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Capítulo 1
ОглавлениеVIOLET DUDÓ durante un instante antes de enviar el correo. Había empezado a sentir cómo el vacío de la pérdida empezaba a clavarle los dientes. Respiró profundamente y trató de contener el pánico al pensar en lo desconocido, que se abría ante ella como si fuera un abismo insondable. Ya no era una niña, sino una adulta de veintiséis años. No resultaba apropiado tener miedo a lo que le esperaba a la vuelta de la esquina. Podía enfrentarse a ello.
Apretó la tecla, cerró los ojos y trató de ignorar todos los ruidos de fondo, los que indicaban que la vida seguía desarrollándose con normalidad en el exterior de su lujosa casa a las siete y media de una preciosa tarde de domingo del verano londinense.
Sabía exactamente cómo iba a reaccionar su jefe al recibir aquel correo. Para empezar, gracias a Dios, no lo leería hasta la mañana siguiente, cuando entrara en su despacho ridículamente temprano, a las seis y media. Se prepararía una taza de café bien cargado, se sentaría a su escritorio, que siempre estaba cubierto de papeles, notas, informes y una impresionante colección de objetos de papelería y empezaría su día.
Lo primero que haría sería leer sus correos y el de Violet estaría entre ellos. Lo abriría y entonces… enfurecería.
Violet se puso de pie y se estiró para aliviar sus doloridas articulaciones. Decidió que, en aquel momento, había un límite para las cosas en las que podía centrarse y, hacerlo en la reacción de su jefe cuando supiera que ella había dimitido tendría que esperar. No le quedaría más remedio que enfrentarse a él cuando fuera al trabajo al día siguiente. Había decidido hacerlo a las nueve y media, que era una hora mucho más segura. La oficina estaría llena de empleados y la posibilidad de que él perdiera el control delante del resto de todos ellos era menor.
En realidad, a Matt Falconer parecía importarle un comino lo que pensara el resto de la gente. Se regía por sus propias leyes. En los dos años y medio que Violet había estado trabajando para él, lo había visto abandonar hecho una furia reuniones de alto nivel porque alguien le había contrariado o porque no había logrado seguir su directa y brillante lógica. Ella había impedido que rechazara informes redactados incorrectamente y había trabajado con él hasta altas horas de la madrugada para completar un acuerdo simplemente porque no podía esperar. Violet también había sabido evitarle su presencia cuando él se había metido entre las cuatro paredes de su despacho, como en trance, porque la inspiración le había abandonado temporalmente.
Antes, se había preparado una ensalada, pero no le apetecía comer. Tenía la cabeza demasiado llena. En el espacio de solo una semana, su vida se había puesto patas arriba y aún no había conseguido serenarse.
A Violet no le gustaban los cambios. Ni las sorpresas. Le gustaba el orden, la estabilidad… la rutina. Le encantaban todas las cosas que, normalmente, las chicas de su edad despreciaban.
No quería aventuras. Nunca hubiera considerado dejar su trabajo, aunque, en lo más profundo de su ser, sabía que habría tenido que hacerlo más temprano que tarde porque… a lo largo del tiempo, los sentimientos por su inteligente, temperamental e imprevisible jefe se habían convertido en algo un poco incómodo. Sin embargo, verse obligada a dejarlo…
Apartó el plato y miró a su alrededor. Se sintió como si lo estuviera viendo todo por primera vez, algo que, por supuesto, no tenía ningún sentido. Llevaba viviendo en aquella hermosa y exclusiva casa desde que tenía veinte años. Sin embargo, la posibilidad de alquilarla a un perfecto desconocido le hacía considerar todo lo que tenía. Años de recuerdos perfectamente organizados, las estanterías cargadas de sus tomos de trabajos musicales, de manuscritos con anotaciones realizadas a lo largo de muchos años, de fotografías, de adornos….
Las lágrimas amenazaron con aparecer. Una vez más.
Tragó saliva y las contuvo. Se centró en recoger la cocina mientras la radio sonaba. Música clásica, por supuesto. Su favorita.
Solo se dio cuenta de que había alguien en la puerta cuando resonaron unos fuertes golpes, incansables e innecesarios, porque, fuera quien fuera, no había tenido la decencia de darle tiempo a reaccionar para poder llegar a la puerta.
Se apresuró a abrir antes de que los vecinos empezaran a quejarse. Y allí estaba él.
