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HACIA UN PARTIDO ÚNICO: LOS ANTECEDENTES DE LA DERECHA ESPAÑOLA AUTORITARIA

La dictadura del general Miguel Primo de Rivera debe situarse en la oleada de regímenes contrarrevolucionarios y conservadores que aparecieron en el continente europeo tras la Primera Guerra Mundial. Entre estos regímenes destacan los gobiernos de países como Grecia, Polonia, Rumanía, Yugoslavia, Hungría, Bulgaria o Portugal.1 Esta solución imponía en el Estado español un régimen pretoriano donde el autoritarismo y una estructura férreamente jerárquica y militarizada eran la norma común del funcionamiento político.2 Cargos públicos como los gobernadores civiles, presidentes de Diputación, alcaldes y concejales formaban parte de un conjunto perfectamente delimitado que, a principios de 1924, comenzaba a funcionar con gran precisión debido a la disciplina impuesta desde el Gobierno de Madrid.

En las últimas décadas del siglo XIX se venían perfilando tres tradiciones dentro de la derecha política europea. Estas tradiciones se podían ver con más claridad en Francia que en ninguna otra nación, pero era un modelo válido en líneas generales para la mayor parte del continente. Al modelo más antiguo, el partidario de una vuelta al Antiguo Régimen y a las tradiciones de raíz medieval, había que sumar el surgimiento de la derecha liberal de carácter orleanista y de la derecha nacionalista de tradición bonapartista.3 Esta última, que arranca desde los tiempos de Napoleón III «suministró ideas que no cesaron de ser repetidas después por los partidarios del poder personal o el militarismo».4

Estas corrientes nacionalistas de la derecha europea vieron surgir una nueva forma de entender el conservadurismo que se alejaba de los cánones tradicionales, incluidos los del siglo XIX. En cierta forma, esta nueva derecha suponía todo un ataque a la modernidad que el liberalismo estaba implantando en Occidente desde el siglo XVIII. Sin embargo, no se trataba tanto de conservar antiguas tradiciones como de desterrar los efectos de las democracias parlamentarias en numerosas naciones del viejo continente.5 La nueva derecha aprovechaba en su beneficio los desastres coloniales o los traumas nacionales de numerosos estados.6 Además, no dudó en recurrir a la violencia y a otras prácticas antidemocráticas para hacer valer su repudio al sistema democrático y parlamentario e intentar «perpetuar el vigente esquema de relaciones sociales».7

En España, el camino hacia esta forma de conservadurismo será bastante accidentado y presentará diversas formas. Por ello, es fundamental entender las características del conservadurismo restauracionista y su evolución hacia la dictadura de Primo de Rivera. El conservadurismo español había incidido desde finales del siglo XIX en la necesidad de reducir sus diferencias con el programa de los liberales para contrarrestar los efectos del sufragio universal implantado en 1890 por estos últimos.8 Ambos partidos gozaban de una cierta cohesión interna ante el convencimiento por parte de sus dirigentes de la necesidad de mantener el turno, y gracias a la corrupción caciquil que se había generalizado en el Estado español.9 La disidencia silvelista durante el liderazgo de Cánovas en el Partido Conservador no puso en peligro los fundamentos del turno español.10 Las diferencias en el plano económico también eran mínimas, sobre todo a comienzos del siglo XX, ya que aceptaron un consenso nacionalista que admitía las ideas del regeneracionismo más castizo.11

Al estudiar este periodo es necesario examinar el ideario y la obra de Antonio Cánovas. El líder del Partido Conservador sienta los principios de «la Monarquía de ancha base», donde el rey será «el principio político propio de una sociedad continua».12 El canovismo nacía, pues, con voluntad de aglutinar a la mayor cantidad posible de votantes conservadores, capaces de dar al sistema la estabilidad necesaria para perdurar en el tiempo tras unas décadas tumultuosas. Esta estabilidad vendría dada por ser el «justo medio» entre «los republicanos por la izquierda y los carlistas por la derecha».13 Cánovas inicia un camino de la derecha española en el que la voluntad de ganarse a elementos católicos, liberales conservadores o autoritarios es manifiesta.14 En su camino hacia ese orden social que continuamente reclamaba, manifestaba su apoyo a «un intervencionismo del Estado a favor de los más débiles». El hecho de que esta idea no fuera desarrollada no impedía que hiciera un llamamiento a la unión de patronos y obreros a la hora de solucionar sus diferencias laborales. Se trataba de una derecha corporativa y paternalista que pudiera dar respuesta a los numerosos problemas del Estado.15

Sin embargo, Cánovas no tendría fácil el camino que seguir. La figura de Alfonso XII, desconocida para la nación, era la más conveniente a la hora de restaurar la monarquía, institución que debía funcionar como una pseudoconstitución con un importante papel sociológico. Y este papel llevará a intentar una política conciliadora, que se repetirá en numerosas empresas conservadoras españolas hasta septiembre de 1923, incluyendo esta última. «Estoy resuelto a no excluir a quien quiera ponerse a nuestro lado [...]. No preguntaré al que venga lo que ha sido, me bastará saber lo que se propone ser», declaración de intenciones donde empezamos a vislumbrar en Cánovas la línea de actuación de Maura, en el sentido del alejamiento que esto suponía respecto a la política tradicional conservadora, donde un partido de notables reducía al máximo su número de afiliados y rechazaba hasta la participación en la vida pública del grueso de la sociedad. Es cierto que proseguía con una acentuada religiosidad; sin embargo, lo realmente novedoso en Cánovas es su aprecio por los derechos individuales.16 La creación de un gran movimiento de opinión, como lo denominó Ricardo de la Cierva, sería la gran aportación del político madrileño.

El año clave en la carrera política de Cánovas, 1874, vio cómo se gestaba un gran movimiento conservador-liberal que contaba con el apoyo de la prensa y del Ejército, ayudado además por los círculos financieros, que veían al malagueño como el gran líder necesario para garantizar el orden necesario para sus inversiones. En este sentido, tanto la burguesía de Cataluña como los grandes terratenientes de Cuba pronto se adhirieron al movimiento.17 Nunca el conjunto de la derecha española se había mostrado tan unido en torno a un político como lo estuvo tras los acontecimientos de 1874. Además, no dudaba en jugar todas las bazas a su favor, ya que era capaz de invocar el apoyo de los obreros o de publicitar una monarquía para todos. Este mensaje cohesionador sería tomado por la dictadura primorriverista; la derecha no volvería a recuperarlo hasta la llegada al poder del general Franco, aunque por otros cauces bien distintos. El canovismo se apuntaba así el mérito de haber integrado a la izquierda española en un sistema democrático que dio a España la posibilidad de tener una democracia.18

