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T R E S

Saskia

Abrí los ojos y tenía frío. Mucho frío. En mi apartamento nunca sentía frío y era porque mi aire acondicionado estaba dañado. Me había dicho que lo reportaría, pero siempre me olvidaba de ello y continuaba el día a día.

Me quedé haciendo memoria de lo que había pasado.

Marcus.

Comencé a llorar y me asusté por no saber dónde estaba. Me incorporé con fuerza de la cama y me di cuenta que solamente estaba en mi ropa interior.

—La he puesto en la lavadora—dijo una voz ronca—bueno, yo no, tengo gente para eso.

Demasiado ronca. Varonil y penetrante.

Joder, no sabía que una voz podía hacer eso.

Busqué entre la oscuridad de dónde provenía esa voz y lo vi.

Al extraño que me defendió de Marcus. ¿Pero por qué estaba ahí?

Me cubrí rápidamente con la suave sábana que ya cubría mi cuerpo antes. Imaginarme que había sido él quien me desvistió me hacía sentir extraña.

—¿Qué estoy haciendo aquí?—pregunté asustada.

Estaba sentado en un sofá pequeño en la oscuridad frente a mí, tenía una pierna sobre la otra y se veía que había estado ahí observándome mientras dormía.

¿Pero qué mierda…?

—Agradéceme que te he salvado la vida.

¿A qué se refería?

—¿Disculpe?

Se levantó lentamente y caminó hacia mí, me sentí pequeña y no sabía por qué me sentía nerviosa también. No es ese tipo de nervios de cuando no conoces a alguien, es de otro modo, me intimidaba con su mirada acercándose lentamente como si quisiera comerme viva.

Aún lleva el mismo traje de tres piezas inmaculado. Sus rasgos eran duros y al mismo tiempo suaves cuando hablaba, pero destilaba seguridad y autoridad.

Daba miedo, pero sabías que no te haría daño, al contrario, se miraba protector, era hermoso pero al mismo tiempo, algo escondía esa mirada gélida llena de deseo, sí, él en verdad me iba a comer.

Y ansiaba por ello.

Sus ojos eran más azules que el océano, y su cuerpo, se veían que debajo de ese traje había un cuerpo perfectamente esculpido, sus músculos sobresalían por encima de su traje y su barba…

Dios ese hombre transpiraba sensualidad y algo más.

Peligro.

Mierda, sentí mis mejillas arder. ¿Pero qué me pasaba? Mi ex novio acababa de engañarme, además, intentó golpearme y… me iba a arrojar un auto.

Es por eso que estaba aquí. Él también me ha salvado de eso.

—Ahora recuerdo—le hice saber de forma tímida, no sé por qué no lo recordaba.—Gracias.

Él no dijo nada.

—¿Cuál es su nombre?—pregunté, a sabiendas de que quizá no quería que lo supiera.

—¿Cuál es tu nombre?—me regresó la pregunta.

Tímidamente respondí, no porque se lo mereciera, me daba cuenta que era un vil capullo con aires de grandeza, pero aun así, estaba agradecida por haberme salvado dos veces en un día.

—Saskia.

Me dedicó una mirada de autoridad como si decirle mi nombre no fuese suficiente.

—Es Saskia. No te diré más. Apenas te conozco.

El hombre me sonrió de forma burlona y a la vez fría. Estaba en su casa, semidesnuda, no creía que quisiera más de mí que eso. Mi nombre. Y por lo que podía ver a mi alrededor era un hombre que tenía mucho dinero.

Y me daba temor el no saber quién era o a qué se dedicaba.

¿Lo había enviado mi padre?

Se sentó sobre la cama al final de mis pies. Estábamos bastante cerca pero a la vez lejos. Ese comportamiento me dejaba perpleja y confundida.

¿Acaso él me conocía de algún lugar? ¿O conocía a mi padre?

No lo creía, de haberme querido hacer daño no me hubiese protegido de Atlas y mucho menos salvado de ser atropellada.

Eran locuras mías.

—Por favor, no me hagas daño—le rogué al punto de llorar. Tenía que funcionar. Mostrarme débil, vulnerable, pero era solo una fachada porque no sabía quién era yo. Si mostraba mi carácter o personalidad real, como la sangre que corría en mis venas de una persona fuerte más no asesina como mi padre o hermano. Quizá me dejaría ir.

—¿Tienes hambre?—me hizo la pregunta viendo la punta de sus pies.

