Читать книгу La sorpresa del millonario - Kat Cantrell - Страница 6
Capítulo Dos
ОглавлениеCuando Cass se detuvo ante la puerta del despacho, Gage enarcó una ceja al leer la placa de color púrpura.
–¿Directora de mejoras?
–Cuestión de marca. Somos muy cuidadosas con todos los aspectos de la empresa. Tuve un tutor que me enseñó algunas cosas al respecto.
Él sonrió sin hacer caso del sarcasmo. Ella había extendido el brazo para que la precediera al entrar y él no perdió la oportunidad de rozarla al hacerlo. Ella fingió que la piel que le había tocado no le cosquilleaba.
–Sí, hablamos varias veces de estrategias comerciales. A propósito, conduzco un Hummer verde por cuestiones de marca.
Cass había decorado el despacho, desde el cristal del escritorio a la alfombra, con el color púrpura de la marca de la empresa.
–¿Porque quieres que todos lo vean y crean que GB Skin carece de conciencia ecológica y que su dueño es detestable? –preguntó ella con dulzura, antes de que él hiciera bromas sobre la decoración.
Una cara empresa del centro de la ciudad había decorado los modernos despachos. No había sido barato, pero había merecido la pena. La empresa era suya, y le encantaba. Hacía tres años que se habían trasladado a aquel edificio, cuando Fyra había logrado por primera vez cincuenta millones de ingresos anuales.
Fue entonces cuando supo que iban a triunfar.
Haría lo que fuera necesario para que la empresa siguiera adelante.
Él rio y se sentó en una silla púrpura.
–Veo que sabes el nombre de mi empresa. Estaba empezando a pensar que te daba igual.
–Se me da muy bien lo que hago y, por supuesto, conozco el nombre de mis competidores –Cass se había quedado cerca de la puerta, que había dejado abierta–. Ya tienes tu cita y te quedan tres minutos para decirme por qué no has aceptado la negativa que te he dado antes y te has vuelto a Austin.
Él le señaló la silla al lado de la suya.
–Siéntate y vamos a hablar.
Ella no se movió. No se iba a acercar a él, después de que en el aparcamiento hubiera notado su aliento en el rostro y la hubiera afectado como lo había hecho. Al menos, al lado de la puerta le llevaba ventaja.
–No, gracias. Estoy bien aquí.
–No vas a quedarte de pie. Esa táctica solo funciona si la empleas con alguien que no sea quien te la enseñó.
Que él se hubiera dado cuenta de sus intenciones empeoró las cosas.
–Gage, las ejecutivas de Fyra me esperan en la sala de juntas. Déjate de rodeos. ¿A qué has venido?
Él no se inmutó.
–Los rumores sobre tu fórmula son ciertos, ¿verdad?
Ella se cruzó de brazos.
–Depende de lo que hayas oído.
Él se encogió de hombros.
–«Revolucionaria» es la descripción que más circula. Parece que la fórmula opera sobre las células madre para regenerar la piel, lo que cicatriza las heridas y elimina las arrugas. Nanotecnología en su máxima expresión.
Ella no pareció inmutarse.
–No voy a confirmarlo ni a negarlo.
Intentó respirar sin que Gage se diera cuenta de lo alterada que estaba. La filtración era peor de lo esperado. Cuando, el día anterior, Trinity había entrado en el despacho de Cass para enseñarle la nota en una revista digital, esta había leído horrorizada las escasas líneas sobre el producto que Fyra iba a lanzar al mercado. Pero ambas afirmaron que podía haber sido mucho peor. La revista daba muy poco detalles, sobre todo acerca de la nanotecnología, y esperaban que aquello fuera todo lo que había transcendido sobre el producto.
Parecía que no era así.
Era un desastre, que la aparición en escena de Gage empeoraba.
Él la observó detenidamente. Su aguda mirada no se perdía nada.
–Si mis fuentes son correctas, esa clase de fórmula debe de valer unos cien millones, que estoy dispuesto a pagar.
Ella cerró los ojos. Una cifra semejante era importante y, como directora general, debía presentar la oferta a las demás para analizarla. Pero conocía a sus amigas: coincidirían con ella en que la fórmula no tenía precio.
–Ya te he dicho que no está a la venta.
Él se levantó de repente y avanzó hacia ella. Cuanto más se le acercaba, más se le aceleraba el pulso, pero parpadeó con frialdad como si estuviera acostumbrada a hacer frente diariamente a hombres tan increíblemente atractivos como él.
–Lo inteligente es tener en cuenta todas las posibilidades –dijo él apoyándose en el marco de la puerta, muy cerca de ella–. Si la vendes, no tendrás que preocuparte de los detalles, como la aprobación por parte de la FDA, los costes de producción, etc. Te embolsas los millones y dejas el trabajo a otros.