La capacidad integradora de Cánovas inicia una nueva etapa en el conservadurismo español. Es cierto que las circunstancias del momento, con el deseo de devolver la estabilidad a España tras el sexenio revolucionario, modificaron la estrategia clásica de la derecha. Incluso Cánovas había llegado a condenar el golpe de Estado como medio para llegar al poder. Con un gobierno de orden en Madrid, el carlismo también empezaba a perder su influencia social, pérdida que se escenificaría con la adhesión al canovismo del general Cabrera, conde de Morella. Lo realmente exitoso del movimiento fue el hecho de que Serrano, artífice de la I República, también se decantara por el régimen ideado por Cánovas del Castillo, junto a un ilustre republicano como Emilio Castelar. Aparte de las fuerzas al margen del sistema, como los socialistas o los demorrepublicanos, el azote de Cánovas vino por la extrema derecha: Cándido Nocedal, antiguo carlista convertido al integrismo tradicionalista católico, aprovechaba para criticar a la nueva derecha moderada con cualquier excusa. Sin embargo, este catolicismo ultramilitante será netamente inferior al moderado incorporado al Partido Conservador. Otra problemática notable para el Gobierno estaba en la guerra larga de Cuba iniciada en 1868, en la que se intentó de forma infructuosa atender a las demandas de los autonomistas cubanos.19

En adelante quedaría constatada la idea de que ninguna política de estado en España puede lograrse sin paz social. Esta máxima, adoptada por el conservadurismo, obligaba a una aceptación de las bases del sistema económico-social. La manipulación del sistema electoral ideado por Cánovas se explica, en gran parte, por el atraso rural. El intercambio de votos por favores ayudó al éxito del sistema durante mucho tiempo.20 En palabras del líder conservador Manuel Fraga, admirador del político malagueño, Cánovas pronto se dio cuenta «de las limitaciones que tales circunstancias imprimían a una España empobrecida, era puro realismo. Nadie puede saltar por encima de su propio hombro».21 Tal vez estas limitaciones provocaran que Cánovas sintiera aversión por la democracia.22 Las clases propietarias debían ser guiadas correctamente a la hora de ejercer su participación política, papel que le correspondía al Ministerio de Gobernación. Este papel, perfectamente desempeñado por Posada Herrera, permitió controlar los resultados electorales siempre que no se ampliara el número de votantes.23 El posicionamiento aperturista de la Iglesia en torno al socialismo católico, junto al reformismo conservador que se estaba practicando en Prusia y en la Inglaterra victoriana, conllevó un ligero cambio de opinión en Cánovas del Castillo. Sin embargo, este ligero paréntesis permisivo con, por ejemplo, el Partido Socialista Obrero Español o la reconstituida Internacional no significará un reconocimiento tácito de la organización autónoma de la clase obrera. Hay, pues, un cierto acoplamiento a las corrientes políticas del exterior, pero sin que esto signifique un desmoronamiento efectivo de los principios en los que se asentaba el sistema.

En lugar de interesarse verdaderamente por la cuestión social, Cánovas prefirió negar los derechos más elementales a la clase trabajadora y, en última instancia, emplear el uso de la fuerza para contener posibles manifestaciones y desórdenes. En una carta a la reina regente daba cuenta acerca de los resultados obtenidos por su política intolerante hacia el proletariado:

El orden público es perfecto. En cambio, continúan las huelgas; pero absolutamente pacíficas hasta aquí, [...] a punto que de terminarse las de Cataluña, la llegada del general [Martínez Campos] pondría el sello a su conclusión definitiva, tanto por su personal prestigio como porque una de las cosas que envalentonaban a los huelguistas era la falta de superior autoridad militar.24

Durante décadas, esta actitud de Cánovas hacia la clase obrera estará en la base de algunas políticas conservadoras hacia una mayor redistribución social. Algunos autores han llegado incluso a hablar de la «Dictadura de Cánovas», en la que las libertades públicas fueron reducidas.25 Junto a esto se integró a la Iglesia en el régimen, con la pretensión de deslegitimar al carlismo y poder aunar esfuerzos en torno a la derecha española alfonsina. Para completar el equilibrio de fuerzas del sistema, la mayor autonomía de la que dotó al Ejército conllevó un abandono por parte de este de cualquier tentación golpista.26 Este mecanismo funcionó durante más de dos décadas, hasta que en la primera década del siglo XX empezó a gestarse «una tímida cultura antiparlamentaria y antiliberal en el Ejército».27

Tras la obra de Cánovas hubo que esperar hasta la primera década del siglo XX para encontrarse con Antonio Maura, político conservador que nos permite entender la obra e ideología del régimen de Primo de Rivera tras 1923. En su pensamiento y acción política destaca el concepto de revolución desde arriba; esto es, mantener el orden social dentro del sistema, a la par que se democratiza la vida política preferentemente desde los municipios. Esta revolución desde arriba habría de proteger la integridad de la Corona a cambio de que Alfonso XIII renunciara a cualquier tentación intervencionista en la formación de gobiernos.28 No obstante, esto chocó con numerosos conservadores silvelistas y con los progresistas que veían a Maura como «el paladín del autoritarismo y del integrismo radical».29 Maura denunciaba constantemente este intervencionismo regio:

Hay Estados en que la organización es distinta y el Canciller o el primer Ministro tienen otra significación en la política; pero en España, con nuestra Constitución, la mayor desgracia que puede acontecer a la Monarquía es que lleguen a confundirse los uniformes con las casacas, muy honrosas, pero muy distintas, de la servidumbre palatina.30

Antonio Maura había asumido la dirección del grupo escindido del Partido Conservador tras la ascensión al poder de este de Eduardo Dato.31 El alboroto que armaron contra Dato radicalizó las posturas del grupo, según Villares y Moreno Luzón. La Primera Guerra Mundial acabaría por definir su ideario contrario a la democracia oligárquica y tradicional.32 Mayoritariamente germanófilos, los mauristas quisieron «renovar ideológicamente el conservadurismo español al socaire de las innovaciones que en Europa se estaban produciendo».33 De hecho, representaba un tipo de pensamiento conservador más evolucionado que las diferentes doctrinas católicas o tradicionalistas. En palabras de Gregorio Marañón:

La agitación que hizo posible la Dictadura se debía a una sorda descomposición, genuinamente nacional, que afectaba a toda la sociedad, desde sus cabezas más eminentes hasta los más profundos estratos del pueblo; y que un gran político de entonces, conservador de nombre, pero de espíritu renovador, don Antonio Maura, definió y se esforzó en combatir como «crisis de ciudadanía».34

