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Capítulo 2

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SE TRATA de mi padre –dijo ella simplemente mientras Matt la miraba como si de repente ella hubiera empezado a hablar en otro idioma.

–¿Tienes padre?

–Sí, Matt. Claro que tengo padre. La gente tiene padres. Estas cosas ocurren.

Él sonrió y se movió ligeramente para poder estirar las piernas.

–Te diría que voy a echar de menos tu sarcasmo, pero no es así. Si esto tiene que ver con un sencillo caso de problemas familiares, estoy seguro de que podremos encontrar una solución.

–No soy sarcástica –respondió Violet cortésmente. Matt levantó las cejas muy sorprendido.

–Has realizado más comentarios sarcásticos sobre las mujeres con las que he salido de los que puedo recordar. ¿Recuerdas que me preguntaste si había pensado alguna vez en salir con mujeres que no se volvieran locas por ir a un balneario? ¿O la vez que me dijiste que no era cierto que las rubias se divirtieran más? Eso por no olvidar algunos de tus innecesarios comentarios sobre las muestras de afecto que yo enviaba cuando una relación, desgraciadamente, había llegado a su fin…

–¿Muestras de afecto? –repitió Violet–. Sinceramente no creo que los carísimos ramos de flores de la también carísima floristería de Knightsbridge se puedan considerar «muestras de afecto».

–He regalado mucho más que flores…

–En lo que se refiere a una ruptura, no se puede hablar de «muestras de afecto».

–Bueno, es mi manera algo arrogante de apaciguar mi conciencia.

–Lo has dicho tú, no yo.

–En realidad, sí que lo has dicho tú –replicó Matt sin pestañear–. En más de una ocasión, aunque admito que ha sido de maneras diferentes. No obstante, el mensaje siempre ha sido el mismo. La mayoría de las personas se lo piensa dos veces en lo que se refiere a dar su opinión cuando están conmigo. Sin embargo, tú nunca te has mostrado reticente a la hora de decir lo que piensas sobre mi vida personal. A tu manera, tan sosegada y tranquila, por supuesto. Bueno, ¿qué es lo que le ocurre a tu padre?

Violet sentía que la piel le ardía. ¿De verdad había sido tan obvia? Pensaba que siempre se había mostrado muy cuidadosa, pero, evidentemente, no tanto como había pensado.

–Yo… mi padre no está bien.

–Siento escucharlo, Violet. ¿Se trata de algo serio? ¿Cuántos años tiene?

Había verdadero interés en su voz y Violet sintió que algo se debilitaba dentro de ella. No estaba acostumbrada a compartir nada, pero, en aquellos momentos, no había nada que deseara más que contarle todo al hombre que estaba sentado frente a ella, mirándola con sus intensos ojos azules, de un modo especulativo y considerado.

–¿Que cuántos años tiene? –repitió ella–. Es joven. Aún no ha cumplido los sesenta.

–¿Y qué es lo que le ocurre?

–En realidad no es relevante, Matt –comentó ella encogiéndose de hombros e ignorando la tentación de decir más de lo que debería. Su intimidad era muy importante para ella, un rasgo propio de su personalidad, tan arraigado, que le resultaba imposible prescindir de él incluso cuando deseaba hacerlo.

Era una costumbre nacida de las circunstancias. La vida nómada había impuesto un peaje a las amistades. ¿Cómo se podía formar vínculos fuertes con las personas cuando siempre se estaba de paso? En especial, cuando se era demasiado joven como para pensar en el futuro y ver más allá. Por supuesto, cuando la vida había empezado a tranquilizarse, ese hábito ya había arraigado y esas raíces crecían ya demasiado profundamente.

–Claro que es relevante –afirmó él–. Estás disgustada.

–Y tú te estás imaginando cosas.

