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I. EL PESO DEL GRAN DOMINIO EN LA ÉPOCA CAROLINGIA (SIGLOS VIII-X)

La época carolingia, es decir los siglos VIII-X, ocupa un lugar importante en la historia de Occidente por más de un motivo. Los soberanos de la «segunda raza» efectivamente se propuesieron a la vez devolver la unidad a un espacio político fragmentado desde fines del siglo V y construir una sociedad verdaderamente cristiana: la organización de los poderes públicos solo tenía sentido para ellos si se la consideraba en la perspectiva de la salvación. Para la historia del señorío, el periodo es fundamental porque nos ha dejado una documentación relativamente abundante, aunque su interpretación es delicada, y nos ofrece indicaciones sobre el funcionamiento de las explotaciones territoriales, así como el de los poderes situados en su interior. El objetivo de este capítulo es presentar el gran dominio insistiendo en el aspecto económico de la cuestión para poder aclarar las relaciones sociales que hay en su seno.

Antes de abordar la descripción del señorío territorial de la alta Edad Media, se imponen algunas precisiones historiográficas. Los comentaristas alemanes y franceses de principios del siglo XX pusieron en pie una teoría del gran dominio que aún es ampliamente utilizada hoy en día y que es necesario presentar a grandes rasgos.

Las informaciones proporcionadas por la documentación, esencialmente por los polípticos, nos permiten, efectivamente, describir grandes conjuntos territoriales divididos en dos grandes partes. La primera, reservada al señor, es explotada directamente por él gracias a una mano de obra igualmente bipartita. Esclavos prebendarios son mantenidos en el centro del dominio donde forman un grupo que a veces es numeroso y del cual el señor obtiene una gran parte de la fuerza de trabajo necesario para el cultivo de las tierras: por lo tanto el esclavismo clásico no ha desaparecido, aunque no debería asimilarse el gran dominio a un sistema del tipo plantación. En efecto, esta mano de obra era completada por la de los campesinos, libres o no, instalados en las tenencias, es decir en explotaciones dependientes, satélites de la reserva, que deben entre otras cargas, corveas en cantidad variable para ser ejecutadas en la reserva señorial. Por este motivo existe un vínculo orgánico entre la reserva y las tenencias, el dominio solo puede funcionar si la mano de obra de las explotaciones dependientes contribuye a su cultivo. Este es un punto verdaderamente esencial: es la sustracción operada en la fuerza de trabajo presente en las tenencias y puesta a disposición en el marco de un sistema coercitivo lo que hace simultáneamente original y funcional este modo de organización.

Desde el punto de vista territorial, las tenencias forman la segunda parte del dominio. Allí los señores han instalado –se dice «casado», del latín casatus– hombres de condición diversa, libre y no-libres, en tierras inicialmente adaptadas a su estatus. Las explotaciones, así configuradas se llaman «mansos» palabra que designa en principio la casa y que, por transferencia del sentido, ha terminado por designar a toda la explotación.1 Esta estructura empezó a constituirse a partir del siglo VII entre el Loira y el Sena, sin duda por el impulso de los reyes merovingios. Sitúa al señor en una posición particular, ya que se convierte a la vez en explotador del suelo por el cultivo de la reserva, y rentista por las tenencias que le han sido agregadas. Se trata de algo nuevo y no es en modo alguno herencia de las estructuras territoriales antiguas que desaparecieron como muy tarde en el siglo VII.

Organismos económicos de este tipo tienen unas finalidades muy distintas del autoconsumo. Producen, necesariamente, un excedente comercializable que justifica la implicación del señor en el proceso de producción: la forma misma del dominio está relacionada con su intensificación. En efecto, los dueños de la tierra y su séquito, sea militar o doméstico, consumían cantidades muy importantes de comida. Les eran necesarias abundantes reservas alimenticias, sobretodo para hacer frente a los desplazamientos que el servicio al soberano había convertido en obligatorios. El consumo aristocrático se extendía también a los productos de lujo que era preciso comprar. Aunque el nivel de las exigencias de las clases dominantes posiblemente era inferior al de otras épocas esta partida era indispensable e incompresible y la satisfacción de estas necesidades implicaba la existencia de ingresos monetarios que la explotación dominical permitía obtener.

Las prestaciones económicas de estas explotaciones son objeto de debate. Como resultado de múltiples revisiones y relecturas de textos, desde hace una veintena de años, se ha llegado a reconsiderar muy profundamente su eficiencia y su racionalidad. En efecto, a partir de los estudios de C. E. Perrin y sus puntualizaciones sobre la sobrepoblación del manso en la región parisina, las opiniones de los historiadores eran extremadamente negativas sobre este punto, mucho más de lo que pudieron serlo en la generación precedente, en tiempos de Marc Bloch. Según ellas el gran dominio se caracterizaba por grandes derroches y sobretodo por un mal control de las tenencias campesinas que los señores, incapaces de gestionar adecuadamente, dejaban desmembrarse o en las que la población se amontonaría sin que los dueños del suelo se preocuparan de organizar desplazamientos de mano de obra o roturaciones. Tanto para Georges Duby como para Robert Fossier, en los años 1960 y 1970, los polípticos nos informan sobre un periodo muy oscuro, de precariedad y miseria, durante el cual las sociedades agrícolas, mal provistas de herramientas y mal dirigidas, están permanentemente al borde de la hambruna. Sin embargo, Duby, en una visión matizada, admitía que existían espacios donde el crecimiento demográfico ya había empezado, pero que en su conjunto las estructuras de la propiedad territorial estaban mal adaptadas y no permitían un aumento significativo y duradero de la producción. Así, el verdadero crecimiento no empezaría hasta más tarde con el fin de las últimas invasiones.2 Desde los años 1970, los estudios de Adriaan Verhulst, Pierre Toubert y Jean Pierre Devroey han modificado profundamente nuestra percepción de la organización económica carolingia y de su finalidad. Ahora se considera la racionalidad de los organismos económicos implantados: el gran dominio fue un instrumento que permitió crear las condiciones de un crecimiento ciertamente moderado pero real y que posiblemente empezó en el siglo VIII.3

LAS FUENTES DE LA HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL: CAPITULARES Y POLÍPTICOS

La documentación económica de los siglos IX y X merece por sí misma una presentación bastante larga porque, por un lado, forma una tipología particular y de un volumen reducido, que es objeto de una revisión permanente, y por otro lado plantea problemas de crítica que es necesario tratar sumariamente.

Típicamente, los polípticos y los grandes capitulares carolingios atraen y retienen la atención de manera casi exclusiva.

Documentos normativos y administrativos 4

Hubo una verdadera política económica de los carolingios. Se manifiesta a través de instrucciones y prescripciones muy precisas, que a menudo producen efectos: la redacción de polípticos era voluntad de los soberanos francos y es por incitación muy expresa o, a veces, por orden de ellos que esta documentación ve la luz. Sin embargo debemos evitar pensar que, dada la diversidad geográfica y social del imperio, las soluciones imaginadas para resolver cuestiones relacionadas con la producción hayan sido idénticas en todas partes. Por eso si, evidentemente, se deben estudiar las prescripciones no hace falta atribuirles un alcance y una eficacia demasiado grande. Finalmente, los textos legislativos nos informan más sobre las intenciones de los soberanos que sobre la eficacia real de su poder. No obstante, debemos abstenernos de pensar que las medidas que tomaron solo tuvieron un valor simbólico: elaboradas y promulgadas, responden a necesidades y aportan soluciones a los problemas prácticos de todo tipo que planteaba la gestión de las fortunas territoriales.

Los capitulares

El más famoso de los textos legislativos de tipo económico es sin lugar a dudas el capitular de Villis.5 Se trata de un documento cuya datación resulta difícil, se remonta, según parece, a fines del siglo VIII, y del cual, después de debatirlo, se admite generalmente que afecta a todos los territorios carolingios con la excepción de Italia. Contiene un conjunto de prescripciones que constituyen un cuerpo de reglas de la buena gestión dominical con un espíritu reformador. El hecho que no sea del todo seguro a qué área geográfica se aplica el texto es perfectamente secundario, si tenemos en cuenta la gran banalidad de la mayoría de las órdenes dadas.6 Sin embargo las informaciones que ofrece, aunque sean puramente teóricas, son de primer orden. En efecto, es una de las raras ocasiones en las que se observa al poder soberano preocuparse directamente por problemas concretos de funcionamiento del trabajo, la organización agrícola y la jerarquía social en el interior del dominio. Las cuestiones de orden agronómico no se encuentran ausentes y los autores del capitular entran detalles hasta el punto de, por ejemplo, dar largas listas de plantas para cultivar en los huertos, un verdadero placer, pero también rompecabezas para los agrónomos que han intentado identificarlas e interpretar su presencia en términos de dieta o régimen alimentario. Otro ejemplo, el de las roturaciones, no está del todo claro: si seguimos el texto, ya hay pastos en los yermos a fines del siglo VIII pero son frenados por las autoridades que gobiernan el dominio, como si la voluntad de controlar de cerca a los campesinos y sus eventuales iniciativas pasase por delante de la búsqueda de beneficios de la producción. La iniciativa solo puede venir del señor y en este contexto los campesinos solo serían ejecutantes, y el capitular ofrece unos marcos generales para evitar transferencias subrepticias de propiedad y una explotación irracional de las tierras y la mano de obra.

Los Brevium Exempla

Solo nos ha llegado un único manuscrito de este capitular. Esta fechado en los años 830-850 y contiene otros tres textos completamente diferentes porque se trata de formularios destinados a servir como modelos para inventarios. Estos, previstos por el capitular, pueden afectar a grandes propiedades eclesiásticas, laicas o fiscales, es decir pertenecientes a la corona. Se llama a estos textos los Brevium Exempla ad describendas res ecclesiasticas et fiscales: se inspiran en situaciones reales, es decir inventarios que se realizaron de verdad, y ofrecen ejemplos para cada tipo de propiedad, proporcionando así modelos a los administradores.

EL BREVE DE STAFFELSEE7

Para los bienes eclesiásticos, el ejemplo tomado es el de un dominio bávaro, Staffelsee, que pertenece al obispo de Ausburgo. Es un poco posterior al 800. Allí, el inventario menciona, en primer lugar, una casa solariega, es decir una residencia señorial, y hace una estimación de la superficie de las tierras y prados que la acompañan (740 jornales de tierras de labor). Los prebendarios, es decir los esclavos que residen en o cerca de la casa del dueño, debidamente contados, son 72. Se contabilizan las reservas alimenticias –en realidad son poco abundantes–, luego es enumerado el ganado, y finalmente se hace inventario de las herramientas y el mobiliario. Un taller de mujeres, dedicado al trabajo del textil, es mencionado, brevemente, a continuación. Finalmente vienen los mansos, 42 en total, divididos en dos categorías jurídicas, libres y serviles.

