Читать книгу La sorpresa del millonario - Kat Cantrell - Страница 7

Capítulo Tres

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Cass soltó el aire que había estado reteniendo, lo que no mejoró su temblor ni su pulso acelerado.

Las cosas no habían salido como esperaba. Aunque Gage y ella ahora estuvieran al mismo nivel, eso no le había servido para controlar sus emociones. Pero Gage se había ido, lo cual era una pequeña victoria. Y ahora debía ir a la reunión. Seguro que Trinity les había dicho a las demás con quién estaba. Así que tendría que contárselo todo, incluyendo su oferta por la fórmula.

¡Qué descaro! ¡Decirle que le debía la fórmula porque le había dado algunos consejos hacía tiempo! Claro que le debía algo, pero más bien era ponerle un ojo morado. El éxito de Fyra no tenía nada que ver con él. Ella había triunfado por sus propios méritos, no porque él hubiera sido su tutor.

Si se decidían a vender la fórmula, lo harían porque sería un buen negocio. Sacó pecho y se dirigió a la espaciosa y soleada sala, al final del pasillo.

Las otras tres mujeres se hallaban alrededor de la mesa. Eran las que dirigían la empresa, a la que habían llamado Fyra, la palabra sueca que significaba «cuatro». Alex Meer era la directora financiera; la doctora Harper Livingston preparaba fórmulas en el laboratorio, como directora científica; Trinity Forrester convencía a los clientes para que compraran sus productos, como directora de mercadotecnia; y Cass llevaba las riendas.

Cuando entró, sus tres amigas la miraron expectantes.

–Ya se ha ido. Vamos a empezar –Cass dejó el móvil y la tableta en la mesa y se sentó en su silla habitual.

–No vayas tan deprisa –dijo Trinity–. Te hemos esperado pacientemente para que nos cuentes los sabrosos detalles, ¿no te acuerdas?

Eran amigas desde hacía mucho tiempo. Querían saber cómo se sentía al haber vuelto a ver a Gage; si quería darle un puñetazo o retirarse a un rincón a llorar. ¿Qué buscaba él? ¿Habían hablado de su vida?

No podía permitirse el lujo de contar todo aquello a sus amigas porque también eran sus socias. Aquella sala no era el lugar adecuado para un estallido emocional.

–Quiere comprar la fórmula-47 y ofrece cien millones –afirmó sin rodeos–. Le he dicho que no está a la venta, y eso es todo.

Harper sonrió mientras se enrollaba la pelirroja cola de caballo en un dedo.

–Eso no puede ser todo. ¿Se ha enterado de la fórmula por el artículo de la revista?

–No, tiene mucha más información, lo que implica que la filtración es mayor de lo que creíamos.

Oírse a sí misma decirlo fue como si le hubieran dado un golpe.

–¿Qué te pasa? –preguntó Trinity–. ¿Te sientes mal por haberlo visto?

–Me preocupa la filtración, nada más. Olvídate de Gage. Yo ya lo he hecho –mintió.

Trinity la miró con los ojos entrecerrados, pero no insistió. El momento de aparición de Gage era el menos adecuado. ¿Por qué había vuelto a su vida durante semejante catástrofe profesional?

Alex, la menos femenina, con sus vaqueros y su camiseta, jugaba con el bolígrafo dando golpecitos sobre un cuaderno encima de la mesa.

–Cien millones son dignos de tenerse en cuenta, ¿no os parece?

Harper negó fuertemente con la cabeza.

–¿Que son dignos de tenerse en cuenta? –a Cass se le contrajo el estómago. ¿Cómo podía hablar Alex de vender con esa frialdad. Para Cass era como vender a su hijo–. ¿Has perdido el juicio?

–¿No hay que tener en cuenta unos ingresos lucrativos cuando se presentan? No podemos rechazar categóricamente ese cheque.

Claro que podían, si procedía del hombre que la había destrozado. ¿Acaso eso no importaba?

–Un momento, señorita –dijo Harper dirigiéndose a Alex–. La fórmula-47 es mi hijo, no el tuyo. Me he pasado dos años perfeccionándola con el supuesto de que nuestra futura estrategia se centraría en los productos que pudiéramos crear tecnológicamente. Si la vendemos, renunciaremos a los derechos para siempre por una suma baja. No me parece inteligente.

Alex golpeó el cuaderno con más fuerza.

