Читать книгу La canción del arrozal - Lafcadio Hearn - Страница 10
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De las impresiones más simples que depara un viaje, pocas se encuentran tan vívida e íntimamente asociadas con el recuerdo de un país extraño como el sonido del campo abierto. Solo el viajero sabe cómo las voces de la naturaleza —las voces del bosque, del río, de la llanura— varían según la zona; y es casi siempre una peculiaridad local de su tono o carácter la que apela al sentimiento y penetra en la memoria, dándonos la sensación de lo extranjero, de lo lejano. En Japón, esta sensación se despierta con la música de los insectos, que emiten sonidos maravillosamente distintos al de sus congéneres occidentales. En un grado menor, ese acento exótico se percibe también en el canto de las ranas japonesas, aunque el sonido se impregna más por su omnipresencia que por el recuerdo que evoca. Como se cultiva arroz en todo el país —no solo en las laderas y cimas de las montañas, sino incluso en los límites de la ciudad—, hay terrenos inundados por todos lados, y por todos lados ranas. Nadie que haya viajado por Japón podrá olvidar la canción del arrozal.
Silenciadas solo hacia el final del otoño y durante el breve invierno, con la llegada de la primavera despiertan las voces de los pantanos, el coro infinito de borboteos que podrían confundirse con el discurso de la tierra misma reviviendo. Y el misterio universal de la vida se estremece con una melancolía peculiar en esa vasta exclamación, oída durante miles de años por generaciones olvidadas de campesinos, pero infinitamente más antigua que el hombre.
Por siglos esta canción de soledad ha sido un tema favorito de los poetas japoneses. El lector occidental puede sorprenderse al descubrir que siempre apeló a ellos como un sonido placentero, más que como una manifestación de la naturaleza.
Se han escrito innumerables poemas sobre el canto de las ranas, pero muchos resultarían inentendibles si se los asociara con una rana común. Cuando la poesía japonesa celebra el coro general de los arrozales, el poeta está expresando su placer ante el volumen de sonido producido por millones de pequeños croares, una mezcla comparable con el arrullo de la lluvia. Pero cuando el poeta se refiere al croar melodioso de una sola rana, no habla de la rana común de los arrozales. Aunque la mayoría de las ranas japonesas croan, hay una excepción notable: la kajika, la rana cantante de Japón. Decir que croa sería un insulto a su canto, que es dulce como el gorjeo de un pájaro. Se la solía llamar kawazu; pero como esta palabra se confundía en el habla cotidiana con kaeru, el modo en que se nombra a las ranas ordinarias, se la llama ahora solo kajika. Es criada como mascota, varios mercaderes de insectos la venden en Tokio. Se la guarda en una jaula peculiar, un recipiente con arena, piedras, agua fresca y pequeñas plantas. En la parte superior hay un delicado marco de malla metálica. A veces, el recipiente es diseñado como un koniwa, un jardín japonés en miniatura. La kajika es considerada una de las voces de la primavera y del verano, aunque antiguamente se la clasificaba dentro de los melodistas de otoño. Había quienes hacían viajes de otoño al campo por el mero placer de oírla cantar. Del mismo modo que determinados lugares eran famosos por el canto de variedades particulares de grillos nocturnos, había lugares celebrados solo por la presencia de la kajika. Se destacaban Tamagawa y Ōsawa no Ike, un río y un lago en la provincia de Yamashiro; Miwagawa, Asukagawa, Sawogawa, Furu no Yamada y Yoshinogawa, todos en la provincia de Yamato; Koya no Ike, en Settsu; Ukinu no Ike, en Iwami y también Ikawa no Numa, en Kōzuke.