Los mansos libres son 23. No están descritos uno por uno, sino agrupados por categorías de renta. Seis deben rentas pesadas. Sus tenentes están obligados a entregar cantidades importantes, pero fijas, de cereal, ganado y productos manufacturados, como piezas de lino fabricadas por las mujeres en el mencionado taller. Deben también 5 semanas de corveas al año, es decir 30 días: si se considera que un año equivale a 250 días laborables, esto representa 1/8 de su fuerza de trabajo en corveas. Igualmente realizan trabajos en cantidades importantes: cultivan una fracción de la reserva que les es atribuida bajo la forma de lo que se llama un lote-corvea (alrededor de 3 ha), efectúan una parte de la siega del heno así como un servicio de mensajería. Una segunda categoría de mansos libres, que son cinco, solo proporciona ganado (dos bueyes cada año) y deben un servicio de cabalgada sin precisar más, y que es un servicio de mensajería o bien un servicio militar. Estas tenencias están al margen del dominio: podría tratarse de beneficios. En cualquier caso no están integradas al sistema productivo, no deben corveas, ni rentas significativas de la producción. Se puede formular la hipótesis de que servían al mantenimiento de vasallos militares del abad, cuyo servicio vendría definido por la tierra que les es atribuida.

La tercera categoría de mansos libres, que suman cuatro, deben esencialmente trabajo: sus ocupantes ponen en cultivo 9 jornales de tierra todos los ingresos de los cuales van para el señor, efectúan la siega del heno, hacen 6 semanas de corveas al año (36 días). Un último manso debe trabajos de labranza y de siega del heno, así como entregar un caballo.

Las tenencias llamadas serviles, 19, están sometidas rentas mucho más duras: además del ganado menor y el mantenimiento de un lote-corvea, ofrecen al señor tres días de trabajo a la semana, es decir alrededor de 150 días al año. La esposa, también está sometida a rentas –en este caso prestaciones de tipo doméstico como cocer el pan, preparar la malta para la cerveza o entregar una pieza de tela. Esta cantidad de tres días a la semana debe considerarse como un límite: más allá la atribución de un manso carecería de sentido porque el campesino no tendría tiempo para dedicarse a su propia explotación. Tratándose de mansos serviles, es decir atribuidos originariamente a esclavos, esto constituye una manera de mejorar su estatus ya que en vez de deber la totalidad de su trabajo al dueño solo le deben la mitad: un poco más si se tienen en cuenta las entregas de productos alimenticios.

Para los bienes de los laicos, es un dominio alsaciano, cerca de Wissembourg el que sirve de modelo. En este caso el texto esta muy mutilado. En cuanto a los fiscos, es el de Annapes, cerca de la actual Villeneuve d’Ascq el que se tomó como ejemplo. Este último es particularmente célebre porque nos da un inventario de lo que se encuentra en una explotación de grandes dimensiones en materia de edificios y herramientas, y también indicaciones sobre sus rendimientos. La utilización de esta última indicación es delicada y a veces incluso engañosa: los cálculos de Georges Duby mostraban un rendimiento de 1,8 a 1,6 grano recolectado por cada grano sembrado. La cantidad de granos disponible para el consumo es inferior en este caso a la cantidad necesaria para la simiente, algo totalmente incomprensible. Estos rendimientos de miseria son quizás la excepción provocada por una cosecha muy mala.8 No entraremos aquí en el debate muy animado suscitado por esas cifras: basta con mencionarlas para hacer comprender la dificultad que puede suponer hablar de economía carolingia apoyándose en documentos que son inventarios y no registros de contabilidad. Por lo demás, el fisco de Annapes nos muestra un dominio muy infradotado en herramientas, pero bastante bien provisto de infraestructuras como molinos, lugares para la elaboración de cerveza y puentes. La orientación económica de este conjunto fiscal parece ser la remonta del ejército o de las caballerizas del soberano (58 yeguas y 7 potras, 3 caballos). De manera general, en Annapes, la cría de ganado juega un papel muy importante.

Hay una mentalidad de gestor que se expresa tanto a lo largo de la documentación normativa como a lo largo de los brevium exempla. No es rudimentaria pero su formulación, posiblemente, está inacabada y no permite obtener de la economía y sociedad carolingias una visión tan completa como sería deseable. Por último, los administradores no han llegado a poner a punto contabilidades de verdad, y se han satisfecho con la técnica del inventario.

Los polípticos

Los polípticos son documentos destinados a hacer posible la gestión de conjuntos territoriales importantes y frecuentemente dispersos. Son característicos del siglo IX y principios del X, el más reciente es probablemente el políptico de Santa Giulia di Brescia, fechado del 906. Ofrecen inventarios poco más o menos normalizados de los conjuntos de bienes que poseen sus autores o comanditarios. Aunque de un políptico a otro las diferencias pueden ser importantes, la realidad descrita es siempre aproximadamente la misma: se trata de describir tierras, enumerar ingresos así como los hombres obligados a entregarlos. Los complejos de posesiones afectadas pueden ser bastante extensos e incluir varias regiones. Efectivamente, es del todo habitual que los monasterios posean tierras en varias zonas distintas. Es el caso de Saint-Germain-des-Prés y también de Prüm. Los diferentes conjuntos territoriales están normalmente relacionados de forma regular los unos con los otros.

Las unidades de producción y de residencia, las explotaciones, se llaman villa (pl. villae) o, en Italia, curtis (pl. curtes). Como se acaba de decir, cada una se divide en dos sub-conjuntos, la reserva o mansus indominicatus, es decir el manso señorial, y los mansos campesinos.

Indudablemente el políptico más antiguo, y probablemente el mas impresionante, es el llamado de Irminón, compilado a inicios del siglo IX para la abadía de Saint-Germain-des-Prés. Pasa por ser el modelo del género. La teoría del gran dominio se ha elaborado en gran parte a partir de este documento y es preciso presentarlo.

El políptico de Irminón

El políptico de Saint-Germain fue compilado entre 811 y 829 en época del abad Irminón. Aunque mutilado, contiene aún la descripción de 25 unidades territoriales situadas en la región parisina, la Beauce y el Orlanesado. Algunas posesiones periféricas se encuentran en Normandía, el Berry y el Anjou. En total, el complejo territorial recubre unas 54.000 hectáreas. El inventario se realizó villa por villa, cada una dando lugar a la redacción de un breve. Está normalizado y contó con un cuestionario: los agentes encargados de reunir los datos no tuvieron que improvisar. La redacción final probablemente permitió homogeneizar las respuestas. Por este motivo, el esquema es repetitivo, cada breve se presenta de la misma manera, de tal modo que informa de las mismas rúbricas.

Descripción de la reserva: los agentes enumeran en primer lugar los elementos que la constituyen. Ofrecen luego una estimación de la superficie y la capacidad productiva de las tierras de labranza: en efecto han reunido indicaciones sobre las cantidades sembradas y cosechadas. A continuación el breve da la superficie de las viñas y de los prados de siega. La superficie cubierta por el bosque está indicada según un método que no facilita la estimación: solo se menciona su perímetro lo que convierte en algo aleatorio el cálculo de su superficie. Finalmente el breve ofrece las informaciones disponibles sobre la capacidad productiva del bosque indicando cuántos puercos permiten abastecer las bellotas, ya que el bosque es el lugar normal de pastoreo de los rebaños de puercos.

Descripción de la iglesia aneja al dominio: esta que, a veces, es el origen de la iglesia parroquial está dotada con un «pequeño dominio», es decir tierras en reserva, cultivadas directamente por el cura o sus sirvientes, y algunos mansos atribuidos a la iglesia para que permitan al sacerdote llevar una vida digna. La iglesia rural, y este es un hecho importante, es indisociable de las tierras que le han sido atribuidas y hacen de ella un elemento que proporciona beneficios a la vez que un lugar de culto. Además, la iglesia está integrada en el sistema de producción ya que debe servicios a la reserva del señor.

Los mansos, por último, son descritos con todos sus elementos. Para cada uno de ellos, los redactores establecen la lista de campesinos que lo habitan, indican su estatus jurídico (libre, semi-libre o lite, y servus), así como el número y nombre de los hijos. Por regla general, se trata de una pareja y sus hijos pero eso no es una regla absoluta, algunos mansos, sobre todo en la región parisina, acogen a varias parejas. La explotación incluye siempre una cantidad variable de tierras de labor, prados y viñas. El manso está sometido al pago anual de rentas que toman la forma de un cierto número de cabezas de ganado, sumas de dinero o trabajo. Finalmente, son también muy importantes los exenia, o regalos consuetudinarios, de poco peso económico para el dependiente pero de un gran valor simbólico: señalan el reconocimiento por parte del dependiente en relación al que le protege y le ofrece los medios de subsistencia. Significan también la existencia de un vínculo particular entre el cultivador y su señor. En efecto, su relación es compleja porque comporta a la vez un dominio que sitúa al campesino en una posición muy humillante, pero también una verdadera protección para la que existe la obligación de expresar su gratitud.

Los polípticos en su contexto

Los polípticos, para ser juzgados en su justo medida, deben ser situados en un contexto más general. Forman parte de un amplio movimiento de recuperación del control de la sociedad que se ha venido llamando la reforma carolingia, reforma religiosa, o con objetivos religiosos, pero también cultural, querida o dirigida por los señores. Uno de sus aspectos más espectaculares es probablemente la introducción del escrito en las normas de gestión de las tierras señoriales, previsto en el capitular de Villis. En efecto, este llega a prever la utilización de contabilidades anuales y la división de los ingresos en categorías. La puesta en orden de la sociedad emprendida por los carolingios implica también que los señores se preocupen por sus derechos y rentas, unos y otros evidentemente están relacionados. La hipótesis según la cual los polípticos derivarían de documentos de la misma naturaleza utilizados durante la Antigüedad tardía y cuyo uso se habría mantenido durante la alta Edad Media en estas condiciones no debe darse por válida. Aunque los carolingios han encontrado capacidades escriturarias y contables entre el personal monástico o eclesiástico, este ha debido hacer frente a una situación nueva: los dominios son de creación relativamente reciente en el momento en el que florecen los polípticos, y el régimen territorial, como el de la corvea, no tiene un precedente inmediato que pudiese ser utilizado por parte de los compiladores.

Sin embargo la práctica de la escritura en el señorío plantea problemas bastante complejos. Muestra el fortalecimiento de la intensidad del control social operado sobre los productores. En primer lugar es preciso que cada señor deseoso de redactar un políptico elabore un protocolo para que los datos recogidos sean utilizables. La primera etapa, necesariamente, consistió en poner a punto el cuestionario. Aquí, ejemplos de los formularios, como el de Staffelsee, tuvieron su utilidad aunque cada compilación obedece a la lógica específica que dictan las realidades locales y las sensibilidades o intereses de los comanditarios: ¿qué quieren retener de sus derechos? Luego los encargados del inventario debieron hacer su trabajo con los campesinos en su lengua vulgar, lo que obligó a operaciones de traducción. A continuación fue preciso volver al latín. Las múltiples traducciones ofrecieron otras tantas oportunidades de alterar el significado de las palabras, tanto en las preguntas como en las respuestas. Estamos pues en presencia de una doble traducción: la lengua del resumen sintético que constituye el políptico es un filtro, y los redactores no necesariamente han encontrado el equivalente latín de la palabra empleada en lengua vulgar.