Eso era nuevo.

—La verdad es que sí—admití rápidamente y me sentí avergonzada por ello.

El extraño me sonrió fugazmente.

Volvió a levantarse de la cama y caminó hasta la puerta para salir de la habitación, no sin antes decir:

—Vístete, te espero abajo.

Tenía mi ropa tendida al otro extremo de la cama, estaba limpia y doblada. Hasta podría decir que olía mejor que mi lavadora y detergente.

Me vestí en cuanto salió de la puerta y bajé como me lo había ordenado.

Le gustaba dar órdenes. Lo podía ver.

Me encontraba caminando a hurtadillas, bajando las escaleras y llegando a su recibidor. Frente a mí podía ver su gran sala principal. Como diseñadora pude darme cuenta que tenía un gustó bastante fino y caro, sombrío y fuerte en cuanto a la decoración de su casa.

Nunca había visto este tipo de decoración en persona, solamente en las revistas o programas de diseño en los que solía trabajar.

La intensa alfombra blanca fina que cubría la entrada hasta su sala, los cuadros de arte italiano que cubrían las paredes o las pieles claras y oscuras de sus diferentes sofás.

El piso, debía ser traído de Italia también. Era porcelana cara, lo podía sentir por debajo de mis pies y que daba pena pasar por ellos.

Era hermoso.

No veía nada familiar, no había fotos ni un asomo de que este hombre traía a personas a su casa. O tuviera una vida.

Y los paneles inmensos desde el techo que te hacían ver toda la ciudad de Manhattan, era una broma demasiado cara para imaginársela.

Por Dios, tenía que respirar dinero este hombre.

¿Qué demonios hacía en la calle? Podría tener miles de autos o choferes, hasta su propio avión, para no pisar las sucias calles de la ciudad y no haberse topado conmigo.

Lo que me recordaba que me había salvado de ser atropellada, tuvo que haber caído al suelo conmigo.

¿Se habría lastimado?

Por lo que me di cuenta, era un hombre fuerte, así que no creo que se haya hecho daño. Aunque entonces, se cambió de traje, porque ninguno sobrevivirá a una caída así al sucio asfalto de la calle.

¿Y por qué usaba traje en su propia casa?

¿Y por qué me había traído aquí? Podría haberme dejado en un hospital, de nuevo ¿Qué demonios hacía ahí?

«Le gustaste cuando te vio vulnerable, es un hombre que emana poder» pensó mi loca cabeza, debí darme un buen golpe como para pensar que, un hombre como él podía fijarse en una mujer como yo.

«Sería divertido si supiera que eras una princesa de la mafia»

—Ven aquí, Saskia.—demandó desde el otro extremo.

Me estaba observando desde el otro lado.

Caminé hacia ahí, sólo podía escuchar su voz, así que la seguí, al mismo tiempo en que me daba cuenta que olía delicioso.

¿Cocinaba?

Imposible. También tenía que tener gente para eso. Lo miré de espaldas, sirviendo pechuga de pollo en trozos en un plato, sobre la isla de granito, también caro. Había ensalada, pan tostado, vino, jugo y queso.

Joder, lo quería devorar todo.

Joder, él realmente cocinaba.

Se dio la vuelta y se quitó un delantal color negro y yo me quedé embobada sin explicación alguna. Lo arrojó a un lado y me entregó un plato.

—No sabía lo que te gustaba, por favor, sírvete.

Me temblaron las manos y él pudo darse cuenta. No sé si fue por el frío, por el susto de ese día o porque estaba nerviosa. A lo mejor era la combinación de todo.

Se dio cuenta de mi torpeza y sin decir nada me sirvió un plato con un poco de pollo y ensalada.

Se dirigió a la mesa que ya estaba perfectamente puesta. Era gigante. Como para dieciocho invitados. Era estúpido que fuésemos a comer ahí. Puesto que, aún no podía entender cómo seguía en ese lugar y con un completo extraño adinerado.

Colocó todo rápidamente sobre la mesa, me sirvió una copa de vino tinto y me ayudó a sentarme. Sentirlo cerca me ponía mal. ¿Pero qué mierda me pasaba con este hombre?

No sé si era porque le debía la vida o porque su sola presencia podía causar eso.

Me apostaba lo segundo.

Después de comer en silencio, en todo momento no dejó de verme. Cada movimiento que hacía era como una maratón en mi interior para no ponerme más en ridículo como ya lo había hecho.