Es el canto melodioso de la kajika, o kawazu, el que la poesía del Lejano Oriente muchas veces alaba. Al igual que la música de los insectos, su canto es mencionado en las más antiguas compilaciones de poesía japonesa. En el prefacio de la famosa antología del Kokinshū, compilada por orden imperial el quinto año del período Engi (año 905), el poeta Ki no Tsurayuki, principal antólogo, hace la siguiente observación:
“La poesía de Japón tiene su raíz en el corazón humano, y su expresión ha evolucionado de diversas formas. El hombre de este mundo, teniendo miles de cosas para emprender y concluir, se ha visto llevado a expresar sus pensamientos y sensaciones sobre todo lo que ve y oye. Después de escuchar el canto del uguisu entre las flores, y la voz del kawazu que habita los estanques, no podemos más que preguntarnos si existe un ser vivo sin canción”.
El kawazu al que se refiere Tsurayuki es, sin dudas, la misma criatura que hoy se conoce como kajika: ninguna rana común podría haber sido comparada en su canto con ese maravilloso pájaro que es el uguisu1. Y ninguna rana común podría haber inspirado un poema clásico tan bello como el que sigue:
te wo tsuiteuta moshiagurukawazu kana | Con las manos descansando en el suelo,repites reverente tu poema,¡oh, rana! |
Sōkan
El encanto de este pequeño poema puede comprenderse mejor si uno está familiarizado con las normas de etiqueta del Lejano Oriente para dirigirse a una persona de rango superior: arrodillado, con el cuerpo inclinado en un gesto de respeto y las manos descansando sobre el suelo, con los dedos apuntando hacia afuera2.
Es difícil determinar a qué época se remonta la costumbre de escribir poemas acerca de ranas; pero en el Manyōshū, que data de mediados del siglo XVIII, hay un poema que sugiere que el río Asuka hacía ya tiempo que era famoso por el canto de sus ranas.
ima mo ka moasuka no kawa noyū sarazu kawazu naku se nokiyoku aruran | Todavía clarapermanece hoyla corriente de Asukadonde por la nochecanta el kawazu. |
También en esa antología encontramos otra curiosa referencia al canto de las ranas.
omoboyezukimaseru kimi wosasagawa nokawazu kikasezukayeshi tsuru kamo | Recibí de mi señoruna visita inesperada.Qué triste que regresarasin oír a las ranasdel río Sawa. |
En el Rokujōshū, otra compilación antigua, se preservan los siguientes versos sobre el mismo tema:
tamagawa nohito wo mo yogizunaku kawazukono yū kikebaoshiku ya wa aranu | Al escuchar esta nochea las ranas del río Tamaque cantan sin temor al hombre,cómo no amarel instante pasajero. |
II
Los japoneses han estado componiendo poemas de ranas durante más de mil cien años; y es posible que los versos incluidos en el Manyōshū fueran incluso anteriores al siglo XVIII. Desde la antigüedad hasta hoy, nunca ha dejado de ser un tema favorito entre poetas de toda clase. Merece destacarse que el primer poema escrito en la métrica del hokku, por el famoso Bashō, fue sobre una rana3. El triunfo de esta forma poética tan breve (tres versos de 5, 7 y 5 sílabas), es la creación de una imagen sensorial completa. Bashō logró este cometido, difícil, si no imposible, de traducir:
furu ike yakawazu tobikomumizu no oto | En el antiguo estanquesaltan las ranas,sonido del agua. |
Bashō
En esta forma se escribieron muchos otros poemas acerca de ranas. Incluso hoy, profesionales de las letras se entretienen escribiendo poemas breves dedicados a ellas. Se distingue un joven poeta, conocido en el mundo literario japonés por el seudónimo de Roseki, que vive en Ōsaka y tiene en el estanque de su jardín cientos de ranas cantantes. Cada tanto invita a sus colegas poetas a una fiesta, con la condición de que compongan durante el festejo un poema sobre los habitantes del estanque. La colección obtenida fue impresa de manera privada en la primavera de 1897, con imágenes graciosas de ranas ilustrando la cubierta y los poemas.
Desafortunadamente, no es posible ofrecer a través de la traducción una idea justa de la importancia de la rana en la literatura. La mayoría de los poemas deben su valor literario a alusiones locales incomprensibles fuera de Japón, juegos de palabras, el uso de doble o incluso triple sentido. De cada cien poemas, apenas dos o tres admiten traducción, por lo que solo puedo arriesgar unas pocas observaciones generales.