La operación, en la mayoría de los casos, era puramente privada, es decir que era ordenada por un señor laico o eclesiástico. En algunas circunstancias especiales, pudo ser organizada por el soberano o sus representantes: a veces, los missi han tenido que ocuparse de la cuestión de los derechos y deberes de los campesinos en relación a su señor, como sucedió en Italia, a fines del siglo VIII, en las tierras de San Vicenzo al Volturno, o durante el siglo IX, en Italia del Norte, en Limonta, en el marco de procesos judiciales. También ocurre que el emperador directamente tuviera que ocuparse de un conflicto cuya solución pasaba por los inventarios como sucedió en Mans, en el 800. Pero, por regla general, los polípticos fueron elaborados a iniciativa de un señor: las autoridades del Estado solo fomentaron y observaron.

Finalmente, los agentes redactaron su propio informe, fijaron por escrito prácticas y costumbres locales, hasta entonces transmitidas oralmente. El inventario permite, por lo tanto, formalizar la ley del dominio, es decir el conjunto de normas que rigen su funcionamiento y fija los deberes de cada uno.

La forma material definitiva del documento, muy cuidada en el caso del políptico de Saint-Germain-des-Prés plantea algunas dudas sobre la comodidad en el empleo de este tipo de documentos. ¿Eran realmente documentos vivos destinados a facilitar la gestión del dominio? La naturaleza misma del trabajo de campo efectuado, además, hace que los agentes ofrezcan una imagen estática, de tipo fotográfico, del estado del dominio inventariado, aunque los ejecutores hayan sido lo bastante hábiles para no normalizar el conjunto y, especialmente, encontrar los medios para describir de manera adecuada los dominios que estaban formándose: el carácter fijo de la imagen no impide discernir las dinámicas en marcha en el interior del dominio. Los polípticos ha veces se rehacen, prueba que los gestores les atribuyen una eficacia real. Así, poseemos dos versiones diferentes del políptico de San Colombano di Bobbio, en los Apeninos ligures, el primero data del 863 y el segundo del 883. Si bien la estructura general del dominio y la sustracción no varían, en cambio, se anotan con meticulosidad las modificaciones territoriales que han hecho necesaria la revisión del documento, sin duda muy costosa. Efectivamente, entre los dos momentos de redacción hubo roturaciones y es preciso tenerlas en cuenta en la segunda versión. Asimismo, polípticos como el de Saint-Rémi de Reims contienen las trazas de su utilización como instrumento de gestión: añadidos y correcciones que efectivamente fueron agregados, a veces, mucho después de su redacción. En resumen, los polípticos son documentos vivos que los gestores utilizan y que pueden evolucionar. Establecen sus derechos, pero también los limitan, y fijan por mucho tiempo las costumbres locales que se les imponen a ellos y a sus sucesores. En efecto, el documento escrito sirve de recordatorio pero también de prueba y es impensable, en el siglo IX, pedir más de lo que hay anotado en el pergamino.

Funciones de los polípticos Grandes dominios e ingresos públicos

La naturaleza de estos documentos y de sus funciones exactas siempre han sido objeto de debate. Mencionemos en primer lugar el que animó la comunidad de medievalistas en los decenios 1980-2000. En los años 1980, dos eruditos, Jean Durliat y Élisabeth Magnou-Nortier, prolongando las hipótesis de W. Goffart propusieron una nueva lectura de los polípticos.9 No se trataría de documentos destinados a facilitar la administración del dominio sino de instrumentos de gestión de las finanzas públicas. En el marco de esta hipótesis sería preciso imaginarse a los abades de los grandes monasterios comanditarios de los polípticos como delegados del poder público encargados de cobrar los impuestos públicos en nombre del Estado. Las villae y los mansos no serían explotaciones agrícolas sino circunscripciones fiscales y las rentas, especialmente los censos, constituirían un impuesto territorial entregado al soberano por medio de los beneficiarios de estas atribuciones o delegaciones. Detrás de esta tesis, llamada fiscalista, respaldada con argumentos sólidos y una gran erudición, se encuentra la idea de que las instituciones financieras y fiscales del Imperio romano, tal como se habían constituido en el siglo IV, sobrevivieron a la dislocación del Imperio y que los soberanos «bárbaros» consiguieron mantenerlas en funcionamiento hasta el siglo IX. Esta teoría, si se verificase, haría vanos todos los esfuerzos por utilizar los polípticos como fuentes directas de la historia económica y social. Serían, entonces, los testimonios de una historia de las instituciones del Estado, conteniendo de manera subsidiaria indicaciones de orden económico.

Las refutaciones de la tesis fiscalista han sido numerosas y también están bien argumentadas. Discuten la validez del método utilizado por Jean Durliat para demostrar la continuidad de las instituciones fiscales en un periodo tan largo. Sin embargo, la cuestión esencial reside en el examen de dichas instituciones. Si son bien conocidas hasta el siglo V, a continuación, ya no disponemos de informaciones directas. El sistema fiscal antiguo se basaba en gran parte en la colaboración entre las élites sociales y el Estado. Esto ya no existe a partir del siglo VI y se ha generalizado la hostilidad a la idea de gravar las riquezas con un impuesto territorial. La Iglesia, protegida por sus inmunidades, evidentemente, se opone, pero sobretodo los grandes son refractarios y conducen, allí donde pueden, operaciones de resistencia a la percepción del impuesto, convertida en algo imposible a principios del siglo VII.10

De esta teoría, al menos subsiste un punto que debe retenerse: los grandes señores, efectivamente, cobran un cierto número de tributos de naturaleza pública, porque ocupan un lugar en la organización de los poderes públicos. La manera como estas sumas revierten al soberano solo puede indicarse de manera hipotética. Cada año, todos los grandes deben llevar al soberano munera, regalos que le son entregados en el curso de ceremonias anuales a las que participan condes, obispos y abades. No está descartado que los impuestos de origen público en relación al ejército, por ejemplo, se presenten como dones ofrecidos, mientras que en realidad se trata de una punción operada en su fortuna. Las prestaciones de servicio, y especialmente el servicio militar, completan este tipo de tributación.

La función militar en parte se deriva, en sus aspectos de logística y de reclutamiento, a los monasterios del tipo de Saint-Germain-des-Prés, en Francia, o San Colombano di Bobbio, en Italia. Por lo que se refiere a este último, la documentación muestra que alberga un arsenal. Sin embargo, muchos hombres libres no quieren o no pueden acudir al ejército y efectuar un servicio de varios meses al año. Por lo tanto pagan una compensación entregada a los monasterios reales o imperiales porque estos se ocupan por si mismos del reclutamiento y la dirección de las tropas. Finalmente, durante todo el siglo IX una parte de las tierras de los establecimientos monásticos sirve para instalar a vasallos militares susceptibles de ser llamados por los abades para efectuar el servicio debido al rey. Así pues, el organismo económico que constituye el dominio no tiene como única finalidad el mantenimiento de los posesores y sus clientes. También está íntimamente ligado al funcionamiento de las instituciones públicas que son sostenidas y financiadas con los excedentes de producción de las tierras monásticas.

La gestión de las tierras

Sin embargo, al fin hay que considerar los polípticos como lo que son, es decir instrumentos muy sofisticados de gestión de las tierras y los hombres que las ponen en cultivo.11 Efectivamente, ¿para qué sirven? En primer lugar tienen como función asegurar la estabilidad de los bienes descritos. Es por esta razón que su descripción es tan minuciosa y comprende todos sus elementos. Los grandes procuran saber de qué cantidad de tierra disponen y con qué título: se esfuerzan también por localizarlas y dar cuenta de todos los elementos constitutivos del valor económico de los bienes que poseen.

Segundo aspecto: se contabilizan los ingresos lo que supone operaciones complejas de evaluación e inventariado bien conducidas por un personal competente. En efecto, los administradores intentan conocer la producción real de la reserva en el año en curso, su potencial productivo en un año medio, así como el producto de las diversas cargas que pesan sobre las tenencias (corveas, prestaciones en especie, rentas en dinero). La contabilización de los ingresos supone que existe efectivamente una gestión conjunta de las explotaciones constitutivas del patrimonio.

La administración económica de estos últimos es compleja. Saint-Germain-des-Prés, a principios del siglo IX, posee al menos 54.000 ha repartidas en 25 villae. A principios del siglo X, Santa Giulia di Brescia tiene 85 conjuntos territoriales: aunque la superficie total nos es desconocida, su patrimonio es evidentemente muy importante. La gestión de estos patrimonios intenta asegurar la continuidad del sistema y mejorar su eficacia. Los autores de los polípticos también quieren gobernar a los hombres que los pueblan, crear o formalizar unas relaciones de derecho. Inventariando los hombres, estos textos enumeran las cargas que pesan sobre ellos y establecen de manera definitiva la costumbre señorial que en adelante regirá las relaciones entre habitantes/cultivadores del dominio y señores, elementos constitutivos de lo que anteriormente se ha llamado la ley del dominio.

Las numerosas funciones de los polípticos son uno de los signos del esfuerzo general de racionalización de la vida que anima a los grupos dirigentes de la época carolingia y que afecta también al sector económico. La producción y el intercambio ocupan su lugar en las mentalidades señoriales al lado de la competición en la búsqueda del lujo, el consumo ostentatorio, así como la generosidad en relación a las instituciones piadosas o incluso en relación a los pobres. Estos últimos datos estructuran el comportamiento aristocrático y determinan despilfarros y destrucción de riquezas. No es menos cierto que de manera aparentemente contradictoria la actitud señorial en relación a la producción y la circulación de riquezas también tiene una vertiente perfectamente racional en el sentido en que lo entienden los economistas: se movilizan recursos con el objetivo de alcanzar un fin concreto.

EL RÉGIMEN DE LAS TIERRAS

De los comentarios de estos conjuntos documentales nació a principios del siglo XX, la teoría del gran dominio bipartido que hemos recordado anteriormente. Sin embargo, dicha teoría por muy satisfactoria que sea para explicar las situaciones en algunas zonas del imperio, particularmente en la región parisina, o de manera más general entre el Sena y el Rin no sirve para dar cuenta de todas las situaciones. Ciertamente permite comprender bien, y a veces detalladamente, el dinamismo económico real del gran dominio así como su plasticidad. Pero no da cuenta de la verdadera diversidad de los territorios que forman parte del imperio carolingio. Ciertamente, la forma inicial puede experimentar variaciones considerables en función de distintos parámetros. Algunos son de orden natural, otros de orden económico y otros, por último, socio-políticos.

En efecto, los factores naturales juegan un papel considerable no porque las sociedades de la alta Edad Media estén desvalidas frente a la naturaleza sino al contrario porque saben aprovecharla: no se pueden someter las tierras de Provenza, Île-de-France, Sajonia e Italia meridional al mismo régimen agrícola por razones relacionadas con el clima y el tipo de suelos.

