De todos modos, digamos que toda esta historia comenzó con un viaje relámpago a Marrakech y asumamos que para entender bien esta historia hay que dar como válida la frase acuñada en la serie televisiva Narcos: la mentira es muy necesaria cuando la verdad no puede ser creída.
La Federación de Marruecos fue la artífice del fichaje de Tarik Chaoufi por Euskaltel-Euskadi. Ellos ayudaron en todas las gestiones desde el mismo aeropuerto de Marrakech. Reservaron el hotel para el visitante europeo, llamaron al ciclista para convencerle de la necesidad de viajar a Europa para mejorar su rendimiento, coordinaron con el equipo en el que militaba Tarik para gestionar que se pudiera ir fuera… por lo que nada puede ni debe ser reprochado a unos señores que veían en ese fichaje una gran noticia para el ciclismo del país: por fin un corredor de Marruecos iba a formar parte del calendario World Tour. Pero una cosa es la voluntad… y otra bien distinta es el resultado. Lo mismo puede decirse de Euskaltel-Euskadi: necesitaba al ciclista por sus puntos, efectivamente, pero había interés por intentar sacar el máximo partido posible a sus cualidades. Pero, desde el mismo segundo en que comenzó la operación Chaoufi, se pudo apreciar que el choque cultural iba a ser demasiado grande para el reto.
Los propios federativos explicaron al visitante europeo que el club del chico quería una comisión por el fichaje. Aquella preparación para la primera reunión fue impactante. Todo ocurrió en una preciosa tetería a las puertas de la sede de la Federación de Marruecos. El visitante explicó que no tenía poderes para ofrecer nada que no fuera un sueldo al ciclista. Pero en la federación no estaban muy interesados en escuchar esa explicación. Solo querían definir bien la estrategia negociadora de Euskaltel-Euskadi frente al club: debíamos ser inflexibles. Ni una sola cesión. Nada de dinero. Nada de nada. Incluso admitir la posibilidad de que se podía negociar era empezar a perder.
Así que la Federación de Marruecos fue la que organizó la reunión entre el visitante y el club de Tarik. Diez minutos de formalidades y una hora de charla y regateo exhaustivo y desesperante. Se empezó hablando de dinero y se acabó hablando de material, como bicis o cascos. Para volver a hablar de dinero y recuperar la opción de recibir material. Y así en un bucle infinito que amenazaba con alargarse durante 40 días y 40 noches. La inflexibilidad del visitante fue total. Había voluntad por fichar a Chaoufi. Nada más. Y no se entendía por qué había que pagar a un club que no era propietario de sus derechos para la siguiente temporada. Acabada la reunión, los federativos de Marruecos mostraron su felicidad por la inflexibilidad mostrada por el visitante. Así se negociaba. El primer paso para la contratación de Tarik Chaoufi por Euskaltel-Euskadi había sido dado. Y era muy firme.
—¡Bravo, bravo! Este señor quería aprovecharse de Tarik.
Lo curioso llegó justo en ese momento. Un segundo después de dar por cerrado el capítulo con el club, era la propia federación la que pedía una compensación para que el fichaje pudiese ser confirmado. Tal cual. Aquello parecía sacado de una de esas bromas con cámara oculta que tanto abundaron durante un período de tiempo en las televisiones de medio mundo. Pero lo peor es que no había cámara ni bromas. Tampoco ganas de reír. Aquello resultaba surrealista. El mundo se repetía: mismos diálogos sobre dinero y sobre material, mismas peticiones reiterativas y mismas respuestas de negación. El visitante, agotado de repetir la palabra no como si no hubiera un mañana, ya no es capaz de mostrarse tan inflexible y opta por la táctica política: prometer sin concretar, al menos, hasta intentar firmar.
Al final, la cuestión se remite a otra hora de negociaciones, interrumpida por una agradable comida y más regateos vespertinos, pero en esta ocasión con toda la cúpula del ciclismo de Marruecos. Y lo que es peor… todo ello sin ver ni un segundo a Tarik Chaoufi. A esas alturas, el visitante solo tiene una pregunta en su cabeza: ¿dónde está el corredor? Incluso llega a plantearse si el ciclista va a acudir a la cita, puesto que cada vez que preguntaba por él, la única respuesta era que eso ya se vería más tarde. Al final, el visitante, aunque duro de mollera, empezó a entender que el más importante de la operación desde un punto de vista europeo, es decir, el ciclista, es el menos importante desde el punto de vista marroquí. Tampoco el visitante es hábil para tejer puentes entre las dos culturas. Hay que reconocerlo y dejarlo por escrito.
Ya por la tarde, Tarik Chaoufi hizo acto de presencia. Y la sorpresa es que no hablaba castellano (en algunas zonas del norte del país es bastante frecuente) ni tampoco hablaba francés, la lengua del comercio y de la educación superior en Marruecos. Eso era un freno incuestionable para cualquier fichaje. Pero los puntos del corredor eran necesarios, sobre todo, cuando el resto de equipos estaban metiendo presión con fichajes igualmente surrealistas. Esos puntos pasaban a ser imprescindibles, por lo que Tarik acabó firmado por Euskaltel-Euskadi. La historia del primer ciclista de Marruecos en correr en el World Tour parecía haber acabado.
