Читать книгу Los besos del millonario - Kat Cantrell - Страница 6

Capítulo Dos

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A la mañana siguiente, Trinity entró en el edificio de acero y cristal de cinco pisos que albergaba la empresa de cosmética que había ayudado a crear con su habilidad para la mercadotecnia y su amor por lo femenino. Todavía le emocionaban el moderno diseño y los tonos púrpura que sus tres socias y ella habían elegido. Su localización en el centro de Dallas era perfecta para una mujer soltera que tenía un piso estupendo allí.

Cass había hablado de trasladar la empresa a Austin. Trinity no había dicho nada porque la directora general de Fyra tenía buenos motivos para querer hacerlo: su esposo, Gage, vivía allí y esperaban un hijo. Trinity no tenía nada en contra de Austin, pero era otro ejemplo de algo sobre lo que no tenía control. Y odiaba no controlar las cosas.

Además, ¿por qué no trasladaba Gage su empresa a Dallas? Tanto él como Cass dirigían grandes empresas con muchos empleados. ¿El hecho de que Gage fuese un hombre implicaba automáticamente que tuviera que ganar la batalla?

Trinity se dirigió a la oficina mientras la vitoreaban y aplaudían. Sonrió y saludó con la mano. Era evidente que las imágenes del beso que Logan y ella se habían dado habían llegado a mucha gente. El programa televisivo no se emitiría hasta unos días después, pero ella había conseguido que el productor le diera el clip del beso y ella lo había subido a las redes sociales pidiendo que se compartiera.

No iba a dejar nada al azar.

Cass había programado una reunión a primera hora de la mañana, probablemente para obtener una primicia. Tarareando, Trinity se sirvió un café y buscó el iPad en el bolso, antes de dirigirse a la sala de reuniones, donde Cass ya presidía la mesa.

–Hola –dijo Trinity, y repitió el saludo a Alex Edgewood, la directora de finanzas de Fyra, y a Harper Livingstone, la directora científica, cuyos rostros aparecían en la pantalla partida de un monitor de televisión colgado de la pared.

Ambas participaban en la reunión de forma virtual, porque se habían marchado de Dallas en cuanto se lo habían sugerido sus respectivos esposos.

Trinity se sentó, reprochándose su falta de amabilidad.

Alex estaba embarazada de mellizas y debía guardar reposo, por lo que tenía lógica que viviera en Washington con Phillip, su esposo, que era senador. El esposo de Harper trabajaba en Zúrich, y Trinity no culpaba a su amiga por querer dormir en la misma cama que un hombre tan atractivo como Dante Gates, sobre todo desde que se acababan de dar cuenta de que estaban enamorados, después de llevar una década siendo amigos.

Tal vez Trinity sintiera un poco de envidia de que sus amigas no tuvieran problemas con cosas tan normales como enamorarse de un hombre estupendo que las apoyara durante el embarazo. Ninguna de ella había sufrido un aborto que las hubiera hecho creer que no eran normales. ¿Y qué? Ella tenía otras cosas maravillosas en su vida, como todos los hombres que se le antojaban.

Sin embargo, últimamente, los hombres estupendos eran escasos. Era el problema de cumplir los treinta. Te hacía reconsiderar la definición de «estupendo», y los falsos universitarios con síndrome de Peter Pan no encajaban en él. Por desgracia, esa era la clase de hombres a los que conocía, lo que estaba bien a corto plazo.

Pero ¡ojalá supiera por qué ya no le parecía suficiente!

Cass comenzó a hablar con una sonrisa astuta.

–Parece que congeniaste mucho con tu compañero de programa. Cuéntanos.

–Todo lo hice para la cámara –le aseguró Trinity.

¿Por qué notaba esa punzada en el estómago? El beso había sido mentira por parte de ambos, a pesar de que a ella le había gustado lo real que le parecía.

–A los dos nos interesaba conseguir la mayor publicidad posible. Y ha funcionado.

Alex y Harper se mostraron desilusionadas porque la historia no fuera más picante.