Desde un punto de vista económico, el determinante principal reside en la proximidad a un centro de consumo distinto del monasterio y la presencia en sus inmediaciones de dominios cuya población no se limite a la familia monástica o señorial. Ello hace posible, incluso necesaria, la existencia de un mercado para dar salida a sus excedentes –cuya presencia, a fin de cuentas, está prevista en el capitular de Villis. Este último menciona frecuentemente la necesidad de comprar y vender distintos productos, y en primer lugar figuran el vino y el cereal.12 El intercambio mercantil existe en el marco de la economía dominical y probablemente no es marginal. Los gestores compran y venden en el interior del círculo de posesiones señoriales, pero también fuera de él: la autarquía, sea en el interior de una villa o en el todo el señorío en manos de un poderoso, sea laico o eclesiástico, jamás se ha alcanzado y probablemente tampoco es el objetivo. Por lo tanto, la circulación de mercancías está prevista y al hilo de los textos se descubre su importancia. Así, los monasterios no olvidan nunca obtener la exención de los impuestos que pesan sobre el transporte de mercancías. Por otro lado, si seguimos los análisis recientes de C. Wickham, el gran dominio aparece como una forma particularmente adaptada a la intensificación de la producción. Los señores, al disponer de grandes superficies en explotación directa orientan la producción y controlan el trabajo campesino para beneficiarse de las ganancias de la comercialización de la producción.13

Por último, desde el punto de vista socio-económico, también debe tomarse en consideración la facultad del detentor del suelo de actuar en el territorio y controlar efectivamente a los hombres que les están sometidos. La amplitud de las posesiones, la superficie social, entendida como la capacidad para organizar y gestionar las redes clientelares, familiares o amicales, así como la mayor o menor proximidad del poder real son factores esenciales para la construcción de la estructura, y luego tanto para su eficacia como para su continuidad.

Factores de diversidad del gran dominio

A partir del esquema relativamente simple que se puede establecer gracias al políptico de Irminón, los Brevium Exempla o el capitular de Villis, las variantes son infinitas. No hay un tipo ideal de dominio que se reproduzca en todas partes sino toda una gama de tipos muy amplia, en función de diversos parámetros.14

Los elementos determinantes que permiten dar un sentido a las descripciones en nuestro haber son numerosos. Probablemente la lista que vamos presentar no es exhaustiva. Pero ante todo se pueden considerar los siguientes factores.

1.El alejamiento del dominio en relación al centro señorial. En el políptico de Irminón, la villa infra mare, situada en la desembocadura del Sena no puede tener las mismas funciones que el dominio de Villeneuve-Saint-Georges. De este último se espera, probablemente, que provea a las necesidades más inmediatas del monasterio, la comunidad monástica y su familia. Próximo al centro de consumo y redistribución que constituye la abadía debe abastecerla de dinero, trigo y vino, sin perjuicio de que los excedentes obtenidos por los monjes luego sean vendidos en París o incluso en los mercados del mar del Norte. Igualmente, en Italia central, las tierras más próximas a Montecassino o a San Vincenzo al Volturno no tienen la misma utilidad para los monasterios que las que poseen en los Abruzos.15 Por lo tanto deben ser gestionadas de manera diferente. Se espera de las tierras más alejadas o bien rentas especializadas o bien dinero pero no los productos indispensables para la vida cotidiana de los monjes, estos se producen en sus alrededores. Así, San Vincenzo al Volturno va a buscar en algunos dominios de los Abruzos el sericum, es decir el minio, un mineral indispensable para la elaboración de la pintura roja con la que se decoran los manuscritos en algunas partes llamadas «rúbrica» precisamente por esta razón. San Ambrosio de Milán hace venir mineral de hierro del dominio de Palazzolo y aceite de sus posesiones cercanas al lago de Como. De todos modos, es evidente que los productos pesados se desplazan lo menos posible y que los gestores intentan transformarlos in situ.

2.La situación en relación a los grandes centros de producción o consumo. En el auténtico sistema económico formado por los dominios de Saint Germaindes Prés hay una especialización manifiesta en algunos dominios que deben sobretodo barricas y corveas de acarreo o transporte, son herramientas de un comercio de vino entre distintos polos del conjunto. En particular, Saint-Germain posee dominios boscosos cuya utilidad es servir de soporte material a los desplazamientos del vino entre centros productores situados en el Loira y el gran centro de consumo que ya entonces constituye París. Más allá, existen unas etapas hacia la desembocadura del Sena y conexiones manifiestas en dirección al gran tráfico del mar del Norte. Cada villa ocupa una posición en el interior del sistema de intercambios del propietario. Los dos conjuntos territoriales de Nully y el de la villa infra mare revelan la existencia de esa complementariedad. El primero está situado en el actual departamento del Orne, a mitad de camino entre París y el valle del Loira. Allí se trabaja la madera para producir tablillas o materiales necesarios para la fabricación de barricas. Por otra parte, sus dependientes están sometidos a corveas de transporte que pueden conducirles o a París o al Loira. La conexión entre las regiones se basa en la existencia de este dominio. En las orillas de la Mancha, en la desembocadura del Sena, los tenentes de la villa infra mare, en lo que a ellos se refiere, están sometidos a un servicio naval porque deben integrar las tripulaciones de las embarcaciones que navegan por el Sena, entre París y la desembocadura. Aquí se encuentran reunidos todos los elementos de un sistema complejo, interno al monasterio, que también le permite participar en una vida de intercambios. Así pues los patrimonios monásticos no están gestionados uno por uno, en función de una lógica de autoconsumo. Se perciben como conjuntos donde todos sus elementos son solidarios y se complementan para producir ingresos. Lo mismo sucede en los fiscos reales de la época carolingia. Están en condiciones de hacer frente a una estancia más o menos prolongada del soberano y su corte, e igualmente son susceptibles de responder a las demandas de todo tipo cuando se produzcan. Así, el capitular de Villis insiste en la gestión de los excedentes que deben venderse al mejor precio o almacenarse, así como en la de las manadas de caballos.

3.Las cualidades pedológicas de las tierras. Las aptitudes determinadas por el clima también tienen su importancia: existen dominios especializados en la producción de tal o cual producto, como el aceite, en los márgenes de los lagos italianos, desde fines del siglo VIII. Igualmente, el gran dominio bipartido se ha desarrollado más precozmente y más fácilmente en las llanuras limosas del norte de Francia, como también en la llanura del Po o en Sajonia.16 Unas grandes extensiones de suelos particularmente fértiles hacen interesante la constitución de amplios campos de cultivo (culturae). En estos campos de una sola pieza los resultados de la corvea pueden ser óptimos y la organización bipartida particularmente rentable.

4.La existencia de políticas de poblamiento. Si se considera que los siglos VIII y IX experimentaron fases de crecimiento, entonces también se admitirá que pudieron existir frentes pioneros, a pesar de las reticencias que suscita en este punto la lectura de un pasaje ambiguo del capitular de Villis. Este no prevé la posibilidad de desplazar a las personas, sino que por el contrario parece organizar su inmovilización en la tenencia que se les ha asignado. Además, las disposiciones del mismo texto, limitan estrictamente las roturaciones. Una lectura más atenta de los polípticos o en general de los documentos susceptibles de servir a la historia económica de la alta Edad Media nos demuestra que no era así. Desde el siglo IX un monasterio como San Vincenzo al Volturno parece perfectamente dispuesto a desplazar hombres desde zonas superpobladas a zonas infra-pobladas y constituir nuevos dominios a costa del yermo cuando es posible o necesario. No es el único caso, en Baviera los aristócratas laicos desde el siglo IX tienen una verdadera política de población.

5.La desigual distribución del suelo. Los grandes propietarios no son en todas partes propietarios hegemónicos. Si en algunos dominios de Saint-Germain-des-Prés en la región parisina, como Villeuneuve-Saint-Georges o Palaiseau, es preciso admitir que no hay espacio en el territorio que rodea la villa para algo que no sea la propiedad del abad, en muchos otros sitios no es así.17 Los inmensos campos de las llanuras que van desde la cuenca parisina hasta Flandes, y que podían ser verdaderamente gigantescos no se encuentran en todas las regiones del imperio carolingio. En Italia, por ejemplo, la gran propiedad es raramente de una sola pieza: sea cual sea la extensión de los dominios es normal que no sean compactos sino fraccionados y parcelados. Entre sus elementos constitutivos se hallan posesiones de otros actores, sean explotaciones campesinas parcelarias u otros complejos territoriales. Este es un punto fundamental para comprender el mantenimiento a largo plazo de sociedades locales dominadas por un campesinado alodial que puede prosperar al margen del gran dominio. Los ejemplos clásicos son para Italia la región de Padua estudiada por Gerard Rippe, o la Toscana descrita por C. Wickham.18 La situación catalana del siglo X es totalmente análoga.

UN DOMINIO ITALIANO

Un documento del 762 describe un dominio que pertenece al obispo de Lucca, Peredeo, gran propietario territorial a escala local. La tierra, situada en Rosignano, al sur de Pisa, está formada por cuatro campos cultivados con cereales, dos piezas de viña, un huerto y un bosque. Se menciona un edificio de la explotación pero está en ruinas o abandonado. Este dominio de reducidas dimensiones está además muy fraccionado.

6.Por último, en otro orden de cosas, la proximidad del poder imperial, real o principesco juega un papel esencial en la posibilidad de organizar o no las grandes explotaciones como estructuras bipartidas. A. Verhulst había hecho notar que los primeros indicios de una organización de este tipo se encuentran en la región parisina en el siglo VII, en tiempos del rey Dagoberto I (629-639) y eran concomitantes con la voluntad de recobrar el control de la aristocracia de la Neustria. La proximidad de un poder fuerte, efectivamente, es una necesidad para que los interesados puedan mantener la propiedad de sus tierras y controlar la población servil, condiciones sin las cuales no es posible ninguna organización estable.

SANTA SOFÍA DE BENEVENTO19

La política territorial de Arichis de Benevento ofrece un ejemplo de esta afirmación. En 774, este príncipe funda un monasterio femenino dedicado a santa Sofía y lo dota con varias tierras, pesqueras e iglesias. En los decenios sucesivos los príncipes vigilan de cerca la fundación. Se sirven de ella como un anejo de su fisco, le confían a menudo hombres que han perdido la libertad como consecuencia de un crimen, o sus tierras, o las dos cosas. Así por ejemplo, en 847, Gisulf II entrega al monasterio dos hombres condenados a la esclavitud por homicidio, junto con su familia, que sin embargo conserva la libertad. En 840, el príncipe Radelchi le ofrece cuatro hombres que han perdido la libertad por haber huido al lado de un enemigo del príncipe.20 Los soberanos beneventanos se preocupan concienzudamente no solo del enriquecimiento del monasterio sino también de su capacidad de control los esclavos, limitando sus posibilidades de liberarse, e incluso en un caso autorizándole a anular liberaciones ya efectuadas.21 Por otro lado, las usurpaciones de tierras son vigiladas y reprimidas: cuando un cultivador, sea cual sea su estatus, intenta agregar a su patrimonio una tierra de propiedad monástica (o fiscal) es reprimido en cuanto es detectado.

