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Capítulo 1

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DESDE el mismo momento en el que Rebecca Ryan abrió los ojos aquella mañana, supo que aquel día iba a ser uno de los peores días de su carrera docente.

Por naturaleza, ella no era una mujer proclive a dejarse llevar por su imaginación pero, durante unos segundos, deseó poder cerrar los ojos y esperar a que aquel día pasara. Por el contrario, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Un largo baño la preparaba, normalmente, para los desafíos de dar clase en un internado para chicas.

Rebecca adoraba su trabajo, a pesar de la visión negativa de la señora Williams, la directora, excepto en un día como aquel. Mientras se remojaba en el baño, deseaba haber elegido otra carrera menos estresante.

Con un suspiro, no pudo evitar lo que había pasado en las treinta y seis últimas horas. Como no había una panacea que le ayudara a olvidar lo ocurrido, decidió ponerse a buscar una solución para el problema que tenía encima. La primera parte ya había sido resuelta, a pesar de la conmoción inicial.

La segunda iba a ser la más difícil. Rebecca sabía por experiencia que los padres no eran del todo razonables cuando se tenían que enfrentar a las travesuras. Al principio, solían reaccionar con incredulidad y luego se recriminaban a sí mismos. Finalmente, terminaban por echarle la culpa de todo al que estaba más cerca, persona que solía ser el profesor.

Rebecca, cuya altura excedía con mucho la longitud de la bañera, decidió que durante la entrevista sería firme, práctica y tan implacable como una roca. Tendría mucho cuidado en guardarse para ella sus opiniones personales para no provocar situaciones incómodas.

Una vez que hubo decidido su modo de actuar, se puso a pensar lo que se pondría para la reunión. Normalmente, en su faceta de profesora, se solía poner la ropa más cómoda que encontraba. Faldas y camisas amplias, zapatos lisos y colores suaves. Siempre trataba de ponerse prendas que la hicieran parecer más pequeña. Una altura de casi metro ochenta y unas curvas más que generosas no le parecía lo más apropiado para la docencia.

Sin embargo, aquel día decidió aprovecharse de su estatura para poder rechazar los ataques a los que pudiera someterla el padre de Emily Parr. Sabía que muchas veces era capaz de intimidar a los hombres e, incluso, con los hombres con los que había salido en el pasado, había acabado por desarrollar un instinto de protección. Hacía mucho tiempo que había asumido que a los únicos hombres a los que atraía era a los que les gustaban las mujeres dominantes. Era inútil decirles que lo último que ella quería era dominarlos o ejercer de madre.

Rebecca se puso un traje gris oscuro que la hacía tener una presencia algo intimidatoria y un par de zapatos de vestir, con un tacón de unos cinco centímetros. Entonces, se miró en el espejo con ojos críticos. Definitivamente, aquel atuendo era el más adecuado para una situación difícil. Y, por lo que la señora Williams le había contado del padre de Emily, iba a necesitar toda la ayuda que pudiera conseguir.

El padre de Emily solo había aparecido una vez por la escuela en los dos años que Emily llevaba en el internado y había sido para quejarse de sus notas. Incluso la señora Williams había perdido entonces su ya legendaria calma. Entonces, ¿cómo iba a reaccionar aquel hombre en aquella ocasión?

Rebecca se miró de nuevo al espejo y, por una vez, se sintió agradecida de lo que vio. Era una mujer de imponente estatura, de rostro atractivo y gran determinación en los ojos azules y, con el pelo castaño rojizo recogido en un moño, tenía el aspecto de una persona a la que un rival consideraría con respeto.

Quince minutos más tarde, Rebecca se dirigió a la oficina de la directora mientras miraba las clases y pedía que la suya se estuviera comportando bien con el señor Emscote, el profesor de inglés, que tenía tendencia a perder la calma cuando se veía delante de un montón de chicas entusiastas.

La señora Williams la estaba esperando en su despacho. Estaba de pie, al lado de la ventana, y parecía algo nerviosa.

—Está a punto de llegar. Por favor, siéntate, Rebecca —le dijo la directora, mientras ella misma tomaba asiento—. Ya le he dicho a Sylvia que se asegure de que no nos molesten. ¿Ha vuelto Emily a verte?

—No —respondió Rebecca—. Creo que ha decidido que era mejor darse un respiro. ¿Cómo reaccionó cuando usted habló con ella?

—No reaccionó de ningún modo. Apenas si dijo una palabra, pero parecía muy satisfecha con ese comportamiento insolente que tiene.