No sé qué pensaba de mí a estas alturas.

—Gracias, está todo rico.

—De nada.

¿Y ahora qué?

—Quisiera que esto no fuese más incómodo de lo que es, me gustaría tener una conversación como dos personas normales, espero que sientas lo mismo—me atreví a decir. Antes de salir corriendo.

Tomó un sorbo del vino sin quitar su mirada de mí y dejó la copa sobre la fina mesa.

Vio la punta de sus dedos y dijo:

—Espero que después de lo ocurrido, no regreses con tu novio—me dijo de forma irónica–.Haz que mi esfuerzo y pérdida de tiempo haya valido la pena.

Directo a la yugular. No sabía que podía ser tan tosco al respecto pero suponía que, por haberme protegido tenía cierta preocupación.

—Claro que no.

Me sirvió más de vino y me di cuenta que había tomado más de lo normal. Ni siquiera me di cuenta, tampoco de lo borracha que estaba. Joder, me había emborrachado en sus narices y me lo había permitido. Al menos tenía algo en mi estómago.

—Cuéntamelo todo—dijo mientras se acomodaba en su silla.

—Paso, no querrás saberlo.

—Tengo toda la noche, además pienso follarte al final.

Comencé a toser cuando escuché esas últimas palabras. ¿Pero quién se cree qué es?

—No eres mi tipo.

Me sonrió fríamente. Y mis piernas se apretaron entre sí. ¿Pero qué demonios?

—Lo soy, aunque estás muy ebria para darte cuenta de eso. De todas maneras no tienes opción. Claramente has pasado un día de mierda y solo quiero ayudarte a arreglarlo. Te haré sentir mejor.

—¿Arreglarlo?—estoy segura que grité al decir eso—.Ni siquiera me conoces.

—¿Acaso no has tenido un rollo de una noche? Si me dices que no, tampoco has tenido un buen orgasmo, es claramente que estás frustrada, sino, no te hubieses puesto en esa situación de pelear con tu novio en la calle, frente a todo el mundo.

En algo tenía razón. El sexo con Atlas era aburrido, pero vamos, era mi novio, no podía quejarme. Era mi única experiencia sexual, no tenía con quién compararlo, a juzgar por las pelis porno que algunas noches me obligaba a ver a mí misma, debo decir que a mi compañero, le hacía falta ciertas técnicas que yo hubiese querido experimentar.

Aunque con ella, su amante lo estaba haciendo ya.

—No me conoces.

—Y no quiero conocerte, Saskia, sólo quiero follarte, te ayudaré a que olvides todo, al menos por un rato. Un buen rato. Es evidente que lo necesitas.

Mierda.

—¿Acaso eres prostituto?—hice la pregunta poniéndome roja como un tomate—.Sin ofender.

—No te pases de lista conmigo, Serdce. Porque vas a perder.

¿Serdce? ¿Qué significa?

Joder.

Joder.

Joder.

Estaba jodida y más en ese momento que estaba caminando hasta su habitación agarrada de su mano. Sentí una electricidad que no podía explicar. Ese vino tenía algo. No digo que me drogó, su sola presencia lo había hecho y sus palabras me habían terminado de convencer.

Necesitaba venganza.

Necesitaba olvidar.

Necesitaba un orgasmo. O varios.

Necesitaba una excusa para acostarme con ese hombre.

—No quiero que pienses que yo…

En cuanto la puerta de la habitación se cerró, se giró a mí con ojos impasibles y decididos y con pasos voraces, me arrinconó hacia la pared fría detrás de mí.

Lo vi a la cara, era más alto que yo, y su aroma era embriagador al punto de nublarme la existencia, si es que eso era coherente de decir. Mis manos llegaron hasta su pecho, su respiración era normal, como si eso, no fuese algo diferente para él o lo sorprendiera al nivel de acelerar su pulso. A diferencia del mío, sentía que el corazón se me iba a salir por la boca.

—No hago cosas como estas—dije cuando vi que estaba comenzando a desvestirse frente a mí. Cada botón que desabrochaba era como una advertencia de que, lo que venía era el vivo peligro.

—Lo que hagas o no, no me importa en absoluto.

Podría jurar que entre más le escuchaba hablar, más me daba cuenta de que tenía acento. Un acento único que no podía descifrar.