–No tienes que disimular todo el tiempo –replicó Matt. Ella se puso en alerta. No le gustaba el modo en el que él parecía estar acorralándola, haciendo que se sintiera perdida y vulnerable–. Habla conmigo. Me has entregado tu dimisión. Creo que es justo decir que me merezco una explicación.

Violet se dio cuenta de que tenía razón. En realidad, se dio cuenta de que se habría sentido muy desilusionada si él hubiera aceptado su carta de dimisión sin más, encogiéndose de hombros y sin hacer ninguna pregunta.

Llevaba dos años y medio trabajando para él y, efectivamente, lo conocía más profundamente que cualquiera de las mujeres con las que él salía. Conocía sus idiosincrasias, sus manías. Además, parecía que él también la conocía mucho mejor de lo que ella había imaginado. Aquello le resultaba turbador.

En realidad, nada de lo que él pudiera decirle le haría cambiar de parecer. ¿Qué podía haber de malo en confiar en él? Se marcharía de la empresa y lo dejaría atrás. Si ella le dejaba vislumbrar un lado más íntimo de su ser, después no tendría que verlo a diario en el trabajo ni se tendría que enfrentar a la curiosidad de Matt por su vida.

–Mi padre vive al otro lado del mundo –comenzó, frunciendo el ceño mientras trataba de poner en orden sus pensamientos–. En Australia para ser exactos.

–¿Cuánto tiempo lleva viviendo allí? ¿En qué parte de Australia vive?

–En Melbourne. Lleva allí ya casi seis años. Se marchó después… Bueno, volvió a casarse. Mi madre murió cuando yo era pequeña.

Se mordió los labios y apartó la mirada. Matt guardó silencio. Odiaba que las mujeres lloraran. Otro detalle que ella sabía sobre él. Por ello, hizo un gran esfuerzo para no dejarse llevar por la oleada de abatimiento que amenazaba sus buenas intenciones.

–Tómate tu tiempo. No tengo prisa.

–¿Estás seguro de que quieres tener esta conversación? –le preguntó Violet aligerando el tono.

–¿Por qué no iba a querer?

–Porque no te gustan las conversaciones intensas y largas con las mujeres. Creo que es algo que has compartido conmigo en el pasado.

–¡Qué bien me conoces! –murmuró Matt–. Sin embargo, tú no eres una de mis mujeres, ¿verdad? Por ello, es justo decir que no se aplican las reglas normales para las demás.

No era una de sus mujeres…

Violet sintió un dolor intenso dentro de ella, un dolor profundo y totalmente inapropiado. Se dijo que, afortunadamente, no era una de sus mujeres. Conociéndole tan bien como lo conocía, sería una receta perfecta para el sufrimiento, porque él representaba todo lo que Violet no quería en un hombre.

Tal vez se volvía loca por su pecaminoso atractivo como cualquier otra mujer, pero era lo suficientemente sensata para evitar ir más allá en el peligroso camino de la atracción.

Se encogió de hombros con expresión velada. Para matar el tiempo y ordenar sus pensamientos, le ofreció otra taza de café, que él declinó educadamente. Entonces, de mala gana, ella le sugirió una copa de vino, que él aceptó con avidez.

–Bueno, me estabas hablando de tu padre, el hombre del que has evitado hablar durante dos años y medio, que vive en Melbourne. Un lugar que yo conozco muy bien.

–Tiene problemas con el hígado, que ha ido llevando bastante bien, pero mi madrastra murió hace seis meses y, desde entonces, él está cada vez más deprimido –dijo Violet. Decidió que ella también necesitaba una copa de vino y se la sirvió antes de tomar asiento–. Me visitó hace dos meses y trató de hacerme ver que está bien, pero yo me di cuenta de que no era así.

–¿Problemas de hígado? ¿Bebe?

Violet se sonrojó. Era normal que hiciera aquella pregunta.

–Solía beber, pero, como sabes, la bebida siempre está al acecho en lo que se refiere a los ex… ex…

–¿Alcohólicos?