–No pasará si conservamos los derechos y estructuramos el acuerdo…

–No vamos a estructurar nada –intervino Cass. Solo os lo he mencionado porque debíais saberlo. La oferta de Gage desaparecerá, si quien la ha filtrado da a conocer la composición de la fórmula. Y como no sabemos quién es, primero debemos centrarnos en eso.

Alex asintió.

–Es cierto.

–¿Qué te ha dicho el abogado? ¿No has ido al despacho de Mike?

–Sí, perdonad –Gage había hecho que se le hubiera borrado la reunión con el abogado–. Mike cree que aún es pronto para que intervenga la policía. El artículo no contiene suficientes detalles. Nos aconseja que presentemos la fórmula a la FDA inmediatamente con la esperanza de que evite que se dé a conocer nueva información. Tenemos que ser muy cuidadosas, hasta que descubramos al culpable.

–No estoy preparada –Harper negó con la cabeza. Podría llevar tatuadas en la frente «cuidadosa» y «concienzuda», dos valiosas cualidades en una científica que creaba los productos de Fyra–. Es nuestro primer producto que requiere la aprobación de la FDA. No podemos apresurarnos.

–Así que nuestro abogado nos han dado un consejo que no pensamos seguir –dijo Trinity–. ¿Qué más tenemos en el orden del día que debamos cargarnos?

–La filtración es el único tema del orden del día –afirmó Cass.

Alex la miró.

–¿Qué plan tienes para resolverla?

–Estoy en ello.

–Estás en ello –dijo Alex con sarcasmo–. ¿Aún no tienes nada pensado?

Cass inmovilizó los músculos, un truco que había aprendido con los años. No quería que se dieran cuenta de que las palabras de Alex la habían herido.

Debería tener un plan, pero no era así, aunque no estaba dispuesta a confesárselo a sus amigas, que esperaban que llevara las riendas.

–Tengo algunas ideas. Cosas que estoy pensando.

–¿Cosas? –repitió Trinity con incredulidad.

Trinity y Alex se miraron, y Cass se estremeció. Estaba perdiendo facultades. Todas sabían que no tenía ni idea de cómo enfrentarse a aquel problema.

–He dicho que me ocuparé –dijo con brusquedad. Inmediatamente murmuró una disculpa.

La reunión se había deteriorado. Le dolía tener que enfrentarse a Alex por aquel problema de la empresa. Las relaciones con su socias y amigas se estaban resquebrajando, lo que la asustaba. ¿Alex discutía sus ideas porque había perdido la confianza en su capacidad como directora general?

¿Y por qué habían intercambiado esa mirada Alex y Trinity? ¿Sabían que les había mentido sobre lo mucho que le había afectado ver a Gage? Y Trinity no la había defendido ni al hablarles de la oferta de Gage ni cuando Alex la había atacado por su falta de planes. Todo ello hurgaba en la herida que Gage le había abierto.

Carraspeó y volvió a ponerse la máscara de directora general. La emociones no tenían cabida en la sala de juntas.

–Lo solucionaré. Confiad en mí. No hay nada más importante que averiguar de dónde procede la filtración.

Trinity asintió.

–Vamos a volver a reunirnos el viernes para que nos informes de tus progresos.

Cass las observó mientras se levantaban y salían. Ninguna dijo nada, pero era evidente que no confiaban en ella.

En la sala vacía, apoyó la frente en la mesa.

Necesitaba un plan.

Levantó la cabeza bruscamente. ¿Y si el momento de la aparición de Gage no era una coincidencia? Gage tenía información precisa y se había presentado allí rápidamente después de la publicación del artículo. ¿Y si había colocado a alguien en la empresa para que le suministrara información y la mención de Fyra en el artículo estaba destinada a despistarla?

Pero ¿por qué haría Gage algo así? Su empresa había triunfado y él estaba dispuesto a pagar por la fórmula. No necesitaba introducir un topo en la de ella con la esperanza de robársela.

¿O sí?

Tenía que asegurarse. No se perdonaría quedarse con la duda.

También debía averiguar lo antes posible quién era el culpable. Si se enteraba de que GB Skin estaba dispuesta a pagar cien millones de dólares por la fórmula, podían darla por perdida. Y, probablemente, Gage no sería el único interesado en pagar por ella.

