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Capítulo 1

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TODO empezó con unos golpes en la puerta. Algo tan simple cambió la vida de Grace para siempre. Destruyó su felicidad y sus sueños de futuro. Y como resultado de ese suceso, incluso en esos momentos, dos años más tarde, todavía tenía que hacer un esfuerzo para responder cuando alguien llamaba a su casa.

—¡Gracie, cariño! —oyó la voz de Ivan, que la llamaba desde la cocina, donde estaba preparando una receta suya propia de ponche de frutas—. ¿Vas a responder, o te vas a quedar mirando la puerta todo el día?

—¡Voy, voy!

No se había dado cuenta siquiera de que había estado absorta mirando. Se levantó, después de hacer un tremendo esfuerzo mental. Era una tontería reaccionar de esa manera. Ya habían pasado veinticuatro meses desde aquel día fatídico. Ya no vivía en la casa de su padre, la que una vez había considerado su hogar. En aquel tiempo vivía en un edificio victoriano donde Ivan tenía un piso.

—¡No sabía que estuviéramos esperando a alguien! —le respondió mirando por encima del hombro y sonriendo para disimular un poco la inseguridad que le producía ir a abrir la puerta—. ¿A cuánta gente has invitado? Esto ya está a reventar.

—Una fiesta no es una fiesta a menos que no haya sitio siquiera para moverse.

Grace no oyó la respuesta de Ivan. De nada sirvió el tono gracioso que utilizó. Se sentía como un gato encerrado, al acecho de la entrada de un intruso en su territorio, el vello rubio de su cuello erizado, sus ojos grises ensombrecidos.

Era imposible que le ocurriera lo mismo dos veces, se dijo. Se mordió el labio y suspiró hondo, antes de ir a abrir.

Abrió la puerta con más ímpetu del que ella había anticipado, y estuvo a punto de caerse para atrás.

—Tranquila…

Una voz profunda, con un tono aterciopelado, fue lo primero que registró su mente. Inmediatamente después se dio cuenta de otros dos hechos, dos hechos familiares sobre el hombre que tenía delante de ella.

Ojos negros de mirada dura y profunda. Aquel color de ojos y la intensidad de su mirada se habían grabado en su memoria hacía mucho tiempo y habían sido imposibles de borrar. Aquella voz tan sensual y de exótico acento parecía quitarle todas sus fuerzas.

Otras imágenes acudieron a su mente. Una piel suave y de tono aceitunado, fuerte mandíbula, una boca preciosa y un labio inferior muy carnoso. El pelo negro, muy corto, como para impedir la tendencia a que se le rizara. De pronto sintió como si una mano cruel hubiera surgido del pasado y la hubiera llevado a sentir las mismas emociones de entonces.

—¿Estás bien?

Sintió que unas manos potentes la estaban sujetando. Tan solo cuando estuvo de pie, bien asegurada en el suelo, el hombre la miró a la cara.

—¡Tú! —le dijo con voz aguda, cambiando su expresión de preocupación a desprecio—. No te había reconocido.

Tuvo que acordarse de respirar. Al parecer un rayo podía caer dos veces en un mismo sitio. Sobre todo si ese rayo era griego. Por lo menos ese efecto era el que aquel hombre producía en ella.

—¡Constantine!

Pronunció su nombre de forma atropellada, como si se negara a pronunciarlo. Un nombre que ella había decidido no utilizar nunca más mientras pudiera.

—¿Qué haces aquí?

La estaba mirando como si no se creyera lo que estaba viendo. Solo un idiota podría hacerle aquella pregunta, sobre todo con aquel tono de desprecio. Y si había algo que Constantine Kiriazis no soportaba era la presencia de un idiota.

—Me han invitado —le respondió con un tono de voz tan cortante como sus movimientos.

Con un gesto, como si le quisiera indicar que solo el hecho de tocarla le contaminaba, la soltó y se apartó de ella. Con aquel gesto indicó de forma elocuente que se sentía mucho más lejos de ella que los pocos centímetros que los separaban.

—¿Es aquí donde se celebra la fiesta?

Con un movimiento brusco de cabeza, Grace respondió a aquella pregunta innecesaria. El volumen de la música y las risas que se oían a sus espaldas hablaban por sí mismas.

