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Capítulo I

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La suave llovizna de otoño había menguado su presencia, y el fondo grisáceo de aquellas nubes bajas, desplegaba un manto de quietud en la serena tarde.

La fresca brisa, dibujaba con mano invisible, la danza sin ritmo de las hojas secas, intentando alterar, con sus vaivenes, el monótono andar de aquellas horas.

No había encanto. Ni trinos. Ni sonidos. Como un reloj sin cuerda, o el silencio tenaz de algún violín sin dueño. Como si duendes ocultos cubrieran con hálito inerte el compás natural del apacible ocaso.

Una figura gris, adormecía la vereda con su caminar desganado, mientras el barniz del agua en las baldosas, acompañaba, con lejano eco, las pisadas de su andar cansino y soñoliento.

Buceaba, sumergido en profundos pensamientos buscando respuestas escondidas que se alejaban como mariposas asustadas al oír el insistente “por qué” de su pregunta.

Fugazmente, casi con desgano la figura levantaba su rostro levemente mirando al azar, el número impreso de algún portal, e instintivamente y con pereza cotejaba lo leído, con aquel papelito que sacaba inadvertidamente de su abrigo.

Se sentía cansado. Como si todo el peso de un pasado lejano, se agolpara en un instante del presente, agobiando con su carga, aquella marcha lenta y oprimiendo su pecho como una invisible tenaza de cemento.

Pensamientos extraños, sin precisión ni forma, desfilaban confusos por su mente, sin encontrar respuesta ni sentido, en una rara mezcla de abandono, rabia, frustración y miedo.

Recordaba un pasado feliz. Su niñez, su juventud, y agitadas inquietudes cobraban viva realidad en una revisión metódica, que explicara un presente tan distante y diferente de aquellos viejos anhelos, que alguna vez fueron motor de ansias y proyectos, que se veían hoy borrosos, como la imagen distorsionada de algún rostro reflejado en un estanque.

Abrumado en el agobio, aún despierto, hubiera querido sumirse en un profundo sueño que pusiera fin a ese cansancio que encorvaba su espalda.

Como un sueño salvador, que al despertar dejara tras de sí, la ilusoria realidad de una Pesadilla cruel.

Pero la claridad de las imágenes, la rugosidad de un tronco, un cartel de colores que anunciaba, un coche que pasaba cincelando en la Acera aun mojada dos huellas paralelas y el chasquido del agua cediendo a los neumáticos, mostraban signos concretos de una realidad palpable y elocuente.

No había ilusión. Triste realidad. Y una pregunta martillaba insensible en su interior: ¿otra vez empezar?..

Fijó su mirada en alguien que pasaba… luego en otro… y otro más…

Todo era tan normal… Un caminar apurado… varios papeles bajo un brazo… Un portafolio ligeramente gastado, o dos paquetes colgando a los costados por alguna compra vespertina… Alguien dialogando con fuertes gestos y ademanes, como aseverando con ellos la palabra vertida. Una mujer mirando con lascivia una vidriera de pendientes, anillos y collares.

Todo era simple… cotidiano… sin prisa…

Sin embargo contrastaba con su imagen interior que reflejaba un mundo tan distante, atemporal… lejano, como si los hechos sucedieran en dimensiones diferentes, y desde su propio plano observara un transcurrir ajeno a su presencia, como espectador de una película antigua, opaca, sin sonido ni final.

Hubiera deseado trasmutar su cuerpo y su alma sobre aquel mundo que pasaba con apariencia feliz ante sus ojos, para recobrar aquel hálito de vida que parecía haberse esfumado en algún tiempo, del que no podía precisar el cuándo, ni el cómo, ni el porqué..

Sintió un escalofrío... y mecánicamente extendió su brazo ajustando sobre el cuello, aquella bufanda a cuadros escocesa casi sin uso, que despertaba en él, un infantil sentimiento de cariño.

Caminó sin precisión de tiempo, y con el mismo desgano de veces anteriores alzó su mirada sobre la numeración de una vivienda, sacó nuevamente el arrugado papelito de su bolsillo izquierdo, y como si despertara, brotó en su boca una imperceptible mueca de molestia, y retornó sobre sus pasos escudriñando con mayor atención sobre las placas gastadas de las puertas.

Finalmente se detuvo frente a una edificación sencilla, de paredes blancas y de frente plano. Observó la chapa de bronce bien bruñida que resaltaba sobre el costado de la entrada y leyó:

DR. ABEL ZAZAR

MEDICO PSICOLOGO

Meditó un momento, algo indeciso, pero finalmente apoyó su índice sobre el botón del timbre, y apretó.

Sintió el sonido apagado de un din–dong que se alejaba... respiró profundamente... y esperó.