No es de extrañar que una cantidad considerable de estos curiosos poemas sean amorosos, si uno tiene en cuenta que el horario en que se reunían los amantes coincidía con el apogeo del coro de las ranas. Al menos en Japón, esos sonidos recordaban un encuentro secreto en algún lugar solitario. La rana a la que se suele hacer referencia en dichos poemas no es la kajika. La rana es introducida en la poesía amorosa en formas ingeniosas de todo tipo. Puedo dar dos ejemplos de textos modernos. El primero contiene una alusión al famoso proverbio I no naka no kawazu daikai wo shirazu: La rana del pozo no conoce el gran mar. Se compara a una persona que no sabe cómo se maneja el mundo con una rana en un pozo. Podemos suponer que el autor de las siguientes líneas es una jovencita del campo, respondiendo con altura a un comentario irrespetuoso:
Ríase de mí si le place, llámeme su rana en el estanque: flores caen en mi estanque, y su agua sirve de espejo a la luna.
El segundo poema parece ser la expresión de una mujer con buenos motivos para sentir celos:
Creíste aburrido, como agua estancada, el ánimo de tu amante; pero el estanque habla, podrás oír el canto de la rana.
Además de los poemas amorosos, hay cientos de versos acerca de las ranas comunes de los estanques y arrozales. Algunos se refieren en especial al volumen del sonido que hacen.
Oigo a las ranas en los arrozales, parece como si el agua cantara.
Al inundar los arrozales en primavera, fluye con el agua la canción de las ranas.
De arrozal en arrozal llaman, desafío y respuesta no cesan.
Con la profundidad de la noche, más fuerte el coro de ranas en el estanque.
Tantas son las voces de las ranas que me pregunto si el estanque no es más grande por la noche.
Ni los botes a remo pueden avanzar, tan denso es el clamor de las ranas de Horie.
La exageración de este último poema es intencional y efectiva en el original. En algunas partes del mundo —en los pantanos de Florida y del sur de Louisiana, por ejemplo—, el clamor de las ranas en ciertas estaciones se parece al rugido furioso del mar. Quien lo haya escuchado puede apreciar la sensación de obstáculo que hay en ese sonido.
Algunos poemas comparan o asocian el sonido de las ranas con el de la lluvia:
Más débil que la lluvia, la canción de las primeras ranas.
Lo que confundí con la lluvia no es más que el canto de las ranas.
Soñaré ahora, arrullado por las gotas de lluvia y la canción de las ranas.
Otros cumplen la función de pequeñas pinturas, bocetos en miniatura. Este hokku, por ejemplo:
Sendero entre arrozales: las ranas escapan saltando a un lado y a otro.
O este otro, que tiene cien años:
En los tranquilos pantanos donde se ven las flores de yamabuki, allí se oye la voz del kawazu.
O bien esta bella ocurrencia:
Canta la rana, su voz perfumada; porque en el arroyo brillante caen pétalos de cerezo.
Los dos últimos poemas se refieren, desde luego, a la verdadera rana cantante.
Muchos poemas breves están dirigidos directamente a la rana, ya sea kaeru o kajika. Hay poemas melancólicos, afectuosos, humorísticos, religiosos e incluso filosóficos. A veces se asocia a la rana con un espíritu que descansa en una hoja de loto; a veces a un monje que repite sutras para las flores que mueren; a veces al blasfemo que siempre amenaza con hablar en contra de los dioses, pero teme terminar su frase. La mayoría de los ejemplos que siguen han sido tomados de un libro reciente de poemas publicado por Roseki. Debe recordarse que cada una de mis frases en prosa representa un poema completo:
Ahora que se han ido todos los invitados, ¿por qué permaneces sentada en reverencia, oh rana?
Con tus manos descansando así sobre el suelo, ¿das la bienvenida a la lluvia, rana?
