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C U A T R O

Engel

No sabía qué mierda había sido eso.

Me había quedado dormido después de casi cinco polvos en una noche. Me la había follado en la cama, en el sofá y en el baño. Había probado cada parte de su cuerpo y ella había también gozado en el mío.

Pero cuando me quedé dormido me había dado cuenta que había cometido un terrible error. Un error de mierda.

Le había permitido entrar.

Entrar en mi apartamento porque no me tomé el tiempo de dejarla en una jodida sala de emergencia.

Entrar en mi jodida cama y follarla ahí mismo.

Entrar en mi mente porque ahora no podía sacarme de la cabeza de quién era hija.

Y ahora no estaba.

Si ella estaba ocultando su apellida, escondía algo y dado su acento, me di cuenta que era italiana.

Cuando le dije que se podía marchar vi en su rostro decepción y vergüenza. Estaba avergonzada porque según ella yo iba a verla como una más. Le creí cuando me dijo que no hacía estas cosas con nadie. Era el primero.

El primer polvo casual.

No podía ser recíproco, en realidad tenía cuanta mujer quisiera cuando quisiera. No follaba todos los días, follar para mí era algo sagrado, como tomar vino, no era una necesidad, para disfrutar algo no tenías que hacerlo todos los días precisamente.

No era ese tipo de hombre que tenía una mujer diferente cada día. No. Si me apetecía follar sabía a quién llamar. Y cuando lo hacía era como él hambre, porque mi cuerpo tenía la necesidad de saciarse con alguien.

Estaba en mi oficina, pensando en ella y lo loca que había sido nuestra noche. Habíamos caído rendidos pero había despertado para decirle mi nombre. Luego de ver su cara de asombro sabía que ella se arrepentiría y mejor.

Así no tendría que volver a verla. Aunque la manera en que me folló y dejó que la follara era exquisito para repetir.

Pero yo no repetía.

No sabía quién era ella y quién era yo en ese momento. El apellido Humphrey no sonaba en mi cabeza, no sabía que tenía a alguien en mi lista negra con ese apellido, pero era tan larga que no conseguía dar verdaderamente.

—Lo que pidió, señor—mi verdugo entró con una carpeta. En ella había fotografías y toda la información que necesitaba.

—Gracias, Verdugo.

Abrí el folder bastante pesado y casi me fui de culo al suelo al ver las fotografías.

Ella aparecía en todas ellas. Era una pequeña mentirosa.

Su nombre real no era Saskia, era Salma.

Salma Di Maggio, hija de Salvatore Di Maggio y hermana de Lucky, Luciano Di Maggio.

El hombre que me estaba robando. Y que había matado a la que era el amor de mi vida.

Arrojé ese recuerdo a lo más profundo de mi oscuridad. Si te preguntabas por qué Di Maggio estaba vivo y su hijo era porque así lo había querido. Vengar la muerte de mi novia con la muerte de ellos no era parte de mi venganza. Debía conseguir su talón de Aquiles y parece que lo había encontrado.

Su hija oculta. La princesa de la mafia italiana.

No podía ser casualidad, ella se había cruzado en mi camino con ese propósito.

Había salido a la calle con su supuesto novio y habían montado un numerito patético para que yo lo viese.

Estaba planeado.

Era salvarla. Y meterla en mi cama.

Arrojé los papeles a un lado y sentí que mi cuerpo se llenaba de flamas y ardía con toda su intensidad. Ella me había engañado. Estaba seguro de eso, estaba seguro que ella sabía quién era yo.

¿La había mandado su padre? Imposible, Di Maggio no juega así.

Me repetía una y otra vez que no podía ser una jodida coincidencia, no creía en esa mierda del destino y tampoco nada en mi vida que yo hiciera no podía estar controlado por mí.

Me llenaba de coraje pensar que esta situación se me había ido de las manos y me había revolcado con la hija de uno de mis enemigos.

Era la regla número uno: No meterte en la cama del enemigo.

Verdugo me miró esperando instrucciones.

Saskia trabaja en una empresa de decoración de interiores o era su fachada. La seguiría de ahora en adelante y vería si tenía contacto con cualquier miembro de su familia. Si estaba recibiendo instrucciones de ellos o si volvía a cruzarse en mi camino.

De cualquier manera, estaría preparado si algo sabía hacer bien era eso, no dejarme joder y mucho menos de la cabeza.

Ella se quería meter demasiado en mis pensamientos y por cada día que pasaba no dejaba de pensar en ella.

Los días pasaron y como lo había planeado, Verdugo y mis hombres siguieron día y noche a Saskia. No negué que me sorprendió al recibir el informe de su acecho.

Sus cuentas estaban congeladas. Su padre, Salvatore le enviaba una gran suma de dinero mensual pero no se miraba algún movimiento de gasto en ella. Más bien cheques de forma anónima para caridad.

Algo no me cuadraba.

—No nos hemos despegado de ella en los últimos días—me aseguró Verdugo—aquí está toda la información sobre Rojo.

Rojo. Era el nombre que le había dado como objetivo importante de investigar.

Rojo, el maldito rojo que por noches me despertaba al sentir su aroma todavía en mi almohada.

Le había dejado entrar demasiado para ser primera vez. A las otras mujeres no pasaban de mi sala principal, las follaba ahí mismo y les pedía que se fueran inmediatamente o no me quedaba lo suficiente para verlas marchar. Casi venía a casa solo a dormir o sino me quedaba en alguno de mis hoteles en la ciudad para no conducir hasta casa.

