Читать книгу De amores, pasiones y traiciones - Karina Colopera - Страница 15

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Camila entró en el aula de la clase del Dr. Gandía corriendo como siempre, preocupada porque estaba llegando tarde, pero también pensando en su hija pequeña, que estaba al cuidado de su madre.

Camila trabajaba y estaba terminando la carrera de Administración de Empresas. Tenía un pacto con su madre, que le había dicho:

—Yo te cuido a la niña, pero termina los estudios este año, por favor.

Así que cada minuto contaba y había que aprovecharlo.

Lo vio por primera vez durante esa clase. No le impactó particularmente, pero reconoció que tenía un no sé qué que la atraía. Gastón no era muy alto ni muy guapo, pero tenía esa actitud de los ganadores, de los que nacieron para llevarse el mundo por delante.

No es que ella anduviera mirando hombres por toda la facultad. Además, estaba casada, aunque había algunos problemas en su matrimonio (o tal vez ella sola los tenía, porque su marido parecía no enterarse). Lamentablemente, no siempre ser dos significa ser pareja, ni ser pareja significa ser compañeros.

Camila estaba cansada de ocuparse siempre de todo y de sentir que al final parecía una madre soltera o divorciada, siempre sola con su hija, incluso cuando iban al parque o a hacer la compra.

Su marido era un buen tipo, pero demasiado cómodo y egoísta. Digamos que su prioridad era él mismo. Primero, terminar sus ejercicios de entrenamiento diario (era un deportista) y después, ayudar con la niña. Primero, terminar su café antes de que se enfriase y después, preguntarle a ella si necesitaba colaboración.

Y como si su infinita comodidad no fuera suficiente, Camila siempre tenía que escucharlo decir la misma frase:

—¿Necesitas ayuda? —Ayuda…

Y cada vez que esto ocurría, ella, apretando los labios, se preguntaba en qué siglo estaban y se decía a sí misma: «¡Dios mío! No entiendo por qué siempre se da por hecho que los niños y la casa son de exclusiva responsabilidad de la mujer. Claro, pobrecito, el hombre solo colabora y, encima, hay que agradecérselo». Eso verdaderamente la exasperaba.

Gastón también estaba casado y tenía una niña de la misma edad que la de Camila. Nunca estuvo enamorado de su esposa. La quería, claro, pero no la amaba. Estaban juntos desde la adolescencia en circunstancias un poco particulares. En aquel tiempo, la mamá de Gastón, que era viuda, había formado una nueva pareja que la presionó para cambiar de ciudad. Como Gastón no quería ir con ellos, los padres de su noviecita del cole se ofrecieron a alojarlo hasta que terminaran las clases para que él no tuviese que cambiar de escuela.

Lo que debería haber durado unos meses terminó durando años, y al final Gastón se casó con aquella noviecita un poco por costumbre y otro poco por gratitud.

Tanto Camila como Gastón querían mucho a sus parejas, pero ya no había pasión, y eran demasiado jóvenes para vivir sin ese maravilloso sentimiento que nos recarga de energía, nos llena de adrenalina y nos empuja a tener proyectos y ganas de seguir adelante cada día. Tal vez por esto es que fue casi inevitable que sus vidas se entrelazaran.

Fue en una nueva clase del Dr. Gandía que se sentaron juntos. No era la primera vez que compartían banco y que charlaban. Camila de pronto soltó una frase espontánea, tonta e infantil, pero que no pudo ni quiso contener. Fue, como normalmente se dice, algo así como pensar en voz alta:

—Qué bien te queda esa camisa.

Él sonrió y la charla fue tomando otro matiz. Para el final de la clase, no tenían muy claro cuál había sido el argumento de la misma, porque la verdad es que lo único que querían era salir del aula e ir a tomar un café para hablar fuera del contexto universitario. Les costó encontrar un bar tranquilo, porque era el día de San Valentín y todas las parejitas salían a festejar. Finalmente se sentaron en uno pequeño dentro de un paseo comercial algo alejado. Era íntimo, perfecto.

Nunca habían tenido la intención de traicionar a sus parejas, de convertirse en los infieles, pero en el mismo instante en el que atravesaron la puerta de salida del edificio en donde estudiaban, supieron que ya no había vuelta atrás. Se sintieron infieles ambos desde ese preciso momento, aun antes del beso que se dieron en el coche.