El control de los príncipes permite transformar las posesiones monásticas en un conjunto próximo a la estructura dominical, en el que las tierras gestionadas directamente por el monasterio se completan con las tenencias, sean estas serviles o no. Un precepto que exonera a la abadía del pago del teloneo (tonlieu) especifica en qué tipo de bienes los agentes del fisco renuncian a cobrar sus derechos: opone así las tierras señoriales (dominicales) a las tierras explotadas por los siervos o los dependientes libres del monasterio.

En el momento de su constitución, el patrimonio de Santa Sofía está compuesto esencialmente por tierras dispersas, organizadas alrededor de oratorios rurales y puestas en cultivo por esclavos casati,22 sin que se haga ninguna mención a una reserva. En los años 820, en el momento de la concesión de la exención del teloneo (tonlieu), los gestores se orientan hacia la constitución de un dominio bipartido y una fracción al menos de las posesiones es gestionada en explotación directa. Ya no sabemos más sobre la organización del patrimonio territorial de Santa Sofía de Benevento. El apoyo constante de los príncipes les ha permitido por un lado controlar la población servil y por el otro organizar la gestión de las tierras estableciendo la complementariedad entre reserva y tenencias.23

La multiplicidad de condiciones locales así como la complejidad de los elementos que determinan la existencia de dominios son tales que no se puede reducir la economía dominical a un tipo ideal hacia el que tendería cualquier organización. Por el contrario, existen diversos tipos, adaptados a diferentes circunstancias de la naturaleza y, además, a la misma estructura de la propiedad o a las disponibilidades de mano de obra.

Tipología de dominios

Es a partir de esta constatación que en los años 1970, Pierre Toubert presentó en una Semana de Spoleto un estudio de la Italia rural como una tipología flexible y no como un sistema.24 En efecto, la perspectiva tipológica presenta la ventaja de dar cuenta de situaciones extremadamente diversas. Sin poner en cuestión el principio mismo de la economía rural de los siglos VIII y IX que se basa fundamentalmente en la asociación del trabajo servil y la corvea así como en el carácter orgánico del vínculo entre reserva y tenencia, este método permite integrar formas que parecen irreductibles al modelo. De una manera u otra, la estructura fundamental del dominio se encuentra un poco por todas partes en el imperio, sea porque los conquistadores francos lo propusieran como modo de gestión de las tierras, sea porque se impusiera por sí solo debido a condiciones sociales y económicas semejantes en toda Europa. Por un lado la rarefacción de la mano de obra servil y por el otro la reactivación de la economía de intercambios, obligan a encontrar soluciones análogas para problemas comunes. Presento aquí esta tipología: es perfectamente aplicable a otras regiones además de Italia. El interés de esta forma de clasificación es que permite ordenar sin tener que excluir ningún elemento con el pretexto de que se aleja de la norma. Por consiguiente permite extender desmesuradamente el abanico de elementos que entran el campo de análisis.

Dominios pioneros

En las zonas afectadas por las roturaciones la reserva se reduce y puede estar muy fragmentada. El yermo proporciona lo esencial de los beneficios del dominio. La presencia de trabajadores especializados en los bosques y en el espacio pastoral es importante. El vínculo entre tenencias y reservas es débil: las corveas exigidas no son numerosas porque la puesta en cultivo de vastas superficies no es la preocupación esencial del dueño. Las tenencias están yuxtapuestas a una reserva poco estructurada. Sin duda los casos mejor documentados se encuentran en la Italia central o en las zonas de roturación de la llanura del Po.

DOS EJEMPLOS DE DOMINIOS PIONEROS NULLY EN EL GÂTINNAIS Y LOS BIENES DE FARFA EN LOS ABRUZOS.

En la Italia central, en los Abruzos, cerca de la ciudad abandonada de Forcona, al sur de la actual aglomeración de L’Aquila (ciudad fundada en 1257), Santa Maria di Farfa poseía en el siglo VIII, un conjunto territorial considerable del que disponemos de un inventario, lo más próximo a un políptico que existe en la Italia central. Sin embargo en el documento solo se mencionan los nombres de los tenentes casati, sus esposas y sus hijos, así como la calidad y el número de sus animales de tiro o carga. Las tenencias están someramente localizadas. En el centro del dominio hay una casa solariega donde se localiza un taller, aparentemente para tejer. Allí viven unos cincuenta esclavos especializados en tareas específicas. En total suman 230 tenencias que contienen alrededor de un millar de servi, repartidos en una cincuentena de subconjuntos dominicales organizados en torno a iglesias o simples oratorios rurales. No se sabe qué debían los siervos descritos de este modo a la reserva. Pero parece que esta tenía una superficie muy reducida y que sobretodo estaba formada por un conjunto dedicado al aprovechamiento del bosque. Las prestaciones en trabajo son menos importantes que las punciones efectuadas a la producción campesina, en el contexto de un sistema de renta bien documentado en Italia.

En Francia, existen igualmente dominios que entran en esta categoría, con importantes variantes: los ejemplos que conocemos a través de los polípticos son los de dominios integrados al sistema económico constituido por el patrimonio. El políptico de Saint-Germain-des-Prés nos ofrece un ejemplo notable con Nully del que ya hemos hablado. Este dominio, situado en el Eure, tiene una reserva de pequeñas dimensiones (40 bunuarias de tierra arable) y sobretodo muy fragmentada (10 parcelas). A título de comparación recordemos que Villeneuve-Saint-Georges posee una reserva de 172 bunuarias de tierra arable explotadas en la forma de grandes campos. Los 6 mansos que dependen de Nully, aunque muy poblados solo proporcionan un poco de trabajo en la tierra. Por el contrario, los tenentes como se ha visto están obligados a corveas de acarreo entre París y el Anjou. Fabrican materiales para la elaboración de toneles (duelas, zunchos y antorchas) y los entregan a la abadía. Los trabajadores deben también ofrecer al señor planchas y tablas. Manifiestamente, Nully sirve también para proveer al monasterio en madera para armazones y cubiertas de los edificios. El trabajo en la reserva no es lo esencial pero las corveas de transporte son fundamentales para la inserción de Saint-Germain en una economía de intercambios.25

Dominios mixtos

En estos dominios, el sector silvo-pastoril está menos desarrollado. La reserva puede, igualmente, estar fragmentada en piezas de tierra de tamaños diversos y si la parte del yermo es menos importante que en el categoría precedente, en cambio desarrollan cultivos y actividades especializadas, como pueden ser en los países mediterráneos el olivar y a lo largo de los ejes de comunicación, la viña. Estos cultivos especulativos proporcionan importantes ingresos en dinero: la especialización hace innecesario intentar aumentar la extensión de las superficies cultivadas. No obstante, solo tiene sentido si existe un centro de consumo cerca del complejo territorial.

EL PATRIMONIO DE TOTONE DE CAMPIONE26

Para la región del lago de Como poseemos un precioso dossier de 24 documentos centrados en las actividades económicas de una familia, entre los años 720 y 844. Se trata, en buena parte, del archivo del último posesor de la tierra, Totone, hijo de Arochis, de Campione, cerca de Castelseprio que por testamento hizo donación del conjunto de sus bienes a San Ambrosio de Milán, en 777, pero que se mantuvo en aquel lugar hasta su muerte acaecida a principios del siglo IX. No hay inventario de estas posesiones: no sabemos nada de las superficies en juego y poca cosa sobre su gestión. Los documentos nos informan sobre las transferencias de propiedad no sobre la estructura de las explotaciones, y se interesan más por atribuir la renta que por describir la manera como se produce. Pero, del contenido de los documentos es posible deducir que 1) Totone es un productor de aceite y que comercia con este producto: el mercado urbano de Milán, con sus importantes necesidades de aceite, particularmente para la iluminación de las iglesias, está cerca. 2) Sus tierras se explotan en gran parte con una mano de obra de esclavos instalados en tenencias que entregan rentas. Antes de morir, los libera parcialmente pero sometiéndolos a la corvea, una medida que no tendría sentido si no tuviesen explotaciones y si aún no existiese una reserva. Si la existencia de estas corveas es innegable, en cambio, se desconoce su importancia. 3) La propiedad está muy parcelada, pero no se precisan ni el contenido de la reserva ni su extensión. En cambio una buena parte de las rentas se fundamenta igualmente en las punciones efectuadas en las explotaciones de los massari, es decir cultivadores consuetudinarios que solo disponen de un contrato oral: en efecto se venden y se intercambian estos bienes como elementos que producen rentas, no como tierras yermas que se deben poner en cultivo. Posiblemente, esto es una reliquia de una organización en la que habría coexistido una reserva trabajada exclusivamente con esclavos clásicos y un sector más borroso, con dependientes que deben pagar una renta sin necesidad de participar en el cultivo de las tierras señoriales como es el caso en la Italia centro-meridional en el siglo IX.

En el mismo sentido, en esta categoría, las infraestructuras costosas y de peso, pero de un rendimiento muy elevado, como molinos, cervecerías o viveros, también se hallan presentes. Presuponen dominar la energía hidráulica lo que no implica problemas técnicos serios pero requiere inversiones importantes que no están al alcance de pequeños campesinos actuando por sí solos. Dominios de este tipo son difíciles de detectar y, a menudo, solo se consideran del tipo del «gran dominio» porque por un lado su propietario ejerce una función de mando y por el otro porque se mencionan corveas. En lo que concierne a Totone de Campione, por su riqueza pertenece a una élite aldeana más que a un grupo aristocrático definido por su relación con el poder: no ejerce ninguna función pública y su patrimonio es puramente local.

Dominios cerealícolas

En este caso, los grandes campos se cultivan con esclavos prebendarios y campesinos casati. A menudo, estos dominios se encuentran cerca del centro general de la explotación. Sirven en primer lugar para cubrir las necesidades alimenticias de las comunidades y no tienen costes de desplazamiento de mercancías demasiado importantes. Cercanos al centro, son más fáciles de controlar y pueden dar lugar a todo tipo de innovaciones. La extensión de las reservas es muy variable. No son siempre tan compactas como las que se encuentran en el norte de Europa. En Italia, frecuentemente, cuando no habitualmente, están fragmentadas y dispersas, dando una impresión de fragilidad e inconsistencia.

PALAISEAU

El ejemplo de Palaiseau, en la región parisina, es a la vez el más característico y el más cómodo de analizar. Es el primero que describe el políptico de Irminón. La reserva está constituida por 287 bunuarias de tierra divididas en 6 grandes campos donde se pueden recoger 1.300 modios de cereal, 127 arpentes de viña que igualmente deben producir 800 modios de vino. Se cuentan 4 molinos que son cedidos a censo y entregan cada año al monasterio 153 modios de cereal. La iglesia del dominio posee 17 bunuarias de tierra en reserva y un manso así como 6 huéspedes que tienen cada uno un jornal de tierra y deben un día de corvea a la semana. Completan este conjunto 117 mansos, de los cuales 108 son libres.