—¡No sé cómo Ivan te ha invitado!

Él enarcó de forma cínica las cejas, manifestándole a las claras que se burlaba de su vehemencia.

—Dime una cosa, querida Grace, ¿crees que si no me atrevería a aparecer aquí vestido como voy vestido? —con un gesto arrogante señaló su indumentaría—. ¿Si no fuera por el tema que se le ha ocurrido a tu amigo para celebrar esta fiesta?

Grace juró para sus adentros por haberle hecho aquella pregunta tan tonta. Ni siquiera había querido mirarlo. Pero con aquel gesto que había hecho la había obligado a ello. Y después de mirarlo ya no pudo apartar sus ojos de él.

No quería acordarse de la fuerza y agilidad del cuerpo de Constantine. No quería acordarse de la estructura que tan íntimamente ella conocía. Le dolía solo recordar lo que una vez sintió en sus brazos, apoyándose en su pecho, sintiendo su boca.

—Pues no parece que hayas entendido bien de qué va la fiesta de esta noche.

La rabia que sentía en su interior dio un tono cortante a sus palabras. Sus ojos grises eran como el hielo, cuando lo miró con gesto de desprecio, el mismo que él había utilizado momentos antes con ella.

—A mí, Ivan me dijo que como iba a cumplir treinta años e iba a dejar atrás ya la década de los veinte, tenía que venir vestido como lo hacíamos hace diez años…

—¿Crees que no lo sé? —espetó Constantine con voz profunda—. No tienes que explicármelo. Además, si tuviera alguna duda, no tendría más que mirarte a ti la pinta que llevas.

—Por lo menos yo he intentado vestirme como vestía entonces —le respondió Grace con un gesto de desafío.

Aunque la verdad era que lo que se había puesto no era lo que se ponía hacía una década. Hacía diez años ella solo tenía catorce. En aquel tiempo unos pantalones vaqueros con una camiseta blanca sin mangas había sido la indumentaria que llevaba a todos sitios.

Pero para ir a la fiesta de esa noche había elegido otra cosa. Se había peinado de forma distinta, con el pelo despeinado y se había maquillado más que de costumbre, lo cual le daba un aspecto mucho más juvenil y más relajado. Cuando se miró al espejo le hizo gracia, porque su aspecto era completamente distinto al que estaban acostumbrados sus compañeros de la agencia de publicidad en la que trabajaba.

Pero al ver la forma en que la estaba mirando Constantine se sentía ridícula e incómoda. Si hubiera podido habría vuelto a vestirse de la forma elegante y sofisticada que tanta seguridad le daba.

Si hubiera sabido que él iba a acudir a aquella fiesta, se habría puesto algo que le habría quitado el hipo. Algo que le hubiera mostrado lo que se había perdido cuando la había dejado.

Si hubiera sabido que él iba a ir a aquella fiesta…

¿A quién estaba engañando? Si ella hubiera incluso sospechado que Constantine Kiriazis estaba en Inglaterra en la misma ciudad en la que Ivan y ella vivían habría echado a correr y no habría querido ver al hombre que tanto había amado en el pasado.

—Por lo menos yo lo he intentado, mientras que tu…

—¿Qué defecto ves a lo que llevo puesto? —le preguntó Constantine con un tono que la hizo sentir un escalofrío en la espalda.

—Me haces gracia. Es tan…

Le faltaron las palabras. Prefirió mantener la boca cerrada, antes de decirle alguna burrada.

La verdad era, sin embargo, que lo que llevaba era el más puro estilo Constantine, mostrando a las claras su masculinidad.

El abrigo de lana de cachemira que llevaba puesto, para protegerse del frío de las tardes del mes de marzo, se ajustaba a la perfección a su atlético cuerpo. Se veía que era un atuendo caro, más caro de lo que una persona normal se podía permitir. Era de una familia adinerada como lo habían sido también sus antepasados. Pero no necesitaba de la riqueza para que la gente se fijara en él.

Constantine Kiriazis nunca había hecho ostentación de la fortuna que ella sabía que poseía, en principio por ser el hijo de un hombre con mucho dinero y en segundo lugar por el hecho de que él también había conseguido bastante por sí mismo. Su ropa al igual que todo su ser era exquisita pero sencilla. El único objeto llamativo que llevaba encima era un reloj de oro en su muñeca.