La empresa necesitaba que la dirigiera, así que tendría que relacionarse con su enemigo y, contra su voluntad, tratar de quedar bien con él. Al fin y al cabo, estaba en deuda con Gage. Ya era hora de pagársela.

Él la había utilizado hacía tiempo. Pagar con la misma moneda era algo que él consideraba justo. Así que era lo que iba a hacer.

Fuera cual fuera el juego de Gage, lo descubriría. Y tal vez consiguiera vengarse al mismo tiempo.

Gage se dirigió silbando a la entrada de Fyra Cosmetics al día siguiente de haberse tropezado con Cass en el aparcamiento. Después de que ella lo hubiera puesto de patitas en la calle, creía que tendría que presionarla para conseguir otra cita, por lo que su llamada lo había sorprendido agradablemente.

Otra sorpresa era que la cita fuera a las nueve de la mañana. Estaba bien ser la prioridad de Cass ese día. Parecía que ella había reflexionado sobre lo lógica que era su oferta y la había aceptado. O las otras ejecutivas la habían convencido de que venderle la fórmula era inteligente, como él le había dicho. En cualquier caso, la situación había cambiado.

Lo cual era una buena noticia, ya que a Arwen no le gustaba el hotel y se lo había comunicado a todo volumen. Gage esperaba poder cerrar el trato y volver a Austin al día siguiente.

Dependiendo de cómo le fueran las cosas, desde luego. Si Cass seguía siento tan apasionada, bajo la fachada a prueba de balas que se había fabricado como directora general, tal vez se quedara un par de días. Arwen tendría que aguantarse.

Iba preparado para la lucha. De hecho, casi estaba deseando volver a competir con ella para ver quién ganaba. Era raro que una mujer estuviera a su altura.

Ella apareció en la recepción. Estaba espléndida y parecía intocable, con un traje de chaqueta con minifalda de color rosa y el cabello de nuevo recogido en un severo moño, que él inmediatamente tuvo ganas de deshacerle.

Recordó el aspecto que tenía en la universidad. Solía llevar pantalones de chándal y sudaderas con capucha, y así también le gustaba. Pero ahora era distinto, y quería explorar a la nueva Cass en todos los sentidos.

–Buenos días, señor Branson –dijo ella, aunque su tono gélido le indicó que eran de todo menos buenos–. Por aquí.

Su frío saludo y el que hubiera utilizado su apellido le hicieron sonreír. Así que estaba dispuesta para la batalla. Excelente.

Esa vez, él no vaciló en la puerta del despacho. Entró y se sentó en una silla, que era precisamente la que había tras el escritorio, la de Cass.

Ella lo siguió y, sin pestañear, se acercó al escritorio y se sentó en él, a unos centímetros de la silla donde estaba Gage. Sin dejar de mirarlo, se cruzó de piernas lentamente. La minifalda se le subió hasta el límite de la decencia.

A Gage se le secó la boca y la sangre huyó de su cerebro para agolparse en una espectacular excitación. Bastaría con que empujara un poco la silla de Cass con el talón para acercarse al delicioso banquete que se hallaba a unos centímetros.

¿Era ese el castigo por haberle quitado la silla? Era evidente que ella no sabía cómo funcionaba la política empresarial, sobre todo entre competidores.

–Gracias por venir tan deprisa.

–Gracias por llamarme. ¿Estás dispuesta a hablar de los detalles?

–Desde luego, si quieres que lo hagamos inmediatamente –ladeó la cabeza sin dejar de observarlo–. Mis socias no quieren vender, pero las convenceré.

Lleno de un repentino recelo, Gage sonrió y se cruzó de brazos recostándose en la silla para ver a Cass toda entera.

–¿A qué resortes vas a recurrir?

–A ninguno en especial –agitó la mano y se inclinó hacia adelante, apoyándola en la mesa. Él le miró el escote, pero la blusa no revelaba nada.

Se le hizo la boca agua al pensar en verle algo de piel.

–Di el precio, Cass –murmuró. Se preguntó qué haría ella si la bajaba del escritorio y se la sentaba en el regazo–. Supongo que cien millones no te parecen bastantes.

–No, no lo son. Además, primero tienes que ayudarme a descubrir a quien está filtrando la información.

Él volvió a mirarle el rostro.

–¿Que te ayude? ¿Es que aún no lo has descubierto?

