Читать книгу Esa humedad que brilla en su pestaña - Laura Vizcay - Страница 8
El regalo de Dios
ОглавлениеLulú había nacido con rabo. Era una pequeñísima extensión de tejido conectivo cubierto de pelos diminutos y dorados. La partera, ducha en experiencias sorprendentes que la naturaleza prodiga, la cubrió de inmediato ante los ojos de una madre devastada por el cansancio. Bartolina estaba exhausta y no era cosa de darle un agobio más, pensó la partera y decidió guardar el secreto por unos días. Con esa serenidad propia de las mujeres sabias, de manera diligente, higienizó las partes aún dolientes, de la que diera a luz, para luego ocuparse de la niña.
Bartolina era una madre soltera cuyo embarazo había ocultado a la familia pero fue difícil de mantener. La habían confinado a una habitación aislada de la casa grande, donde ni siquiera los hermanos pequeños tenían acceso, con el cuento de que allí dormía el diablo y no había que despertarlo.
Bartolina, adormecida, gemía pidiendo ver a su hija mientras la partera cubría a Lulú con manos temblorosas y con inmaculados pañales de franela, mientras el rabo de la niña se movía según el impulso del llanto que hacía vibrar los vidrios de las ventanas. Buenos pulmones, dijo la partera para que la madre escuchara, mientras pensaba que en sus años de oficio era la primera vez que asistía al nacimiento de una niña tan hermosa y perfecta, pero con rabo.
La madre tomó a su hija en brazos y dijo mi Lulú. No percibió el movimiento tenue a la altura del coxis. Imaginó que era una cadena de gases que anticipaban la purificación de los intestinos y la abrazó contra su pecho. Entonces pudo ver la perfección de su rostro, de sus manitas.
La partera le dijo Volveré a cambiarle los pañales, tratá de prenderla a tu pecho, que ablande los pezones.
Madre e hija hicieron la tarea y un calostro dulce y cálido corrió por la comisura de los labios de Lulú. Cada succión era un saludo amoroso en el que ambas se encontraban y se unían. La partera volvió unas horas más tarde y se ocupó de la higiene de las mujeres, que permanecían confinadas en ese cuarto bien provisto y acogedor. A los niños de la casa los habían llevado al campo hasta que se pudiera, familiarmente, acomodar este acontecimiento tan inoportuno.
La partera decidió acompañar más tiempo del acostumbrado a esta parturienta y su cría. Era una manera de no revelar lo que pasaba. Se preguntaba en qué momento lo diría. Temía que Bartolina rechazara a Lulú, que se volvía más luminosa.
Al volver a su casa revisó las enciclopedias de consulta médica que guardaba desde que la habían entrenado en la práctica de comadrona. Solo pudo asegurarse de que los casos no eran frecuentes y que, por suerte, esta cola o rabo no era la continuación de la columna vertebral. Pensó en un significado genético y otro divino. Debía explicarle a Bartolina con ambos argumentos, el detalle de su hija tan perfecta a sus ojos.
Pasó el primer mes y era hora de que la partera entregara el cuidado de la criatura a su madre, que ya había recuperado las fuerzas y la alegría, a pesar de tener que salir al mundo con la evidencia de una hija.
Una tarde cálida, en medio de canciones e infusiones aromáticas, la partera invitó a la madre a dar el primer baño a Lulú. Cuando la desnudó y la sumergió en el agua tibia y jabonosa, Bartolina gritó sorprendida. Inmediatamente, la comadrona dijo, con una sonrisa tierna, Miren, ¡mi pequeña Lulú tiene un regalo de Dios! ¡Fue distinguida por la naturaleza! Bartolina, aún con sus manos ahogando más exclamaciones, dejó correr lágrimas de profunda emoción que lavaron para siempre el desconsuelo o la tristeza que intentaron alojarse en su corazón. Tal vez, por la tibieza del agua o por el aroma a lavanda que emergía del fuentón de losa, Lulú iluminó sus labios con la primera sonrisa.
La partera antes de marcharse abrió puertas y corrió las cortinas de la confinación. Miró a Bartolina, y la encontró sentada amamantando a su Lulú. Percibió la fuerza potente de una mujer lo suficientemente feliz que, a pesar de su desobediencia social y familiar, estaba bien preparada para mostrar al mundo y sus hostilidades, un milagro, un regalo de Dios.