Читать книгу Implacable venganza - Kate Walker - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеERA imposible.
No podía pretender olvidarse de que Constantine no estuviera allí en la misma habitación que ella. Su presencia era como una sombra oscura constante, siempre a su lado, siguiéndola allá donde iba.
Si se detenía a hablar con alguien, lo sentía a su lado, sin verlo, pero haciéndola olvidar lo que iba a decirle a su interlocutor. Si intentaba beber vino o comer algo de la carísima comida que Ivan había encargado, se le cerraba la garganta y no había forma de tragarlo.
Y lo peor de todo era que, por alguna razón que ella desconocía, Constantine no había cumplido su palabra cuando le dijo que para él era como si ella no existiera. Porque cada vez que levantaba la cabeza lo veía mirándola y siguiendo todos sus movimientos.
Al final tuvo que buscar refugio en la cocina, utilizando como excusa la pila de platos que había que lavar. Estaba llenando de agua una cazuela cuando Ivan entró en la cocina.
—Me estaba preguntando dónde te habías metido. ¿Es que he cometido algún fallo?
—¿Invitando a Constantine? —Grace se dio la vuelta y le dirigió una mirada de reprobación—. ¿Tú que crees? ¿Cómo has podido hacer algo así, Ivan?
—¿Entonces es imposible que volváis a salir juntos otra vez?
—¿Eso era lo que pretendías invitándole? Porque si es así, estás muy equivocado. Lo que había entre nosotros se terminó hace años, Ivan.
—¿Estás segura? Desde luego él aceptó con mucho gusto la invitación y pensé que…
—Pues te has equivocado —le interrumpió Grace, más para acallar las esperanzas que sentía en su débil corazón, que por otra cosa—. No sé qué razones tendría Constantine para venir aquí hoy, pero te aseguro que yo no era una de ellas. ¿Tiene aspecto de ser un hombre que no puede apartar su mirada de mí?
—Para mí, tiene aspecto de un hombre con algo en mente, si quieres mi opinión —le respondió Ivan dirigiendo su mirada hacia la puerta de la cocina, que estaba abierta.
Grace dirigió su mirada hacia donde estaba mirando él. Sus ojos se quedaron clavados en la figura de Constantine, que estaba apoyado en la pared. Con un vaso en una mano, estaba mirando fijamente a la mujer que tenía enfrente. Una mujer pequeña y de muchas curvas, con pelo negro y muy largo, que llevaba un uniforme de enfermera con una falda tan corta que no le habrían dejado entrar con ella en ningún hospital.
—A mí me da igual lo que tenga o no tenga en mente —le respondió ella, incapaz de borrar la amargura de su voz.
Su hermanastra Paula era una mujer morena y pequeña. Constantine siempre había admitido que le gustaban las mujeres pequeñas, morenas y con muchas curvas, hasta el punto de que Grace se preguntó en más de una ocasión qué era lo que hacía entonces con ella.
—¿Estás segura?
—¡Iván, déjalo ya! —suplicó Grace, incapaz de seguir con aquella conversación.
Nada más salir aquellas palabras de sus labios, Constantine levantó su mirada y se encontró con los ojos grises de Grace. Durante unos segundos se estuvieron mirando los dos. Grace sintió que un escalofrío le recorría la espalda. A continuación, Constantine levantó el vaso que tenía en la mano como si estuviera brindando y ella tuvo que morderse el labio para soportar el dolor que aquel gesto le provocó.
Se dio la vuelta para no verlo, ni a él ni a su acompañante, y echó el detergente con tanta fuerza en la cacerola que empezó a hacer burbujas inmediatamente.
—No creo que Constantine esté pensando en una reconciliación —le respondió apretando los dientes. Tuvo que cerrar los ojos para que no le salieran las lágrimas—. Que se te meta eso en la cabeza.
Ivan se dio la vuelta y la dejó sola.