Cass aspiró su olor a bosque y a hombre.
–No me asusta el trabajo –afirmó mientras intentaba no retroceder y apartarse de la línea de fuego. Era una lucha de voluntades y, si ella huía, él se daría cuenta de lo mucho que la afectaba.
Gage era un chamán místico y carismático. Bastaría con que la mirara para que ella lo siguiera a su mundo de hedonista placer. Al menos eso era lo que había sucedido en la universidad. Había aprendido algunos trucos desde entonces, además de a proteger con un escudo su frágil interior.
No pudo apartar la mirada de sus ojos mientras él le colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja y sus dedos se detenían en ella más de lo necesario.
–¿De qué tienes miedo? –musitó él mientras su expresión se dulcificaba.
«De ti».
Cass tragó saliva. No sabía de dónde había salido ese pensamiento.
Gage no la asustaba. Lo que le asustaba era la facilidad con la que, en su presencia, olvidaba controlar sus emociones.
Aquel juego del gato y el ratón se había adentrado en un terreno peligroso.
–De los impuestos –masculló ella de forma estúpida y sin hacer caso de cuánto se le había acelerado el pulso.
¿Cuánto hacía que nadie la acariciaba? Muchos meses. Se había forjado una reputación de devoradora de hombres entre los hombres solteros de Dallas, lo cual había aumentado su popularidad, ya que ellos trataban de llamar su atención para poder cantar victoria. Generalmente no les hacía caso, porque aquel asunto la agotaba.
Y no perdía de vista que la razón de que masticara a los hombres y los escupiera estaba frente a ella. Era un hombre peligroso y no debía olvidar el daño que le había hecho.
Entonces se percató de que estaba manejando mal la situación.
No estaban en la universidad ni Gage era su tutor. Eran iguales. Y estaban en su terreno, lo que implicaba que era ella la que llevaba la batuta.
Si él quería jugar, ella jugaría.
Después de haberle colocado el mechón tras la oreja, Gage se quedó sin excusas para seguir tocándola.
–Gage –murmuró ella con voz ronca–. La fórmula no está a la venta y tengo una reunión. Así que creo que ya está todo dicho, a no ser que me ofrezcas algo mejor.
La vibración sensual que emanaba de su cuerpo lo envolvió, atrayéndolo hacia ella. La idea de acariciarla se tradujo en una potente, rápida y molesta erección.
–Puede que se me ocurra algo –dijo él en el tono más bajo que le permitían las cuerdas vocales. Vaya, ella le había afectado incluso la voz.
«Vamos, recuérdale por qué la fórmula solo debe vendértela a ti». Debía centrarse y evitar pensar en ella. Bajó la mano.
–Has hecho cosas estupendas aquí, Cass. Estoy orgulloso de lo que has conseguido.
Se cruzó de brazos para no recorrerle el cuello con el meñique. La mitad inferior de su cuerpo no había captado el mensaje de que el objetivo era que ella se excitara, no lo contrario.
–¿Recuerdas el proyecto en el que te ayudé para la clase del doctor Beck?
Fue entonces cuando comenzaron a acostarse. Él no recordaba que Cass lo atrajera entonces de forma tan magnética. Seguro que quería desnudarla, pero a los veinticuatro años quería desnudar a las mujeres en general. Ahora tenía gustos más refinados, pero ninguna de las mujeres con las que había salido lo había enganchado de esa manera ni tan deprisa.
Claro que nunca volvía a ver a sus antiguas amantes. Tal vez cualquiera de ellas lo afectaría del mismo modo, si lo hacía, pero lo dudaba.
Ella entrecerró los ojos.
–¿El proyecto en el que tenía que crear una empresa sobre el papel, un plan de mercadotecnia, un logotipo y todo lo demás?
–Sí, ese. Sacaste matrícula de honor, si la memoria no me falla. Pero no lo hiciste sola. Te orienté a cada paso, te enseñé. Te infundí tus cualidades como directora general.
Había hecho tan buen trabajo que allí estaba, como un imbécil, en su empresa, negociando sobre un producto de Fyra que era mejor que el suyo. ¡Qué paradoja!
Ella esbozó una sonrisa indulgente, que él no confundió con una amistosa.
–Tienes buena memoria, pero si quieres ofrecerme algo más, hazlo ahora.
–El éxito que has tenido… –señaló el despacho con la mano, sin dejar de mirarla– es increíble. Pero no has llegado hasta aquí sola: yo soy un factor importante en ese éxito.
–En efecto –afirmó ella rápidamente–. Me enseñaste algunas de las cosas más importantes de esa época de mi vida. La filosofía comercial de Fyra se duplicó gracias a mi experiencia contigo.