En cuanto a la forma de hacer política, el maurismo ensayó fórmulas modernas de acercamiento a la gente, como mítines en escenarios abiertos o redes asociativas.35 Así, el deseo «de conquistar la calle a través de métodos de nuevo cuño se esgrimió como opción estratégica frente a la política de notables y el clientelismo de los partidos dinásticos».36 El maurismo, avanza Cabrera, cayó como consecuencia de «los vicios y corruptelas del sistema que tanto había criticado», al mismo tiempo que «careció de un auténtico liderazgo» para acabar escindiéndose en «dos ramas irreconciliables».37 Pero, una vez dividido, todas las corrientes derivadas del pensamiento de Maura convergían en unos puntos comunes invariables: la influencia del regeneracionismo noventayochista, una cierta influencia del positivismo crítico del krausismo y la influencia del catolicismo para atraer a los creyentes tanto liberales como integristas reaccionarios.38

El famoso «Maura, sí» era una reserva moral del grupo neoconservador, una suerte de salvación patriótica, anticipo de su revolución desde arriba, mientras los ministros de la gobernación dinásticos continuaban con el fraude electoral y la represión interna.39 En principio, Maura no podía considerarse un conservador radical. Las clases medias y altas, «identificadas genéricamente con el ideario de conservación del orden socioeconómico», eran su principal apoyo.40 Su grupo político había dado entrada a un grupo de jóvenes políticos de estas clases acomodadas destinados a tener un relevante papel en la vida política española.41 De todos ellos, era Antonio Goicoechea el que consiguió presentar al maurismo como la superación definitiva del canovismo. Intentaba ir más allá en el sentido de rechazar el liberalismo doctrinario a favor de la democracia conservadora. No creía en el individualismo posesivo, sino en el intervencionismo estatal y, sobre todo, no estaba resignado al pesimismo canovista, sino que mantenía la fe «en el espíritu creador y en las inagotables energías de la raza».42 El propio Goicoechea definía el maurismo como «un partido híbrido, ni sabio ni ignorante, ni blanco ni negro, ni masculino ni femenino. Más bien pudiera decirse que no tiene sexo».43 A su juicio, el canovismo había configurado un sistema caciquil, mientras que el maurismo aspiraba a eliminar esa democracia liberal corrompida.

Antonio Goicoechea y su relación con el conservadurismo maurista dejaron una gran impronta en esta necesidad de cambiar el sistema. Además, este sistema de gobierno conservador que quería implantar encomendaba al pueblo «la custodia de los grandes intereses sociales» a la vez que las masas se sentirían atraídas «por una constante labor de dignificación y de educación al ejercicio de la ciudadanía». El mensaje hacía ver la necesidad de poner fin a la abstención ciudadana en la vida política, que era precisamente lo que otorgaba tanto poder a los oligarcas.44 Esto no significaba necesariamente la aceptación pacífica de manifestaciones en contra del orden existente. Aquí radica una de las mayores contradicciones del maurismo, en especial del autoritario: el hecho de defender un cambio de sistema al mismo tiempo que se lucha contra los que fomentan el desorden social. En casos extremos, como los disturbios de 1917, incluso ofreciéndose «voluntariamente a hacer las funciones de policías honorarios».45

La compleja evolución política de las derechas españolas anterior a la Guerra Civil lleva a constatar la profundidad y rapidez de los cambios en las culturas políticas para atraer la atención del ciudadano en periodos de cambio acelerado. En palabras de González Calleja:

En esas circunstancias, el afán por demostrar que determinados movimientos son más atrevidos y eficaces que sus competidores intensifica y acelera la evolución de los repertorios hacia formas más radicales.

[...]

La radicalización [...] fue el rasgo estratégico común que, en mayor o menor grado, asumieron los grupos políticos de la derecha.46

Las nuevas expectativas que se imponían tras la Gran Guerra exigían un auge del proteccionismo, un nuevo paternalismo estatal y el aumento del poder del Estado en la sociedad civil. El tránsito de la sociedad liberal hacia las formas corporativas de organización social y política acababa de empezar. La revolución desde arriba no solo debía respetar la espiritualidad típicamente española, sino que debía constituir un auténtico reglamento donde se pudiera encontrar la orientación de la acción política.47 Lo verdaderamente democratizable era lo de abajo, es decir, la participación de las masas en la política. Pero lo de arriba lo hacían los partidos y la democracia. El rey debía adoptar la fórmula de «mayor influencia y menor potencia».48 También es válida, si se prefiere, la fórmula «moderar al poder moderador».49

En el hecho de que lo de arriba lo hicieran los partidos está el escaso espíritu democrático de la ley electoral de 1907. Esta ley, aprobada por el gobierno largo de Maura, en teoría intentaba mejorar algunos aspectos del sistema democrático español. Sin embargo, al analizarla detenidamente, puede observarse cómo era contraproducente para el sufragio universal masculino.50 Para comenzar, el artículo 29 de esta ley establecía la posibilidad de que en una circunscripción donde coincidiera el número de escaños con el de aspirantes no se votara, aun en el caso de que los votantes desearan hacerlo. No obstante, hemos de citar los requisitos para ser aspirante a diputado, en los que se puede comprobar hasta qué punto se deseaba continuar con la oligarquía política tradicional.51 Se exigía el requisito de estar avalado por dos diputados o exdiputados de la misma circunscripción para poder ser aspirante, o por tres diputados a nivel nacional. Si no se cumplía alguno de estos requisitos, se podía presentar el apoyo de la vigésima parte del censo electoral del distrito. Con esta última medida «se violentaba el ejercicio del voto secreto, incluido en la ley».52 Además, esta vigésima parte del censo «compuesta por trabajadores perdería el salario del día» que hubiera utilizado para apoyar el nombre de su candidato.53

Los aspectos positivos de la ley de 1907, según Teresa Carnero, estarían en relación con la actualización del censo electoral, labor traspasada al Instituto Geográfico y Estadístico, y con la organización del proceso electoral por parte de la Junta Central del Censo en detrimento de las corporaciones locales y provinciales.54 La prohibición a la Iglesia católica de decantarse por cualquier candidato también constituye una novedad del texto legal. El votante podía no acreditar su identidad; no se le facilitaba un sobre para introducir la papeleta, con lo cual era sencillo comprobar su opción política.55

Con estos antecedentes, es lógico que los mauristas no tuvieran especial interés en el liberalismo político y sí abogaran por el corporativismo económico y social. Esta doctrina corporativista no era nueva en España: en sus raíces podemos encontrar a pensadores católicos franceses, como Lamennais, Bonald, De Maistre o Chateaubriand, y también a varios españoles, como Balmes, Donoso, Aparisi, Vázquez de Mella o Enrique Gil y Robles.56 Además, también ejercieron una indudable influencia las enseñanzas pontificias de León XIII y Pío XI. En esta visión tradicional la solución corporativa es contemplada como «el restablecimiento del orden natural de la sociedad».57 Se explica así que la doctrina corporativista posea una impronta reaccionaria, dando a este calificativo su valor etimológico. Esta impronta estará en la base de muchas actuaciones de la futura Unión Patriótica (UP) a la hora de justificar la política económica de la dictadura. Además, el tema de la resolución de los conflictos laborales en los comités paritarios será extremadamente publicitado por la prensa oficial, en especial por el diario La Nación.

