Читать книгу Amor clandestino - Кэтти Уильямс - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеEXPLÍQUEME eso de la tutoría en casa —le dijo él a Rebecca, reclinándose en el asiento.
—¿Cómo dice?
—Me dio una pequeña charla sobre las oportunidades que todavía le quedan a una adolescente que ha sido lo bastante estúpida como para quedarse embarazada. Y usted mencionó la tutoría en casa como una de las opciones.
—Sí —respondió ella, mientras él se quitaba la chaqueta y se remangaba, dejando al descubierto unos fuertes y bronceados antebrazos.
Aunque de nacimiento era inglés, Rebecca recordó que, años atrás, él le había explicado que tenía sangre griega en las venas. Su abuela materna había escandalizado a todo el mundo tirando todo, incluso su muy británico prometido, por la borda y casándose con el hijo de un magnate griego. Aquella historia parecía divertirle mucho ya que parecía gustarle revelarse contra lo convencional.
—No mencioné la tutoría en casa para mostrarle que había una salida a este asunto —añadió ella—. Lo hice porque me parece una opción perfectamente viable y creo que a Emily le vendría muy bien. Ella es muy inteligente y lo entiende todo muy fácilmente. Sería más bien orientarla a los exámenes y asegurarse de que mantiene un nivel adecuado de conocimientos. No estoy diciendo con esto que le resultase pan comido ni a ella ni a su tutor. Tendrá que enfrentarse a todos los altibajos del embarazo y hacerse a la idea de tener un hijo, lo que le resultará difícil. Pero no debería tener problemas para superarlo, al menos académicamente, si usted encuentra el tutor adecuado. Creo que necesitará a alguien con mucha paciencia.
—No me explicó por qué mi hija la eligió a usted como confidente.
—Bueno, como la señora Williams le ha dicho, soy una de las profesoras más jóvenes y, bueno, me enorgullece tener una buena relación con las alumnas. Después de las horas de clase, hago muchas actividades con ellas. Por ejemplo, yo me encargo del grupo de teatro. En realidad, me parece que esa fue la única actividad que su hija parecía disfrutar. Creo que le gustaba meterse en la piel de los personajes. Tal vez lo encontrara relajante.
—Sí, creo que tiene razón. Probablemente es algo que lleve en los genes, ya que su madre era actriz aficionada.
—Bueno, eso no lo sabía.
—No, claro que no. Usted solo conoce a Emily desde que empezó a venir a esta escuela hace dos años. ¿Se interesa alguna vez por la vida de las niñas antes de venir aquí?
—En cierto modo, sí. Pero espero que no se esté imaginando que me paso las horas libres investigando sus expedientes para leer lo que sus padres hacen para ganarse la vida, porque entonces está equivocado.
—Entonces, no sabe nada de las circunstancias de mi hija…
—Sé que su madre murió hace dos años… —dijo Rebecca, que no estaba dispuesta a revelar lo que la chica le había dicho.
—En ese caso, no sabe que su madre y yo nos divorciamos cuando ella solo era un bebé.
—No veo cómo todo esto puede ser relevante para lo que hablábamos antes, señor Knight. Es decir, de la enseñanza en su casa.
—Sin embargo, antes fue tan rápida en juzgarme, señorita Ryan, que pensé que estaría deseando colocar todas las piezas del rompecabezas que representa mi relación con Emily —replicó él, cáusticamente—. Es decir, no creo que tenga mucho sentido ponerse a sacar deducciones si solo sabe una parte mínima, ¿no le parece?
—Nada de eso es asunto mío —dijo Rebecca, sonrojándose. Se sentía agobiada por la mirada de él y las ropas que se había puesto—. Además, la señora Williams va a regresar en breve…
—Pero estoy seguro de que volverá a marcharse si ve que no hemos terminado.