Se preguntó cómo había sido tan ingenua como para imaginarse que Constantine hubiera podido cambiar sus sentimientos. Cuando la dejó, la dejó para siempre. Recordó las palabras que le dijo Constantine en aquella ocasión.
—Lo nuestro no tiene futuro…
Aquellas palabras fueron como una daga en su corazón. A pesar de lo ciega que había estado por él, no tuvo más remedio que asumir que lo que le había dicho era algo definitivo. ¿Por qué se ponía a cuestionarlo dos años más tarde?
—Si sigues lavando ese plato, le vas a borrar el dibujo.
La voz perfectamente reconocible de Constantine la hizo salir de sus pensamientos de forma tan violenta que se le cayó el plato a la pila llena de agua.
—¡No me gusta que la gente me observe!
—Yo no te estaba observando. No debes tener una conciencia muy limpia cuando te sobresaltas de esa manera. O a lo mejor estabas soñando. ¿Es que quizá estabas pensando en alguien del que estás enamorada, agape mou?
—¡Yo no estaba pensando en nadie! —objetó Grace, aterrorizada por la posibilidad de que él se pudiera imaginar la naturaleza de sus pensamientos—. ¡Y deja de llamarme así! ¡Yo he dejado de ser tu amor hace mucho tiempo!
—Veo que todavía recuerdas algo del griego que te enseñé.
Por supuesto que se acordaba de esa frase en concreto. ¿Cómo podría olvidarla? Se obligó a no pensar en aquellos dolorosos recuerdos. Recuerdos que la llevaban a una tarde cálida de primavera en Skyros, en la que ella tenía apoyada su cabeza en su pecho escuchando el susurró de su voz.
—Me acuerdo de esa frase y de otras cosas que me enseñaste —le respondió Grace con amargura—. Y te juro que no quiero olvidarlas. ¿Qué haces?
Grace retrocedió unos pasos al ver que Constantine estiraba una mano en dirección a su rostro.
—Tienes espuma en la nariz… —con uno de sus largos dedos le quitó la espuma—. Y en tu ceja. Se te podría haber metido en el ojo.
—Gracias.
Se lo dijo mientras luchaba contra la oleada de sensaciones que solo aquel contacto había producido en ella.
—De nada — le respondió Constantine—. ¿Quieres que te ayude en algo más?
Era lo que menos le apetecía. Porque si se quedaba a su lado seguro que notaría el golpear de los latidos de su corazón. Justo cuando ella quería aparentar que su presencia no la inmutaba, su cuerpo la traicionaba y respondía con toda su fuerza ante su presencia.
—¿No decías que teníamos que comportarnos como si el otro no existiera? —le preguntó, escondiendo sus sentimientos en aquella agresión—. Aunque da igual, porque ya he terminado.
Para demostrárselo colocó el último plato en el escurridor.
—¿Quieres que te traiga una copa?
Con los nervios de punta, Grace se dio la vuelta y miró a los ojos de Constantine.
—¿A qué estás jugando ahora, Constantine? ¿Qué has venido a hacer aquí?
—No estoy jugando a nada, te lo prometo. A lo mejor un compromiso…
—¡Compromiso! —se burló Grace—. Pensaba que esa palabra no existía en tu vocabulario. Tú no reconocerías lo que es un compromiso aunque lo tuvieras delante de tus narices.
—Estoy intentando razonar contigo —le respondió Constantine, en un tono en el que se notaba que estaba reprimiendo su ira—. No me siento cómodo en una fiesta en la que la mujer que es la mejor amiga del anfitrión está todo el tiempo escondiéndose en la cocina, en especial cuando sospecho que…
—¿Qué sospechas? —le interrumpió Grace—. ¿Que me estoy escondiendo de ti? Veo que sigues considerándote el centro del universo, pero…
—Grace, se supone que en esta fiesta tenemos que vestirnos y comportarnos como hace diez años. ¿No podríamos hacer un esfuerzo y llevarnos bien?
