Читать книгу Los irreductibles II - Julio Rilo - Страница 8
II
ОглавлениеKino se preparó para el frío que salía de la Caverna cada vez que se abría la puerta, pero tampoco se sorprendió tanto al notar menos frío del que hacía en la calle aquel viernes de finales de enero. Allí abajo hacía frío, sí, pero no era tan cortante y seco como el de fuera, y allí abajo por suerte no corría el viento. De todas maneras, a él tampoco le molestaba el frío. Lo soportaba mejor que el calor, ya que lo único que hay que hacer para sobrellevar el frío es abrigarse más.
Cuando entró, se sorprendió de que aquel día Isidoro le acompañara adentro, y puso un par de muecas cómicas exagerando su conmoción al verlo caminando a su lado, consiguiendo que a Spiegel le diera la risa cuando los vio a los dos por fin. Raúl estaba a su lado, con la misma cara agria de siempre, e Isidoro se dirigió hacia él.
—Aquí tiene, señor Lázaro —dijo el asistente disimulando su frío. Lo que le entregó fue una tablet transparente.
—Muchas gracias, Isidoro.
—¿Algo más, señor?
—No, Isidoro. Por hoy ya está bien, si quieres puedes irte a casa.
—Gracias, señor Lázaro, pero creo que me quedaré un rato más a revisar las hojas de envíos de los audios de Oslo.
—No corre prisa, tranquilo.
—No es molestia, señor.
—Como quieras —terminó concediendo Raúl con una sonrisa—. Gracias, Isidoro. Te veo luego en el despacho.
—Hasta luego, señor Lázaro.
Y con una breve inclinación de cabeza se fue sin decir nada más, ni siquiera para contestar a Kino quien, con voz pomposa, también se había despedido de él. En cuanto su hermano abrió la boca, la sonrisa desapareció de la cara de Raúl, y esta volvió a estar igual de agria que hacía un rato.
—Qué bien enseñado lo tienes, da gusto —dijo Kino para pinchar.
—Pues sí, da gusto trabajar con él. —A Kino no se le escapó el énfasis que su hermano hizo en la palabra «él»—. Y no lo tengo enseñado, venía aprendido de casa. Procuro rodearme de gente preparada y con la que se pueda trabajar.
—Vaya, gracias. Creo que es lo más bonito que me dices en años.
—Sí, bueno… he dicho que intento rodearme de gente así, no que lo consiga siempre —contestó Raúl, dejando asomar un atisbo de sonrisa en una de las comisuras de sus labios.
Se acercó caminando hasta donde estaba Kino con la tablet transparente y la accionó, con lo que empezaron a aparecer las imágenes de un menú en la superficie vítrea. Pulsó varios botones y la tablet empezó a proyectar los menús hacia arriba en forma de hologramas.
—Pon tu HSB aquí —le dijo Raúl señalando un círculo holográfico que flotaba sobre la pantalla y entre los dos. Kino obedeció extrañado por la petición, y después de un par de segundos con el brazo suspendido encima de la tablet, el círculo se volvió de color verde y se oyó un sonido como de una campanita—. Ya está. Con esto tienes acceso tanto a los niveles inferiores de la torre como a la Caverna.
—Anda. ¿Ya no me va a tener que acompañar Isidoro todos los días? —Raúl negó con la cabeza—. Vaya, qué decepción se va a llevar. ¿No crees que vas a conseguir que se sienta inútil?
—Seguro que se sabe mantener ocupado —intervino Spiegel para prevenir un nuevo pique entre los dos hermanos.
—Bueno, pues ya no soy un visitante, sino un fijo. Es oficial.
—Qué remedio… —dijo Raúl entre dientes—. Oye, Kino, hay otra cosa sobre la que te quería hablar.
—Dime.
—¿Has hablado con alguien de este proyecto?
—¿Quieres decir además de los directivos de Sony con los que me voy de copas todos los jueves? —Raúl no contestó—. No, no se lo he dicho a nadie. Aunque la verdad es que, ahora que lo dices, sí que me han preguntado.
—¿Cuando yo pregunte que quién ha preguntado me vas a decir «el que tengo aquí colgado»? —preguntó Raúl cansinamente.
—No —contestó Kino con una sonrisa y apuntándose mentalmente aquella treta para más adelante—, no, lo digo en serio. Me han preguntado que si tenemos un proyecto nuevo en Industrias Lázaro.
—¿Y tú qué les dijiste?
—Pues que yo no trabajaba aquí.
—Bien.
—Aunque no coló. Sabía que venía aquí todos los viernes.
—Mierda. Pero… ¿de quién me estás hablando?