—¿Que no hemos terminado con qué? No creo que haya nada más que yo pueda decirle en este asunto. Si usted quiere, estoy segura de que la señora Williams le puede recomendar a alguien…
—No me gustaría que usted se quedara con una mala impresión mía, señorita Ryan. Sé que su conciencia no podría soportarlo si pensara que va a mandar a mi hija a una vida de miseria y desesperación en manos de un padre poco cariñoso y siempre ausente.
—¿Por qué iba yo a pensar todo eso?
—Porque si Emily le fue corriendo a contarle lo que había pasado, entonces es mucho más que probable que le confiara todos los detalles de su infeliz vida familiar. Yo no nací ayer, ¿sabe?
—Bueno, ella mencionó un par de cosas, de pasada —admitió Rebecca.
—¿Le importa darme más detalles?
—Sé que usted y su esposa se separaron cuando ella tenía dos años y que su madre la llevó a vivir a Australia.
—¿Le dijo ella también que hice todo lo posible para mantenerme en contacto con ella pero que, años más tarde, su madre me informó de que todas las cartas y todos los regalos que yo le había enviado a lo largo de los años habían sido destruidos? Para entonces, su madre le había inculcado que yo era el lobo feroz que la había obligado a divorciarse a pesar de que ella no quería y que, entonces, no contento con eso, la había obligado a huir a los confines de la tierra.
Aquello no era precisamente lo que ella sabía. Sin embargo, no lograba entender por qué él quería darle tantos detalles pero sabía que, como profesora de Emily, tenía el deber de escuchar. Era evidente que él se sentía culpable de la situación y era su modo de aliviarse. Además, sabía que si buscaba el término medio entre lo que Emily le había contado y lo que le estaba diciendo su padre, encontraría la verdad de la historia.
—Cuando Veronica murió, me encontré con una hija a la que no conocía y que parecía incapaz de aceptar los generosos esfuerzos que nosotros hacíamos para allanar las dificultades.
—¿Nosotros? —preguntó Rebecca. Emily no le había mencionado ninguna madrastra ni ninguna mujer en absoluto, pero sabía perfectamente que él no era un hombre aficionado al celibato.
—¿Es que no le ha hablado de Fiona?
—¿Es Fiona su esposa?
—Es mi novia. Mi querida ex-esposa me hizo aborrecer la institución del matrimonio.
—No, Emily no mencionó a Fiona.
—Me sorprende. Fiona hizo todo lo posible por conocerla.
Rebecca pensó que probablemente Emily había reaccionado negativamente ante el intento de que alguien tratara de reemplazar a su madre.
—Bueno, estoy seguro de que usted y su novia podrán resolverlo todo satisfactoriamente —dijo Rebecca.
En aquel momento, llamaron a la puerta y la señora Williams asomó la cabeza, cuestionándoles con la mirada. Rebecca sonrió, aliviada, pero aquella sensación solo le duró unos segundos.
—Todavía no hemos terminado —dijo él—. Tal vez usted pudiera darnos otra… ¿media hora? —preguntó, mirando el reloj. A la directora no le quedó más remedio que salir y cerrar la puerta—. ¿Dónde estábamos?
—Estábamos de acuerdo en que todo iría bien cuando Emily regrese con usted. Estoy segura de que su novia estará a la altura de las circunstancias y les dará a los dos el apoyo que necesitan.
—Bueno, ahora, no estoy seguro de que quiera poner a la pobre Fiona en esta situación…
—Si ella lo ama —replicó Rebecca con firmeza—, entonces deseará ayudarlo a usted. Y a Emily.
—Sí, estoy seguro de que a ella le encantaría hacerse indispensable, pero es que yo no quiero que eso ocurra.
—Entiendo. Bueno, eso es algo que tienen que solucionar ustedes.
—Pero entonces, volvemos al problema de mi hija. Está embarazada y necesita que le den clase. Aunque encontrara el tiempo suficiente para las entrevistas de los posibles candidatos, paso mucho tiempo en el extranjero y no podría supervisar cómo van las cosas. Y usted tiene que admitir, conociendo a Emily como la conoce, que la supervisión va a ser indispensable.
—No será necesaria si encuentra a alguien en quien pueda confiar.