Rebecca sabía perfectamente a lo que se refería la señora Williams. La chica solía adoptar una expresión aburrida, ahogaba bostezos y no dejaba de mirar por toda la habitación como si estuviera buscando algo más emocionante en lo que centrar su atención. Era la perfecta imagen de la rebelde y tenía una buena colección de admiradoras.

—¿Le mencionó a su padre el motivo por el que se le ha pedido que venga? —preguntó Rebecca.

—Pensé que era mejor hacerlo cara a cara. He reunido todos los informes de Emily para que él los pueda leer y también los numerosos incidentes en los que se ha visto implicada, que son bastantes, teniendo en cuenta que no lleva mucho tiempo entre nosotros —dijo la directora, una mujer pequeña pero de gran determinación—. Es una lástima. Es una chica tan inteligente. Estos casos le hacen a una pensar para qué sirve la brillantez cuando no hay motivación. Con una actitud diferente, hubiera llegado muy lejos.

—Ella ha tenido una vida familiar algo complicada, señora Williams. Yo, personalmente, creo que la rebeldía de Emily es un escudo para esconder su propia inseguridad.

—Te sugiero que te guardes tus opiniones —la advirtió la señora Williams—. No hay motivo alguno para enturbiarlo todo con un análisis de las causas de su actitud. Aparte de eso, no es la primera chica que afronta el divorcio de sus padres y otras no han reaccionado —añadió, mirando los papeles—, fumando a través de la ventana del dormitorio, falsificando notas para la enfermería para escaparse a la ciudad, subirse a un árbol y observarnos mientras todas nos volvíamos locas buscándola… La lista es interminable.

—Sí, lo sé, pero…

—No hay peros, Rebecca. Esta situación es inamovible y no vale la pena intentar analizarla. Los hechos son los hechos y el padre de Emily tendrá que aceptarlos tanto si quiere como si no.

—¿Y Emily? ¿Qué va a pasar con ella ahora?

—Eso tendrá que ser algo que decidan su padre y ella.

—No tiene ningún tipo de relación con su padre.

—Yo te aconsejaría que fueras algo más escéptica con respecto a lo que la niña dice en ese sentido —le espetó la señora Williams—. Las dos sabemos que Emily puede ser muy imaginativa con la verdad.

—Pero los hechos hablan por sí mismos…

En aquel momento, Sylvia llamó vigorosamente a la puerta para asomar la cabeza enseguida.

—El señor Knight está aquí —dijo Sylvia.

¿Había dicho «el señor Knight»? ¿Por qué era su apellido diferente del de su hija?

—Está bien —respondió la señora Williams—. ¿Quieres hacerlo pasar, por favor? Y asegúrate de que no tenemos interrupciones. Me encargaré de todo después de que el señor Knight se haya marchado.

—Por supuesto —respondió Sylvia, desapareciendo por la puerta.

Desde el despacho, las dos mujeres oyeron cómo la secretaría le decía al señor Knight que podía pasar. En cuanto él atravesó el umbral del despacho, Rebecca sintió que se le hacía un nudo en el estómago y que el color le inundaba las mejillas.

La señora Williams se puso de pie para darle la mano y, cuando los dos se volvieron hacia ella, Rebecca se puso de pie y extendió la mano.

El padre de Emily era muy alto y tremendamente atractivo. A pesar de llevar zapatos de tacón, Rebeca se vio forzada a levantar bien la cara. Ella había esperado a alguien más mayor y con la apariencia de un dictador doméstico.

Sin embargo, aquel hombre tenía el pelo negro como el ala de un cuervo, los ojos oscuros y unas facciones muy angulosas que le daban una impresión de poder y de superioridad sobre el resto de la raza humana.

Pero lo peor de todo era que Rebecca lo había reconocido. Diecisiete años después, lo había reconocido. A los diecisiete años se había visto tan impresionada por el hombre que era entonces como lo estaba en esos momentos por el hombre en el que él se había convertido.

Knight no era uno de los apellidos más comunes del mundo, pero al oír nombrarlo no se le había ocurrido que aquel hombre pudiera ser el mismo Nicholas Knight que ella había conocido brevemente años atrás.

Cuando le dio la mano, esta le temblaba, por lo que, rápidamente, se sentó y lo miró ansiosamente al rostro para averiguar si él la había reconocido. Pero él no mostró ninguna señal de haberlo hecho. Rápidamente se sentó enfrente de ellas y preguntó qué era lo que ocurría para llevarlo allí con tanta urgencia.