Gastón muchas veces la llevaba en su coche hasta la parada del autobús y aquella vez, después del café, no fue la excepción, aunque fue muy diferente. Estaban nerviosos, emocionados, excitados, asustados, ¡todo junto!

Se dieron un beso sin saber cómo iba a continuar todo. Por primera vez en sus vidas se estaban dejando llevar por un sentimiento que era tan fuerte y salvaje que hubieran querido hacer el amor en el asiento del coche. Esa pasión era lo que no tenían en sus matrimonios y fue la culpable de su traición.

Todo pasaba muy rápido y era complicado: las salidas programadas a escondidas, que había que organizar muy bien porque eran principios de los 90, sin mensajes de texto en los teléfonos móviles y, por lo tanto, un malentendido significaba también un desencuentro; disimular la casi evidente intimidad desbordante cuando estaban en las clases, ya que tenían muchos amigos dentro de la facultad, por lo que no era conveniente que los vieran demasiado en confianza. .

Los fines de semana no podían verse porque no iban a la facultad y no tenían excusa para sus encuentros, así que se les hacían eternos. Sin posibilidad de mensajearse, solo podían hacer alguna llamada furtiva hasta que por fin llegaba el lunes.

Durante la semana alternaban las clases con algún café, o una cena, o una salida más íntima en hoteles transitorios que siempre sentían poco dignos de su amor.

Camila nunca sabrá lo que Gastón sentía realmente, pero ella se enamoró con todo su corazón y empezó a sentir culpa de ese amor. Una culpa que la perseguía a diario y de la que ya había hablado con él. Se sentía en falta con su marido y hasta con su hija.

Decidió que iba a volver a hablar del tema con Gastón esa misma tarde en la facultad, pero esta vez para pedirle tomar una decisión respecto a cómo continuar, porque de esa forma ella ya no quería hacerlo.

De todos modos, ya había pensado en separarse de su marido. No concebía seguir en una relación sin amor y, obviamente, si había sido capaz de traicionarlo, era porque ya no lo amaba.

Para su sorpresa, esa tarde quien le pidió hablar apenas la vio fue Gastón. Había mucha gente por los pasillos de la facultad y no era un lugar tranquilo, así que decidieron salir y dar una vuelta con el coche. Pararon en un lugar alejado y algo oscuro y así, sin preámbulos, él dijo:

—Mira, no podemos seguir así. Yo no amo a mi mujer y tú no amas a tu marido. No tiene sentido ser infieles y vivir nuestro amor como vulgares amantes. Separémonos de ellos y vivamos nuestra relación libremente.

Ella sintió que el corazón se le salía del pecho, que era un hombre de verdad, de esos con todas las letras, y que lo amaba más que nunca. Estaba tan emocionada que no lo dejó terminar y lo interrumpió con la intención de decirle que ella pensaba exactamente como él, que había pensado en decírselo también. Por un instante pensó que era el inicio de una historia de amor de esas con las que una mujer siempre sueña, hasta que Gastón agregó:

—Pero, obviamente, una vez separados nos vamos a vivir juntos enseguida. Yo no tengo diecisiete años para hacer de noviecito. Yo quiero arreglar todo enseguida e incluso pedir la custodia de mi hija, blablablá…

Él siguió hablando, aunque Camila dejó de escuchar. Ni un minuto había durado aquel hombre ideal, que de pronto se había convertido en una especie de arrogante, egoísta y exigente como no lo había visto hasta ahora. ¿De qué hablaba? ¿Cómo que irse a vivir juntos enseguida? ¿Por qué quería la custodia de su hija? En definitiva, su esposa era una buena madre. ¿Qué clase de egoísta era él? ¿No pensaba en las niñas? Debían adaptarse a la situación, que sin duda les afectaría. ¿No pensaba en el resto de la familia? ¿Qué apuro había? Él y Camila se amaban, sí, pero tenían que conocerse y tiempo había de sobra, eran jóvenes y con una vida por delante.

Ella le manifestó todo lo que estaba pensando, tratando de disimular su decepción (había hecho conjeturas demasiado rápido y con expectativas demasiado altas).