Matt Falconer. Su jefe y la última persona que había esperado ver allí en aquel momento. ¿Cómo demonios sabía dónde vivía? Ella ciertamente nunca se lo había dicho. Había convertido la reticencia de hablar sobre su vida privada en un arte.
Sintió que se sonrojaba. Se sentía totalmente desprevenida, sin haber tenido tiempo para prepararse para el impacto que él ejercía sobre ella, por lo que solo pudo mirarlo y admirar los hermosos rasgos de su rostro.
Dos años y medio y él aún ejercía el mismo efecto sobre Violet. Era muy alto y su constitución perfecta, con una estrecha cintura y unas largas y musculosas piernas. Llevaba el cabello algo largo y sus ojos azules estaban enmarcados por unas oscuras y espesas pestañas. Además, tenía un tono de piel muy exótico, ligeramente bronceado. Tenía sangre española por parte de su madre. A su lado, el resto de los mortales tenían un aspecto enfermizo y anémico.
–¿Cómo? Señor, ¿qué está haciendo aquí? –tartamudeó Violet mientras se recogía unos mechones de su cabello castaño detrás de la oreja.
–¿Señor? ¿Señor dices? ¿Desde cuándo me tratas de usted? Hazte a un lado. Quiero entrar.
Violet dio automáticamente un paso atrás, pero no retiró la mano del pomo de la puerta. Esta estaba ligeramente abierta, pero ella no podría impedirle el paso por muy suave que fuera el empujón que él le diera. Además, por el gesto airado que él tenía en el rostro, se veía que no iba a pensárselo mucho si tenía que forzar la entrada.
–Es domingo –dijo Violet con voz muy tranquila, la voz que reservaba para el trabajo y, en especial, para su temperamental jefe–. Supongo que has venido por mi… carta… bueno, por mi correo.
–¿Carta? –rugió Matt–. De algún modo, una carta implica que el contenido de la misma va a ser cortés.
–Vas a molestar a los vecinos –le espetó Violet.
–En ese caso, déjame entrar y así no los molestaré.
–Ha sido una carta de dimisión muy educada.
–¿Quieres tener esta conversación aquí fuera, Violet? A mí no me importa llamar a todas las puertas de tus acaudalados vecinos para invitarles a que salgan a escuchar. A todo el mundo le gusta estar al aire libre con este tiempo tan bueno y mucho más si hay algo interesante que ver.
–Eres imposible, Matt.
–Bueno, al menos volvemos a tutearnos. Eso es un comienzo. Ahora, déjame entrar. Necesito beber algo fuerte.
Violet suspiró y se hizo a un lado para que él pudiera pasar al pequeño pero elegante recibidor. Durante unos segundos, Matt no dijo nada. Se limitó a mirar a su alrededor mientras que Violet lo observaba, imaginándose las preguntas que él le haría y lamentándose de las respuestas que ella se vería obligada a darle.
Cuando por fin volvió a mirarla, el gesto de Matt reflejaba curiosidad además de la ira que lo había llevado hasta allí.
–¿Cómo has conseguido mi dirección? –le preguntó ella.
–No hace falta ser un genio como para que se me haya ocurrido mirar en los archivos del personal. Bonita casa, Violet. ¿Quién lo habría imaginado?
Violet se sonrojó y lo miró con desaprobación. Él respondió aquella mirada con una sonrisa, la sonrisa de un tiburón que, de repente, se había encontrado compartiendo espacio con un delicioso bocado.
Violet se dio la vuelta y se dirigió directamente a la cocina.
La casa no era grande, pero tampoco pequeña. Desde el recibidor, salía una elegante escalera que conducía hasta la planta en la que se encontraba el dormitorio. En la planta inferior, varias puertas conducían a un generoso salón, a un pequeño cuarto que ella utilizaba como despacho y sala de música, a un armario ropero que estaba aún decorado con papel pintado y pintura de la época victoriana y, por supuesto, otra puerta que conducía a la cocina. Esta era lo suficiente espaciosa como albergar una mesa a la que podían sentarse seis personas y que, en aquellos momentos, estaba cubierta totalmente de papeles. Violet los recogió precipitadamente y, tras meterlos en el vestidor, regresó a la cocina. Totalmente sonrojada, se apoyó contra la encimera y se cruzó de brazos.
Se sentía totalmente fuera de su zona de confort. Los elegantes trajes que utilizaba para ir a trabajar la protegían de él, estableciendo todas las separaciones necesarias entre jefe y secretaria. Pero allí, en su casa, vestida con un par de vaqueros y una camiseta vieja que había heredado de su padre, se sentía expuesta y terriblemente vulnerable. Sin embargo, no iba a permitir que su rostro la delatara.