—Del Jefe. Bueno, el jefe en 5 Minutos, Agustín Ortega.
—¿Ortega? —preguntó extrañado Raúl—. Qué raro… ¿Y qué le dijiste?
—Pues nada. Le contesté con evasivas, pero al final me terminó pillando al ver mis reacciones cuando empezamos a hablar de temas de confidencialidad.
—Umm, o sea, que le confirmaste lo que ya sabía.
—Pues, supongo.
—Vale, no pasa nada. Ortega no tiene ni idea.
—¿De qué?
—De nada. Es una persona bastante básica, y lo único que le importa es conseguir beneficio.
—¿Está en la Junta de Accionistas?
—Sí, pero solo de adorno. Siempre he tenido la sospecha de que las acciones suscritas a él pertenecen en realidad a alguien más. Es decir, que quien le controla intenta conseguir más control sobre Industrias Lázaro por medio de él.
—¿En qué te basas para decir eso?
—Conozco a Ortega. Mucha ambición, pero poca visión. En la Junta de antes de Navidades, gracias a nuestro brillante departamento de contabilidad, fuimos capaces de apaciguar a los tiburones como él que exigían dividendos al presentarles nuestras Cuentas Anuales, por lo que me intriga que muestre interés ahora en nuestro proyecto estrella cuando sus beneficios ya están asegurados. Además, el grupo «Hush» no dispone de un patrimonio lo suficientemente grande como para cubrir su cuota de acciones.
—Vale, entiendo… No sabía que os anduvieseis con estos rollos de espionaje y sospecha. ¿Hay alguien de quien sospeches que controla a Ortega, alguien que ponga la pasta?
—Algún que otro nombre, pero nada tan seguro como para decantarme. De todas maneras, te tengo que pedir que te andes con cuidado con quién hablas y de qué.
—Descuida.
Raúl hizo una pequeña pausa, ya que la contestación de su hermano pequeño le había descuadrado. Por el tono en que la dijo más que nada, y es que por raro que pareciera, cuando Kino dijo «descuida», Raúl no reconoció ni una pizca de burla ni sorna en la voz de su hermano. Algo que no le pasaba en años.
—Em… bien. Eso, ándate con cuidado. Y ten una cosa presente. Si hay alguien por ahí que se pone en contacto contigo para preguntarte sobre la AF01 probablemente sea quien está detrás de esto.
—¿Y cómo lo sabes? —le preguntó Kino.
—Pues porque ya me avisaron de que esto podría pasar.
—Vaya… la trama se pone interesante —intervino Spiegel, que hasta ahora había estado escuchando en silencio.
—Interesante no, mujer —replicó Raúl recuperando su acento gallego que tan pocas veces salía a la luz—. Estresante. —Kino no entendió por qué Spiegel se rio tanto de lo que acababa de decir su hermano—. Bueno, os dejo, ya me contarás, Spiegel. Ten cuidado, Kino.
Y sin más, Raúl salió de la Caverna, muy feliz y satisfecho consigo mismo de haber compartido una referencia a una película que Spiegel había entendido y Kino no1. Las puertas metálicas se cerraron tras él mientras se desabrochaba su chaquetón de piel, y se dirigió en dirección a la habitación del montacargas, mientras las luces del pasillo se iban apagando tras él a medida que las pasaba de largo.
Una vez salió del montacargas a los pisos inferiores de la sede de Industrias Lázaro se dedicó a atravesar los pasillos de I+D lo más rápido que pudo, aunque procurando que tampoco lo pareciese. No le gustaba que sus empleados lo vieran en el ambiente de trabajo, ya que la mitad de ellos se acercaba para estrecharle la mano o hacerle innecesarios updates de sus tareas, y la otra mitad se lo quedaban mirando como si fuera alguien famoso o algo así («que lo eres», dijo una vocecita en su cabeza). En cualquier caso, estaba más que demostrado que su eficiencia disminuía cuando él se encontraba por esos lares, y ese era el motivo por el que solía citar a sus subordinados en su despacho. Menos a Spiegel.
Devolvió cordialmente todos los saludos que enviaron en su dirección y despachó de la manera más educada que pudo a todos aquellos que se le acercaban con ganas de charlar, y antes de que se diera cuenta, ya estaba en el ascensor que lo llevaría hasta el último piso. Hasta su despacho. La cabina se puso suavemente en marcha con su silencio habitual, y Raúl contempló la gris ciudad que se extendía bajo la puesta de sol mientras el ascensor ascendía y él pensaba en todos los asuntos que le turbaban.