Debajo del abrigo llevaba una camisa blanca, pajarita, pantalones negros y un chaleco. No llevaba chaqueta. A diferencia del resto de los invitados, que se habían vestido de acorde con la ocasión, su aspecto era sofisticado y totalmente disciplinado, como si nada tuviera que ver con aquella fiesta.

—¿Tan qué? —le preguntó Constantine.

—Tan controlado, tan…

Se estaba dando cuenta de que sus propios sentimientos la estaban sacando de quicio. Tenía que dejar de fijarse en el aspecto tan masculino que se escondía debajo de aquella ropa.

—La verdad es que pareces un camarero.

Los ojos de él adquirieron un cierto tono de violencia al oír su comentario. Incluso oyó el ruido que hizo con los dientes al cerrar la boca, como si con ese gesto quisiera tragarse las palabras que había estado a punto de soltar. Ella sabía que su comentario había herido a su orgullo, un aspecto fundamental en su carácter.

—Para tu información, mi querida y dulce Grace —le respondió—, ese es el aspecto que quería tener.

Se lo dijo en un tono suave pero de forma implacable.

—Hace diez años, cuando tenía veintiuno y acababa de terminar la universidad, mi abuelo insistió en que tenía que aprender el negocio y tenía que empezar desde abajo. Pasé mis primeros seis meses trabajando de camarero en los hoteles de Kiriazis Corporation.

—Ah…

Fue lo único que pudo decir. Los labios se le quedaron de pronto secos y tuvo que humedecérselos con la lengua. Se quedó paralizada al notar sus ojos clavados en aquel pequeño movimiento que delataba el caótico estado de sus pensamientos en el que se encontraba. Y en ese mismo instante se dio cuenta del significado de lo que había dicho.

—¿Entonces Ivan te ha invitado?

—Ivan me ha invitado —le respondió mientras entraba en el vestíbulo y cerraba la puerta con el pie. El sonido que hizo al cerrarse la sobresaltó—. ¿Es que acaso no lo sabías?

Grace movió en sentido negativo la cabeza.

—No, no lo sabía.

¿Cómo podía haber hecho Ivan una cosa así sin decírselo? Tenía que saber lo mucho que a ella le afectaría la presencia de Constantine, el dolor que iba a sentir. Precisamente él era el que mejor podía saber lo difícil que eran de cicatrizar las heridas del pasado. Su forma de actuar era inexplicable.

—Pero he de decirte que si hubiera sabido que tú estabas aquí no habría venido. Me habría ido a cualquier otro sitio antes que venir aquí. Después de cómo te comportaste conmigo, ya no quería verte nunca más…

La boca de Constantine adquirió un tono de desprecio intensificado aún más por la ira que reflejaban sus ojos negros como el azabache.

—Te advierto que el sentimiento es mutuo. La cuestión es qué hacemos ahora.

—Lo mejor que podrías hacer es marcharte —Grace se lo dijo con poca esperanza de que aceptara la sugerencia. Sus temores se confirmaron al ver el movimiento negativo que hacía con la cabeza. Constantine Kiriazis debía saber que ella estaba allí y debía haberse trazado una estrategia de antemano. Era un hombre que no se acobardaba ante nadie ni ante nada. Y no creía que lo fuera a hacer en aquel momento.

—Pues…

—¿Gracie? —era la voz de Ivan, justo detrás de ella—. ¿Estás…? ¡Constantine! ¡Has venido! ¿Cómo está mi millonario griego favorito?

—Muy bien.

Grace se quedó mirando la cara de resignación que puso Constantine cuando Ivan le dio un abrazo. Lo miró un tanto extrañado al ver que se había vestido con un uniforme del colegio.

—Ivan, amigo mío, ¿estabas hace diez años en el colegio? Yo pensaba que a los veinte se estaba en la universidad…

—La realidad es esa —respondió Ivan riéndose—. Pero era mucho más feliz en el colegio, así que elegí este uniforme. Aunque no cumpla las reglas, ¿qué más da? Al fin y al cabo esta fiesta la he organizado yo.