–Ya sé que hemos tomado la costumbre de diseccionar nuestra vida amorosa en las reuniones, pero vamos a cambiar de tema –dijo Trinity–. Estoy segura, Cass, de que no has convocado esta para hablar de mi compañero del programa de televisión.

–Pues sí –la corrigió Cass–. Ahora mismo estamos centradas en el problema de la publicidad. Después de la filtración y del fracaso de la aprobación de nuestro producto por parte de la FDA, las ventas han bajado y hemos sufrido una campaña de desprestigio.

Trinity estaba de acuerdo, lo que la molestaba enormemente, porque se trataba de su terreno y de su empresa. Y alguien la perseguía.

–Sí, lo sé. Recuerda que por eso he participado en el programa.

Cass frunció el ceño.

–Estoy segura de que no es suficiente. Lo aprobé porque me lo sugirió el publicista, pero debemos dar más pasos para lanzar la Fórmula-47. ¿Cuándo puedes presentarnos el plan de mercadotecnia?

–¿El lunes que viene? –propuso Trinity comenzando a pensar el lío en el que estaba metida, ya que la campaña no existía.

Solo era culpa suya. Sin embargo, era la primera vez que pasaba por una racha de sequía creativa como aquella, y ni siquiera podía quejarse a sus amigas. Asuntos personales de las tres habían establecido una barrera entre ellas, con Trinity en el lado equivocado.

Lo odiaba. Se alegraba por sus amigas, pero la entristecía que hubieran decidido cambiar de vida de forma tan radical, que su vida fuera ahora tan diferente de la que ella había planeado . Y estaba segura de que ese era el motivo de que la hubiera abandonado la creatividad cuando más la necesitaba.

El esbozo que había realizado en el cuaderno mientras Logan lo miraba por encima del hombro de ella había sido producto de una grata oleada de inventiva. Tal vez el medio fuera la clave. A la hora de comer iría corriendo a comprar un caballete. Quizá funcionara.

Podría recuperar la creatividad, ponerse a trabajar y conseguir una brillante campaña para el lunes por la mañana, sobre todo si la publicidad derivada del programa funcionaba como se suponía. Si se quitaba ese peso de encima, se concentraría en convertir la Fórmula-47 en una potente crema contra las arrugas y las cicatrices que llevaría a Fyra al primer puesto en la industria cosmética.

Cass asintió y se centró en las cifras, por lo que Alex fue la que tomó la palabra, mientras Trinity dejaba vagar la mente para ver si conseguía rescatar algo pasable del subconsciente. No fue así, pero tenía casi una semana. No había problema.

El caballete y el bloc no fueron la solución mágica, como tampoco la sesión maratoniana de lluvia de ideas que tuvo con el equipo creativo. A las cuatro mandó a Melinda, la recepcionista de Fyra, a buscar al almacén una docena más de blocs. Los restos de los dos que ella había comprado a la hora de comer se hallaban rotos y arrugados en el suelo del despacho.

Ni siquiera tenía un nombre para el producto, lo que implicaba que no podía diseñar el envoltorio. Su proceso creativo se basaba en bloques de construcción, y el nombre siempre era lo primero. La Fórmula-47 sería el producto principal de Fyra y, como directora de mercadotecnia, debía encargarse del mismo. Bastante tenía ya el equipo creativo con el resto de la mercadotecnia de la empresa.

Melinda asomó la cabeza por la puerta.

–Te traigo los blocs. Además, ha venido Lara, del grupo de publicidad Gianni. No tiene cita. ¿Le digo que se vaya?

La publicista. Estupendo. Era lo que Trinity necesitaba en aquel momento, un recordatorio de que Cass había contratado una empresa externa para hacer su trabajo. Y la gran contribución de Lara había sido lanzarla a los brazos de un buen chico de Texas que besaba de forma fantástica.

Logan McLaughlin era un nombre que ya debería haber olvidado. Pero, sin saber por qué, continuaba dándole vueltas en la cabeza y excitándola, cuando no debería excitarse al pensar en un hombre áspero, de caderas estrechas y amante del aire libre, que no era su tipo.

Suspiró.

–No, hazla pasar.