—Me alegro de que haya dicho eso —dijo él, sonriendo como una barracuda que finalmente ha conseguido su presa—. Porque usted va a ser la tutora de Emily —añadió, reclinándose para contemplar la reacción de Emily.
—Lo siento —respondió ella, sorprendida—. Pero me resulta imposible…
—¿Por qué? Este asunto es de lo más desgraciado y usted misma ha afirmado que la única oportunidad para Emily es tener un tutor en casa. Ella confía en usted, que es lo primordial. Según dicen, es una buena profesora, capaz de hacerla aprobar sus exámenes. Y yo no tendré que supervisar la situación si sé que quien está con Emily es una persona digna de confianza. Entonces, ¿cuál es el problema?
—El problema es que yo ya tengo trabajo, por si no se ha dado cuenta. Yo no puedo dejarlo todo a un lado y aceptar un trabajo temporal solo porque a usted le interese.
—Sería por Emily. Si se interrumpe su proceso de enseñanza ahora, no tengo que explicarle en lo que se convertirá su vida. Suponga que encuentro a alguien para que se ocupe de ella en casa y le dé clases —dijo él, como si aquella tarea fuera como buscar una aguja en un pajar—. Usted conoce igual que yo a mi hija. De hecho, si cabe, hasta mejor que yo. Se comería viva a la persona que viniera a casa. O, si no, se aseguraría de trabajar el mínimo para hacer que el período que cada tutor pasara en casa no fuera superior a quince días, lo que de nuevo anularía su proceso educativo. Cuando se diera cuenta de lo que había hecho con su vida, querría arreglarlo pero, ¿cree usted que encontraría fuerzas para hacerlo con un bebé a su cuidado? Sería mucho más fácil dejar que yo la mantuviera y, cuando se aburra, empezará a trabajar en cualquier empleo mal pagado, desperdiciando completamente sus habilidades.
—Bueno —dijo Rebecca—, todo eso me parece un poco exagerado, señor Knight. Estoy segura de que…
—De lo que está segura es de que, al fin y al cabo, no se quiere ver implicada en todo esto. Ha pronunciado sus palabras de sabiduría pero se niega a ir más allá.
—¡Yo no estoy diciendo eso en absoluto! —protestó ella. ¿Cómo se atrevía a implicar que le daba igual lo que pasara con Emily?
—Entonces, acláremelo, por favor. Soy todo oídos —dijo él, inclinando la cabeza.
—Lo único que me he limitado a señalar es que en la actualidad estoy trabajando…
—¿Y es esa su única objeción a lo que le propongo?
—Creo que, desde mi punto de vista, es algo bastante importante. A los pobres trabajadores normales y corrientes nos gusta tener un poco de seguridad en nuestro trabajo, ¿sabe?
La señora Williams volvió a llamar a la puerta y asomó de nuevo la cabeza. Cuando estaba a punto de hablar, él le dijo que necesitaban seguir hablando.
—Acabo de hacerle una pequeña proposición a su profesora estrella —respondió él.
Al ver que la directora levantaba las cejas como si no entendiera, él le contó todos los detalles. Mientras hablaba, Rebecca lo contemplaba. Cada vez que la directora estaba a punto de salir con una objeción, él se le adelantaba hábilmente, como un artista del trapecio.
Finalmente, él le dijo que la escuela recibiría una sustanciosa compensación monetaria si dejaba marchar a Rebecca inmediatamente.
—¡No! —protestó Rebecca—. Eso solo ha sido una idea del señor Knight. Estoy segura de que usted, señora Williams, le podrá recomendar a algunos candidatos para ser tutor de Emily en la zona de Londres. ¡Dios mío! ¡Debe de haber miles!
