Читать книгу El infinito naufragio - Laura Emilia Pacheco - Страница 7

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ÉGLOGA OCTAVA

Lento muere el verano.

En silencio se apagan sus gemidos.

Un otoño temprano

hundió verdes latidos,

árboles por la muerte merecidos.

La luz nos atraviesa.

De tu cuerpo se adueña y lo decora.

El fuego que te besa

se consume en la hora,

diluida en la tarde asoladora.

Vivimos el presente

en función del mañana y el pasado.

Pero si el día no miente,

no estaré ya a tu lado

en otro tiempo que nació arrasado.

Bajo estas soledades

se han unido el desierto y la pradera.

Y la dicha que invades

ya no te recupera

y durará lo que la noche quiera.

Creciste en la memoria

hecha de otras imágenes, mentida.

Ya no habrá más historia

para ocupar la vida

que tu huella sin sombra ni medida.

Inútil el lamento,

inútil la esperanza, el desterrado

sollozar de este viento.

Se ha llevado

el rescoldo de todo lo acabado.

Esperemos ahora

la claridad que apenas se desliza.

Nos encuentra la aurora

en la tierra cobriza

faltos de amor y llenos de ceniza.

No volveremos nunca

a tener en las manos el instante.

Porque la noche trunca

hará que se quebrante

nuestra dicha y sigamos adelante.

El oscuro reflejo

del ayer que zozobra en tu mirada

es el oblicuo espejo

donde flota la nada

de esta reunión de sombras condenada.

La llama que calcina

a mitad del desierto se ha encendido.

Y se alzará su ruina

sobre este dolorido

y silencioso estruendo del olvido.

El mundo se apodera

de lo que es nuestro y suyo. Y el vacío

todo lo hunde y vulnera,

como el río

que humedece tus labios, amor mío.

El infinito naufragio

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