Aunque parezca mentira, él, en cierto modo, esperaba esa reacción de parte de Camila. No se mostró tan sorprendido ni enfadado como supuestamente debería haber estado, sino todo lo contrario. Mostrándose comprensivo le dijo:

—Está bien, pero entonces dame un tiempo. No puedo separarme ya si no tengo la certeza de que, inmediatamente, vamos a vivir juntos. Entiendo tu postura, pero entonces hagamos todo con más calma, tomémonos unos meses y vamos resolviendo de a poco.

Camila estaba confundida. ¿Al final, entonces, él qué quería? Su reacción la hacía sentir aliviada, sí, pero también desconcertada.

Años después entendería que él la conocía mejor de lo que ella pensaba y que todo aquello había sido meticulosamente planeado. Él era un gran manipulador. Sabía desde el inicio que ella nunca hubiera aceptado que se fueran a vivir juntos enseguida y por eso se lo dijo, para manipulary controlar la situación. En realidad, nunca había tenido la intención de separarse.

La hora de la primera clase había pasado volando y decidieron no entrar a la próxima lección. Él la llevó como siempre a la parada del autobús y se despidieron con un beso que no tenía el sabor de siempre, sino uno un poco amargo, incierto.

Durante todo el viaje de regreso, ella lloró en silencio. Pensaba que era mejor desahogar su angustia antes de pasar a recoger a su hija, que estaba en casa de su madre. Es que su madre siempre se daba cuenta de todo; de hecho, ya estaba sospechando algo y se lo había preguntado:

—¿En qué andas? ¿Está todo bien? Te noto extraña… Las madres siempre intuyen.

¡Lo amaba tanto! No sabía cómo interpretar lo que acababa de pasar. No le había gustado esa forma arrogante y exigente con la que le había hablado, ni tampoco que se mostrara tan decidido para al final después retroceder y decirle que entonces no se separaría ahora, sino en unos meses y de a poco.

¿Cómo se separa uno de a poco? Será que Camila era muy determinante cuando se proponía algo, pero ese «en unos meses y de a poco» no lo entendía.

Se preguntaba si no hubiera sido mejor aceptar la propuesta de él, aunque le pareciera una locura; y entre pensamientos e hipótesis llegó a una sola y clara conclusión: se separaría. Más allá de cómo continuaría su historia con Gastón, ella se separaría.

Llegó a lo de su madre, recogió a su hija y se fueron juntas a su casa. A veces su marido pasaba a buscarla por la casa de su madre, pero ese día no, ese día él llegaba un poco más tarde del trabajo y habían acordado encontrarse directamente en la casa para cenar todos juntos.

Después de la cena y de que se durmiera la niña, ella le habló. No quería esperar un día más. Y sin pensarlo y como si las palabras se salieran solas de su boca le dijo todo:

—Me quiero separar. Te fui infiel, pero no es por eso por lo que me quiero separar, sino porque ya no te amo. Te engañé y lo siento, te lo juro, pero si lo hice es precisamente porque ya no te amo. No sirve como excusa, pero es la verdad.

Él estaba dolido, pero no sorprendido. A pesar de ser un tanto egoísta, era un buen tipo y no era estúpido, lo sospechaba desde hacía un tiempo. Camila era demasiado transparente para disimular sentimientos y su marido la veía enamorada últimamente y sabía muy bien que no era de él.

Camila se puso a llorar, pedía perdón y repetía que lo mejor era separarse. En ese momento su marido, uno de los tipos más tranquilos del mundo, se enfureció, la tomó por el cuello y literalmente la levantó y la puso contra la pared mientras la seguía sosteniendo por el cuello. Los pies de ella quedaron elevados a centímetros del suelo. Ella se sorprendió, pero no tuvo miedo en ningún momento. Le concedió esa reacción sabiendo que él jamás le haría daño. Y no se equivocó: después de un minuto, él la soltó y también lloró.

Los dos lloraban, pero pensando en la niña trataban de contenerse y de no gritar. Ella hubiera preferido verlo enfadado y no sufriendo de esa forma. Él le repetía una y otra vez:

—Tú, justo tú, la persona de la que menos uno lo esperaría, la mujer que siempre ha enarbolado la bandera de la fidelidad. ¿Justamente tú?