Es una crítica teórica en la medida en que se opone a la tesis del contrato social como origen de la sociedad. Denuncia igualmente la relación mecánica entre individuo y Estado y censura la inhibición de este en la regulación de la vida social.58 De hecho, las juventudes mauristas de Goicoechea entraron a formar parte de la Guardia Cívica (organismo similar al Somatén catalán), admiraban el fascismo y deseaban la instauración de la dictadura militar que garantizara esta regulación de aspectos sociales de forma autoritaria.59

El político que mejor representó esta tendencia corporativa fue sin duda Eduardo Aunós. El político leridano, aunque proveniente del entorno de Cambó, tuvo clara desde un principio la necesidad de la «intervención del Estado en la vida del trabajo, de cuyo proceso manteníase extraño, fiel aún a los principios del liberalismo abstracto que inspiraron la revolución francesa y a los que obedeció la política económica durante la mayor parte del siglo XIX».60 A la hora de estudiar el intervencionismo estatal, hay que resaltar el hecho de que era excesivo afirmar que en los años veinte había una cruzada contra el Estado abstencionista en materia social.61

Lo que tratará de combatir el corporativismo de estos años no es el abstencionismo normativo del Estado, sino la tolerancia de la organización del Estado liberal hacia los medios de autodefensa de los trabajadores. El corporativismo restaurará la intervención del Estado en las relaciones laborales y pondrá fin a los conflictos entre patronos y obreros, al prescindir de aquellas organizaciones capaces de poner en peligro la capacidad de decisión del Gobierno. Los sindicatos revolucionarios no tendrán cabida dentro del sistema y deberán adaptarse a la negociación dentro del sistema político existente para poder sobrevivir. Este sistema idílico estará en la base de la política económica de buena parte de la derecha española durante la primera mitad del siglo XX y tendrá una enorme importancia durante la dictadura del general Primo de Rivera.

Esta doctrina corporativista parece encontrarse, en mayor o menor medida, en las principales familias políticas que se derivaron del pensamiento de Antonio Maura. La evolución posterior irá desde la posición izquierdista, ocupada por el catolicismo social de Ángel Ossorio, hasta el sector neoconservador, representado por Goicoechea, partidario del reaccionarismo social y de tintes autoritarios en el plano constitucional.62 En medio del campo maurista encontraríamos a los liberal-conservadores, con políticos como Manuel Allendesalazar, Joaquín Fernández Prida o Joaquín Montes Jovellar, todos ellos dirigidos por Gabriel Maura, primogénito de Antonio Maura.63

La solución a todos los problemas, en especial los sociales, se encontraría no en la revolución, sino en la reforma social, en la construcción de un Estado paternal donde se hiciera más tolerable la vida cotidiana de las clases trabajadoras con la creación de seguros y pensiones para la vejez. En resumen, era el Estado el que debía corregir las carencias del sistema capitalista, pero sin salirse del sistema de la economía de libre mercado. Tras esta táctica también se encontraba una ampliación de la base social del maurismo. Ampliación que también será importante entre los intelectuales de la derecha.64 Esta relación con los intelectuales conservadores lo hará fortalecerse en las críticas hacia el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza (ILE), entidad que establecía un modelo de cultura que había de transmitirse por medio de la escuela. Para los mauristas, lo primero que debía transmitir la escuela era una historia de España que fuera capaz de crear un hondo sentimiento patriótico, que debía ir acompañado de la exaltación del glorioso pasado español.65

En suma, el maurismo sería fundamental para entender la voluntad de agregar a la mayor cantidad de ciudadanos en un movimiento que, sin renunciar a la derecha, fuese capaz de modernizar el país y dotarlo de un sistema democrático moderno y eficaz.66 Esta fijación de Maura le llevaría en diversas ocasiones a rechazar la posibilidad de formar gobierno, como en 1911, cuando advirtió al monarca Alfonso XIII de que solo formaría gobierno cuando pudiera «dar batalla a los facciosos, sin ninguno de los miramientos que hasta octubre de 1909 le maniataron».67 No es casualidad que uno de los principios básicos de la UP sea la custodia de los grandes intereses sociales del pueblo, algo que el maurismo venía pregonando insistentemente. Esta idea, citada por Goicoechea, dirigente de las juventudes mauristas, venía a establecer el fin de la abstención ciudadana en la vida política, que era la que permitía la monopolización de esta por parte de una oligarquía.

Sin embargo, estas ideas regeneracionistas aún estaban lejos de constituir un discurso político similar al del general Primo de Rivera y su formación política. Hay que esperar a la crisis de 1917 para que el maurismo adopte una postura claramente rupturista para el conservadurismo de la época. A partir de finales de 1918, Maura empieza a reivindicar «la propia especificidad derechista» de su formación.68 Lo más importante era encontrar una salida a la crisis en la que se hallaba el sistema de la Restauración, salida que debía encontrarse dentro del conservadurismo, pero con un discurso y unas vías completamente divergentes de las tradicionales. Maura intuyó perfectamente que, en un Estado donde la gran masa no se había movilizado detrás de ningún político civil, si la derecha no hacía el esfuerzo de aglutinar a las masas en el sistema, la izquierda española podría dejar a los conservadores en una peligrosa situación minoritaria.69 Esta idea era reclamada con más fuerza por el sector más derechista del maurismo, el representado por Goicoechea, para quien la Primera Guerra Mundial había demostrado la victoria de la democracia y la necesidad de impulsar un socialismo cristiano alejado del revolucionario.70 Todo ello dentro de un sistema capitalista y férreamente nacionalista español. Y es aquí donde debemos ubicar el ideario de la revista Acción Española.71

Todos estos principios serán adoptados por la UP, que, además, establecerá una propaganda claramente populista para aunar la mayor cantidad de masa posible. Además, este pensamiento del Maura de 1918 le servía de nexo con la Unión Monárquica Nacional, desde donde se ejercía una fuerte oposición hacia las reivindicaciones catalanas.72 Este anticatalanismo será recurrente en la derecha española durante la mayor parte del siglo XX, y sirvió para potenciar el fuerte españolismo maurista y, posteriormente, primorriverista. De hecho, el primer paso del maurismo hacia la derecha fue el anuncio de su nacionalismo españolista que, si siempre había sido claro y patente, ahora se radicalizó por contraposición. Incluso los medios de opinión católicos, como El Debate, abogaban claramente por una solución dictatorial durante 1918, cinco años antes del golpe del 13 de septiembre.

