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Prólogo

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ME da igual lo que pensabas, Edgar, no me interesa contratar a una de tus amiguitas!

Edgar había invitado a Gideon a pasar el fin de semana en su casa de campo con la única intención de que conociese a Madison. Desgraciadamente, Gideon parecía decidido a irse por la mañana temprano, y como Madison no llegaría hasta media tarde, Edgar se veía obligado a hablarle de ella ahora…

Así que en vez de responderle a Gideon como quisiera, le lanzó una mirada de intensa irritación.

—¡Madison no es una de mis amiguitas, demonios, es mi ahijada!

—¿Ahora ya no son sobrinas? —se burló Gideon—. Si tenemos en cuenta que eres hijo único, me sorprende que sigan apareciendo; dos en los últimos seis meses, según creo.

A los sesenta y dos años, Edgar, soltero y sin compromiso, todavía consideraba a las mujeres atractivas y le gustaba llevárselas a la cama.

—Te lo diré una sola vez más, Gideon —dijo, enfadado. Puede que considerase a Gideon como un hijo, pero no aceptaría que se mofase de él—. Madison es la hija de… un viejo amigo. Y coincide que es actriz.

Gideon se hallaba en el proceso de buscar el elenco para su próxima película y Edgar, el gerente de los estudios de cine para los que trabajaba Gideon, tenía a alguien en mente para el papel protagonista. Desgraciadamente Gideon era el director de cine de moda y lo sabía. Le habían dado el Oscar al Mejor Director el año anterior. Edgar se sentía muy satisfecho de haber logrado convencer a Gideon de que volviese a Inglaterra a trabajar para su compañía, pero la situación privilegiada en el mundo del cine de ese momento hacía que no fuese tan fácil manejarlo como a otros directores…

—¡Jamás he utilizado el sistema de acostarme con las actrices que pretenden un papel en una película —dijo Gideon con la boca tensa—, y no pienso comenzar ahora! ¡Ni siquiera de segunda mano! —añadió, con mala intención.

—¡Solo te he pedido que te quedes hasta mañana por la tarde para que conozcas a Madison! —dijo secamente Edgar, a quien le estaba resultando muy difícil contenerse. De hecho, sentía deseos de borrarle la sonrisa a Gideon de un puñetazo—. ¡No he dicho nada de que te la llevases a la cama!

—¡Me alegro! —dijo Gideon, acentuando su burlona sonrisa—. Prefiero buscarme mis propias compañeras de lecho.

—Me parece que nos estamos alejando del tema —suspiró Edgar.

—En absoluto —dijo el más joven de los dos—. Me aseguraste que tenía mano libre con esta película. Eh, casi me rogaste que viniese a trabajar para tu estudio…

—¡Me parece que estás exagerando las cosas un poco, Gideon! —dijo Edgar, que no dudaba que su amigo estuviese enfadado, pero aun así…—. Hace años que nos conocemos y, por supuesto, tu padre y yo seguimos siendo amigos incluso después de que…

—No recuerdo haber utilizado ninguna de mis relaciones familiares contigo cuando acordamos que trabajaría para tu compañía —lo interrumpió Gideon rudamente, con la espalda envarada—, así que, ¿por qué no dejamos a mi padre o a tu ahijadita fuera de nuestras conversaciones durante el resto de mi estancia aquí? Que se acabará por la mañana —añadió, para que no se le olvidase.

Una vez más, Edgar se tuvo que contener. No tendría que haber mencionado a John, y mucho menos hacer referencia al escándalo que le había destruido la carrera. Había cometido un error de táctica, ya que lo que menos quería en ese momento era enfadar a Gideon. ¡Lo que quería era que se quedara hasta la tarde para que conociese a Madison!

—Te aseguro que Madison no es lo que crees —le dijo suavemente a Gideon, tragándose el enfado—. Tiene mucho talento…

—¿Cómo es su nombre completo?

—Madison McGuire.

—No me suena en absoluto —descartó Gideon secamente, mirando a su alrededor a los veintitantos invitados a la casa de Edgar ese fin de semana, obviamente aburridos de la conversación.

Edgar se dio cuenta de que Gideon estaba distraído y ello lo enfadó nuevamente.

—¡Y nunca te sonará si no la conoces! —le espetó—. Quieres que una desconocida haga de Rosemary, lo has dicho tú mismo.

—¡Pero una desconocida elegida por mí, no por ti! —ladró Gideon, con un relámpago de hielo en sus ojos grises al mirar a Edgar—. ¿Sabe ella lo que pretendes? —su boca hizo una mueca burlona—. ¿O ya se cree que el papel es suyo?

Edgar se dio cuenta de que si seguía insistiendo lograría que Gideon se fuese incluso antes de que sacara el as que tenía guardado en la manga.

—Madison no sabe nada de esta conversación, Gideon —le aseguró suavemente; de hecho, si se enterase, ¡Madison se pondría como Gideon!—. ¿Por qué no dejamos el tema de momento…?

—Dejemos el tema y punto, Edgar —dijo su interlocutor con voz aburrida.

Edgar no tenía ninguna intención de hacerlo. Estaba seguro de hacer lo correcto al presentarle Madison a Gideon. ¡Solo esperaba que Susan, la querida Susan, lo perdonase cuando descubriese lo que había hecho! Susan…

—Ha llegado el momento de ver la función privada de la nueva película de Tony Lawrence —le dijo al director de cine cuando recibió la señal de su criado—. Estoy seguro de que os encantará —no se hallaba seguro de nada, pero tenía la esperanza… oh, sí, tenía la esperanza…

Sin embargo, la expresión de Gideon cuando se sentó a su lado, antes de que las luces se apagaran en el auditorio del sótano de la casa, no auguraba nada bueno. ¡Y había tanto que dependía de los siguientes minutos, tanto más de lo que Gideon podía imaginarse! ¡De lo contrario, ya se habría ido de allí!

Edgar mantuvo la vista fija en la pantalla, pero toda su atención se centraba en el hombre que estaba a su lado. Supo exactamente el momento en que Madison apareció, sintió la súbita tensión de Gideon, la forma en que se echó adelante en la butaca, olvidando totalmente el habitual aspecto de aburrimiento que podía ser tan irritante al dirigir los ojos a la pantalla.

¡Sí!

Edgar apenas pudo contener su propia excitación. Estaba seguro de que Gideon había mordido el anzuelo. Ahora, todo dependía de que fuesen capaces de hacerle tragar la carnada o no.

De algo estaba seguro: Gideon no se marcharía a la mañana siguiente.

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