Lara Gianni entró en el despacho y agarró a Trinity por los hombros para besarla en ambas mejillas, al estilo italiano.

–Eres una mujer brillante. Logan McLaughlin es magnífico.

–Apártate, que yo lo vi primero –dijo Trinity en tono seco–. ¿Por qué es magnífico? Dime que lo es porque tienes buenas noticias.

Lara rio.

–Las mejores. El vídeo se ha compartido medio millón de veces y la respuesta ha sido increíble. A la gente le encanta veros juntos. Los comentarios no tienen precio. El amor en un programa de televisión es mercadotecnia brillante.

–Un momento ¿El amor en un programa de televisión? Era un concurso de emprendedores –la expresión de Lara le provocó un mal presentimiento–. El público debía ver el nombre de Fyra y tener una respuesta positiva. Esa fue la idea que nos vendiste.

–Eso fue antes de que tú tomaras una dirección totalmente opuesta, que me encanta. Eres brillante.

Sí, eso le había quedado claro. Lo que no lo estaba era de qué hablaba Lara.

–No tomé una dirección opuesta. Perdimos el concurso y debía hacer algo, así que besé a mi compañero, y ahora Fyra está en todas las redes sociales.

–No, vosotros sois lo que estáis en las redes. A la gente le ha gustado el idilio que has creado involuntariamente. Yo te recomendaría que continuaras.

A Trinity se le hizo un nudo en el estómago.

–¿Continuar el qué? No hay idilio, solo un beso.

Un beso apasionado.

Lara se encogió de hombros.

–Te sugiero que halles el modo de convertirlo en algo mas que un beso. No tiene que ser una relación de verdad, con tal de que te fotografían con él el mayor número de veces posible besándoos y haciéndoos ojitos.

Aquello era una locura. ¿Una falsa relación para conseguir publicidad? No podía hacerlo. Y él se negaría. Sin embargo, ¿por qué iba a ser tan distinto de un falso beso por la misma razón? Logan se había lanzado como un perro hambriento a un filete. Tal vez se le diera bien fingir que eran una apasionada pareja.

La idea le produjo un escalofrío. Los beneficios de semejante acuerdo contenían muchas interesantes posibilidades que no podía desdeñar, como la de atraer a un tipo simpático para que se diera un paseo por el lado salvaje. Sería divertido corromper al prototipo de chico americano, sobre todo frente a una cámara.

No. Una falsa relación larga era muy distinta a un falso beso. Su capacidad para la actuación no era tan buena. Aunque, de repente, no supo si había fingido que le gustaba o si había fingido que no.

–De ningún modo. No puedo hacer algo así.

Lara frunció el ceño al tiempo que sacaba el móvil, tecleaba unas cuantas veces y se lo mostraba a Trinity.

–Este es el porcentaje de clics de tu vídeo en la página web de Fyra.

Trinity palideció. ¡Un setenta y cinco por ciento! Hasta ese momento, el porcentaje de clics de su campaña con más éxito había sido del doce por ciento.

Tras las tácticas que alguien había utilizado para desprestigiar a Fyra, no podía permitirse descartar la idea. Parecía que tendría que hacer una visita al señor McLaughlin al día siguiente. «Hola, eres mi nuevo novio».

Myra dejó la hoja de cálculo impresa en el escritorio de Logan y no se molestó en disimular la sonrisa.

–Te dije que el programa de televisión funcionaría.

En efecto, lo había hecho. No hacía falta que la publicista le indicara que la venta de entradas se había duplicado. La oficina de los Mustangs llevaba toda la mañana comentándolo. Y debía agradecérselo a Trinity Forrester, directora de mercadotecnia.

¿Quién habría pensado que aquel ardiente beso produciría tan enormes dividendos?

Duncan McLaughlin nunca había hecho nada semejante para que sus clientes abrieran la cartera, pero Logan podía alegar en su defensa que no había sido idea suya, a pesar de que la había aceptado rápidamente, tras darse cuenta de que la mujer por la que se le hacía la boca agua no pretendía ligar con él, sino que, simplemente, había hallado una última forma de que las cámaras los enfocaran.