Era inaceptable. ¿Acaso ella no había aprendido nada importante de él? El día anterior no lo hubiera pensado, pero era evidente que necesitaba algunos consejos más sobre el modo de dirigir una empresa.

–Tengo un plan –explicó ella con calma–. Tú eres el plan. Hasta que no se descubra al culpable, Fyra no tomará decisiones importantes como la de vender la fórmula. No me cabe duda de que lo entenderás.

Lo entendía. Era un truco que no había previsto. E implicaba que tendría que quedarse en Dallas más de lo esperado. Él también dirigía una empresa, que no podía dejar abandonada. Si se quedaba, tendría que mandar a Arwen a casa, y ella no se lo perdonaría.

–Deberías haberlo descubierto ya.

–Lo sé.

La voz de ella no se alteró. Tampoco su expresión. Pero él se dio cuenta de lo difícil que le resultaba aquella conversación, aunque no estuviera dispuesta a reconocerlo.

Molesto por la repentina revelación, la miró y el corazón le latió de manera extraña. Había estado tan ocupado examinando los distintos ángulos que no había sido capaz de ver lo que era una clara petición de ayuda, bien disimulada.

–Trabaja conmigo, Gage. Juntos, como en los viejos tiempos.

Ella quería retomarlo donde lo habían dejado. Tal vez en más de un sentido. Sus palabras le resonaron en el cerebro y el pecho, y la idea le gustó.

Era una repetición de lo sucedido en la universidad, cuando él era su tutor y ella lo absorbía todo como una esponja y lo adoraba como a un héroe, lo cual hacía que se sintiera invencible a sus veinticuatro años.

Sin embargo, ya no eran niños.

Y no subestimaba a Cass. Si ella le había propuesto eso, sus motivos tendría, aunque todavía no sabía cuáles eran. Pero eso no le impedía aceptarla.

Aunque, ¿a quién pretendía engañar? Había deseado a Cass desde el momento en que la había visto en el aparcamiento. Si se quedaba y la ayudaba, tendría la oportunidad de volver a desnudarla.

Y se aseguraría de que el problema de la filtración se tratase como debería haberse hecho desde el principio, además de que podría descubrir los verdaderos motivos de la petición de ayuda de Cass.

Ella lo miraba con sus grandes y cálidos ojos, y se sintió perdido. No podía negarse. No quería hacerlo. Pero aceptar implicaría que movería los hilos como quisiera.

–Te ayudaré hasta el domingo. Tengo una reunión el lunes que no se puede cambiar a otro día.

Su sonrisa lo conmocionó, pero desapareció cuando él se inclinó lentamente hacia ella. Sin decir nada, ella le miró la mano, que estaba a un milímetro de su muslo. Podía meterle el dedo por debajo de la falda. Y él se entretuvo imaginando a dónde lo conduciría hacerlo.

–Pero tienes que hacer algo por mí –murmuró él.

Se acercó a ella todo lo que se atrevió invadiendo su espacio, y todos las trampas empresariales desaparecieron y solo quedaron un hombre y una mujer.

Ella olía a perfume caro y elegante y él quiso que la piel le oliera así, que ella se lo transfiriera mientras se retorcía debajo de él. Podía tumbarla en el escritorio y el placer sería intenso. Se mareó al imaginárselo y su excitación aumentó.

–Ya te he dicho que hablaré con las demás sobre la venta de la fórmula –dijo ella con la voz ligeramente entrecortada, aunque no movió un músculo que delatara si prefería que él estuviera tan cerca o que se alejara–. Si atrapamos al culpable de la filtración.

Él tenía que conseguir que desapareciera aquella frialdad de diosa, pero eso no sucedería allí ni en esas circunstancias. Si quería llevar las cosas al siguiente nivel debía ser atrevido o irse a casa.

–Sí, pero lo haces porque, en tu fuero interno, sabes que estás en deuda conmigo. Si te ayudo a buscar al culpable, volverás a estar en deuda conmigo, cariño.

–¿Qué es lo que quieres?

«¿Por dónde empiezo?», se preguntó.

–Nada que no puedas concederme.

El guiño cómplice de la mirada de ella le indicó que se hacía una idea del guante que le iba a lanzar. Se miraron durante unos segundos y ella contuvo la respiración, cuando él le paso el pulgar por la mandíbula.

–Tienes que llevarme a cenar.

La sorpresa del millonario

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