–Me alegro de que estés de acuerdo conmigo. Para eso he venido, para cobrarme esa deuda tan antigua.
Ella ladeó la cabeza sin dejar de mirarlo.
–¿En serio? Cuéntame.
–Sabes de lo que hablo. Sin mí, puede que Fyra no existiera, que no hubieras alcanzado tus objetivos, sobre todo a este nivel. ¿No crees que es justo que me devuelvas el favor?
Ella se llevó un dedo a la mejilla.
–Como si te debiera algo por lo que hiciste. Es una idea interesante, una especie de karma.
–Más o menos.
Sin embargo, a él no le hizo gracia la comparación. «Karma» era una palabra que no se solía usar en términos de recompensa.
–Lo que quiero decir –añadió él, antes de que la conversación tomara un giro que no le gustaba– es que quiero comprarte la fórmula. Mi papel en tu éxito debería ser un factor importante en la decisión que tomes. Si somos justos, estás en deuda conmigo. Pero yo también soy justo, por lo que no te pido que me regales la fórmula, por los viejos tiempos. Cien millones de dólares es mucho dinero.
La observó, pero su expresión se mantuvo inmutable.
–Escucha, Gage –dijo inclinándose hacia él–. Me enseñaste muchas cosas, y te estoy agradecida. Pero debías de estar enfermo el día de la clase sobre estructura empresarial, así que voy a ponerte al día. De nuevo. Poseo la cuarta parte de Fyra. Las otras tres dueñas no te deben nada. Presentaré tu oferta al consejo directivo y la estudiaremos. Y punto. Así funcionan los negocios.
Ella apretó los labios y él tuvo ganas de besárselos. Pero apenas estaban empezando a entrar en materia, así que debía seguir centrado.
Sonrió sin hacer caso de sus protestas.
–No en el mundo real, cariño. Tienes que salir más, si esa es tu línea de defensa. Se hacen y deshacen tratos, pero no son las empresas las que deciden, sino la personas y rara vez por unanimidad.
Ella insistió.
–En Fyra somos un equipo.
–Espero que sea así –afirmó él con sinceridad–. En ese caso, te interesa convencerlas de que vendan. ¿Qué les parecería que la directora general no saldara su deuda?
Ella frunció el ceño, pero fue la única señal externa de que había entendido el mensaje subyacente. Gage no iba a marcharse sin la fórmula. Para él era algo más que tener la seguridad de que Fyra no le iba a arrebatar una parte de su cuota de mercado. GB Skin era el número uno con razón, y a él le gustaba estar en lo más alto. Sus productos tenían que ser los mejores del mercado, y la fórmula de Fyra haría que lo fueran.
Además, la obstinación de Cass había despertado la suya.
–¿Me amenazas, Gage? –su risa resonó en el interior de él–. ¿Vas a contarles a mis socias lo mala que soy?
Él estuvo a punto de gemir ante lo provocativo de su tono.
–No voy a hacer nada tan vulgar –se acercó un poco más a ella. Seguía con los brazos cruzados, para que las manos estuvieran donde debían–. No voy a manipular a tus socias a tus espaldas. Esa cruz la tienes que llevar tú. Me limito a señalar que no querrás cargar con eso en tu conciencia, ¿verdad?
–Tengo la conciencia muy tranquila, gracias –mirándolo fijamente se cruzó de brazos también y le rozó intencionadamente el codo y el brazo con el suyo–. Presentaré tu oferta a las demás. ¿Te indico dónde está la salida o puedes encontrarla solo?
–Como llegas tarde a una reunión en la que sospecho que uno de los temas a tratar será mi oferta, saldré yo solo.
Ella no se movió. Le bloqueaba parcialmente la salida a propósito. Así que él tendría que deslizarse por su lado, como cuando había entrado en el despacho, para demostrarle que era ella la que dominaba la situación y que, por muchos golpes que repartiera, se los devolvería. Él estuvo a punto de soltar una risa de admiración, pero se contuvo. La batalla aún no había terminado.
Y él no iba a dejar que creyera que tenía posibilidad de ganarla.
La agarró por la cintura y la atrajo hacia sí. Se moría de ganas de quitarle los palillos del rubio moño y dejar que el cabello le cayera por los hombros.
Se inclinó hacia ella y le rozó la oreja con los labios. Ella contuvo la respiración. Pero en lugar de apretarla contra su cuerpo, como quería, la empujó hacia el interior del despacho.
–Saluda a las chicas de mi parte –murmuró antes de soltarla, sin saber de dónde había sacado la fuerza de voluntad para hacerlo.
Ella asintió. Su expresión era inescrutable.
Gage se lo iba a pasar en grande la próxima vez que se vieran provocando más grietas en su coraza de hielo.