La creación de un nacionalismo español por contraposición a los nacionalismos periféricos ha sido estudiada por Borja de Riquer y José Álvarez Junco.73 Este nacionalismo era reactivo, no integrador, respetando únicamente algunas manifestaciones regionalistas. Además, estaba la vertiente militar, muy preocupada, tras el desastre de 1898, por la vida política. Pero esta preocupación conllevaba, en el fondo, un afán de revanchismo tras la derrota ante Estados Unidos. Comenzaron asaltando sedes de periódicos con los que chocaban ideológicamente para acabar exigiendo una ley de jurisdicciones que garantizara consejos de guerra para «las ofensas a la patria y al honor de las Fuerzas Armadas».74

Se trataba de influir en la opinión de los españoles y las personas de mayor transcendencia intelectual, social y económica. En 1922 se produce un hecho clave en el partido de Maura, ya que se divide en dos bandos: uno más democrático y populista, con un fuerte contenido social, y otro claramente autoritario, que bebe de las nuevas doctrinas derechistas que se están gestando en Europa durante los años veinte. Ambas doctrinas permanecerán separadas por poco tiempo. Con la creación de la Unión Patriótica las dos derechas tendrán un argumento más que suficiente para integrarse en una formación donde no se miraba el pasado político de nadie y se «acogía a todos los hombres de buena voluntad».

Para que la dictadura llegue a España, bastará con que los agentes políticos y sociales comprendan que es el rey Alfonso XIII el encargado de componer y descomponer la dinámica del juego. En un amargo recuerdo del paso de su padre por la dictadura, Miguel Maura Gamazo recordaba que su padre ya había previsto que «no hay juego posible si las reglas son intermitentes y encontradas según el jugador».75 Si el rey desea interponerse en la acción de gobierno para reforzar el peso de la Corona, debe desconectar a todos los partidos y políticos entre sí, de modo que toda la acción política desaparezca y quede una sensación de vacío que solo la acción de Alfonso XIII pueda llenar.

Esta situación se acelera tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y, siempre analizando los partidos políticos, se llega a la conclusión de que toda acción política se volvió incoherente e inadecuada para recoger en núcleos organizados las aspiraciones de España. Según Adolfo Posada, este momento es difícil tanto para los partidos como para la nación, que carece de los condensadores imprescindibles de la opinión pública. Establece el autor varias tendencias o corrientes de opinión, como «la conservadora, descompuesta sobre todo a causa del temperamento diverso de sus hombres directores; la liberal, o del viejo liberalismo español de la Restauración», que se diferencia en grupos; estos se encuentran unas veces en franca disidencia, especialmente por motivos de incompatibilidad personal, y otras unidos para hacer posible su advenimiento al poder. Al lado surgen algunas manifestaciones que parecen responder a las aspiraciones de una política de contenido, y que «querrían provocar una aplicación nacional del nuevo liberalismo con la reforma constitucional, la secularización del Estado y una política cultural intensa y de reforma social y económica, según las exigencias del ideal democrático».76

Durante los años iniciales de la dictadura, Antonio Maura se había convertido apenas en un consejero de Alfonso XIII, a quien pedía que desistiera de encabezar el régimen de excepción valiéndose de la Junta de Defensa Nacional.77 El movimiento maurista se acabaría integrando en la Unión Patriótica en su práctica totalidad, al igual que hizo el movimiento afín a los demócrata-cristianos (con la excepción del grupo de Ángel Ossorio y Gallardo). Ossorio planteó sus reservas acerca de la suerte de la dictadura al propio Primo de Rivera en una carta en estos términos:

Conste, en fin, que entramos en un régimen militar: que van a gobernar los militares; que de ellos es la iniciativa y han de ser el desarrollo y las consecuencias. El manifiesto lo dice en la iniciativa y han de ser el desarrollo y las consecuencias. El manifiesto lo dice en su línea undécima, «ex abundantia cortis», antes de que la habilidad lograra el pulimento de las subsiguientes. «Ahora vamos a gobernar nosotros u hombres civiles que representen nuestra moral y doctrina». Así se habla.

Una Dictadura militarista tendrá sus ventajas y sus inconvenientes.

La ventaja más visible es que enfrenará la delincuencia desbocada que nos venía aniquilando y deshonrando. Sin necesidad de medios excepcionales de «ley de fugas», de barcos con rumbo desconocido ni de atrocidades semejantes con que sueñan «los que tienen que perder», le bastará al nuevo Gobierno su origen y su significación para tener a raya a los asesinos y ladrones que no representan opinión ni aspiración de nadie, más que las de sus conciencias depravadas. El orden público externo recibirá rápidamente visible beneficio.

Los inconvenientes son igualmente claros. Triunfante y galardonada la acometividad ilegal y razonada, ¿quién impedirá que con igual ilegalidad derriben al señor Primo de Rivera los que se juzguen asistidos de igual razón que la que él hoy cree poseer?78

El periódico maurista La Acción defendió con entusiasmo el golpe de Estado; su director, Delgado Barreto, se convertiría en un hombre de confianza para la dictadura. Delgado Barreto, periodista canario emigrado a Madrid para proyectar su carrera, se convertiría en el principal valedor de un colaborador de la dictadura como José María Albiñana, fundador del Partido Nacionalista Español, de raigambre monárquica y tradicional.79 Maura fue alejándose de la dictadura y el general Primo de Rivera incluso pensó en encarcelarle, debido a la polémica que ambos mantuvieron en algunos aspectos. Incluso Maura debió soportar críticas de aquellos sectores de su partido que se habían adherido a la dictadura por su actitud hacia esta.80

Tras su muerte, su hijo Gabriel Maura recordaba cómo durante los años de la Restauración la ausencia de una ciudadanía no partidista, junto al falseamiento electoral, había privado de asesoramiento a la Corona. El conformismo resignado del turno, junto al abandono «de la movilización activa y la defensa de sus principios, llevaban implícito un reconocimiento del carácter popular y mayoritario de las izquierdas, la dinástica y la republicana, y una abdicación del Partido Conservador de sus responsabilidades».81 Lo cierto es que la Restauración vivió sin los ciudadanos, y los dirigentes políticos jamás optaron por la democracia como solución efectiva a los males que afectaban al sistema.82 Cánovas había creado el sistema, pero el carácter indolente de la clase política junto a los cómodos atajos de la arbitrariedad provocarán que, en su parcial evolución hacia el autoritarismo y el pseudofascismo, la derecha española se valga de esta clase de líderes para dirigir las diferentes formaciones políticas existentes.83

El problema del orden, acuciante tras la Primera Guerra Mundial, y siempre bien presente en la ideología de Maura, se acrecentará gracias a la obra de pensadores europeos vanguardistas. La dicotomía entre la nueva derecha europea de origen maurrasiano y los valores tradicionalmente defendidos por los conservadores españoles ayudará a comprender el carácter ecléctico y pragmático de culturas políticas como la posterior dictadura de Primo de Rivera o el nacionalcatolicismo moderno durante el franquismo.84 Ciertamente, Charles Maurras representó el auge de un nuevo tradicionalismo, apoyado en el positivismo de Auguste Comte. Aunque su influencia no afectará por igual a todos los sectores de la derecha española, Maurras y Acción Francesa sirven como nexo entre dos corrientes interpretativas del conservadurismo.85

