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Las funciones cerebrales

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El sistema cerebroespinal preside todas las funciones de la vida de relación. Está constituido por nervios periféricos y por el sistema nervioso central, que comprende el encéfalo, situado en la caja craneal, y la médula espinal, ambos protegidos por las meninges.

Microscópicamente, el cerebro lo forman de más de catorce millones de células nerviosas o neuronas vinculadas entre sí por uniones llamadas sinapsis.


• El cerebro anterior es la parte más voluminosa del cerebro; consta de dos hemisferios cerebrales, separados por la cesura longitudinal, y cubre la parte superior el diencéfalo. Los hemisferios no aparecen perfectamente simétricos entre sí: algunas veces puede suceder que el izquierdo pese algo más que el derecho. Su superficie presenta un gran número de relieves, llamados circunvoluciones, separadas por surcos. Los hemisferios están constituidos por una porción periférica de sustancia gris, llamada corteza, y por una masa interna blanca, llamada sustancia blanca central. La corteza, rica en células nerviosas, no se interrumpe nunca en toda la capa cerebral. La sustancia blanca interior se compone de fibras mielínicas y de la llamada neuroglia.

La epífisis, o glándula pineal, es un pequeño cuerpo de color grisáceo cuyas funciones, poco conocidas, se limitarían, según la ciencia oficial, a una acción inhibidora del desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Pero, por el contrario, parece que la epífisis está estrechamente ligada a lo paranormal y que, si bien permanece inactiva en el hombre moderno, ha funcionado de modo especial en el cerebro de nuestros predecesores.


• El cerebro medio o mesencéfalo se halla sobre la protuberancia anular.


• El cerebro posterior o romboencéfalo es aquella zona de la masa cerebral que se conecta por su parte inferior con la médula espinal, y está dividida en tres zonas: cerebelo, bulbo raquídeo y puente de Varolio. Esta parte del encéfalo es la más antigua: se cree que constituye la herencia ancestral animal y, por lo tanto, reviste una gran importancia en cuanto a las capacidades extrasensoriales.


A medida que se asciende en la escala biológica, los hemisferios cerebrales asumen una importancia cada vez mayor en relación con la evolución de las funciones de la inteligencia. La corteza cerebral que recubre los hemisferios es la sede de todos los actos psíquicos superiores y puede ser considerada, sin lugar a dudas, como el órgano de la ideación. Cuando una sensación alcanza la conciencia, o bien los centros corticales de la atención, es posible advertir su calidad e intensidad, que se hace consciente y se transforma en percepción.

Las percepciones dejan huellas duraderas tras producirse, es decir, imprimen en los centros correspondientes unas imágenes cada vez más profundas al repetirse. Tales imágenes, evocadas por la voluntad, dan origen al recuerdo.

La corteza está compuesta de zonas que tienen un valor fisiológico diverso. Sin embargo, funciona como un todo: para ello, recoge y unifica las diversas impresiones, y las codifica a continuación en ideas y recuerdos. También los dos hemisferios cerebrales se caracterizan por una actividad diferente: el izquierdo está destinado al uso del pensamiento lógico-matemático, mientras que el derecho lo está al del pensamiento de tipo espacial, intuitivo-artístico. Las mujeres, los niños, los artistas y los sensitivos suelen utilizar más a menudo la parte derecha del cerebro, al contrario de lo que sucede con los varones adultos, más lógicos y racionales, que tienden a emplear más el derecho.

La actividad mental revelada mediante un electroencefalógrafo consiste en emisiones, más o menos regulares, de ondas eléctricas; se trata de los llamados ritmos cerebrales: ondas beta, con una frecuencia superior a los 14 ciclos por segundo; ondas alfa (entre los 8 y los 14 ciclos); ondas delta (menos de 4 ciclos). Cada estado particular de conciencia, caracterizado por un tipo diferente de actividad cerebral, está ligado a una de estas cuatro variedades de emisión:


– beta, para la vigilia;

– alfa, para aquellos momentos especiales entre la vigilia y el sueño o para los estados de conciencia alterada, interiorizada;

– theta, para situaciones emotivas especiales o durante el sueño profundo;

– delta, en caso de coma o al borde de la muerte.


Alfa y theta son, por tanto, la frecuencia de lo paranormal, que tanto el ocultista como el científico, el iniciado o el escéptico, emiten de manera indistinta en determinados momentos, como simples representantes de la especie humana. Son estos los preciosos instantes en los cuales algo en nosotros tiende hacia el infinito y bebe en él; se abren unos sutiles canales incorpóreos, aunque sólo sea por un instante, que nos ponen en comunicación con una dimensión desconocida, donde las leyes del tiempo, el espacio y la materia se anulan. La transmisión del pensamiento entre seres especialmente lejanos, la percepción de hechos del futuro, el diálogo con personas que ya han abandonado el cuerpo material e, incluso, con entidades superfísicas, la canalización de fuerzas cósmicas con fines operativos, todo ello se hace posible y racionalmente aceptable.

Todos los niños, hasta la edad de siete años – definida como la edad de la razón porque coincide con la instauración del pensamiento lógico–, emiten con gran facilidad ondas alfa. Son pequeños e inconscientes sensitivos guiados por el instinto y de una pureza que los hace libres de cualquier esquema. Hay momentos en los cuales el niño, señalando algo impreciso, interrumpe un juego y comienza a contar o quizás a recordar, y nosotros decimos entonces que sueña; otras veces, al farfullar una frase ingenua y estremecedora, se transforma en un sorprendente adivino de labios manchados de mermelada y capaz de las predicciones más crueles e infalibles. Pero luego, inevitablemente, crece y aprende a no pronunciar más aquellas frases insensatas que perturbaban a los padres, aprende la tabla de multiplicar y no se ensucia más con la mermelada. Afirmar que todos los humanos están dotados de canales ocultos es lo mismo que decir que todos estamos provistos de arterias y venas. La posibilidad de entrar en un estado de conciencia interiorizada (en otras palabras, de emitir ondas alfa, presentes en cada uno de nosotros) no se nos ofrece a todos a voluntad, ni en la misma medida.

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