—Sí, estoy segura de que…
—No —dijo él antes de que la mujer pudiera acabar—. Creo que tal vez las dos me hayan interpretado mal. Como ya le he explicado a la señorita Ryan, Emily resultará una alumna muy difícil para cualquier tutor privado, menos para la persona que sepa cómo manejarla. Y ese es el caso de la señorita Ryan. Me doy cuenta de que será muy difícil dejarla marchar hoy pero, ¿cuándo es el final de este trimestre? ¿Dentro de quince días? Así tendrá todas las vacaciones de Navidad para encontrar una sustituta. Y, como ya he dicho antes, yo le pagaré generosamente por los inconvenientes.
En aquel momento, la directora pareció dudar. Rebecca sintió como si le pusieran una red sobre la cabeza, pero no estaba dispuesta a dejarse atrapar. Nicholas Knight no era santo de su devoción y no le apetecía en absoluto pasarse meses bajo su techo.
—Tengo una responsabilidad con las niñas a las que doy clase —insistió Rebecca.
—Pero, en estos momentos, esas niñas no requieren el mismo nivel de compasión que mi hija. Será cuestión de unos pocos meses. Estoy seguro de que puede concedernos ese tiempo.
—Depende totalmente de usted, señorita Ryan —dijo la señora Williams—. No creo que sea ningún problema encontrar una sustituta hasta que usted regrese.
—Sí, pero… No me parece muy ortodoxo. Y, de todos modos, ¿se ha parado a pensar que tal vez Emily pueda no estar de acuerdo con este plan? Tal vez no quiera verse perseguida por su profesora.
—Mi hija tendrá que aceptarlo —replicó él bruscamente—. Y se lo dejaré muy claro en cuanto la vea. Ya no puedo cambiar esta situación, pero no pienso permitir que siga cometiendo estupideces. Tiene dieciséis años y tendrá que hacer lo que yo le diga.
Rebecca se echó a temblar. Evidentemente, aquel hombre no sabía nada de chicas adolescentes, y mucho menos como Emily. Su idea de controlar completamente la situación podría hacer que su hija se escapara y entonces no tendría ninguna opción. Rebecca sintió como si la red la envolviera completamente, impidiéndola escapar.
Aceptaría el trabajo. Él tenía razón. Solo sería cuestión de unos pocos meses durante los cuales ella se aseguraría de que él no recordara el breve pasado que habían compartido. Lo evitaría constantemente. Seguía recordando lo que él le había hecho sentir todos esos años atrás. Entonces era joven e inocente, pero evitaría a toda costa que él pudiera volver a metérsele bajo la piel.
—De acuerdo —respondió ella por fin. Él respiró aliviado, como si efectivamente hubiera contemplado la posibilidad de que ella lo rechazara—. Pero tendremos que discutir todo esto con gran detalle antes de que me comprometa totalmente.
—Pensé que ya se había comprometido. O está de acuerdo o no lo está.
—Trabajaré para usted si usted se amolda a mis condiciones.
—No se preocupe. El dinero no es ningún problema.
—¡Yo no estaba hablando de dinero!
—¡Por favor! —intervino la señora Williams, sonriendo—. Creo que, efectivamente, deberían discutir este asunto en detalle. Estoy segura, señor Knight, de que usted entenderá que la señorita Ryan puede tener algo de recelo. Sin embargo, ahora necesito mi despacho porque tengo una reunión con el administrador dentro de cinco minutos. ¿Por que no continúan su conversación en la sala de profesores?
—¿Por qué no continuamos esta conversación en sus habitaciones? —sugirió él, poniéndose de pie—. Así podríamos hacerlo mucho más en privado y no daremos lugar a comentarios. Vamos a hablar de su sueldo, a pesar de su aparente aversión por el dinero, y usted no querrá que sus compañeros sepan el dinero que va a ganar, ¿verdad? ¡Creo que se irían a trabajar todos de tutores a Londres!
—Esa es una idea espléndida —respondió la señora Williams, adelantándose a Rebecca.
La directora los acompañó a la puerta, encantada con el giro que habían tenido las cosas.
—Pero… —empezó Rebecca.
—Pero nada —le dijo él, empujándola para que saliera del despacho—. Ya ha oído a la señora Williams.