Para acabar de analizar los grupos conservadores previos a la dictadura de Primo de Rivera, debemos citar la derecha de intereses, entendida como aquella clase conservadora vinculada a los intereses económicos y financieros de la sociedad española y de los principales mercados internacionales. Esta élite económica busca en cada gobierno o corporación un tipo de protección o de ayuda que le permita cumplir sus objetivos económicos. La derecha de intereses, claramente implantada en el sistema de la Restauración, continúa con la dictadura de Primo de Rivera en forma de obtención de contratos de obras públicas o de diferentes tipos de prebendas económicas.86 Por tanto, aquella derecha populista que se estaba gestando en torno a figuras como Maura desde principios del siglo XX se superpone en el tiempo con aquella derecha oligárquica y financiera que estará presente en la dictadura del general Primo de Rivera, y que utilizará sus instituciones para encauzar a las masas en el sistema político, aunque siempre bajo un férreo control.

El largo proceso de gestación de la derecha autoritaria cristalizó en la Unión Patriótica, que representó el deseo del dictador de dotar a su régimen político de un mecanismo que le permitiera popularizar su ideario político. El origen de la formación, afirma Ben-Ami, fue natural ya que «la Unión Patriótica nació espontáneamente, con el advenimiento del Directorio, en tierras castellanas».87 Los medianos propietarios y cerealeros de Castilla la Vieja son claves para entender la fundación y el carácter de la Unión Patriótica.88 Para diciembre de 1925, cuando la formación ya tenga un organigrama claramente delimitado, con el dictador como jefe nacional y sus respectivos líderes provinciales, quedará en evidencia que este partido político único es un simple centro de colocación y la mayoría de sus afiliados lo son por puro interés personal, muy en consonancia con los antiguos partidos dinásticos.

1 Ramón Tamames: Ni Mussolini ni Franco: la dictadura de Primo de Rivera y su tiempo, Barcelona, Planeta, 2008, pp. 124-125.

2 Para estudiar la dictadura de Primo de Rivera podemos consultar, aparte de la obra de Ben-Ami, obras ya clásicas, como las de María Teresa González Calbet: La Dictadura de Primo de Rivera: el directorio militar, Madrid, El Arquero, 1987; Eduardo González Calleja: La España de Primo de Rivera: la modernización autoritaria, 1923-1930, Madrid, Alianza Editorial, 2005; o José Luis Gómez Navarro: El régimen de Primo de Rivera: reyes, dictaduras y dictadores, Madrid, Ediciones Cátedra, 1991. Más reciente es la obra de Ramón Villares y Javier Moreno Luzón: Restauración y Dictadura, Barcelona, Crítica-Marcial Pons, 2009, vol. 7.

3 Julio Gil Pecharromán: Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina (1913-1936), Madrid, Eudema, 1994, pp. 1-2.

4 Mercedes Cabrera (dir.): Con luz y taquígrafos. El Parlamento en la Restauración (1913-1923), Madrid, Taurus, 1998, p. 279.

5 Véase René Rémond: Les droites en France, París, Aubier Montaigne, 1982, y Hans Rogger y Eugen Weber (eds.): La derecha europea, Barcelona, Luis de Caralt, 1971.

6 En España la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898, en Italia el desastre de Adua, el nacionalismo irlandés en el Reino Unido, el affaire Dreyfus en Francia o la revolución de 1905 en el Imperio ruso.

7 Ídem.

8 En el fondo, la implantación del sufragio universal de 1890 perpetuó el parlamentarismo fraudulento debido a un censo electoral desactualizado, a la falta de control a la hora de comprobar la identidad del votante y a las dificultades impuestas a la oposición no gobernante para la impugnación de los resultados (debido a la ausencia de interventores en las mesas). Teresa Carnero: «El lento avance de la democracia», en Mari Cruz Romeo e Ismael Saz (eds.): El siglo XX. Historiografía e historia, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2002, p. 178.

9 Es Andalucía la región donde mayores estragos había llevado a cabo el caciquismo en los momentos previos a 1923. Las provincias más castigadas en este sentido serían Almería y Granada, donde «el encasillamiento de los diputados y el cunerismo serán fenómenos absolutamente normales en el ámbito granadino. Ni que decir tiene que la estructura de la propiedad agraria favorecería este estado de cosas». Citado en José Luis Gómez-Navarro, María Teresa González Calbet y Ernesto Portuondo: «Aproximación al estudio de las élites políticas en la Dictadura de Primo de Rivera», Cuadernos Económicos de ICE, núm. 10, Madrid, pp. 192-193.

10 Manuel Villares y Javier Moreno Luzón: Restauración y Dictadura, colección «Historia de España» (vol. 7), Barcelona, Crítica-Marcial Pons, 2009, pp. 247-249.

11 Manuel Villares y Javier Moreno Luzón: Restauración y Dictadura..., 2009, pp. 347-349. Ambos autores han remarcado que la historiografía española marxista de los años ochenta hacía referencia a un sistema controlado por las élites oligárquicas. Sin embargo, en la actualidad se reconoce la independencia de la clase política española, libre de determinismos estructurales, y se presenta a las élites enfrentadas y heterogéneas.

12 Manuel Fraga Iribarne: El pensamiento conservador español, Barcelona, Editorial Planeta, 1981, pp. 121-122. Del mismo autor encontramos el volumen Cánovas, Maeztu y otros discursos de la segunda Restauración, Madrid, Organización Sala, 1976.

13 Eric Hobsbawm: La era del imperio, 1875-1914 (editado en el mismo volumen junto a La era de la revolución, 1789-1848 y La era del capital, 1848-1875), Barcelona, Planeta, 2014, pp. 771.

14 Un estudio clásico, de principios del siglo XX, es el realizado por Benito Pérez Galdós en los Episodios Nacionales, véase Cánovas, Madrid, Historia 16, 1996. Esta obra ha sido analizada por Sacramento Martí Vallbona: Cánovas visto por Galdós, Valencia, Universitat de València (tesis de licenciatura), 1966.

15 Carlos Seco Serrano: Historia del conservadurismo español. Una línea política integradora en el siglo XIX, Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 2000, pp. 257-258.

16 Ibíd., pp. 126-127.

17 Ricardo De la Cierva: La derecha sin remedio (1801-1987). De la prisión de Jovellanos al martirio de Fraga, Barcelona, Plaza y Janés, 1987, pp. 113-115.