Recordó en aquel instante el encuentro casual, hacía tiempo, con aquel Amigo de la infancia, en que ambos confesaban uno al otro la dureza de sus mutuas realidades.

También vino a su memoria la anotación que hizo con poco interés de aquel nombre sugerido que surgió espontáneamente del amigo, y que guardó quizá, más por compromiso que por utilidad. No creyó utilizarlo. Hasta se sorprendió haberlo encontrado después de tanto tiempo. Quizá no hacia tanto… pero sintió la sensación de haber vivido un siglo desde aquel instante y como un acto reflejo, hizo una lenta inspiración hasta llenar sus pulmones y entrecerró sus ojos...

La puerta se abrió, sacándolo de su recuerdo, y apareció ante él, un hombre bastante mayor, ya entrado en años. Aunque solo abrió la puerta parcialmente, trascendía en él una estatura mediana, avanzada edad, el rostro grande, franco, coronado con abundante cabello cano, marcadamente blanco, y unos anteojos de montura oscura con gruesos cristales que agrandaban notoriamente sus ojos amigables de color celeste claro. Impactaba en él, su mirada profunda, pacífica, serena, casi ingenua.

AZ —¿Si?.. Inquirió.

T —¿Dr. ¿Zazar?

AZ —Si… soy yo. Usted es…

T —Tomás. Acordé por teléfono una cita…

AZ —Oh… sí. Adelante por favor…

—Abrió la puerta de par en par ‚ hizo un ademán de cortesía para que ingresara. Subió el pequeño escalón de mármol Travertino, atravesó una pequeña salita con algunos asientos sin respaldo e ingresó al interior del consultorio.

Le extrañó su sencillez. Un escritorio casi antiguo con cuatro libros apilados a un costado, algunos papeles sueltos, una lámpara encendida que alumbraba directamente sobre un folleto abierto.

Delante del escritorio dos sillones chicos pero de vista confortable y por detrás, uno mayor, giratorio, seguramente recién abandonado por su dueño. Sobre un costado, un sofá con dos almohadones y sobre el lado opuesto un modesto modular que mostraba numerosos volúmenes algunos visiblemente gastados por su uso. Sobre un rincón, una discreta y ordenada mesita, infundía un ambiente familiar, mostrando sobre una bandeja de bronce, un aparato eléctrico para café y cinco pocillos finamente decorados.

No había mucha luz y quizá aquello influyera en una primera sensación de paz que envolvía el ambiente y lo tornaba sensiblemente agradable. Tal vez el médico se percató de ello, pues se acercó a la ventana y levantó un poco más la celosía, lo que aumentó solo parcialmente, la luminosidad interior.

AZ —Acostumbro a bajar un poco la persiana, porque me resulta cómodo para leer y trabajar –dijo casi disculpándose–.

Por favor… tome asiento –le indicó– mientras colocaba casi paternalmente su mano, sobre la espalda de Tomas. Este corrió ligeramente el sillón y accedió al pedido. Esperó que el médico fuese a su lugar natural en el sillón giratorio, pero se sorprendió cuando éste desplazó lateralmente la butaca que estaba a su costado, y tomó asiento como si fuese un paciente más.

El médico se inclinó ligeramente hacia él. Lo miró de frente con rara benevolencia fijando sobre los suyos sus grandes ojos celestes agrandados por el aumento de sus gafas, y le dijo con voz suave:

¡Cuénteme!…

Algo se quebró en el interior de Tomas.

Hacia solo unos instantes, experimentaba en la profundidad de su alma una soledad angustiante mientras un mundo indiferente transitaba ante sus ojos ajeno a su presencia, y de pronto, muy cerca suyo... frente a si, alguien esperaba sus palabras con una desusada actitud de vieja amistad y paternal cariño.

Inspiró profundamente y como tomando fuerza, inclinó levemente su cabeza hacia abajo, cruzó sus manos sobre las piernas y comenzó a decir...

T —No ando bien doctor... No sé por dónde empezar…

No sé si es por el trabajo… o por el dinero… o soy yo mismo, pero lo cierto es que no me siento bien...

Tengo la sensación de que mi cuerpo no me pertenece, experimento contracciones en los músculos como si tuviera escalofríos… a veces como un hormigueo interno…

Es una sensación muy fea,… horrible.

Tampoco duermo bien… me despierto varias veces a media noche con una transpiración fría en todo el cuerpo y… sé que no es calor…

Pero lo más duro es en la mañana… cuando me levanto…

Quisiera taparme con las sábanas y no amanecer. No sé si llamarle miedo… pero es como una inseguridad… o temor… más fuerte que yo.