–Nunca me dijiste que vivías en una joya exquisita como esta –murmuró él mientras se sentaba en una de las sillas de la cocina.
–Creo que nunca mencioné nada sobre dónde vivía –replicó Violet.
–De eso se trata precisamente. ¿Por qué me ocultarías algo así? La mayoría de la gente no habla sobre sus casas porque se sienten avergonzadas.
–Tengo café –comentó Violet–. O té. ¿Qué prefieres?
–¿Significa eso que no tienes una botella de whisky escondida en ninguno de los aparadores? En ese caso, tomaré un café. Ya sabes cómo me gusta, Violet, porque, en realidad, sabes todo lo que hay que saber sobre mí…
Matt se acomodó un poco más en la silla y estiró las piernas. Su lenguaje corporal parecía indicar que no tenía nada de prisa. Se colocó las manos por detrás de la cabeza y la observó con descarada curiosidad.
En lo que se refería a las pesadillas hechas realidad, aquella ocupaba los primeros puestos.
Matt Falconer, multimillonario y leyenda del mundo de la tecnología y las telecomunicaciones, adorado por la prensa y las mujeres, estaba allí, en su casa, husmeando, porque nada le agradaría más que sacarle información a Violet sobre sí misma, una información que ella siempre había hecho todo lo posible por ocultar.
Desde el momento en el que ella había entrado en su despacho, situado en uno de los edificios más icónicos de Londres, Violet había presentido que su jefe no iba a parecerse en nada a los otros dos hombres para los que había trabajado.
No. Matt Falconer había empezado llegando tarde el primer día y dejándola prácticamente sola, enfrentándose a todo sin orientación alguna. Violet se había sobrepuesto al desafío y había aprendido muy rápido. Había disfrutado cada segundo, incluso cuando entraba antes de su hora a trabajar y salía mucho después, del ritmo frenético de la empresa y hasta de lo informal que era el ambiente laboral cuando sabía que no iba con su modo de ser. Había salido adelante, ganándose el respeto de todos y consiguiendo varios aumentos de sueldo a lo largo de los dos años.
Se había mantenido firme contra la andanada de preguntas a las que había tenido que enfrentarse a diario cuando entró en la empresa. Había evitado hábilmente las que iban dirigidas a su vida privada y tampoco había mordido el anzuelo cuando, en la tercera semana, él le había dicho que las mujeres solían responder cuando él mostraba interés en su vida privada.
–Me temo que yo no –le había respondido–. Creo en mantener mi vida privada totalmente separada de mi vida laboral.
No había lamentado su decisión porque, a medida que había ido pasando el tiempo, había ido cayendo cada vez más bajo el embrujo de su carismático jefe por lo que había dado gracias a Dios porque el sentido común hubiera prevalecido desde el principio.
Por lo tanto, la presencia de Matt allí, en su encantadora casa, le había hecho sentirse presa del pánico.
–Por ejemplo –estaba diciendo él en aquellos momentos–. Supongo que me conoces lo suficientemente bien como para saber que yo debería haber estado con Clarissa en el ballet esta tarde… por lo que no habría leído tu correo hasta mañana por la mañana. Supongo que tenías la intención de llegar algo más tarde a trabajar con la esperanza de que yo hubiera digerido ya el mensaje de que quieres dejar el trabajo mejor pagado que podrías esperar encontrar. Por no mencionar el más estimulante.
Violet se secó las manos sobre los vaqueros y se puso a prepararle la taza de café tal y como a él le gustaba. Solo, sin azúcar. Así, de espaldas a él, podía evitar ver de frente la intensidad con la que aquellos ojos azules la estaban mirando.
Como ella, Matt iba vestido con ropa informal. Vaqueros negros, polo y mocasines. Lo había visto vestido así muchas veces, pero el hecho de que su propio atuendo también fuera informal hacía que Violet se sintiera vulnerable e incómoda.
–Eso no es cierto –dijo mientras le ofrecía la taza de café y se sentaba al otro lado de la cocina.
Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que la curiosidad de Matt sobre ella no había cesado, pero, en aquellos momentos, el tema más urgente era el de su dimisión. A pesar de la aprensión que sentía, mantuvo una cortés sonrisa y una expresión afable y tolerante.
