Читать книгу Los misterios del Noisy - Kharla Vera - Страница 9

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El habitante ha llegado

Los desolados pasillos recorren una larga travesía entre las extensas alas del Noisy. Espacios vacíos y hundidos en una recóndita penumbra que, apenas y se ven por el rayo de luz que intenta ingresar por las hendijas. Todo es tan viejo y obsoleto, paredes desmoronadas y habitaciones empolvadas, tuberías oxidadas, y la madera está apolillada, el tiempo no ha sido un aliado para este lugar más bien su camino hacia el final.

Desde afuera, parece un lugar interesante con la idea de que en él existen múltiples misterios como algún baúl antiguo lleno de cosas, cartas viejas, fotografías, algún mapa o joyas olvidadas por la realeza, en sí mucha historia. Sin embargo, si puedes captar aquella sensación que produce todo a su alrededor, y si puedes atrapar la magia que encierra, descubrirás cosas que el ojo humano, no puede ver. Es lo que ha cautivado a su habitante, la sensación de historia, de haber estado allí hace tanto tiempo y la soledad que lo identifica con el abandonado castillo.

En aquel momento cuando volvió a verlo de nuevo, sintió su alma agitarse, al fin lo tenía delante suyo. Aquel lugar le recordaba muchos acontecimientos pasados que le marcaron, pero vivía enamorado de este lugar, el castillo se había convertido en un sueño utópico para él. Inhaló la suave brisa que llevaba el viento, la frescura, el alivio, la paz que ahora sentía. Era verdad, se veía terrorífico a simple vista pero, tenías que mirarlo con otros ojos para descubrir lo hermoso que era en realidad.

Observó cómo se había desgastado en los últimos años, pero su emoción no le hizo concentrarse en eso, mas bien siguió contemplándolo. Entró con solemnidad y admiró sus alrededores, imaginó —cómo es que Adán se habría sentido en el mismísimo paraíso—. Como si hubiera traspasado un portal del tiempo y revivieran vidas pasadas, así se percibía su felicidad, tanto que lloró de alegría. Con un nudo en la garganta se apresuró a secar sus lágrimas.

Aquella sensación de estar en casa, se preguntaba si aquello que experimentaba era efímero o tendría que lidiar de nuevo con la tristeza que el mundo a veces le presentaba en algún momento. Lo bueno era que hoy sentía que, podía lograr cualquier cosa que quisiera, era su día de “buena suerte”.

El castillo no solo provocaba ese aire de nostalgia y terror, también evocaba a la mente de Joseph, recuerdos no gratos de su infancia.

Era una ironía, que el Noisy fuera tan asediado por los pueblerinos y temido por extrañas circunstancias. Tal vez era su espeluznante silencio que lo condenaba y lo sumía a la soledad y el misterio. Rosó con sus manos las polvorientas paredes, y pensó que su siguiente objetivo, sería restaurarlo.

El estilo gótico—inglés que se resaltaba con su fascinante arquitectura podía hacernos entender que estuviéramos habitando en un castillo del siglo XVIII. El diseño del cielo raso tenía forma de telaraña, en las pilastras se podían distinguir pequeñas estatuas, que por su figura daba la idea de hombrecitos que doblaban sus rodillas y con su mano derecha sostenían una daga. Las gárgolas tenían forma de animales, pero más se podía apreciar al murciélago, eso no le agradó mucho, y pensó en ubicar también míticos elefantes o un furioso león. En las habitaciones había objetos viejos, utensilios dañados, polvo en todas partes, sus escaleras estaban desmoronándose. Se podía decir que el área más segura era la planta baja. Era una pena que todo estuviera así, después de haberlo visto en su gloria, ahora estaba consumiéndose poco a poco.

Recorrió con cuidado todo el castillo, al final notó que no había visitado su lugar favorito, la vieja Torre del Reloj. Solía subir las escaleras de caracol a toda velocidad y ver los engranajes que formaban el enorme mecanismo, se asomaba por la pequeña ventana de la torre para mirar el bosque que se perdía en el horizonte, y lánguidos rayos de sol en pleno atardecer, que intentaban tocar la tierra.