Quisiera seguir durmiendo… esconderme para no experimentar más esta sensación que me quema por dentro y me llena de angustia…

Si no fuera por mi familia… quizá no amanecería......

AZ —Está tomando algo?... ¿Alguna medicación…?

T —Si…

Tomo unas pastillas para dormir que me recetó un médico amigo.

En realidad he consultado dos médicos... y los dos coinciden en que estoy muy nervioso… que trate de no darme tanta cuerda…

Me han sugerido salir a caminar… o practicar algún deporte.

El último me recetó un tranquilizante…

—Tomás buscó en sus bolsillos y extrajo una tirilla de plástico con unos comprimidos pequeños de color rosado suave, y lo extendió a la vez que decía: tomo una y media todos los días…

El médico alargó su mano, tomó el medicamento y lo leyó pausadamente: Nervosedan, 5 miligramos… –dijo en voz baja–.

Sí. Un Psicofármaco muy recetado en estos días…

y guardó silencio.

T —Tomás continuó: he intentado no darle mucha importancia a las cosas como me han aconsejado… pero es una sensación que me domina…

Como si estuviera en un pozo del cual no puedo salir… no sé cuánto más voy a soportarlo…

—El médico lo miraba atentamente mientras Tomás hablaba, y muy discretamente ponía sus ojos en esas manos que frotaba nerviosamente, a la vez que agitaba su pierna derecha apoyada sobre la punta de su pié en un suave pero intermitente temblor.

AZ– Sin duda está muy estresado…–dijo con cierta seriedad– ¿Desde cuándo experimenta este malestar? –preguntó–

T– Hace varios meses que vengo mal… ocho… diez… ó más…

Me cuesta concentrarme… y ahora que más lo necesito…

AZ —Seguramente hay alguna causa que lo provoca –dijo el médico–

¿No lo cree así?

T —Son muchas cosas doctor, que han pasado… en realidad vengo pendiente abajo como si fuera un tobogán…

El año pasado, en Noviembre falleció mi madre…

No lo esperábamos… sucedió repentinamente… en una semana…

Fue un golpe muy grande porque éramos muy apegados.

Mis hijos…–su nietos– eran sus regalones… aun hoy no termino de aceptarlo.

Cada vez que lo recuerdo siento una opresión muy grande…

Después mi esposa tuvo un accidente muy grave con el coche y falleció como consecuencia de muchas quebraduras y golpes internos.

El coche no sirvió más, y me quedé sin movilidad… y ahora para rematar… quizá pierda mi empleo, porque se vende la empresa en que trabajo y seguro van a despedir a todo el personal…

-¡No sé de qué‚ vamos a vivir!

Conseguir trabajo nuevamente con 45 años es muy difícil… y con una familia atrás… tres niños… y como no le faltan pulgas al perro flaco… yo no sirvo para nada… y no puedo encontrar una salida… siento como si estuviera paralizado…

Pienso en el mañana que puedo perderlo todo… sin trabajo… sin dinero…

Toda mi vida he trabajado con honestidad, he buscado siempre el bien de mi familia… puse mis mejores años en la empresa… y ahora esto…

La vida es injusta… ¿no cree?..

AZ– Mi opinión Tomás… no va a cambiar la realidad del mundo… pero vamos a hablar de eso quizá más adelante...

¿Cómo está su relación familiar?... con sus hijos…

T– También se está deteriorando. Discutimos mucho últimamente...

Nos decimos palabras hirientes cosa que antes jamás sucedió.

Me preocupa mucho, porque nuestra relación ya no es como antes…

Y si le digo la verdad… tengo miedo. Miedo de perder lo único que poseo y que verdaderamente importa. La familia...

Las cosas no han salido bien...

He tratado por todos los medios de hacer algo sólido, asegurar un porvenir para mis hijos… mi esposa, tener una familia unida… y de pronto veo como si todo aquello por lo cual luché, se hubiese escurrido de las manos como arena. Creo que he fracasado en muchas cosas…

¡No es lo que había planeado para mi vida!...

Está saliendo todo mal…

O hay algo en mí que no funciona…

¿Puede doctor… que me falte alguna vitamina o algo así?

AZ —Sin duda hay en su interior algunas cosas que no andan bien. Sin embargo –aunque no pueda asegurarlo– no me parece que lo suyo sea un caso de carencias Tomas. De todos modos… deberíamos tal vez pedirle unos análisis para un control.

No es conveniente descartar alguna causa paralela...

Por cierto... ¿usted no consume alcohol o drogas verdad?

T– Un poco de vino en las comidas... Menos de un vaso...

Lo segundo ni pensarlo...

Pero esto… de no poder controlar lo que siento…

¿Qué está pasando dentro mío que me siento tan mal?

