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Árboles de Thoreau

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Exhala. Vuelve a inspirar.

Pecho acompasado pulóver italiano

con diseño de flores.

El ritmo decae con el paso de algún avión o

con el sonido insidioso de la lluvia.

El salón es inmenso y no por fuerza hostil.

Se conocen soledades mayores, las de los

árboles de Thoreau y de Thoreau mismo, por

ejemplo. La soledad animal que queda encerrada

durante horas y horas a la espera de su ama,

de su amo, de su amor.

A propósito, estoy enamorada de un perro que

pronto cumplirá tres años y que vive en una

casilla de vigilancia. Mimado, con mucho

alimento, se comporta como perro de mansión.

Es amarillo y tiene ojos negrísimos y orejísimas.

Suele sonreír pero por lo general

se muestra indiferente.

No se entrega a los extraños. Parece que es

feliz solo, perdido en sus proyectos lúdicros

o cuando se tiende sobre los serviciales e

instantáneos tapices del sueño.

Es caminador y excursionista. Algunas perras

lo evalúan cuando pasa. Pero esto ya es prosa,

Molière.

Menos solo, el salón, menos grande a medida

que escribo.

La muerte. No pienso en ella. No entra en

mi vida, está afuera. Un día mi vida cesará

pero no quiero que en ningún caso esté

abrumada por la muerte. Quiero que mi

muerte no entre en mi vida, que no la defina.

Quiero ser siempre una llamada a la vida.

Jean-Paul Sartre

Un jerónimo de duda

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