Mucha gente le había llamado paranoico todas y cada una de las veces que había promovido el secretismo en las operaciones de Industrias Lázaro, pero es que como su padre bien le había dicho en tantas ocasiones, siempre había filtraciones. Siempre. Y Raúl no pretendía que las hubiese con el último proyecto de su padre, el que Ricardo había dicho que era el más importante de todos los que había llevado a cabo hasta la fecha. Y mira que habían sido unos cuantos.
Raúl pensaba que él sí era capaz de atisbar el potencial que una máquina como la «Ánima Fenestra» podía tener, aunque tampoco estaba plenamente seguro de comprenderlo en su totalidad. Mientras su comprensión fuese suficiente para conseguir sus objetivos, tampoco era que importase demasiado aquello.
Quizás si fuese capaz de comprender la auténtica magnitud del proyecto AF01 no le hubiese inquietado tanto lo que le acababa de contar su hermano, pero Raúl se temió desde el principio que ninguna otra persona que no fuese Ricardo Lázaro sería capaz de comprenderlo. Ni siquiera Spiegel, y aquello ya eran palabras mayores. Había que seguir trabajando para ver si aquello era cierto o no, pero tanto misterio y secretismo por parte de Ricardo les había dificultado, y todavía les dificultaba bastante, la tarea.
Hacía algo más de un año, cuando su padre se apartó definitivamente de la empresa pocos meses antes de morir, había ido a hablar con él a su despacho una mañana soleada para charlar de todo un poco. Aquella mañana su anciano padre parecía estar de bastante buen humor, ya que por fin había terminado de plasmar su memoria y su consciencia en la AF01. Aquella había sido una tarea extenuante tanto para él como para Spiegel, y ambos le habían dedicado muchísimas horas quedándose a trabajar hasta tarde la mayoría de los días durante los últimos meses. A Raúl le hubiese gustado ayudar, pero su desconocimiento en la materia se lo impidió. No obstante, fue desde que su padre y Spiegel comenzaron a trabajar en la máquina a tiempo completo cuando Raúl comenzó a cobrar auténtico protagonismo dentro de la empresa y a ejercer de pleno derecho como presidente de Industrias Lázaro en respuesta a las ausencias cada vez más habituales y definitivas de Ricardo.
Aquel día, después de contestar a todas las preguntas que su padre le hizo sobre cómo estaban su marido y sus hijos, terminaron hablando del futuro incierto de Industrias Lázaro. Algo que evidentemente derivó en hablar sobre la AF01. Aunque ahora que Raúl lo pensaba, mientras el ascensor seguía subiendo, por aquella época su padre todavía se refería al proyecto como MV3.0. Raúl sonrió imaginando el posible significado de aquellas siglas. Otro secreto que su padre se había llevado a la tumba.
—Verás, Raúl —había empezado a decir Ricardo con su ajada voz—, no pretendo meterte miedo y desde luego no deseo que te eches atrás. Pero debes de tener cuidado con este proyecto. Hay fuerzas en marcha, hijo, que se escapan a nuestro control.
—¿A qué te refieres? —preguntó distraído Raúl sin echar mucha cuenta, más bien por darle a su padre el gusto de que le siguieran la corriente.
—Un poder en la sombra, por así decirlo. Hay gente que tiene su interés puesto en esta máquina. Y no deberíamos dejar que se hiciesen con ella.
—¿Por qué?
—Porque la máquina tiene un potencial enorme para convertirse en una herramienta fundamental para dicha mano negra.
—Pero ¿cómo va a tener nadie su interés puesto en la máquina si los únicos que sabemos que existe somos Spiegel, tú y yo?
—Como te decía, hijo, fuerzas que escapan a nuestro control —dijo Ricardo con una enigmática sonrisa como única réplica a su hijo. Raúl suspiró, no le molestaba la teatralidad deliberada de su padre, pero tampoco era algo nuevo, precisamente—. Hazme caso, Raúl. El secretismo es fundamental… qué digo fundamental: ¡De vital importancia! De vital importancia para que no se vaya todo a la mierda. No podemos permitir ningún rumor, ningún informe, ninguna filtración, la construcción de la MV3.0 debe de ser un secreto absoluto. El problema es que, como bien dice el refrán, la única manera de que tres personas guarden un secreto es con dos de ellas muertas.
—Está bien, papá, no te preocupes por eso —dijo Raúl intentando quitarle hierro al asunto.
—Grábate a fuego mis palabras, Raúl. En el momento en el que comencemos a hacer avances con la máquina y a establecer las bases para un mapa de los recuerdos, en ese momento y no antes, verás que hay gente que estará intentando descubrir nuestros secretos —vaticinó Ricardo.