Se tomaba la cabeza y lloraba como un niño. Después empezó a culparse y a decir que era su culpa por haberla descuidado, por no ocuparse como era debido de ella y de la niña.

Cada palabra de él era como puñaladas para Camila, la hacía sentir el ser más horrible del planeta. Qué incoherente era todo. Sentirse horrible por haberse enamorado no suena lógico, pero en esas circunstancias lo era.

Después de un rato, él se calmó y fue al dormitorio.Volvió con un bolso con ropa y le dijo que se iba y que volvería por el resto de sus cosas el fin de semana. En definitiva, esa casa era de los padres de ella y casi todo lo que allí estaba también, así que era fácil la división de bienes.

Cuando él se fue, ella se quedó triste y llena de culpa, pero sintiendo un alivio enorme.

Gastón tomó la noticia como algo lógico, como si fuese lo que correspondía, aunque, por supuesto, solo por parte de Camila, ya que él necesitaba unos meses, como ya había dicho.

Y los meses pasaron y pasó un año que se hizo cuesta arriba para ella. No era fácil ser vista por toda la familia como la infiel que había destruido un matrimonio. A nadie se le ocurría pensar por lo que ella estaba pasando, lo que había sentido y soportado. A nadie le interesaba analizar las circunstancias por las que se llega a una infidelidad, o sentir un poco de empatía o compasión. No, claro que no. Era más fácil juzgar.

Además de aquellas miradas acusadoras de su familia, debía soportar también todas las desventajas de ser «la otra»: tenía que responder a las indirectas de su ex y lidiar con la economía, porque no es fácil para una mamá separada llevar adelante una casa cuando la cuota alimentaria es poca y el trabajo no alcanza.

Para Gastón, por el contrario, era todo fácil: él tenía su familia bien constituida frente a la sociedad, una buena situación económica y, cuando podía organizarse, hacía sus visitas a Camila y gozaba de los momentos que ella le brindaba como mujer enamorada que atesoraba y estiraba cada minuto que él, de sobra, le daba.

No era una situación justa ni pareja. Pero a veces el amor nos ciega, nos anestesia y solemos soportar injusticias en su nombre.

Cada vez que Camila le recordaba que el tiempo estaba pasando, él respondía enseguida reprochándole:

—Si hubieses aceptado mi propuesta aquella tarde en la facultad, ya estaríamos juntos. En cambio, ahora se ha complicado la situación con la niña, que empieza la escuela. Necesito tiempo, unos meses más.

Excusas, excusas y más excusas. Ella lo sabía muy bien, pero estaba tan enamorada que no le importaba y estaba convencida de que tarde o temprano él se iba a separar y estarían juntos y felices comiendo perdices.

Pasó otro año y ya iban dos siendo «la otra», y extrañamente todo se fue convirtiendo en normalidad. Las visitas de él a las corridas. A veces, con más tiempo, hasta cenaban o almorzaban juntos con la niña de ella, que pensaba que era un amigo que iba a estudiar para los últimos exámenes. Se habían retrasado un poco, pero al fin ese año terminarían la carrera. Camila estaba segura de que al terminar la facultad llegaría su momento y él le daría por fin la noticia de que se había separado.

Pero no. No solo no se fue de su casa, ¡sino que la estaba agrandando! Empezó a refaccionarla y se lo contaba a Camila, diciéndole que como la casa era de él, el día que se separara y su esposa se fuera todo les quedaría a ellos. Camila sabía que no era así, que toda la situación era absurda. Él no respetaba ni a ella ni a su esposa. Sin embargo, no podía zafarse, estaba como enmarañada en una relación que la denigraba convenciéndose de que eso era amor.

Y pasaron tres años. Él era un maestro para inventar excusas, tanto a una como a la otra, e increíblemente las dos se las bebían.

En ese tiempo, Camila y Gastón trabajaban cada uno de manera independiente, aunque Gastón estaba mucho mejor posicionado porque tenía un segundo trabajo dentro de un banco, y fue gracias a eso que consiguió varios clientes contables que hacía en sociedad con ella. A Camila este gesto le había devuelto en parte la confianza en él, porque iban juntos al banco, él le presentaba a sus colegas e incluso le presentó a su hermano. Todo esto le hizo creer que esos tres años no habían pasado en vano y que pronto se regularizaría su situación.