—¿Y hasta qué momento en el tiempo se supone que tenemos que volver?
Le asustó pensar que precisamente era eso lo que ella deseaba. Incluso su corazón se aceleraba al imaginárselo.
Ojalá pudieran. Ojalá pudieran volver otra vez al momento en el que él había sido la cosa más importante en su vida y ella la de él. El momento en el tiempo en el que parecía que los dos eran solo una persona. El momento en el tiempo antes de que las mentiras que había contado Paula y sus propios miedos los habían separado, abriéndose un abismo entre sus vidas que difícilmente podrían cerrar.
—La intención de esta fiesta era que todo el mundo viniera como era hace diez años. Y la verdad es que no te imagino con catorce años.
La sombra de la sonrisa que Constantine esbozó en sus labios fue devastadora, llegándole a Grace hasta su ya vulnerable corazón y clavándose en él como una flecha dorada. Muy a su pesar, no pudo reprimir un suspiro, arrepintiéndose en el mismo instante que vio su mirada.
—¿Qué te parece entonces si nos comportamos como hace cinco años? Hace cinco años ni siquiera nos conocíamos —dijo él.
La llama de la esperanza que se encendió en el corazón de Grace se extinguió a los pocos segundos. Estaba claro que sus pensamientos iban por caminos diferentes. Ella había querido retroceder en el tiempo y detenerse en el momento en que iniciaron su relación, en el momento en que se enamoraron. Pero para Constantine, al parecer, tenían que retroceder hasta el momento en que todavía no se conocían.
—Está bien —logró decir intentando tragarse la desilusión que recorrió su garganta como si de ácido se tratara—. Por mí no hay el menor problema.
Con gesto grave y serio, ella le tendió la mano, asegurándose antes de que no le temblara.
—Me llamo Grace Vernon. Encantada de conocerte.
—Constantine Kiriazis —le respondió él, inclinándose un poco al saludarla—. ¿Quieres que te traiga algo de beber?
—Un vino blanco, por favor.
Aunque lo que menos le apetecía era beber algo de alcohol. Sus emociones eran demasiado intensas como para incrementarlas con otro estimulante.
Lo que más necesitaba en aquellos momentos era un respiro. Unos segundos para respirar y tratar de calmar su enloquecido corazón. Constantine solo tenía que tocarla para que ella sintiera aquel contacto como si de un cable eléctrico se tratara. De forma instintiva, se puso la mano que había estrechado la de él en su pecho, como si se la hubiera quemado de verdad.
¿Qué pretendería aquel hombre de ella? Porque seguro que tramaba algo. Una hora antes había declarado su intención de olvidarse de ella y ahora buscaba su compañía.
—Un vino blanco…
Mucho más rápido de lo que ella había pensado, y sin darle tiempo siquiera a prepararse mentalmente, Constantine volvió con dos vasos en la mano.
—Blanco seco, por supuesto —añadió esbozando una sonrisa en sus labios—. Aunque la verdad no tendría que haberlo sabido y te lo tendría que haber preguntado. Esto no va a ser tan sencillo como yo pensaba.
—No si tenemos que cumplir de forma estricta las reglas.
¿Reglas? ¿Qué reglas? ¿Qué normas podrían regular una situación de ese tipo?
—Creo que nos podremos permitir ciertas licencias —estaba diciéndole Constantine mientras ella pensaba en otra cosa—. De todas maneras ya te he preguntado a qué te dedicas, así que podemos omitir esa parte. Lo qué sí quisiera saber es…
—¿Qué quieres saber? —le preguntó Grace mientras daba un trago de su vaso. Sintió el efecto del alcohol en su cuerpo.
Debía estar mucho más nerviosa de lo que ella se imaginaba. O a lo mejor su cuerpo respondió a la sonrisa de Constantine y no al vino. En tal caso, tendría que tener mucho más cuidado. Porque lo que menos le apetecía era terminar ebria y perdiendo el control de la situación.