—¿De dónde eres?—pregunté y dejó caer su camisa al suelo. Dejando al descubierto su torso desnudó. Completamente tatuado.

Y sus músculos, por Dios eran sacados de una revista. Todo en él era irreal.

Si antes pensaba que era hermoso, ahora pensaba que era una escultura, joder.

Pero de carne y hueso.

No podía ser eso real, ni lo que estaba haciendo. Pero al diablo, no todos los días te salvan dos veces y te acuestas con esa misma persona.

—Soy de acá—respondió tajantemente sin quitar su mirada de mí.

—Tienes acento, es imposible que seas de acá.

—Soy americano, pero soy mitad ruso e italiano, hablo ambos idiomas, además de inglés. Viajo demasiado. No querrás saber más.

Wow, habló más de tres palabras. Eso era algo bueno.

Retrocedió y me miró con indiferencia.

En cuanto me di la vuelta para caminar hasta la cama, sentí sus brazos detrás de mí. Y su duro pecho chocar con mi espalda. También sentí su dura y gran erección en mi espalda baja y tragué saliva.

—¿Qué voy a hacer contigo, Saskia?

Mi nombre no había sonado más sexy antes que cuando lo escuché salir de su boca.

Me encantaba su olor.

Su voz.

Y apenas lo conocía. O no lo conocía nada.

—Dímelo tú, eres el que ha hecho todo hasta ahora.

En eso tenía razón. Había controlado todo desde nuestro incidente y lo seguía haciendo. No me importaba que también lo hiciera en la cama, estaba tan jodida de la cabeza que un buen sexo no lo terminaría de joder todo.

Me giró de repente y estrelló sus labios con los míos. No había nada que pensar, cerré mis ojos y le devolví el beso al instante.

Menta.

Vino.

Peligro.

Me levantó del suelo y me dejó sobre la cama sin despegar sus labios de los míos. Éramos una guerra de besos y de ropa. Mi camisa y todo lo demás eran despojados de mi cuerpo y estaba completamente desnuda debajo de él.

Rayos.

Ahora era real y más cuando la punta de su pene le hacía burla a mi sexo.

Clavé mis dedos en su espalda cuando sentí su mano sobre uno de mis pechos y bajando hasta mi sexo, al encontrarse con mi clítoris se detuvo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó. —Al momento en que se ponía un preservativo.

Asentí.

—Necesito escucharte que estás bien porque lo siguiente que quiero escuchar solamente serán tus gemidos, no tendrás permitido hablar.

La madre que lo parió.

—Estoy bien.

Y sonrió en mi boca al darse cuenta de lo húmeda que estaba.

Gemí en protesta y comenzó a masajearlo. Se volvió a presionar sobre mí y sentí su erección enterrarse en mí de golpe y grité de placer.

—Entonces tengo el control, señorita Saskia.

¿Señorita Saskia? Me hizo reír cuando dijo eso. Al mismo tiempo en que me di cuenta que reírse en su cara era como una abofeteada directa. Me miró serio y me arremetió de nuevo con más fuerza y se volvió a detener.

Lo que me dijo no había sido una pregunta. Estaba dando por hecho que tenía el control y realmente lo tenía.

—Yo… ¿Cómo te llamas?

Necesitaba saber su nombre. Si me iba a correr ahí mismo y quería que gritase su nombre, necesitaba saberlo. O lo que estábamos haciendo era completamente loco. Ya lo era, pero no saber su nombre, me llenaba de mala leche.

Salió dentro de mí y buscó con sus dedos mi jugo. Se llevó los dedos a la boca y cerró sus ojos complacido.

Era lo más caliente que alguien había hecho frente a mí y por mí.

Me quedé embobada esperando lo que podía seguir. Porque estaba segura que íbamos a estar un buen rato retándonos.

—¿Vas a decirme tu apellido? —contraatacó con otra pregunta.

Podía decírselo y no pasaría nada... No era que mi apellido fuese un pecado o una bomba nuclear. Ya le estaba dando mi cuerpo, no habría diferencia en que le dijera mi apellido.

Mi jodido apellido falso

—Humphrey—susurré con vergüenza.

Si era mitad ruso él lo sabría. Y su mirada lo comprobó.

—No es algo por lo que deberías avergonzarte, Serdce. Claramente ese no es tu apellido, lo puedo oler.

No sabía lo que esa palabra significaba. Lo buscaría después en el traductor. Ahora lo importante era que sabía otra cosa de mí, además del sabor de mi sexo.