Violet asintió y apartó la mirada.

–La depresión es su enemigo y yo estoy muy preocupada de que, allí solo, pueda resultarle demasiado tentador.

–¿Sigue en Melbourne?

–Sí.

–¿Y por qué no vuelve a vivir aquí?

Matt miró a su alrededor. La elegante casa era pequeña y coqueta. Violet se dio cuenta de lo que él estaba pensando. No era una mansión, pero sí lo suficientemente grande para dos personas. Además, valía mucho dinero y se podría vender fácilmente para comprar algo más grande en un barrio menos exclusivo.

–¿Problemas de dinero?

–Si fueran problemas de dinero, yo no estaría viviendo en una casa como esta.

–Eso me lleva a la pregunta que llevo queriéndote hacer desde que entré por la puerta. Me importa un comino cómo puedes permitirte el alquiler de una casa como esta. Tal vez te gustan las casas pequeñas y caras y prefieres sacrificar tu sueldo en una en vez de hacerlo en vacaciones, coches o ropas de diseño. Eso es asunto tuyo. Lo que te quiero decir es que si no te puedes permitir mantener a tu padre cuando regrese, solo tienes que decirlo. Es decir, si lo que quieres es dinero, estoy dispuesto a darte todo lo que necesites. Podríamos decir que se trata de un préstamo sin intereses –comentó mientras se mesaba el cabello–. Pensé que nunca le suplicaría a una mujer, pero ya soy lo suficientemente mayor para admitir que siempre hay una primera vez para todo. Nunca había tenido una asistente que trabajara tan bien. Comprendes cómo pienso y no te vuelves loca si me acerco demasiado a ti.

Violet sabía que, entre aquellas palabras, había un cumplido escondido en alguna parte, pero en lo único en lo que podía pensar era en lo de «no te vuelves loca si me acerco demasiado a ti».

Los comentarios a lo largo de los años le habían informado a Violet que la única otra asistente personal que había aguantado con él, y lo había hecho a lo largo de toda una vida, era una mujer casada de sesenta años que se había jubilado anticipadamente y que le había dejado en la estacada hacía tres años. Antes de que apareciera Violet, el puesto lo habían ocupado una larga sucesión de atractivas candidatas, porque, según le había contado una de las chicas de contabilidad, a él le apetecía tener algo que le alegrara la vista todos los días. «Hasta que llegué yo», pensó Violet.

–Me siento muy halagada –le respondió a Matt–, pero no tiene nada que ver con el dinero.

Ella suspiró y se resignó al hecho de que él se quedaría boquiabierto al conocer un pasado que ella siempre se había guardado para sí misma. Se puso de pie, abrió uno de los cajones y sacó un álbum de fotos. Se lo entregó a Matt porque, en aquel caso, las imágenes hablarían mucho más claramente que las palabras.

Matt lo abrió y comenzó a hojearlo. Entonces, se incorporó un poco en el asiento y volvió a mirar las páginas más detenidamente, fijándose atentamente en cada una. Entonces, la miró asombrado.

–¿Tu padre es Mickey Dunn?

–En realidad se llama Victor. Me sorprende que hayas oído hablar de él.

–¿Y quién no? Se quemó muy joven. Alcohol y drogas.

–Deja de mirarme así –comentó Violet algo molesta. Se había tomado la copa de vino y sintió que el alcohol se le subía a la cabeza. Casi nunca bebía, resultado de haberse visto siempre rodeada de personas que bebían demasiado.

–Jamás me habría imaginado que eres la hija de alguien tan tremendo como Mickey Dunn –murmuró Matt sin ocultar su curiosidad. Entonces, miró a su alrededor–. Eso explica esta casa. Yo pensaba que ahorrabas todo lo que podías y evitabas irte de vacaciones porque pagar la hipoteca era más importante. Después, decidí que la alquilabas. Supongo que esta casa es tuya de arriba abajo, ¿verdad?