Exactamente la imagen profesional que siempre había querido transmitir.
–Entonces, no recordabas que yo debía estar en el ballet…
–¿Acaso importa?
–Estoy muy desilusionado contigo, Violet. Pensaba que éramos amigos y, sin embargo, estás aquí, demasiado asustada para decirme a la cara que me vas a dejar.
–Trabajo para ti, Matt, eso es todo –replicó Violet mientras que él sacudía tristemente la cabeza.
–Igual que los doscientos empleados que ocupan las cuatro plantas de esa jaula de cristal, pero ninguno de ellos me conoce tan bien como tú, aunque en realidad, si me hubieras conocido lo suficientemente bien, habrías sabido que Clarissa y yo estábamos a punto de romper. Ir al ballet con ella era demasiado…
–¿Has roto con ella?
Violet sintió compasión por la voluptuosa rubia de ojos azules. Tal vez no era muy inteligente, pero sí simpática, alegre. No se merecía el ramo de flores a modo de despedida que Violet tendría que enviarle en los próximos días. Eso si Matt no reaccionaba a su carta de dimisión despidiéndola fulminantemente.
–No te muestres tan sorprendida –le dijo él secamente–. Ya sabes que mi vida es demasiado ajetreada para relaciones a largo plazo. De todos modos, nos estamos desviando del tema. He venido aquí por esa carta de dimisión y quiero saber por qué has decidido tan repentinamente que estás harta de trabajar para mí. ¿Es el dinero? Si es así, simplemente me lo podrías haber dicho para pedirme un aumento de sueldo.
Violet se vio momentáneamente distraída por el hecho de que su jefe hubiera asumido que cualquier relación más larga de cinco segundos era a largo plazo. Parpadeó y sintió que el pulso se le aceleraba cuando las miradas de ambos se cruzaron, el profundo azul de él encontrándose con el tímido marrón de ella. Sabía que se estaba sonrojando y se odió a sí misma por no tener la capacidad de mantener un aire de indiferencia y neutralidad.
Tampoco su mente estaba muy centrada. Debería haber recordado que alguien como Matt, que era como un regalo divino para el sexo opuesto, iba siempre a por un cierto tipo de mujer. Largas piernas, grandes senos, rubias, muy rubias, y con una conversación muy limitada que incluía frases como «por supuesto», «claro» y «lo que quieras». Ciertamente, no le atraían las mujeres menudas, con cabello castaño, rasgos poco llamativos, pechos pequeños y que, además, se mantenían firmes fuera cual fuera la provocación.
–Por supuesto que no es el dinero –dijo ella tomando un sorbo de café–. Efectivamente, si estuviera descontenta con mi sueldo no dimitiría, Matt. Me dirigiría a ti para hablarlo contigo.
–Entonces, si no es el dinero, ¿qué es entonces? No me irás a decir que al trabajo le faltan desafíos. Violet, tienes más responsabilidad que ninguna de las mujeres que han trabajado para mí anteriormente.
–Eso es porque ninguna de ellas se ha quedado mucho tiempo.
–Tonterías –replicó él negando aquella afirmación–. Admito que algunas no estuvieron mucho tiempo, pero ninguna de ellas tenía lo necesario para poder realizar más del trabajo básico.
Violet bajó los ojos y guardó silencio. Cuando ella entró a trabajar en la empresa, el jefe de personal estaba desesperado.
–Es una situación muy difícil –le había dicho él con frustración–. Matt es… muy exigente. Muchos candidatos han descubierto que les es imposible trabajar para él. También dicen que les pone muy nerviosos. Son perfectamente capaces en el momento en el que entran en el edificio y han realizado las entrevistas destacando, pero, después de diez minutos con él, tienen los nervios destrozados…
Violet había comprendido perfectamente lo que él le había querido decir después de pasar cinco minutos en compañía de Matt. Era un hombre muy inteligente, muy intolerante y muy guapo, por lo que era increíble que alguien pudiera trabajar para él durante más de un día sin perder la cabeza.
Por suerte, Violet estaba hecha de una pasta más dura. La vida la había preparado para cualquier cosa y ella se había enfrentado a su jefe del mismo modo que lo había hecho con todas las personas imprevisibles e impulsivas que habían entrado en su vida y se habían marchado de su lado gracias a su padre. Se había protegido tras un muro de impenetrable tranquilidad.
–Si quieres más responsabilidad, solo tienes que decirlo. Te puedo dar un poco más de trabajo, proyectos variados. Lo que tú digas.