—Tenía que marcharme a Nueva York esta mañana —dijo él—. Todo esto me resulta muy inconveniente. No sé lo que Emily ha hecho esta vez, pero estoy seguro de que lo podríamos haber solucionado de la manera habitual.

Con su actitud parecía transmitir el mensaje de que, por mucho que uno supiera, él sabía mucho más. Rebecca se dio cuenta de que el objetivo intimidatorio de su atuendo no tendría ningún efecto en él. Al mirarlo, casi a través de las pestañas, sintió la misma alegría ilícita que había sentido cuando lo había visto por primera vez en aquella fiesta benéfica diecisiete años atrás.

—Me temo que no, señor Knight —respondió la directora, quitándose las gafas—. Emily se ha superado a sí misma esta vez, razón por la cual nos pareció más adecuado hacer que usted viniera aquí.

—A pesar de todo, somos conscientes de que es usted un hombre con muchas ocupaciones —dijo Rebecca. Él se limitó a mirarla con una ligera sonrisa en los labios.

A Rebecca le estaba empezando a molestar que él no la recordara. Su relación había sido breve, poco más de quince días, pero no se podía creer que a él le hubiese costado tan poco olvidarla. Evidentemente, para él solo había sido una más con la que divertirse, pero ella había tardado mucho tiempo en olvidarse de él.

—¿Cuál es el problema esta vez? —insistió él—. ¿Qué ha roto? —añadió, sacándose la chequera del bolsillo, gesto que Rebecca recibió con una expresión de aversión—. ¿Le ocurre algo? Supongo, por la expresión de su rostro, que hay algo que le disgusta.

—No creo que este asunto se pueda arreglar con una chequera, señor Knight —replicó Rebecca, decidida a no guardar silencio ni un minuto más.

Él pareció comprender que no era el típico asunto en el que su hija había roto algo o simplemente se había excedido un poco, problemas que él solucionaba habitualmente a golpe de talonario. Lentamente, guardó la chequera sin quitarle los ojos de encima a Rebecca.

—Ya veo lo que se me viene encima. Antes de que discutamos la travesura de mi hija, sea lo que sea, se me va a someter a un análisis de por qué ella ha hecho lo que haya hecho. Pero mi tiempo es oro, señorita Ryan, así que si lo que quiere es soltar el discurso que tiene preparado, hágalo rápido para que podamos solucionarlo en seguida y yo pueda seguir con mis asuntos.

—No tenemos ningún interés en sermonear a los padres de nuestras alumnas, señor Knight —le espetó la señora Williams con firmeza.

—Es ese caso, es mejor que le pase el mensaje a su empleada. Parece que está a punto de explotar.

—La señorita Ryan —replicó la señora Williams—, es una profesora con mucha experiencia. Bajo ningún concepto se permitiría pronunciar sus opiniones particulares.

—Efectivamente —confirmó Rebecca. Él se limitó a levantar las cejas con escepticismo.

En eso no había cambiado. La primera vez que lo vio había sido en la barra del bar de una sala de baile. La pista estaba a rebosar de jóvenes, pero ella se limitaba a estar a un lado, con un vaso en la mano, observando con tristeza cómo se divertía todo el mundo y arrepintiéndose de haberse puesto aquel vestido con tanto vuelo y esos zapatos tan altos. Se sentía completamente fuera de lugar ya que sus amigas eran menudas y femeninas.

Al verlo, él había levantado las cejas con el mismo gesto, como si pudiera adivinar perfectamente lo que ella estaba pensando.

—Bien, ahora que ya sé que me voy a librar del sermón, tal vez deberíamos de dejar de andar por las ramas para que ustedes puedan decirme por qué se me ha pedido que venga. ¿Qué ha hecho mi hija esta vez?

—¿Le importaría explicarlo, señorita Ryan?

—Hace dos noches, Emily vino a verme, señor Knight —empezó Rebecca.

—¿Que fue a verla? ¿Salió del colegio por la noche para ir a visitarla? ¿Es esto normal? —preguntó, algo indignado—. No creo que una chica de dieciséis años debiera tener permitido ir sola a la ciudad para ir a ver a una profesora. ¿Es que no hay reglas al respecto en este centro?

—Si me deja acabar, explicaré que yo vivo en el colegio.

—Tenemos lo que llamamos «madres docentes» —explicó la directora—. Cada grupo de chicas está dirigido por una de ellas. Viven aquí y supervisan a las niñas fuera de las horas de clase y se aseguran de que todo va bien. Es bastante frecuente que tengan visitas durante la noche, especialmente de las más pequeñas que acaban de llegar y echan de menos su casa.