—¿Y cómo sabes que esa profecía se cumplirá? —preguntó Raúl con una sonrisa burlona.
—Porque ya me conozco cómo va esto. Recuerda mis palabras, Raúl. Esto es de vital importancia. Si alguien que no somos nosotros se hiciese con esta máquina, las consecuencias podrían ser desastrosas, realmente funestas. No podemos permitirlo. Antes habría que destruirla.
—Bueno, no te preocupes. No dejaremos que eso pase. No después de todo el tiempo y recursos que hemos invertido en la máquina que se supone que nos salvará de la bancarrota.
—Raúl. Prioridades. Antes de que alguien se haga con los datos de la investigación, destruirás la máquina. Prométemelo.
Raúl dejó pasar un rato largo en el que le dio tiempo a respirar profundamente dos veces, y aunque se pensó mucho la respuesta, esta tampoco le convenció demasiado cuando se oyó a sí mismo pronunciar las palabras en voz alta:
—Vale. Te lo prometo. Aunque también te prometo que no dejaré que lleguemos a eso.
—Es suficiente —contestó Ricardo complacido.
Después de prometerle a Ricardo esto último, su padre le dijo a Raúl que lo próximo que tenían que hacer para establecer una conexión neuronal y trazar un mapa de la memoria con sus recuerdos era contactar con Kino. Y aquello sí que no.
Raúl se negó en redondo a aquello por motivos más que obvios. Al menos para él. Y eso fue lo que retrasó el avance con la AF01. Aquel fue el motivo por el que su padre jamás podría ver funcionar su último invento. Durante meses estuvieron buscando alternativas para no tener que llamar a Kino, pero al estar tanto tiempo dando vueltas en círculo y sin hacer ningún avance, finalmente Raúl tuvo que ceder ante la insistencia de Spiegel y se puso en contacto con su hermano, una vez que su padre ya estaba enterrado. Debería haberlo hecho antes, y lo sabía. Pero hacía años que no podía ni ver a Kino.
Por suerte, por aquellos días ya se le estaba empezando a pasar. Los avances que habían hecho en el último mes eran más de lo que él esperaba conseguir en un principio, y hacía que valiera la pena el tener que verle una vez a la semana. De hecho, la predisposición que Kino acababa de mostrar en la Caverna a ayudarle le había sorprendido de una manera muy grata. ¿Sería posible que las cosas entre ellos pudieran cambiar? Y lo más importante, ¿sería verdad que Kino era realmente necesario para el avance del proyecto?
Cuando su padre se lo dijo, Raúl se enfadó e inmediatamente achacó semejante petición por parte de Ricardo al deseo de un padre anciano de reconciliarse con el hijo pródigo. Pero ahora, que aún era tan pronto y ya empezaban a poder trasladar los datos a archivos con audio y vídeo de manera que más adelante los podría revisitar cualquiera, estaba dispuesto a admitir que Kino estaba haciendo un buen trabajo. De haberlo sabido, Raúl no habría desperdiciado tanto tiempo buscando lo que él erróneamente había llamado en su día «una solución más viable».
Además, fue gracias a su hermano que acababa de confirmar la profecía de su padre, ya que fue Kino quien le confirmó sus peores sospechas: por ahí había alguien que ya sabía de la existencia de la AF01.
Era una sensación que había tenido desde poco después de contactar con Kino al principio, pero que se manifestó de manera evidente por primera vez en la última Junta de Accionistas de diciembre. Al poco de empezar y antes siquiera de meterse en materia propiamente dicha, fueron varios de los asistentes los que preguntaron a Raúl acerca de las novedades que pensaba lanzar Industrias Lázaro la próxima temporada. A lo que él respondió comenzando con los pitch de todas las senseries que estaban programadas para el 2040, así como todas las que tenían pensado empezar a producir para la próxima temporada basándose en los modelos estadísticos de las preferencias de los usuarios.
Pero aquello no fue suficiente para aplacar la curiosidad de los accionistas más representativos, y le siguieron preguntando si no tenía alguna novedad en la que estuviesen trabajando. Ahí Raúl se olió algo raro, pero no perdió la compostura, y empezó a hablar de estrategias de marketing y de nuevas líneas de accesorios electrónicos y apps para las HSB y las mind-mallows. Pero aquello tampoco fue suficiente.
Los accionistas siguieron presionando a Raúl, pero este se mantuvo firme y no soltó prenda, llegando incluso a hacerse el tonto. Desde aquel día a Raúl le costaba conciliar el sueño, pues hasta entonces nunca había llegado a pensar seriamente que lo que su padre le había dicho que pasaría llegase a ocurrir realmente.