–No es el trabajo.
–Entonces, ¿qué demonios es? ¿Acaso te ha estado molestando alguien?
–¿De qué estás hablando? –le preguntó Violet sin comprender.
–Algunos de los hombres que trabajan conmigo pueden ser un poco insistentes. Me temo que viene con el puesto. Trabajar con aplicaciones informáticas y tratar con empresas emergentes e innovadoras requiere una personalidad muy diferente a la de los hombres que trabajan en puestos más tradicionales, como en la banca o los seguros. Existe la posibilidad de que te resulte complicado trabajar con alguno de ellos. Si me das el nombre, le despediré inmediatamente. Un momento… –añadió–. Durante las últimas semanas ha habido clientes yendo y viniendo por lo de la nueva absorción. Ya sabes a lo que me refiero. Esa aplicación de la comida que estoy a punto de comprar. ¿Te ha molestado alguno de ellos? He notado que ese tal Draper se ha estado acercando mucho a tu escritorio…
–Matt, te aseguro que soy capaz de cuidar de mí misma –replicó ella sonrojándose.
–¿Sí? –preguntó él suavemente–. Eres callada, Violet. Refinada. No eres la clase de mujer que recibe tanto como da.
–Ojalá pudieras escucharte, Matt Falconer. Te aseguro que no soy una completa idiota.
–Yo jamás he dicho que lo seas…
–La implicación estaba presente –le espetó ella. Entonces, vio una expresión de asombro en el rostro de Matt porque él nunca había visto aquel lado de su personalidad–. ¿De verdad crees que soy tan débil como para echarme a llorar y salir huyendo porque alguien me diga algo?
–En absoluto.
–¡Tengo más agallas de lo que tú probablemente piensas!
–Estoy seguro de ello.
–¡En ese caso, deja de tener esa actitud paternalista conmigo!
–Dios, Violet. ¿De dónde viene todo esto? ¡Solo he venido a hablar contigo para descubrir lo que estaba ocurriendo! –exclamó él mientras se mesaba el cabello. Violet se tranquilizó un poco, aunque con dificultad.
–Te he entregado mi dimisión, Matt, porque ha surgido algo inesperado y no me ha quedado elección. Sé que mi correo fue algo… breve, pero dar detalles habría sido muy complicado. No tenía ni idea de que tú ibas a ser tan insistente.
–¿Acaso pensabas que me iba a quedar sentado y que te iba a permitir que te marcharas así? –le preguntó Matt con incredulidad. Violet se sonrojó porque aquellas palabras habían sonado demasiado íntimas.
«¡Menos mal que te marchas!», se dijo. «¡Solo tienes que recordar lo peligroso que es ser tan estúpida como para que te guste tu jefe!».
–Me aseguraré de encontrar una sustituta adecuada antes de marcharme –respondió ella fríamente–. No te dejaré tirado.
–¿Y si decido que eres irremplazable?
–Nadie es irremplazable –respondió Violet encogiéndose de hombros.
–Dices que no tienes opción –comentó el como si estuviera pensando en voz alta. Entonces, abrió repentinamente los ojos y se incorporó en la silla. Violet lo observó llena de confusión–. Estás embarazada, ¿verdad? Yo soy muy progresista en lo que se refiere a ese tipo de cosas, pero, ¿es algo chapado a la antigua? ¿Es eso? ¿Se trata de un hombre que tiene una escala de valores más propia de la Edad Media? Debe de ser la clase de tipo que piensa que una mujer embarazada debe quedarse en casa.
Los ojos azules le miraron el abdomen y, horrorizada, Violet instintivamente se apoyó la mano sobre el vientre.
–¿Quién es, Violet? ¿Cómo es que no sé nada sobre él? ¿No te parece que es llevar el secretismo a un nivel exagerado? –le preguntó observándola atentamente–. Ahora, espero que me digas que eres lo suficientemente feminista como para saber que no se deja un trabajo maravilloso solo porque un tipo con opiniones anticuadas te sugiere que lo hagas.
De repente, Matt se levantó y se dirigió hacia la ventana de la cocina. Estuvo mirando a través de ella durante unos segundos antes de darse la vuelta para mirarla con desaprobación. Resultaba evidente que estaba muy ofendido.
–Ya no vivimos en la Prehistoria –prosiguió dejando a Violet sin palabras ante tan descabelladas conclusiones–. Deberías saber que soy más que considerado en lo que se refiere a mis empleados, sobre todo con los que tienen hijos. ¿Hay o no hay una guardería disponible en el octavo piso?