En ese mismo momento un aire sepulcral invade la habitación, tras de él siente que alguien le observa, lentamente gira su mirada. No tiene miedo, solo que no sabe si en realidad alguien está allí.

No hay nadie pero, su piel se ha erizado. Y dentro de sí mismo sabe que va a suceder algo. En ese instante una sombra sinuosa camina por el pasillo. Él sale de inmediato, tratando de alcanzarla, para asegurarse de que, era real lo que veía pero, se dirige a los pasillos pero no hay nadie.

Su corazón late rápidamente, pues sabe que está solo en ese inmenso castillo y nadie entró con él, solo su perro, al que llamó con un silbido; su mascota bien animada se avienta a él, y éste le recibe contento de tenerlo cerca.

Nuevamente mientras camina, detrás de él pasa la sombra. Él decidido la persigue por las habitaciones su perro tras de él comienza a alterarse.

No hay nadie en aquella habitación sin embargo la vio entrar aquí. En el solemne silencio una voz se escucha:

—Porque has regresado.

—¿Quién era? —se preguntó. La voz masculina y moza, sonó dimensional algo lejana, pero que sin embargo estaba allí. Algo familiar también. Se volteó y lo vio. Su piel se despelucó y el frío le recorrió el cuerpo.

— ¿Franceis?

Era pálido, de aspecto cadavérico. Pero se notaba su forma humana aún, cabello lacio y castaño, rostro perfilado con la punta de su nariz enrojecida como si tuviera algún resfrío. Lozano aún al momento de fenecer. Sobre el umbral de la entrada recostado, y apoyando su peso en su pierna derecha mientras miraba las uñas de sus manos le dijo.

—Así que… has venido ¿de visita o qué?

El hombre del castillo miró las ropas antiguas que traía puestas, las mismas de la última vez. Y consciente que era la única persona en el Noisy, entendió que estaba hablando con un fantasma. Sí, un fantasma.

Ocultó su sorpresa entonando un largo no, mientras negaba con la cabeza.

—Claro, entonces deja que adivine: ¡Te mueres por poseer este lugar, no! reconstruir y adueñarte de cada rincón para tu deleite, instalar toda clase de objetos inservibles, o basura de tiempo, y ¿todo para qué?, ¿para matar el aburrimiento de tu jodida vida?

El hombre no le respondió. Y desvió su mirada.

—Lo imaginaba —se respondió—, si sabías que, aunque llenes este lugar de muchos artilugios, seguirás siendo el mismo hombre vacío por dentro.

Era cruel como lo conoció, y al parecer los fantasmas tenían la curiosa capacidad de leerte la mente. Como si le hubiera visto todos estos años, su vida llena de lujos y mucha ostentosidad. Llenándose de materialismo que al final del día no sanaba lo que él era.

—Lo sé, pero al menos puedo tener momentos felices. Cosa que lo dudo de ti y todos ustedes…

— ¿Por qué hablas así de nosotros? Es más puedo asegurar que nos habías olvidado.

— ¡No! —reclamó.

El ente flotó ligeramente hacia adentro de la habitación.

—No puedo creer que después de tanto tiempo hayas decidido venir, pensamos que ya no vendrías, pero todo nos ha resultado. Es interesante como trabaja su mundo, ¿no crees?

—No lo creo. Lo sé. Y ya te dije que estoy aquí por un solo motivo, el Noisy es mi único motivo. ¡Y llegará el día en que ustedes!

—Shhhhhhhh

Le interrumpió asustado el ente, que saltó hacia él para tapar su boca…

—No lo digas en voz alta. Ellos pueden escucharte. —le murmuró.

— ¿Ellos? ¿Quiénes?

—Los otros.

—No te entiendo.

—Ya lo verás, ya lo verás… sígueme

El ente le llevó por un largo pasillo, y él le siguió, influenciado por la duda. Con cuidado caminó por los escombros y tapando su nariz por el evidente olor a polvo, notó el desmoronado estado de las roñosas paredes; también una mala intención en el fantasma. Al final se detiene frente a una puerta, la señala y le pide que entre por ella y así lo hace.