Pero tampoco cedió ante el pánico. Se dijo a sí mismo que ese tipo de actitud era normal en ese tipo de juntas, y que el motivo por el que estaban más agresivos de lo habitual era porque la empresa no pasaba precisamente por su mejor momento. Pero que Agustín Ortega le preguntase directamente a Kino… eso no se podía obviar. De alguna manera, alguien sabía algo. Y había que averiguar cómo había sido eso posible.
Hubiese sido algo muy extraño que el director de una revista como 5 Minutos supiese algo sobre un proyecto secreto de una empresa como Industrias Lázaro, aunque siempre hubiese estado presente la pequeña y remota posibilidad de que pretendiesen hacer algún trabajo periodístico de verdad con investigación y todo. Aunque fuese uno al año.
Habría pasado por alto las preguntas de la Junta de no ser por la reunión a la que fue el 24 de diciembre al Ayuntamiento. Más que reunión aquello fue una fiesta, y más que Nochebuena aquello parecía Sodoma y Gomorra, pues tal era la altura moral de los máximos dirigentes políticos de la capital y de los empresarios de más peso, que casualmente solían ser los unos cercanos amigos de los otros. Raúl detestaba aquel tipo de convenciones de puteros cocainómanos, y le encabronaba mucho que por culpa de tener que hacer presencia en actos sociales como aquel le privasen de pasar unas vacaciones con su familia. Pero algo pasó durante aquella fiesta que lo sacó de su mala leche.
Mientras calculaba cuántos meses hacía que no iba a visitar a su madre, se le acercó el presidente de la Red de Transportes Nacional, Sergio Heredia. Y en medio de un intento incoherente de conversación etílica, se le escapó que tenía muchas ganas de ver cuál era aquel nuevo proyecto secreto en el que estaban trabajando.
Eso fue suficiente para que Raúl se quedara con la mosca detrás de la oreja de ahí en adelante, y por eso también fue que ya llevaba unas semanas pensando en si investigar algo por su cuenta o no. Finalmente decidió que no le valía la pena intentar sonsacarles información a aquellos que pretendían sacárselo a él, ya que los alertaría. Pero lo que se dio cuenta de que podía hacer para confirmar sus sospechas, y que finalmente hizo, fue preguntar a Spiegel y Kino si alguien se les había aproximado buscando información. Por suerte, Spiegel era una persona muy antisocial y muy pocas veces hablaba de trabajo fuera de su puesto, y menos aún con desconocidos. Pero por medio de su hermano fue que se terminaron confirmando sus temores.
Lo de la Junta podría haber sido algo normal, lo de la fiesta de Nochebuena podría haber sido un borracho intentando crear conversación, pero también lo de Agustín Ortega preguntando después de no haber abierto la boca en la Junta ya era demasiado. Demasiadas coincidencias, mucha gente aparentemente inconexa preguntando por lo mismo, preguntando por algo que se suponía que ni siquiera debían de conocer. Allí pasaba algo, y Raúl tenía la intención de averiguar el qué.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Raúl salió de él caminando lentamente y con las manos en los bolsillos. Su mirada, fija en la moqueta del suelo, no reparó en su asistente hasta que estuvo a muy poca distancia de su mesita. Fue ahí cuando vio que Isidoro intentaba tímidamente llamar su atención pero sin atreverse a distraerlo de su ensimismamiento.
—¿Ocurre algo, Isidoro?
—Disculpe, señor Lázaro. Me ha llegado un recado para usted.
—¿De quién?
—Del señor Sampere.
—No me digas… —dijo Raúl alzando las cejas sorprendido.
Y así, de repente, en su cabeza se dibujó la conexión que aclaraba todos los problemas que lo atribulaban y en los que venía pensando.
—¿Cuál es el recado, Isidoro?
—Me ha solicitado que le comunique cuándo tiene usted un hueco en su agenda. Al señor Sampere le interesa reunirse con usted, señor Lázaro.
—Vaya, vaya. Por casualidad no te habrá dicho para qué, ¿verdad?
—No, señor Lázaro.
«Por supuesto que no —pensó Raúl—, pero tampoco hacía falta mucha imaginación para adivinar el motivo».
—Muy bien —dijo Raúl—, revisa mi agenda y la primera tarde de la semana que viene en la que no tenga algún compromiso ineludible quiero verlo. A ver si es posible.
—De acuerdo, señor Lázaro. ¿Tiene alguna idea de por qué pretende reunirse con usted el ministro del Interior?
—Pues sí, Isidoro —contestó Raúl con una sonrisa—, lo cierto es que me hago una idea. Aunque me gustaría más oírlo de su propia boca, la verdad.
____________
1 Airbag.