–Sí, pero…
–Hace mucho que hemos dejado atrás los días de la desigualdad entre géneros…
–¡No hay nada de malo en que una madre decida quedarse en casa! –exclamó Violet.
Francamente, a ella no se le ocurría nada más maravilloso, pero no iba a permitir que un tema irrelevante la distrajera. ¿Cómo era posible que alguien tan inteligente pudiera ser al mismo tiempo tan… obtuso?
–No llevas anillo –comentó él–. ¿Un hijo fuera del matrimonio, Violet? No es lo que yo hubiera esperado de ti, pero también es evidente que me has estado ocultando muchas cosas. Estoy empezando a pensar si te conozco en realidad. Tú nunca has dejado entrever nada, pero pensaba que conocía la clase de persona que eres. ¿Acaso ese tipo no ha tenido la decencia de pedirte en matrimonio o es que ha salido huyendo?
Matt sacudía la cabeza con indignación mientras Violet lo miraba asombrada.
–O tal vez está casado. ¿Es eso? ¿Te has dejado embaucar por una sórdida situación que te ha llevado a esto? Deberías haber acudido a mí para pedirme consejo. Yo te habría apoyado.
Violet estaba incrédula, tanto que casi no podía ni pensar.
–¿Un hombre casado? ¿Una sórdida situación? Además, Matt Falconer, no es que sea necesario, ¿pero por qué habría yo acudido a ti para que me dieras consejo?
Matt frunció el ceño.
–Porque soy un hombre de mundo.
–Sí, y también eres un hombre que no ha tenido nunca una relación que durara más de tres meses –le espetó ella sin poder contenerse.
En vez de sentirse enojado por aquella exclamación, Matt la miró completamente intrigado. Se acercó lentamente a Violet. Ella, hipnotizada en contra de su voluntad, tan solo pudo mirarlo fijamente. Entonces, se echó a temblar con una mezcla de ira y frustración por haber permitido que la situación se desmadrara de aquella manera.
–¡Esto es ridículo! –exclamó al ver que Matt tomaba una silla y la colocaba muy cerca de la que ella ocupaba.
–Lo sé. ¿Por qué no retiras tu dimisión y fingimos que no ha ocurrido nada de todo esto?
Matt la miraba fijamente y, de repente, de un modo inexplicable, sintió que su imaginación comenzaba a volar. Había algo atrayente en el rostro arrebolado de Violet, en su airada mirada y en sus labios entreabiertos. Frunció el ceño y parpadeó para volver a controlar sus sentidos.
–No he dimitido porque quiera un aumento de sueldo. Tampoco es porque quiera más responsabilidad –dijo ella enumerando cada razón lenta y cuidadosamente–. Si hubieras leído lo que te decía en mi correo, te habrías dado cuenta de que valoraba muy positivamente mi experiencia en tu empresa. Tampoco se trata de que alguien me haya estado molestando en el trabajo. Y si John Draper me ha pedido una cita, no creo que sea asunto tuyo.
–Sabía que ese tío estaba rondándote mucho y por nada bueno –replicó Matt con el ceño fruncido. Violet sintió ganas de darle un bofetón.
–Más concretamente, Matt Falconer, no he estado teniendo ninguna aventura con nadie. ¡Y tampoco estoy embarazada! Ciertamente, jamás me habría sentido atraída por alguien que pensara que tiene derecho a dictar las reglas sobre el lugar que debe ocupar una mujer. ¡Ninguna de esas afirmaciones es la razón de mi dimisión!
–Me alegro –comentó él visiblemente aliviado.
Violet lo miró con desaprobación. Era tan egoísta. Lo único que le molestaba era que pudiera encontrar una sustituta que pudiera adaptarse a su impredecible y exigente personalidad. No se podía creer que hubiera sido tan idiota como para haberse sentido atraída por él. Gracias a Dios, era lo suficiente inteligente como para saber que debía ocultar aquella reacción tan inapropiada. Gracias a Dios, desear a otra persona era una enfermedad curable, de la que ella se curaría en cuando abandonara su empleo.
–Entonces, dime a qué viene toda esta tontería –le dijo mientras se relajaba contra el respaldo de la silla y la miraba fijamente. Violet no pudo evitar beber de su masculina belleza tan solo durante un segundo antes de parpadear y regresar a la realidad.
Suspiró y se rindió.