El dominio no es una estructura rígida, al contrario, es una organización flexible que se puede adaptar a diferentes circunstancias y coyunturas. La construcción económica que representa es racional o tiende a serlo: el dueño de la tierra intenta sacar el máximo provecho posible del conjunto de factores a su alcance. El despilfarro y el derroche existen, ciertamente, pero la propia existencia de la documentación a nuestra disposición muestra una preocupación económica, un deseo de organización del trabajo y de la producción, a través de una gran diversidad de situaciones. El esfuerzo de organización que representa la constitución de reservas con su sistema de corveas tiene sentido si los ingresos esperados de este control son importantes. La alternativa es un sistema de explotación totalmente indirecto en el que los dueños del suelo confían explotaciones a campesinos de quienes solo esperan una renta. Se privan, entonces, de la posibilidad de orientar la producción y sacar provecho de los mercados.27

Los logros historiográficos de los últimos decenios también muestran, contra la opinión desarrollada por las generaciones precedentes, la extrema atención puesta en las cuestiones de población. Ahora se ven mejor los signos de roturaciones y desplazamientos de hombres de lugares superpoblados hacia otros menos densamente poblados y menos intensamente cultivados. Finalmente, se admite que la organización dominical obedece a una serie de cálculos racionales en los que lo económico –es decir el deseo de constituirse un patrimonio y una renta– tiene un papel estructurante junto con otras consideraciones vinculadas a la naturaleza de la sociedad aristocrática de la alta Edad Media.

LOS ESFUERZOS DE RACIONALIZACIÓN DE LA EXPLOTACIÓN SEÑORIAL

La economía señorial de época carolingia es dual. En efecto, al lado de la producción de riquezas y la búsqueda de beneficios, se debe considerar que está relacionada con una economía de la donación que también organiza los comportamientos aristocráticos. Las dos racionalidades coexisten.

Los constreñimientos de la economía señorial entre la generosidad y la necesidad

Durante la alta Edad Media, los señores están en una posición ambigua e incluso contradictoria. La reproducción del orden social que legitima o explica su existencia implica un comportamiento de generosidad extrema que puede ser empobrecedor y a veces lo es. Al mismo tiempo, se comportan como actores económicos racionales, es decir orientados hacia la gestión óptima de sus «asignaciones de recursos» y el crecimiento de la producción.

La redistribución de las riquezas es un signo del comportamiento nobiliario. El prestigio, la autoridad y el reconocimiento social que forman parte del estatus derivan en parte de la capacidad de contribuir al enriquecimiento de los amigos, parientes y ciertos lugares de oración, indisociables del poder de la familia.28 Hay que dar para ser tenido en cuenta: dar tierras, ciertamente, pero también dar bienes muebles o caballos a los clientes militares, y bueyes o instrumentos de trabajo a los clientes productores. Por consiguiente la sociedad y la economía de la alta Edad Media experimentan una intensa circulación de las riquezas a través de la donación en el interior de los grupos de estatus, pero también de un grupo de estatus a otro. La donación toma la forma de rentas para el campesinado pero para los señores incluye obligaciones morales de protección que se extienden a la esfera económica. No es anormal que un dominante efectúe gratificaciones a los dominados o que participe en intercambios desiguales en los que su aportación toma la forma de una donación. En las compras y ventas de tierra, por ejemplo, los pagos efectuados con herramientas de trabajo o animales de tiro son frecuentes. En estos casos la transacción no ha dado lugar al pago de un precio sino a la cesión de una contrapartida que establece o consolida una relación entre el comprador y el vendedor. Una vez pagado el precio, compradores y vendedores se consideran satisfechos. Pero cuando el pago se efectúa bajo la forma de contrapartidas no monetarias, la transacción no se salda y una de las partes, normalmente la que ha recibido un bien mueble, queda en deuda con la otra.

Satisfacer las necesidades cotidianas de un grupo doméstico ampliado a los servidores y clientes es la segunda necesidad del grupo aristocrático. Es preferible no tener que comprar los alimentos y la producción también se organiza en función de ello. El ideal aristocrático sigue siendo el autoconsumo. La producción en las reservas señoriales como la de las tenencias está parcialmente orientada hacia el almacenamiento y el consumo doméstico: abastecer el mercado no se contempla hasta que no se han satisfecho estas exigencias primordiales. De hecho, una corte real o aristocrática como un gran monasterio, son grandes consumidores y tienen necesidades que se deben satisfacer imperativamente. Corbie, en los años 820, en el momento en el que el primo de Carlomagno, Adalhard, era su abad, alojaba de 350 a 400 monjes. Es posible que, en el siglo VIII, los monasterios italianos más grandes hayan superado el medio millar de monjes. Si a eso se le añade la presencia alrededor de los monasterios de un personal de servicio destinado a secundar a los monjes en el cumplimiento de las tareas físicamente más duras, y si se considera igualmente que el monasterio está obligado a practicar la caridad, se entiende lo que representa el mantenimiento cotidiano de una gran abadía. A fines del siglo IX, en Cluny, que entonces tenía 300 monjes, cada año, son precisos 2.000 sextarios de cereal solo para su alimentación en pan, es decir la carga de 2.000 asnos.29 Todo ello supone una organización económica compleja que apunta simultáneamente a la generosidad y al consumo. Esta es la primera preocupación de los gestores: la intensificación de la producción también tiene causas domésticas. Se pueden hacer observaciones similares a propósito de las cortes reales o de los séquitos aristocráticos, desde luego eminentemente móviles, mientras que los monjes, son, estables e inmóviles. Al menos en tiempos del imperio, también se debe tener en cuenta, el aprovisionamiento del ejército en durante las campañas: los fiscos y palacios reales están obligatoriamente implantados a lo largo de los ejes que recorren los ejércitos y las cortes en sus desplazamientos. Deben estar abastecidos de tal manera que en todo momento puedan hacerse cargo de las necesidades del soberano y su séquito. De todos modos, el mercado juega un cierto papel en este sistema. Es más cómodo comprar in situ que no transportar lejos lo que se ha producido: para obtener dinero se precisa vender los excedentes de los dominios periféricos, lo cual es la práctica corriente de Cluny en el siglo XI.

Por lo tanto la economía dominical se estructura mediante tres elementos: la obligación social de la redistribución a través de la donación, las necesidades de consumo de las familias, las cortes o los monasterios, y la búsqueda del beneficio a través de la comercialización. Nos hallamos en presencia de constreñimientos contradictorios que dificultan la comprensión del sistema. Los señores de cualquier rango, durante la alta Edad Media, al tener que mostrarse generosos y dar cuanto más mejor, parecen poco preocupados por el mantenimiento del capital económico en el interior de su familia: fácilmente lo ceden a los monasterios para la salvación de su alma, incluso cuando hay herederos, a riesgo de disminuir considerablemente el patrimonio y poner en entredicho los ingresos, como si el futuro y la continuidad del linaje fuesen una preocupación menor que la salvación del alma del detentor de los derechos sobre la tierra.30 Sin embargo, estas generosidades tienen contrapartidas: abades y obispos están obligados socialmente a devolver todas o parte de las tierras adquiridas mediante donación, bien a la familia del donante –a la que a menudo pertenecen–, o bien a otros laicos de quienes quieren obtener la amistad. Paralelamente, se toman medidas para mantener el nivel de ingresos o incluso aumentarlo. No obstante, en lo que se refiere a los patrimonios laicos, estas disposiciones son insuficientes por si solas. Una familia no puede conservar mucho tiempo su fortuna –y por lo tanto su rango– sin realizar nuevas adquisiciones territoriales, a cada generación, que puedan compensar las generosidades anteriores con el fin de, por lo menos, mantener los recursos a un nivel estable. Las estrategias matrimoniales, las compras en el mercado de la tierra y las adquisiciones de tierras a los grandes establecimientos monásticos a través de contratos precarios, permiten recomponer los patrimonios y las explotaciones. Sin embargo, la principal fuente de enriquecimiento de las grandes familias aristocráticas son las generosidades reales. Pero estas no pueden darse por descontadas: dependen de las carreras personales, la capacidad de los grupos familiares de resituarse en el entorno real a cada generación, las capacidades militares, administrativas o religiosas de los individuos, y por último al apoyo de la corte. La ausencia de un vínculo directo entre un grupo de familias y una realeza comporta, a más o menos largo plazo, su empobrecimiento. En los escalones inferiores de la sociedad aristocrática, se produce un proceso análogo; los grandes, por su parte, deben contribuir al enriquecimiento de los suyos, sean estos clientes o establecimientos religiosos. Esto funciona mientras la realeza está en condiciones de redistribuir riquezas para que los grandes las hagan circular. De este modo, Georges Duby ha podido demostrar como, a fines del siglo X, las familias de la aristocracia del Mâconnais, en la periferia de los reinos post-carolingios, y muy empobrecidas por sus donaciones a Cluny, a corto plazo, tienen su propia reproducción amenazada porque están excluidas de cualquier fuente de renovación de sus fortunas. Su toma de conciencia habría sido uno de los factores causantes del proceso de cambio social que él describió en su tesis de 1952 y luego ha seguido una buena parte de la historiografía europea.

A corto plazo, es decir en el intervalo de una generación, mantener o aumentar los ingresos familiares conduce a preocuparse tan de cerca como sea posible por la gestión de los patrimonios, es decir los ingresos. El interés por la producción y su incremento existe en la sociedad del siglo IX tanto entre los laicos como entre los eclesiásticos o los soberanos. La organización y la racionalización de la vida económica están al orden del día y deben equilibrarse con las necesidades del don.

Las opciones de gestión

Los administradores deben escoger entre dos tipos de gestión: o bien intervienen directamente en la producción, tomando las riendas de la organización y la disciplina del trabajo, o bien delegan esta este cometido en agentes económicos, que se encarguen de garantizarles unos ingresos. La primera solución es la practicada más a menudo y la que ha dejado más documentación. La segunda es la adoptada por un cierto número de grandes propietarios territoriales para el conjunto de su patrimonio o solo para una parte del mismo.

¿Comportamientos rentistas?

La economía agrícola de la Galia merovingia así como la de la Italia lombarda se sustenta en un sistema de explotación directa en el que los trabajadores de la tierra, frecuentemente esclavos, están instalados en explotaciones autónomas. Solo los cultivos especializados como el vino, porque son comercializables, dan lugar a un control específico. Los ingresos señoriales se perciben en forma de renta y las fortunas aristocráticas se basan en un gran número de estas explotaciones más o menos independientes. Lo esencial es que los señores, con este sistema, intervienen muy poco en la producción, no la orientan y dejan lo esencial de la iniciativa en manos del cultivador. El gran dominio, cuando se desarrolla implica un comportamiento económico distinto, puesto que a través de la reserva, el señor es igualmente un productor que debe preocuparse de almacenar para consumir y también para comercializar. Esto no es incompatible con actitudes intermedias. En efecto, en el siglo IX, el señor puede desvincularse completamente o parcialmente del proceso de producción. Su compromiso en la organización económica y la creación de riqueza puede no ser exclusivo. Existen otras formas de explotación de los patrimonios territoriales.