Tendría que tratar de tener la cabeza fría si quería mantener ciertas distancias con Constantine.
—¿Te vestías de verdad así cuando tenías catorce años? Casi no me puedo creer que la elegante Grace Vernon pudiera aparecer en público con…
—¿Este aspecto? —terminó Grace la frase por él—. Creo que esa era la idea. En aquel tiempo yo era una chica muy rebelde. Hacía todo lo contrario de lo que decía mi madre. Quería que yo me vistiera igual que ella. No le gustaba que me pusiera pantalones. Y yo me los ponía todo el tiempo.
—¿Estaba tu madre todavía con tu padre hace diez años?
—Sí, pero estaban a punto de separarse. Ella había tenido ya más de una aventura y mi padre ya estaba saliendo con Diana.
—Y tú te fuiste a vivir con tu padre. ¿No es más normal que los niños se queden con su madre?
—Yo ya no era una niña, Constantine.
Era curioso, pero nunca habían hablado de aquello cuando se conocían. Si lo hubieran hecho, a lo mejor las cosas habrían sido distintas. Quizá así él habría entendido lo de Paula. Pero era mejor no pensar en eso, porque le producía demasiado dolor.
—Yo ya era mayor como para opinar. Y elegí irme a vivir con mi padre. No creo que a mi madre le importara demasiado. Ella quería vivir en América, sin una adolescente que le impidiera hacer lo que quería. Yo iba al colegio aquí en Londres y no quería apartarme de mis amigos.
—¿A pesar de que se casara con Diana?
—A pesar de que se casara con Diana.
Grace avanzó unos pasos y dejó el vaso en la mesa de la cocina. Estaban recorriendo un terreno peligroso. Hablar de Diana le recordaba de inmediato a Paula, la hija de su madrastra.
—Yo me alegré de que se casara otra vez. Pensaba que…
No pudo terminar la frase, porque en esos momentos entró en la cocina un grupo de invitados riéndose y contando chistes.
—¡Vamos, no estéis ahí tan serios! ¡No podéis quedaros ahí toda la fiesta! Ivan va a cortar la tarta y dice que en vez de que él tenga que pedir el deseo, lo mejor es que cada uno pidamos uno.
Grace acompañó a Constantine hasta el salón, con la mirada clavada en él. Solo tenía ojos para él. Podía oír lo que los demás decían y notar su presencia, pero se sentía como si no existieran.
Un deseo. Si un hada madrina se lo hubiera propuesto tan solo dos horas antes, le habría dicho que lo que más deseaba era hacer las paces con Constantine. Llegar a un acuerdo con él era lo que más le apetecía. Solo con eso se conformaba.
—Feliz cumpleaños, querido Ivan…
Todos los invitados empezaron a entonar la tradicional canción de cumpleaños. Grace abrió y cerró la boca como si estuviera acompañándolos, pero no le salió ningún sonido de su boca, porque sentía como si las cuerdas vocales se le hubieran atrofiado.
Era increíble, pero en aquel momento se sentía como si aquellos dos años no hubieran pasado. Seguía sintiendo lo mismo que había sentido por aquel hombre dos años antes.
—¿Grace?
—¿Qué?
Intentó salir como pudo del pozo en el que estaba, obligándose a dirigir su mirada al hombre que tenía a su lado.
Constantine. Cerró los ojos para que él no viera sus sentimientos. Había terminado la ceremonia de cortar la tarta y la música había empezado a sonar otra vez.
—¿Quieres bailar conmigo?
Quiso decirle que no. Todos sus instintos le advertían que eso era lo mejor. Lo mejor que podía hacer era salir corriendo. No dejarse llevar por su atractivo. Porque sabía lo vulnerable que era. Porque sabía cómo reaccionaba su cuerpo ante su sola presencia. No podía arriesgarse…
—Sí.