–Yo nunca te mentí –replicó Violet a la defensiva.

–En eso tienes razón.

–Mi padre me compró esta casa antes de que se marchara a Australia. No quería pensar que yo pudiera alojarme en cualquier sitio que pudiera ser peligroso. Yo siempre le dejé muy claro que no quería dinero de él, pero se empeñó –añadió con una sonrisa–. Cualquiera diría que le habría dado igual algo así, teniendo en cuenta lo descarriada que había sido su juventud, pero no fue así –comentó. Respiró profundamente y miró a Matt directamente a los ojos–. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años en un accidente de motocicleta. Mi padre conducía y no se recuperó nunca del hecho de que ella fuera de acompañante. No había estado bebiendo. Simplemente derrapó. Había llovido aquella noche y tomó una curva demasiado rápidamente…

–¿Dónde estabas tú en aquel momento?

–En casa. Estaba con mi niñera. Ellos siempre estaban de fiesta, pero cuando mi madre estaba viva, no tan frecuentemente como todo el mundo piensa. En ocasiones me llevaban con ellos, pero normalmente se aseguraban de que alguien responsable me cuidara. Recuerdo que me desperté por la mañana y, después de eso, nada volvió a ser lo mismo. Para abreviar, la vida de una estrella del rock lo sacó totalmente de sus casillas. Se perdió en el alcohol y las drogas, a pesar de que seguía ocupándose de mí todo lo que podía. A veces, ese todo lo que podía era un poco errático… –añadió mientras sentía que los ojos se le llenaban de lágrimas. No se atrevió a mantener contacto visual con su jefe, por si acaso–. Tocaba música, tenía unas fans que lo adoraban y viajábamos por todo el mundo, pero era yo la que lo veía cuando estaba solo. Vi su tristeza. Al final, tal y como era de esperar, el grupo dejó de dar giras y, durante un tiempo, mi padre escribió canciones para otros músicos. En aquel momento, no hacía más que entrar y salir de clínicas de rehabilitación y yo me había convertido en su cuidadora. Más o menos.

–En su cuidadora…

–Esas cosas pasan –comentó ella encogiéndose de hombros. Por suerte, el momento de querer echarse a llorar había pasado y volvía a sentirse controlando la situación. El pasado era pasado y ella ya hacía mucho que lo había aceptado. Tal vez nunca había tenido una infancia normal, pero había sido variada y su padre, a pesar de todo, había estado siempre pendiente de ella. A su manera. Así que…

Hizo ademán de que estaba empezando a dar por terminada aquella conversación. Había dicho más de lo que había anticipado, por lo que daba las gracias de que el tiempo que ellos dos iban a pasar juntos estuviera a punto de llegar a su fin. Matt Falconer era muy insistente y seguramente la historia de Violet habría despertado su curiosidad. Una vez más, Violet se preguntó cómo habría sido seguir trabajando para él después de haberle dado tantos detalles sobre su vida.

–Mi plan es alquilar esta casa y marcharme a Australia durante una temporada para estar con mi padre. Él no quiere regresar a vivir a Londres. Le gusta mucho Melbourne y ha hecho muchos amigos allí. Le gusta el tiempo y el estilo de vida más relajado, pero yo tengo que asegurarme de que está bien mientras pasa por este bache.

Violet esperó a que Matt realizara algún comentario, pero él permaneció en silencio.

–Todo habría sido diferente si Caroline, mi madrastra, siguiera aún con vida.

Silencio.

–Está en lista de espera para un trasplante de hígado.

«Demasiados datos», pensó Violet, enfadada consigo misma.

–La conoció cuando estaba en rehabilitación. Ella trabajaba allí.

Violet chascó la lengua con impaciencia y se preguntó si ella iba a seguir dándole detalles de su vida para evitar quedar en silencio. Aquella actitud no era propia de ella, la reservada, distante y fría Violet Dunn a la que él estaba acostumbrado.