En algunas circunstancias, confiar la administración de los dominios a un gestor ha podido parecer una buena solución. Es empleada en la Inglaterra de los siglos XI y XII, también lo es en la Italia del siglo IX, donde se observan abades que se desprenden de la gestión directa a cambio de la garantía de un pago anual en dinero. Sin embargo, para que esto sea posible es preciso que la moneda circule en cantidad suficiente y que existan mercados para que puedan obtenerse las provisiones que ya no produce la institución.

EL MONASTERIO DE FARFA Y EL ARRENDAMIENTO DE LA CURTIS DE INTEROCRO

Para la Sabina tenemos un ejemplo notablemente precoz de lo que se podría llamar un «arriendo general». Se refiere a un liberto que ha conseguido subir a la cima de la jerarquía de los dependientes del monasterio. En agosto del 856, Gaipon, hijo de Gui, toma en arriendo el conjunto de la curtis de Interocro, en las montañas de la Sabina. Se trata claramente de un contrato de cesión: el compromiso solo dura tres años, del 856 al 859. Gaipon se compromete a entregar anualmente 200 sueldos de dineros romanos al abad y hacerse cargo de poner en cultivo este gran dominio. Además debe proporcionar cantidades nada despreciables de vino y cebada, sin embargo lo esencial de su prestación sigue siendo el pago en dinero. Recordemos que en los vecinos Abruzos, donde se ha podido medir la inversión operada por algunos notables durante toda su vida, para los más importantes se alcanzan cifras de 400 a 500 sueldos. Un esclavo doméstico, mercancía de gran lujo, se vende en esta época, en la misma región, por 35 sueldos. La cifra de 200 sueldos en dinero es pues considerable y lo es más todavía porque la Sabina es una región donde el numerario pasa por ser escaso.31 En este caso, el dinero sirve para pagar anualmente una renta. Sin embargo, para reunir la cantidad que debe pagarse en monedas locales es preciso 1) que la acuñación sea lo suficiente activa como para hacer posible la operación y, 2) que los circuitos de intercambio sean lo suficientemente estables y fiables como para que la exigencia tenga sentido. Por lo tanto es necesario que exista un mercado, muy activo, para que un contrato semejante sea posible. No sería sorprendente en la Inglaterra del siglo IX. En el Lacio del siglo XI es un caso algo aislado.

No sabemos si esta solución ha sido utilizada habitualmente. Sin embargo, en un periodo de precios estables, y siempre que haya moneda disponible, es totalmente racional y coherente. Para el monasterio supone minimizar los gastos de explotación y gestión, y por último lo libera de las preocupaciones de mantener una administración compleja. De todos modos presupone que los monjes abandonan, por lo menos parcialmente, el ideal benedictino de la autarquía; actitud que tanto en Italia como en la Francia occidental es más bien la excepción, los monjes son y serán por mucho tiempo explotadores agrícolas involucrados en la producción, en su organización y en la comercialización de sus frutos.32

La explotación directa y la movilización del patrimonio territorial

Cuando intervienen directamente en la gestión de sus tierras, los señores son sensibles a un cierto número de necesidades. La primera que perciben deriva de la presión demográfica. Les lleva a parcelar fragmentos de la reserva o, desde el siglo IX, a dirigir roturaciones para tratar de evitar situaciones de sobrepoblación y a la vez sacar provecho del crecimiento de la población. Dos ejemplos italianos nos permitirán ilustrar este punto.

El políptico de Bobbio y los bienes infra valle

El monasterio de Bobbio, en los Apeninos centrales, había compilado un políptico en los años 860. Los gestores lo rehacen en los años 880 siguiendo las mismas normas y describiendo los mismos dominios que por lo tanto están descritos dos veces. Hay diferencias sustanciales entre las dos descripciones. Uno de estos dominios, Porcili, que no está muy lejos del monasterio es particularmente interesante.

Situado en un bloque de bienes que el políptico sitúa infra valle, dentro del valle, en 863, incluye la reserva que tiene una extensión de 36 modios, es decir entre 12 y 18 ha, a la que añaden unas viñas así como una pocilga.33 Las tenencias se dividen en dos categorías. La primera está constituida por explotaciones regidas por la costumbre, que ponen en cultivo 12 massari, hombres libres casati. Todos ellos, conjuntamente, entregan 60 modios de cereal, 4 ánforas de vino y 4 sueldos. La segunda categoría de explotaciones dependientes está formada por tenentes beneficiados con de un contrato escrito: un livello. Se trata de un auténtico contrato agrario que fija, durante su periodo de validez, el valor de las percepciones exigibles y esperadas. Estos livellarii son en total 18. Dan una cuarta parte de la cosecha, algo que el texto evalúa en 54 modios de cereal (medida volumétrica en este caso). Y además deben conjuntamente 23 modios de castañas y 2 sueldos en moneda.

En 883, la superficie de tierra arable destinada a la reserva es idéntica: 36 modios. Pero esta vez hallamos 18 massari, que entregan conjuntamente 70 modios de cereal y 4 ánforas de vino. Los livellarii esta vez son 25, y deben todavía la cuarta parte de la cosecha en cereal, y de media entregan anualmente 93 modios de cereal. Por lo tanto la renta del monasterio calculada en cereal ha aumentado, solo en este dominio, en unos 49 modios, pasando de 114 a 163 modios de cereal, es decir un incremento de aproximadamente el 30%.

En este caso, como la superficie de tierra destinada a sembrar se mantiene estable (36 modios), es preciso que se hayan producido roturaciones algo que los monjes no esconden, a pesar de que parecen lamentar haber tenido que sacrificar los árboles. Las nuevas tenencias, en este caso, no se han desgajado de la reserva sino que por el contrario se han formado a costa del yermo. No tenemos informaciones sobre este dominio, sobre las cantidades de trabajo que se obtienen de la corvea. De todos modos, es evidente que existen las corveas, el aumento del número de tenencias ha permitido el del número de jornadas de trabajo disponibles para una reserva que se mantiene estable. El trabajo más intenso en la reserva puede dar lugar a una producción mayor, en igualdad de condiciones técnicas.34


Por otra parte, si se calcula la media aritmética se hace patente que la presión ejercida sobre el grupo de los massari ha disminuido sensiblemente, mientras la que se ejerce sobre los livellarii se ha vuelto mucho más dura. Por último, las rentas medias exigibles para cada uno de los dos tipos de tenencia tienden a igualarse, como si los monjes ya no hiciesen distinciones entre las dos categorías. Pero, sobretodo, como las rentas de los tenentes que se benefician de un livello, son proporcionales a la cosecha, cabe deducir un aumento de la productividad de las tenencias algo nada sorprendente tratándose de tierras recientemente desbrozadas. Este aumento compensa, y de largo, la disminución de las exigencias que pesan sobre los massari.

Por lo tanto, poner a disposición de los monjes nuevas superficies de tierra ha tenido tres efectos: el aumento de su renta, un relativo aligeramiento de las exigencias que pesan sobre los que al principio están peor provistos de tierras y por último la igualación de las condiciones de sustracción sobre las dos categorías de tierras. Esto hace posible la intensificación del trabajo en la reserva, si las tenencias son explotadas en condiciones estables. La operación de poner en cultivo el yermo tiene resultados importantes y parece poco probable que, al menos en parte, los gestores no los hayan previsto. En este caso al haber espacio disponible, no ha sido imprescindible sacrificar la reserva parcelándola para repartirla entre las nuevas explotaciones autónomas. Los efectos inducidos por la puesta en cultivo de nuevas superficies van más allá del simple crecimiento de la producción. La roturación tiene consecuencias en la distribución de las tierras y comporta una mejora relativa de la situación de los campesinos: el número de explotaciones ha crecido y la población también. Probablemente, nos hallamos ante uno de los mecanismos que han hecho posible poner en marcha y dar continuidad al crecimiento agrícola desde la alta Edad Media. Durante la Edad Media central, los mecanismos económicos y sociales no son distintos.

Santa Cristina de Corteolona

Si no hay yermo disponible y los gestores quieren preservar sus bosques, la parcelación de la reserva es una alternativa. Durante el siglo X o a principios del XI los monjes de Santa Cristina di Corteolona en el norte de Italia, por ejemplo, toman la decisión de sacrificar las zonas centrales de su propiedad. El políptico compilado en Santa Cristina entre fines del siglo IX y 1010 no abunda en detalles. Sin embargo, una interesante anotación nos indica que la reserva se encuentra en fase de subdivisión a fin de aumentar el número de tenencias: describiendo una tierra de una sola pieza, los autores del inventario la describen como «amplia y espaciosa» y precisan que a partir de ella se pueden crear 12 mansos.35 Se ha escogido una opción, la de movilizar las superficies insuficientemente aprovechadas confiándolas a cultivadores de parcelas colocados bajo la dirección del monasterio al que deben trabajo, productos y dinero. Por último, estas decisiones muestran un interés por los movimientos de población: la administración del dominio es receptiva al crecimiento demográfico y a la presión sobre la tierra que de él se deriva.

Generalizaciones

La mayor dificultad afecta la cuestión demográfica. Ch.-E. Perrin constataba en 1945 el considerable agolpamiento de población en los mansos pertenecientes a los dominios de Saint-Germain-des-Prés, en la región parisina.36 De ello se ha deducido una falta de gestión de la mano de obra por parte de unos señores indiferentes a las realidades humanas de sus explotaciones. Acabamos de ver que el señorío carolingio se muestra capaz de sacar provecho del crecimiento de la población en el norte de Italia. ¿Qué sucede en otras partes?

En la medida que los espacios vacantes estaban disponibles, la gestión de la población –nosotros diríamos de los recursos humanos– se tradujo en roturaciones que implican la organización de migraciones. Durante la alta Edad Media estas se producen en distancias muy cortas: estamos muy lejos de las grandes empresas de repoblación que, en el siglo XII, comportan el desplazamiento de grupos importantes a centenares de kilómetros.

Sin embargo sabemos que los traslados de población existen en el siglo IX. Se efectúan de manera individual, en el interior del dominio, mediante la constitución de nuevos mansos a expensas de la reserva (se trata de los mansi absi, vacantes porque están en proceso de formación); también se producen de manera más sistemática a partir de las zonas cultivadas y pobladas hacia los confines del territorio. Los polípticos y las listas de tenentes nos ofrecen indicios congruentes con la constitución de apéndices de los dominios ya existentes con la ayuda de los excedentes de mano de obra: en este aspecto la gestión es mucho más dinámica de lo que se piensa tradicionalmente, los señores están atentos a como sacar el mayor provecho posible de la coyuntura demográfica.