AZ —¡Linda pregunta Tomás! ¡Y es bueno que la haga!

Saber qué‚ está sucediendo internamente, nos va a ayudar mucho para encontrar la solución.

Voy a tratar de explicarle…

Aunque es un tema complejo, intentaré‚ hacerlo en la forma más sencilla:

Vea Tomás… nuestro organismo está relacionado íntimamente con el medio ambiente.

Y reacciona de forma extremadamente compleja, a los estímulos que de ella recibe. Es un permanente ir y venir de estímulos y reacciones dirigidas todas, a conservar el cuerpo vivo y mantener procesos vitales de nutrición, crecimiento, reproducción, etc.

Estas acciones internas y naturales del cuerpo, forman lo que se llama Metabolismo.

En ese Metabolismo, las células nerviosas o neuronas, liberan ante un determinado estimulo, –interno o externo– algunas sustancias que se llaman Neurotransmisores. Son muchas y de distinta índole.

Ahora bien…

Cuando un Neurotransmisor llega a un Neuroreceptor, desencadena una serie de reacciones, como una respuesta al estímulo recibido.

Por ejemplo… si toca un objeto muy caliente, retirará la mano en forma inmediata. Igual, si recibe un pinchazo doloroso. Tanto el pinchazo, como el calor, generaron un estímulo, que hicieron al sistema nervioso liberar Neurotransmisores, los que a su vez indican, a una parte específica del cuerpo dar una respuesta.

Pero no termina aquí Tomás...

Hay Neurotransmisores que preparan una acción más enérgica que otros. Seguramente oyó hablar de la Adrenalina.

T —Sí. En las películas de acción…

AZ —Bueno. La Adrenalina o Epinefrina predispone a los músculos y otras partes del cuerpo para una acción más fuerte y rápida que otros de acción más retardada.

Ahora bien… y aquí lo importante de su pregunta Tomás…

Así como hay Neurotransmisores que predisponen a una acción más o menos enérgica, hay otros que actúan exactamente al revés, inhibiendo la acción de los primeros.

La Dopamina por ejemplo, si su nivel es bajo, puede producir rigidez muscular y disminución en la coordinación motora, como en la enfermedad de Párkinson y si su nivel es alto, puede asociarse hasta con fenómenos de Esquizofrenia o alteraciones mentales.

A ver cómo anda su memoria…

Recuerda lo que es el Cuerpo Calloso?

T– No me pregunte… rendí anatomía tres veces en la escuela…

Si recuerdo un versito que sabíamos repetir en clase…

Un Frontal…Un Parietal…Un Etmoides…Dos Esfenoides..

AZ —Humm...

Bueno, el Cuerpo Calloso es una parte del cerebro.

T —Ahora que lo dice…

AZ. Es el núcleo de las emociones fuertes. la Ira, el Miedo, la Depresión… etc. Esta parte del cerebro también responde por cierto al metabolismo celular…

Decíamos que, cuando siente un pinchazo… rápidamente se aparta.

Pero no todos los estímulos son… digamos… físicos.

Que pasa entonces, con aquellos de tipo subjetivo… dificultades en el trabajo, una discusión familiar… una rueda pinchada cuando va a sacar el coche…

T —¡Hay! No me haga acordar… me enfermaba…

AZ —El ómnibus que pierde…-¡Justo cuando está más apurado!… la falta de dinero… la comida que se quemó en la olla… los hijos que no se levantan…

Todos ellos, son estímulos que inciden directamente en la Sinápsis del Cuerpo Calloso.

T —¿La qué?...

AZ —Sinapsis. El estímulo y respuesta entre las células nerviosas.

Y con cada uno de ellos, está liberando el organismo, sustancias para controlar los efectos generados.

Si un hombre atascado en una vía, imposibilitado de liberarse… se ve muy próximo a ser embestido por una locomotora, sentirá un desfallecimiento mortal, al ver tan próximo su fin, a raíz de los Neurotransmisores liberados.

Pero… escuche esto Tomas…

Si sus conceptos no son claros... es posible que sienta la misma desazón frente a una locomotora de juguete…

Frecuentemente el organismo responde bastante bien ante estos estímulos, llamémosle “contrariedades”. Pero la permanencia de estímulos extremos, fuerzan al cuerpo a respuestas extremas, y pueden desencadenar una disfunción en el metabolismo neuronal o de otro orden.

Y en este caso, el efecto será el mismo, y no importa entonces, si la locomotora es realmente de verdad o de juguete.

Si estamos acostumbrados mal, muy mal, a sobredimensionar la magnitud de los hechos, deja de importar la causalidad misma, porque sea el acontecimiento grande o minúsculo, siempre estaremos enviando mensajes superlativos que liberarán enzimas y Neurotransmisores acordes al estímulo recibido.