—Es lo justo —el regocijo de Constantine se hizo evidente en el tono de su voz. Un matiz de calidez que había faltado cuando se había dirigido a ella, pensó Grace.

Ese era uno de los aspectos que más le había sorprendido de él en el pasado. Nunca hubiera pensado que una persona tan masculina como Constantine toleraría la amistad de otro que mostraba su amaneramiento a las claras. Pero Constantine no solo lo aceptaba sino que incluso lo quería.

En ese aspecto, Constantine no se había comportado como ella pensaba. Pero en los demás, recordó Grace con amargura, se había comportado de forma arrogante. Y cuando había utilizado su orgullo contra ella, la había destrozado.

—No sabía si ibas a poder venir —estaba comentando Ivan—. Pensé que estarías en la otra punta del mundo.

Como si eso le impidiera a Constantine ir donde le apeteciera. Era un hombre que utilizaba su avión privado para viajar de un país a otro, como el resto de los mortales utilizan el coche o el autobús. Y estuviera donde estuviera siempre tenía a un conductor a su disposición. Con toda probabilidad le había costado menos esfuerzo ir allí esa noche que a ella.

Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no había oído lo que Constantine estaba diciendo. Tan solo pudo escuchar el final de una frase.

—… problemas en la oficina de Londres. Espero que lo puedan solucionar en tres o cuatro meses.

¡No! No podía ser posible. La única forma en que había podido superar sus emociones en los dos últimos años era sabiendo que Constantine estaba a miles de kilómetros, en las oficinas de su empresa en Atenas, o en su casa en Skyros. No quería ni pensar que durante los próximos meses iba a estar cerca de ella.

—Entonces nos veremos más a menudo —le dijo Ivan, sin hacer caso de la mirada que Grace le estaba dirigiendo—. Anda, déjame que te quite ese abrigo tan bonito que te has puesto.

En el momento en que se lo estaba quitando, Ivan volvió la cabeza al oír el timbre de la cocina.

—¡La comida! Lo siento, queridos, he de irme corriendo. Grace, encárgate tú de esto.

Le dio el abrigo de Constantine y ella no tuvo más remedio que tomarlo mientras lo veía salir corriendo hacia la cocina.

—Veo que Ivan no ha cambiado —comentó Constantine en tono seco.

—Así es Ivan…

Grace tuvo que esforzarse para que no se le notara lo que sentía solo con tener aquel abrigo en sus brazos. Casi lo sentía como si fuera una parte íntima de él.

Algo suave y sensual. Conservaba todavía el calor de su cuerpo y el aroma a colonia que siempre se echaba. Muy sensual. Era imposible que no le recordara el pasado, cuando había estado cerca de él, oliendo la fragancia de aquel perfume mezclada con el olor de su propio cuerpo. Si cerraba los ojos todavía podía sentir su calor en las yemas de sus dedos.

—¿Grace?

La voz grave de Constantine la sacó del torrente de recuerdos sensuales que acosaban su mente, haciéndola volver a la realidad. Abrió los ojos y lo miró como si estuviera asustada.

—¿Dónde estabas?

—En ningún sitio.

Respondió demasiado deprisa, lo cual levantó las sospechas de él, que enarcó una ceja.

—Es que estoy un poco cansada —se disculpó ella—. Esta semana he tenido mucho trabajo. Tenemos una nueva campaña…

—¿Sigues trabajando en Henderson and Cartwright?

—Sí —le respondió más tranquila—. Hace poco que me han ascendido. Ahora soy responsable de… No sé por qué te estoy contando esto.

No quería que lo supiera. No quería que supiera nada de lo que hacía ni de su vida. Había renunciado a ese derecho cuando la había dejado y ella no tenía la menor intención de abrirle su corazón de nuevo.

Constantine se encogió de hombros como indicando que su comentario lo consideraba irrelevante.

—Pensé que estábamos siendo solo corteses —comentó él con indiferencia—. Es típico de los ingleses. Todo muy civilizado, incluso en las situaciones más incómodas.

—¡Yo no estoy incómoda! —se defendió Grace, despidiendo llamas por sus ojos de color gris.

—A lo mejor yo sí.