–¿Vas a seguir ahí sentado sin decir nada, Matt?

–Eras su cuidadora –repitió él, aún pensando y mirándola de un modo intenso y penetrante que le ponía a ella el vello de punta–. Debiste de sacrificar algunas cosas.

–¿Qué quieres decir?

–Suele ser así –dijo él lentamente, como si estuviera encontrando la solución a un complejo problema que solo se podía solucionar a través de una serie de cuidadosas etapas–. El cuidador siempre renuncia a algo. ¿Tengo razón? Creo que tus estudios debieron de ser algo erráticos, como poco, lo que dice también mucho de que, a pesar de todo, hayas terminado siendo una persona tan preparada. Debiste de ser muy estudiosa de adolescente.

Violet apretó los labios. Si Matt supiera lo cambiados que habían estado los papeles en su vida… Si miraba atrás en su vida, se encontraba con la adolescente que se quedaba en casa, leyendo, mientras su padre estaba de juerga bebiendo, drogándose y cayéndose de bruces en el sofá cuando llegaba a casa. Había sido ella la que le había recriminado las fiestas nocturnas y recordándole los peligros de las drogas. Se había asegurado de que se tomara sus vitaminas y que se alimentara bien. Cuando las giras terminaron y las visitas a los centros de rehabilitación comenzaron, ella estaba totalmente acostumbrada a ocuparse de todo lo que ocurría en la casa. Claro que había renunciado a cosas. Lo primero, a ser una adolescente despreocupada y feliz.

–Me gustaba estudiar –dijo ella–. Ahora, creo que ya es hora de que te marches. Me pediste una explicación sobre por qué he dimitido y ya te la he dado.

–No estoy dispuesto a marcharme.

–¿Qué quieres decir con eso?

–Me he pasado dos años y medio preguntándome qué era lo que más le importaba a mi megaeficiente secretaria. Además, sigo empeñado en hacer que cambies de opinión. Por lo tanto, tendrás que perdonar mi curiosidad.

–¿Podemos hablar de esto por la mañana? –le preguntó ella con gesto cansado.

–¿Cuándo vuelvas a estar con tu correcto trajecito, sentada detrás de tu escritorio, protegida por tu profesionalidad? Creo que prefiero hablar con esta Violet Dunn, que es ligeramente menos formal.

–¡No me importa lo que prefieras!

–He absorbido dos empresas de software y da la casualidad de que una de ellas está en Melbourne. ¿Sabías que Melbourne está a la cabeza en lo que se refiere a la cantidad de pequeños negocios? Estoy intentando arrancar ahí. Allí hay grandes promesas y te aseguro que voy a cuidarlas mucho. Siento que podría poner huevos de oro con el apoyo adecuado.

–¿Y qué tiene eso que ver conmigo? –le preguntó ella poniéndose de pie.. Se acercó a la puerta de la cocina y apoyó la mano sobre el pomo de la puerta.

–Necesitas rutina –le dijo Matt con una voz que le provocó una tremenda exasperación.

–Creo que podré continuar con mi vida sin ella durante un tiempo –respondió Violet descaradamente–. Ahora, levántate. Es hora de que te marches. Estoy agotada.

–Entiendo que no estás planeando en instalarte al otro lado del mundo –comentó Matt haciendo caso omiso a la indirecta de Violet.

–No –admitió ella después de un rato. Suspiró y volvió a sentarse. Las piernas le temblaban–. Yo no podría vivir allí. Sería mucho más fácil que mi padre se mudara aquí y eso va a ser parte de lo que quiero conseguir cuando vaya. Convencerle para que regrese a vivir a Londres.

–Si él sigue teniendo vínculos aquí, podría pensar que lo iban a llevar por el mal camino –sugirió Matt. Violet abrió los ojos de par en par.