Un caso típico, es el síndrome que suele presentar un ex–combatiente.

Sometido por tiempo prolongado a un estado de stress excesivo; Terminada la acción, no retorna a su estado armónico previo.

Y así, aunque esté insertado en un ambiente de paz, reaccionará ocasionalmente con los estímulos vividos, y la agresividad o la Depresión, llegan a veces a estados verdaderamente clínicos.

En pruebas con roedores, Tomas, expuestos en forma continua a la cercanía de culebras –para ellos un enemigo mortal–, el stress causado provoca en el ratón, la muerte al cabo de cierto tiempo.

T —Hay momentos doctor, que me siento como uno de esos ratones que no tienen escapatoria…

AZ —Quizá podamos superarlo Tomas... vamos a intentarlo…

Volviendo a su pregunta inicial, sobre qué‚ pasa con el organismo… se habrá dado cuenta, que esta máquina compleja que habitamos, va respondiendo segundo a segundo, a ese intercambio de influencias con el mundo externo… o interno.

Por eso, ante las contrariedades diarias, –asumidas como tales y sobredimensionadas– el sistema nervioso va liberando enzimas, Neurotransmisores, toxinas y demás, cuyo resultado se ve, en el común de los casos, en músculos tensionados, hombros contracturados, hipertensión, insomnio, mala digestión, y otros muchos trastornos que, en casos de rechazo extremo de la realidad puede provocar hasta una ceguera total – lo he visto personalmente – aunque generalmente transitoria y felizmente rara.

El miedo por ejemplo, es paralizante, tanto en la iniciativa como la actividad motora. El ser se siente atado, desprotegido, imposibilitado de tomar una acción, como abierto o disponible a cualquier tipo de daño o perjuicio externo…

En el pánico, la inseguridad es tal, que hasta cruzar la calle infundiría pavor.

Le cuento un caso. Me encuentro un día con un viejo amigo, con el cual hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Luego del abrazo y recordar viejas travesuras, me contó que estuvo internado por un grave sangrado de una úlcera interna.

Conociendo un poco las respuestas orgánicas, me aventuré a preguntarle:

¿Amigo mío...¨no andarás muy nervioso?

Y la respuesta no se hizo esperar…”Me separé de mi mujer... y estamos dividiendo los bienes... Pero esta infame no se va a llevar un mango…”

Y continúo exteriorizando en sus palabras su catarata de ira, odio y venganza en términos por cierto no muy ortodoxos.

¿Que había pasado allí?

Algo muy simple. Se le envió al organismo mensajes de tal magnitud, que se abrió un mecanismo de defensa para situaciones extremas.

Pero una situación extrema… es justamente eso. Extrema.

No son normales ni permanentes. Son digamos… altamente excepcionales. Y el cuerpo, no fue‚ preparado para vivir, en continuidad bajo esa ansiedad. Y tuvo que explotar.

Primero fue quizá, una acidez marcada.

Luego fue gastritis que derivó en úlcera. Por último colapsó la úlcera por generosidad del cuerpo. Podría haber elegido el corazón, o el cerebro mismo. Y entonces este amigo mío seguramente no habría podido contarme sus penurias.

T —¿Es lo que me está pasando a mí?...

AZ —Quizá sí… quizá no. Vamos a buscar el origen de su mal. Pero no es algo que podamos decidir en esta instancia.

Sí… hay algo muy importante, diría yo… de vital importancia, que no hemos dicho y no debemos pasar por alto.

Si usted coloca la mano en una braza… seguramente algún Neurotransmisor dará la orden ¡Retírela!

Pero en esta maravillosa complejidad que es el cuerpo, usted mismo, con su voluntad… y conscientemente, puede ordenar: ¡La dejo! y habrá liberado un Neurotransmisor que inhibirá la acción del primero, aun cuando la mano sufra un daño irreparable.

¿Y que nos dice esto?

Que la decisión voluntaria, tiene digamos… prioridad, sobre las acciones inconscientes del organismo.

El cuerpo puede decir: ¡Tengo hambre!,

Pero voluntariamente puedo decir: ¡No comeré!.

Un mensaje envía el aviso: -¡Necesito dormir!.

Y una acción consciente puede ordenar: ¡Todavía no!.

De hecho, lo hacemos muy asiduamente...

En el Oriente, sobre todo en la India, los faquires trabajan mucho sobre ello, y logran resultados notables de control sobre los procesos de tipo inconsciente. Disminuyen el ritmo cardíaco, bajan la respiración casi hasta detenerla, controlan el dolor...