18 Ibíd., p. 117.

19 Elena Hernández Sandoica: «En torno a un centenario y su historiografía: la Restauración, la política colonial española y el desastre del 98», en Miguel Ángel Ruiz Carnicer y Carmen Frías Corredor (coords.): Nuevas tendencias historiográficas e historia local en España: actas del II Congreso de Historia Local de Aragón, Huesca, 1999, p. 530.

20 Carlos Dardé: Cánovas y el liberalismo conservador, Madrid, Gota a Gota, 2013, p. 93.

21 Manuel Fraga Iribarne: El pensamiento conservador..., op. cit., pp. 134-135.

22 José Antonio Piqueras: Cánovas y la derecha española. Del magnicidio a los neocon, Barcelona, Ediciones Península, 2008, p. 195.

23 Francisco Sosa Wagner: La construcción del Estado y del derecho administrativo: ideario jurídi-co-político de Posada Herrera, Madrid, Marcial Pons, 2001. Véase asimismo Francisco Sosa Wagner: Herrera Posada: actor y testigo del siglo XX, León, Universidad de León, 2000; Laureano López Rodó: Posada Herrera, político y jurista, Madrid, libro homenaje al profesor José Luis Villar Palasí, 1989; Beatriz Badorrey Martín: «Posada Herrera: Ministro de Gobernación», en Posada Herrera y los orígenes del derecho administrativo español: I Seminario de Historia de la Administración, Madrid, 2001, pp. 101-116.

24 Carta del 24 de julio de 1890, citada en Melchor Fernández Almagro: Cánovas: su vida y su política, Madrid, Tebas, 1972.

25 Pedro Carlos González Cuevas: Historia de las derechas españolas. De la Ilustración hasta nuestros días, Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, 2000, p. 158.

26 Mercedes Cabrera (dir.): Con luz y..., op. cit., 1998, p. 319.

27 Ídem.

28 Esto ya había sido denunciado por el propio Azaña. Para el político alcalaíno, Alfonso XIII, «al llegar a la mayor edad, se vistió de uniforme, se calzó las espuelas, y se puso a gobernar sólo las cosas militares. El ejército fue, por su influjo cada día menos nacional, cada día más palatino». Manuel Azaña: Obras completas, Madrid, Ediciones Giner, 1990, p. 553.

29 Julio Gil Pecharromán: Conservadores subversivos..., 1994, p. 12.

30 Antonio Maura y José Ruiz-Castillo (comps.): Antonio Maura. Treinta y cinco años de vida pública, Madrid, Biblioteca Nueva, 1920, p. 49.

31 María Jesús González Hernández: Ciudadanía y acción: el conservadurismo maurista, 1907-1923, Madrid, Siglo XXI de España, 1990, pp. 22-23.

32 Manuel Villares y Javier Moreno Luzón: Restauración y Dictadura..., op. cit., p. 420.

33 Mercedes Cabrera (dir.): Con luz y taquígrafos..., op. cit., pp. 303-304.

34 Gregorio Marañón: Obras completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1966-1977, vol. IV, pp. 374-375.

35 Calificar el maurismo como partido o como facción es harto complicado. González Hernández le dedica un apartado en su trabajo y establece que, aunque era un grupo organizado con Maura como cabeza espiritual, tenía como objetivo ser «un movimiento o una corriente de opinión». María Jesús González Hernández: Ciudadanía y acción..., op. cit., 1990, pp. 137-138.

36 Mercedes Cabrera (dir.): Con luz y taquígrafos..., op. cit., p. 304.

37 Ídem.

38 María Jesús González Hernández: Ciudadanía y acción..., op. cit., 1990, pp. 128-131.

39 Manuel Villares y Javier Moreno Luzón: Restauración y Dictadura..., op. cit., pp. 378-381.

40 Teresa Carnero: «El lento avance...», op. cit., 2002, p. 182.

41 Pedro Carlos González Cuevas: Historia de las..., op. cit., pp. 231-233. Entre estos jóvenes valores de la política conservadora González Cuevas destaca a Antonio Goicoechea, José Calvo Sotelo, José Félix de Lequerica, Félix de Llanos y Torriglia, Ángel Ossorio y Gallardo, el conde de Vallellano, César Silió, Luis de Galinsoga y Alfredo Serrano Jover.

42 Antonio Goicoechea: La Guerra Europea y las nuevas orientaciones del Derecho Público, Madrid, 1916, pp. 37-38.

43 Citado en Julio Gil Pecharromán: Conservadores subversivos..., op. cit., p. 15.

44 Antonio Goicoechea: La democracia conservadora, Madrid, Talleres tipográficos Stampa, pp. 173-183, recogido en Javier Tusell y Juan Avilés: La derecha española contemporánea. Sus orígenes: el maurismo, Madrid, Espasa Calpe, p. 57.

45 Francisco Romero Salvadó: España, 1914-1918. Entre la guerra y la revolución, Barcelona, Crítica, 2002, p. 153.

46 Eduardo González Calleja: Contrarrevolucionarios. Radicalización violenta de las derechas durante la Segunda República, 1931-1936, Madrid, Alianza Editorial, 2011, pp. 20-21.

47 Véase otra obra del propio Antonio Goicoechea: Política de derechas: orientaciones y juicios, Madrid, Blass, 1922, donde el autor establece un auténtico decálogo de medidas conservadoras para atajar los problemas del Estado. Resulta igualmente interesante Problemas del día: mosaico de conferencias, discursos y artículos, Madrid, Imprenta de El Mentidero, 1916.

48 María Jesús González: «El rey de los conservadores», en Javier Moreno Luzón (ed.): Alfonso XIII. Un político en el trono, Madrid, Marcial Pons, 2003, p. 128.

49 Ibíd., p. 131.

50 Teresa Carnero: «Democratización limitada y deterioro político en España, 1874-1930», en Salvador Forner (coord.): Democracia, elecciones y modernización en Europa. Siglos XIX y XX, Madrid, Cátedra, 1997, pp. 230-231.

51 Ibíd., p. 232.

52 Ídem.

53 Ídem.

54 Ibíd., p. 235.

55 Ibíd., p. 236.

56 Julio López Iñíguez: El nacionalcatolicismo de José Pemartín en la Dictadura de Primo de Rivera, Almería, Círculo Rojo, 2010, p. 89.

57 Alfredo Montoya Melgar: Ideología y lenguaje en las leyes laborales de España: la Dictadura de Primo de Rivera. Discurso leído en la solemne apertura del curso académico 1980-1981, Murcia, Universidad de Murcia, 1980, pp. 13-14.