—Usted es una mujer joven —dijo él—. ¿Por qué diablos ha elegido vivir en un colegio?

—Como le estaba diciendo, señor Knight —continuó Rebecca, sin contestar—, Emily vino a verme para hablar de una situación… bastante desgraciada. —añadió, mirando a la señora Williams para buscar apoyo.

—Estoy esperando —dijo él, al ver que Rebecca se quedaba en silencio mientras buscaba la mejor manera de darle la noticia—. ¿Es que toma drogas?

—No —respondió Rebecca—. Estoy segura de que usted es consciente, señor Knight, de que, durante los últimos dos años, su hija ha sido…

—Muy difícil —la interrumpió él—. ¿Por qué no me dice lo que me tiene que decir, señorita Ryan? Por mucho que intente endulzarlos, los hechos no van a cambiar. Sí, he sido perfectamente consciente de lo que ha sido mi hija. Y creo que usted también será consciente de que estoy perdiendo la paciencia.

—Si le soy sincera, me quedé algo atónita cuando ella llamó a mi puerta a las dos de la mañana. No es habitual que Emily se sincere con sus profesoras. Le gusta mostrarse fuerte y no revelar sus puntos vulnerables. Antes de que usted vuelva a interrumpirme, le diré que todas las chicas de dieciséis años son vulnerables, sea cual sea su tipo de actitud en la vida.

—La creo, señorita Ryan. Yo no tengo experiencia con las niñas adolescentes.

—Y eso incluye a la suya propia —le espetó Rebecca, sin poder evitarlo.

—Limítese a los hechos, señorita Ryan, y mantenga sus opiniones al margen.

—Creo que lo que la señorita Ryan está intentando decir —intervino rápidamente la señora Williams—, es que estamos bastante acostumbradas a tratar con chicas rebeldes con las que solemos ser bastante indulgentes. Una charla firme es más que suficiente. Un internado puede resultar algo agobiante, al menos al principio. Se sienten desorientadas y, en algunos casos, reaccionan sin pensar. Estos problemas, a pesar de no ser frecuentes, ocurren y sabemos cómo tratar con ellos.

—De acuerdo —dijo él. Sin embargo, no le quitaba los ojos de encima a Rebecca, lo que hizo que ella se empezara a sentir incómoda.

Además, Rebecca decidió, al ver que él no dejaba de mirarla, que la seguridad en sí mismo que en un principio la había atraído de él se había convertido en arrogancia. Aquella era la forma perfecta de definir a aquel hombre.

—Estaba muy nerviosa —prosiguió Rebecca—. La hice sentarse y ella me dijo… siento mucho tener que decírselo, señor Knight, su hija me informó de que… que está embarazada.

Aquella palabra provocó un silencio total. Pasaron segundos, minutos sin que él dijera nada.

—Tal vez ahora pueda entender por qué creímos que era mejor que viniera aquí, señor Knight —dijo la directora—. Sé que todo esto ha sido una desagradable sorpresa para usted pero…

—¿Cómo diablos han permitido que eso ocurra? —exclamó él, en un tono de voz muy alto—. Usted dijo que vive en el colegio para asegurarse de que todo va bien. Pues a mí me parece que no ha hecho un buen trabajo, ¿no le parece? ¿Qué estaba usted haciendo cuando mi hija se deslizaba por los pasillos de noche para irse a la ciudad con un hombre? ¿Se sabe la identidad de ese mal nacido?

—En primer lugar, Emily no está en mi planta…

—Entonces, ¿por qué fue a contarle su problema?

—Porque…

—Tal vez —intervino la señora Williams—, es porque la señorita Ryan es una de nuestras profesoras más jóvenes. Muchas de las chicas le piden consejo. Ella es muy querida entre ellas…

—Sí, bueno. Pero precisamente lo que ahora quiero saber no es el buen carácter de la señorita Ryan. ¡Lo que quiero es que me den una maldita explicación!

—Emily no ha entrado en detalles, señor Knight —respondió Rebecca, con las manos algo temblorosas—. No quiere decir quién es el chico en cuestión ni tampoco cómo ocurrió. No es probable que se escapara por la noche. Las puertas de entrada se cierran con llave y, además, hay un vigilante nocturno. Es mucho más probable que se encontrara con él durante el día, seguramente en un fin de semana, que es cuando a las chicas se les permite tener algo más de libertad una vez que llegan a una cierta edad. Aquí no las mantenemos bajo llave. Esperamos inculcarles los códigos morales suficientes para que ellas sepan guiarse…

—¿Por qué no nos dejamos de monsergas? ¡Lo que están tratando de decirme es que no aceptan ninguna responsabilidad sobre lo ocurrido! Es una pena que la vida de una niña se vea arruinada para siempre pero, en lo que a ustedes respecta, lo único que tienen intención de hacer es lavarse las manos. ¿Tengo razón?