T —Se acuestan sobre clavos…

AZ —Monjes tibetanos soportan temperaturas bajo cero casi sin ropas, en estados de meditación y prácticamente anulan su sensibilidad sin que esto produzca daños ulteriores.

T —¡Doctor! No me estará pidiendo que me convierta en Faquir o en monje...

Nunca pensé ser monje… ya tengo demasiado..

AZ —No Tomas. No pretendo eso. Tampoco yo soy Faquir…

Pero es bueno mirar en rededor y aprender de las virtudes ajenas.

Difícilmente encuentre usted un Faquir o un monje estresado. El control de la respiración requiere, básicamente, un estado de relajación física y mental muy grande. Pero por sobre todo, una voluntad… el deseo de lograr ese control sobre los mandatos inconscientes. Y esa es la parte que debemos rescatar.

Sabemos que es posible, porque hay quienes lo hacen.

Sabemos que el cuerpo lo admite, porque conocemos un poquito su funcionamiento.

Y sabemos que funciona, porque los resultados están a la vista.

Lo que nos debemos preguntar es:

¡Si verdaderamente queremos hacerlo!

T —Pero doctor… ¿no hay una pastilla… una inyección… o un caldo de pastillas que me quite esta angustia, este hormigueo que siento en el cuerpo?

Porque le juro… es espantoso…Es cierto un poco lo que usted dice… pero quiero superar esto porque… no doy más…

AZ —Lo comprendo Tomas... y tenga por seguro que entiendo lo que está pasando. Ojalá tuviera en mi poder el medio de sacarle su dolor en este instante. Pero la medicina no es milagrosa.

Solo utiliza técnicas más o menos probadas para estimular una respuesta orgánica.

¿Tantos año lleva la medicina… y no hay un miserable remedio que me alivie?...

AZ —Tomas… el hombre busca consciente o inconscientemente hechos sobrenaturales. Y es un camino errado…

Es cierto que el estudio más o menos sistematizado de las cuestiones médicas viene de hace mucho…

Ya desde Hipócrates, se viene investigando seriamente el cuerpo humano.

T —¿Y quién es el fulano?

AZ —Era un estudioso de las artes médicas… del año 400 más o menos antes de Cristo. Escribió varios tratados y es llamado el Padre de la Medicina. Mucho se ha avanzado desde aquella época. Y es tanto el avance, que hoy se hace imprescindible la especialización.

Pero todavía es muy largo el camino para desentrañar los misterios del cuerpo humano.

Fíjese… que las Endorfinas, sustancias opiáceas, que sintetiza el cuerpo Se han descubierto tan solo hace unas décadas, alrededor de 1970.

Algunas cadenas de estos péptidos, son mucho más poderosas aún que la encefalina o la morfina misma.

El tan famoso ADN, trasmisor de los genes en los seres vivos, pudo identificarse hace apenas 50 años, y aun se lo continúa estudiando.

Las enfermedades llamadas Autoinmunes, como la Artritis, el Reumatismo Deformante, las Mielopatías, la Esclerosis Múltiple, tienen una etiología prácticamente desconocida, es decir... no se conoce su causa…

T —Estamos a fojas cero…

AZ —No. En realidad no. El avance de la ciencia en todos los ámbitos Tomás… es espectacular. Y hasta diría... impredecible.

Debemos sentirnos muy contentos y hasta orgullosos de lo que el ser humano ha logrado.

Pero hay mucho que meditar también sobre esto. Quizá en otro momento.

T —Bueno... pero... ¿me va a dar un medicamento?

AZ —-¡Usted ya está tomando un ansiolítico! … no lo suspenda…

Tampoco se lo voy a cambiar…

Quiero que comprenda bien lo que está sucediendo…

En este mal que usted siente… tenemos un adversario común…

Yo solo… nada puedo hacer. Y aparentemente usted tampoco...

Si queremos derrotarlo… tenemos que trabajar juntos…

Lo que usted siente… y lo que padece su cuerpo… es el resultado de un proceso. No sé cuándo comenzó…

Y revertir esta enfermedad... también es un proceso. Dese tiempo…

Lo primero que vamos a intentar eliminar, es la ansiedad de la sanación. De lo contrario, estamos agregando ansiedad… a la ansiedad.

O lo que es lo mismo, intentamos sofocar el fuego, echando alcohol…

Vamos a reemplazar la ansiedad por curarnos... ¡por la alegría de saber que nos podemos curar!

La ansiedad de lo inmediato…-¡por la satisfacción de lo que podemos lograr en el tiempo!

Y así, como el que se restablece de un estado gripal generó anticuerpos contra esa cepa de microbios, también de esta dolencia, saldrá fortalecido para los días que vendrán.