¿Cómo podía haberle dado esa respuesta? ¿En qué estaba pensando? Grace no pudo encontrar una respuesta. Estaba actuando respondiendo a sus instintos, incapaz de racionalizar sus pensamientos.
Dejó que Constantine tomara su mano y la llevara a la parte del salón que habían dejado libre para el baile. Y cuando la música cambió a un ritmo más suave, dejó que él la estrechara entre sus brazos.
Entre sus brazos se sentía como si fuera el sitio donde había nacido. Como si fuera su hogar. El resto de la habitación, la gente que había a su alrededor, todo lo demás, parecía no existir para ella. No había nadie en el mundo más que aquel hombre, cuya fuerza la envolvía, y ella.
—Grace… —murmuró suavemente su nombre con la boca pegada a su cabello.
—No hables… —le susurró ella—. Abrázame.
Grace no sabía si solo era una canción que duraba una eternidad, o si habían encadenado varias. Lo único que sabía era que estaba perdida en un mundo de ensueño. Cuando la música dejó de sonar, y fue capaz de volver a la realidad, se dio cuenta de que habían abandonado el salón y estaban en el vestíbulo.
—¿Dónde…? —empezó a preguntarle confusa.
Cuando sus ojos pudieron enfocar de nuevo, se dio cuenta de que estaban sobre los peldaños de la escalera por la que se subía al piso de arriba, ocultos de la mirada del resto de los invitados.
El mundo de ensueño en el que se había metido se desvaneció de pronto, evaporándose como la niebla ante la presencia del sol. La realidad llegó con una fuerza y una velocidad que la dejó tambaleándose, estremeciendo su cuerpo casi de forma violenta.
—¿Qué hacemos aquí? No puedo…
—Grace… —Constantine la hizo callar poniéndole la mano en la boca—. Quiero estar a solas contigo unos segundos.
—¡Tú!
Grace apartó la cabeza de su mano. Sus ojos grises despedían llamas. Lo miró a los ojos y vio cómo bajaba los párpados, como para ocultarle sus emociones.
—¡Tú quieres! ¡Tú quieres! ¿Es que solo piensas en tus deseos? Me dices que quieres bailar conmigo, que quieres estar a solas conmigo…
—Me dio la impresión de que tú también lo deseabas.
—¿Cómo has llegado a esa conclusión?
Constantine bajó la cabeza hasta que su boca estuvo en su oído. La calidez de sus palabras acariciaron su piel cuando él susurró:
—Me dijiste que no hablara, que solo te abrazara.
Grace se arrepintió de sus palabras. Porque cuando Constantine se proponía algo era inamovible. Pero no podía ceder. Porque de hacerlo, él vería que la verdadera interpretación de los hechos era la que él había dado.
Pero tenía que protegerse. Él ya no sentía nada por ella. Lo único que ella podía reconocer que quedaba entre ellos era la pura atracción sexual. Una atracción que no era tan fácil de que se extinguiera. Y ella había dejado que Constantine viera que ella lo deseaba todavía y había decidido aprovecharse de la situación.
—Grace, nunca en mi vida he dejado que una mujer se fuera a casa sola a estas horas de la noche. Y no voy a empezar ahora. Ponte el abrigo. Te acompaño.
—¿Es que tengo otra elección? —con gesto de cansancio aceptó lo que le había sugerido.
—Ninguna —le respondió Constantine con un tono de satisfacción que parecía el ronronear de un tigre—. Sé que nos acabamos de conocer, pero insisto en que aceptes que te acompañe.
¿Qué?
Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que Constantine quería decir.
Recordó el motivo de aquella fiesta. Él le había dicho que cinco años antes no se conocían.
Al parecer, Constantine seguía cumpliendo las reglas impuestas para aquella fiesta. Todavía estaba fingiendo que se acababan de conocer.
De ser así, quizá podía arriesgarse a dejarle que la acompañara a casa. Constantine no pretendería aprovecharse de ella en su primer encuentro.