–No se me había ocurrido pensar en eso –admitió–. Podrías estar en lo cierto. Aún tiene amigos entre los miembros de su grupo y, por supuesto, irían a un pub y terminarían bebiendo, lo que sería muy duro para él. Podría tratar de persuadirle para que se mudara más cerca de la costa, lo suficientemente lejos de Londres para evitar las tentaciones…

–Volvamos a hablar de esa empresa mía en Australia –dijo Matt. Violet parpadeó y lo miró fijamente–. La razón por la que la he mencionado es porque me vendría bien un par de manos en las que pueda confiar allí para dirigir el nuevo equipo, por así decirlo. De esa manera, nos vendría bien a los dos.

–¿A qué te refieres?

–Me refiero, Violet, a que tu plan para desaparecer durante meses sin tener nada que hacer en el otro lado del mundo más que tratar de animar a tu padre va a resultarte muy frustrante después de un breve espacio de tiempo. Eres una mujer inteligente y necesitas utilizar tu cerebro. ¿Cómo lo vas a hacer en Melbourne?

–Estoy segura de que sabré cómo ocuparme cuando esté allí.

–Claro, habrá trabajillos en los que puedas emplearte, aunque evidentemente no necesitas el dinero. En cualquier caso, siempre me había parecido que te gustaban los desafíos… Así que, vas a estar muy aburrida… y a mí me vendría muy bien alguien en quien pudiera confiar en las etapas iniciales de mi nueva empresa. Sería un ascenso muy importante para ti estar a cargo de una de mis empresas desde cero. Tendrías un nuevo puesto, nuevas responsabilidades y, por supuesto, un nuevo sueldo que refleje las dos cosas anteriores. No te preocupes sobre permisos de trabajo y todas esas banalidades. Considéralo todo hecho.

Matt dejó pasar unos segundos para que ella pudiera digerir las ventajas de todo lo que él le estaba ofreciendo. Violet tuvo que admitir que todo era muy tentador.

–Incluso te facilitaría un pequeño apartamento propio para que tu padre y tú pudierais mantener esa independencia a la que probablemente los dos os habéis acostumbrado a lo largo de los años. Sería una de las ventajas que tendrías con este trabajo.

–Es una oferta muy generosa, Matt…

–Entonces, ¿nos damos la mano para sellarlo? –le preguntó Matt mientras le dedicaba una de esas sonrisas con las que podría dejar sin aliento a una persona–. Por supuesto, habría un par de cosas que tendrías que tener en cuenta…

–Por supuesto –replicó ella secamente–. No hay nada que venga gratis. ¿Acaso no está eso escrito en algún lugar del manual de la empresa?

Matt soltó una carcajada. Sus ojos se oscurecieron con apreciación ante el modo en el que ella nunca se achantaba a la hora de decirle las cosas claramente. Iba a echarlo de menos.

–Tendrías que acceder a regresar a trabajar para mí en Londres después de un periodo determinado de tiempo. Yo diría que seis meses es bastante generoso. También tendrías que aceptar que yo fuera a supervisarte de vez en cuando para asegurarme de que todo está funcionando perfectamente.

–Te estoy muy agradecida por la oferta, Matt –dijo Violet–, pero voy a tener que decirte que no.

Matt siguió sonriendo unos segundos y luego frunció el ceño cuando asimiló lo que ella acababa de decirle.

–No hablas en serio….

–Todo esto ha sido muy repentino –dijo ella sinceramente–, pero me va a proporcionar la oportunidad para explorar otras áreas de mi vida además de trabajar detrás de un escritorio en un despacho.

–¿Qué otras áreas?

–Sé que en mi contrato figura que debo avisar con seis semanas, pero si encuentro una sustituta antes de entonces, ¿considerarías librarme de esa obligación antes? Naturalmente, no me tendrías que pagar por el tiempo que no trabajara. Tal vez podrías pensarlo esta noche y así podríamos hablar al respecto cuando llegue al trabajo mañana por la mañana.