T —Tomas esbozó una sonrisa un poco forzadamente y dijo:..

dicen doctor… que lo que no mata… fortalece…

AZ —Un poco así.

Los síntomas que usted tiene Tomás... sin duda responden a un estado de stress muy marcado y diría que muestra un cuadro depresivo que no es bueno descuidar…

La transpiración de noche, la falta de sueño, dificultad en la concentración, irritabilidad, el sentido de fracaso, la angustia, acompañada de miedo, todas esas manifestaciones son sin duda el espejo del estado anímico por el que está pasando.

Desgraciadamente son millones y cada vez más, los que padecen esta sintomatología en el mundo.

Podríamos decir que es casi la enfermedad del siglo...

T —¿y todos tienen este mismo síntoma?

AZ —No precisamente. El stress cuando es muy acentuado y se descontrola, deriva indudablemente en algún cuadro de tipo depresivo, y se manifiesta de distinta manera según el individuo. Es digamos… pendular.

Puede presentarse como un estado de hiperactividad, tanto en la actividad como en la iniciativa.

O tomar el otro extremo en que disminuye la autoestima, genera sentimientos de culpa, perturba o bloquea la iniciativa… en fin, hay un espectro muy amplio entre ambos extremos y un sin número de efectos colaterales de naturaleza individual, pero la raíz es la misma, aun cuando se los clasifica para diferenciarlos como Distímicos unos, Bipolares otros, Cuadro Depresivo Mayor, etc.

Por cierto no hablamos de síntomas derivados de alcoholismo, Drogadicción, o algún factor genético.

Ahora bien Tomas, quiero que medite un poco sobre lo que hemos hablado. Lo que está pasando en su cuerpo.

Lo que usted ha hecho –por cierto involuntariamente– es activar mensajes durísimos, a lo que su organismo está respondiendo de la única forma que sabe y se lo trasmite a través de todos esos síntomas que percibe.

Pero desactivar esos mensajes enviados y restablecer el metabolismo normal en su interior… no es tarea sencilla, ni trabajo de un día.

T —¿Entonces me puede curar?…

AZ —No. Yo no lo puedo curar.

Podría indicarle algún psicofármaco más potente que quizá lo sedaría o indicarle largas caminatas para distraer su atención y fortalecer el tono muscular, o que practique alguna gimnasia que también ayudaría en la relajación muscular y aliviar esas contracciones que siente, pero eso no lo curaría.

Es como hacerle un sangrado a un hipertenso para bajar la tensión sanguínea…

No es curación. Serian sucedáneos que aliviarían un poco, pero no atacaríamos el mal de fondo...

T —Pero doctor, si usted que es el médico, no me puede Curar…

¿Entonces quién...?

AZ —Usted mismo Tomas. ¡Sólo usted!

T —¿Quiere decir que yo, debo ser mi Doctor?...

AZ —Así es Tomas. Así es…

Usted debe tomar la decisión de sanarse…

Usted debe dar los pasos en tal sentido…

Y nadie más puede hacerlo por usted.

Como nadie puede tomar por usted, los medicamentos que usted toma.

Ningún profesional puede obrar milagros de curación definitiva sin la total colaboración del paciente, es decir… si usted no predispone toda su voluntad y esfuerzo para conseguir ese propósito.

Los médicos no curamos. Solo estimulamos a través de fármacos o de otros medios para que el organismo reaccione favorablemente.

Cuando toma un antibiótico... no es el antibiótico el que cura... es el mismo organismo el que reacciona ante el antibiótico y juntos desencadenan los procesos que restauran la salud. Y en el caso del Stress o la Depresión es más necesaria aun esa actitud del paciente, ya que se trata particularmente de fenómenos subjetivos y preconceptos que valorizan hechos vividos.

¿Me comprende bien lo que quiero decir?

T —¡Pero doctor!... ¿Quién más que yo puede querer sanarse?

AZ —Tomas… no siempre lo que pensamos, es la “verdad” de lo que sentimos…

Sucede a menudo que a nivel inconsciente, no deseamos verdaderamente lo que manifestamos conscientemente.

Digamos que hay dos seres que coexisten en un mismo cuerpo al mismo tiempo y no van precisamente por caminos paralelos.

Y aquel hombrecito que maneja el inconsciente es sumamente poderoso porque actúa en función de la memoria. De todo aquello que escuchó, tocó, vio, de las sensaciones, recuerdos y experiencias vividas.

El hombre consciente en cambio proyecta hacia el futuro, lo que querría ser o hacer. Pero su conducta, casi siempre está condicionada por lo que ordena el inconsciente que es digamos… quien tiene la experiencia.

En su devenir, el hombre consciente va generando nuevas situaciones que alimentan continuamente la reserva histórica de su compañero oculto.