Temerosamente hala el oxidado picaporte y la puerta se abre. Es una habitación pequeña y oscura, no tiene ventanas y parecía haber sido una oficina en sus tiempos, la poca luz que ilumina, entra por un pequeño tragaluz. Hay estantes muy altos llenos de folders envejecidos y polvosos, además de libros y montón de papeles, se sabe a cierta vista que nadie ha estado allí en mucho tiempo. El hombre tose un poco, mientras ojea el lugar, no sabe con qué real intención le ha traído hasta aquí el ente y no era para mostrarle a los otros.

El fantasma le mira desde el umbral esperando ansiosamente. El sigue caminando hasta una alta repisa de madera, abre la puertita lentamente, voltea con desconfianza, y el ente le señala que siga. Se aligera a abrir. La sorpresa es tal que se cae hacia atrás quedando en el suelo.

El hombre miró con ira al ente quien se limitó a sonreír con malicia.

—¿Lo olvidaste? —le dijo

Miró al muñeco vestido de monja, que era utilizado por las religiosas del convento intencionalmente para asustar a los niños cuyo comportamiento les parecía inapropiado. Recordó sus días en el orfanato, justo allí en el castillo, eran épocas grises para él porque siempre sintió que estaba solo. El muñeco solo le evocaba sus más profundos traumas y continua melancolía.

Aunque realmente nunca estuvo solo…miró al fantasma.

—Bienvenido al Noisy —le dijo sonriendo macabramente.

Se levantó de inmediato y salió de la oscura habitación, aquello solo había evocado la vida que había tenido antes. En aquel tiempo era una costumbre para las monjas hacer asustar a los niños del orfanato para exigir disciplina, la que era inducida a través del temor. Aunque nada peculiar, solían hacer bromas pesadas a los que no se comportaban como debían. Él era muy pequeño cuando le tocó ser “víctima de ellas”.

Una tarde, después de haber sido descubierto por una de las monjas intentando romper el candado de la torre del reloj, lo llevó a aquella habitación y le mostró el diabólico muñeco al que colocaban sentado en una silla frente a él, y allí le dejaban encerrado durante unas horas. Interminables momentos de miedo y terror que ni una plegaria ayudaba, se recogía en una esquina a llorar y esperar que sea al fin liberado.

Pero de repente Franceis aparecía y le acompañaba en aquellos momentos. Donde más temor sentía por el muñeco que por el mismo fantasma.

Franceis detestaba en lo que se había convertido aquel niño al que acompañaba en sus días tristes. Por eso hoy no era un tipo al que hubiera recibido de buena manera.

—Te ha gustado tu bienvenida —le preguntaba sarcásticamente.

—¡Te ha parecido que sí! —le reclamó ante la sonrisa burlona de su anfitrión.

—He logrado lo que muchos no… hacerte enojar —decía airoso.

Al escuchar esto, el hombre del castillo trató de tranquilizarse, inhaló aire lentamente y se dirigió a él.

—Franceis, por si no lo sabes, o recuerdas soy una persona pacífica y difícilmente me verás reaccionar con violencia, lo que tú has hecho solo ha despertado en mi un temor muy grande que no había podido superar, es todo.

— ¡Vaya! Qué bueno que tú recuerdes mi nombre. —dijo el fantasma.

—Sí, dijo mientras salía del castillo, y el de tus amigos también…

Franceis vio como el tipo se alejaba junto a su perro, notó que ya no era como antes, un débil y asustadizo niño de ocho años, al que solían asustar y que después lo terminó tratando como un amigo. Al modo en que jugaba con él cuando ningún otro niño quería acercársele. Ahora muy en el fondo odiaba que hubiera crecido, pues ya no era como antes.

Su mirada examinadora cesó por un momento y luego silbó muy fuerte, en ese momento llegaron dos alocados fantasmas más que reían sin parar.

—¿Qué es lo que quieres ahora Frachesco? —le dijeron con caras exorbitantes y voces burlonas.

—Chicos, tenemos un nuevo habitante.

—¿De quién hablas? —Preguntaron los fantasmas. Ubicados uno en cada lado de Franceis.

Él apuntó con su dedo hacia el frente y lo vieron con atención.

—No puede ser. —dijo uno de ellos.

—Si, dijo Franceis… Volvió.

Los misterios del Noisy

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