Читать книгу Resumen del libro "Trampas mentales" de Matteo Motterlini - Leader Summaries - Страница 4
Autocomplacencia
ОглавлениеUna de las razones por las que somos muy sensibles a los vicios de las personas que nos rodean, pero mucho menos a los nuestros, debe atribuirse a la trampa de la autocomplacencia (self-serving bias), que nos induce a adscribir los éxitos exclusivamente a nuestras cualidades personales y a descargar, en cambio, las responsabilidades de los fracasos en los demás o en circunstancias desgraciadas. Los que favorecen la autocomplacencia son mecanismos cognitivos y motivacionales bastante comunes, como el deseo de parecer mejores que los demás y la necesidad de alimentar la propia autoestima.
De este modo, los atletas tienden a asignarse el mérito de las victorias a sí mismos, y los fracasos, a la desgracia o al árbitro; los estudiantes estiman que han sido juzgados de manera conforme a su grado de preparación si han superado brillantemente los exámenes, pero achacan un resultado insatisfactorio a la valoración opinable o incluso injusta del docente; y, desde el punto de vista de los profesores, ellos miran los buenos resultados de sus alumnos como el producto de la calidad de su enseñanza, para luego imputar los escasos resultados a su falta de inteligencia o de empeño.
Evidentemente, somos tan narcisistas porque no conseguimos digerir el bocado amargo del fracaso. Podrá parecer paradójico, pero, para evitar que ese bocado no nos ahogue, ponemos en práctica incluso estrategias de “autolimitación” (self handicapping), preparándonos anticipadamente una excusa a la que recurrir si las cosas no van bien.
Autominusvalorarse significa disponerse al fracaso para justificar su inminente eventualidad. ¿A quién no le ha ocurrido que ha desafiado a un amigo al tenis o a cualquier otro deporte y, aun antes de que empiece el partido, este suelta una sarta de lamentaciones: “Nunca tengo tiempo de entrenarme”, “Trabajo demasiado” o “Me duele la rodilla”? Si luego ganamos la partida, la estrategia de la autolimitación nos deja doblemente satisfechos. A pesar de todo, lo hemos conseguido. Debemos de ser verdaderamente buenos.
Teorizada por uno de los más influyentes psicólogos sociales del pasado siglo, Edward Jones, la estrategia del self handicapping se define como la “acción o elección de un escenario que implique una prestación que aumente las oportunidades de exteriorizar el fracaso e interiorizar los éxitos”. La estrategia da lugar a resultados paradójicos, por ejemplo, cuando saboteamos nuestras habilidades mismas incrementando las posibilidades de fracasar solo con el fin de proteger nuestro ego y nuestra autoestima. La potencia del efecto es proporcional al grado de implicación en la prueba que debemos superar, además de la probabilidad esperada de fracaso. En numerosas indagaciones experimentales se ha podido constatar, por ejemplo, que los sujetos caídos en la trampa: (1) reducían su preparación antes de una competencia deportiva; (2) estudiaban menos para el examen; (3) se empeñaban menos para la resolución de una tarea; (4) daban ventaja al adversario; y (5) rebajaban sus expectativas.
Cordelia Fine, de la Universidad de Melbourne, ha hecho de los “cerebros fatuos” y de las mentiras que nos contamos sistemáticamente a nosotros mismos su campo de investigación. Según ella, la toma de fármacos, los trastornos clínicos y la ansiedad son estratagemas desplegadas para proteger la propia autoestima. En otros casos, nuestro egocentrismo es tal que, para garantizarnos un puesto en el centro de la escena, no solo asumimos el mérito de nuestros éxitos, sino también el de nuestros fracasos. Vicio que el espíritu mordaz de Leo Longanesi resumió diciendo que semejantes personajes no solo serían capaces de casarse pretendiendo ser la esposa, sino también de participar en un funeral reclamando el papel del muerto.
Tal afirmación recoge un rasgo importante del mecanismo cognitivo al que debe reconducirse esta trampa. Por el temor de no recibir suficiente atención y estima, y de no ser aceptados por los demás, podemos llegar a atribuirnos una responsabilidad desmesurada en el resultado, aunque sea negativo, de un esfuerzo colectivo.
¿Qué hacer, pues, ante esta trampa mental? Por una parte, nuestro bienestar psíquico y, según parece, físico se beneficia del modo en que nos ajustamos a la realidad, filtrando solo aquellos aspectos que nuestro yo fatuo está dispuesto a acoger; por la otra, las lentes rosadas con que coloreamos los hechos relacionados con nosotros mismos pueden hacer que no veamos los errores pasados y condenarnos a repetirlos. No queda más que tomar nota de nuestra fragilidad cognitiva y tratar, de vez en cuando, de movernos entre exigencias contradictorias entre sí.