—No estoy avergonzada, es solamente que no te conozco…

Volvió a dedicarme una mirada en represalia y continuó moviendo sus dedos dentro de mí al mismo tiempo en que su pulgar apretaba duramente mi clítoris.

Me estaba matando ahí mismo, jamás nadie me había tocado de esa manera y ya lo de nosotros era demasiado raro y casi cliché, en el sentido de que todo con él parecía ser primera vez.

—¿Qué decías? —se burló en mi cara. Me importaba una mierda, me estaba dando el placer que necesitaba en esos momentos.

En cuanto volví a gemir, él me cubrió la boca con un beso y exploté. Me corrí duro y susurrando palabras incompletas, no sabía su nombre y por mucho que me hubiese gustado gritar su nombre, no lo conocía y no se merecía que lo dijera de esa forma.

—Joder…—terminé de decir.

—Boca sucia—estaba segura que eso había sonado como represalia. Si no le gustaban los tacos, pues de malas, me gustaba decirlos a cada momento ya sea en placer o no. Era una mujer segura de sí misma, pero él me hacía dudar de todo.

Cansada de mi propio placer y sin poder hablar lo vi separarse de mí, se volvió a llevar sus dedos a la boca y cerró los ojos con fuerza y aspiró duro.

Me sonrojé.

Vi cómo su pene goteaba y se me hizo agua la boca. De nuevo, me volví a sonrojar.

Bastó su mirada desafiante para darme cuenta de lo que quería. Así que me acerqué a él y antes de tomarlo con mi mano, me detuvo cuando puso una mano en mi cabello y lo hizo puño.

¿Acaso no era eso lo que quería? La vena de su cuello estaba hinchada y sus fosas nasales se abrieron. No podía saber si estaba molesto o demasiado excitado que podría explotar.

—¿Qué ocurre? —le pregunté viéndolo desde abajo, su pene palpitó bajo mi tacto y él se estremeció. Estaba a su merced y era una imagen demasiado sumisa para mi gusto. Pero lo más justo era que le tocara a él su placer.

—Si dices que es tu primera vez con un extraño—pronunció.—Entonces yo también te daré algo que no le he dado a nadie.

Me sentía especial por compartir algo, aunque no sabía todavía lo que era. Era un hombre bastante seguro de sí mismo como para hacer algo como eso con una extraña.

—Abre—me ordenó.

Abrí mi boca tal cual obediente y acercó su pene hacia mi boca. A eso se refería, nadie le había dado sexo oral, o una extraña. Se me hizo extraño, pero no me quejé. Devoré su pene con maestría y lo escuché gruñir, buscó de nuevo mi sexo cuando puse el culo en pompa y volvió a meter los dedos dentro de mí, era la combinación perfecta, pero estaba segura que no quería más sus dedos por mucho placer que me dieran.

De pronto me había llegado una nota mental sobre enfermedades de transmisión sexual y tuve pánico, porque yo misma le había quitado el preservativo. Y ese pensamiento me mandó a la realidad cuando escuché su voz decir:

—Espero estés limpia—había sonado como una amenaza—Porque cuando me corra en tu boca voy a comerte y te correrás, me pedirás que pare y luego voy a tomarte muy duro, tan duro, que no sabrás cómo te llamas.

Exagerado.

Me preparé para lo mejor y peor, peor eran mis pensamientos y lo mejor era el placer que me estaba prometiendo dar.

—Lo estoy—fue lo único que dije cuando volvió a meter su pene dentro de mi boca. Era grande, bastante grande e intentaba no tener arcadas. Lo escuchaba gruñir al mismo tiempo en que sujetaba con fuerza mi cabello y movía sus caderas con mucha velocidad.

Apreté de nuevo su tronco e hice cosas con mis dientes que nunca había hecho ni con Marcus y a este extraño le gustó sin quejarse, cuando sentí su pene hincharse más, me preparé.

Jamás nadie me había terminado en la boca. Marcus lo miraba como algo sucio y antihigiénico. Vaya ironía que lo estaba haciendo con el hombre que me salvó de él y con él que estaba vengándome de su engaño.

Patético pero delicioso.

Tragué sin sentir asco, me sentía otra mujer, me había expirado de nuevo. Él gruñó en respuesta cuando abrí mis ojos y lo vi desde abajo mientras terminaba de limpiar su miembro con mi lengua.