El primero analiza y genera. El segundo, sin discernir, guarda.

Pero ejercerá poderosamente su influencia en las acciones próximas.

Y entonces ¿qué pasará con aquellas circunstancias o conceptos que el consciente evaluó con criterio erróneo y así fueron almacenadas en la inmensa biblioteca de su amigo?

Pues, seguirán ejerciendo con aquel error, el peso de su influencia sobre las acciones venideras del primero.

Es por ello, que encontramos tan frecuentemente en nosotros mismos, una incoherencia manifiesta entre la prédica y la práctica. Entre el querer y el hacer. Entre lo que pensamos que fuimos y lo que realmente somos.

T —Doctor… a ver si lo entiendo…

¿Me está diciendo que mi inconsciente quiere estar enfermo y por eso estoy pasando todo lo que paso?...

AZ —No. No es que su inconsciente quiera estar enfermo, sino que la visión de su realidad, está influenciada por los mensajes que su inconsciente le trasmite.

Y estos mensajes, con toda seguridad, tienen algún vicio de error con el que fueron almacenados en su momento.

¿Y esto como se corrige?

Pues necesitamos reescribir el texto. O de otro modo… reemplazar el viejo libro de la biblioteca, con su código mal escrito, por uno nuevo, con la fórmula correcta.

T —Entiendo lo que me dice… pero no entiendo de que manera lo llevamos a cabo…

AZ —Todo a su tiempo Tomas… hay que darse tiempo… y dejar que trabajen los anticuerpos…

—Zazar torció ligeramente su brazo y miró su reloj…

Al ver el tiempo transcurrido levantó ligeramente las cejas y dijo:

Vamos a suspender Tomas, porque tengo otro paciente en este horario.

Pero deberíamos continuar esta charla –si a usted le parece–.

T —Sí. Por cierto que sí...

AZ —¿Le viene bien el martes ..?

T —¿A qué hora doctor?

AZ —Podría ser a esta misma hora… si le parece...

T —Sí… no tengo otro compromiso.

AZ —¿Cómo se siente en este momento Tomas?...

T —Bueno…

La charla me ha distendido un poco… hace bien tener una persona que lo escuche… pero… ¡-tengo tantas preguntas que me abruman!...

AZ —Seguro que sí. Todos las tenemos...

T– Doctor… no le he abonado la consulta…

¿Cuánto son sus honorarios?

AZ —No se preocupe por eso Tomas… en absoluto...

Usted está tensionado también por temas de dinero…

Lo que intentamos es bajar tensiones y no aumentarlas…

Ya habrá tiempo de hablar de ello cuando llegue el momento...

Por ahora quiero pedirle algo…

T —Si doctor… dígame…

AZ —Cuando salga por esa puerta Tomas… deténgase un momento…

Quiero que intente sentir sobre su rostro la frescura de la brisa… aunque sea muy leve…

Quiero que respire…

Respire hondo y goce con ese aire gratuito que llena sus pulmones…

Quiero que impregne sus retinas de esa variedad infinita de colores y formas que distinguen las cosas…

Quiero que llene sus oídos de sonidos… desde los más humildes que apenas se escuchan, hasta aquellos estentóreos que lo sobresaltan.

Que observe el vuelo de los pájaros que vuelven silenciosos al descanso para iniciar un nuevo día… y no se preocupan del mañana…

Quiero que observe que, todo es vida… vida cambiante, acción sin límite, diversidad plena…

Que contemple los árboles y admire su paciencia… su perseverancia... y su paz…

Y quiero que se diga a sí mismo:

Hoy he nacido... porque todo lo anterior… ha quedado atrás…

Y repítalo...

Hoy he nacido... porque todo lo anterior… ha quedado atrás…

—Tomas guardó silencio.

Sintió en sus pupilas la mirada franca y profunda de Zazar como si fuera el abrazo sincero de un amigo fiel, y mientras lo miraba, una humedad furtiva cobró brillo en sus ojos.

Bajó un poco la cabeza con un dejo de varonil pudor mientras estrechaba firmemente la mano del anciano.

Atravesó el vestíbulo. Descendió el escalón de mármol y se encontró de pronto en la vereda.

Recordó el pedido de Zazar y respiró pausada y profundamente…

No llovía.

Los densos nubarrones que le habían acompañado aquella tarde, se iban esfumando lentamente, dejando en su despedida suaves pinceladas de color gris blancuzco.

Dirigió su mirada hacia el poniente, al sol que ya ocultaba.

Y contempló extasiado los dorados rayos que, en ramillete brotaban de los celajes, tiñendo con tintes rojos el horizonte ya dormido.


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