Cada tanto, viajaban juntos por trabajo y ella fingía que eran un matrimonio feliz, pero esos viajes no duraban más de tres días. Entonces había que volver a la realidad.

Y pasaron cuatro años, y fue por uno de aquellos viajes por lo que Camila abrió los ojos finalmente. Él estaba acostumbrado a que siempre las dos le creyeran todo, por lo que las subestimó demasiado. Planificó un nuevo viaje de trabajo, pero con menos cuidado que los anteriores. Su esposa sospechó y lo presionó, le pidió ir con él para que le demostrase que no iba nadie más. Él, cobarde, aceptó.

A Camila la llamó unos días antes para decirle que no era necesario que ella fuera, que el banco lo mandaba solo a él, pero Camila esta vez no le creyó y también lo presionó. Finalmente, Gastón tuvo que reconocer que su esposa lo acompañaría, aunque se excusó como siempre, diciendo que él no sabía nada porque el pasaje aéreo lo había comprado ella como para sorprenderlo… y más de las mismas mentiras.

Camila tenía su corazón destrozado, pero sobre todo su orgullo. Era increíble cómo él lograba siempre hacerla sentir tan insignificante. El mismo hombre que en algún momento la había hecho volar ahora la bajaba de un hondazo.

Gastón fue y volvió de ese viaje, pero se quedó poco tiempo. Resulta que el banco le había ofrecido un ascenso y un traslado por unos meses a la misma ciudad a la que iban tan seguido él y Camila.

Llamó a Camila varias veces, pero ella no quiso responderle los llamados ni preguntarle si se mudaría solo o con su esposa, porque ya no le interesaba. No quería saber nada de nada.

Poco después del traslado de Gastón, ella fue al ban-co, como siempre hacía, a cobrar unos trabajos que había terminado. La ponía nerviosa entrar y que todos la vieran. Los empleados del banco, entre los que se encontraba el hermano de Gastón, sabían muy bien la relación que ellos habían tenido. Tenía miedo de sentirse observada o juzgada como la ingenua amante, sobre todo porque no se lo merecía. En definitiva, su único pecado había sido entregar ciegamente su corazón.

Tomó coraje y entró. Se sorprendió al darse cuenta de que nadie la miraba mal, sino que, por el contrario, la saludaban amablemente. Una o dos personas le preguntaron si sabía lo del traslado de Gastón y que él por unos meses no estaría en esas oficinas. Los demás no tenían necesidad de preguntar nada. Es más, hubiesen estado en condiciones de responder a preguntas que, de todas formas, Camila no tenía intención de hacer. Era raro estar ahí sin él. Se sintió triste y angustiada. Ese era un contexto en donde ella había sido feliz y libre de vivir su relación.

Recorrió los pasillos hasta el despacho de la persona que solía hacer los pagos. Recordó las veces que lo había hecho junto a Gastón y la forma en la que ambos siempre sonreían. Llegó frente a la puerta de la secretaría, se despidió de sus pensamientos y saludó a la empleada. Sin salir de su asombro, descubrió que Gastón era tan poderoso en sus manipulaciones que ni siquiera estando lejos dejaba de perjudicarla.

Resultó que no le podían pagar si él antes no autorizaba dichos pagos. La empleada que tenía que entregarle el cheque (en aquella época se cobraba generalmente con cheques que recibías en mano, nada de cuentas online y transferencias) le dijo:

—Espero que me disculpe, pero no puedo pagarle. El señor Gastón dejó expresas instrucciones de que para recibir sus honorarios antes debe llamarlo a él y rendirle cuenta de lo actuado, y después será él mismo el que me dará la autorización para que le paguemos.

Ella comprendió todo inmediatamente. Era el último desesperado intento de manipulación de parte de él, que, sabiendo de su necesidad económica, pretendía sobornarla obligándola a llamarlo para poder cobrar sus honorarios.

Estaba segura de que incluso él había planificado todo desde el primer momento en el que le propuso ser socios con los trabajos del banco, solo con el fin de preparar el terreno y seguir teniendo el control de la relación si alguna vez ella lo dejaba.

Pero una vez más la había subestimado. Ella lo llamó, sí, para decirle que sería la última vez y que mejor le pagara hasta el último centavo si no quería que todos se enterasen de la verdad.