Como táctica, no podía ponerle pega alguna.

Salvo la de que, después, se había dado cuenta, con desagrado, de que no conseguía borrarse de la memoria la sensación del pirsin que ella tenía en la lengua.

Lisa, la administradora, entró en el despacho.

–Tienes visita. Una tal señorita Forrester.

Vaya, vaya. Se recostó en la silla mientras la expresión de Myra pasaba de intrigada a muy intrigada. Logan tuvo la sensación de que a su rostro le pasaba lo mismo, así que trató de dominarse, antes de hacer una señal de asentimiento a Lisa.

–Que pase. Gracias, Myra. Luego hablamos.

Y todo lo relacionado con el béisbol dejó de existir cuando Trinity entró en el despacho. Su excéntrico cabello lo hizo caer en picado. ¿Cómo podía ser tan sexy? En ella, era un recordatorio de que su dueña era una fuerza a tener en cuenta.

Ese día iba vestida con un traje de chaqueta púrpura con minifalda y media negras, que hacían que sus piernas parecieran muy largas, y sandalias plateadas, que a él le gustaría ver en el suelo de su dormitorio.

–Gracias por recibirme sin haberte avisado de que venía.

Aquella voz ronca… Le despertó la sangre y le recorrió las venas haciendo que se sintiera vivo. Esa sensación solo la había tenido jugando al béisbol.

¿Por qué ella, ni más ni menos? Él buscaba a una mujer sencilla y sin complicaciones con quien escuchar música country y organizar meriendas al aire libre. Una buena mujer para sentar la cabeza, que fuera la madre de sus hijos y el amor de su vida. Era lo que su padre había hecho y lo que él quería hacer. Aunque aún no hubiera encontrado a esa imaginaria mujer perfecta, estaba seguro de que lo haría.

Y no se llamaba Trinity. No debería sentirse atraído por ella.

De repente recordó que había que ser educado, por lo que se levantó mientras le indicaba con la mano el canapé, cerca de la ventana que daba al estadio de béisbol y que era su sitio preferido, siempre que no hubiera partido. Cuando lo había, era el banquillo, hasta su amargo final.

La mayor parte de los directores de equipo lo veían desde un palco de lujo, con aire acondicionado, pero los jugadores se dejaban la piel en el campo, y en agosto hacía muchísimo calor. McLaughlin padre estaba al lado de sus empleados. Logan hacía lo mismo.

En lugar de sentarse, Trinity lo miró de arriba abajo.

–Llevas puesto un traje. ¿Qué fue lo que dijiste de ellos?

«Preferiría ir desnudo».

La cita no expresada en voz alta quedó suspensa entre ambos y se disolvió en una densa conciencia sexual que contestó a una pregunta recurrente que a él le rondaba por la cabeza desde que se habían besado: si recordaba correctamente o no hasta qué punto ella lo había afectado con sus insinuaciones.

Lo recordaba perfectamente.

–Hoy soy adulto – dijo él, y carraspeó.

–Ah, claro. Yo también pensé serlo en Halloween –Trinity se encogió de hombros y sonrió–. Por cierto, me gustas con traje.

–¿Qué desea, señorita Forrester?

Cuanto antes se marchase, antes seguiría trabajando. O se daría una ducha fría. Lo que de ningún modo iba a hacer era darle ventaja, porque ella lo obligaría a satisfacer sus deseos.

–Habíamos quedado en tutearnos –indicó el escritorio con un movimiento de la barbilla que le movió el cabello. Ese día no se lo había teñido, sin duda, para desconcertarlo.–. Háblame de las cifras que has conseguido.

Para ganar unos segundos, Logan contempló la hoja de cálculo que Myra le había dejado en el escritorio. ¿Qué pretendía ella?

–Estoy contento con los resultados del vídeo viral y espero que la tendencia al alza continúe cuando se emita el programa. ¿Qué cifras has obtenido tú?

–Fantásticas. Tan buenas, de hecho, que he venido a hacerte una propuesta.