Me tomó del rostro suavemente y me dio un beso en la boca de nuevo. Tenía los labios hinchados y calientes, lo pude sentir a través de sus besos.

Me arrojó a la cama y estiró mis piernas para perderse en medio de ellas. Tomó mis jugos y mi clítoris como si no hubiese un mañana y yo me perdí en el más intenso éxtasis.

Al terminar, estaba exhausta. Pensaba que ya había acabado, pero ahora faltaba tenerlo dentro de mí por completo. Me preparé física y mentalmente.

—Eres hermosa, Serdce. Pero querrás no haberme conocido.

—¿Por qué?—estaba loco si pensaba que por acostarme con él iba a quedar embobada. Era exquisito y sabía lo que hacía, pero no iba a querer casarme con él al día siguiente, es más, esperaba no volverme a topar con él en mi vida.

Se introdujo de golpe, luego de ponerse un nuevo condón y yo juré que vi las estrellas y el universo entero. Me penetró tan fuerte que mis dientes se clavaron en su hombro y mis uñas adularon su espalda. Le gustaba rudo más sin embargo no me lastimaba, ni me había pedido nada extraño y tampoco me hablaba cosas guarras.

A Marcus no le gustaba nada de eso, simplemente iba a su placer y eso era todo.

Con este extraño era como si entrara en mi cabeza e hiciera lo que me gustaba. Era tan retorcido como a la vez divertido y placentero.

Se movía perfectamente y yo lo recibía con vehemencia. Sus caderas chocaban en mí y ese simple sonido me excitaba aún más.

¿Pero qué rayos significa esa palabra que me había dicho? Serdce.

No resultaba nada conocida era poco usual, pero sabía que era una palabra rusa.

Era italiana y por más que Intentara ocultarlo, mis rasgos lo delataban, aunque me había propuesto dominar el acento y ser una chica más americana aunque no lo fuese.

El gruñido del hombre más hermoso que haya visto nunca me trajo a la realidad.

—Te quiero aquí conmigo—ordenó.

¿Cómo diablos sabía dónde ese había ido mi mente?

—Lo estoy—dije acariciando su rostro por acto reflejo. Se detuvo y me tomó la mano para apartarme y volvió a entrar en mí en forma de represalia.

Su mirada era fría y dura aunque su tacto y lo que estaba haciendo no. Pero sabía que podía serlo sólo que no tenía un motivo alguno. Me dejé llevar y un escalofrío se apoderó de mí y cerré mis ojos.

—Mírame a los ojos, Serdce—dijo con voz ronca y me tomó del cabello fuertemente—mírame cuando te corres conmigo adentro.

Con todas mis fuerzas mantuve mi mirada en la de él y podía jurar que se apoderaba de mi alma tal cual demonio. Me corrí como nunca hasta que mis ojos se tornaron llorosos, él siguió moviéndose y yo apretándome por dentro, su cuello se hinchó y con un gruñido se corrió enseguida. Todavía lo sentía grande dentro de mí, todavía me tenía sujeta del cabello y su mirada en la mía. Hasta que no pudo más y él quitó su mirada primero que yo.

Puntos para mí.

Entonces pensé: ¿Qué mierda había hecho?

Me desperté en medio de la noche, estaba temblando de frío y con él al lado mío, tenía el torso desnudo y la sábana apenas cubría parte de su cuerpo. Por más que intentara salir corriendo no pude negarme a verlo una última vez.

Estaba lleno de tatuajes, símbolos y flamas al parecer. Cada tatuaje era diferente y ocultaba una terrible verdad porque no eran nada bonitos, sino tétricos.

Su cabello era hermoso como todo lo demás. Era un hombre que se cuidaba bastante bien.

Quería sacarle una fotografía pero me mataría, me bastaba con tener una fotografía mental y eso que habíamos hecho era algo que no se podía olvidar aunque quisiera.

Hermoso y no sabía su nombre.

De repente se movió y abrió los ojos, no se sorprendió de verme mirándolo y me dedicó una mirada diferente esta vez. Al grado de que vi un atisbo de repudio e insolencia en ellos. Cuando iba a decirle que me marchaba y que continuara durmiendo, fui yo la que se sorprendió cuando dijo:

—Me llamó Engel Ivanović Barbieri—me dice en un tono firme y frío—puedes irte cuando quieras.

Mierda.

Era él.

Engel

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