—¡Eso puede ser! —respondió ella—. Nunca te he visto desconcertarte por nada. No habrías llegado donde has llegado si hubieras dejado que algo te afectara. Además de que te ha entrenado un experto en la materia. Tu padre.

Estaba pisando terreno peligroso. Lo supo en el momento en que lo vio mover la cabeza. Pero su mirada, fija en ella, no dejaba traslucir lo que sentía por dentro.

—Sin embargo, todo esto puede ser una situación… —Grace buscó la palabra adecuada—, difícil para ti.

—No es precisamente esa la palabra.

Ella se mordió el labio, arrepintiéndose de lo que le había dicho, porque se daba cuenta de que le había concedido cierta ventaja.

Y él la aprovechó.

—Está claro que aquí juegas con desventaja. Ivan no te dijo que me había invitado a la fiesta y supongo que mucha de la gente que ha venido sabe lo que pasó entre nosotros.

Él sabía muy bien que casi todos los que había invitado Ivan sabían que hacía dos años había estado a punto de casarse con ese hombre, pero que la boda nunca se había celebrado. Podrían no saber todo lo que ocurrió, pero ninguno de ellos dudaba que Constantine había sido el que la había rechazado y no le había dado una segunda oportunidad, después de la escena que habían montado en el vestíbulo de la agencia.

—Eso ocurrió hace dos años, Constantine —le dijo ella en tono frío—. En estos dos años yo he continuado con mi vida, como supongo que habrás hecho tú también.

El gesto de asentimiento que hizo con la cabeza fue casi grosero.

—Yo lo he superado —declaró.

—Y yo también —ojalá ella pudiera estar tan segura como él—. La gente olvida fácilmente. Hace dos años nuestra relación podría estar en boca de todos, pero ya se habrán olvidado. Ninguno de nosotros se puede marchar. No le podemos hacer ese feo a Ivan. Así que será mejor que nos comportemos como dos personas civilizadas. ¿No crees?

La mirada que él le dirigió era como el hielo. Entrecerró sus ojos negros durante un momento.

—No creo que sea difícil —le dijo con un tono de indiferencia—. Me limitaré a hacer lo que he estado haciendo durante estos dos últimos años, que es olvidarme de que te conozco.

—En ese caso, ¿por qué has venido? Debías saber que…

—Es evidente que sabía que estabas aquí, pero el deseo de complacer a Ivan en su cumpleaños fue más fuerte que la repugnancia que sentía solo de pensar que te iba a volver a ver.

Estaba claro que quería hacerle daño, y lo consiguió con la implacable eficacia que Constantine se había ganado en el mundo de los negocios. Grace se agarró con fuerza al abrigo que tenía en sus manos, como si necesitara tapar con él la herida que le había infligido.

—Pero no tengo que estar más tiempo contigo. Aquí hay mucha gente para distraerse… —hizo un gesto con su mano, señalando al gran número de personas que había en el inmenso salón—. La habitación es lo suficientemente grande como para que no nos tengamos que encontrar de nuevo.

—Estoy totalmente de acuerdo —tuvo que forzarse a responderle—. Y espero que así sea.

Era lo mejor que podía pasar aunque le doliera. Constantine asintió y a continuación dirigió la mirada hacia la habitación donde seguro que encontraba más agradable compañía.

—Seguro que así podremos sacar algo positivo de esta velada tan deprimente —estuvo de acuerdo él.

—No sé que haces a mi lado todavía.

Su comentario atrajo su mirada durante unos segundos, esbozando al mismo tiempo una cínica sonrisa.

—Si quieres que te sea sincero, Gracie, nada de lo que digas o hagas puede afectarme.

¿Sería posible?, se preguntó Gracie mientras él se alejaba sin volver la vista atrás. ¿Podría ser que no sintiera nada por ella? ¿Qué había pasado con aquel amor que él le había declarado de forma tan elocuente, la pasión que no había podido esconder?

No existía, tuvo que repetirse a sí misma. Había desaparecido como si nunca hubiera existido. Lo cual parecía imposible, sobre todo si se ponía a pensar en sus propios sentimientos. Tendría que sacar todas sus dotes de actriz para ocultarle a Constantine lo que sentía todavía por él.

Implacable venganza

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