Le eché el primer vistazo al informe que Verdugo y sus hombres habían preparado para mí sobre el objetivo Rojo.

Día 1:

El objetivo Rojo vive en un apartamento decente en el centro de Brooklyn.

Día 2:

El objetivo Rojo vive sola y no se le ve entrar ni salir a nadie más.

Día 3:

El objetivo Rojo trabaja en Polaris Studio, una compañía de decoración de interiores importantes de la ciudad de Manhattan.

Rojo está soltera.

Rojo tiene una gran cantidad de dinero en su cuenta bancaria, la cual no hace uso y cuyo dinero proviene de objetivo Verde.

Día 4:

Al objetivo Rojo le gusta ver la televisión, aparta las cortinas de su apartamento con vista al ajetreo del tráfico de la ciudad.

Rojo llora viendo la televisión casi todas las noches al punto de quedarse dormida.

Rojo a mitad de la noche despierta, cierra sus ventanas y apaga las luces.

Rojo cada día toma un café en la misma cafetería camino a casa, tiene auto propio pero pocas veces lo conduce.

Día 5:

Al objetivo Rojo se le ha visto en algunas ocasiones con otro hombre el cual se sospecha es compañero de trabajo o posible conquista.

Día 6:

El objetivo Rojo sale a las cinco en punto de la mañana los domingos a correr alrededor de dos horas.

Hace las compras personales y regresa a su apartamento, sola.

Observaciones:

El objetivo Rojo no parece ser un objetivo peligroso, lleva una vida normal como cualquier neoyorquino.

Alertas:

Al objetivo rojo se le miró salir apresurada en medio de la noche del día de ayer, se dirigió a la farmacia y regresó a casa, las luces estuvieron encendidas toda la noche y se escuchó un ruido extraño dentro de su piso, sus cortinas no fueron cerradas.

Al día siguiente continuó con su rutina sin novedades extrañas.

Veo a Verdugo con el ceño fruncido.

—¿Objetivo rojo?—le pregunté—No hemos tenido un objetivo rojo en mucho tiempo.

Ninguno había sido importante como para catalogarlo en el nivel rojo. Supongo que Verdugo leyó mi mente y sabe que Saskia Di Maggio estaba jodiendo mi cabeza desde que la conocí.

—También tenemos un reporte sobre objetivo Verde, el padre de Saskia.

—¿Qué ha hecho esta vez ese mal nacido?—pregunté acomodándome en mi silla. Esperaba lo peor. Siempre esperaba lo peor de las cosas, así lo que pasara no me iba a sorprender del todo y mantendría mi cabeza siempre fría.

—No ha pagado su deuda y los italianos quieren que seamos nosotros quien cobremos.

—¿Y yo qué tengo que ver en si tiene o no tiene deudas con los italianos? Ha robado suficiente de nuestro negocio en el pasado, ya tenemos nuestra propia deuda y será la mía que cobre, que sean los italianos que muevan el culo y vayan por él.

Los italianos sabían que podían contar conmigo, pero se les olvidaba que yo no era un cobrador, yo hacía el dinero. Guardaba su sucio dinero en mis bancos y salía limpio, llevándome una buena tasa para mí. Era lo que me hacía poderoso.

Todo su dinero debía pasar primero por mí, era el trato y sabían que no había nadie mejor que yo para hacerlo. Mi negocio era limpio y aunque a puertas cerradas tenía a la mejor gente haciendo todo legal, su dinero era transferido en diferentes cuentas anónimas, por lo tanto, nunca la ley se daba cuenta de lo que realmente hacían y cuando los llegaban a atrapar su dinero siempre estaba a salvo.

Di Maggio debió cagarla muy grande para atreverse a robarle mercancía a los italianos. Ya la mafia rusa andaba tras él, yo. Y ahora, solo era cuestión de tiempo para esperar quien lo agarrara primero, yo.

—Eso no es todo—Verdugo volvió a decir— han robado una de nuestras sucursales y los han matado a todos. Al final solo dejó a un cajero vivo, herido, pero vivo, lo suficiente para dejar un mensaje.

Temblé de la cólera.

Se había atrevido a robar de nuevo. No podía hacerlo en una sucursal grande, se había ido a una pequeña. A uno de mis bancos, no importaba si solo hubiese un par de millones ahí. Cada centavo, cada papel, era mío.

Y él se había atrevido de nuevo a desafiarme.

Lo único que pude hacer al terminar de escuchar el informe de Verdugo fue estrellar el vaso de cristal sobre la pared. Tenía un mal temperamento. Destruir todo a mi alrededor. Lo material y romperle la cara a alguien cuando cruzaba la línea.

Los objetivos verdes la estaban cagando en grande. Yo no era un jodido banquero solamente, tampoco un cobrador de la mafia. Imprimía el dinero, y me limpiaba el culo con él.

Era demasiado importante para este mundo como para dejarme pisotear por chichiguas como ese tipo. Pero no importaba cuánto era, el objetivo era que se atrevían a desafiarme, a no respetar lo ajeno y cruzar los límites que yo con sangre, había trazado.

Respiré profundo y miré a Verdugo. Ya sabía lo que tenía que hacer.

Le enviaría un mensaje al muy bastardo.

Engel

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