Lo dijo de una manera que él se imaginó puertas cerradas, una cita secreta y un largo periodo de tiempo para experimentar cuál sería la sensación del pirsin recorriéndole el cuerpo. Si eso llegaba a suceder, era indudable que lo imposibilitaría para relacionarse con otra mujer.

Su cuerpo se tensó, expectante.

–Soy todo oídos –dijo cuando debería haber dicho: «Ahí tienes las puerta».

–A mis clientes potenciales les ha encantado el vídeo de los dos juntos. Mi publicista cree que deberíamos aprovecharlo y empezar una relación pública, fingir que salimos desde que nos conocimos en el programa.

–Es la peor idea que he oído en mi vida. Nos mataríamos mutuamente antes de que alguien creyera que somos pareja.

Su mente no hizo caso de su instantáneo rechazo y comenzó a darle vueltas a la idea. El vídeo coincidía con el aumento de la venta de entradas demasiado claramente para que fuera una casualidad. ¿Qué daño podía provocar aprovechar el momento?

Mucho daño. La principal objeción de Logan no tenía nada que ver con la brillante idea, sino con el modo ilógico en que él reaccionaba cuando ella estaba cerca.

Y la noche anterior, ella ni siquiera estaba en la misma habitación cuando se había imaginado que el beso acababa con las piernas de ella enlazadas a su cintura. En efecto, ella era la estrella de sus fantasías, lo cual no era un delito. Pero no pensaba que al día siguiente fuera a presentarse en el despacho.

Ella lo miró con los ojos brillantes.

–En realidad, la peor idea que has oído en tu vida fue la de emparejarnos en ese estúpido programa. Pero la hicimos funcionar. Juntos. Fue un esfuerzo de equipo y estuvimos a punto de ganar. Imagínate lo que podríamos conseguir si nos esforzamos juntos en explotar el deseo del público de ver a parejas famosas. Te ofrezco toda mi atención para aumentar la venta de entradas de tu equipo.

Su habilidad para la negociación tocaba las teclas adecuadas, halagándolo y haciendo hincapié en el objetivo. Lo peor de todo era que él estaba tentado de aceptar únicamente para saber en qué consistiría toda su atención.

¿Era de mal gusto aprovechar la oportunidad para saciar su curiosidad sobre Trinity? Una pregunta mejor era cuánto tiempo conseguiría hacerlo sin tocarla. No mucho, tanto si era para estrangularla como para, respondiendo a sus provocaciones, besarla.

Cuanto más reflexionaba sobre la idea, peor le parecía.

–¿Cómo sabes que soy soltero? –contraatacó él. Puede que tenga una novia perfecta y…

Ella lanzó un bufido.

–Por favor, no me insultes ni te insultes. Ni con un cuchillo de carnicero podrías haber cortado la tensión sexual que había entre nosotros. Si de verdad tienes novia y, a pesar de ello, me besaste como lo hiciste, no eres el hombre que suponía.

Él frunció el ceño.

–Ya lo entiendo. Esto es un truco para que te sigan enfocando las cámaras. Acudan a los partidos de los Mustangs, donde la atractiva novia del director general será, sin lugar a dudas, objeto de interés.

Ella lo miró con descaro, sin inmutarse por sus acusaciones.

–¿Y si es así? ¿Eso lo convierte automáticamente en una idea desechable? Los motivos de que me guste ese plan nada tienen que ver con los tuyos. La venta de entradas es lo único que importa.

¡Vaya! Él negó con la cabeza. Llamaba al pan, pan y al vino, vino.

–A ver si lo he entendido bien. Me propones que nos inventemos una relación, que quedemos y que nos dejemos ver en algunos acontecimientos. ¿Y el público va a demostrar su aprobación gastándose mucho dinero?

–Vamos a ayudarle a hacerlo con campañas publicitarias para que aumenten los porcentajes de clics. Habla con tu publicista y con tu grupo de mercadotecnia. Hagamos una fiesta para que se fijen en nuestras respectivas marcas.

Además de que lo que decía tenía sentido, lo hacía de una manera que le atraía, lo cual le puso nervioso.