Perturbas en el antiguo estanque a la luz de las estrellas, rana.
Arrulla el sonido de la lluvia; pero tu voz me hace soñar, oh rana.
Siempre amenazas con lanzarte a hablar en contra del cielo, rana.
Aprendiste que el mundo está vacío; nunca lo miras mientras flotas, rana.
Habiendo vivido en arroyos de montaña, cristalinos y veloces, tu voz no puede quedar estancada, oh rana.
Lo placentero del último ejemplo muestra la estima en que se tenía a la rana kajika y su poderío vocal.
III
Me llamó la atención que, de los cientos de poemas acerca de ranas que reuní, no hay ni una sola mención a su piel viscosa y fría. Excepto por unas pocas líneas jocosas sobre ciertas actitudes extrañas que en ocasiones asume esta criatura, la única referencia que pude encontrar a cualidades poco agradables fue esta tímida sentencia:
A la luz del día, qué poco interesante eres, rana.
Pensaba en esta reticencia a detenerse en la naturaleza fría, viscosa y flácida de las ranas, cuando de pronto caí en la cuenta de que, en otros tantos miles de poemas japoneses que he leído, no se hace alusión a sensaciones del tacto. Se describen sensaciones de color, sonido y aromas con una delicadeza exquisita y sorprendente; pero el sentido del gusto es pocas veces mencionado, y el del tacto es ignorado por completo. Me pregunté si esta indiferencia tendría algo que ver con el temperamento japonés, pero todavía no he llegado a una conclusión. Recordando que este pueblo lleva siglos alimentándose de comida que resulta insulsa al paladar occidental, y que demostraciones de afecto tales como tomarse de la mano, abrazarse, besarse o cualquier otra forma de contacto físico son extrañas a la forma de ser oriental, uno tiene la tentación de concluir que los sentidos del gusto y del tacto, ya sean sensaciones placenteras o no, no han evolucionado en los japoneses como en nosotros. Pero hay mucha evidencia en contra de esta teoría; y el valor de los trabajos manuales y artesanías japoneses dan muestra de una delicadeza incomparable del tacto, que ha evolucionado en una dirección especial. Sea el que fuere el sentido filosófico de este fenómeno, su sentido moral es de suma importancia. Por lo que he podido juzgar, la poesía japonesa suele ignorar las cualidades inferiores de los sentidos, mientas que apela con sutileza a las cualidades superiores que llamamos estéticas. Aunque no represente más que eso, este hecho da cuenta de la actitud más sana y feliz posible de acercarse a la naturaleza. ¿No nos retraemos los occidentales ante impresiones puramente naturales por una repulsión desarrollada desde el mórbido sentido del tacto? Al menos vale hacerse la pregunta. Ignorando o dominando dicha repulsión —aceptando a la naturaleza desnuda tal como es, siempre digna de admiración cuando se la conoce—, los japoneses encuentran belleza donde nosotros, ciegamente, imaginamos fealdad, deformidad o repugnancia: belleza en los insectos, en las piedras, en las ranas. ¿Acaso no es llamativo que solo ellos hayan podido hacer un uso artístico de la forma de un ciempiés? Deberían ver mi bolsa de tabaco hecha en Kioto, con ciempiés de oro corriendo sobre el cuero estampado como rizos de fuego.
1 Cettia cantans, el ruiseñor japonés.
2 Esa es, al menos, la postura que la antigua etiqueta obliga a los hombres. Pero las reglas son muy complicadas, y varían de acuerdo con el rango y con el sexo. Las mujeres, por lo general, colocan los dedos mirando hacia adentro en lugar de hacia afuera cuando toman esta postura.
3 En realidad, Bashō no fue el creador de esta forma poética, que se trataba originalmente de los tres primeros versos de un poema encadenado conocido como renga. Pero fue con él que comenzó a adquirir autonomía, y se lo empezó a incorporar a otros géneros literarios tales como el haibun, en el que se lo combina con prosa. (N. del T.)