MANSI ABSI37

El ejemplo de la locución mansi absi, que se puede traducir por mansos vacantes es, desde este punto de vista, revelador. Hasta los años 1970 esta expresión se interpretaba de manera negativa. Los mansos vacíos eran el signo de una crisis del dominio y el abandono era considerado como la hipótesis más plausible, producido como consecuencia de una operación militar o epidemias. Se veía en ello la prueba de las dificultades del estado carolingio y el señorío –incapaces de retener y proteger las poblaciones– o de la economía dominical incapaz de producir lo suficiente para asegurar un sustento estable. También sabemos que hay tenencias vacías porque sus ocupantes han huido, tal como sucede en los dominios del monasterio de Farfa en los Abruzos donde se dice que diversos tenentes han huido hacia la vecina región de la Sabina. Desde los años 1970, J.-P. Devroey ha demostrado que los mansi absi, en realidad estaban vacíos porque estaban en curso de constitución. Administrativamente, estaban unidos a la reserva y por consiguiente, probablemente, aún eran explotados con la ayuda de corveas. Estaban a la espera de un tenente y cuando lo nombraban estos mansos eran desgajados de la reserva. Por lo tanto, su presencia en la documentación, salvo indicación clara de signo contrario, significa un cambio en la organización de la producción y el aumento del nombre de cultivadores dependientes.

También existen indicios de desplazamientos colectivos de poblaciones en el marco de la economía dominical.38 Para realizar las roturaciones, se transfieren hombres y mujeres desde las tenencias donde la mano de obra es excedentaria. De esta manera en los Abruzos, a mediados del siglo IX, los monjes de San Vincenzo al Volturno constituyen dominios nuevos e instalan en ellos parejas recientemente formadas: en efecto, la división del trabajo entre sexos en una explotación agrícola obliga a movilizar no a solteros sino a parejas, preferentemente en el inicio de su ciclo reproductivo. El señorío monástico absorbe así y moviliza el excedente, fruto del crecimiento demográfico reciente y aún en curso. También asegura el crecimiento de la producción de alimentos aumentando las superficies cultivadas. Por último, en estos casos bloquea cualquier posibilidad de extensión de las iniciativas alodiales: la ocupación de la tierra por parte de los siervos de los monjes impide físicamente cualquier tentativa de roturación conducida por campesinos libres. Por esto, aquí, el dominio aparece claramente como una empresa dotada de una cierta elasticidad. No se encuentra en posición defensiva; está adaptado a las necesidades cambiantes de una economía que parece experimentar un crecimiento lento pero real.

El carácter racional de la gestión dominical no aparece solo en las cuestiones de población, sino también en las de la organización económica general y en las políticas de adquisición e inversión.

En el siglo IX, los señores de los dominios procuran desarrollar un sector de servicios con el objetivo de revalorizar su producción y crear un nuevo mecanismo de sustracción de la producción campesina multiplicando la construcción de molinos e instalaciones para la elaboración de cerveza. No se trata de algo muy sistemático y evidentemente no estamos en presencia de una política de planificación de construcción de infraestructuras. Sin embargo el resultado final es considerable. El número de molinos puede ser importante como lo es en Saint-Germain-des-Prés (84 molinos o sea 17 molinos por cada 1.000 ha) o en Saint-Pierre-de-Lobbes (12 molinos por cada 1.000 ha). En los dos casos esta densidad es extraordinariamente elevada. Cuando se puede calcular, lo más habitual es que se sitúe alrededor de la mitad. Naturalmente todos estos molinos no fueron construidos por los monjes que a menudo los consiguen a través de donaciones, aunque fuese para devolverlos en precario al donador. Pero incluso si no se trata de una auténtica política de inversión el resultado es que la reserva dispone de molinos en cantidad suficiente y sobretodo accesibles, es decir no muy alejados centro dominical, desde donde se gobierna el dominio. Lo mismo ocurre con las tenencias, ya que los cultivadores directos, a menudo, disponen de una de estas instalaciones cerca de su explotación.

No cabe duda que por parte de los señores existe una clara capacidad de comprender la necesidad de las inversiones y el interés en aceptarlas o de sacar provecho de las inversiones realizadas por otros en el caso de las adquisiciones por donación. A menudo, en las donaciones de villae encontramos molinos entre sus elementos productivos. Pero el políptico de Saint-Germain atribuye la construcción de siete molinos, en activo a principios del siglo IX, al abad Irminón que habría mandado restaurar algunos más. Las políticas de adquisición, a través de donaciones, compras o intercambios, enriquecen la dotación de molinos a disposición de los monjes.39

Los gestores del patrimonio son pues capaces de tomar las decisiones necesarias para aumentar los ingresos del señor. De este modo mejoran las condiciones materiales de la explotación para el conjunto de los trabajadores de la tierra: ¿cuántas veces desde Marc Bloch no se ha subrayado la liberación que representa el molino? El tiempo y la energía que ya no se destinan a moler a mano pueden emplearse mejor en las tierras. Por otra parte, la voluntad de crear nuevos sectores de beneficios donde y cuándo sea posible no es ajeno a la mentalidad señorial.40 Los estatutos de Adalhard de Corbie, escritos en 822, destinan una atención muy especial a los molinos, de los que esperan una renta en especie de 2.000 modios, es decir entre 800 y 1.100 hectolitros anuales que permiten cubrir las considerables necesidades alimentarias de una comunidad que oscila entre los 350 y los 400 monjes.41 Según todos los indicios, hay 15 molinos que funcionan casi exclusivamente al servicio de la abadía. Otros parecen representar un sector de beneficio puro que permite drenar una parte suplementaria de los excedentes de la producción campesina, simplemente haciendo pagar por el servicio de la molienda. En Italia del Norte encontramos desde fines del siglo IX, contratos agrarios que muestran la importancia que toma el molino en la constitución de la renta señorial.

UN MOLINO ITALIANO A FINES DEL SIGLO IX42

El 6 de enero del 890, el arcipreste de la catedral de Plasencia, concede a un libre, por un periodo de veinte años, un molino situado fuera de las murallas de Plasencia, con las tierras que le están vinculadas así como su canalización. El alquiler previsto es muy gravoso: el tomador se compromete a dar cada semana 4 modios de trigo mezclado, un modio de trigo de la mejor calidad y 4 sextarios pro fugacies (¿hogazas?). Estas cantidades deben ser entregadas al agente del señor. Se precisa de todos modos que los días de helada o en caso de sequía, si no se muele, el tomador no entrega nada. El propietario proporciona el equipamiento y, en particular, subraya que la muela cuyo valor es de 5 sueldos debe seguir siendo de su propiedad si el tomador se va. Además, los hierros indispensables para el funcionamiento del molino no son considerados como propiedad del molinero, incluso si ha debe remplazarlos. En este caso nos hallamos ante un auténtico artesano, un molinero especializado en su actividad, que es considerada como remuneradora para él y para el propietario. La clientela lo es realmente porque no hay en este momento ningún mecanismo que pueda forzar los detentores del cereal a llevarlos a un molino en concreto. Estamos en el contexto más comercial que se pueda imaginar para el siglo IX.

Las condiciones generales de la economía dominical no son pues tan primitivas como se había dicho hasta los años 1980. Los grupos dirigentes no están desprovistos de recursos ni de medios de acción con una eficacia real. La misma organización del gran dominio es lo más racional posible. Como se ha observado está en condiciones de promover un crecimiento real. La posibilidad de dar y de manifestar su generosidad –sea esta a través del don o a través de los intercambios no mercantiles que utilizan contrapartidas no monetarias o parcialmente monetarias– se articula sobre una conocimiento en materia de producción de riquezas y aparentemente también de comercialización.

1.Ver Devroey 2004, p. 55.

2.Duby 1973ª, pp. 94-97. Para Duby, el periodo carolingio es un periodo de estancamiento demográfico y, de manera general, un periodo de no-crecimiento económico. Dossier 1981.

3.Toubert 1984.

4.Sigo aquí la exposición de P. Toubert en Toubert 1986.

5.Existe una traducción al italiano acompañada de comentario: B. Fois Ennas, Il «capitulare de Villis», Milán, 1981.

6.Toubert 2004, p. 40 sq. Algunas indicaciones relativas al trabajo de mineros que podrían aplicarse a las minas de plata de Melle, en la región de Poitiers, parecen sugerir un origen geográfico en el sudoeste de Francia.

7.Brevium exempla ad describendas res ecclesiasticas et fiscales, ed. A. Boretius, MGH, Leges, Capitularia Regum Francorum, I, 1881, pp. 251-252.

8.Duby 1962, pp. 85-86.

9.J. Durliat 1990; Goffart 1972; Magnou-Nortier 1994; crítica en Wickham 1993.

10.Wickham 1993; Devroey 2004, p. 231-214 constituye la presentación más simple y más práctica.

11.Devroey 1992.

12.Capítulo 8 para el vino, capítulo 23 para el grano excedente, capítulo 62 para los mercados dominicales y otros.

13.Wickham 2005 p. 289 sq. C. Wickham, habiendo citado las ciudades, que experimentan entonces una fase de desarrollo, sugiere que las necesidades de abastecimiento de los ejércitos en campaña, que no están garantizada por el soberano, pueden explicar en parte la intensificación de la producción y la multiplicación de los mercados para la venta de cereales que los soldados deben obtener en sus desplazamientos o antes de partir.

14.Toubert 1973b; véase también Devroey 1985.

15.Del Treppo 1995.

16.Verhulst 1966.

17.Sobre la distribución del suelo en la Île-de-France, véase últimamente, Wickham 2005, pp. 398-406.

18.Rippe 2003; Wickham 1988.

19.Toubert 1987.

20.Chronicon Sanctae Sophiae (=CSS), CSS, p. 471 n. II, 20 (a. 747); p. 464 n. II, 16 (a. 820).

21.CSS, n. II, 5, p. 43, p. 460, n. II, 15.

22.En francés chasés, es el nombre que se da a los esclavos o libres dotados de una tenencia para diferenciarlos de los esclavos clásicos que siguen siendo alimentados y vestidos por su dueño. (N. del t.)

23.CSS, p. 379, n. I, 26. Cf. Feller, 2003b.

24.Toubert 2004, p. 124 sq.

25.Devroey 1984.

26.S. Gasparri y C. La Rocca 2005.

27.Wickham 2005, p. 281 sq.

28.Le Jan 1995

29.Duby 1952.

30.Bougard, La Rocca, Le Jan 2005.

31.A. Rovelli 1995, 2000; ead., contra, Toubert 1983.

32.Britnell 1993, p. 41.

33.El modio era una medida de superficie de siembra cuyo reconocimiento empírico por parte de sus contemporáneos se daba por descontado. En la Italia central, se estima que el modio vale entre 1/4 y 1/3 de ha.

34.Inventari altomedievali di terre, coloni e redditi, p. 130 y p. 151; Fumagalli 1966.

35.Inventari altomedievali, p. 36.

36.Perrin 1945.

37.Devroey 1976.

38.Feller 1994.

39.Champion 1996, pp. 32-33.

40.E. Champion, ibid., p. 54.

41.Corpus Consuetudinum Monasticorum, pp. 374-376, pp. 378-379. Sammler y Verhulst 1962.

42.Galetti 2003, p. 284.

Campesinos y señores en la Edad Media

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