–Exactamente, ¿cómo vamos a quedar y a conseguir comportarnos de manera civilizada?

Como si ese fuera el problema principal.

–¿Quién ha dicho que vayamos a hacerlo? –sus ojos azules brillaron al fijarse en los de él–. Parte del atractivo que tenemos reside en nuestros enfrentamientos, que se perciben muy bien en la cámara. ¿No has visto el videoclip?

Lo había hecho varias veces, por lo que no podía fingir que ella se equivocaba ni tampoco olvidar que el hecho de discutir con ella había desembocado en aquel beso.

–¿Así que no solo vamos a fingir una falsa relación, sino que también vamos a tener que pelearnos en público?

Era pasarse de la raya. Logan y sus emociones eran viejos enemigos. Tomaba malas decisiones cuando no las controlaba. Había dejado atrás, al comprar los Mustangs, la época de su vida en que se enojaba fácilmente. El dueño de un equipo debía controlarse y, hasta ese momento, consideraba un éxito su recién descubierta calma.

Hasta que había aparecido Trinity.

Era la única persona que conocía que amenazaba con hacerle perder la compostura.

Ella se encogió de hombros.

–Voy a ser muy clara. Haré lo que sea necesario para que aceptes. Si quieres que sea amable, dulce y sonría a tus seguidores, lo haré.

Se le acercó y le deslizó los dedos por la camisa, lo que le recordó la última vez que lo había hecho, justo antes de que besara por primera vez a una mujer con un pirsin en la lengua.

Como si ella le hubiera adivinado el pensamiento, los ojos comenzaron a brillarle de deseo y le miró el cuerpo lentamente de arriba abajo, lo que estuvo a punto de hacerle retorcerse. Pero supo controlase. Cualquier atleta digno de ese nombre poseía una enorme disciplina corporal. A pesar de haber dejado de lanzar en béisbol, no se había sentado en el sofá a engordar.

–Logan –murmuró ella con voz ronca, lo que hizo que su control desapareciera y la parte inferior de su cuerpo se endureciera–. Si quieres vestirte de cuero y llevar un látigo porque te gusta el personaje de chica mala que me ha asignado el programa, estoy dispuesta a complacerte. Dime qué quieres para aceptar mi propuesta.

Su oferta era interesante. La imaginación de Logan se desbocó y le resultó casi imposible frenarla.

–Tendremos que conseguir que parezca verdad.

Ya era tarde para fingir que no lo estaba considerando.

–Claro. Nos besaremos mucho en público, nos demostraremos afecto y nos reconciliaremos muchas veces después de habernos peleado. E incluso, en algún acontecimiento social, puedes pedirme que me case contigo con un enorme anillo de diamantes.

Ni aunque se multiplicara por mil la venta de entradas haría él algo tan sagrado, a no ser que lo dijera de verdad.

–No voy a pedirte la mano, por muy falso que sea. Eso lo reservo para la futura señora McLaughlin. Ella se merece ser la única que tenga esa experiencia.

Los ojos de Trinity centellearon durante un segundo, pero su expresión se endureció antes de que él pudiera adivinar la causa.

–Me parece bien. Haz lo que quieras.

–Te darás cuenta de que debemos pasar tiempo juntos haciendo cosas. Deberás fingir que te gusta el béisbol. No me mires con ojos vidriosos cuando me entusiasme con algún jugador.

–Solo si me escuchas arrobado cuando hable de Estée Lauder –contraatacó ella con una sonrisa astuta–. Te necesito. Hazme una oferta.

–Lo pensaré.

No era necesario. Le resultaba imposible negarse. Lo que debía pensar era hasta dónde llegaría esa falsa relación, hasta dónde estaba dispuesto a reconocer que quería que llegara. Y si sería capaz de controlar su genio y su cordura si salía con Trinity Forrester.

Ella salió del despacho dejando el rastro de un aroma especiado que él supuso que olería en sus sueños durante mucho tiempo.

Antes de ponerse a recordar los mil y un motivos por los que aquella idea era horrible y peligrosa, mandó un mensaje a Trinity: Me apunto.

Los besos del millonario

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