—Supongo que está acostumbrado a explotar a las personas, ¿verdad? —le espetó ella, en cuanto no los pudo oír nadie.
—¿Cómo dice? —preguntó él, intentando parecer inocente—. Yo me limito a aprovecharme de las circunstancias, señorita Ryan. Tal vez debería llamarla Rebecca. No me gustan los tratamientos formales entre jefes y empleados. Así, estos están más cómodos. Y yo me llamo Nick —añadió, con una sonrisa.
—¿Por qué Emily no lleva su apellido? —preguntó Rebecca, guiándole a través de los pasillos hasta la zona de los dormitorios.
—Porque para cuando Emily nació, Veronica y yo estábamos tan desilusionados el uno con el otro que ella hizo precisamente lo que sabía que me haría más daño.
En ese momento, llegaron a las habitaciones de Rebecca. Ella abrió la puerta de un pequeño pero cómodo salón. Estaba amueblado con un sofá, un par de sillas, dos mesas y unas estanterías llenas de libros. Él empezó a mirar los títulos mientras ella lo observaba, preguntándose si él pensaba que aquella era una visita social.
—¿Por qué preferiste vivir en el colegio? —preguntó él—. ¿No hubiera sido mucho más fácil para una mujer joven vivir en la ciudad?
—No.
—¿Por qué no? ¿Te importa si me siento? —preguntó, haciéndolo sin esperar que ella respondiera.
—¿Le apetecería algo de café? —preguntó ella, señalando la pequeña cocina.
—No, gracias —respondió él, recorriéndola con la mirada—. ¿Por qué no te sientas? No pareces estar muy cómoda ahí de pie.
Rebecca se quitó la chaqueta y se sentó en una de las sillas, enfrente de él. La camisa le estaba bastante apretada al pecho por lo que enseguida sintió la mirada de él, lo que hacía que ella se sintiera muy vulnerable.
—Hay un par de cosas que quiero dejar perfectamente claras antes de que acepte trabajar para usted —dijo ella—. En primer lugar, quiero que sepa desde el principio que, si soy la tutora de su hija, debe darme rienda suelta para hacerlo como yo crea conveniente. Esta situación no es muy normal y no creo que vaya a dar mucho resultado hacer que se siente a una mesa como si viniera a las clases normales.
—¿Qué es lo que me está sugiriendo?
—Creo que ella tiene que sentirse cómoda conmigo para que yo pueda tener éxito en darle clase. Tendrá muchas cosas en la cabeza y habrá que tratarla con mimo —afirmó ella. Él asintió, a pesar de que no parecía estar muy de acuerdo—. Naturalmente, querrá estar informado de su progreso, así que sugiero que, al principio de casa semana, tengamos una reunión para que yo pueda decirle cómo va Emily.
—Y entre esas reuniones, ¿es que nos vamos a ignorar el uno al otro? ¿Mantener las conversaciones al mínimo? ¿Pretender que somos unos completos desconocidos?
—Esto no es ninguna broma, señor Knight.
—Nick.
—Estoy segura de que Emily te mantendrá al día de lo que estamos haciendo.
—Lo dudo mucho. Cuando ha estado bajo mi mismo techo, ha sido todo lo breve que ha podido —respondió él, algo apenado.
—Eso debe de ser muy difícil para ti —comentó Rebecca, sintiendo algo de compasión por él—. Ver que se te niega el contacto con tu hija y que, cuando ella se convierte en una adolescente, se tiene delante a una mujercita que resulta una desconocida.
—Gracias —dijo él, de un modo que le dejó muy claro que no le agradaba hablar de sus sentimientos.
—Bien —continuó ella—. ¿Hablamos ahora de aspectos más técnicos de este… acuerdo?
Estuvieron unos minutos discutiendo los temas legales de su contrato, que se haría por escrito y se le mandaría a Rebecca al cabo de uno o dos días. Cuando ella se puso de pie para indicar que la reunión había terminado, se sorprendió mucho al ver que Nick no se levantaba.
—¿Es todo? —preguntó ella.