—¡Claro que no la tiene! —le espetó Rebecca, sintiéndose cada vez más nerviosa por la insistente mirada de él—. Es algo muy triste para todos, no solo para su hija. Pero ha ocurrido y ella va a tener que vivir con las consecuencias. Recriminándonos a nosotras y recriminándola a ella no va a conseguir que cambie, señor Knight. Lo único que va a conseguir es que a ella le sea mucho más difícil afrontarlo.

—Entonces, ¿qué es lo que va a ocurrir ahora? ¿Van a tener alguna de ustedes dos la amabilidad de decírmelo? —replicó con furia él—. No. Permítame adivinarlo. Tiene que recoger sus cosas y abandonar el colegio inmediatamente. Se interrumpirá su educación pero ella será una buena lección para todas las demás. ¿He dado en la diana?

—¿Y qué elección tenemos, señor Knight? —preguntó la señora Williams, que parecía agotada. Se había pasado las últimas horas pensando en las consecuencias que aquello podría tener para el colegio—. No nos queda otra opción que no sea que usted saque a Emily del colegio. Naturalmente, tendrá hasta el fin de semana para recoger todas sus cosas.

—Naturalmente… Entonces, ¿se les ocurre a alguna de ustedes cómo se puede solucionar este problema? Aunque usted se limite a sentarse en esa silla con la espalda bien recta —dijo él, refiriéndose a la directora—, y no acepte responsabilidad alguna sobre lo que ha pasado, esta no puede ser la primera vez que…

—Es la primera vez, señor Knight —afirmó la mujer—. No tenemos precedentes.

—Ella necesitará su apoyo —intervino Rebecca.

—Tengo que decir que eso va a ser algo difícil —confesó él, con un brillo cínico en los ojos—. Me ha sido imposible tratar con ella desde que vino a vivir conmigo hace dos años. ¡Pero esto es el colmo!

Rebecca pensó que esa no era la historia que, entre lágrimas, Emily le había contado. La chica le había confesado que su padre nunca le dedicaba ni un minuto de su tiempo desde que ella había ido a vivir con él cuando su madre murió en un accidente de esquí. De niña, había tenido poco contacto con él ya que sus padres se habían divorciado cuando ella tenía dos años y su madre había evitado que ella tuviera una relación con él. De hecho, se lo había prohibido expresamente y, para ello, se habían mudado al otro lado del mundo. A él tampoco le había importado y, por ello, cuando la niña había ido a vivir con él, la había ignorado completamente.

—En ese caso, ¿qué es lo que piensa hacer? No creo que las casas para mujeres perdidas sigan existiendo —le espetó Rebecca con frialdad.

—Esa es una afirmación de lo más constructiva, señorita Ryan. ¿Se le ocurre alguna otra?

Rebecca se sintió avergonzada de que Nicholas Knight hubiera podido distraerla de aquella manera.

—Lo siento. No había razón para decir eso. Tiene toda la razón. Lo que sí puede que encuentre constructivo es si le digo que Emily no es la primera adolescente que se encuentra en esa situación. Y saldrá de ella. Tendrá que dejar este colegio pero no hay razón para que su educación tenga que verse interrumpida. Puede tener un tutor en casa. Es una chica muy inteligente y, ¿quién sabe?, tal vez eso la ayudara a encontrar su camino.

—¿De cuánto está embarazada? —preguntó él, con desprecio.

—De muy poco.

—¿Eso qué significa?

—Aparentemente, el período tendría que haberle venido hace una semana. Pero, entre lágrimas, me dijo que la prueba de embarazo es positiva. De hecho, me dijo que se había hecho dos por si la primera era incorrecta.

—Un tutor en casa —repitió él, frotándose la barbilla—. Supongo que esa es la única solución. ¿Podría perdonarnos un minuto? —añadió, refiriéndose a la señora Williams—. Hay algo que me gustaría discutir en privado con la señorita Ryan.

—Bueno… —dudó la mujer, sorprendida por aquella petición.

—Estoy segura de que lo que usted y yo tengamos que hablar, podemos hacerlo delante de…

—Necesitaremos unos veinte minutos —insistió él, mirándolas a las dos de un modo impenetrable.

Entonces, la señora Williams salió de la habitación, dejando a una frustrada Rebecca en silencio.

Amor clandestino

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