–¡No me puedo creer que esté escuchando esto!

Violet había acudido a la puerta y él la había seguido con el ceño fruncido.

–No siempre tienes que conseguir lo que quieres –le dijo Violet delicadamente.

–Si estás tan desesperada por marcharte, no seré yo el que te encadene a tu escritorio y te obligue a trabajar esas seis semanas.

–¿Lo dices en serio? Cuanto antes pudiera estar con mi padre, mejor…

Violet pensaba que él iba a liberarla de su contrato. Siguió sonriendo mientras él la miraba furioso. Entonces, inesperadamente, Matt apoyó la mano sobre la puerta que conducía hacia el salón, que estaba entreabierta, y se medio tambaleó cuando esta se abrió de par en par. De repente, Matt había accedido al santuario de su salón.

Durante unos segundos, él se quedó sin palabras mientras observaba el piano de cola pequeño que estaba situado junto al mirador acristalado. Violet siguió su mirada. Sin pensárselo, entró en el salón y se acercó hasta el piano. Suavemente, deslizó la mano sobre la tapa de madera y luego sobre las teclas sin darse cuenta de la imagen que estaba pintando. Simplemente estaba haciendo algo que era totalmente instintivo.

–¿Tocas? –le preguntó Matt, hipnotizado por la esbelta y elegante figura de Violet de pie, de espaldas a él, etérea y pensativa, ejerciendo un profundo magnetismo sobre él.

Estaba justo detrás de ella. Violet podía sentir la calidez que irradiaba de su cuerpo y que la envolvía profundamente, pero ella no se sentía incómoda porque aquella era su zona de confort. Con gesto ausente, tocó algunas notas y una suave y melodiosa música tomó forma bajo sus dedos. De repente, se detuvo y se volvió hacia él, profundamente avergonzada.

–Sí –murmuró ella–. Debo de haber heredado parte del talento musical de mi padre.

Matt la miraba con una expresión velada, ligeramente turbadora. Ella sonrió, ansiosa por quitarle tensión al momento y volver al estado de ánimo de antes.

–No te sorprendas tanto, Matt. ¿Qué pasa porque sea algo más que la eficiente e invisible secretaria que te has pasado los últimos dos años y medio sin valorarla?

–¿Sin valorarte? Nunca –murmuró Matt. Deslizó los ojos por el rostro de Violet hasta llegar a la boca, perfecta y de labios gruesos, sorprendiéndole. Era una boca muy sexy. Una boca modelada para los besos–. ¿Invisible? De eso nada.

El ambiente había cambiado. Violet lo sintió y dio un paso atrás, chocándose contra el piano e irguiéndose inmediatamente para no sentarse sobre las teclas. Matt estaba tan cerca de ella y ya no era su jefe. Eran un hombre y una mujer, con las miradas entrelazadas, la respiración entrecortada y sumido en una carga eléctrica que, de repente, era tan potente que Violet sintió que podría desmayarse.

–Creo que deberías marcharte ahora –dijo ella con voz ronca. Durante unos segundos, Matt permaneció inmóvil y ella se preguntó lo que haría si ocurría lo impensable, si esa boca firme y sensual cubría la de ella.

Entonces, Matt dio un paso atrás y, cuando hubo una distancia segura entre ellos, dijo con voz ronca:

–Una semana. Después de eso, Violet, eres libre para marcharte.

Con eso, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta principal. Cuando Violet llegó a su lado ya la había abierto. Su cuerpo aún ardía, como si se hubiera acercado demasiado a una hoguera que de repente hubiera cambiado de dirección.

–¿Quieres que te encuentre una sustituta? –le preguntó ella. Matt la miró fríamente.

–Me las arreglaré –dijo. Entonces, volvió a tomar la palabra y le hizo pedazos el corazón–. Pensaba que te conocía, Violet. Resulta que no podía estar más lejos de la verdad.

Un legado sorprendente

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