Sin embargo, el choque cultural no había hecho más que empezar. En su integración en el equipo vasco, el primer detalle fue el más significativo de que aquella relación no podía funcionar. Tarik Chaoufi se presentó en Bilbao con una maleta bien pequeña y con una caja bien grande debajo del brazo. Para todos los miembros del equipo, aquello era un misterio: ¿qué llevaría dentro de la caja? Nadie se atrevía a preguntarlo. Algunos incluso hicieron apuestas. Pero todos perdieron cuando se desveló la realidad. En la maleta venía la ropa con la que vestirse, pero en la caja traía lo más importante del mundo: todas las pastas que su familia y, especialmente, su madre le habían podido preparar por si su pequeño pasaba hambre en la concentración del equipo. A esas alturas de la vida, el bueno de Tarik no tenía claro si el equipo le iba a pagar la comida o no. Evidentemente, Euskaltel-Euskadi le iba a pagar un sueldo como ciclista World Tour que era y también había buscado un alojamiento y comida para él. Pero Tarik dejó su casa de Marruecos con una caja de pastas debajo del brazo… por si acaso. Venir a Europa era para él venir a una aventura con lo desconocido. Lo dicho, aquello no podía funcionar.
Y lo peor del caso es que el corredor no venía con malos resultados. Ni mucho menos. Tarik Chaoufi cumplía 26 años en 2012 y se presentaba en Euskaltel-Euskadi como campeón nacional de fondo en carretera de Marruecos. Pero además había mostrado buen nivel en el Tour de Eslovaquia o en la Neuseen Classics de Alemania, sus dos únicas participaciones en el calendario europeo un año antes de firmar por el conjunto vasco.
Todo ello sin olvidar su dominio en África, donde se había coronado como el mejor ciclista del continente. Por ejemplo, en casa había ganado el Trophée Princier, la Challenge Khouribga, el GP Sakia El Hamra y una etapa del Tour de Marruecos. Y en Gabón se había anotado un triunfo parcial ante Thomas Voeckler y Anthony Charteau en el Tropicale Amissa Bongo, competición en la que había conjuntos europeos de primer nivel.
Sin embargo, en Euskaltel-Euskadi no demostró la calidad de sus años anteriores. No se adaptó y, en muchos sentidos, se sentía como un pingüino en el Sahara: observado por todos y fuera de su ámbito natural. Uno de los directores de aquella época en Euskaltel-Euskadi nos comenta: «Fue un caso claro de falta de adaptación. Y el problema principal era el idioma. Cualquier detalle pequeño que queríamos explicar se convertía en un drama».
El mejor ejemplo ocurrió en la Clásica de Almería. Juanjo Lobato había sido cuarto y los auxiliares del equipo andaban atareados. Al final, Chaoufi entró a cinco minutos del grupo cabecero y no vio a ninguno de los auxiliares ni los auxiliares le vieron a él. Pero el autobús de Euskaltel-Euskadi estaba allí. El corredor no se acercó nunca hasta él. Y los directores tuvieron que coger uno de los coches y comenzar una larga búsqueda del corredor. Del mismo modo, Tarik estaba solo y perdido en las calles de Almería buscando el autobús. Una hora después, Tarik y el coche del equipo coincidieron en una calle y la búsqueda pudo acabar con final feliz, el corredor en el coche y camino del hotel.
Y lo que no se le podía criticar era la actitud: «Siempre recordaré una de las clásicas belgas que hizo con nosotros. Él era un ciclista fino y ese terreno no parecía el mejor para él. Pero queríamos seguir dándole calendario. Le intentamos explicar que fuera con precaución porque un pelotón en una carrera belga de un día no tiene nada que ver con un pelotón en una vuelta de cinco etapas en España. Pero nos sorprendió muchísimo. Demostró muy buena actitud y colocación. Tenía ganas de pelear por la posición y de ayudar a nuestros esprínteres», nos comenta el director responsable de aquel viaje.
En su paso por el calendario español, el mejor resultado de Tarik fue el 71º en la Vuelta a Madrid. Pero siempre dejando la sensación de que su cuerpo estaba en Europa, pero su cabeza estaba en Marruecos. Es más, en un momento dado incluso dio la sensación de que había comprado un pasaje para regresar a su país y que se iba a marchar a casa sin decirle nada al equipo. Aquello se paró en seco. Y el corredor siguió compitiendo, aunque no era capaz de integrarse en un país, una cultura y un equipo tan diferente a lo que él estaba acostumbrado.
La aventura finalizó incluso antes de que llegara el verano. El equipo y el corredor acordaban romper el contrato y la nota de prensa de Euskaltel-Euskadi lo dejaba claro. Otros ciclistas se habían adaptado y habían progresado. No era el caso de Tarik. Así quedó escrito: «Con los consejos de Schulze y Radochla, Lobato aspira a seguir su progresión en el camino que le puede llevar a convertirse en uno de los ciclistas más destacados del pelotón mundial. No ha habido carrera en la que Mestre no haya entrado en fuga. Pero para Tarik, el muro de la distancia ha sido muy alto. Demasiado».
Lo cierto es que el caso de Tarik Chaoufi demostró que la globalización del ciclismo era un objetivo interesante, pero no debió jamás ser forzado de esa manera. La aventura demostró también que no iba a ser tan fácil adaptar el inmenso e incuestionable talento de los ciclistas africanos al pelotón europeo. La realidad es que en 2020 sigue sin haber corredores africanos en el top50 mundial, aunque algunos jóvenes apunten maneras. La historia de esos corredores tal vez pueda tener un final mucho más feliz. El mundo mismo se ha globalizado más y permite mejores comunicaciones con las familias. Del mismo modo que los colombianos superaron la nostalgia de cruzar el charco, algún día lo conseguirán los corredores herederos de Tarik Chaoufi en el apasionante reto por conquistar el calendario WorldTour.