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Epílogo

El eco de sus apresurados pasos apenas se escuchaba entre el estrépito estallido de las llamas que, despiadadamente amenazaban con consumir todo en el camino, incluso las aterradoras historias transcurridas en este peculiar mundo. Con desesperación corrió por los estrechos pasillos con el afán de salvarse, pues ¿a quién le gustaría morir calcinado?

Las llamas se levantaban ululantes, y cada vez más aviesas. Las galerías ardían, no tenía salida y en aquel instante el niño recordó con más fuerza y como un golpe en el fondo del estómago, lo que era ser huérfano. Estaba solo e indefenso.

Con unas pequeñas lágrimas, observaba el cuadro que tenía en frente, era el del Coronel, el que las monjas siempre le habían ordenado, “mirar y no tocar” (porque no era propiedad de la institución).

“El coronel”, así le titulaba el autor de la pintura, ésta reflejaba la imagen de un veterano de guerra, en su uniforme relucían doradas medallas y con su mano derecha levantaba una afilada espada de acero, y aquella actitud altiva y rebelde, sucumbió ante la nefasta hoguera que alrededor se formaba.

Después de ver como la obra de arte se convertía en un garabato diabólico, corrió del lugar asustado. Entre los pocos boquetes se escabulló y llegó hasta una esquina, aparentemente a salvo. Sabía que era cuestión de minutos para que el fuego lo alcanzara, intentó salir pero una zancada de vigas ardientes cayó del tejado bloqueando su paso. El castillo se venía a pedazos. Estaba acorralado, su respiración se aceleraba y el humo se la dificultaba. Al parecer, resignarse y morir era la única opción que tenía. La idea le aterraba, pero solo un milagro le salvaría. O era su suerte y tenía que aceptarla.

Sabía que en un determinado momento… todo pasaría.

En cuestión de segundos, del otro lado de las llamas un ser de aspecto espeluznante lo miraba fulminantemente, «La muerte» pensó él. Estaba de pie y llevaba una vestidura oscura y harapienta que no dejaba ver su rostro, solo sus ojos rojos y amenazantes sobresalían. Su sola presencia le aterraba y todo lo que aquella aparición representaba.

Pensó ¿Era real? ¿Era su imaginación? o ¿Uno de esos fantasmas que sus compañeros decían ver todo el tiempo? La fuerza del ente no le permitió moverse, todo su cuerpo se paralizó. Vio a los ojos macabros de su atacante, sabía que estaba a punto de acometer de alguna forma, se lanzó contra él, como la fiera que atrapa a su presa. El niño gritó desgarradamente…

Sin poder moverse y sentir la cercanía del ente, cerró sus ojos mientras lloraba y deseaba más en el mundo que todo acabara. El ente habló tan cerca de su oído que sintió como su aliento llegaba hasta su cerebro. La voz de aquel, no era única, eran varias y pronunciaban una especie de oración extraña, en un idioma desconocido, pero él sentía que querían decirle algo como “Haz perdido, tu fin ha llegado”.

El niño supo que no era la muerte o un fantasma, era aún algo más siniestro. Intentó recordar las oraciones que le enseñaron las monjas, pero apenas comenzaba una línea olvidaba la siguiente. Desesperado solo pudo exclamar ¡Dios ayúdame! y en ese instante despertó.

Asustado y con la respiración agitada, sintió como si su corazón estuviera a punto de salir de su tórax, miró la hora, y notó que ya era de mañana, recobró el sentido de la realidad. Se recuesta de nuevo para recuperarse, gotas frías de sudor chorreaban por su frente. Se da cuenta que ha tenido otra de sus temibles pesadillas.

Imágenes de las escenas de su sueño regresan como intentando descifrar el significado del sueño, pero mejor se permite pensar en algo más agradable. Su mano cae de un lado de la cama y ve el espacio vacío. De hecho, toda la habitación tiene un aire solitario, un absoluto silencio, como si estuviera en la nada, en una isla desierta. El amplio estante donde coloca sus libros se extiende por toda la pared, la reluciente madera labrada de la que está hecha toda la casa da la sensación de estar en una rústica casa de campo. La habitación es mediana, perfectamente ordenada y tapizada, tiene un aire tranquilo y acogedor. La casa no está en medio de la nada sino en un lujoso barrio privado, donde las medidas de seguridad y comodidad son la regla. Habitualmente aquí viven personas que desean tener más tranquilidad sin perder la ostentosidad.

En ese momento se escuchan pequeños y garrudos pasos. Su mano al aire, es colmada por una lluvia de lamidas caninas.

«Ya sé, ya sé, es hora» dice, mientras su perro se lanza a él indiscriminadamente, para después ocupar un lado entero de la cama, no deja de agitar su cola alegremente. Ahora recibe lamidas en todo su rostro. Decide mejor levantarse, ante la insistencia de su can. Se dirige hasta la puerta, su mascota le sigue. Nota que hay correspondencia que leer, las toma y las mira de reojo.

Más tarde, encuentra una del Banco Internacional de Bélgica, el texto reza lo siguiente: “TÍTULO DE PROPIEDAD”, lo abre apresuradamente, y adentro una nota que dice:

Para: Joseph Van Haley

Amigo disfruta tu compra, no fue fácil tramitarla, pero si es tu deseo, aquí está.

Ab. Logan Gozmer

Gerente General B.I.B.

Leyó el resto de la documentación. Al terminar, una sonrisa se dibujó en su rostro. Observó a su perro, quien a su lado sentado, jadeando, ajeno a lo que pasaba, era parte importante de su vida.

Se quedó pensativo por un momento y al final se dijo: «Es hora».

Los misterios del Noisy

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