58 Emile Durkheim: De la división del trabajo social, Buenos Aires, Schapire, 1967, p. 173.

59 Manuel Villares y Javier Moreno Luzón: Restauración y Dictadura..., 2009, pp. 476-477.

60 Véase Eduardo Aunós: Las Corporaciones del trabajo en el estado moderno, Madrid, Juan Ortiz, 1928.

61 Alfredo Montoya Melgar: Ideología y lenguaje..., op. cit., pp. 19-20.

62 De hecho, Ángel Ossorio será el responsable inicial de la disidencia maurista respecto del Partido Conservador en noviembre de 1913. La formación de gobierno por parte de Eduardo Dato fue el motivo por el cual numerosos simpatizantes de Maura se decidieron por esta separación. Entre sus principios encontramos la defensa de la monarquía alfonsina, la descentralización administrativa o una política social de raíz católica.

63 Julio Gil Pecharromán: Conservadores subversivos..., op. cit., 1994, p. 16.

64 González Cuevas nos habla de Félix Llanos y Torriglia, Antonio Ballesteros y Beretta, Melchor Fernández Almagro o el primogénito de Antonio Maura, Gabriel Maura Gamazo. También encontramos a prestigiosos escritores como Jacinto Benavente o Ricardo León.

65 En este sentido, el libro de José Pemartín: Los valores históricos en la Dictadura española, Arte y Ciencia, 1928, es revelador de hasta qué punto el maurismo caló hondo entre los pensadores coetáneos de la dictadura del general Primo de Rivera.

66 Existe una gran cantidad de obras dedicadas a Antonio Maura, aparte de la de Tusell y Avilés. Destaco las de Marcos Sanz Agüero: Antonio Maura, Madrid, Círculo de Amigos de la Historia, 1976; Miguel Maura y José Romero: Así cayó Alfonso XIII: de una Dictadura a otra, Madrid, Marcial Pons Historia, 2007; María Jesús González Hernández: El universo conservador de Antonio Maura: biografía y proyecto de Estado, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007; Javier Tusell: Antonio Maura: una biografía política, Madrid, Alianza Editorial, 1994.

67 Javier Tusell y Juan Avilés: La derecha española..., op. cit., pp. 38-39.

68 Ibíd., p. 161.

69 También Juan Pablo Fusi ha estudiado el ascenso de esta derecha nacionalista «como ideología y movimiento político de oposición radical al sistema liberal y parlamentario, en nombre del Estado, de la nación o del pueblo (o de todos ellos a la vez), y en defensa de principios tradicionales y orgánicos (la comunidad, la raza, la religión, la familia)». Juan Pablo Fusi: «Dictadura y democracia en el siglo XX», Ayer, 28, 1997, p. 19.

70 El propio movimiento maurista ha sido calificado como «la nueva derecha radical, con algunos tintes autoritarios» por Miguel Martorell. Miguel Martorell y Santos Juliá: Manual de historia política y social de España (1808-2011), Barcelona, RBA Libros, 2012, p. 227.

71 Véase Raúl Morodo: Acción Española. Orígenes ideológicos del franquismo, Madrid, Tucar Ediciones, 1980.

72 Para comprender el hecho de la Unión Monárquica Nacional, Josep Puig i Juanico: «Las intrigas de los monárquicos catalanes: la Unión Monárquica Nacional de Alfonso Sala», en Haciendo Historia: homenaje al profesor Carlos Seco, 1989, pp. 481-492.

73 Véase Borja Riquer i Permanyer: Escolta, Espanya: la cuestión catalana en la época liberal, Madrid, Marcial Pons, 2001, y José Álvarez Junco: Mater Dolorosa, Madrid, Taurus, 2001.

74 José Álvarez Junco: Mater Dolorosa..., op. cit., 2001, p. 601.

75 Miguel Maura: Así cayó Alfonso..., op. cit., pp. 98-99.

76 Adolfo Posada: Tratado de derecho político, Granada, Comares, 2003.

77 Carlos Seco Serrano: Militarismo y civilismo en la España contemporánea, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, 1984, p. 306.

78 EL, 18-10-1923.

79 Julio Gil Pecharromán: José María Albiñana y el Partido Nacionalista Español (1930-1937), Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, 2000, p. 36. Precisamente el Partido Nacionalista Español ha sido situado ideológicamente, en uno de los estudios más recientes, «a mitad de camino entre el tradicionalismo histórico centrado en la confesionalidad católica del Estado y la recusación global del sistema liberal-parlamentario», Eduardo González Calleja: Contrarrevolucionarios..., op. cit., p. 132.

80 Ricardo De la Cierva: La derecha sin..., op. cit., p. 180.

81 José Antonio Piqueras: Cánovas y la..., op. cit., pp. 252-253.

82 En el caso de la ciudad de Valencia, en abril de 1923 las autoridades locales estaban preocupadas ante la posibilidad de un atentado contra Alfonso XIII en su visita a la ciudad en mayo con motivo de la festividad de la Virgen de los Desamparados. AMAE, vol. Europe (1918-1929), Espagne, 7. La fecha del informe es 27 de abril de 1923.

83 Gabriel Maura Gamazo: Historia crítica del reinado de don Alfonso XIII durante su menoridad bajo la regencia de su madre doña Maria Cristina de Austria, Barcelona, Montaner y Simón, 1919.

84 Sobre Charles Maurras existe una abundante investigación, desde los clásicos Joseph Vialatoux: La doctrine catholique et l’Ecole de Maurras: etude critique, Lyon, Chronique Sociale, 1927, y Pierre Hericourt: Charles Maurras, escritor político, Madrid, Ateneo de Madrid, 1953. Entre la bibliografía más reciente destacan Bruno Goyet: Charles Maurras, París, Presses de Sciencies Po, 2000, y Stéphane Giocanti: Charles Maurras: el caos y el orden, Barcelona, Acantilado, 2010.

85 Pedro Carlos González Cuevas: «Charles Maurras y España», Hispania: Revista española de Historia, Madrid, 1994, pp. 993-1040. El autor da cuenta de la condena impuesta por el Vaticano al pensador francés en 1926. Para comprobar este extremo, véanse Jacques Prévotat: Los Católicos y la Acción Francesa. Historia de una condena, París, Fayard, 2001; Eugen Weber: Action Française: Royalism and Reaction in Twentieth Century France, Stanford (California), Stanford University Press, 1962. Para estudiar el nacimiento de Acción Francesa, en 1898, por Henri Vaugeois y Maurice Pujo, véase Stéphane Giocanti: Charles Maurras. El..., op. cit., p. 231.

86 El Servicio de Estudios de Banco de España publicó la obra La Banca española en la Restauración, Madrid, 1974, tomo I, donde resaltaba la falta de estudios acerca de este fenómeno así como sus implicaciones políticas.

87 Shlomo Ben-Ami: La Dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930, Barcelona, Planeta, 1983, p. 91.

88 El propio José María Gil Robles establecería posteriormente un paralelismo entre la clase social predominante en la UP y en la CEDA. Véase José María Gil Robles: No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968.

La Unión Patriótica y el Somatén Valencianos (1923-1930)

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