Fue en serio la última vez. Su dignidad valía más que cualquier trabajo. Después de aquel día, Camila rompió los vínculos laborales con el banco y siguió trabajando solo con sus clientes y también como profesora en la facultad, la misma en la que lo había conocido.

Le costó recuperarse. Después de varios años y un par de nuevos fracasos sentimentales cargados sobre los hombros, por fin encontró estabilidad con un hombre merecedor de su amor.

Se repetía continuamente que darse siempre otra oportunidad para amar vale la pena, la alegría y el esfuerzo. Vencer los miedos es posible.

No supo más de él hasta una vez que recibió un correo electrónico que decía: «Hoy se cumplen diecisiete años del día más feliz de mi vida». Reconoció enseguida que era de Gastón porque el correo tenía su nombre, pero se sorprendió muchísimo.

No sintió ningún sentimiento negativo y hasta le hizo un poco de gracia y sintió curiosidad, porque no recordaba qué podía haber pasado exactamente hacía diecisiete años.

Pensó y pensó hasta que advirtió qué día era: 14 de febrero. Habían pasado diecisiete años desde aquella clase en la que ella elogió su camisa. Hizo memoria y recordó incluso el nombre del profesor: Dr. Gandía. Y los recuerdos empezaron a agolparse en su mente. Recordó cuánto anduvieron hasta encontrar un barcito con una mesa libre, el beso en el coche…, todo.

Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero a lo mejor no es así. Cerró los ojos y trató de atesorar por un instante solo los bellos momentos, sin pensar en lo mentiroso y manipulador que él era, y luego le escribió con los ojos brillosos, con el corazón en la mano, pero nunca lo envió. Tal vez pensó que la indiferencia era la mejor respuesta o, al menos, la que él merecía.

Gastón:

Quiero pensar solo en los bellos momentos, me lo propongo y lo logro. Cierro los ojos y me acuerdo de aquel día en el que me dedicaste el tema «Wonderful Tonight».

Yo no sabía nada de inglés y apenas entendí el título. Eran los 90, no había buscadores rápidos en la red ni teníamos teléfonos con Internet. Llamé a una amiga que sí hablaba inglés y me tradujo la letra.Yo estaba feliz, no sé si tomaste conciencia de lo que habías provocado en mi corazón, que ya venía herido.

Es increíble cómo la música marca nuestras vidas y convierte en inmortales ciertos períodos. Esta canción tiene ese poder con nuestra relación. Cada vez que la escucho, no puedo evitar llorar de amor y de dolor, y no entiendo si esos sentimientos son reales o provocados por algún lejano recuerdo.

Siento tu perfume junto a cada acorde, revivo tu sonrisa seductora de aquel día en el que me entregaste el casete con el tema grabado. Todavía recuerdo la emoción que sentí cuando descubrí que JAF, el cantante argentino, cantaba la versión en español.

Hoy definiría a nuestra relación como romántica, pasional y musical. Siempre había un tema que la marcaba, como aquella vez que en el coche me dijiste que tenías algo importante para decirme y pusiste la versión de «No sé tú» de Luis Miguel.

Me pregunto si alguna vez me amaste de verdad. Si fue así, entonces quisiera saber en qué momento dejaste de hacerlo o si nunca lo hiciste. Tal vez simplemente no sabías cómo amar a una mujer que te estaba entregando el corazón, porque estabas demasiado acostumbrado a un amor mediocre y pobre.

Yo te amé, te creí, te sentí y te sufrí con cada fibra de mi ser. Te busqué durante años en cada ínfimo recuerdo que me permitía el poco tiempo que no ocupaba en sobrevivir. No sabes durante cuántos años esperé alguna señal tuya, no tienes idea de cómo me latía de fuerte el corazón cuando creía verte por la calle en algún rostro anónimo en el que, inconscientemente, siempre te buscaba.

Te extrañé hasta desangrarme de nostalgia.Y todavía no sé si en verdad te extrañaba o extrañaba solo lo que imaginaba que pudo haber sido y no fue.Y ahora te dejo, necesito volver entera de este viaje en el tiempo, y si sigo escribiendo es probable que destruya el pedacito de mí que tanto me costó salvar.

Camila

De amores, pasiones y traiciones

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