—Pensé que era yo el que estaba haciendo la entrevista —dijo él—. Tal vez haya un par de cosas que te quiera decir.
—¿Y las hay?
—De hecho, sí.
—En ese caso, pregúntame —comentó ella, desconcertada, dejándose caer de nuevo en la silla.
—En primer lugar, espero que comáis y cenéis conmigo cuando esté en casa. No pienso comportarme como un intruso en mi propia casa para satisfacer tus extraños deseos de soledad. Tengo que admitir que, por mi trabajo, paso mucho tiempo en el extranjero y que mi vida social no me da tiempo para mucho pero, cuando esté en casa, quiero aprovechar tu presencia para mejorar mi relación con Emily.
De nuevo, Rebecca notó que él se ponía a la defensiva y no pudo evitar sentir simpatía por él. Parecía que no le gustaba que nadie viera sus sentimientos bajo la armadura que los cubría. Estaba tan acostumbrado a controlar a las personas que no le gustaba admitir que no podía controlar a su hija.
Rebecca asintió pero no articuló palabra.
—Y —añadió él, poniéndose de pie—… solo una cosa más. Me gustaría decirte que has cambiado —afirmó él, dejando a Rebecca boquiabierta—. Sé que me has reconocido. Lo vi en el mismo instante en el que me miraste. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? ¿Es que acaso creías que no te recordaba? No tienes el tipo de rostro que se olvida fácilmente. Además, casi no has cambiado. De hecho, parece que los años no han pasado por ti, pero tu actitud sí que ha cambiado. Si me acuerdo bien, estabas llena de vida, deseando agradar —concluyó, acercándose a ella.
La voz de Nick se había convertido en un susurro, lo que hizo que ella se sonrojara. ¿Acaso creía que iba a empalagarla de nuevo con el encanto que desprendía?
—Nuestros caminos se cruzaron solo durante un par de semanas —dijo ella.
—¿Por qué no diste muestras de haberme reconocido?
—¿Y por qué no las diste tú?
—No sé. Me imaginé que tendrías tus razones. De todos modos, no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando. Después de un rato, me intrigó el hecho de saber si se te escaparía algún comentario. No has perdido todavía la necesidad de decir lo que te pasa por la cabeza, ¿verdad? Noté que estabas deseando hacerlo antes de que me sentara —observó él—. ¿Por qué me dejaste hace todos esos años? Nunca te molestaste en explicármelo. Te vi por última vez en aquella fiesta, de espaldas, riendo, con una copa de champán en la mano. Y eso fue todo. Rechazaste cortésmente todas las llamadas que te hice.
—No me puedo creer que eso te haya estado preocupando todos estos años.
—¿Y quién ha dicho que haya sido así? —preguntó él—. Sin embargo…
—¿Qué?
—Te vi allí, en aquel despacho y volví a recordarlo todo. Es tan sencillo como eso. Y con el pasado vinieron las preguntas que nunca te molestaste en contestarme cuando decidiste desaparecer.
—¡Y tampoco pienso contestarlas ahora! —exclamó ella—. ¡Y esa es otra condición! Yo haré mi trabajo pero no habrá nada personal entre nosotros.
—Entonces, te sugiero que te lo recuerdes todas las mañanas cuando te despiertes porque puedo sentir el calor que emana de ti como si fueras un horno. Si te pusiera un dedo encima, te aseguro que te devorarían las llamas. ¡Puf! Así de fácil. Incluso estás temblando, no te molestes en negarlo. Sin embargo, no habrá nada personal entre nosotros. Además, yo ya tengo pareja por si acaso te habías olvidado.
Con grandes zancadas, se dirigió a la puerta y se quedó allí unos segundos, mirándola.
—Hasta dentro de unas pocas semanas, Rebecca. Espero que no te plantees dejarme tirado solo por nuestra breve relación en el pasado. Estoy seguro de que has crecido lo suficiente como para darte cuenta de que le harías un flaco favor a mi hija por unos motivos completamente erróneos.
Y con esas palabras, desapareció.